COMO HABLA DIOS A SUS PROFETAS I

Publicado por - en

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas…”

(Heb. 1:1). “Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré

con él” (Núm. 12:6).

Dios se ha estado comunicando siempre con los seres humanos desde que creó a Adán y Eva. [1] Los seres humanos fueron creados como contrapartes de Dios, hechos “a su imagen” (Gén. 1:27). Los hizo responsables, esto es, capaces de responder a Dios y a otras personas. Dios proveyó todo lo que podía imaginarse para la felicidad de nuestros padres. “Plantó un huerto” (Gén. 2:8) ya en floración, lleno de plantas adecuadas para proveer alimento.

Nuestra primera pareja no tuvo que luchar por la existencia ni valerse de tanteos a fin de sobrevivir.

Más aún, Dios hizo a los hombres y las mujeres con la capacidad de producir hijos a la imagen de ellos , aunque Adán y Eva fueron creados a la imagen de Dios. Nada fue omitido; todo lo que los seres humanos necesitaban estaba en su lugar apropiado: la clase correcta de comida, el gozo de trabajar, una deslumbrante exhibición diaria de flores y jardines, no llovía ni nada se enmohecía, y había un perfecto compañerismo mutuo y con Dios. El plan de Dios para nuestros primeros padres permanece como un anteproyecto factible para nosotros hoy, mientras buscamos paz y salud en medio de un triste colapso de lo que el Señor había planeado para la familia humana.

Comunicación antes del pecado

Antes de que nuestros primeros padres pecaran, estaban en constante comunicación con Dios y sus ángeles. De esta manera aprendían cómo cuidar de todas las criaturas vivientes y de qué manera proveer a sus propias necesidades como mayordomos de este fantástico paraíso llamado el Planeta Tierra. Quizás cada día tenían un culto con Dios a la puesta del sol, “al aire del día” (Gén. 3:8). ¡Y descubrieron que no todo era seguridad, aun en el Edén! El mal acechaba en la sombra “del árbol de la ciencia del bien y del mal” (Gén. 2:17).

Pero cuando Adán y Eva pecaron, ocurrieron cambios terribles. Ya no podían hablar con Dios cara a cara. No porque Dios hubiese cambiado, sino porque la primera pareja lo había hecho: el pecado reconfiguró su mente y sus emociones. Isaías describió severamente esta nueva situación: “Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isa. 59:2).

El pecado estropea las vías neurales. Nadie vuelve a ser el mismo después que ha pecado: se forman nuevos surcos en los caminos neurales que hacen que el pecado sea más fácil de repetir. Pensar nuevamente en forma clara requiere ayuda especial de Dios. Por esto, cuando nuestros primeros padres pecaron, Dios tuvo que cambiar su sistema de comunicación con los seres humanos. No todos los deplorables resultados del pecado les ocurrieron a Adán y Eva en forma inmediata, pero la triste degeneración de la raza humana comenzó ese día cuando cedieron a “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Juan 2:16).

Cómo cubrió Dios la brecha del pecado

¿Cómo podía cubrirse la sima del pecado? Dios siempre tiene una solución. El sabe cómo adaptarse a las circunstancias cambiantes. Por ejemplo, en vez de la comunicación cara a cara, él “habla” a todo ser humano

mediante la “conciencia” (ver Juan 1:9; Rom. 2:15). En una forma significativa, el Espíritu Santo llama a la gente dotada de razón a que elijan el bien en lugar del mal, cualquiera sea su situación. Más aún, a aquellos que específicamente piden la ayuda divina, aunque no conozcan mucho acerca de Dios, se les extiende la promesa abierta como a todos los demás: “Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Prov. 3:6). [2]

El también se revela a sí mismo mediante los ángeles: “¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?” (Heb.1:14). [3]

Aunque malogrado por los resultados del pecado, el mundo físico todavía revela mucho de la naturaleza y el carácter de Dios: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Rom. 1:20). La gente de todos los continentes y a lo largo de toda la historia han asociado a Dios con “atributos” tales como orden, belleza, predictibilidad y diseño inteligente que han visto en los cuerpos celestes o en las maravillas de la tierra, tanto animadas como inanimadas. [4]

Antes de que Moisés guiara a los israelitas fuera de Egipto, Dios se había estado comunicando con los seres humanos mediante patriarcas como Noé (Gén. 5-9), Abrahán (Gén. 12-24), Isaac (Gén. 26:2-5) y Jacob (Gén. 32:24-30). Moisés fue el ejemplo destacado de un ser humano con quien Dios conversó (Exo. 3, etc.).

