Los Dones Espirituales

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DONES ESPIRITUALES

George E. Rice

Introducción

 

Los dones espirituales figuran notable­mente en los escritos de Pablo. No sólo enumera algunos, sino que también delinea claramente su función: para la edificación de la iglesia. Los dones no son para disfrutarlos personalmente o para la exaltación, sino para el bien del cuerpo. Como estos dones existie­ron en la iglesia primitiva, uno podría decir que la comunidad cristiana fue carismática, aunque no en el sentido que se le da general­mente en el mundo actual.

Pablo enseñó que los dones –incluyen-do profecía, enseñanza, apostolado, evangelización, hablar en lenguas y realizar milagros– iban a ser ejercidos por los cristianos de todas las clases sociales. De su carta a los corintios es evidente que algunos los usaron mal, espe­cialmente el don de hablar en lenguas.

Mientras que en algunos lugares se adjudica un gran significado al hablar en lenguas, el Nuevo Testamento explica bien que otros dones son más importantes para el bienestar de la iglesia. Pablo recomienda el don de profecía como más deseable. Por tanto, en este artículo se dedica una parte mayor a discutir este don.

Ante todo, un profeta es uno que dice el mensaje de Dios. Un aspecto secundario de la tarea profética es predecir el futuro. La obra de los profetas que escribieron puede incluirse en el canon bíblico. La obra de los profetas orales no es menos profética, aun­que no esté escrita. En cualquier caso, los mensajes hablados o escritos por un profeta deben armonizar con toda la Escritura y ser­vir para amonestar al mundo y edificar a los creyentes.

Desde los tiempos del Antiguo Testamento ha habido pro­mesas de manifestaciones especiales del don profético en los “postreros días”. Desde este punto de vista, en este trabado se presenta un estudio del ejercicio del don profético de Elena de White.

  1. EJEMPLOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO DE DONES ESPIRITUALES


Una lectura reflexiva del Antiguo Testamento mostrará que los jarísmata (dones espirituales) que aparecen en el Nuevo Testamento también le fueron dados al pueblo de Dios antes del Pentecostés. Las únicas excepciones fueron el don de lenguas y la interpretación de lenguas.

  1. Profecía

La profecía es el don espiritual más destacado en el Antiguo Testamento. Dios dijo al pueblo de Israel: “Cuando haya entre vosotros profe de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él” (Números 12:6). El registro del Antiguo Testamento abunda en palabras y obras de hombres mujeres a quienes se les dio el don profético y aunque pueden identificarse dos categorías amplias de profecía, algunas actividades proféticas no pueden ubicarse sin dificultades en una o dos categorías diferentes. La categorización que propongo –oral y escrita– se sugiere como un enfoque para entender el don profètico en el Antiguo Testamento.

  1. Profecía oral

Cronològicamente, los profetas orales son anteriores a los primeros libros escritos del canon del Antiguo Testamento. Antes del diluvio, Dios se comunicó con los descendientes de Adán por medio de profetas como Enoc y Noè. Después del diluvio eligió profetas tales como Elías y Eliseo. Durante la historia del Antiguo Testamento, Dios continuó comunicándose con su pueblo mediante la profecía oral (ver V. A.).

  • Profecía escrita

La profecía escrita más antigua que co­nocemos es la de Moisés. Los instrumentos humanos fueron elegidos por Dios y fueron inspirados por el Espíritu Santo para comu­nicar el consejo y los propósitos de Dios a su pueblo por medio de mensajes escritos. Los profetas que caen en esta categoría pueden subdividirse en dos grupos: 1) canónicos y 2) no canónicos.

Los profetas canónicos son aquellos cuyos escritos están preservados en las Escrituras. La mayoría de éstos son conoci­dos por nombre; algunos no. Desde Moisés hasta Malaquías, las obras de los profetas ca­nónicos cubren las páginas del Antiguo Testamento. Por esas páginas llegamos a ser conscientes de la obra de un segundo grupo de profetas escritores: los no canónicos. Aunque sus escritos no es­tán preservados en las Escrituras, su mensaje llevó la autoridad de Dios. Más tarde se dirá más acerca de estas dos categorías de profe­cía escrita (ver V. B.).

B. Milagros y sanidades

El Antiguo Testamento abunda con relatos de Dios entran­do en la historia humana y llevando a cabo lo milagroso. A través de años de vagar por el desierto, Israel continuamente fue testigo de milagros. No obstante, en la mayoría de los casos, Moisés se desempeñó como el men­sajero de la demostración del poder de Dios, exhortando al pueblo a contemplar las obras maravillosas de Dios. Sólo en las pocas oca­siones cuando Dios usó a Moisés como su instrumento, como cuando salió agua fresca de la roca, vemos en su ministerio el don de milagros.

Elías fue el mensajero de 3 1/2 años de sequía. Evidentemente, Dios informó a Elías de lo que estaba a punto de hacer, y después Elías informó al rey Acab (1 Reyes 17:1-7). Y nuevamente, cuando recibió la palabra de Dios, Elías informó a Acab que iba a venir lluvia; oró y vino la lluvia (18:41-46). Sin embargo Santiago presenta toda esa expe­riencia como si Elías poseyera el don de obrar milagros: “Elías era un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llo­vió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo fruto” (Santiago 5:17, 18).

También la experiencia de Elías duran­te la sequía parece más semejante al don de obrar milagros. Mientras la viuda de Sarepta seguía la instrucción de Elías, tuvo suficiente comida y aceite para alimentar al profeta, alimentarse a sí misma y alimentar a su hijo durante la seguía (1 Reyes 17:8-16). Cuando murió el hijo de la viuda, Elías lo resucitó (versículos 17-24). Por la palabra de Elías, 102 soldados de Ocozías fueron consumi­dos por fuego (2 Reyes 1:9-14).

Después de recibir una doble porción del Espíritu de Elias, Eliseo no sólo poseyó el don profètico sino que también se le dieron los dones de hacer milagros y sanidades. Convirtió agua mala en agua potable con el uso de un poco de sal (2 Reyes 1:19-22); mul­tiplicó el aceite para una viuda afligida de manera que pudiera pagar sus deudas (4:1-7); resucitó muertos (versículos 32-37); purificó una olla de potaje del veneno de calabazas sil­vestres con el uso de harina (versículos 38-41); mul­tiplicó 20 panes de cebada para alimentar a 100 hombres (versículos 42-44); sanó a Naamán de la lepra (5:8-14); e hizo que flotara un hacha sobre el agua (6:1-7).

C. Sabiduría y conocimiento

El don espiritual del conocimiento ma­nifestado en diestra artesanía le fue dado a Bezaleel de la tribu de Judá, a Aholiab de la tribu de Dan y a otros que trabajaron bajo su dirección en la construcción del tabernáculo. Dios dijo a Moisés: “Mira, yo he llamado por nombre a Bezaleel… de la tribu de Judá; y lo he llenado del Espíritu de Dios en sabiduría e inteligencia, en ciencia y en todo arte… Y he aquí que yo he puesto con él a Aholiab… de la tribu de Dan; y he puesto sabiduría en el áni­mo de todo sabio de corazón, para que hagan todo lo que he mandado” (Éxodo 31:1-6).

El Antiguo Testamento contiene otros ejemplos extraordina­rios de los dones de sabiduría y conocimiento. Faraón reconoció estos dones en José cuando dijo: “¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios? Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te ha hecho sa­ber todo esto, no hay entendido ni sabio como tú” (Génesis 41:38, 39). La Escritura dice lo siguiente de Daniel y sus tres amigos: “A estos cuatro muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños” (Daniel 1:17).

El don de la sabiduría también fue dado para el liderazgo. Josué fue “lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él; y los hijos de Israel le obedecieron” (Deuteronomio 34:9). A los jueces también se les dio sabiduría para dirigir (Jueces 2:16, 18; 11:19); así como a David (1 Samuel 16:13).

En el Antiguo Testamento pueden encontrarse ilustraciones de otros jarísmata. Por ejemplo, Salomón pidió el don del discernimiento para que pudiera juzgar sabiamente a su pueblo: “Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo” (1 Reyes 3:9). Dios le concedió su deseo (versículos 11, 12). A la viuda de Sarepta se le dieron los dones de la misericordia y la hospitalidad (17:8-16) y también a la mujer sunamita (2 Reyes 4:8-10, 21, 32).

  1. DOCTRINA DE LOS DONES ESPIRITUALES                                   EN EL NUEVO TESTAMENTO

El Nuevo Testamento introduce y desarrolla los dones es­pirituales como un legado de Cristo e impar­tido por el Espíritu Santo. Gracias a lo que se presenta aquí podemos identificar la obra del Espíritu Santo y la presencia de sus dones en el Antiguo Testamento. Para comenzar con un estudio de estos dones en el Nuevo Testamento, primero definiremos tres tér­minos usados por los escritores del Nuevo Testamento.

A. Definición de términos

En el Nuevo Testamento se usan tres palabras para la presencia/don del Espíritu Santo y los dones consiguientes que él reparte a los cristianos.

  1. Járis (“gracia”, “favor”) es la raíz de la palabra que prefiere Pablo para los dones espirituales: jarísmata. En su nivel más sencillo significa “don-de-gracia”. Excepto por la referencia en 1 Pedro 4:10, lo usa sólo Pablo (16 veces), pero no exclusivamente, para los dones espirituales (por ejemplo, Romanos 5:15, 16; 6:23; 11:29; 2 Corintios 1:11)
  2. Pneumatikos (un adjetivo, “espiri­tual”), al igual que jarísmata, lo usa casi exclusivamente Pablo (23 veces), siendo la excepción 1 Pedro 2:5, donde aparece dos veces. En 1 Corintios 12:1 y 14:1 este ad­jetivo aparece en el género neutro y se usa como nombre (“cosas espirituales” o “dones espirituales”). Pablo lanza su discusión de los dones espirituales usando pneumatikos’. “No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales” (12:1).
  3. Se cree que pneumatikos fue posible­mente el término que usaron los corintios para describir su experiencia en el Espíritu (pnéuma) en una carta dirigida a Pablo buscando consejo sobre los dones espirituales. Schatzmann sugiere que el término fue ele­gido por los corintios debido a que expresa­ba una cierta superioridad espiritual, y que Pablo, habiéndolo usado en el verso primero, cambia inmediatamente a jarísmata para re­calcar el error de los corintios (101).
  4. Dóreá (“don”, 11 veces), que no se usa para los dones espirituales pero, aun así, el uso que Lucas hace de él (4 veces en Hechos) es de interés: en cada caso se usa dóreá para la recepción del Espíritu Santo como un don. Evidentemente, cuando el Espíritu está pre­sente en la vida le siguen los jarísmata de acuerdo con 1 Corintios 12.

Lucas usa por primera vez dóreá en Hechos 2:38, donde se promete el Espíritu Santo a los que se arrepientan y sean bauti­zados en el nombre de Jesús. En Hechos 8:17 al 20 los creyentes recién convertidos en Samaria recibieron el Espíritu Santo cuando Pedro y Juan les impusieron las manos. Al ver esto, Simón deseó comprar el poder con el cual, imponiéndole las manos, pudiera do­tar a cualquiera que quisiera con el Espíritu Santo. Pedro le dijo: “Tu dinero perezca con­tigo, porque has pensado que el don [dóreá] de Dios se obtiene con dinero”. Tercero, en Hechos 10:44 al 46, cuando Cornelio y su fa­milia creyeron el evangelio recibieron el don (dóreá) del Espíritu Santo, el cual los capaci­tó para hablar en otros idiomas. Finalmente, en Hechos 11:15 al 17, cuando se informó de la conversión de Cornelio y su familia a los líderes de la iglesia, Pedro les dijo que Dios había dado a los gentiles el mismo don (dóreá) que le había sido dado a los creyen­tes judíos al principio.

B. Dones dados por Dios

Para Pablo es indudable que los dones espirituales se originan en el Padre y el Hijo (Efesios 4:8, 11) y se imparten a cada persona, y que el Espíritu los reparte a cada uno como quiere (1 Corintios 12:11). Además de esto se da a los cristianos el Espíritu de Dios que entien­de los pensamientos de Dios para que puedan entender y apreciar los dones que son otorga­dos por él (2:10-13). El Padre también da el Espíritu a quienes lo piden (Lucas 11:13).

La experiencia de los creyentes en Corinto indica que Dios se propone que to­dos los dones estén presentes y activos entre su pueblo. Pablo señala que el “testimonio de Cristo” (el espíritu de profecía, Apocalipsis 19:10) ha sido confirmado entre ellos, de manera que no hubiera falta de ningún don espiritual (1 Corintios 1:6, 7; ver X. C para una discusión adicional de este pasaje). Más tarde Pablo los anima para que procuren fervientemente los dones espirituales (pneumatikós), pero sobre todo el de profecía (1 Corintios 14:1). Dos veces Pablo aconsejó a Timoteo que no descuidara el don que, por medio de la imposición de manos, le había sido dado por Dios (1 Timoteo 4:14; 2 Timoteo 1:6).

Según el registro de los evangelios sinóp­ticos, los apóstoles poseyeron ciertos dones espirituales mucho antes del Pentecostés, y así dieron muestras de que habían sido consagrados por el Espíritu Santo e inicia­do su obra pública. Lucas 9:1 declara que Jesús “les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades”, mientras los preparaba para su primera expe­riencia en el campo. En Mateo 10:8 leemos la orden: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios”.

Habiendo sido ya investidos por el Espíritu Santo para el ministerio público (Lucas 9:1) y comisionados para sanar enfermos, limpiar leprosos, resucitar muertos y echar fuera de­monios (Mateo 10:8), los apóstoles volvieron a recibir una dosis más profunda del Espíritu cuando Jesús, durante una aparición después de la resurrección, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22). El poder completo para la misión mundial llegó más tarde, en Pentecostés (Hechos 2:1-4). Les volvió a ser renovado cuando el edificio en el cual los apóstoles estaban orando tembló y todos fueron llenos una vez más del Espíritu Santo y hablaron “con denuedo la palabra de Dios” (4:31). De esa forma la experiencia de los apóstoles proporciona un precedente para múltiples “bautismos” del Espíritu.

La atención especial que Lucas da a las manifestaciones del Espíritu Santo en Pentecostés (Hechos 2:1-4), Samaria (8:14-24), la casa de Cornelio (10:44-48) y Éfeso (19:1-7) enfatizan dos hechos importantes. Primero, que se había llevado a cabo la co­misión de Jesús de predicar el evangelio en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo úl­timo de la Tierra (1:8). En segundo lugar, el “don” (dóreá) del Espíritu y los “dones” (jarísmata) que él distribuye son universa­les, siendo recibidos por judíos, samarita- nos, romanos y efesios. En estos términos Lucas afirma como cumplida la declaración de Pedro: “Para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (3:39).

C. Identificación y clasificación de los dones

Pablo identifica los diversos dones que son dados por el Espíritu Santo. Dos de los pasajes que aparecen más abajo enumeran personas a quienes les han sido dados dones para propósitos del ministerio espiritual.

  1. Identificación de los dones

1 Corintios 12:8-10

“A éste es dada por el Espíritu…”

  1. Palabra de sabiduría
  2. Palabra de ciencia
  3. Fe
  4. Dones de sanidades
  5. Hacer milagros
  6. Profecía
  7. Discernimiento de espíritus

Romanos 12:6-8

“De manera que, teniendo diferentes dones según la gracia que nos es dada…”

  1. Profecía
  2. Servicio
  3. Enseñar
  4. Exhortar
  5. Repartir
  6. Presidir
  7. Hacer misericordia

1 Corintios 12:28-30

“Y a unos puso Dios en la iglesia…”

  1. Apóstoles
  2. Profetas
  3. Maestros
  4. Los que hacen milagros
  5. Los que sanan
  6. Los que ayudan
  7. Los que administran
  8. Los que hablan en lenguas
  9. Los que interpretan lenguas

Efesios 4:11

“Y él mismo constituyó a unos…”

  1. Apóstoles
  2. Profetas
  3. Evangelistas
  4. Pastores
  5. Maestros

Pablo identifica los diversos dones que son dados por el Espíritu Santo. Dos de los pasajes que aparecen más abajo enumeran personas a quienes les han sido dados dones para propósitos del ministerio espiritual.

  • Identificación de los dones

Los apóstoles están primeros en ambas listas de ministerios espirituales, con profetas o profecía en segundo lugar. No sólo es el apóstol el primero en la lista, sino que en 1 Corintios 12:28 Pablo usa el adverbio “pri­meramente”, que puede significar primero en tiempo o primero en lugar. Si se restrin­ge el significado de esta palabra adaptable a los que se encontraron con el Señor y fue­ron comisionados por él, podría considerarse que este don ha terminado. Sin embargo, si se retiene el significado básico de la palabra (uno que es enviado en misión), entonces “apóstol” es equivalente a “misionero”, con la primera palabra derivada del griego y la segunda del latín. Ciertamente el Señor orde­nó la misión hasta el fin del tiempo: llevar las buenas nuevas al mundo (Mateo 28:18-20).

Aparentemente Pablo no intentó cla­sificar los dones por su importancia. En 1 Corintios 12:8 al 10 coloca en sexto lugar al de profecía, mientras que en Romanos 12:6 al 8 lo coloca primero. El de lenguas es el penúltimo en 1 Corintios 12 y no aparece si­quiera en Romanos 12.

Existe otra posibilidad: que los dones en 1 Corintios 12:8 al 10 estén divididos en tres subgrupos identificados como sabidu­ría, fe y lenguas. Los dones que pertenecen a cada grupo están conectados por la pala­bra griega állos (“otro” de la misma cla­se), mientras que el subgrupo siguiente está identificado por la palabra éteros (“otro” de clase diferente). Así, los dones de la palabra de sabiduría y la palabra de conocimiento están unidos por állos y pertenecen juntos como un subgrupo. El de la fe comienza un nuevo subgrupo y está separado del grupo del don de la sabiduría por el uso de éteros. Los dones de sanidades, obrar milagros, profecía y el discernimiento de espíritus, todos están unidos al de fe por el uso de la palabra állos. Por otro lado, el don de len­guas comienza el tercer grupo, y está sepa­rado del subgrupo del don de fe por el uso de la palabra éteros, mientras que el don de interpretación de lenguas está unido a len­guas por el término állos.

  • Naturaleza de cada don

Más adelante se tratará con algún detalle la naturaleza del don de lenguas, y el don de profecía ocupará el resto de este artículo; por tanto, aquí vamos a considerar brevemente los otros dones.