Al relacionarse con la nación de Israel en sus primeros años, Dios “habló” mediante el Urim y el Tumim, dos piedras preciosas colocadas en el pectoral (unido al efod) del sumo sacerdote de Israel. Cuando los dirigentes de la nación querían conocer la voluntad de Dios, el sumo sacerdote formulaba preguntas específicas que eran contestadas por la luz que descansaba ya sea sobre el Urim o el Tumim. [5] Para una nación joven que acababa de salir del cautiverio y aún no había recibido la Palabra escrita, este dramático método de comunicación era decisivo y afirmador.

Dios también habló mediante sueños. Pensemos en los sueños de José que tuvieron un significado profético (Gén. 37), los sueños del copero y el panadero de Faraón (Gén. 40), los sueños de Faraón (Gén. 41), el sueño del soldado madianita (Juec. 7), y los sueños de Nabucodonosor (Dan. 2, 4).

Sin la menor duda, la revelación más clara de Dios y de su voluntad hacia los seres humanos ha sido dada mediante Jesucristo: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Heb. 1:1-2). Jesús fue explícito: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). Pero Cristo no señaló a Dios como todos los profetas lo habían estado haciendo; él era Aquel a quien ellos habían estado señalando.

Los profetas: la forma más reconocida de revelación divina

Aunque Dios usó muchos métodos, el “profeta” fue la forma más reconocida de comunicación divina. Los sacerdotes en Israel eran los representantes del pueblo ante Dios; los profetas eran los representantes oficiales de Dios ante su pueblo. La vocación sacerdotal era hereditaria; el profeta era específicamente llamado por Dios. [6]

Los profetas han sido el canal más visible en el sistema de comunicación de Dios. “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7). “Jehová el Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo y de su habitación” (2 Crón. 36:15).

Dios dijo muy claramente que si el pueblo no escuchase a sus profetas, él no tenía otro remedio para ayudarles en sus problemas personales o nacionales: “Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que… no hubo ya remedio” (2 Crón. 36:16).

En el libro A Prophet Among You (Un profeta entre vosotros), [7] T. Housel Jemison enumeró ocho razones por las que Dios usó profetas en vez de algún recurso dramático que atrajese la atención, como escribir en las nubes o proclamar estruendosamente su voluntad cada mañana al amanecer:

1. Los profetas prepararon el camino para el primer advenimiento de Cristo.

2. Como representantes del Señor, los profetas mostraron al pueblo que Dios valoraba a los seres humanos lo suficiente como para elegir entre ellos hombres y mujeres que lo representasen.

3. Los profetas eran un continuo recordativo de la cercanía y la accesibilidad de la instrucción de Dios.

4. Los mensajes a través de los profetas cumplían los mismos propósitos que una comunicación personal del Creador.

5. Los profetas eran una demostración del tipo de compañerismo con Dios y de la gracia transformadora del Espíritu Santo que podían experimentarse en la vida de un ser humano.

6. La presencia de los profetas ponía al pueblo a prueba en cuanto a su actitud hacia Dios.

7. Los profetas ayudaron en el plan de salvación, porque Dios ha usado consistentemente una combinación de lo humano y de lo divino como su medio más efectivo para alcanzar a la humanidad perdida.

8. El producto sobresaliente de los profetas es su contribución a la Palabra Escrita.

La obra del profeta

La obra del profeta era doble: recibir el mensaje divino y entregar ese mensaje fielmente. Estos aspectos se reflejan en las tres palabras hebreas para “profeta”. Para destacar el papel de los profetas en escuchar la voluntad de Dios como ésta les era revelada, el escritor hebreo usaba chozeh o ro’eh , traducido como “vidente”. La palabra hebrea nabi (la palabra hebrea que más frecuentemente se usa para profeta) describe a los profetas como comunicando su mensaje en forma hablada o por escrito.

En 1 Samuel 9:9 se indican ambos papeles: “Antiguamente en Israel cualquiera que iba a consultar a Dios, decía así: Venid y vamos al vidente [ ro’eh ]; porque al que hoy se llama profeta [ nabi ], entonces se le llamaba vidente [ ro’eh ]”.

La palabra c hozeh, derivada de la misma raíz hebrea de la que obtenemos la palabra española visión , destaca el hecho de que el profeta recibe mensajes mediante visiones divinamente iniciadas.

Cada uno de los tres términos hebreos para “profeta” subrayan el oficio profético como el lado humano del plan divino de comunicación.

En el Nuevo Testamento, la palabra griega prophetes, correspondiente al vocablo nabi del Antiguo Testamento, se la translitera “profeta” en el idioma español. Su significado básico es “hablar, declarar [o hacer una declaración]”.El genuino “profeta” habla por Dios.

Largo linaje de esplendor

El primero (hasta tanto sepamos) de este asombroso linaje de valientes, fieles y luminosos profetas mediante los cuales Dios manifestó su pensamiento fue “Enoc, séptimo desde Adán” (Jud. 14). Más tarde estuvieron Abrahán (Gén. 20:7) y Moisés (Deut. 18:15). María fue la primera mujer designada como una profetisa (Exo. 15:20).

Con el transcurso del tiempo, la nación de Israel perdió su visión espiritual y llegó a ser como sus vecinos en la adoración de otros dioses. Durante el largo y deprimente período de los jueces, Israel fue oprimido y humillado por sus vecinos. Cuando Samuel fue llamado a su función profética, los filisteos do-minaban con dureza a Israel. Elí, el sumo sacerdote, era anciano e inefectivo. Sus dos hijos, Ofni y Finees, aunque se les había confiado el liderazgo tanto del gobierno como del sacerdocio, eran “impíos, y no tenían conocimiento de Jehová” (1 Sam. 2:12). No es de sorprenderse que “la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia” (1 Sam. 3:1). [8]

“La palabra de Jehová escaseaba” en Israel porque eran escasos los hombres y mujeres a quienes se les podían confiar los mensajes del Cielo. Dios estaba dispuesto a guiar a su pueblo, pero carecía de personas mediante quienes pudiese impartir con seguridad su palabra. Cuando las visiones eran escasas, las circunstancias espirituales y políticas de Israel se hallaban en un nivel de decadencia. El bienestar de Israel fue restaurado sólo cuando se restauró el oficio profético.

Por ejemplo, la restauración de Israel como una nación libre y bendecida coincidió con el ministerio profético de Samuel. La larga vida de Samuel es un registro asombroso de cómo un hombre puede cambiar el curso de toda una nación. Sus primeros años, después que su madre lo hubo entregado al Señor, son bien conocidos: “Y el joven Samuel iba creciendo, y era acepto delante de Dios y delante de los hombres” (1 Sam. 2:26). Al madurar, su liderazgo espiritual llegó a ser evidente: “Y Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras. Y todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová” (1 Sam. 3:19-20). Eventualmente, “Jehová se manifestó a Samuel en Silo… Y Samuel habló a todo Israel” (1 Sam. 3:21-4:1).

La fidelidad de Samuel como mensajero de Dios permitió que Dios revertiese la miseria de Israel. El ejemplo espiritual del profeta, su exhortación y su liderazgo nacional fueron tan efectivos que el registro declara: “Así fueron sometidos los filisteos, y no volvieron más a entrar en el territorio de Israel; y la mano de Jehová estuvo contra los filisteos todos los días de Samuel” (1 Sam. 7:13).

La vida de Samuel es una ilustración clara y profunda de cuán efectivo puede ser el espíritu de profecía para establecer el programa de Dios en la tierra. ¡Quién puede imaginar lo que puede lograrse en estos últimos días al prestar atención al espíritu de profecía!

Cuando Samuel envejeció, ocurrió algo casi inexplicable. Los dirigentes israelitas acudieron a él y le pidieron que nombrase “un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” (1 Sam. 8:5). Olvidaron que su soberanía restaurada y sus circunstancias placenteras se debían al liderazgo profético de Samuel.

Dios les advirtió a los dirigentes que un rey le traería problemas y dificultades a su tierra, pero ellos persistieron: “Nosotros seremos también como todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras” (vers. 20).

Pero, aunque Israel rechazó el plan de Dios para la conducción de su pueblo (teocracia), Dios no rechazó a Israel. No retiró el don profético. Desde el tiempo de Saúl, el primer rey de Israel, hasta los días sombríos cuando tanto Israel como Judá fueron llevados en cautiverio por Asiria y Babilonia, treinta profetas se mencionan por nombre en la Biblia. Además, junto con los “hijos de los profetas” había también profetas cuyos nombres no se mencionan.