  1. Palabra de sabiduría (1 Corintios 12:8). Es posible que “palabra de sabiduría” sean dos dones combinados en uno. El primero es el don de la percepción o conocimiento, con la capacidad para elaborar lo que se percibe; el segundo es el don de compartir los resulta­dos por medio del consejo práctico que no desorganiza sino que, al contrario, trae armo­nía y crecimiento a los que la oyen.
  2. Palabra de ciencia (versículo 8). Este don también puede consistir en dos partes. La primera es el don del estudio que penetra el significado de la Palabra de Dios, de mane­ra que llega a ser comprensible; el segun­do es el don de comunicar su significado, de manera que otros puedan entender y ser bendecidos.
  3. Fe (versículo 9). Este don reclama las pro­mesas de Dios cuando el presente y el futu­ro no tienen esperanza de cumplimiento, y después avanza confiado en que Dios obrará su voluntad.
  4. Sanidad (versículo 9). Este don trae alivio del sufrimiento tanto físico como emocional. Dios ha ordenado la oración y el ungimien­to con aceite como el método habitual por el cual buscar la sanidad (Santiago 5:14, 15), pero la sanidad se concede a menudo sólo por me­dio de la oración.
  5. Hacer milagros (versículo 10). Aunque ge­neralmente se piensa de este don como es­tando en relación con el don de sanidades, específicamente incluye la aptitud para hacer cualquier cosa que se piensa que no puede hacerse a través de los medios naturales.
  6. Capacidad para discernir espíritus (versículo 10). También se alude a este don como el de discernimiento. Es el don de identificar los asuntos y motivos que crean conflictos. También capacita a uno para distinguir entre la verdad y el error, entre los maestros o pro­fetas verdaderos y los falsos.
  7. Servicio (Romanos 12:7). Este es el don de realizar algunas tareas, que a veces pue­den ser desagradables, con el fin de ayudar a otros con un espíritu dispuesto y alegre.
  8. Enseñanza (versículo 7). El don de la ense­ñanza y la palabra de ciencia en algunas for­mas son parecidos. El don de la enseñanza proporciona instrucción espiritual de tal ma­nera que la Palabra de Dios y su voluntad son comprensibles y los oyentes pueden incorpo­rarlas en su vida.
  9. Exhortación (versículo 8). Este don consuela y alienta. También puede incluir la habilidad para enfocar ideas en objetivos comprensi­bles que, de lo contrario, serían casuales e indefinidas.
  10. Repartir (versículo 8). El don de la liberalidad incluye el dar sistemática y alegremente de los medios que uno tiene.
  11. Presidir (versículo 8). Este don puede referir­se al hecho de da* del tiempo y la energía de uno para satisfacer necesidades humanas, no importa cómo puedan presentarse las ne­cesidades.
  12. Hechos de misericordia (versículo 8). Es el don de ser compasivo hacia las necesidades y sentimientos de otros y brindar la ayuda temporal y espiritual que sean apropiadas.
    1. Naturaleza del don de lenguas

De los dones que Pablo enumera, los que suscitan más discusión son el don de lenguas y el de profecía. De este último trataremos más tarde (ver IV.); por tanto, ahora sería apropiado darle alguna atención al don de lenguas.

De los dones que Pablo enumera, los que suscitan más discusión son el don de lenguas y el de profecía. De este último trataremos más tarde (ver IV); por tanto, ahora sería apropiado darle alguna atención al don de lenguas.

Muchos ven el oráculo de Delfos como una evidencia de que la experiencia de las lenguas que se presenta en 1 Corintios 14 tiene sus raíces en la religión helena. Sin embargo, G. F. Hasel (47-49, 130-133) ha mostrado que esta comparación popular está bajo serías dudas como resultado de la in­vestigación reciente. Se ha demostrado que las sacerdotisas pitias no se dedicaban a glossolalia (palabras extáticas de sonidos incomprensibles parecido al habla) cuando entregaban sus oráculos.

Hasel (41-55) demuestra además que la frase “hablar en lenguas” (glossa laléii “nunca se usa fuera del Nuevo Testamento para lo que he se designa como glosolalia” o discurso ininteligible. Tal investigación hace más y más difícil entender la frase “hablar en lenguas” en el Nuevo Testamento como un discurso extático incomprensible.

No hay duda de que el donde lenguas en Hechos 2 fue xenoglossia (hablar en un idioma humano no aprendido). Lucas nos dic dos veces que el pueblo escuchó en sus propios idiomas el testimonio de los apóstol« acerca de las obras maravillosas de Dios (versículo 11). En Hechos 10:41 al 46 los judíos que acompañaban a Pedro entendieron a Cornelio y a los miembros de su casa mientras alababan a Dios por medio del don de lenguas.

El don de lenguas que tuvieron los apóstoles fue permanente. No sólo hablaron con exactitud la lengua o las lenguas que se les dio, sino que el don los capacitó para hablar su propia lengua con una precisión que no habían tenido antes del Pentecostés (Los hechos de los apóstoles, p. 33).

Cuando Pablo impuso sus manos a los 12 “discípulos” recién bautizados en Éfeso, el Espíritu Santo les concedió dos dones: “hablaban en lenguas y profetizaban” (Hechos 19:6). El texto no indica si la experiencia de las lenguas fue xenoglossia o glossolalia, pero desde que la experiencia del Día de Pentecostés es el criterio para identificar experiencias posteriores con lenguas (10:45, 46; 11:15-17), podemos asumir con segur dad que se hablaron idiomas humanos que no habían sido aprendidos con anterioridad.

D. A. Carson declara que, en lo que concierne a Pablo, el don de lenguas es xenoglossia: “Entonces, pensándolo bien, la evidencia favorece la opinión de que Pablo pensó que el don de lenguas era un don de lenguas reales; es decir, idiomas que se conocían, ya sean de hombres o de ángeles” (83). Hasel afirma que el don de lenguas es la aptitud para hablar en un idioma real, pero niega que este hablar incluya el lenguaje de los ángeles. Más adelante indica que el don no podía referirse a un “lenguaje incompren­sible o silabeo sin sentido” pronunciado para que fuera entendido sólo por Dios. Hablar en lenguas es hablar en un “lenguaje huma­no por el cual los ‘misterios’ revelados por Dios se hacen conocer a toda la humanidad” (Hasel 123, 126).

Tanto en Romanos 12 como en 1 Corintios 12 Pablo usa el cuerpo humano como un mo­delo de cómo se correlacionan los diferen­tes dones. Cada don tiene su lugar en el plan de Dios; por eso, ninguno es prescindible. Si aquellos que se piensa que son menores están ausentes, todo el cuerpo sufre (1 Corintios 12:14-26). Dice Schatzmann: “Ninguno de los dones de la gracia es inservible, y ningu­no es menos digno que otro” (102).

D. Permanencia de los dones

Los jarísmata deben encontrarse en la iglesia hasta que Jesús venga. Esto es palpa­ble de tres declaraciones de Pablo.

Primero, en la introducción (1 Corintios 1:6, 7), dice que con la recepción del testimonio de Cristo la iglesia no tenía falta de ningún don mientras esperaban “la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (ver X. C. para un estudio de este pasaje). El punto de Pablo es claro: los jarísmata estarían en funciona­miento entre los que esperaban la segunda venida; por tanto, mientras el advenimiento se dilate, estarán presentes los jarísmata.

Segundo, en su gran capítulo sobre el amor, Pablo dice que nuestro conocimien­to y profecía son imperfectos, pero que cuando venga lo perfecto, entonces lo que es imperfecto se acabará (1 Corintios 13:9, 10). Lo que es perfecto será introducido en el regreso de Jesús. Hasta entonces los jarís­mata desempeñarán su papel propio en el ministerio de la iglesia.

En tercer lugar, los ministerios espiritua­les dentro de los cuales operan los jarísmata han sido dados a la iglesia hasta que todos “lleguemos a la unidad de la fe y del conoci­miento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13). Esto se llevará a cabo sólo cuando Jesús aparezca por segunda vez para cambiar esto “corruptible” en “inco­rruptible” y esto “mortal” en “inmortalidad” (1 Corintios 15:53).

E. Propósito de los dones

El Nuevo Testamento explica claramente que los jarís­mata se dan para la consumación de la mi­sión confiada a la iglesia. Esa misión inclu­ye introducir el evangelio en nuevas áreas (Hechos 1:8), proclamar a Cristo con denue­do (4:31), obrar señales y maravillas para la gloria de Dios (2:43; 5:12-16), fortalecer el compañerismo y el espíritu de comunidad (2:44-47; 4:32-37), combatir el error con la verdad (6:10) e impartir los beneficios de los diversos dones para la edificación de los san­tos (Romanos 1:11; 12:6-8; 1 Pedro 4:10, 11).

En Efesios 4:11 al 14 Pablo enfatiza los dones de los ministerios espirituales que Dios le ha dado a la iglesia (por ejemplo, apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, y maestros). Estos ministerios deben trabajar juntos para nutrir y fortalecer el rebaño, así como para proclamar el evangelio a los que están fuera del rebaño, y en estos ministerios deben par­ticipar tanto los pastores como los laicos.

Mientras los diferentes dones y minis­terios espirituales repartidos por el Espíritu Santo se empleen para la salvación de las al­mas, la iglesia de nuestros días puede testifi­car y tener experiencias semejantes a las de la iglesia primitiva después del Pentecostés. Cada cristiano tiene el privilegio de recibir los dones del Espíritu para testificar correc­tamente por Jesús; cada miembro tiene la oportunidad de usar sus dones en los dife­rentes ministerios para la edificación de la iglesia.

Debido a que los jarísmata se dan para capacitar a la iglesia para cumplir su misión en el mundo, la iglesia de Cristo es una igle­sia carismática. Aunque hoy día la palabra “carismático” ha llegado a estar asociada con experiencias extáticas o emocionales durante la adoración individual y colectiva, en el Nuevo Testamento carismático significa “comisionado para el servicio”, ya sea individual o colectivo.

F. Condiciones para los dones

La idea de llenar ciertas condiciones antes de recibir el Espíritu y los dones que imparte produce desasosiego en algunos cír­culos. Pero ciertas condiciones son básicas en la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de los dones espirituales. Por ejemplo, Pedro le informó a sus oyentes que debían cumplirse ciertas condiciones antes de recibir el Espíritu Santo: arrepentimiento y bautismo en el nombre de Jesús para la remisión de los pecados (Hechos 2:38). Delante del Sanedrín resumió las con­diciones necesarias: al Espíritu Santo se da a todos los que obedecen a Dios (5:32).

Pablo le informó a los corintios que una persona natural es incapaz de entender y apreciar las cosas espirituales; es decir, no recibe los dones del Espíritu (1 Corintios 2:13, 14). Los celos y la rivalidad de la congre­gación en Corinto mostró que algunos entre ­ellos aún eran camales y no espirituales, y por tanto no estaban calificados para recibir los dones espirituales.

Antes que Pablo enumere siete de los do­nes (Romanos 12:6-8), aconseja a los romanos a presentar sus cuerpos en sacrificio vivo, san­to, agradable a Dios, y que no se conformen a este mundo (12:1, 2). Siguiendo la lista de los dones espirituales, apela a los efesios a que se despojen del viejo estilo de vida, que no vivan como los gentiles y que se renueven y se vistan del nuevo hombre, “creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:17-24). Pablo le exhorta a Timoteo a avivar el don que le ha sido dado, y le re­cuerda que Dios le ha dado a los cristianos espíritu de dominio propio (2 Timoteo 1:7).

El asunto de la obediencia levanta pro­fundos interrogantes. Por ejemplo, ¿es po­sible para un cristiano vivir violando la ley de Dios y las enseñanzas de Jesús mientras pretende tener la presencia del Espíritu Santo y experimentar los jarísmata (“dones espirituales”)? El Nuevo Testamento enseña que esto es una imposibilidad (1 Corintios 2:14, 15). Por tanto, cuando se repudia la ley de Dios conscien­temente y se violan persistentemente las en­señanzas de Jesús, al tiempo que se alega tener los dones espirituales, los jarísmata son dones falsificados.

  1. DONES FALSIFICADOS

A veces la gente habla de “perversión” de los jarísmata. Esta forma de hablar pue­de llevar a conclusiones erróneas. Pablo nos asegura que el Espíritu Santo elige a la persona a la cual se le da un don particular: “Pero todas estas cosas [dones] las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:11). No es probable que el Espíritu reparta cual­quier don a una persona que abusará de él o lo pervertirá, porque Pablo dice: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (2:14). Los ja­rísmata se dan para el servicio, no para la satisfacción de los deseos propios.

Si pudieran pervertirse los dones auténti­cos, no cabe duda de que la perversión sería por razones egoístas. Por ejemplo, el egoísmo motivó que Simón el Mago deseara comprar de Pedro el poder para dar el Espíritu Santo a quien él quisiera (Hechos 8:19). La codicia por la ganancia motivó al profeta Balaam a prestar servicios pagos a Balac, rey de Moab, con el propósito de maldecir a Israel (Números 22-24).

Lo que al principio aparece como una perversión de los jarísmata, en realidad es una falsificación de los dones. Esto llega a ser claro si recordamos la naturaleza del gran conflicto. Los jarísmata se dan para la mi­sión y el servicio, para la edificación y el for­talecimiento del reino de Dios, y para la pe­netración y destrucción del reino de Satanás. Es una jugada bien planeada por parte del enemigo falsificar los dones que Dios ha proporcionado para edificar y fortalecer a su iglesia y diezmar el reino de Satanás, y des­pués usar una falsificación para sus propios propósitos en el gran conflicto. Los involu­crados con dones falsificados creen que han sido bautizados en el Espíritu Santo, cuando no es el Espíritu de Dios el que está obrando en ellos (ver Gran conflicto, I-VI).

A. Profecía

Como lo revela la historia del Antiguo Testamento, hay poco que sea nuevo en la falsificación que Satanás hará de los jarísmata en el tiempo del fin. Los falsos profetas que se presentan allí no pervierten el auténtico don de profe­cía; son falsificaciones, la estratagema del enemigo para extraviar y confundir si fuere posible.

A Israel se lo introdujo pronto en la fal­sificación. Balaam había sido un profeta ver­dadero de Dios, pero por el tiempo en que aparece en la historia de Israel había perdido el verdadero don debido al pecado de la ava­ricia. Al continuar con la pretensión de ser un profeta de Dios se convirtió en un falso profeta, una falsificación (Patriarcas y profetas, p. 468).

También se amonestó a Israel acerca de esto: “Si el profeta hablaré en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha ha­blado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor de él” (Deuteronomio 18:22).

Muchos siglos más tarde la prue­ba de un profeta verdadero expuesta en Deuteronomio llegó a ser el tema de discu­sión en la confrontación entre Jeremías y Hananías. Jeremías profetizó que los judíos llevados cautivos a Babilonia volverían a Palestina después de 70 años (Jeremías 25:11, 12; 29:10). Hananías profetizó en el nom­bre del Señor que volverían dentro de dos años (28:3). Jeremías dijo al pueblo que si la palabra del profeta que había profetizado paz se cumplía, conocerían que Dios había hablado por medio de él. Después, Jeremías hizo una segunda predicción: Hananías mo­riría ese año (28:9, 16). Ambas profecías de Jeremías resultaron ciertas: Hananías murió en el mes séptimo (versículo 17) y los cautivos re­gresaron después de los 70 años.

Pero si no se cumple la palabra de un profeta genuino, ¿ese hecho quiere decir que llegó a ser un falso profeta (por ejemplo, una falsificación)? No necesariamente, porque Dios ha establecido el principio de la profe­cía condicional (ver VII).

B. Milagros

Jesús no sólo amonestó contra los fal­sos profetas al fin del tiempo (Mateo 7:15-20; 24:24), sino también contra los hacedores de falsos milagros: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre y en tu nombre echamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apar­taos de mí, hacedores de maldad” (7:22, 23).

“En aquel día” muchos que pretenden ha­ber hecho milagros en su nombre buscarán la entrada al reino, sólo para que les sea negada. Estos taumaturgos o hacedores de milagros, a quienes Jesús identifica como hacedores de maldad, no han pervertido el don genuino de los milagros, porque como hacedores de maldad nunca pudieron poseer ese don. Más bien le hicieron el juego al gran engañador; los suyos son milagros falsificados.

Pablo lo predijo exactamente cuando les escribió a los tesalonicenses acerca del “inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodi­gios mentirosos, y con todo engaño de ini­quidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Tesalonicenses 2:9, 10).

Juan señala que los preparativos para el Armagedón están arraigados en el engaño. Tres espíritus demoníacos, trabajando por medio de sus agentes, falsificarán el don de milagros, y los líderes del mundo serán engañados para desempeñar un papel acti­vo en la batalla final entre el bien y el mal (Apocalipsis 16:13, 14).

C. Lenguas

El don de lenguas, así como el de profe­cía y el de milagros, tiene una falsificación. El don original en el Día de Pentecostés consistió en idiomas humanos hablados perfectamente. Pronunciar sonidos que no pueden identificarse con cualquier lenguaje humano no es una perversión sino una falsi­ficación del don auténtico.

El énfasis que el moderno movimiento pentecostal coloca sobre las lenguas puede ser visto como una perversión del propio lugar del don de lenguas en el plan total de Dios. Por ejemplo, los pentecostales dicen que debido a que la primera manifestación del poder del Espíritu Santo “fue una pro­nunciación sobrenatural en otros idiomas”, las lenguas deben ser vistas como la “evidencia normativa del poder pentecostal e las vidas de los cristianos” (Ervin 40).

Pero Pablo pregunta: “¿Hablan todos 1enguas?” (1 Corintios 12:30). El uso del adverbio negativo griego me en la construcción griega de la pregunta de Pablo evidencia que sabía que la respuesta debía ser “No”. El mismo apóstol dice también: “Todas estas cosa [dones] las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere” (12:11). Insistir en que todos debe hablar en lenguas antes de reclamar el bautismo en el Espíritu Santo es una perversión de la enseñanza de Pablo en 1 Corintios 12 14, ya que hablar con sonidos que no componen un idioma humano es una falsificación.

También sería una perversión de la enseñanza de Pablo sobre los jarísmata vincular la posesión de un don (o de dones) con el tener autoridad. Los entusiastas en Corinto pudieron haber abusado del don de lenguas estableciéndose a sí mismos como superiores al resto. Como resultado, la autoridad espiritual expresada en la glossolalia llegó a ser una anarquía y amenazaba la propia comprensión de la comunidad. Schatzmann observa: “Es seguro decir que la autoridad carismática del creyente individual recibe (y mantiene) s significado sólo en sumisión a la autoridad carismática de toda la comunidad” (99).

IV. EL DON PROFÉTICO

El valor del don profético puede apre­ciarse sólo a la luz de su producto más apre­ciado. L. E. Froom (The Prophetic Faith of Our Fathers, tomo 4, p. 966) explica: “La comprensión de que la Biblia, el produc­to específico del don de profecía es, después de Cristo mismo y el Espíritu Santo, el mejor don de Dios al hombre, eleva al don de pro­fecía, fuera del reino de algún capricho ex­traño, al plano más elevado en la operación del maravilloso plan de redención”.

Debido a que un don debe tener uno que lo reciba, es necesario hacerse dos preguntas: 1) ¿Quién recibe el don de profecía?, 2) ¿Cuál es el papel que desempeñan tales personas en la iglesia de Cristo?

  1. Definición de términos

En la Biblia hay varios términos que s traducen por “profeta”; sería de ayuda identificar el significado que transmiten. En el Antiguo Testamento hay tres vocablos que se traducen por “profeta”. Hózeh y ró ‘eh tienen el significado de “vidente”, y destacan la manera en la cual Dios se comunica con el profeta (por ejemplo, por medio de representaciones visuales). Nábi’ se usa más frecuentemente, y parece tener sus raíces en la idea de “un anunciador” o “uno que proclama un mensaje”. Un ejemplo de esta función de nábi’ aparece en el caso de Aarón, quien sirvió como portavoz de Moisés en la corte de Faraón (Éxodo 7:1).

Combinando los contenidos conceptuales en las tres palabras hebreas podemos decir que la profecía en el Antiguo Testamento es: 1) una comu­nicación de Dios que puede ser predictiva o no; 2) lo recibido por uno a quien se le dio el don profético; y 3) lo que debe ser procla­mado a una audiencia específica.

Cuando los escritores del Nuevo Testamento hablan acerca del mensaje de los profetas se refieren generalmente a los escritores del Antiguo Testamento. Dentro del mundo del Nuevo Testamento, la palabra griega profetés (profeta) no sólo llevaba la connotación de uno que hablaba en lugar de un dios, sino que también podía referirse a un filósofo, maes­tro, historiador o un especialista en ciencias. Dentro de la comunidad cristiana también había profetas: hombres y mujeres que ha­blaban en lugar de Dios.

  • El llamado profético

Existe un debate en cuanto a si el llama­do y el otorgamiento del don profético cons­tituyen un “oficio profético”, o si el don es estrictamente funcional. En cualquier caso, la Biblia registra varias experiencias dramá­ticas con el llamado y el otorgamiento del don. Dios habló a Moisés desde la zarza ardiente (Éxodo 3:4), Elías colocó su manto so­bre los hombros de Eliseo (1 Reyes 19:19-21), Isaías estuvo en la presencia de Dios y se le puso sobre sus labios un carbón encendido del altar (Isaías 6), Jeremías fue informado que Dios lo había elegido como profeta antes que hubiera nacido y que Dios había tocado su boca (Jeremías 1). Amos fue alistado de entre los pastores de Tecoa (Amos 1), y Pablo cayó en tierra cuando se rindió ante la gloria del Cristo resucitado (Hechos 9:1-9).

A otros se los identifica como profetas sin ningún registro de un llamamiento es­pectacular o dramático. Aparecen en la his­toria, hacen su tarea asignada y desapare­cen. El silencio no anula la posibilidad de una experiencia dramática cuando recibie­ron el llamado, ni significa que no tuvieran el don profético.

Sin embargo, todos los profetas verda­deros tienen una cosa en común. Aunque algunos son reacios a asumir la responsabi­lidad que Dios desea colocar sobre ellos, se inclinan en humilde obediencia ante quien los llama. Esta actitud de sumisión proviene de un corazón que fue cambiado por el poder del Espíritu Santo, y se refleja en palabras de profetas tales como Samuel: “Habla, porque tu siervo oye” (1 Samuel 3:10), e Isaías: “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8).

El propósito del don profético es propor­cionar un medio de comunicación entre Dios y la humanidad. Debido a que los actos de Dios en la historia tienen un efecto significa­tivo en su pueblo, Dios intenta mantenerlos informados. Amos presenta esta seguridad: “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele sus secretos a sus siervos los pro­fetas” (Amos 3:7).

Las diversas comunicaciones proféticas registradas en las Escrituras muestran las fun­ciones del don. Por ejemplo: guiar, aconsejar, exhortar, instruir, consolar, revelar el futuro, reprobar, amonestar del juicio venidero y lla­mar al reavivamiento, por mencionar unas po­cas. En resumen, la profecía revela los actos creadores y redentores de Dios tal como se centran en Jesús. Proporciona una guía para ser estudiada y obedecida por los que han co­locado su fe en la esperanza eterna.

  • Recibiendo y comunicando los mensajes

La verdadera profecía consta de una reve­lación de Dios y de la proclamación de lo que ha sido revelado. La profecía falsa siempre in­cluirá proclamación, pero no habrá revelación que tenga su origen en Dios. Dijo Moisés: “Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigio, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos… no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al soñador de sueños” (Deuteronomio 13:1-3). El sueño, en este contexto, proviene de otra fuente que no es Dios.

Dios les aseguró a Aarón y a Miriam que los profetas verdaderos reciben revelacio­nes de él: “Oíd ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él” (Números 12:6). Esta declaración establece los dos medios más frecuentes por los que Dios se comunica con una persona que ha sido elegida para recibir el don profético (ver Revelación III, IV).

El profeta en visión puede ver represen­taciones simbólicas de eventos que sucede­rán en el futuro, o ver eventos reales como sucedieron en el pasado o están a punto de suceder. Un profeta puede conversar con Dios y con los ángeles; se le informa acerca de los asuntos de las naciones, los reyes y el pueblo común; y puede ser llevado más allá del tiempo tal como lo conocemos, más allá de la terminación del gran conflicto, para contemplar acontecimientos que ocurrirán en la eternidad.

Las Escrituras describen los fenómenos físicos durante una visión, los cuales po­drían ser considerados por algunos como parte de una experiencia “extática”. Por ejemplo, Balaam describe estar caído en la visión del Todopoderoso y oyendo sus pala­bras mientras sus ojos permanecían abier­tos (Números 24:3, 4, 15, 16). Daniel quedó sin fuerzas, cayó sobre su rostro y estaba en lo que parecía un sueño profundo. Sintió que una mano lo tocaba y lo puso sobre si rodillas y sobre las palmas de sus mano Cuando se le ordenó levantarse se le di fuerzas y permaneció temblando, pero aparentemente no respiraba (Daniel 10:8-11, 17 Pablo fue herido por la luz que fulguraba a su alrededor, dejándolo temporalmente ciego en el momento de su primera visión (Hechos 9:3-8). Juan cayó al suelo como estuviera muerto (Apocalipsis 1:17).

La condición física de Elena de White cuando estaba en visión fue parecida a lo que se acaba de describir; esas condiciones han sido informadas en detalle por numerosos testigo presenciales. Incluyen la pérdida de 1a fuerza física seguido por fuerza sobrenatural, ausencia de aliento, ojos abiertos que parece observar algo a la distancia, inconsciencia d los alrededores y, por unos momentos después de la visión, todo parece oscuro. Aunque esto fenómenos físicos cautivaron el interés de 1a gente, el objeto real de atención es el contenido del mensaje recibido de Dios.

  • Sueños

Dios también les informó a Aarón y Miriam que él se comunicaría con un profeta por medio de sueños proféticos. Los mensaje recibidos en los sueños no son inferiores a lo dados en visiones; la diferencia está en que vienen cuando el profeta está durmiendo.

Dios también se comunica por medio di sueños con personas que no son profetas. Po ejemplo, por medio del símbolo de una imagen se le mostró al rey Nabucodonosor en un sueño el futuro curso de la historia humana. A Daniel, un profeta de Dios, se le dio ci “visión nocturna” o sueño la interpretación de lo que viera Nabucodonosor (Daniel 2).

Cuando se le preguntó cómo sabía si Dios se estaba comunicando con ella por medio de un sueño o si sencillamente estaba soñando como lo hacen todos los humanos, Elena de White dijo que el mismo ángel que la asistió en el sueño de la noche la asistió durante una visión de día (A. White, 1969, 7).

  • La palabra del Señor

No toda revelación viene por medio de sueños y visiones. En muchos lugares, en los escritos de los profetas, los escritores inspira­dos se refieren al método de comunicación de Dios como “vino a mí la palabra de Jehová”, aparte de cualquier referencia a sueños o vi­siones (cf. Jeremías 1:4; Ezequiel 6:1; Oseas 1:1). Esto parece haber sido principalmente una audi­ción reveladora del Señor al profeta.

  • Modelo de investigación

Lucas traza aun otra expresión de profe­cía verdadera, y se refiere a la investigación. En la introducción de su Evangelio presen­ta, como sus fuentes, a testigos presenciales de la vida y el ministerio de Jesús, junto con ministros de la Palabra. En su Evangelio no hay referencia a sueños y visiones, aunque no están necesariamente excluidos, sino que hace una clara mención de entrevistas, refi­riéndose específicamente al hecho de que las cosas que fueron realizadas por Jesús “nos lo enseñaron [griego parédosan]”; es decir, se las transmitieron a él (Lucas 1:2).

Elena de White justifica la dimensión de la investigación en el ministerio del profeta: “Dios se ha dignado comunicar su verdad al mundo por medio de instrumentos humanos, y él mismo, mediante su Santo Espíritu, hizo idóneos a los hombres y los habilitó para rea­lizar esa obra. Guio la mente de ellos en la elección de lo que debían decir y escribir” (El conflicto de los siglos, p. 9). Entender que la inspiración divina incluye no sólo sueños y visiones dados por el Espíritu Santo, sino también la guía del Espíritu al recoger información por medio de la investigación, debería ayudar a los lecto­res a aceptar el hecho de que en algunos ca­sos los escritores inspirados, tanto canónicos como no canónicos, usaron fuentes en sus producciones literarias.

  • Comunicando el mensaje

Los mensajes proféticos fueron comuni­cados de varias maneras. Muchos le fueron entregados oralmente a personas o a grupos de personas (2 Samuel 12:7-12; Hechos 21:10-Algunos fueron enviados por carta (Jeremías 29; Apocalipsis 2; 3; las epístolas del Nuevo Testamento son car­tas enviadas a iglesias o a personas por escri­tores inspirados). Por medio de pantomima, Ezequiel presentó muchos de sus mensajes a los cautivos (Ezequiel 4; 5; 12; etc.).

Algunos escritores inspirados usaron asistentes literarios al redactar los mensajes que recibieron de Dios. Por ejemplo, Baruc ayudó a Jeremías al registrar toda la instruc­ción que el Señor le había dado al profeta (Jeremías 36:1-4). Cuando el mensaje original fue destruido por el rey Joacim, Jeremías le vol­vió a dictar los mensajes a Baruc, con algo más añadido (Jeremías 36:32).

Parece que también Pablo tuvo asisten­tes que lo ayudaron a preparar sus epístolas. Tercio fue el escriba para Romanos (Romanos 16:22). Algunas otras epístolas terminan con un saludo de la mano de Pablo, dando a entender así que alguien lo ayudó con el cuerpo de la carta (por ejemplo, 1 Corintios, Colosenses, Tesalonicenses y posiblemente Gálatas). Esto muy bien pudo haber sido también el caso para otras epístolas.

  • Iluminación

El don de profecía fue dado para la edifi­cación de la iglesia (1 Corintios 14:4). Cuando el Espíritu revela mensajes, el profeta los co­munica a la gente de manera que conozcan la voluntad de Dios. Los mensajes proféti­cos registrados proporcionan la oportunidad para que muchas personas sean instruidas en la voluntad de Dios tal como le fue reve­lada al profeta.

Maestros y predicadores que edifican al pueblo de Dios al exponer su Palabra tienen el don de la exhortación (Romanos 12:8) o el don de la enseñanza (1 Corintios 12:28). Cuando el maestro y predicador de la Palabra pre­para sus mensajes, el Espíritu Santo ilumi­na su entendimiento. Esta experiencia es “iluminación”, no el don de profecía. Cuando se presentan los mensajes, la autoridad de cada uno se basa en el pasaje bíblico inspirado del cual está tomado, no en ninguna cosa que el maestro o predicador posea inherentemente, ni en su experiencia de iluminación (ver Interpretación II. D).

  • PROFECÍA Y CANON


Debido a que el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento presentan tal gama de actividades bajo el título de profecía, es difícil asignar a categorías exactas cada ejemplo de actividad profética del Espíritu registrada en las Escrituras. La sugerencia de que la profecía puede dividirse en dos cate­gorías, la oral y la escrita, es sólo un intento por proporcionar dos categorías flexibles en las cuales puedan colocarse las actividades proféticas del Espíritu. También, firmemente entroncada dentro de la discusión de la pro­fecía como un don espiritual, está la cuestión de autoridad y la relación de un profeta a es­critos anteriores ya aceptados como canon. Para el propósito de este estudio puede pre­guntarse: ¿Cuál es el papel del don profético después que ya file cerrado el canon?

  1. Profecía oral

La profecía oral, que antecede a los escri­tos en el canon, existió simultáneamente con las actividades de los profetas escritores y debe estar presente en el pueblo de Dios has­ta el fin del tiempo (Joel 2:28, 29). En esta categoría están profetas tales como Enoc y Noé antes del diluvio, y Elías y Eliseo des­pués del diluvio. La profecía oral también existió durante los tiempos del Nuevo Testamento (lo ana­lizaremos más adelante; ver VI). Ejemplos menos conocidos de profecía oral se presen­tan bajo las siguientes categorías generales.

  1. Mensajes de confirmación

En algunos casos, hombres y mujeres, movidos por el Espíritu Santo, hablaron pa­labras con el propósito de confirmar la fe, consolar y bendecir al pueblo de Dios al ma­nifestar su presencia entre ellos.

Aquí se citan algunos ejemplos de ambos testamentos. El Antiguo Testamento registra la experiencia de los 70 ancianos que fueron elegidos para ayudar a Moisés a juzgar a los hijos de Israel. Siguiendo la instrucción del Señor, Moisés reunió a los 70 delante de la puerta del tabernáculo, y “entonces Jehová descendió en la nube, y le habló [a Moisés]; y tomó del espíritu que estaba en él, y lo puso en los setenta varones ancianos; y cuando posó sobre ello el espíritu, profetizaron y no cesaron” (Números 11:25). Dos de los ancianos no se reunieron con el grupo, pero el Espíritu cayó sobre ellos y también profetizaron (versículos 26-30).

Aunque la Biblia no revela lo que dijeron esos ancianos, y aunque no volvieron a profetizar, es seguro suponer que el Espíritu le dio el don de sabiduría y discernimiento a compartir con Moisés la responsabilidad de juzgar a Israel. Al permitir que profetizara los 70 ancianos bajo el poder del Espíritu, Dios los confirmó delante de Israel comí hombres elegidos para una tarea especial.

El primer rey de Israel tuvo una experiencia semejante. Primero profetizó como un señal de que en verdad había sido elegido por Dios para dirigir a Israel (1 Samuel 10:1-13). La segunda vez que el Espíritu movió a Saúl a profetizar le impidió tomar la vid, de David. En ese momento los hombres enviados por Saúl para matar a David también profetizaron (19:18-24). Aunque ni Saúl n sus hombres armados eran profetas, su experiencia convenció a otros de que Dios estaba con David.

Después de la muerte del rey Saúl, un grupo de hombres de las tribus de Benjamín y Judá buscó a David con la intención de unirse a él. David estaba dispuesto a aceptarlos si venían como amigos, pero no estaba seguro de sus intenciones: “Entonces el Espíritu vino sobre Amasai, jefe de los treinta, y dijo: Por ti, oh David, y contigo, oh hijo de Isaí. Paz, paz contigo, y paz con tus ayudadores, pues también tu Dios te ayu­da”. Reconociendo que Amasai había sido impulsado por el Espíritu para hablar esas palabras, David los recibió en sus filas “y los puso entre los capitanes de la tropa” (1 Crónicas 12:18). No hay registro de que Amasai vol­vió a profetizar; no era profeta.

El Nuevo Testamento registra las experiencias de Elisabet y Zacarías. Lucas dice que ambos fueron lle­nos del Espíritu Santo; Elisabet proclamó un mensaje de Dios con gran voz y Zacarías profetizó (Lucas 1:41, 67). María la madre de Jesús respondió a la declaración inspirada de Elisabet con su hermoso himno “Engrandece mi alma al Señor” (1:46-55). No hay duda de que María también habló bajo la inspiración. Al introducir su Evangelio con esta trilogía de declaraciones inspiradas, Lucas indica que se le había restaurado la profecía a Israel y sugirió el amanecer de la era mesiánica.

Joel, el profeta del Antiguo Testamento, previo el día cuan­do el don profético sería dado en abundancia. Cuando el Espíritu de Dios sea derramado sobre su pueblo, “profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones” (Joel 2:28). La aplicación de este pasaje por Pedro a los eventos del Pentecostés está en armonía con el contexto de la declaración de Joel acerca del derramamiento de la lluvia temprana (versículo 23; ver VI). La segunda parte de la declaración de Joel se relaciona con las promesas de la lluvia tardía al pueblo de Dios, una experiencia futura semejante al Pentecostés.

  • Cantores del santuario

Una segunda categoría de la profecía oral puede ilustrarse por los cantores del Santuario. Bajo la dirección de David fueron asignados tres grupos de cantores para profe­tizar con liras, arpas y címbalos durante los servicios del Santuario. Los hijos de Asaf, que escribieron muchos de los salmos que se conservan en Salmos, profetizaron. Los hi­jos de Jedutún profetizaron bajo la dirección de su padre, “el cual profetizaba con arpa, para aclamar y alabar a Jehová”. Los hijos de Hernán, vidente de David, también pro­fetizaron bajo la dirección de su padre “en la música, en la casa de Jehová, con címbalos, salterios y arpas, para el ministerio del tem­plo de Dios” (1 Crónicas 25:1-8).

Estos grupos de cantores no estaban for­mados por profetas, aunque Hernán fue un vidente y Asaf escribió para el libro canóni­co de Salmos. ¿Cómo podían profetizar estos cantores por la indicación de sus directores? Sin duda cantaban lo que había sido escrito previamente por los que eran considerados inspirados. No eran profetas, pero cantaron las palabras proféticas inspiradas para la glo­ria de Dios y, de esa manera y en ese sentido, profetizaron.

  • Hijos de los profetas

Una tercera categoría de la actividad profética tuvo lugar en las escuelas de los profetas, fundadas y dirigidas por el profeta Samuel. Los jóvenes alistados en esas es­cuelas fueron llamados los hijos de los pro­fetas. Sus estudios se centraban en la ley de Dios, las instrucciones dadas por Moisés, la historia sagrada, la música sacra y la poe­sía. En el tiempo de Samuel existían dos de estas escuelas: en Ramá y en Quiriat-jearim (Patriarcas y profetas, p. 643).

Estas escuelas y los hijos de los profe­tas existían durante el ministerio de Elías y Eliseo con escuelas en Betel y en Jericó (2 Reyes 2:1-18; 4:1-7). Un joven de entre ellos fue enviado al rey Acab con un importante mensaje de Dios (1 Reyes 20:35-43). Dos ve­ces en la narración se lo llama profeta (versículos 38, 41). Los 100 profetas que Abdías escon­dió de la ira de Jezabel en una cueva, y los mantuvo con pan y agua, también pudieron haber venido de entre los hijos de los profe­tas (18:3, 4). Aunque las Escrituras nos dicen poco acerca de esos hombres, fueron reco­nocidos como profetas y fueron usados por Dios para llevar adelante sus propósitos.

  • Profecía escrita

La profecía escrita es un mensaje que lle­va la autoridad de Dios y que se comunicó por medio del Espíritu Santo a través de un mensajero elegido para transmitirla en forma escrita a los destinatarios-escogidos. Puede dividirse en dos categorías: canónica y no canónica.

  1. Canónica

Los libros canónicos del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento son la voz autorizada de Dios que habla a través de sus instrumentos elegidos, los escritores de la Biblia. Presentan las verdades que llevan a la vida eterna y toda enseñanza religiosa debe ser probada por ellos

  • No canónica

Los libros canónicos presentan a profetas cuyos escritos no estaban destinados al canon. Entre éstos en el Antiguo Testamento están Natán, Gad (1 Crónicas 29:29) y Ahías e Iddo (2 Crónicas 9:29). Aun cuando estos profetas no escribieron nada para el canon, se los identifica como profetas. Como tales, fueron representantes de Dios y sus mensajes llevaban el sello de su autoridad. Como veremos más tarde, Elena de White encaja en esta categoría como profetisa no canónica que escribe en el tiempo del fin (ver XI.).

VI. PROFECÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO

Lucas 1 nos muestra el don profético en los himnos de Elisabet, María y Zacarías. Cada uno de los cuatro evangelios registra el ministerio profético de Juan el Bautista, y el don profético permaneció en operación a través de la experiencia de la iglesia apos­tólica y se manifestó en la obra de Juan el Revelador al fin del siglo I.

Pablo informa dos veces a sus lectores que Dios ha puesto profetas dentro de la iglesia (1 Corintios 12:28; Efesios 4:11). Va un poco más allá y dice que la iglesia del Nuevo Testamento está edificada sobre el fundamento de los após­toles y profetas (Efesios 2:20). Esos profetas con profetas del Nuevo Testamento, porque Pablo dice en Efesios 3:4 y 5 que el Espíritu reveló el mis­terio de Cristo a esos apóstoles y profetas, misterio que no se había hecho conocer a generaciones anteriores.

La estructura de la oración gramatical en griego de Efesios 2:20 (ton apostólón kai projetén) y de 3:5 (tóis agíois apostólois autú kai projetais) sugiere que ambos, após­toles y profetas, encajan en una y la misma categoría (por ejemplo, los apóstoles también son profetas). Sin embargo, como ya fue mencionado, hay profetas en el Nuevo Testamento que no fueron apóstoles; por ejemplo: Agabo, Judas, Sila y las cuatro hijas de Felipe.

Pablo insta a los corintios a que busquen los dones espirituales, y especialmente que puedan profetizar, porque la profecía fortalecía la congregación por medio de la enseñanza el ánimo y el consuelo (1 Corintios 14:1-3). Sólo si las lenguas se interpretan para beneficio de la congregación es cuando el don de lenguas iguala al de profecía. Así que Pablo dice “Quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas, pero más que profetizaseis” (versículo 5).

En este punto deben recordarse las preguntas retóricas de Pablo: “¿Son todos profetas?… ¿Hablan todos lenguas?” (1 Corintios 12:29, 30). De nuevo, con la partícula adverbial negativa griega (me) presente en la pregunta, la respuesta obvia es “No”. Por tanto, aunque Pablo deseaba que todos fueran profetas y pudieran profetizar, sabía que no todos recibirían el don de profecía.

Sobre la base de este entendimiento, lo: profetas de 1 Corintios 14:29 al 33 corresponden a la categoría de profetas orales. No son miembros de iglesia que, conmovidos por un sermón o un himno, desean compartir un pensamiento o dos que los impresiona­ron. Las palabras habladas por esos profe­tas debían ser pesadas y evaluadas por otros profetas (oi álloi); si las aceptaban, entonces debían compartirlas de manera que el mensaje de Dios pudiera ser entendido y apreciado correctamente por todos.

  • PROFECÍA INCONDICIONAL Y CONDICIONAL

La idea de que toda profecía proferida por un profeta verdadero se cumplirá, y que la profecía que no se cumpla muestra que un profeta es falso, no resiste el testimonio de la Escritura. El mismo hecho de que las predicciones hechas por los profetas que han demostrado ser verdaderos profetas no siempre han ocurrido, obliga a la conside­ración de por lo menos dos categorías de profecía: condicional e incondicional (ver Apocalíptica II. B).

  1. Profecía incondicional

Por la misma naturaleza de su contenido, algunas profecías en la Escritura se cumpli­rán sin tener en cuenta la respuesta de los seres humanos. Estas incluyen las grandes profecías mesiánicas, las predicciones del fin de la historia humana como la conocemos, la experiencia del pecado y las predicciones de la Tierra hecha nueva.

  • Profecía condicional

Las profecías que no se cumplen pueden ser denominadas falsas. Después de todo, uno debe tomar en cuenta declaraciones ta­les como “si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal pro­feta; no tengas temor de él” (Deuteronomio 18:22). Jeremías también escribió: “El profeta que profetiza de paz, cuando se cumpla la pala­bra del profeta, será conocido como el profe­ta que Jehová en verdad envió” (Jeremías 28:9).

Por otra parte, en el canon del Antiguo Testamento hay un libro entero dedicado a una profecía que nun­ca se cumplió, pero aun así era profecía genuina. Jonás fue a Nínive y proclamó: “De aquí a cuarenta días, Nínive será destruida” (Jonás 3:4). Basados en el criterio establecido en Deuteronomio 18:22, Jonás sería considerado un falso profeta porque Nínive no fue destrui­da en 40 días. Sin embargo, Jonás fue un pro­feta verdadero que entregó el mensaje exacto que Dios tenía el propósito que se diera. La predicción verdadera de Jonás no se cumplió porque el pueblo a quien estaba dirigida res­pondió por medio del arrepentimiento, procla­mó ayuno y se vistió de cilicio (Jonás 3:5).

La experiencia de Nínive ilustra el princi­pio básico de la profecía condicional tal como lo declara Jeremías: “En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir. Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual ha­blé, yo me arrepentiré del mal que había pen­sado hacerles, y en un instante hablaré de la gente y del reino, para edificar y para plantar. Pero si hiciere lo malo delante de mis ojos, no oyendo mi voz, me arrepentiré del bien que había determinado hacerle” (Jeremías 18:7-10).

  • EL DON PROFÉTICO Y EL CANON CERRADO

Existe un temor real de que si el don profético se extendiese más allá del fin del siglo I se comprometería la autoridad de la Palabra de Dios tal como existe en el canon del Antiguo Testamento y el canon del Nuevo Testamento. Por causa de este temor muchos, que creen que el don profético continúa hasta que Jesús venga, ven este don como desempeñando un papel menor en la iglesia. Algunos entienden que 1 Corintios 14 dice que un mensaje de un “profeta cris­tiano” 1) debe ser evaluado por la iglesia; 2) no tiene la autoridad de Dios (por ejemplo, no es el mandamiento del Señor); y 3) puede ser o aceptado o rechazado. Estas personas insisten además en que la profecía cristiana no tiene tanta autoridad en la iglesia como el don de la enseñanza, porque enseñar ilumina la Palabra de Dios mientras que la profecía cristiana no tiene la autoridad del canon.

Debemos estar constantemente en guar­dia, no vaya a ser que se ponga a prueba la Escritura al colocar otros documentos a su lado. De ninguna manera debe haber una disminución de la importancia de la Biblia o la enseñanza de doctrinas contrarias a la Escritura. Un estudio cuidadoso del don profético después del cierre del canon ayudará a los cristianos a evitar estos peligros.

  1. Profecía escrita no canónica y un canon cerrado         

Sin duda, la experiencia de los apóstoles es única en dos formas. Primero, fueron tes­tigos presenciales del Dios encamado. Juan se maravilla del privilegio que le fue dado a él y a sus compañeros apóstoles: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que henos contemplado, y palparon nuestras manos to­cante al Verbo de vida (porque la vida fue ma­nifestada, y la hemos visto)” (1 Juan 1:1, 2).

En segundo lugar, a los apóstoles les fue dado el privilegio de registrar su experien­cia bajo la inspiración divina del Espíritu Santo: “Testificamos y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó; lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos… Estas cosas os escribi­mos, para que vuestro gozo sea completo” (1 Juan 1:2-4).

La experiencia de los apóstoles es irre­petible pero fue registrada para nuestro beneficio. Lo que oyeron y vieron fue la última revelación de Dios (Hebreos 1:1, 2), y por medio de su registro los lectores del canon del Nuevo Testamento pueden compartir en algún grado su experiencia. Los escritos de los apóstoles concluyendo con el Apocalipsis, constituye un canon cerrado.

Mientras que la amonestación contenida en Apocalipsis 22:18 y 19 prohíbe añadir quitar de las palabras de las profecías que se hallan en el Apocalipsis, se establece u principio importante por medio de este p; saje de cierre en el canon del Nuevo Testamento. De esto se deduce que no se permite la alteración de ningún libro canónico y, sin embargo, uno no debería desechar livianamente la posibilidad de ulterior revelación divina.

Cuando se entiende que la profecía escrita existe en dos formas, canónica y no canónica, es posible ver que Dios puede hablar con autoridad a su pueblo a través del don profético después del cierre del canon y no poner en peligro su posición y autoridad. Elena de White, quien entre los adventistas del séptimo día es reconocida como elegida por Dios para recibir el don de profecía, enfatizó esto cuando señaló que las Escrituras identifican a una cantidad de personas a las que se les dio el don profético pero que n tuvieron nada que hacer con la escritura de la Biblia: “Asimismo, una vez cerrado el canon de las Escrituras, el Espíritu Santo todavía debía continuar su obra de iluminar, advertir y consolar a los hijos de Dios” (El conflicto de los siglos, p. 11).

  • Función del don profético poscanónico

Al reconocer que Dios aún habla con autoridad a su pueblo aunque ya está cerrad el canon bíblico, es necesario determinar la relación entre profecía literaria canónica profecía literaria no canónica, y la función de esta última en la experiencia de la iglesia. Quizá la forma más enérgica de presentar esta relación y función es examinar la actitud hacia la Biblia por parte de un profeta litera­rio no canónico y lo que Elena de White vio como su papel en la iglesia.

  1. Exaltar la Escritura

Elena de White se relaciona con la Escritura de una manera completamente di­ferente que José Smith o Mary Baker Eddy. Mientras éstos dijeron que sus escritos eran superiores a la Biblia, Elena de White le da autoridad suprema a la Palabra de Dios. La declaración siguiente resume su posición so­bre la Biblia: “En su Palabra, Dios comunicó a los hombres el conocimiento necesario para la salvación. Las Santas Escrituras deben ser aceptadas como una revelación autorizada e infalible de su voluntad. Son la norma del carácter, las reveladoras de doctrinas y las examinadoras de la experiencia” (El conflicto de los siglos, p. 9).

Se identifica a la Biblia como un mapa o un derrotero para la familia humana con el fin de señalar el camino al cielo (Mensajes selectos, tomo 1, p. 17). Reiteradamente, en sermones y en la página impresa, Elena de White elevó la Palabra ante el pueblo con la seguridad de que era la única regla de fe y práctica. Al recalcar que la Palabra de Dios debía ser querida y obedecida, rechazó completamente la idea de que la luz que se le había dado por medio del don profético fuera a tomar el lugar de la Biblia (Mensajes selectos, tomo 3, p. 31).

  • Iluminar y aclarar la Escritura

Aunque Elena de White afirma que la inspiración del Espíritu Santo que recibió es igual a la que experimentaron los escritores de la Biblia, reconoce su posición como un profeta literario no canónico: “El Espíritu Santo es el autor de las Escrituras y también del Espíritu de Profecía” (Mensajes selectos, tomo 3, p. 32). Lo que fue inspirada para escribir lleva la autoridad de Dios, pero es 1) para tomar su lugar su­bordinado a la Escritura: “El Espíritu no fue dado –ni jamás puede ser otorgado– para su­plantar a la Biblia, pues las Escrituras decla­ran explícitamente que la Palabra de Dios es la regla por medio de la cual toda enseñanza y experiencia debe ser probada” (El conflicto de los siglos, pp. 9, 10); y 2) para iluminar y aclarar la Escritura: “Poco caso se hace de la Biblia, y el Señor ha dado una luz menor para guiar a los hombres y mujeres a la luz mayor” (Mensajes selectos,  tomo 3, p. 32).

Jesús dijo a sus discípulos que cuando vi­niera el Espíritu Santo, éste los guiaría a toda verdad (Juan 16:13). Dice Elena de White: “El hecho de haber revelado Dios su voluntad a los hombres por medio de su Palabra no anu­ló la necesidad que ellos tienen de la continua presencia y dirección del Espíritu Santo. Por el contrario, el Salvador prometió el Espíritu para abrir la Palabra a sus siervos, para iluminar y aplicar sus enseñanzas. Y como el Espíritu de Dios fue el que inspiró la Biblia, es imposi­ble que alguna vez las enseñanzas del Espíritu sean contrarias a las de la Palabra” (El conflicto de los siglos, p. 9).

  • Aplicar la Escritura

Elena de White señala que las Escrituras abundan en principios para la debida vida cristiana, y que sus testimonios, tanto gene­rales como personales, escritos bajo la di­rección del Espíritu Santo, tienen la inten­ción de llamar la atención a estos principios bíblicos. Sus testimonios no son nuevas re­velaciones, sino que exponen las sencillas lecciones para la vida tal como se presentan en la Escritura, para que 1) puedan corre­girse los errores, 2) pueda verse con más claridad el camino correcto, y 3) cada per­sona esté sin excusas (Mensajes selectos, tomo 3, p. 33).

  • Responder y exhortar a la iglesia

Elena de White señaló que Dios conside­raba las reprensiones y amonestaciones como una fase importante de su obra profética. Ella 1) reprendió continuamente a la iglesia, así como a individuos; 2) amonestó de errores en los que se habían extraviado, tanto en creencia como en estilo de vida; y 3) volvió a llamar a todos a tener una relación más ín­tima con Dios y a un estudio profundo de su Palabra (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 51-55).

  • Proteger de error doctrinal

Inspirada por el mismo Espíritu que inspiró a los escritores bíblicos, y recalcan­do el hecho de que los escritos inspirados por el Espíritu no se contradicen entre sí, sino que están en perfecta armonía, Elena de White declaró además: “La Biblia debe ser vuestra consejera. Estúdienla y estudien testimonios que Dios ha dado, porque ellos nunca contradicen esta Palabra” (Mensajes selectos, tomo 3, p. 35).

Debido a esta armonía con la Biblia, 1os mensajes de Elena de White han protegido la Iglesia Adventista del Séptimo Día de aceptar errores doctrinales y ha ayudado a establecer a sus miembros en la verdad bíblica.

  1. PROBANDO EL DON PROFÉTICO

La familia humana ha sido azotada en la gran lucha cósmica entre dos poderes espiri­tuales (ver III). Dentro de este gran conflicto, las fuerzas del mal emplean cada medio a su disposición para engañar a la gente y tergi­versar el carácter de Dios, usando incluso falsos profetas para alcanzar su blanco. Jesús ya lo advirtió: “Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que enga­ñarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mateo 24:24). Por esta razón, Juan le dice a la iglesia que pretende tener el don proféti­co, que éste debe ser probado: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíri­tus si son de Dios; porque muchos falsos pro­fetas han salido por el mundo” (1 Juan 4:1).

Pueden aplicarse cuatro pruebas vitales a cualquiera que pretenda tener el don de profe­cía. Deben cumplirse las cuatro antes que pue­da aceptarse como genuino el don profético.

  1. Cuatro pruebas vitales     
  2. “A la Ley y al testimonio”

La primera compara la enseñanza de uno que pretende tener el espíritu de profecía con la enseñanza del canon sagrado. Este prin­cipio fue establecido por Moisés al hablar a Israel: “Cuando se levantare en medio de profeta… diciendo: Vamos en pos de dio­ses ajenos… no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños… Tal profeta o soñador de sueños ha de ser muerto, por cuanto aconsejó rebelión contra Jehová vuestro Dios” (Deuteronomio 13:1-5). Isaí hizo énfasis en el mismo principio muchos siglos más tarde al advertir a Israel que no consultara a médiums o a adivinos; en vez de eso, el pueblo debía ir “a la ley [tóráh] y al testimonio”. Insistió en que una fuente de información que no hablara de acuerdo cc la ley y el testimonio no había “amanecido no había luz en ella (Isaías 8:20).

Como la Biblia es la fuente de la verdad la revelación autorizada e infalible de la voluntad de Dios, la reveladora de las doctrinas, la norma para examinar el carácter y prueba de la experiencia religiosa, lo que se expone bajo pretensión de don profético del estar de acuerdo con la Palabra. Así escribió Elena de White: “Como el Espíritu de Du fue el que inspiró la Biblia, es imposible que alguna vez las enseñanzas del Espíritu sea contrarias a las de la Palabra” (El conflicto de los siglos, p. 9).

Cualquier doctrina, consejo o profecía que esté en desacuerdo con lo que se presenta en la Biblia debe ser rechazado, porque no proviene del Espíritu de Dios.

  • Profetas conocidos por sus frutos

Jesús introduce la segunda prueba: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, peí por dentro son lobos rapaces… Así que, pe sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:15, 20 El contenido del mensaje de un profeta a: como el resultado en su propia vida personal testificarán de su origen. El estilo de vida de uno que tiene el don profético ge­nuino estará en armonía con las enseñanzas de la Biblia.

Además, todos deben considerar la clase de fruto que se produce en la vida de la gente que sigue la enseñanza de una persona que pretende tener el don profético. Si la vida de alguien que pretenda ser un profeta y los resultados de la enseñanza de esa persona están de acuerdo con la Biblia, ha pasado la segunda prueba.

  • Predicciones cumplidas

Aunque predecir el futuro no es la obra principal de un profeta verdadero, hay que prestar atención a las predicciones que hace. Como ya se indicó, la profecía puede ser condicional o incondicional (ver VII). Dios dijo a Israel que cuando un profeta hace una predicción en el nombre del Señor y la pre­dicción no se cumple, el profeta ha hablado con presunción (Deuteronomio 18:21, 22). Asimismo Jeremías dijo al rey Sedequías que cuando un profeta hace una predicción y acontece, ese profeta es un verdadero profeta (Jeremías 28:9). No obstante, Dios hizo provisión para la pro­fecía condicional.

En muchas profecías se mencionan clara­mente las condiciones para su cumplimiento, pero en otras no existen condiciones. Sobre la base de Jeremías 18:7 al 10, es claro que las promesas de Dios de bendiciones o las amenazas de castigo descansan sobre condi­ciones, declaradas o implícitas. El cumpli­miento de la profecía depende de la respues­ta al mensaje profético.

Por tanto, deben examinarse con cuidado las predicciones, tomando en cuenta el prin­cipio de lo condicional. Además, cualquiera que pretenda tener el don profético debe pa­sar las otras tres pruebas.

  • El profeta confiesa a Cristo

Cuando Juan amonesta a los cristianos que prueben los espíritus que se dirigen a hablar al pueblo y amonesta contra los falsos profetas, añade: “En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios” (1 Juan 4:2, 3).

Esta prueba es mucho más amplia que sencillamente pretender creer que Jesús vi­vió una vez sobre la Tierra. En su sentido más pleno, esta prueba abarca cada cosa que la Biblia enseña acerca de Jesús: que es verdaderamente Dios y verdaderamen­te hombre, que existió desde la eternidad, y que es la Palabra de Dios hecha audible. Jesús es el Creador y Sustentador del cielo y la Tierra, la Fuente de vid# y la Luz de toda la humanidad. Fue sin pecado y nació de una virgen. Murió una muerte expiatoria por los pecadores, fue resucitado corporal­mente, ascendió a la derecha del Padre, mi­nistra como Sumo Sacerdote en el Santuario celestial, y pronto volverá a la Tierra para destruir el pecado para siempre y para llevar a sus hijos fieles al cielo. Esta prueba está íntimamente relacionada con la primera. Un profeta verdadero hablará de acuerdo con la ley y el testimonio.

  • Evidencias adicionales del don profético           

Además de las cuatro pruebas principa­les presentadas antes, varios rasgos adicio­nales ayudan a distinguir entre lo verdadero y lo falso.

  1. Manifestaciones físicas

A veces la Escritura menciona fenóme­nos físicos en relación con las revelaciones dadas por el Espíritu Santo. El fenómeno registrado en el tiempo de las experiencias de Daniel (Daniel 10) y de Balaam (Números 24) muestra ciertas semejanzas. Juan menciona algunas de éstas en relación con las reve­laciones que recibió en la isla de Patmos (Apocalipsis 1; ver IV. C. I).

  • Carácter oportuno del mensaje profético

Aunque la Biblia expone predicciones extensas que abarcan largos períodos de tiempo, la mayoría de los mensajes dados al pueblo de Dios en la Biblia se relacionan con su situación inmediata y llegan precisamente cuando se necesitan para dirigir al pueblo. Lo mismo es verdad en la función poscanónica del don de profecía.

  • Certeza e intrepidez del mensajero

El profeta verdadero, por la confianza con la cual habla en nombre de Dios, ayuda a establecer la confianza entre el pueblo de que Dios en verdad ha hablado. Al entregar mensajes de reprensión, el profeta no puede ser intimidado por el desagrado del pueblo. Cuando Dios llamó a Jeremías a su minis­terio profético le dijo: “Tú, pues, ciñe tus lomos, levántate y háblales todo cuanto te mande; no temas delante de ellos, para que no te haga yo quebrantar delante de ellos. Porque he aquí yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce contra toda esta tierra, contra los reyes de Judá, sus prín­cipes, sus sacerdotes, y el pueblo de la tierra. Y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte” (Jeremías 1:17-19).

  • Elevada naturaleza espiritual de los mensajes

Si bien los mensajes de un verdadero profeta pueden tratar asuntos comunes de la vida, siempre serán de una naturaleza ele­vada y digna, y nunca reflejarán lo que es despreciable o vulgar, ya sea en contenido o en lenguaje. Aun en mensajes de reprensión, los profetas atraerán las mentes de la gente a principios espirituales elevados que edifica­rán y fortalecerán su relación con Dios.

  • Naturaleza práctica de los mensajes

En su segunda carta a Timoteo, Pablo destaca la naturaleza práctica de los men­sajes enviados por Dios y registrados en las Escrituras como “útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en jus­ticia, a fin de que el hombre de Dios sea per­fecto, enteramente preparado para toda bue­na obra” (2 Timoteo 3:16, 17). De igual manera, cualquier mensaje profético verdadero no presentará especulaciones infundadas, fanta­sías extrañas o divagaciones sin sentido.

  • MANIFESTACIONES DEL DON PROFÉTICO                                             EN EL TIEMPO DEL FIN

Por las Escrituras es claro que el don pro­fético debe estar presente entre el pueblo de Dios hasta el fin del tiempo.

  1. Evidencia de Joel  

Joel habla de un abundante derrama­miento del Espíritu de Dios sobre su pue­blo, de jóvenes viendo visiones, ancianos soñando sueños, e hijos e hijas profetizando (Joel 2:28,29). Incluso establece el marco de tiempo para esta experiencia. Habrá fenóme­nos cósmicos, el Sol se oscurecerá y la Luna se volverá en sangre. Los desastres sobre la Tierra están descritos enigmáticamente como “sangre y fuego y columnas de humo”. Todo esto va a preceder inmediatamente “an­tes que venga el día grande y espantoso de Jehová” (versículos 30, 31).

Juntamente con otros creyentes cristia­nos primitivos, Pedro consideró la primera venida de Cristo como los últimos días (Hebreos 1:2; 9:26; 1 Corintios 10:11; 1 Pedro 1:20) y apli­có la profecía de Joel a la experiencia del Pentecostés (Hechos 2:16-21), vinculando el don de profecía al don de lenguas.

La profecía de Joel sobre el venidero don profético está colocado en el contexto de la lluvia temprana y tardía (Joel 2:23-32). La lluvia refrescante y que da vida del otoño -que hacía posible que germinara la semilla y echara raíces, que llevaba el grano a madu­rar y a estar listo para la cosecha- se llama la lluvia tardía. Este fenómeno en el ciclo agri­cultural de Palestina es un símbolo del refri­gerio que Dios le da a su pueblo por medio de su Espíritu (Ose. 6:3). Pedro, creyendo firmemente que estaba viviendo en los últi­mos días, experimentó la lluvia temprana. La lluvia tardía aún debe caer sobre el pueblo de Dios al fin del tiempo (ver Remanente V. E).

  • Evidencia de Jesús              

Jesús dijo que aparecerían falsos profetas en su nombre y que pedirían ser admitidos en su reino. En ese día les dirá: “Nunca os co­nocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:15-23). Estos falsos profetas estarán activos al final de los tiempos mostrando señales y prodigios e intentando engañar, si fuese posible, a los mismos elegidos (24:24). Que a estos profetas del fin del tiempo se los llame “falsos” sugiere que también estarían presentes los verdaderos.

  • Evidencia de Pablo          

Pablo comienza 1 Corintios con la segu­ridad de que los dones espirituales estarán con los seguidores de Cristo hasta el día en que él regrese. Entre esos dones está el “tes­timonio de Cristo” (tó martyrion tú Jristú [1 Corintios 1:6-8]). Como Pablo está hablando de dones espirituales dados por el Espíritu, el “testimonio” del cual habla aquí debe verse también como un don. Pablo dice que con “el testimonio de Cristo” a los corintios no les faltaba ningún don espiritual.

La expresión “testimonio de Cristo” puede entenderse de dos formas: Primero, testimonio “a” Cristo, que había sido dado entre los corintios por la predicación de Pablo. Por otra parte, Cristo era la fuente “del” testimonio que habían recibido. Tu Jristú puede entenderse como un genitivo objetivo (“a Cristo” o “acerca de Cristo”), o como un genitivo subjetivo (“de” Cristo). Si es un genitivo subjetivo sería paralelo a lo que Juan presenta en el Apocalipsis. Teniendo el don del “testimonio de Jesús”, a los corintios no les faltaba ninguno de los dones espirituales.

Pablo recalca lo que le dice a los corin­tios al dar su instrucción a la Iglesia de Éfeso (Efesios 4:11-13). Dios le ha dado a su iglesia el don de los ministerios espirituales, el cual in­cluye apóstoles, profetas, evangelistas, pas­tores y maestros. Estos dones son dados para preparar a los seguidores de Cristo para la obra del ministerio que les ha sido dada. Esta preparación continúa hasta que todos llegue­mos a 1) la unidad de la fe, 2) al conoci­miento del Hijo de Dios, 3) a la madurez completa, y 4) a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Evidentemente Pablo tiene su vista puesta en el día cuando Jesús regrese, cuando el deseo de Cristo para la iglesia será realizado finalmente.

  • Evidencia de Juan

En el Apocalipsis, Juan confirma la en­señanza bíblica de que el don profético no sólo se extenderá más allá de sus días, sino que se manifestará en la iglesia del tiempo del fin. Al presentar un cuadro profético de la batalla espiritual que ya fue identificada como el gran conflicto (ver III), Juan vincula al pueblo de Dios con el símbolo profético de una mujer hermosa (Apocalipsis 12:1, 2). Las fuer­zas del mal, representadas por un gran dra­gón rojo, se pararon para destruir a su Hijo cuando naciera, pero éste fue arrebatado al trono de Dios (versículos 3-5).

Al fracasar en destruir al Hijo, el dragón se vuelve contra la mujer intentando destruir­la durante los siglos que siguieron a la ascen­sión de Jesús. Por último intenta destruir al remanente de su simiente al fin del tiempo (versículos 13-17). El remanente de esta mujer tie­ne el testimonio de Jesucristo (versículo 17). Tanto aquí como en 1 Corintios 1:6, el genitivo es subjetivo (por ejemplo, el testimonio se origina con Jesús). Esta es exactamente la forma como “el testimonio de Jesucristo” (refiriéndose al mismo Apocalipsis) y “testimonio de Jesús” (refiriéndose a las Escrituras del Antiguo Testamento) se en­tienden en Apocalipsis 1:2 y 9.

En Apocalipsis 19:10 se aclara el sig­nificado de ten martyrían Iésú. El ángel dice: “Yo soy consiervo tuyo, y de tus her­manos que retienen el testimonio de Jesús [ten martyrían Iésú]. Adora a Dios”. Y Juan interpreta: “Porque el testimonio de Jesús [he gár martyrían Iésú] es el espíritu de la profecía”. El ángel que asiste a Juan se identifica como un “consiervo” con él y con otros “que retienen el testimonio de Jesús”, que es “el espíritu de la profecía”. Que los términos “testimonio de Jesús” y “espíritu de la profecía” son sinónimos con “profeta” se ve en Apocalipsis 22:9, donde el ángel que lo asiste repite su declaración anterior pero substituye “testimonio de Jesús” por “profeta”: “Yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas”.

Juan aclara que el remanente que tiene el testimonio de Jesús también tiene el don profético.

  • EL PAPEL Y FUNCIÓN DE ELENA DE WHITE EN LA IGLESIA ADVENTISTA DEL SÉPTIMO DÍA

Desde sus comienzos, la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha acep­tado la enseñanza bíblica de los dones es­pirituales (ver XIII. E.). Desde el mismo comienzo de la existencia de la iglesia han estado presentes los milagros de curación fí­sica por medio de la oración y el ungimiento con aceite. Los dones de enseñanza y admi­nistración han sido manifiestos no sólo en la obra de Elena de White, sino también en el ministerio de su esposo Jaime y en los de otros personajes prominentes a través de la historia de la iglesia. Todos los otros dones han tenido un impacto en el crecimiento y desarrollo de la iglesia de una forma u otra.

El énfasis ahora será en el don profético tal como se ve en la experiencia de Elena de White, y en los frutos de este don tal como se ve en su vida y ministerio, porque el don so­brepasa todas las otras experiencias de dones espirituales en la iglesia.

  1. Elena de White

Elena y su hermana melliza Elizabeth na­cieron el 26 de noviembre de 1827. Como dos de un total de ocho hijos vivieron en una pequeña granja con sus padres, Robert y Eunice Harmon, en Gorham, Maine. Muy pronto después del nacimiento de las geme­las, la familia Harmon se trasladó a unos 20 kilómetros al este de Portland. Cuando tenía 9 años, Elena sufrió una herida severa en el rostro por causa de una piedra que le arrojó una compañera de escuela. Inconsciente du­rante tres semanas y sin esperanzas de vivir, Elena tuvo una recuperación lenta y dolorosa. Así se terminó su educación formal.

En 1840, a los 12 años de edad, Elena le entregó su corazón al Señor durante una reunión campestre metodista. Dos años más tarde fue bautizada por inmersión en la Bahía Casco, Portland, Maine. En 1840 y 1842 la familia Harmon asistió a reuniones adven­tistas y aceptó la enseñanza de Guillermo Miller sobre el inminente regreso de Jesús. Cuando Jesús no vino el 22 de octubre de 1844, Elena y otros creyentes adventistas es­tudiaron la Biblia y oraron en busca de luz y orientación para que los guiara a través de los días difíciles que estaban por delante.

En una de esas ocasiones, en diciembre de 1844, Elena, que tenía 17 años, se unió con otras cuatro mujeres para estudiar y orar. El Espíritu de Dios cayó sobre ella y se le dio la primera de aproximadamente 2.000 visiones que iba a recibir durante los siguientes 70 años. En respuesta a una visión que tuvo poco tiempo después, comenzó a viajar de lugar en lugar con amigos y parientes para compartir con otros compañeros creyentes lo que le había sido revelado en su primera visión y en las siguientes.

En agosto de 1846 se casó con Jaime White, un joven predicador adventista. Unas pocas semanas después del matrimonio, los White comenzaron a estudiar un folleto de 48 páginas preparado por José Bates en el cual se exponía la enseñanza de la Biblia so­bre el sábado del séptimo día. Convencidos por la evidencia bíblica, aceptaron el sábado de la Escritura. Seis meses más tarde, el 3 de abril de 1847, se le mostró en visión la ley de Dios en el Santuario celestial, con un halo de luz alrededor del cuarto mandamiento.

De los cuatro hijos que tuvieron –Henry, Edson, William y John–, sólo Edson y William llegaron a edad adulta.

Por medio del estudio de las Escrituras, y con la dirección recibida a través del don profético, comenzó a surgir un cuerpo cada vez mayor y próspero de creyentes adventis­tas después del chasco de 1844. Esta peque­ña compañía de antiguos milleritas adoptó el nombre de adventistas del séptimo día en una reunión general en 1860. El 6 de agos­to de 1881 Jaime White falleció en Battle Creek, Michigan. Elena prosiguió su obra en Estados Unidos, Europa y Australia por 34 años más. Falleció en su casa en Elmshaven, en Santa Helena, California, el 16 de julio de 1915 a la edad de 87 años.

  • Cómo se consideró a sí misma Elena de White      

Al echar una mirada retrospectiva sobre su obra, ella sintió que la palabra “profeti­sa” no definía suficientemente su ministerio. Prefirió que se pensara de ella como “la men­sajera” del Señor para su pueblo en los últi­mos días. Aunque a menudo otros se habían referido a ella como una profetisa, se dio cuenta de que su obra abarcaba más que lo que se entendía generalmente por ese térmi­no; con todo, no buscó honor ni recompensas personales. Además de esto, fue sensible al oprobio traído sobre la causa de Cristo en sus días por otros que osadamente pretendieron el título de profetas (Mensajes selectos, tomo 3, p. 82).

Al recibir el don profético, Elena de White reconoció la autoridad con que se la invistió en su ministerio como un profeta literario y no canónico. En numerosas ocasiones, por medio de la voz y la pluma, se dirigió a dirigentes y laicos por igual con la comprensión de que sus palabras tenían la autoridad de Dios. Fue constantemente consciente de que esta au­toridad no estaba en ella misma, sino en los mensajes que Dios le había dado para que los entregara. Con este reconocimiento vino un sentido de pavor e indignidad (con respecto a la relación entre los escritos de Elena de White y el canon sagrado, ver VIII. B).

Vio su papel como siendo una portavoz de Dios, una guía para la obra en desarrollo de una iglesia que pronto circundaría el globo, y como una consejera para el pueblo de Dios que se preparaba para el regreso de Jesús. Aunque no tuvo una enseñanza formal en teología, sus escritos contienen percepciones teológicas agudas que revelan el sentido de pasajes de la Escritura que de lo contrario podría perderse. Esto es especialmente cierto de los cinco li­bros que componen la serie El Gran Conflicto, los cuales analizan el registro bíblico desde la creación hasta la destrucción final del peca­do: Patriarcas y profetas, Profetas y reyes, El Deseado de todas las gentes, Los hechos de los apóstoles y El conflicto de los siglos.

En su papel como mensajera del Señor, y por medio de la dirección del Espíritu Santo, vio su responsabilidad de asumir el lide­razgo para establecer: 1) una organización eclesiástica; 2) una visión global de toda la misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día; 3) un impulso en las mi­siones extranjeras que llevarían el evangelio a todo el mundo; 4) hospitales, clínicas y es­cuelas de medicina; 5) programas de salud y de temperancia tanto para la iglesia como para la comunidad; 6) un sistema educativo que va desde los primeros niveles de ense­ñanza hasta los estudios graduados; 7) casas editoras y publicadoras para colocar la litera­tura cristiana en las manos de la gente.

  • La Iglesia Adventista del Séptimo Día y el papel de Elena de White

Una de las primeras declaraciones im­presas que refleja un reconocimiento y apo­yo crecientes para el papel profético dado a Elena de White, proviene de la pluma de José Bates (1792-1872), uno de los funda­dores y los primeros líderes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. En varias oportunidades Bates había escucha­do relatar a Elena de White el contenido de varias visiones que había recibido. Aunque no podía encontrar nada en lo que oyera que fuese contrario a las Escrituras, quedó alar­mado por su afirmación de haber recibido re­velaciones de Dios. Durante algún tiempo no estuvo dispuesto a aceptar lo que veía y oía como algo más que el resultado de la lesión que había tenido en su niñez.

En 1847, después de hablar con otras per­sonas que habían visto a Elena de White en visión y que habían escuchado los informes que diera cuenta de lo que había visto, des­pués de presenciar varias ocasiones cuando ella estaba en visión, y después de conversar con ella misma, Bates concluyó que había visto y oído suficientes evidencias como para tomar una decisión: “Ahora puedo confiada­mente hablar por mí mismo. Creo que la obra es de Dios, y que se ha dado para consolar y fortalecer a su pueblo ‘desparramado’, ‘desgarrado’ y ‘afligido’ desde la terminación de nuestra obra para el mundo en octubre de 1844” (21). A partir de esta declaración tem­prana de Bates, administradores, ministros y profesores han expresado reiteradamente su pensamiento por escrito.

La primera declaración publicada que salió de una reunión general del cuerpo la iglesia apareció en la revista de la iglesia, la Review and Herald, del 4 de diciembre 1855. José Bates, J. H. Waggoner y M. Cornell fueron nombrados durante una sesión de negocios para preparar una declaración, parte de la Asociación, que debía dirigirse “los queridos santos” en cuanto a los “dones que le habían sido dados a la iglesia”. En un artículo firmado, “Address of the Conference Assembled at Battle Creek, Michigan, Nº 16, 1855” [Memorial de la Asociación reunida en Battle Creek, Michigan, del 16 de noviembre de 1855], Bates, Waggoner y Cornell reconocieron, en favor de todo cuerpo, que la iglesia no había apreciado apoyado completamente los dones espirituales que Dios le había dado a los adventistas guardadores del sábado. Se hizo referencia especial a las “visiones”. Todos los “santos” fueron invitados a hablar para dar gracias Dios por los dones espirituales que había colocado en la iglesia, pero especialmente por el don de profecía. Además, todos fueron exhortados a leer lo que se había impreso de las “visiones” y a estar dispuestos a someter si vidas al consejo dado por Dios.

Desde 1867 en adelante una reafirmación de la creencia en los dones espirituales, y especialmente el don de profecía, ha sido una acción regular de la iglesia mundial reunida en sesión de negocios. La resolución de 1867 reza como sigue:

“Resuelto, que expresemos nuestra fe continuada en la perpetuidad de los dones espirituales durante la dispensación evangélica, y nuestra gratitud a Dios porque ha relacionado íntimamente el espíritu de profecía con la proclamación del mensaje del tercer ángel” (Review and Herald, 28 de mayo de 1867).

El 55° Congreso de la Asociación General que se llevó a cabo en Indianápolis, Indiana en julio de 1990, no fue la excepción. El 1 de julio se presentó a los delegados una resolución sobre el Espíritu de Profecía y fue aceptada por voto. En parte dice:

“Estamos agradecidos a Dios no sólo por damos las Sagradas Escrituras, sino también por damos la manifestación de los últimos días del don de profecía en la vida y obra de Elena de White. Sus escritos inspirados han sido inestimables para la iglesia a través del mundo en incontables formas” (Adventist Review, 26 de julio al 02 de agosto de 1990).

Una afirmación permanente se encuen­tra en las 28 doctrinas fundamentales de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. La creencia número 17 es una decla­ración de los dones y ministerios espiritua­les, mientras que la número 18 trata acerca de “El don de profecía” y lo transcribimos a continuación:

“Uno de los dones del Espíritu Santo es el de profecía. Este don es una señal identificadora de la iglesia remanente y se manifes­tó en el ministerio de Elena de White. Como mensajera del Señor, sus escritos son una per­manente y autorizada fuente de verdad que proporciona consuelo, dirección, instrucción y corrección a la iglesia. Ellos también esta­blecen con claridad que la Biblia es la norma por la cual deben ser probada toda enseñan­za y toda experiencia (Joel 2:28, 29; Hechos 2:14-21; Hebreos 1:1-3; Apocalipsis 12:17; 19:10)” (Manual de la iglesia [2005], 14, 15).

  • Fuentes y ayudantes literarios

Durante la década de 1980 la atención se centró en el uso de fuentes por parte de Elena de White, y eso provocó una amplia discu­sión. Que Elena de White citara y parafrasea­ra a otros autores en ninguna manera rebaja su inspiración, ni tampoco que el Patrimonio White intentara encubrir la práctica de la señora White. En verdad, en 1933, W. C. White (hijo de Elena de White) y Dores E. Robinson (uno de los secretarios de Elena de White) prepararon un folleto de 27 páginas, Brief Statements Regarding the Writings of Ellen G. White [Breves declaraciones acerca de los escritos de Elena de White], el cual trataba abiertamente el asunto de las fuentes y de los ayudantes literarios.

  1. Fuentes

Los autores notaron que en los primeros años, Elena de White estaba afligida por la dificultad para expresar en lenguaje humano el contenido de las visiones que recibía. Sin embargo, Dios le dio la seguridad de que le impartiría gracia y le daría la dirección que necesitaba para cumplir las responsabilida­des colocadas sobre ella.

“Se le dijo que en la lectura de libros y re­vistas religiosas encontraría preciosas gemas de verdad expresadas de un lenguaje acepta­ble, y que se le daría ayuda del cielo para re­conocer esas gemas y separarlas de la basura del error con las cuales algunas veces las encontraría asociadas” (White y Robinson; reimpresión como suplemento de la Adventist Review, 4 de junio de 1981).

En la introducción de la edición de 1888 de El conflicto de los siglos, la misma Elena de White tocó el asunto de las fuentes: “En algunos casos, cuando un historiador había reunido los eventos como para proporcio­nar en forma concisa un panorama claro del tema, o resumido los detalles en forma conveniente, se han citado sus palabras; pero excepto en unos pocos casos, no se ha dado un crédito específico, ya que no están citados por el propósito de mencionar a esos escrito­res como autoridad, sino porque sus declara­ciones proporcionan una rápida y convincen­te presentación del tema”.

Esta declaración ha sido reproducida en la introducción a la edición de 1911 (página 14 en castellano) con dos ajustes menores en la redacción.

Desde mucho tiempo se ha sabido que los escritores canónicos usaron fuentes tanto inspiradas como no inspiradas en sus escri­tos. Como se observó antes, Lucas informa a sus lectores acerca de sus fuentes de infor­mación sobre la vida y el ministerio de Jesús. Declara, sin ambages, que vinieron no de sueños y visiones sino de entrevistas con tes­tigos presenciales y ministros de la Palabra (Lucas 1:1-4; ver IV. C. 4).

El alcance hasta el cual la voluminosa lectura de Elena de White se refleja en sus escritos ha llegado a entenderse sólo en los años recientes. Aunque algunos han cues­tionado su don profético como resultado de conocer este hecho, el uso que hizo de las fuentes no presenta un problema para los que están enterados y entienden acerca del mo­delo de inspiración denominado “de inves­tigación” (ver IV. C. 4). De hecho, el debate sobre el uso de las fuentes en Elena de White ha enriquecido y ha ampliado nuestro enten­dimiento de la inspiración. Un estudio re­ciente para aislar las fuentes que están detrás del libro El Deseado de todas las gentes es digno de atención para cualquiera que desee examinar este tema más profundamente (ver Veltman).

  • Ayudantes literarios

Al igual que Jeremías y Pablo (ver IV. C. 5), Elena de White usó ayudantes litera­rios. En los primeros años Jaime, su esposo, la ayudó a preparar cartas listas para enviar y manuscritos para su publicación. Después de la muerte de Jaime, en 1881, William C. White asumió ese papel. Durante los años en que su producción literaria estaba en su apo­geo, su personal incluía varios ayudantes. Las responsabilidades del personal se exten­dían desde mecanografiar los manuscritos y cartas hasta ayudarla con la gramática y las correcciones ortográficas.

Después de mecanografiar el material manuscrito de Elena de White y de hacer correcciones en gramática y ortografía, los ayudantes se lo entregaban a Elena de White para una lectura cuidadosa. En esa instancia ella podía añadir o quitar, y el material vol­vía a ser mecanografiado. Sólo después de otra lectura estaría listo para ser impreso o para el correo. A ninguno de los ayudantes se le permitió interponer sus propios pensa­mientos o conceptos, tal como se indica en el párrafo siguiente.

A la asistente de más confianza de Elena de White, Marian Davis, se le dio la responsabilidad de ayudarla en la preparación di libros. Al comparar la obra de sus ayudan­tes regulares y la de Marian Davis, Elena de White escribió: “Ustedes han visto a mis copistas. No cambian mi lenguaje. Queda como lo escribí. La obra de Marian es de una clase completamente diferente. Es mi com­paginadora de libros… Trabaja de esta ma­nera: Toma mis artículos que han sido publi­cados en los periódicos y los pega en libros en blanco. También tiene una copia de todas las cartas que escribo. Cuando prepara un capítulo para un libro, Marian recuerda que he escrito algo sobre ese punto especial que puede darle más fuerza al asunto. Empieza a buscarlo, y cuando lo encuentra, si ve que da mayor claridad al capítulo, lo añade” (MR 926; ver Mensajera del Señor, pp. 116, 117).

  • Frutos de una vida de trabajo

A su muerte, en 1915, Elena de White ha­bía escrito más de 100.000 páginas de mate­rial que apareció en las formas siguientes: 24 libros en circulación; 2 libros manuscritos, listos para publicar; artículos en periódicos excediendo las 5.000 páginas; y aproximada­mente 200 tratados y folletos. Además, había 4.000 cartas mecanografiadas y manuscri­tos generales, totalizando aproximadamente unas 35.000 páginas y 2.000 cartas manus­critas, documentos, diarios, periódicos, etc., que cuando se mecanografiaron abarcaron unas 15.000 páginas adicionales.

Desde su muerte, los libros principales de Elena de White han sido traducidos a más de 100 idiomas y dialectos. El camino a Cristo solo está traducido a 150 idiomas. Y traducciones adicionales de varios libros están constantemente en preparación.

Por muy impresionante que sea el volu­men de la producción literaria, el impacto espiritual que sus escritos tienen sobre la vida de las personas es de un significado más profundo. El contenido de estos escritos: el amor de Dios expresado en el don de su pre­cioso Hijo, el gran conflicto, el llamamiento a prepararse para la venida de Jesús, el poder de la gracia de Dios que nos capacita para vivir vidas victoriosas, y otros temas bíblicos exaltados ante el lector, han tenido un impac­to que sólo podrá ser completamente medido cuando Jesús regrese.

  • Custodia de los escritos de Elena de White

En 1912, a los 85 años, Elena de White redactó un testamento con disposiciones para el cuidado de sus escritos. Se nombra­ron cinco hombres para actuar como fideico­misarios: su hijo William C. White; Clarence Crisler, uno de sus secretarios; Charles H. Jones, administrador de la casa editora Pacific Press Publishing Association; Arthur G. Daniells, presidente de la Asociación General; y Francis M. Wilcox, director de la revista de la iglesia, la Review and Herald.

El testamento colocaba en su custodia todos los derechos de autor, las planchas de libros en todos los idiomas, el archivo gene­ral de manuscritos, y todos los índices rela­cionados con el archivo. Encargó a los fidei­comisarios la responsabilidad de 1) cuidar todas sus obras publicadas y sus manuscritos inéditos, 2) mejorar los libros y los manus­critos, 3) asegurar e imprimir nuevas tra­ducciones, y 4) imprimir compilaciones de cartas, documentos, artículos y manuscritos que estaban en los archivos.

El testamento también estipulaba que la junta de fideicomisarios sería independiente y mantenerse indefinidamente. Más tarde la junta fue ampliada a 15: siete miembros que servían de por vida y ocho que tenían perío­dos de cinco años.

Sirviendo bajo la dirección de la junta de fideicomisarios hay un personal que lle­va a cabo la obra diaria en las oficinas del Patrimonio White en la sede de la Asociación General. Estas personas investigan los es­critos de Elena de White sobre asuntos de interés actual para la iglesia y publican los resultados en artículos para las revistas de la iglesia, libros y documentos archivados en la oficina del Patrimonio White para el benefi­cio de los líderes de la iglesia, laicos y otros investigadores. El personal del Patrimonio White viaja alrededor del mundo y tiene seminarios sobre los dones espirituales, el Espíritu de Profecía tal como se reveló en la vida y obra de Elena de White, y sobre te­mas de interés actual que ella trató. Además, en varios lugares alrededor del mundo están ubicados centros de Investigación White.

Utilizando la tecnología moderna, el Patrimonio White ha hecho asequible a to­dos lo que está publicado y no publicado de Elena de White, y material de manuscritos, en un disco CD-ROM.

  • IMPACTO DE LOS DONES ESPIRITUALES

Los dones espirituales son la provisión que hizo Jesús para el desarrollo de la obra que comisionó a sus discípulos que reali­zaran después de su ascensión. El Espíritu Santo, el Consolador, vendría en el nombre de Jesús para enseñar a sus seguidores y guiarlos a la verdad, para traer el recuerdo de la instrucción dada por Jesús, para con­ferirles poder para su tarea y para impartirle dones de acuerdo con la voluntad divina.

Los seguidores de Jesús de nuestros días deben buscar estos dones tan fervientemente como los corintios los buscaron a instancias de Pablo (1 Corintios 14:1). Estos dones, bajo el ministerio del Espíritu Santo, 1) equipa­rán a los miembros de iglesia para la obra del ministerio, ganando gente para Jesús, 2) fortalecerán el cuerpo de Cristo, 3) los guiarán a la unidad de fe y de conocimiento del Hijo de Dios, 4) desarrollarán madu­rez espiritual en Jesús, y 5) sostendrán el crecimiento espiritual hacia la estatura de la plenitud de Cristo (Efesios 4:11-13).

El producto terminado de los dones es­pirituales verdaderos es una iglesia sana y vigorosa. Los cristianos entre quienes funcionan estos dones adecuadamente n serán ya “niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4:14).

  • PANORAMA HISTÓRICO

En su mismo comienzo la iglesia cris­tiana fue una comunidad carismática. Habiendo llamado a los 12 apóstoles para que fueran el núcleo de la nueva iglesia, Jesús “les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades” (Lucas 9:1). Y al enviarlos de dos en dos para su experiencia en el campo de labor les dijo: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resuci­tad muertos, echad fuera demonios; de gra­cia recibisteis, dad de gracia” (Mat. 10:8). Fortificada por el poder del Espíritu (Juan 20:22; Hechos 2:1-4; 4:31), la iglesia apostó­lica fue dinámica, una comunidad llena del Espíritu, en la cual los jarísmata capacita­ron a los primeros cristianos para llevar a cabo la comisión de su Señor (Mateo 28:19, 20). En este sentido, la iglesia primitiva fue una comunidad carismática.

Sin embargo, la actitud de la iglesia cristiana hacia los dones espirituales ha va­riado en el curso de los siglos, como tam­bién ha variado la actitud de varios grupos dentro del cristianismo. La primera parte de este panorama histórico examina un intento primitivo por recobrar los dones que fun­cionaron una vez dentro de la iglesia apos­tólica. En la segunda parte se examinará la actitud actual hacia los dones espirituales entre varios cuerpos cristianos.

  1. Montanismo

Durante la primera mitad del siglo II un pequeño grupo de cristianos en la provincia romana de Frigia, en el Asia Menor, con­centró su atención en reclamar los dones del  Espíritu. En el año 172 Montano, un converso reciente del paganismo, pretendió tener el don de profecía. En poco tiempo se le unieron dos mujeres, Priscila y Maximila, que también pretendían tener el don de profecía. Identificaron su movimiento como “1a nueva profecía”, pero sus oponentes se referían a él como “la herejía frigia”. Alrededor del siglo IV el movimiento se conoció como “montanismo”, a causa del nombre de su fundador. Este fue el primer movimiento neopentecostal de la iglesia.

  1. Opiniones sobre los dones espirituales

Los montanistas creyeron que los dones espirituales no estaban restringidos a la era apostólica sino que estaban destinados a todos los que creían. La prueba para esto se encontró en la promesa de que en los postreros días Dios derramaría su Espíritu, “profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestro jóvenes verán visiones” (Joel 2:28; Hechos 2:17). Por supuesto, el don profético recibió el mayor énfasis debido a la experiencia de Montano, Priscila y Maximila.

El montañismo surgió de un deseo ferviente de renovación espiritual. El objetivo de sus primeros adherentes fue restaurar la iglesia a su sencillez primitiva, volver a experimentar los carismita, y tener la seguridad de la presencia y la dirección del Paracleto o Espíritu Santo. Se ha identificado al montanismo como un movimiento reaccionario contra la corrupción que entonces se estaba introduciendo cautelosamente en la iglesia También reaccionó contra la influencia prevaleciente del gnosticismo y el paganismo, el relajamiento en la disciplina de la iglesia, una jerarquía que se estaba desarrollando y una incredulidad cada vez mayor en la vali­dez de los dones espirituales en la experien­cia de la iglesia.

  • Evaluación que hizo la historia de la nueva profecía

Cuando un grupo se aparta de la norma en práctica religiosa pueden brotar relatos extraños acerca de quienes están involucra­dos, y a menudo esos relatos llegan a ser aceptados como un hecho; los montanistas no fueron una excepción. Pronto circularon relatos acerca de apariciones de Cristo y del Paracleto en las reuniones montañistas. También se informó de que habían caído en trance y convulsiones, con histeria masiva.

A. H. Newman (1:204) sugiere que este fanatismo temprano era natural en el suelo en el cual creció el montañismo. Los frigios eran conocidos por sus excesos en el culto de la diosa pagana Cibeles: además de una gro­sera inmoralidad, siempre se sospechó que tenían visiones extáticas, un delirio salvaje y automutilación.

Aunque hubo llamamientos que partieron de dentro de la iglesia establecida para reco­nocer la presencia del don profético y llegar a un entendimiento con el montañismo, las au­toridades eclesiásticas rechazaron semejante empresa y se volvieron contra los seguidores de Montano como si fueran herejes.

Más recientemente los eruditos han sido más bondadosos, y dicen que los montañis­tas no deberían ser vistos como herejes in­telectuales, porque se diferenciaron de los otros cristianos sólo en la aceptación de la “nueva profecía”. Que las raíces del monta­ñismo no están en la herejía o en un apocalipticismo militante, sino en una creencia de que el Espíritu podía hablar a las personas para producir una disciplina verdaderamente cristiana (Fox 409).

N. Bonwetsch (486) señala que la “nueva profecía” no pretendió revelar más verdad. Sus expresiones apoyaban la tradición de la iglesia, defendían la resurrección de los muertos, y desarrolló una rica escatología. El blanco del movimiento era la preparación para el pronto retomo de Jesús, una prepa­ración que debería gobernar toda la vida del cristiano.

Wright (23, 28, 29) concluye que: a) la condenación del montañismo fue “una ini­ciativa frenética” por parte de los “críticos católicos” para encontrar defectos en un mo­vimiento que era irregular más bien que he­terodoxo; b) las razones para la amplia con­denación y excomunión de la “nueva profe­cía” no están especificadas con precisión en ningún lugar; c) el rechazo del movimiento revela tanto acerca del desarrollo del catoli­cismo como acerca del mismo montañismo”; y d), en el peor de los casos, el montañismo fue fanático más bien que herético”.

  • Defensa de los dones espirituales por parte de Tertuliano

El montanismo ganó un ardiente defensor cuando Tertuliano de Cartago (c. 155/160- 220/240 d. C.), un Padre de la Iglesia latina, aceptó su enseñanza sobre los dones es­pirituales. De acuerdo con R. Baus (203), Tertuliano separó el montañismo de sus tres profetas originales y de su contexto frigio. Vio la misión del montañismo como “lle­vando al cristianismo y a la humanidad en general a una madurez adulta por medio de la obra del Paracleto”.

Los que ven al montañismo como una herejía afirman que un éxtasis anormal acom­pañó la “nueva profecía”, hasta el punto de que la persona poseída por el Espíritu llegaba a ponerse frenética y comenzaba a balbucear y a proferir sonidos extraños. Sin embargo, Wright señala que no hay evidencia de glosolalia, y que Tertuliano, al tratar la experiencia del éxtasis, “apenas incluyó alguna sugeren­cia de glosolalia y poco que fuera, en un sen­tido popular, extático” (21-23). El éxtasis, tal como lo describe Tertuliano, se producía de una manera normal durante el sueño, cuando la razón humana entraba en una relación di­recta con Dios, lo cual resultaba en sueños y visiones.

Para Tertuliano, la presencia de los jarísmata era una evidencia de la presencia y actividad del Espíritu Santo. Pero para las autoridades eclesiásticas, que estaban ocupa­das construyendo una jerarquía, la presencia de los jarísmata les aclaraba que los “objeti­vos genuinamente cristianos del montañismo estaban distorsionados por una exageración excesiva de su significado real, y que repre­sentaban una falsificación de la tradición cristiana” (Baus 204). De esa forma el mon­tanismo llegó a ser calificado de herejía.

  • Juan Wesley y el montanismo

Sin embargo, quince siglos más tarde, Juan Wesley evaluó las actividades de las autoridades eclesiásticas que condenaron a Montano, así como las de los “ricos y hono­rables cristianos”, quienes siempre tuvieron personas y poder a su lado para ridiculizar la fe real de “uno de los hombres más santos del siglo II”. Wesley vio a Montano como al­guien que resaltó la obediencia a la ley divina y el amor a Dios y a la humanidad, pero que colocó un énfasis más fuerte que otros sobre las manifestaciones de poder que fluyen del que está lleno del Espíritu (Smith 25).

  • Opinión cristiana general

La resistencia manifestada por las primi­tivas autoridades eclesiásticas hacia los ja­rísmata llegó a ser la posición de la iglesia durante los siglos siguientes. No obstante, la curación física quedó exenta de censura.

  1. Catolicismo romano

En la Iglesia Católica Romana se han in­formado y aceptado durante siglos curacio­nes milagrosas. Mundialmente, miles han alegado curaciones en los diversos altares dedicados a la virgen María o a uno de los santos. Se pretende que reliquias que, según se dice, vienen del tiempo de Jesús y 1os apóstoles, han fortalecido la fe de la gente que desea ser sanada. Aunque la mayoría de las curaciones que se informa suceden como resultado de orar a María o a uno los santos, se han informado curaciones por personas muy devotas. Hace tiempo que los católicos han puesto los ojos sobre los milagros para autenticar sus enseñanzas.

  • Protestantismo

Los primeros reformadores protestantes fueron ridiculizados porque no podían mostrar milagros como evidencia de la veracidad de las enseñanzas reformadas. Tal vez esto fue un factor que contribuyó de manera importante a la idea desarrollada dentro del protestantismo: que los jarísmata habían sido retirados al fin de la era apostólica.

Sin embargo, el protestantismo no rechazó la obra del Espíritu Santo. En vez de revelarse a través de los dones espirituales, el Espíritu transformaba las vidas. Se vio su poder en la victoria sobre la naturaleza humana pecadora y en la demostración de los atributos cristianos de justicia, paz y gozo. El Espíritu Santo en la vida del creyente daba como resultado poder moral. Como lo señala T. Smith (25), Lutero y Calvino (siglo XV) recelaban “de los que parecían remplazar, por simples emociones humanas, la obra d Espíritu Santo de transformar la naturaleza moral de hombres y mujeres”. Por otra parte, los anabaptistas suizos y holandeses querían más énfasis en la obediencia exterior, y los menonitas daban más importancia al sufrimiento ocasionado por obedecer a Jesús. Todos estos movimientos tempranos de n forma redujeron al mínimo los jarísmata.

Después de la experiencia en la reunión de la calle Aldersgate, cuando escuchó lectura del prefacio de Lutero a la carta a los Romanos, Juan Wesley (1703-1791) se mostró más accesible al concepto de las expresiones sobrenaturales del Espíritu Santo. De hecho, aceptó el emocionalismo que mostra­ban muchos de sus seguidores, y reconoció “que podrían ocurrir trances, curaciones, milagros y otros acontecimientos extraordi­narios en la vida de los creyentes” (Smith, 25). George Whitefield, el compañero evan­gelista de Wesley, llegó a estar cada vez más preocupado por la buena voluntad de Wesley hacia la expresión emocional, pues sentía que esas demostraciones no eran el enfoque principal de la obra del Espíritu.

Pero Juan Wesley no era carismático. El y los puritanos de sus días creyeron que los cuáqueros eran demasiado emocionales y no dependían lo suficiente de las Escrituras para reprimir demostraciones de lo que ellos llamaban el poder del Espíritu Santo. En el siglo XIX muchos evangelistas e iglesias estuvieron de acuerdo con Wesley, y entre éstos están Charles E. Finney, Reuben A. Torrey y otros evangelistas de la “vida su­perior”. El movimiento de santidad floreció entre los metodistas norteamericanos, los bautistas, los miembros de habla alemana de las iglesias evangélicas y entre los hermanos unidos. Para ellos, obediencia y amor, no el éxtasis emocional, eran las pruebas reales de la presencia del Espíritu Santo.

Con el surgimiento del movimiento carismático en la última parte del siglo XX, el protestantismo de nuevo ha llegado a es­tar dividido en cuanto a la obra del Espíritu Santo. El campo carismático se concentra en los dones espirituales, lo extraordinario y lo emocional; el campo fundamentalista resalta el poder para una vida santa.

  • Movimiento de santidad

Juan Wesley creyó plenamente en la en­señanza de Pablo de que aun cuando éramos pecadores y enemigos de Dios, Jesús murió por nosotros (Romanos 5:8-10) y que por su gra­cia hizo provisión para nuestro perdón y jus­tificación por medio de la fe en él. También enfatizó la perfección cristiana como una se­gunda obra de gracia, instantánea, precedida y seguida por un crecimiento gradual en san­tidad. El concepto de que un pecador puede alcanzar la perfección es el fundamento sobre el cual están establecidas varias iglesias del movimiento de santidad. Entre esos cuerpos que no se identifican como pentecostales, la obra del Espíritu Santo se ve como relacio­nándose con la santificación y al santo vivir más bien que con los jarísmata.

  1. Iglesia Metodista Episcopal

En Estados Unidos, durante la última parte del siglo XIX, la Iglesia Metodista Episcopal generó varias denominaciones más pequeñas de santidad. El origen de estas iglesias separa­tistas es semejante: 1) un líder fuerte dentro de la iglesia metodista episcopal fue forzado a dimitir por varias razones; 2) formó un grupo de santidad independiente; y 3) uniones con grupos de santidad más pequeñas derivaron en la organización de una nueva denomina­ción movimiento de santidad.

Dos de las iglesias de santidad más gran­des que emergieron de este proceso fue­ron la Church of the Nazarene [Iglesia del Nazareno] y la Pilgrim Holiness Church [Iglesia de Santidad de los Peregrinos]. A la rama oriental de la Iglesia del Nazareno se la llamó Iglesia Pentecostal del Nazareno, pero más tarde se le quitó la palabra “pentecostal”, de manera que no se la confundiera con el movimiento de lenguas que se había desarrollado en las iglesias pentecostales que surgieron a comienzo del siglo XX. Sin em­bargo, el fundador de la Iglesia de Santidad de los Peregrinos, Martin Wells Knapp, des­tacó el don espiritual de la sanidad divina.

  • Pentecostalismo

Dentro del movimiento de la santidad, las iglesias pentecostales les dan un énfasis especial a los dones espirituales. El con­cepto wesleyano de que la conversión tiene que ser seguida por la segunda bendición (la santificación), fue ampliado por Charles Fox Parham (1873-1929): incluía el bautismo en el Espíritu Santo, que se demuestra por hablar en lenguas. Algunos historiadores se­ñalan Topeka, Kansas (1901), como el lugar de nacimiento del movimiento pentecostal. Parham estaba teniendo reuniones de reavivamiento allí cuando “Agnes Ozman llegó a ser la primera persona en tiempos modernos en buscar y recibir la experiencia de hablar en lenguas como una señal de estar ‘bautiza­da con el Espíritu Santo’ ” (Melton 43). Sin embargo, el reavivamiento en Azusa Street, en Los Angeles (1906; bajo la predicación de William J. Seymour, que había estudiado bajo Parham en Houston Texas), es conocido más popularmente como el lugar del naci­miento del pentecostalismo moderno.

Basado en el mensaje de Juan el Bautista – “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mi… es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3:11) –, los pentecostales consideran su bautismo de agua como que el Espíritu los bautiza en Cristo, mientras que su segundo bautismo es Cristo bautizándolos en el Espíritu. Se cree que después del bautismo en el Espíritu Santo la persona manifestará por lo menos uno de los nueve dones enumerados por Pablo en 1 Corintios 12. Sin embargo, los dones espiri­tuales enfatizados con más frecuencia son el hablar en lenguas y el don de sanidad.

El don de lenguas se manifiesta de dos maneras: como glossolalia y como xenoglossia. Debido a que se usan sólo unas pocas vocales y consonantes, glossolalia no puede ser clasificado como hablando en ninguna lengua; es más bien una “experiencia religio­sa verbalizada” (Melton 41). Por otra parte, xenoglossia es hablar un idioma extranjero auténtico por uno que no conoce ese idioma.

G. Wacker (933, 934) también divide este don en dos categorías. No todos los cristia­nos comparten el “don de lenguas”. Edifica a la iglesia cuando está presente un intérpre­te. También expresa los anhelos del corazón en oración privada. La segunda categoría “señal de las lenguas”, la comparten todos cristianos. Es una señal sobrenatural de que quien habla ha sido bautizado por el Espíritu Santo. Los pentecostales tradicionales en que todos los casos registrados del bautismo del Espíritu en Hechos fueron acompañados por la “señal de las lenguas”.

El don de sanidad, tal como lo llevan cabo en reuniones públicas los sanadores pentecostales, ha levantado objeciones en mentes de muchos cristianos, no tanto con respecto a la realidad de la curación como en cuanto a la forma y exhibición que acompañan la curación. Muchos se ofenden por el aparente exceso de familiaridad con Dios durante la oración y el estilo de hablar a gritos del “sanador”. También se objeta la sicología que se usa para manipular al auditorio.

El panorama pentecostal de historia de iglesia se describe gráficamente en el marco siguiente: La iglesia cristiana comenzó su existencia como una iglesia carismática, una iglesia a la cual el Espíritu le confirió poder para la misión mediante la presencia de dones espirituales. Con el desarrollo de una corrupción jerárquica y eclesiástica, 1os dones se desvanecieron y la iglesia entró en la Edad Oscura. La obra de los reformadores protestantes comenzó el proceso de restauración, pero su obra no fue completa. Ahora encuentra en el movimiento pentecostal una restauración completa de la iglesia carismática, autorizada oficialmente para la misión por parte del Espíritu Santo. La “lluvia temprana” cayó sobre la iglesia apostólica en  Pentecostés; la “lluvia tardía” está cayendo ahora en la experiencia pentecostal.

  • El movimiento carismático moderno

Mientras que las iglesias principales después de la Segunda Guerra Mundial resistieron la experiencia pentecostal y presencia de dones espirituales en la Era Moderna, R. Quebedeaux (967) señala tres factores que contribuyeron a la renovación carismática entre ellas en la década de 1950: a) el fenómeno pentecostal entre el clero y laicos; b) las actividades del Full Gospel Businessmen’s Fellowship International (FGBMFI) [Confraternidad internacional de hombres de negocios del evangelio pleno (CIHNEP)]; y c) el ministerio ecuménico de David du Plessis.

  1. Confraternidad Internacional de Hombres de Negocios del Evangelio Pleno

La CIHNEP fue fundada por un grupo de hombres de negocios y profesionales (1951) de la Iglesia de las Asambleas de Dios que se había desilusionado con la creciente do­minación clerical. Por medio de su publica­ción, Voice, comenzaron a circular informes de experiencias pentecostales. A medida que los ministros y laicos de las principales igle­sias escucharon los informes se unieron a la CIHNEP y compartieron esas experiencias: “De esa manera la CIHNEP llegó a ser la prin­cipal piedra del ángulo en la fundación de la renovación carismàtica” (Quebedeaux 967).

  • David du Plessis

David du Plessis, un ministro de las Asambleas de Dios, fue el observador pen­tecostal en varias reuniones ecuménicas. Su presencia como un portavoz pentecostal en círculos ecuménicos contribuyó mucho a conseguir una actitud de respeto hacia la ex­periencia y el mensaje pentecostal entre los no pentecostales, clero y laicos. A mediados de la década de 1950, el pentecostalismo fue aceptado como una tercera fuerza en el cris­tianismo mundial.

  • Iglesias principales

El surgimiento del movimiento carismático en las principales iglesias protestantes comenzó en 1960. Ese año Dennis Bennett, rector de la Iglesia Episcopal de San Marcos en Van Nuys, Los Ángeles, California, infor­mó a su parroquia acerca de su experiencia carismática de hablar en lenguas durante una reunión privada de oración. Cuando la con­gregación se dividió por causa del asunto, cambiaron a Bennett a una iglesia moribunda en el centro de Seattle, Washington. Allí él promovió los jarísmata y la iglesia experi­mentó un crecimiento fenomenal. Eso captó la atención de los medios de comunicación y se le hizo un reportaje de su experiencia en las revistas Time y Newsweek. Bennett re­cibió apoyo público de cientos de ministros de las principales iglesias y de sacerdotes. El movimiento carismático había llegado a las principales iglesias protestantes, y muchos estuvieron listos para responder.

El movimiento carismático penetró por primera vez en el catolicismo en 1967, en la Universidad Duquesne (Pittsburgh, Pensilvania), donde dos profesores de teolo­gía condujeron a 20 estudiantes y miembros de la facultad en una experiencia neopentecostal. De Duquesne el movimiento se ex­tendió al campus de la Universidad Católica de Notre Dame (South Bend, Indiana), y des­pués a la Universidad de Michigan.

A medida que el movimiento entraba en las principales iglesias de clase media, el es­tilo pentecostal de adoración llegó a ser más discreto y apenas afectó la liturgia formal. La práctica de la glosolalia, la curación y la pro­fecía llegó a ser el rasgo central de todas las reuniones de mitad de semana.

Teológicamente, la renovación carismática hace énfasis en la autoridad de la Biblia, la entrega personal a Cristo y la evangelización, como lo hace el neoevangelicalismo. Pero mientras que los neoevangélicos insisten en un acuerdo doctrinal para conseguir la unidad cristiana, los carismáticos ven el bautismo del Espíritu como la fuerza unificadora. En su esfuerzo para recobrar los jarísmata, el mo­vimiento carismático ha vuelto a recuperar lo experimental dentro del cristianismo.

  • Iglesia Adventista del Séptimo Día

Desde su comienzo la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha creído fir­memente en los jarísmata y ha aceptado su presencia. Entre los seguidores de Guillermo Miller, donde se encuentran las raíces de la Iglesia Adventista, el don profético les fue dado a William Ellis Foy y a Hazen Foss. A Foy se le die­ron visiones relacionadas con el movimiento millerita en 1842 y 1844. Foss recibió una visión a fines de septiembre o temprano en octubre de 1844, en la cual testificó el viaje del pueblo adventista a la ciudad de Dios.

La pequeña compañía de milleritas que formarían parte de la Iglesia Adventista conocía las ex­periencias de Foy y Foss. Foy relató lo que había visto, pero Foss rehusó compartir la visión que había recibido, aun cuando en una segunda visión se le instruyó para que lo hiciera. Después de un continuo rechazo oyó una voz que le hablaba: “Has contristado al Espíritu del Señor”. Horrorizado por este mensaje, convocó una reunión e intentó co­municar la visión, pero fue incapaz de recor­darla. Exclamó: “Se me fue, no puedo decir nada, me ha dejado el Espíritu del Señor” (SDA Encyclopedia 10:653).

Muy poco después que la esperanza de que Cristo volvería el 22 de octubre de 1844 se hiciera añicos, volvió a darse el don profético, esta vez a una joven que era parte de la pequeña compañía de milleritas que más tarde se desarrolló en la Iglesia Adventista. En algún momento en diciembre de 1844, Elena G. Harmon (más tarde “de White”) recibió en Portland, Maine, la primera de aproximada­mente 2.000 visiones. Tanto Foy como Foss, que escucharon a Elena de White relatar el contenido de la primera visión, confirmaron que lo que ella había visto se les había mostra­do a ellos antes.

Como la Iglesia Adventista cree que todos los dones espirituales existirán en la iglesia del tiem­po del fin para la terminación de la comisión evangélica, el don dado a Elena de White ha recibido mayor atención. Creyendo que la historia pronto va a terminar y que Jesús» a punto de regresar, los adventistas del séptimo día se consideran el pueblo remanente Dios identificado en Apocalipsis 12:17. E remanente guarda los mandamientos de Dios y tiene el testimonio de Jesús, que Juan identificó como el espíritu de la profecía (Apocalipsis 19:10; ver X. D. para una exposición más amplia).

A través de la dirección del don profético impartido a Elena de White, los adventistas del séptimo día han evitado extremos experimentados por otras iglesias en relación con la interpretación de los dones espirituales. Tres ejemplos de esto son: 1) emocionalismo extremo en el culto de adoración; 2) falsificación del don de hablar en lenguas; y 3) milagros falsificados.

  1. Emocionalismo

Los milleritas en la iglesia metodista compartieron la aceptación de Wesley de experiencias emocionales durante el culto adoración. Durante una reunión de oración en 1843, el Espíritu de Dios descansó tan poderosamente sobre la joven Elena Harmon que perdió la conciencia y fue incapaz de ingresar a su hogar esa noche. El Espíritu también descansó sobre otro hombre, que quedó postrado como si estuviera muerto. Volvió a recobrar la conciencia, pero también fue incapaz de volver a su casa.

Las primeras reuniones adventistas tenían el entusiasmo del metodismo y se caracterizaban por un coro de espontáneos y enérgicos amenes, y voces estentóreas alabando a Dios. En la víspera de la Navidad de 1850, a Elena de White se le dio una visión sobre orden perfecto del cielo y la gloria de Dios llenando el templo celestial. Sobre la base de esa visión y la instrucción que la acompañaba, ella comenzó a a) requerir organización de la iglesia y b) apartar a la iglesia lejos de la excitación malsana e innecesaria en adoración. Hablando de los “ejercicios” (experiencias extáticas) dijo: “Vi que había un gran peligro en dejar la Palabra de Dios y apoyamos y confiar en manifestaciones extá­ticas… Vi peligro por delante” (Manuscript Releases, tomo 5, p. 227).

Al desplegarse ante ella el tema del gran conflicto, Elena de White entendió que Satanás trataría de falsificar la obra del Espíritu Santo introduciendo experiencias cargadas de emocionalismo y excitación durante el culto. Este esfuerzo aumentaría durante los últimos momentos de la histo­ria de esta Tierra, cuando el gran engañador falsificaría la experiencia de la lluvia tardía. Desde 1850 en adelante se multiplicaron las palabras de advertencia.

  • Lenguas

En la historia temprana de la Iglesia Adventista ocu­rrieron cuatro experiencias documentadas de hablar en lenguas: a) en 1847, para guiar a un joven al ministerio; b) en 1848, en una reunión para decidir cuándo comenzar el sábado; c) en 1849, por orientación para el esfuerzo misionero; y d) en 1851, para un informe de la presencia y el poder de Dios.

En la segunda ocasión se habían reunido una cantidad de creyentes para estudiar y orar acerca del momento correcto para co­menzar el sábado, porque había una división de opinión sobre el tema. Mientras el grupo oraba, un hermano llamado Chamberlain fue “lleno” con el Espíritu Santo y gritó en una lengua desconocida. La interpretación era que deseaba una tiza. Con la tiza en la mano dibujó sobre el suelo la cara de un re­loj, e indicó, bajo el “poder”, que el sába­do debía comenzar a las 6 de la tarde. Sin embargo, por medio de un estudio posterior fue rechazado el mensaje de Chamberlain y finalmente se estableció la puesta de Sol como el tiempo adecuado para comenzar el sábado, de acuerdo con la Palabra de Dios.

Elena de White testificó tres de los cuatro episodios de hablar en lenguas. Sin embargo, no dio apoyo o aprobación a esas experien­cias. Más tarde se refirió a las lenguas desco­nocidas como “una jerigonza incomprensible que llaman la lengua desconocida, y que lo es no sólo para el hombre sino para el Señor y todo el cielo” (Testimonios para la iglesia, tomo 1, p. 365).

  • Milagros

Aún hasta el presente se han experimen­tado, entre los adventistas del séptimo día, milagros de curación como resultado de ora­ción ferviente y el ungimiento con aceite. Elena de White relató numerosas ocasiones cuando tuvo lugar la curación física mien­tras se unía con otros para ungir y orar por los dolientes. Pero una vez más hizo resonar una advertencia, porque “Satanás ejercerá su poder realizando milagros. Los siervos de Dios de hoy no podrían obrar mediante milagros, porque se realizarán obras espu­rias de curación que se harán pasar por divi­nas” (Mensajes selectos, tomo 2, p. 62).

Mientras que la Iglesia Adventista del Séptimo Día reconoce la pre­sencia de dones espirituales en la iglesia tal como son repartidos por el Espíritu Santo para el progreso del evangelio en todo el mundo, la orientación mediante el don profético dado a Elena de White ha llevado a los adventistas a ser cautelosos acerca de aceptar un don como “auténtico”. Entienden que Satanás tiene el poder para producir do­nes falsificados y obrar mediante ellos. Por tanto, la posición de la iglesia es examinar íntimamente cada pretensión de tener un don, probándolo por medio de la Palabra de Dios para determinar si el don es del Espíritu Santo y si produce el fruto del Espíritu.

  • COMENTARIOS DE ELENA DE WHITE
  1. Dones espirituales

“El Espíritu Santo debía descender sobre los que amaban a Cristo en este mundo. De ese modo se los capacitaría, por medio de la glorificación de Aquel que era su cabeza, para recibir todo don necesario para el cumplimiento de su misión… Todo el poder del cielo y de la Tierra estaba a su disposición, y al tomar su lugar en las cortes celestiales podía prodigar esas bendiciones a todos los que lo recibieran.

“Cristo dijo a sus discípulos: ‘Os convie­ne que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere os lo enviaré’ (Juan 16:7). Este era el mayor de los dones. El Espíritu Santo des­cendió como el tesoro más precioso que el hombre podía aceptar. La iglesia recibió el bautismo del poder del Espíritu. Los discípu­los fueron preparados para salir y proclamar a Cristo” (Cada día con Dios, p. 339).

“Los talentos que Cristo confía a su igle­sia representan especialmente las bendicio­nes y los dones impartidos por el Espíritu Santo. [Se cita 1 Corintios 12:8-11.] Todos los hombres no reciben los mismos dones, pero se promete algún don del Espíritu a cada siervo del Maestro” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 262, 263).

“Los dones especiales del Espíritu no son los únicos talentos representados en la pará­bola. Ellos incluyen todos los dones y talen­tos, ya sean originales o adquiridos, naturales o espirituales. Todos han de ser empleados en el servicio de Cristo” (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 263, 264).

“Es éste un proceder mediante el cual po­demos estar seguros de no caer jamás. Quienes así están obrando de acuerdo con el plan de adición en la obtención de las gracias cristia­nas, tienen la seguridad de que Dios obrará según el plan de multiplicación al otorgarles los dones de su Espíritu” (Mensajes para los jóvenes, p. 114).

“Cuando el Salvador dijo: ‘Id, y haced discípulos a todas las naciones’, también dijo: ‘Estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos ser­pientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán’ (Marcos 16:16-18). La pro­mesa es tan abarcante como la comisión. No quiere decir que se hayan de impartir todos los dones a cada creyente –el Espíritu reparte ‘a cada uno en particular como él quiere’ (Corintios 12:11)– sino que los dones del Espíritu son prometidos a todo creyente conforme a su necesidad para la obra del Señor. La promesa es tan categórica y fidedigna ahora como en los días de los apóstoles. ‘Estas señales seguirán a los que creen’. Tal es el privilegio de hijos de Dios, y la fe debe echar mano de todo lo que es posible tener como un respaldo de fe” (El Deseado de todas las gentes, pp. 762, 763).

“La promesa del Espíritu no se aprecia como se debiera. Su cumplimiento no se comprende como se podría. La ausencia del Espíritu es lo que hace tan impotente el ministerio evangélico. Puede poseerse sabiduría, talentos, elocuencia, todo don natural adquirido; pero sin la presencia del Espíritu de Dios no se conmoverá a ningún corazón, ni ningún pecador será ganado para Cristo. Por el otro lado, si están relacionados con Cristo, si los dones del Espíritu son suyos, los más pobres y los más ignorantes de sus discípulos tendrán un poder que hablará a los corazones. Dios los convierte en los instrumentos que ejercen la más elevada influencia en el universo” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 263).

“Reconozca el don que fue colocado en la iglesia para la dirección del pueblo de Dios en los días finales de la historia terrenal. Desde el principio la iglesia de Dios ha tenido el don de profecía en su medio como una voz viva para aconsejar, amonestar e instruir.

“Hemos llegado ahora a los últimos días de la obra del mensaje del tercer ángel, cuan­do Satanás actuará con creciente poder, por­que él sabe que su tiempo es corto. Al mismo tiempo recibiremos, por medio de los dones del Espíritu Santo, diversidad de operaciones en el derramamiento del Espíritu. Este es el tiempo de la lluvia tardía” (Mensajes selectos, tomo 3, pp. 91, 92).

“Se nos ha confiado dones físicos, men­tales y espirituales. En la Biblia se da a cono­cer plenamente la voluntad del Señor. Dios espera que cada hombre use sus dones de tal modo que le den un mayor conocimiento de las cosas divinas, y lo capaciten para progre­sar, para que cada vez sea más refinado, no­ble y puro” (Cada día con Dios, p. 135).

“Estudie esta Escritura cuidadosamente [1 Corintios 12:4-12]. Dios no le ha dado a cada uno la misma línea de trabajo. Es su plan que haya unidad en la diversidad. Cuando se es­tudia y se sigue su plan, habrá mucha menos fricción en el trabajo de la causa…

“El Señor desea que su iglesia respete cada don que ha impartido a los diferentes miembros. Estemos en guardia para no per­mitirle a nuestras mentes que lleguen a estar fijas en nosotros mismos, pensando que na­die puede servir al Señor a menos que esté trabajando en las mismas líneas que aquellas en las cuales estamos trabajando…

“La obra sufre a menos que se pongan juntos todos los dones que Dios ha imparti­do. Muchas veces se ha estorbado el progreso de la obra debido a que los obreros pensaron que sus dones eran todo lo que se necesitaba para su progreso” (Pacific Union Recorder, 29 de diciembre de 1904).

  • Buscar diariamente el bautismo del espíritu

“Ruego a los miembros de cada iglesia que busquen ahora la mayor bendición que el Cielo puede otorgar: el Espíritu Santo. Si buscan con fe una medida mayor del Espíritu de Dios, estarán constantemente recibiéndo­la y comunicándola. Diariamente recibirán una provisión fresca” (Alza tus ojos, p. 141).

“Cada obrero debiera elevar su petición a Dios por el bautismo diario del Espíritu” (Hechos de los apóstoles, p. 42).

“Enseñen a sus hijos que es privilegio suyo recibir cada día el bautismo del Espíritu Santo” (Conducción del niño, p. 66).

  • Opinión de Elena de White acerca de la Escritura

“Dios entregó a hombres finitos la prepara­ción de su Palabra divinamente inspirada. Esta Palabra, distribuida en dos libros, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, es el libro guía para los habitantes de un mundo caído, libro legado a ellos para que, mediante su es­tudio y la obediencia a sus instrucciones, nin­gún alma pierda su camino al cielo.

“Los que piensan que pueden simplificar las pretendidas dificultades de las sencillas Escrituras, calibrando con su regla finita lo que es inspirado y lo que no es inspirado, mejor sería que se cubrieran el rostro… pues están en la presencia de Dios y de los santos ángeles…

“Y él [Dios], mientras presenta los peli­gros que se amontonan en los últimos días, no ha hecho idóneo a ningún hombre finito para desenredar los misterios ocultos, ni ha inspirado a ningún hombre o clase de hom­bres para emitir juicios en cuanto a lo que es inspirado y lo que no es. Cuando los hom­bres, con su juicio limitado, encuentran que es necesario examinar versículos para definir lo que es inspirado y lo que no lo es, se han adelantado a Jesús para mostrarle un camino mejor que aquél en que nos ha conducido…

“Tomo la Biblia tal como es, como la Palabra Inspirada…

“Hermanos, no se ocupe ninguna mente ni mano en criticar la Biblia. Esa es una obra que Satanás se deleita en que alguien la haga, pero no es una obra que el Señor nos haya indicado hacer” (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 18-20).

“La Biblia está escrita por hombres ins­pirados, pero no es la forma del pensamien­to y de la expresión de Dios. Es la forma de la humanidad. Dios no está representado como escritor. Con frecuencia los hombres dicen que cierta expresión no parece de Dios. Pero Dios no se ha puesto a sí mismo a prueba en la Biblia por medio de pala­bras, de lógica ni de retórica. Los escritores de la Biblia eran los escribientes de Dios, no su pluma. Consideren a los diferentes escritores.

“No son las palabras de la Biblia las ins­piradas, sino que los hombres son los que fueron inspirados. La inspiración no obra en las palabras del hombre ni en sus expre­siones, sino en el hombre mismo, que está imbuido con pensamientos bajo la influencia del Espíritu Santo. Pero las palabras reciben la impresión de la mente individual. La men­te divina es difundida. La mente y voluntad divinas se combinan con la mente y voluntad humanas. De ese modo las declaraciones del hombre son la palabra de Dios” (Ibid. p. 24).

  • Opinión de Elena de White acerca de su obra

“Estas palabras me fueron dichas: ‘Tu obra proviene de Dios. Muchos no te oirán, pues rehúsan oír al gran Maestro; muchos no serán corregidos, pues sus caminos son rec­tos ante sus propios pies. Sin embargo, pre­séntales los reproches y las amonestaciones que te daré, ya sea que los escuchen o rehúyan’ ” (Mensajes selectos, tomo 1, p. 33).

“En estas cartas que escribo, en el testi­monio dado, les presento lo que el Señor me presentó. No escribo un sólo artículo en la revista que exprese meramente mis propias ideas. Son lo que Dios ha desplegado ante mí en visión, los preciosos rayos de luz que brillan del trono” (Ibíd. p. 31).

“Durante el discurso dije que no preten­día ser profetisa. Algunos se sorprendieron ante esta declaración, y como mucho se está diciendo acerca de esto, daré una explica­ción. Otros me han llamado profetisa, pero nunca pretendí ese título. No he sentido que era mi deber designarme así. Los que osa­damente pretenden que son profetas en éste nuestro día, son con frecuencia un baldón para la causa de Cristo.

“Mi obra incluye mucho más de lo que significa ese nombre. Me considero a mí misma como una mensajera, a quien el Señor le ha confiado mensajes para su pue­blo” (Ibíd. p. 40).

“Acerca de la infalibilidad, nunca preten­dí tenerla. Sólo Dios es infalible. Su palabra es verdad y en él no hay cambio ni sombra de variación” (Ibíd. p. 42).

  • Elena de White y el don profético

“Hay algunos que ocupan posiciones de responsabilidad que tienen poca experiencia en el accionar del Espíritu Santo. No apreciar la luz dada a la iglesia de estos últimos días –en la forma de amonestaciones, reproches y ánimo– porque sus corazones y mentes no han estado recibiendo el Espíritu de la gracia divina. Esas personas están determinadas a ocultar el hecho de que, en conexión con la obra del mensaje del tercer ángel, el Señor ha estado comunicando a su pueblo un conoci­miento de su voluntad mediante el Espíritu de Profecía. Piensan que la verdad será recibida más prontamente si no se destaca este hecho Pero esto es mero razonamiento humano. El mismo hecho de que esta luz que le llega al pueblo no se presenta como habiéndose ori­ginado en mentes humanas, causará una im­presión sobre una gran multitud que cree que los dones del Espíritu deben manifestarse en la iglesia en los últimos días. Así se llaman la atención de muchos, y serán convencidos y convertidos. Muchos que no podrían ser alcanzados de otra manera serán así impresionados” (1888 Materials, pp. 808, 809).

“Puesto que frecuentemente se han hecho preguntas en cuanto al estado en que estoy durante la visión y después que salgo de ella, diré que, cuando el Señor cree oportuno dar una visión, soy llevada a la presencia de Jesús y de los ángeles y estoy completamente perdida en cuanto a la: cosas terrenales. No puedo ver más allá de lo que los ángeles me señalan. Mi atención con frecuencia es dirigida a escenas que suceden en la Tierra.

“A veces soy llevada muy lejos en lo futuro, y se me muestra lo que ha de suceder Luego otra vez se me muestran cosas que han ocurrido en lo pasado. Después que salgo de la visión no recuerdo inmediatamente todo lo que he visto, y el asunto no es tan claro delante de mí hasta que escribo. Entonces la escena surge delante de mí como me fue presentada en visión y puedo escribir con li­bertad. A veces las cosas que he visto están ocultas de mí después que salgo de la visión, y no puedo recordarlas hasta que soy llevada delante de una congregación donde se aplica la visión. Entonces vienen con fuerza a mi mente las cosas que he visto. Dependo tanto del Espíritu del Señor para relatar o escribir una visión como para tenerla. Es imposible que yo recuerde cosas que me han sido mos­tradas a menos que el Señor las haga surgir delante de mí en el momento que a él le place que yo las relate o escriba” (Mensajes selectos, tomo 1, p. 41).

“Aunque dependo tanto del Espíritu del Señor para escribir mis visiones como para recibirlas, sin embargo las palabras que em­pleo para describir lo que he visto son mías, a menos que sean las que me habló un án­gel, las que siempre incluyo entre comillas” (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 41, 42).

“Se levanta la pregunta: ¿Cómo sabe la Hna. White en cuando a los asuntos de los cuales habla tan decididamente, como si tu­viera autoridad para decir esas cosas? Hablo así porque brillan en mi mente, cuando estoy en perplejidad, como un relámpago que sale de una nube oscura en la furia de la tormen­ta. Algunas escenas que fueron presentadas ante mí hace años no han sido retenidas en mi memoria, pero cuando es necesaria la ins­trucción entones dada, a veces, aun cuando estoy delante de la gente, el recuerdo viene nítido y claro, como el destello de un relám­pago, que me hace recordar claramente esa instrucción particular. En tales ocasiones no puedo menos que decir las cosas que reful­gen en mi mente, no porque haya tenido una nueva visión, sino porque aquella que me fue presentada quizás hace años ha sido traída a mi mente con fuerza” (Mensajes selectos, tomo 1, p. 42).

  • El don de lenguas

“El Espíritu Santo, asumiendo la forma de lenguas de fuego, descansó sobre los que estaban congregados. Esto era un emblema del don entonces concedido a los discípulos, que los habilitaba para hablar con facilidad idiomas antes desconocidos para ellos. La apariencia de fuego significaba el celo fer­viente con que los apóstoles iban a trabajar, y el poder que iba a acompañar su obra.

“‘Moraban entonces en Jerusalén ju­díos, varones religiosos, de todas las nacio­nes debajo del cielo’. Durante la dispersión, los judíos habían sido esparcidos a casi to­dos los lugares del mundo habitado, y en su destierro habían aprendido a hablar varios idiomas. Muchos de estos judíos estaban en esta ocasión en Jerusalén, asistiendo a las festividades religiosas que se celebraban. Toda lengua conocida estaba representada por la multitud reunida. Esta diversidad de idiomas hubiera representado un gran obstá­culo para la proclamación del evangelio; por tanto, Dios suplió de una manera milagrosa la deficiencia de los apóstoles. El Espíritu Santo hizo por ellos lo que los discípulos no hubieran podido llevar a cabo en todo el cur­so de su vida. Ellos podían ahora proclamar las verdades del evangelio extensamente, pues hablaban con corrección los idiomas de aquellos por quienes trabajaban. Este don milagroso era una evidencia poderosa para el mundo de que la comisión de ellos llevaba el sello del cielo. Desde entonces en adelante, el habla de los discípulos fue pura, sencilla y correcta, ya hablaran en su idioma nativo o en idioma extranjero” (Hechos de los apóstoles, pp. 32, 33).

“Los sacerdotes y gobernantes estaban grandemente enfurecidos por esa manifesta­ción maravillosa de la cual se informó toda Jerusalén y los lugares vecinos; pero osaron entregarse a su malicia por temor a exponer­se al odio del pueblo. Habían dado muerte al Maestro, pero aquí estaban sus siervos, hom­bres indoctos de Galilea, trazando el maravi­lloso cumplimiento de la profecía y enseñan­do la doctrina de Jesús en todos los idiomas hablados entonces” (Spirit of Prophecy, tomo 3, pp. 267, 268).

“Hay una gran obra que hacer en nuestro mundo. Hombres y mujeres deben ser con­vertidos, pero no por el don de lenguas ni por la realización de milagros, sino por predicar de Cristo crucificado” (Review and Herald, 5 de enero de 1905).

  • Dones falsificados

“Algunas de estas personas tienen mani­festaciones de lo que llaman dones, y dicen que el Señor las ha colocado en la iglesia. Hablan en una jerigonza incomprensible que llaman la lengua desconocida, y que lo es no sólo para el hombre sino para el Señor y todo el cielo. Estos dones son fabricados por hombres y mujeres ayudados por el gran engañador. El fanatismo, la falsa agitación, el falso hablar en lenguas y los servicios rui­dosos han sido considerados dones que Dios ha colocado en la iglesia. Algunos han sido engañados” (Testimonios para la iglesia, tomo 1, p. 365).

“Hay estrellas fugaces que profesan ser ministros enviados por Dios y andan predi­cando los sábados de lugar en lugar; pero han mezclado la verdad con el error y le ofrecen al pueblo el conjunto de sus opiniones dispa­res. Satanás los ha introducido para disgus­tar a los incrédulos inteligentes y sensatos. Algunos tienen mucho que decir acerca de los dones, y tienen a menudo manifestacio­nes especiales. Se entregan a sentimientos desenfrenados y excitantes, y hacen ruidos ininteligibles que llaman don de lenguas. Cierta clase de personas parece encantada con estas extrañas manifestaciones. Un espí­ritu extraño domina a estas gentes, que están dispuestas a atropellar a cualquiera que se proponga reprenderlas. El Espíritu de Dios no está en esa obra” (Testimonios para la iglesia, tomo 1, pp. 366, 367).

“Quien haga de la operación de milagros la prueba de su fe, encontrará que Satanás puede, mediante una variedad de engaños realizar maravillas que pasarán por milagro genuinos” (¡Maranata, el Señor viene!, p. 154).

“La forma como Cristo obró consistió en predicar la Palabra y aliviar los sufrimientos mediante obras milagrosas de curación Pero se me ha dicho que hoy no podemos obrar en la misma forma, porque Satanás ejercerá su poder realizando milagros. Que los siervos de Dios de hoy no podrían obra mediante milagros, porque se realizarán obras espurias de curación que se harán pasar por divinas” (Mensajes selectos, tomo 2, p. 62).

“Los que buscan milagros como una señal de la dirección divina están en grave

peligro de ser engañados. Se declara en la Palabra que el enemigo trabajará con sus agentes que se han apartado de la fe, y que aparentemente ellos harán milagros, hasta llegar aun a hacer descender fuego del cielo a la vista de los hombres. Por medio de ‘milagros mentirosos’ Satanás engañará, si es posible, aun a los escogidos” (Mensajes selectos, tomo 3, pp. 466, 467).

“El enemigo de las almas desea impedir esta obra y, antes que llegue el tiempo para que se produzca tal movimiento, tratará de evitarlo introduciendo una falsa imitación. Hará parecer como que la bendición especial de Dios es derramada sobre las iglesias que pueda colocar bajo su poder seductor; allí se manifestará lo que se considerará como un gran interés por lo religioso. Multitudes se alegrarán de que Dios esté obrando maravillosamente en su favor, cuando, en realidad, la obra provendrá de otro espíritu” (El conflicto de los siglos, p. 517).

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