Bajo índice de éxito

¿Cuán exitosos fueron los profetas? Sólo en forma mínima, para gran detrimento de aquellos dirigentes nacionales que los rechazaron. Notemos a Joacim (Jer. 36), para quien el profeta Jeremías, por orden divina, debía escribir palabras de condenación y esperanza. Baruc, el ayudante editorial de Jeremías, leyó el mensaje “a oídos del pueblo” (vers. 10). El rollo pronto estuvo en las manos de los consejeros de la corte, quienes también se sintieron grandemente impresionados. Instaron al rey Joacim a que también leyese el mensaje de Jeremías. El rey le pidió a Jehudí que lo leyese en voz alta.

Pero cuando el ministro de confianza del rey hubo leído sólo “tres o cuatro planas, lo rasgó el rey con un cortaplumas de escriba, y lo echó en el fuego que había en el brasero, hasta que todo el rollo se consumió sobre el fuego… Y no tuvieron temor ni rasgaron sus vestidos” (Jer. 36:23-24).

Desafortunadamente, Joacim fue un símbolo de muchos dirigentes espirituales, aun de dirigentes cristianos de nuestro tiempo, que si pudiesen, destruirían completamente el mensaje de Dios y a sus mensajeros. Muchos han tratado a través de los años, ya sea con “un cortaplumas de escriba” o mediante el “descuido benigno”, de anular la efectividad de un profeta, pero el mensaje de Dios sobre-vive para aquellos que procuran conocer su voluntad.

David es otro ejemplo de un dirigente israelita que recibió un mensaje de reproche de parte de un profeta. Pero el resultado fue el opuesto a la experiencia de Joacim. Después que el rey David hubo matado a Urías, de modo que pudiese casarse con Betsabé, la esposa de Urías, Dios le dijo al profeta Natán que enfrentase al rey. Sin tratar de velar sus palabras con “simpatía” o con concesiones, Natán apuntó con su índice a David y pronunció el mensaje

de condenación de Dios: “Tú eres aquel hombre” (2 Sam. 12:7). David aceptó la palabra del Señor y capituló: “¡He pecado contra el Señor!” (2 Sam. 12:13, Nueva Biblia Española; ver también Sal. 51). David es uno de los ejemplos más excelentes de aquellos que han prestado atención a las palabras condenatorias del Señor, cambiando de ese modo su futuro para bien. Su ejemplo ha sido repetido muchas veces en la historia de la iglesia.

Nombres aplicados a los mensajes proféticos

En la Biblia se usan diversos términos para describir los mensajes dados por los profetas: consejo (Isa. 44:26); mensaje del Señor (Hag. 1:13, Nueva Biblia Española); profecía o profecías (2 Crón. 9:29; 15:8; 1 Cor. 13:8); testimonios (1 Rey. 2:3; 2 Rey. 11:12; 17:15; 23:3; también muchos versículos en el Salmo 119); y Palabra de Dios o de Jehová (1 Sam. 9:27; 1 Rey. 12:22).

Cada término, aunque fácilmente intercambiable, subraya un aspecto particular del sistema de comunicación de Dios. “Testimonios”, por ejemplo, sugiere “mensajes”. El pensamiento incluido en la frase “el testimonio de Jesús” (Apoc. 12:17 y 19:10) es que los mensajes o la voluntad de Jesús son revelados cuando un profeta habla o escribe.

Cómo interactúan Dios y los profetas

Los profetas reconocen claramente la presencia y el poder del Espíritu Santo en su papel como mensajeros de Dios. Pedro comprendió bien esta relación: “Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:21).

Notemos la experiencia de Saúl: “Y cuando llegaron allá al collado, he aquí la compañía de los profetas que venía a encontrarse con él; y el Espíritu de Dios vino sobre él [Saúl] con poder, y profetizó entre ellos” (1 Sam. 10:10).

Ezequiel se refirió a menudo a la presencia del Espíritu Santo: “Y luego que me habló, entró el Espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí al que me hablaba” (Eze.2:2; ver también 3:12, 14, 24; 8:3; 11:5; 37:1).

¿Cómo reconoció el profeta la presencia y el poder del Espíritu? Mediante visiones y sueños fuera de lo ordinario, y a través de los fenómenos físicos que los acompañan. Muchos de ellos han sido el cumplimiento de la

promesa de Dios, de que “cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él” (Núm. 12:6). (El registro bíblico no hace una clara distinción entre una visión profética y un sueño profético; a menudo los términos se han usado en forma intercambiable.)

En Daniel 10, el profeta describió algunos de los fenómenos físicos que acompañaron a esta “gran visión” (vers. 8). Aunque cayó sobre su rostro “en un profundo sueño”, pudo oír “el sonido de sus palabras” (vers. 9). Otros se encontraban con Daniel cuando estaba en visión, pero “sólo yo, Daniel, vi aquella visión” (vers. 7).

Daniel cambió físicamente mientras estaba en visión: “No quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno” (vers. 8). Cualesquiera puedan haber sido los fenómenos particulares que acompañaban a una visión o un sueño, los profetas sabían que Dios les estaba hablando.

Lo que sabemos sobre los mensajes de los profetas y cómo los daban, se encuentra registrado en la Biblia. Originalmente, no todos los mensajes tal como los tenemos actualmente estuvieron en forma escrita. Algunos fueron sermones públicos, otros fueron cartas a amigos o a grupos de la iglesia, y otros fueron anuncios oficiales que reyes hacían a su pueblo. Algunos de los escritos proféticos inspirados ni siquiera se originaron con los profetas.

A partir de los abundantes mensajes proféticos presentados a lo largo de varios miles de años, Dios supervisó una compilación que llamamos la Biblia. Esta muestra se ha preservado con un propósito: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Cor. 10:11).

Cómo entregaron los profetas sus mensajesç

A lo largo de la historia el espíritu de profecía ha usado tres métodos para dar los mensajes de Dios: en forma oral, escrita o dramatizada.

Oral. La presentación regular, tipo sermón, es quizás la forma mejor conocida del trabajo de un profeta. Pensamos inmediatamente en Jesús dando su sermón sobre el Monte de las Bienaventuranzas (Mat. 5-7), o en el sermón de Pedro el día de Pentecostés (Hech. 2). Todo el libro de Deuteronomio fue un discurso oral en el cual Moisés recapituló los cuarenta años previos de la historia israelita. Muchos de los profetas menores entregaron primero sus mensajes oralmente.

Además de estas presentaciones más formales, los profetas registraron por escrito sus consejos dados antes a dirigentes individuales o a grupos de personas. Isaías escribió su entrevista con Ezequías (Isa. 37). La mayor parte del libro de Jeremías es un resumen escrito de sus mensajes públicos. Ezequiel transcribió sus conversaciones anteriores con los dirigentes de Israel. Por ejemplo: “En el sexto año, en el mes sexto, a los cinco días del mes, aconteció que estaba yo sentado en mi casa, y los ancianos de Judá estaban sentados delante de mí, y allí se posó sobre mí la mano de Jehová el Señor” (Eze. 8:1; ver 20:1).

Estas entrevistas privadas como las de Natán con David (2 Sam. 12:1-7); Jeremías con Sedequías (Jer.8:14-19); y Jesús con Nicodemo (Juan 3), fueron también consideradas dignas por el espíritu de profecía de una aplicación más amplia.

Además de sus deberes más oficiales y públicos, los profetas escribieron cartas personales a personas que tenían necesidades especiales.

Por escrito. Los mensajes escritos tienen ventajas sobre otras formas de comunicación. Pueden ser leídos y releídos. En comparación con una presentación oral, son menos susceptibles de una mala interpretación. El Señor le dijo a Jeremías que escribiese un libro que contuviese las palabras que él le daría. Jeremías le pidió a Baruc que fuese su ayudante editorial, y el libro eventualmente fue leído al pueblo de Jerusalén y al rey. Años más tarde, el profeta Daniel (9:2) habla de su lectura de los mensajes de Jeremías y de cómo Jeremías había prometido liberación para el pueblo de Dios después de la cautividad de setenta años. Al mismo Daniel se le dijo que escribiese un libro especialmente para quienes viviesen en “el tiempo del fin” (12:4).

El apóstol Pablo escribió catorce libros del Nuevo Testamento, y todos ellos menos uno fueron cartas a varias iglesias o a sus pastores. Algunas de sus cartas no se incluyeron en la Biblia, como la carta a la iglesia de Laodicea (Col. 4:16).

Pedro también escribió cartas a varios grupos de iglesia: “Amados, esta es la segunda carta que os escribo, y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento” (2 Ped. 3:1). También escribió cartas privadas, tal como a Silvano (1 Ped. 5:12).

Juan escribió por lo menos tres cartas además de su Evangelio y el libro de Apocalipsis: “Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido” (1 Juan 1:4).


0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *