LA CRONOLOGÍA PROFÉTICA MÁS EXTRAORDINARIA

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70 semanas y 2300 días

Dr. Alberto R. Treiyer

Hace unos ocho años estaba dando conferencias en Ucrania durante las noches sobre los eventos finales, y durante el día un seminario sobre el evangelio del santuario a pastores y laicos líderes. En la última etapa de mi gira estuve en la capital, Kiev, sin sospechar la sorpresa que iba a tener. El presidente de la Asociación me preguntó si iba a incluir en mis exposiciones a los pastores el tema de la fecha inicial de los 2.300 días. Le dije que no había traído material sobre ese punto porque nunca me pedían que tocase el tema. Lo más que pude prometerle fue tocar al final, en forma general, algunos de los problemas de los calendarios diferentes que se usaban entonces.

Cuando llegó el último día, al concluir dije que, a pedido del presidente de la Asociación de Kiev podía tocarles algunos problemas en el uso de los calendarios, pero que no iba a tocar el tema de la fecha en sí misma del año 457 a.C. porque no había traído material. Luego de una corta exposición les referí la respuesta de nuestra iglesia a través del Biblical Research Institute, en especial el trabajo del Dr. William Shea en el último número de la serie sobre Daniel y Apocalipsis, además del primero que fue escrito enteramente por él.

El presidente de esa Asociación pasó entonces para cerrar el seminario y, en lugar de agradecerme los servicios que habían alegrado en gran manera a los pastores y laicos prominentes al enseñarles los rituales hebreos, se puso a explicar con una energía y convicción impresionantes cómo nuestra iglesia se había equivocado y estaba enseñando el error con respecto al inicio de los 2300 días. Cuando terminó me paré y le dije que si tenía problemas con la fecha de partida, estaba el cumplimiento en la época de Cristo que había sellado la profecía de las 70 semanas, así como la de los 2300 días como terminando en 1844. Me respondió categóricamente que no se puede arreglar un error de partida por un acierto de llegada. Le pedí entonces la fuente de su exposición. Se negó a dármela. Entonces me enojé, siempre en público, y le dije que si no había leído la respuesta de nuestra iglesia, era un irresponsable al presentar la crítica como si fuera verdad. Prometí entonces que al regresar a los Estados Unidos, iba a buscar la documentación que había leído someramente en su momento, e iba a resumirla y enviársela.

Al día siguiente me llevaron a conocer el nuevo colegio que estaban levantando a unos 30 kilómetros de Kiev, en una zona boscosa. De la noche a la mañana nuestra iglesia se quedó con una propiedad de grandes edificios que había pertenecido al ejército y que había servido por años para la instrucción comunista. Guardaban una pared cubierta por una cortina con las insignias del comunismo, un valor histórico sin duda, ahora sirviendo para instruir a muchos en el evangelio de Cristo. Sorpresivamente vi de nuevo al presidente de esa Asociación quien se acercaba dónde estaba y sonreía, algo nervioso e incómodo. Pensé que le había afectado algo la confrontación del día anterior por lo que amigablemente volví a preguntarle: –¿De dónde obtuvo la información que usó ayer para atacar la fecha inicial de las 70 semanas y los 2300 días? Me contestó cualquier cosa menos lo que le pregunté, por lo que el traductor no quiso traducirme la misma pregunta otra vez, haciéndome una seña de no darle importancia.

Se me informó después que había un grupo de ucranianos en los Estados Unidos que mandaba información y propaganda disidente a Ucrania, y que eso estaba confundiendo a muchos, inclusive a ese presidente. Me sentí en parte responsable de la situación del día anterior por no haberme preocupado antes por dominar a fondo el tema. En todos lados a donde había ido se había dado por sentado la exactitud de la fecha, y no sentí la necesidad de llevar material extra para tratar ese punto allí.

Al volver a los Estados Unidos leí el artículo de William Shea, lo resumí y agregué algunos datos adicionales que había recogido mientras enseñaba en Francia. Luego lo mandé a ese presidente, a la traductora, y a un pastor que hablaba inglés pidiéndole también que lo tradujera. Cuando cuatro años más tarde fui otra vez a Kiev, lo vi a ese presidente flaco con una barbita en el mentón y le pregunté si había recibido el material. Ya no era presidente, tenía otro cargo. Me dijo que no, que nunca lo había recibido (al recibirlo en inglés tal vez ni se enteró de qué se trataba, ni se preocupó porque alguien se lo tradujera).

Otra confrontación

Aunque entendí los argumentos principales de William Shea, basados en gran parte en el arqueólogo adventista, ya fallecido, Siegfried Horn, había algunas preguntas que me quedaban y para las que no había encontrado una respuesta satisfactoria. Al verlo poco después en la Asociación General en un pasillo, aproveché para preguntarle una de ellas. A pesar de que había salido de su oficina para ir al baño, se detuvo a explicármela y me hizo un gráfico pequeño, sin dar apariencias de apuro. Le agradecí la atención y le pedí que no se detuviera más conmigo. Mi pregunta tuvo que ver en esa oportunidad con la sincronización de la profecía de los 2.300 días con la de los 1.335 días. Otra pregunta crucial me quedaba sobre la razón por la que los milleritas escogieron el Día de la Expiación de 1844 y no el de 1843, dado que el año civil hebreo expiraba el día anterior al primero de Tishri (Fiesta de las Trompetas), y no el décimo (Día de la Expiación).

Poco tiempo después me encontré con un hermano brasileño a quien había conocido cierto tiempo atrás, entusiasmado al extremo según había yo interpretado, con la fecha de los 2.300 días. Criticaba a muerte a todos los teólogos adventistas. En una reunión que pidió en la Asociación General con el Dr. William Shea y otros dirigentes, incluyendo del Centro White, terminó diciéndole que iba a llegar el día en que iba a tener que pedirle perdón a la Iglesia Adventista por haberla engañado. Me interesé en su material, aunque para mis adentros pensé: ¿De Brasil podrá salir un teólogo, tan luego uno que ni siquiera hizo los primeros cuatro años elementales de teología? No obstante, dejé la puerta abierta por ver si alguien que se expresaba tan decididamente tendría algo que ofrecerme. Esta vez, la crítica provenía de alguien que presumía defender el enfoque tradicional sostenido por los milleritas y los pioneros de la Iglesia Adventista, y acusaba a los dirigentes actuales de haber descarriado a la iglesia en ese tema tan importante.

Un tercer y cuarto empujón para estudiar el tema

Mi correspondencia con ese hermano laico brasileño no me sirvió demasiado. El material que me envió me pareció confuso por falta de metodología. De una cosa saltaba a la otra y no entendía la razón de sus reacciones contra la posición de nuestros teólogos actuales. Por esa época leí una breve declaración de un profesor de Andrews, adonde ese hermano brasileño había ido a pelear también, diciendo que la posición de William Shea y de otros teólogos adventistas era sólida y no débil como nuestro hermano del país del fútbol y de las bananas argüía. Enterado de que una comisión en Brasil, dirigida por el Dr. Alberto Timm (medio pariente mío por parte de mi abuela brasileña, y único teólogo brasileño elocuente que conozco junto con Siegfried Schwantes, ya jubilado hace tiempo), le había prometido a ese hermano estudiar su material, decidí esperar. Le prometí entonces estudiar su material cuando dispusiera de más tiempo, más definidamente, para cuando preparase mi tercer seminario sobre el santuario (pienso incluirlo porque se trata de un problema que explotan algunos para confundir y hacer perder la fe de nuestro mensaje profético a muchos hermanos).

Ese día llegó el año pasado, y se incrementó con el folleto de la lección del último trimestre que se basó en el libro de Daniel. Estaba contento de haber comprado una tesis doctoral sobre el tema preparada en la Universidad de Andrews. Basado en esa tesis y en otros documentos adicionales que había estado juntando con el tiempo, preparé un comentario sobre las 70 semanas. Confiadamente de la fundamentación bíblica y extrabíblica allí expuesta. Pero ya casi el último día de mis vacaciones vi por casualidad en la biblioteca de la Universidad Adventista del Plata un libro sobre esa cronología editado en Brasil. Vi que se trataba de ese hermano, y la recomendación decidida del doctor tocayo mío del Brasil me interesó más. Con el perdón de todos los que tienen posiciones ya tomadas sobre el tema, creo que el material del hermano Juárez Rodríguez de Oliveira es el mejor que se haya escrito hasta ahora sobre la cronología de las 70 semanas y de los 2300 días (salvando su estilo polémico que no lograron quitarle del todo hasta ahora).

De esta introducción se desprende que no soy especialista en cronología bíblica. Mi especialidad tuvo y tiene que ver con la teología del santuario de Israel y, debido a su relación especial con los eventos finales, extendí esa especialización hacia los libros de Daniel y Apocalipsis. Poco a poco, sin embargo, voy avanzando en el conocimiento y profundización de la cronología bíblica que requiere el concurso de varias ciencias como la arqueología, la historia, la astronomía, las matemáticas y la teología. Esta serie que estoy compartiendo con ustedes por internet es una manera también de obligarme a meterme más en el tema, para organizar mejor los conocimientos que ya adquirí. Por lo cual, si alguien se siente inclinado a criticar alguna posición asumida, tal crítica será bienvenida y servirá para enriquecer más su comprensión. Soy consciente que se requiere un esfuerzo de simplificación como el que se verá aquí, pero a su vez, tal esfuerzo puede dejar aspectos de lado que son necesarios para satisfacer a mentes más inquisitivas. Por lo que si en este foro se puede contar con observaciones críticas de quienes también pusieron su cabeza en el tema, alabado sea el Señor por ello.

Origen de los calendarios

Antes de entrar en el tema mismo de la cronología de las 70 semanas y los 2300 días, será útil dar una mirada rápida a la historia de algunos calendarios. El tema de los calendarios me había interesado ya mientras preparaba mi tesis doctoral sobre el Día de la Expiación en la Universidad Protestante de Estrasburgo, Francia. Ezequiel recibió su visión del Nuevo Templo en un Día de la Expiación (Ezequiel 40:1) —mi tesis versó sobre ese día especial— y el hecho no parece ser fortuito. El significado de ese día proyectado en la visión que Dios le dio a Ezequiel debía, sin duda, arrojar luz sobre el mensaje que Dios quiso dar a su pueblo entonces. Lo llamativo en Ezequiel es que se refirió a ese día diez como dándose “al principio del año”, en referencia probable al año otoñal (véase A. R. Treiyer, The Day of Atonement and the Heavenly Judgment, 124ss, 318ss). 

Posteriormente me interesé algo más en el tema debido a que un alumno de teología en Francia, Francois DuMesgnil D’Engente, llegó a convencerse al leer a Siegfried Horn que se había equivocado en un artículo de Ministry recién aparecido en esa época. Una mejor comprensión sobre los distintos calendarios y la manera de contar de los judíos los años de los reyes, fue suficiente entonces (tal vez en parte), para resolver el problema que suscitó en una de mis clases.

En tiempos modernos surgió la teoría promovida por teólogos liberales, de que los israelitas copiaron el calendario solar de los egipcios que comenzaba en el mes Toth (diciembre), y posteriormente, bajo la influencia babilónica, adoptaron su calendario lunar que comenzaba en el mes Abib (marzo-abril). Esta teoría ha sido fuertemente rechazada por muchos teólogos, inclusive judíos, que argumentan que el calendario hebreo fue siempre lunisolar ya que fue instituido en el día mismo de la creación (Génesis 1:14; Salmo 104:19). Lo que es motivo real de discusión, sin embargo, es determinar cómo se las arreglaban al principio para sincronizar el calendario lunar con el solar que medían por las cosechas. Dos autores judíos, S. Safrai y M. Stern, llegaron a afirmar en 1976 que “el contraste entre la pobreza de nuestras fuentes y la abundancia y riqueza de detalles de las teorías” es sorprendente.

¿En qué época o estación debía comenzar el año solar que, quiéranlo o no, estaba presente regularmente con la maduración de las cosechas y el movimiento del sol? Pareciera ser en la época en que el sol llegaba a su período más débil o corto del año o, por decirlo de otra manera, cuando el sol comenzaba a permanecer más tiempo a la vista de los antiguos. En otras palabras, el año debía comenzar cuando los días comenzasen a extenderse. De allí que los Egipcios lo hiciesen comenzar en nuestro diciembre, una práctica que siguieron los romanos al llamar al primer mes Jano (de allí January, Enero). Ese mes estaba representado por un dios, Jano, que tenía dos caras pegadas por la nuca, mirando una hacia el pasado y la otra hacia el futuro. Por eso, en torno al 25 de diciembre, los romanos hacían fogatas anunciando el nacimiento del dios sol, ya que en torno a esa fecha el sol comenzaba a extenderse durante el día en el hemisferio norte.

Los cristianos de Roma, por su parte, decidieron más tarde festejar en esa fecha la Natividad, el natalicio del Sol de Justicia, Cristo Jesús, aunque ese día no hubiese tenido nada que ver con la fecha real en que nació Jesús (en Navidad los pastores de Belén no hubieran pasado toda la noche en el campo con los animales porque era invierno). Esa misma práctica de encender fogatas se perpetúa en las luces artificiales que se prenden en tantas ciudades cristianas para las fiestas de Navidad y Año Nuevo que comienzan también en el mes de diciembre y se apagan luego del primero de enero.

La sincronización de los calendarios lunisolares

Los israelitas también hicieron comenzar los meses con la luna creciente, y hubiera sido de esperarse que comenzasen el año de una manera semejante, con el mes en el que supuestamente el sol comenzaba a alargarse. Sorprendentemente, el calendario civil o solar lo hicieron comenzar en el otoño, en la época en que expiraba el año religioso y lunar, y en ocasión de la cosecha final del año. Fue en la declinación del sol, y no en su nacimiento, que hicieron comenzar el año civil. ¿Habrá tenido ese hecho como propósito evitar que se tentasen a honrar al sol como lo hacían los demás paganos, festejando su natalicio el día en que presumían comenzaba a resurgir? Tampoco tenían fiestas de germinación, sino sólo de cosecha, en reconocimiento a Dios por sus dones, algo contrastante con las fiestas de la fertilidad que tenían los paganos con diosas como Astarté que contenía siete senos.

[Un estudio que no he podido hacer y sería positivo hacerlo un día es comparar la ubicación de los días festivos anuales de los pueblos paganos en contraste con la ubicación de los días festivos en Israel, sus motivaciones y teología especial. Hasta ahora sólo expuse en mi tesis doctoral tales contrastes en relación con el Día de la Expiación y la purificación del templo del dios Nebo en la antigua Babilona. A lo que me refiero es a hacer una comparación de los calendarios festivos religiosos entre los pueblos antiguos y el de Israel].

El calendario hebreo puede definírselo fácilmente como agrícolo-ganadero porque se festejaban las fiestas en determinados días del mes ligados a las cosechas, y se los celebraba en el templo junto con ciertos sacrificios de animales definidos (Levítico 23; Números 28-29). Ahora bien, las cosechas no se ajustan a la luna, sino al sol. ¿Cómo podían determinar, entonces, el día exacto del mes en que debían traer las gavillas o los frutos al templo, en gratitud a Dios por sus bendiciones materiales y espirituales? Más aún, ¿cómo podían llamar a esos meses de fiesta “primer mes”, o “séptimo mes”, en referencia a los meses más cargados de fiesta, si los doce cambios de luna del año no coincidían con los cambios anuales de rotación de la tierra en torno al sol?

Se sabe que los pueblos antiguos, incluyendo el pueblo de Israel, tenían un año solar de 360 días, lo que corresponde a 12 meses de 30 días cada uno. Eso se ve confirmado por la profecía de los 1260 días de Daniel, y su definición más clara del Apocalipsis como 42 meses (Apocalipsis 11:2; 13:5), 1260 días (Apocalipsis 11:3; 12:6) o “tiempo (1), tiempos (2), y la mitad de un tiempo” (1/2 año) (Daniel 7:25; 12:7; Apocalipsis 12:14). ¿Qué pasaba con los cinco días y algo restantes que no se computaban? Se sabe también que algunos pueblos tenían algunos días extras que entre los romanos llevó a ciertos emperadores a competir entre sí para que el mes que honraba su memoria se quedase con mayor número de días. Entre los israelitas es probable que cada seis años arreglaran su calendario solar con un mes extra que hiciesen coincidir con la víspera del año sabático. El año sabático mismo podría haber servido como medio regulador de todo desajuste que se hubiese dado hasta esa fecha, permitiendo recomenzar el primer año del nuevo ciclo en armonía con la cosecha, correspondiente también a la rotación de la tierra en torno al sol.

Una prueba indirecta de un mes extra se percibe, por ejemplo, en la profecía de los 1290 días de Daniel 12:11. Tal vez con el propósito de evitar cualquier especulación, Dios previó dos hechos históricos remarcables sobre el levantamiento del anticristo romano futuro, que permitirían reconocerlo de manera doble, reforzada, y nadie sintiese la necesidad de discutir si esos tres años y medio anticipados en Daniel 7:25 tendrían en cuenta un mes adicional o no.

Si nos quedamos aquí, todo parecería fácil. Pero debemos recordar que el calendario de Israel no fue únicamente solar, sino también lunar, esto es, lunisolar. [Los esenios tuvieron un calendario puramente solar, pero no he tenido la oportunidad de estudiarlo todavía]. Más definidamente, Dios indicó que debían ofrecer sacrificios especiales cada cambio de luna equivalentes a los del sábado semanal y los de las otras fiestas anuales (Números 28:11-15). El séptimo mes debía considerárselo, además, como un sábado anual, festejándolo con sonido especial de trompetas que anunciaban la inminencia del juicio diez días más tarde, en el Día de la Expiación (Levítico 23:23-32). ¿Cómo hacían los hebreos para sincronizar esos cambios de luna con el año solar de 360 días y aún, con el año astronómico que según sabemos, duraba algo más de 365 días?

Para ser más precisos, el mes lunar dura entre 29 y 30 días, y 12 meses estrictamente lunares dan 354 días y 8 horas, no 360 ni 365 días. Esto requería que cada tres años se diesen trece cambios de luna en el año, en lugar de doce, y en algunas ocasiones cada dos años. De lo contrario, la fiesta de las primicias de la cebada iba a tener que ser celebrada, con el correr del tiempo, en pleno invierno, cuando ni siquiera había plantas y era la época de la siembra. ¿Cómo podrían en tal caso llamar a ese primer mes Abib, esto es, “cebada”, si ese mes terminaba cayendo en cualquier época del año sin tener nada que ver con la cebada? Y si se partía mal, un problema semejante lo hubieran tenido con la fiesta de las primicias del trigo cincuenta días más tarde. También la fiesta final de la cosecha hubiera caído en el tiempo cuando las frutas estaban demasiado verdes, y las vides estuviesen muy lejos de colorear.

Una suposición basada en los años sabáticos

Así como había un séptimo día especial y sagrado, y un séptimo cambio de luna también especial y sagrado que los israelitas festejaban con sonido de trompetas, también había un séptimo año sabático y un año 49 más especial aún que completaba el período de siete años sabáticos (Levítico 25). Luego de la sexta cosecha, los israelitas habrían comenzado a festejar el año sabático que, antes de comenzar la primavera, en el caso de un calendario anual de 360 días, requería un mes adicional o intercalario o decimotercer mes. El año sabático, según esta teoría, podría haberse encargado de arreglar los problemas de sincronización del calendario lunar con el solar. Como podemos recordar, el año sabático comenzaba en el Día de la Expiación (Levítico 25:9-10), luego de lo cual todos los israelitas debían comparecer en el templo para agradecer a Dios por la cosecha final en la Fiesta de las Cabañas o Tabernáculos (Deuteronomio 31:11; cf. Levítico 23:33 y s.s.).

Llama la atención también el hecho de que el mes intercalario lunar (el décimo tercero), lo agregaron los israelitas en tiempos posteriores al concluir el calendario litúrgico-religioso, después del mes de Adar (el doce), y lo llamaban Ve-Adar o “segundo Adar” (el trece). Esto coincide con la orden indicada por Dios para iniciar los años sabáticos luego que se había juntado la cosecha final, en el séptimo mes. En este contexto, debemos recordar también que durante los años sabáticos los israelitas no cosechaban sus mieses, ni recogían sus frutos (Éxodo 23:10-11; Levítico 25:2-7,20-22). ¿Qué pasaba entonces con sus fiestas de cosecha en tales ocasiones? ¿Las celebraban? ¿Usaban ese año para recompensar la inexactitud de su calendario anual, como ocurría con todos los otros desajustes sociales que en ese año debían recomponerse? (Éxodo 21:2-6; Deuteronomio 15:1-18).

El primer año del nuevo ciclo del calendario solar, luego del año sabático, podían comenzar a contarlo de nuevo eligiendo como primer cambio de luna el que anunciaba la maduración de la cebada, como lo hacían siempre con el calendario lunar. De esa forma podían arreglar la diferencia de días de su calendario solar, regulándolo cada siete años con su calendario lunar. Como dato adicional podemos traer a colación que al cabo de 19 años, los cambios de luna volvían a cuadrar otra vez con la posición de la tierra en torno al sol que habían tenido al principio (es decir, con las estaciones del año solar), completando un ciclo metónico, nombre éste dado al griego Metón que descubrió el hecho (la diferencia es de alrededor de hora y media). [Se me ocurre una pregunta. Siendo que los datos astronómicos hoy son exactos aún en retrospectiva, ¿no podría este hecho ayudar a reforzar la fecha aproximada en que los israelitas comenzaron a cumplir con las leyes mosaicas que fueron establecidas específicamente para cuando entrasen en la tierra prometida? (Levítico 25:2). ¿Qué ciclo metónico habría cuadrado mejor con el calendario solar y el comienzo de la implementación de tales leyes en Palestina que pudiera ser ideal?]

Un calendario de cosecha

Es en las leyes bíblicas sobre los años sabáticos y de jubileo que podemos encontrar la primera mención a un doble calendario en el antiguo Israel, uno de primavera y otro de otoño. Había un calendario lunilitúrgico o religioso cuyo comienzo era a su vez histórico porque recordaba la liberación divina de Egipto (Éxodo 12-13), y otro que comenzaba medio año después. Mientras que el primero comenzaba en la primavera marcando el comienzo de la cosecha, el segundo comenzaba en el otoño marcando el final de la cosecha (Levítico 23; 25). En otras palabras, mientras que un calendario iba de comienzo a comienzo, el otro iba de fin a fin. Al segundo se lo conoce hoy también como calendario civil porque posteriormente contaron el comienzo del reinado de los reyes a partir de ese calendario otoñal.

Es evidente que la cosecha iba a ser el mejor medio para determinar el cambio de época ya que, por más conocimientos que tuviesen de astronomía, la medición exacta de rotación en torno al sol en una época en que la hora era el período de tiempo más corto iba a ser más difícil de determinar. La cosecha era, en esencia, el principio regulador por excelencia del calendario lunisolar. Aunque los cambios del sol y de la luna se tenían en cuenta, la cosecha era el centro de la atención a la hora de determinar el comienzo y el final, como motivo de agradecer a Dios por la vida, los dones y toda bendición que les otorgaba.

Los registros históricos bíblicos acerca de las fechas de los años sabáticos son magros y difíciles de determinar (2 Reyes 19:29; Isaías 37:30). Supuestamente, la destrucción de Jerusalén por los babilonios habría tenido lugar durante un año sabático (véase 2 Crónicas 36:21). Cierta discusión puede darse a la hora de determinar si esa destrucción se dio al comienzo o al final del año sabático. La cuenta posterior de los rabinos de tales años sabáticos es cuestionada aún hoy inclusive dentro del judaísmo. Su celebración tuvo que ver sólo con la shemittah o abandono agrario de la tierra, ya que en muchos respectos el contexto social había cambiado (véase A. R. Treiyer, Jubileo y Globalización. La Intención Oculta, cap. 13).

No se sabe “ni el día ni la hora”

Aquí cabe hacerse algunas preguntas. Si la destrucción de Jerusalén por los babilonios tuvo lugar en un año sabático en cumplimiento a las advertencias divinas por no haberlos guardado como Dios lo había indicado (Levítico 26:34-35: 2 Crónicas 36:21), y si el cumplimiento de las fiestas debía darse no sólo en cuanto al acontecimiento sino también en cuanto al tiempo (El conflicto de los siglos, pp. 450, 451), ¿no habría de suceder lo mismo con la venida de Cristo para venir a destruir a este mundo por sus seis mil años de pecado? Siendo que el día exacto en que caía esa fecha otoñal dependía de la luna que variaba de año en año, nadie podría saber “ni el día ni la hora” hasta que Dios mismo indicase desde el cielo que ése iba a ser el año en que iba a tener lugar.

La oración del pueblo de Dios, como la de los cristianos judíos que estuviesen en Jerusalén poco antes de su segunda destrucción, debía tener en cuenta la importancia de que ese día no cayese ni en sábado, ni en invierno (Mat 24:20), algo que de no cumplirse ese ruego, afectaría la huida del pueblo de Dios de las ciudades poco antes de su destrucción final, en el hemisferio que para esa época del año se viese más desfavorecido. El otoño del norte correspondiente a la primavera del sur, no es tan inclemente como el invierno [Véase A. Lista Hugo, El Retorno de Jesús y el Ritual Judío (Bs.As., 1999)]. [En este respecto debo ser claro en que es imposible determinar cualquier año de jubileo, ya que no se lo celebró en Israel desde la primera destrucción de Jerusalén, ni se sabe si llegó a celebrárselo antes ni en qué momento se habría comenzado a celebrárselo, por lo cual es inútil tratar de imaginarse cuál podría ser el año: véase A. R. Treiyer, Jubileo y Globalización. La Intención Oculta (1999), cap. 13].

El cómputo de los meses buscó enmarcárselo en tiempos post-bíblicos y cristianos en forma más rígida y astronómica, creando otro conflicto dentro del judaísmo debido a que en algunos años esos cómputos no coincidían adecuadamente con la cosecha. Debido a esto se veían a veces confrontados al problema de tener que celebrar las fiestas cuando los granos no estaban suficientemente maduros. Por tal razón, una rama del judaísmo (los caraítas), mantuvo su propio calendario que no coincidía en todo con el de Palestina. Sobre esto volveremos al discutir la fecha del 22 de octubre de 1844, lo que a su vez nos permitirá ver cómo hacían entonces para determinar el día exacto en que debían comenzar el primero de los meses y, desde allí, determinar los demás días y meses de fiesta anual.

La respuesta de Jesús a sus discípulos sobre si iba a restaurar “el reino a Israel” en sus días fue que no les tocaba a ellos “saber los tiempos o las épocas [estaciones] que el Padre puso en su sola potestad”. Con esto Jesús parece haberse referido a que ellos, tanto como Daniel, debían guardar su mensaje sellado hasta el “tiempo del fin” cuando Dios aclararía ese punto (Daniel 12:4). Por otro lado, la referencia de Jesús a “estaciones” podría tener que ver con los calendarios y sus variaciones que se daban cada año, y que no permitirían conocer en forma exacta ni el día ni la hora en que ese evento tendría lugar. Al no conocerse en qué día preciso debían comenzar las estaciones de la cosecha en el año de la venida del Señor, tampoco podría conocerse en forma exacta en qué día ni en qué hora definidos volvería a vérselo.

Más sobre la profecía de los 1290 días

Las únicas referencias que conozca a un calendario solar de 30 días rígidos cada mes, y 12 meses dando un total de 360 días, se encuentran en el libro de Daniel y el Apocalipsis. Ese calendario solar de 360 días podía servirles, tal vez, como un punto adicional de referencia que les permitiese regular, de tanto en tanto, el calendario lunar con el movimiento de la tierra en torno al sol. Que los israelitas medían también el movimiento del sol, y no solamente el de la luna, se puede ver en la mención al reloj de Acaz que su hijo Ezequías continuaba utilizando, y al que Dios mismo recurrió para permitirle a Ezequías ver la señal que pedía (2 Reyes 20:8-11). El año sabático basado en las cosechas se encargaba de por sí en poner en regla ese calendario solar también con el astronómico de 365 días, con un decimotercer mes que, como el lunar, correspondía intercalárselo al concluir el invierno, antes de comenzar la cosecha en el primer mes de primavera.

En efecto, el cómputo de 1290 días que nos ofrece Daniel está teniendo en mente un calendario solar que incluía un decimotercer mes adicional al cabo de seis años, tal como solía hacérselo con el calendario lunar cada tres años, y a veces cada dos años. Recordemos que los cómputos de los años se los hacía partir del calendario otoñal, esto es, en el séptimo mes del calendario religioso que comenzaba en primavera. Era entonces, en ese séptimo mes, que concluía la cosecha (Levítico 25:3-12). Pues bien, el decimotercer mes que solía agregarse al tercer año para no alejarse demasiado del calendario solar, caía en el mes de Adar. Ese mes de Adar se daba después que había concluido el año litúrgico y con él las cosechas del año, y era más específicamente el mes doce de ese año lunilitúrgico. En otras palabras, el “segundo Adar” o decimotercer cambio de luna precedía al mes de Abib con el que comenzaba la primavera y se daban, en la segunda mitad de ese primer mes primaveral, las primicias de la cosecha del año con el ofrecimiento en el templo de las primeras gavillas de cebada.

Resulta obvio que los israelitas escogieron ese último mes lunar para agregar un decimotercero porque ese mes terminaba el invierno, y para entonces podían ver si las plantas de cebada iban a poder madurar a tiempo o no para el primer mes de primavera. Cuando les resultaba obvio que eso no iba a ser posible, agregaban ese “segundo Adar”. Los 1290 días de Daniel abarcan, por consiguiente, esos tres años y medio de un año otoñal (tres septiembres/octubres más un cuarto Adar [febrero/marzo] doble, haciendo que el nuevo año lunilitúrgico comenzase en abril (abib) y terminase en octubre (etanim o tishri)).

¿Qué nos dice esto con respecto a la profecía de los 1260 o 1290 días o, más simple, 3 años y 1/2? Que ese período de dominio del anticristo romano anunciado por Daniel en esa profecía, iba a abarcar un período completo, luego de lo cual comenzaría una nueva época, una nueva primavera donde todo comenzaría a brotar otra vez (Daniel 7:25; 12:7, 9, 11).

No podemos detenernos a considerar aquí los otros detalles dados por la profecía, por lo que inferimos que el lector sabe ya que históricamente, fue en 1798 que concluyeron los 1260 y 1290 días (símbolo de años), con la herida mortal que recibió el papado romano a su autoridad y despotismo políticos. Para entonces se levantaron dos movimientos de liberación que fueron el secularismo ateo y el protestantismo norteamericano. Una nueva era de libertad brotaba entonces que permitiría levantar un pueblo que con su mensaje, madurase al mundo para la última gran cosecha. Esa era había sido anunciada como siendo la del “tiempo del fin” (Daniel 7:25; 12:4, 7, 9), y culminaría al final con la destrucción del mundo y la segunda venida de Cristo. El movimiento adventista nació con ese “tiempo del fin” y es inseparable de él. Surgió repentinamente por toda la tierra señalando ese cambio de era y anunciando el pronto regreso del Señor.

Llama la atención en este contexto, la interpretación de Elena G. de White con respecto al nuevo poder que surgiría de la tierra con rasgos de nobleza que al principio se compararían a los de un cordero (Apocalipsis 13:11). Esos rasgos tienen que ver con la libertad emanada de la Biblia que asumió especialmente el protestantismo norteamericano.

“¿Cuál era en 1798 la nación del nuevo mundo cuyo poder estuviera entonces desarrollándose, de modo que se anunciara como nación fuerte y grande, capaz de llamar la atención del mundo? La aplicación del símbolo no admite duda alguna. Una nación, y sólo una, responde a los datos y rasgos característicos de esta profecía; no hay duda de que se trata aquí de los Estados Unidos de Norteamérica. Una y otra vez el pensamiento y los términos del autor sagrado han sido empleados inconscientemente por los oradores e historiadores al describir el nacimiento y crecimiento de esta nación. El profeta vio que la bestia “subía de la tierra” y, según los traductores, la palabra dada aquí por ‘subía’ significa literalmente ‘crecía o brotaba como una planta’… Un escritor notable, al describir el desarrollo de los Estados Unidos… dice: ‘Como silenciosa semilla crecimos hasta llegar a ser un imperio’… Un periódico europeo habló en 1850 de los Estados Unidos como de un imperio maravilloso, que surgía y que ‘en el silencio de la tierra crecía constantemente en poder y gloria” (El conflicto de los siglos, p. 493).

Más sobre los calendarios sabáticos

Cierta vez mientras vivía en California me paró la policía por ir más rápido de lo permitido. Para evitar tener que pagar la multa y quedar manchado el registro del seguro del auto, se daba entonces la oportunidad de asistir a un curso de conducir que duraba un día, todo de una vez, durante ocho horas. Se comenzaba ese curso con un testimonio que pedía el que lo dictaba a cada uno de los presentes sobre qué les había pasado para tener que hacer ese curso. Con casi cada testimonio todos reían porque allí no había ningún fariseo, todos éramos pecadores.

Me llamó la atención la filosofía que se buscaba inculcar en esas clases. El pueblo no es el dueño de las rutas y calles del país, sino el gobierno federal. Al pueblo se le da una concesión, un permiso, para poder transitar por ellas, por lo que si no cumple con las condiciones que se le dan del Estado para conducir, se le puede quitar ese privilegio.

Algo semejante buscó inculcar el Señor con el calendario sabático, el semanal, el de las fiestas anuales y el de los años sabáticos (Levítico 23; 25; Números 28-29). En ese calendario temporal el Creador de este planeta marcó su autoridad. Por no haberlo respetado se le quitó al pueblo de Israel la concesión o privilegio divinos de vivir en la tierra que les otorgó para llenarlos de bendición (Levítico 26:34-35; 2 Crónicas 36:21; Ezequiel 20:12,20; cf. versículos 1-4, 36; Jeremías 17:21-23, 27; 34:8-16; Isaías 58). “La tierra es mía, y para mí vosotros sois peregrinos y huéspedes”, dijo el Señor (Levítico 25:23-34).

La marca del anticristo romano y papal que por 1260 y 1290 días-años iba a procurar establecer durante todo el medioevo sobre el mundo, tendría que ver con un cambio en “los tiempos y la ley” (Daniel 7:25). Mediante la imposición de un calendario diferente que se enmarcase en su propia autoridad en contraposición con la del Creador, el papado romano se erigió a sí mismo como el anticristo perfecto anunciado por los profetas Daniel y Juan en el Apocalipsis. No sólo cambió el sábado semanal que reconoce la autoridad del Creador sobre esta creación, sino que también impuso un calendario anual que sepultaba el calendario profético del Señor. En lugar de conducir a todos, en esta época, a mirar hacia la consumación final representada por las fiestas de cosecha final del séptimo mes, el papado impuso sobre el mundo un calendario basado únicamente en el pasado, culminando, incluso, con el nacimiento del Hijo de Dios al concluir el calendario juliano-gregoriano que lleva su nombre en honor al papa Gregorio.

Al hacer caer la pascua en domingo siempre, en forma artificial, el papa Gregorio buscó además imponer y honrar el domingo por encima de toda otra fiesta. Los papas de hoy están procurando restablecer esa marca de autoridad no sólo con respecto al domingo, sino también con respecto a las demás fiestas de la Iglesia Católica Romana y a la imposición de un jubileo que obligase a las naciones más ricas a perdonar la deuda a las más pobres (véase A. Lista Hugo, El Retorno de Jesús y el Ritual Judío, y mi libro Jubileo y Globalización).

Mediante semejante engaño, ¿qué pasará con tanta gente que no podrá conocer los tiempos ni las estaciones que marcarían la época de la venida del Señor? (Mateo 24:32-33). En otras palabras, ¿qué pasará con tanta gente que no reconoce ni reconocerá las señales que el Señor dejó aún en el sol y la luna para indicar la llegada del “tiempo del fin”? Lo que el antiguo profeta declaró. Terminarán diciendo con tristeza y dolor, “pasó la siega, se acabó el verano, y nosotros no hemos sido salvados” (Jeremías 8:20).

“La siega es el fin del mundo” (Mateo 13:39). “El que duerme en el tiempo de la siega es indigno” (Proverbios 10:5). El Señor no les permitirá más transitar en la tierra de su Creación, el día en que venga para limpiarla y transformar aún sus cielos atmosféricos en una nueva creación. Establecerá sobre ella únicamente a los que miraban por fe hacia adelante, reconociendo que “eran peregrinos y forasteros en la tierra”, y reconocían también la autoridad de Aquel que por su sola majestad puede conceder el privilegio de morar a quien quiere en su posesión (Hebreos 11:13-16). Aunque el anticristo hubiese intentado apoderarse de ellos y de la tierra del Señor haciéndolos andar errantes por la tierra, la patria que el cielo les prometió les sería concedida para que pudiesen transitar sobre ella libres, y para siempre (Hebreos 11:36-40).

Preguntas y reflexiones adicionales sobre los tres calendarios

A esta altura uno puede preguntarse si los judíos se habrán referido a menudo a años por el término día debido a la confusión que se podía presentar a la hora de determinar lo que implicaba el año, si un año lunar de doce o trece meses como el que tenían en relación con sus cosechas, un año solar de 360 días como el que existía tal vez ya desde la época del rey Acaz, quien poseía un reloj solar (2 Reyes 20:10-11), o un año solar astronómico como el que conocemos hoy con mayor precisión. El término día por año podría referirse en un lenguaje aún no profético, a una manera implícita de referirse al año sin entrar en la discusión (Números 14:34; Ezequiel 4:5-6). De allí que fuese fácil aún para los judíos medievales entender que las profecías de Daniel en términos de días se refiriesen a años. Estaban acostumbrados a referirse a los años por el término “días”.

También podríamos preguntarnos si Daniel no recurrió al término “tiempo” para referirse a un año, como otra manera de evitar discutir la cantidad de días de un año y qué clase de años debían tenerse en cuenta para su definición. “Tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo” fueron definidos al final como 1290 días, lo que incluye medio año luego de tres, con un mes adicional. De todas maneras, tanto Daniel y más tarde Juan en el Apocalipsis, fueron suficientemente claros como para dar al año profético un valor fijo de 360 días. El año no debía computárselo como refiriéndose a 354 días más 8 horas (según un calendario estrictamente lunar y sin un mes intercalario adicional), ni a 365 días más 5 horas (según un calendario astronómico solar), sino a 360 días (según el calendario solar usado entonces). Aunque ambos profetas no usaron el término años en esos casos, sino “tiempo”, “meses” y “días”, los dos se refirieron a un año de 360 días. Pero al darle un sentido profético de día por año, debía entenderse por año un ciclo solar completo.

Calendario solar astronómico: seis años (365 días y 5 horas cada año) = 2.191 días y fracción.

Calendario solar vigente: 6 años de 12 meses (30 días cada uno) suman 2.160 días (360 días cada año) + un decimotercer mes de 30 días = 2.190 días.

Calendario lunar: 6 años de 12 meses lunares suman alrededor de 2.126 días (354 días y 8 horas cada año) + dos decimotercer meses de 30 días agregados cada tres años = 2.186 días.

La diferencia de alrededor de cuatro días entre el calendario lunar y el calendario solar judío de 360 días, podía ser fácilmente regulada cada seis años en el séptimo año sabático, lo mismo que los cinco días adicionales del año astronómico que correspondía a ese año sabático, así como la fracción de cinco horas astronómicas solares adicionales que se acumulaban cada año, toda vez que su acumulación lo hiciese necesario. El primer año que seguía al año sabático habrían hecho comenzar el nuevo año otoñal y solar judío de 360 días en correspondencia con el calendario lunar de primavera de 354 días y fracción.

Recordemos que la luna y la cosecha (esta última al compás del sol), eran el principio regulador mayor de los años lunares, solares y astronómicos. Puede traerse a colación que Moisés fue educado en Egipto en donde se desarrolló un calendario solar. Inspirado por Dios habría tenido en cuenta de esta forma, la dificultad que su pueblo hebreo esclavizado y privado de educación por tanto tiempo, hubiera tenido para sincronizar el movimiento de la luna con el sol. De una manera sencilla, regulada finalmente por las cosechas y los años sabáticos y de jubileo, podían cumplir con un calendario religioso agrícolo-ganadero-lunar y ofrecer a las generaciones futuras una proyección profética del plan de Dios para salvar al mundo.

Testimonio millerita

Los milleritas escribieron lo siguiente en Signs of the Times (Señales de los Tiempos, 26 de abril de 1843, pp. 58-61): “Doquiera los hombres han computado el tiempo, los años de Dios fueron siempre los mismos. Sin embargo, ha sido obra de los astrónomos, matemáticos, cronólogos e historiadores, desde que los hombres estuvieron sobre la tierra, la de procurar compatibilizar sus cómputos defectuosos con el verdadero año natural—el tiempo requerido por la tierra para pasar desde un punto particular en su órbita redonda por el mismo punto, usualmente comenzando en los equinoccios…

“Fue por tomar como referencia ese modelo regular sin variación que se descubrió el año bisiesto… Así sucedió con los antiguos y sus maneras de reconocer el año. Hay buena evidencia que permite saber que conocían suficiente sobre astronomía como para conocer cuándo el sol brillaba, y distinguir entre el día y la noche, entre el invierno y el verano; y conocían suficiente como para poder arreglar la deficiencia en sus años corrientes mediante meses intercalarios o días, según el caso lo requería… Ellos siempre tuvieron los verdaderos años solares como los tenemos nosotros, independientemente de si sus años corrientes incluían un año entero o no; y siempre se las arreglaron de alguna manera para mantener en armonía sus cómputos de años corrientes con los naturales…

“Aunque todas las naciones puedan no haber estado de acuerdo en la manera de determinar sus años—algunas los regulaban por el movimiento del sol, y otras por el de la luna—todas ellas, sin embargo, usaban generalmente el año solar en su cronología… Las naciones que usaban años lunares agregaban cierto número de días intercalarios para hacerlos concordar con el año solar… Con tal propósito los judíos agregaban un mes entero al año, tan a menudo como fuese necesario; el que ocurría comúnmente una vez cada tres o dos años…”

“Si entonces el año judío antiguo consistía en no más de 360 días, y si tampoco se alargaba aumentándole cinco días, ni se lo regulaba en ocasiones con meses intercalarios,” se hubiera dado un descalabro en relación con las cosechas. “Igualmente claro resulta que los antiguos judíos no podían haber contado con años de 360 días sin algún expediente para hacer coincidir esos años otoñales con los años solares”.

Convendrá mantener fresca en la memoria la ilustración que trajeron los milleritas del año bisiesto con un día extra que debió integrarse cada cuatro años al calendario actual que tenemos, una vez que se descubrió con mayor precisión astronómica su necesidad. Nos ayudará a entender más fácilmente que los antiguos, con calendarios más primitivos, debieron hacer algo semejante no sólo con ciertos días, sino también con los meses, en el caso de los que contaban los meses lunares naturales.

La sincronización de los tres calendarios (lunar, solar corriente y solar astronómico)

Jesús dijo a los que lo acusaron de violar el sábado por sanar a un hombre, que su Padre y él mismo siempre trabajan, aún en sábado, especialmente en obras de redención (Juan 5:17). Así como ni el mundo, ni el sol, ni la luna, ni el universo dejan de moverse el día sábado, sino que Dios los sostiene para que la vida pueda continuar, así también durante los años sabáticos ni la luna ni el sol se detenían. Lo que se detenía era la siembra y la cosecha. En el sábado semanal, además, la cesación tenía que ver con el trabajo diario que para un pueblo agrícolo-ganadero, estaba relacionado también con la siembra y la cosecha (Éxodo 20:8-11). Pero ningún sábado debía en principio detenerse a la hora de comer (Levítico 25:6; Mateo 12:1-4), de librar un animal que había caído en un poso, o de sanar a una persona cuando eso podía hacerse, librándolo así de su miseria (Mateo 12:10-13). El sábado tanto semanal como el anual tenía en cuenta, así, también a los animales (Éxodo 20:10; 23:10-11; Levítico 25:7).

Si el sol y la luna no iban a detenerse en el año sabático, ¿cómo entonces, podía el año sabático ayudar a sincronizar los tres calendarios, de tal manera que el nuevo ciclo semanal de años no les quedase torcido de entrada? Ajustando el calendario lunar cada tres años y a veces cada dos años en relación con la cosecha; también ajustando el calendario solar cada seis años con el calendario lunar, luego de concluir el año sabático, en el primer año del nuevo ciclo de siete años.

Tenemos datos bastante claros con respecto a cómo computaban el calendario lunar, lo que nos permite deducir cómo habrán tenido que hacer para sincronizar ese calendario con el año solar astronómico que dura, según podemos saber con precisión hoy, 365 días y fracción. Mientras que hoy, con un calendario solar astronómico, tenemos que usar meses artificiales de 30 o 31 días, antiguamente los que usaban como Israel un calendario lunar natural de aproximadamente 29 ½ días, debían usar años de cómputo artificial de 360 días. Tal vez les resultaba más fácil redondearlo así ya que ni aun agregando cinco años les iba a cuadrar siempre bien la geometría. Y así como febrero se quedó con menos días porque no tuvo ningún emperador romano con ese nombre, así también los antiguos años solares corrientes de 360 días podían modificarse más fácilmente en algunos años sin exigirle ni a la luna ni al sol que se detengan por unos días, porque su cómputo debe haber sido tan artificial como nuestro cómputo mensual de 31 días.

El calendario lunar primaveral

En la antigüedad no había almanaques como los que hoy todos tenemos en nuestras casas. No existía el papel ni la imprenta. No obstante, todos sabían contar ya que, de otra manera, no hubieran podido hacer negocios, es decir, no hubieran podido ser judíos. De hecho, conocían la regla de tres simple porque podían deducir el diezmo, el segundo diezmo y hasta un tercer diezmo. De manera que cada familia en su casa podía llevar también la cuenta de los días, los meses y los años, sin importar si se hacían sus propios almanaques (su propia cuenta) sobre madera, piedra, papiro o cuero.

Así, entre unos y otros solían comentar cuántos meses faltaban para el comienzo de la siega o la cosecha final. Además, esas cuentas caseras tenían una confirmación oficial en el templo que llamaba al son de trompetas a participar de las fiestas (Números 10:10). A tal cuenta que todos llevaban se refirió Jesús cuando dijo: “¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses hasta la siega?” (Juan 4:35). Refiriéndose a una cosecha prematura, algo anticipada tal vez porque en ese año o a lo sumo, en el año anterior, habían tenido un segundo Adar o decimotercer mes adicional, Jesús se refirió a las primicias de la cosecha espiritual que en ese momento estaba lista para darse entre los samaritanos y que debía ser mayor para cuando llegase el Pentecostés (versículo 30).

El calendario solar otoñal corriente de 360 días

Los antiguos no tenían un punto fijo como un año antes de Cristo y un año después de Cristo. Pero no por eso estaban desprovistos de otras referencias estables y fijas para contar los años. En sus referencias más cortas, solían contar los años teniendo como punto de partida el comienzo del reinado de los reyes extranjeros y de Israel mismo. También parecen haber llevado una computación fija en años solares corrientes de 360 días más 30 adicionales al concluir el período de 6 años en un año sabático, según ya vimos. El reloj de sol que tenían y que marcaba la diferencia en la sombra (2 Reyes 20:11) no les dio, se ve, como para medir en forma exacta 365 días y fracción. En el caso del calendario solar corriente de 360 días debían ajustarlo de nuevo en el otoño de la cosecha que seguía al año sabático. Eso les permitiría referirse en forma equivalente al segundo o tercer año, o quinto, etc., en referencia al año sabático (véase Levítico 25:9-10, 20-22; 2 Reyes 19:29).

Algunas referencias fijas de mayor extensión que las que se daban en un período corto y regular de siete años, o en el período de determinado rey, las encontramos en ocasiones muy especiales en relación con épocas anteriores a las del reinado. Se las arreglaron, por ejemplo, de alguna manera para contar 480 años desde la salida de Egipto hasta el comienzo de la edificación del templo de Salomón (1 Reyes 6:1). Anteriormente, Moisés registró los cuatrocientos años de cautividad de Israel que Dios había anticipado a Abraham varios siglos antes (Génesis 15:13,16; Éxodo 12:40-41). Y entre la inauguración del templo de Salomón y su destrucción se sumaron, según la profecía retrospectiva de Ezequiel, 390 años (Ezequiel 4:4-5). Los otros cuarenta años parecen haberse referido al tiempo de reinado de Salomón cuya responsabilidad en la apostasía de Israel y su destrucción posterior fue mayor (Ezequiel 4:6; véase A. R. Treiyer, The Day of Atonement and the Heavenly Judgment, cap. 6). 70 años de abandono de Tiro y de Jerusalén formaron parte de las profecías de Isaías (23:15-18) y de Jeremías (2 Crónicas 36:21; Jeremías 25:11; 29:10).

Para computar otras profecías más extensas Dios le dio a Daniel como referencia un calendario fijo de 360 días con 12 meses regulares de 30 días cada uno (Daniel 7:25; 12:7; Apocalipsis 11:2-5; 12:6, 14; 13:5). ¿Cómo habrán hecho para coordinar el calendario solar corriente de 360 días con la luna y el sol? Eso puede ser materia de discusión. Aquí sugerimos algunas pautas que podrán servir, a la hora de tener que explicarle la cronología bíblica y profética a alguien que está confundido porque no sabe qué hacer con esas cifras proféticas que dan al año un valor de 360 días, ante un calendario lunisolar como era el de los israelitas (354 días y fracción), y ante el año solar astronómico y determinado científicamente de 365 días y 5 horas por el que se iban a regir las cosechas.

Ya en la época del rey Acaz llevaban la cuenta, según se ve, del movimiento del sol con un reloj que medía el recorrido de la sombra durante los días (2 Reyes 20:11). Por Daniel y Juan sabemos que el año solar vigente (o corriente entre los judíos) duraba 360 días. Si iban a querer ajustar esos 360 días al año solar astronómico dentro del período de 6 años, les iban a faltar 31 días y fracción. ¿Cuál año elegir para agregarle un mes más? Indudablemente el año sabático, luego de concluida la sexta cosecha, más definidamente en relación con el mes lunar de Adar (el doce), antes del comienzo de la séptima cosecha que en ese año no tenía lugar porque era el año sabático (no se sembraba ni se cosechaba). La profecía de los 1290 días de Daniel parece confirmar ese agregado de un mes adicional, porque es paralela a la de tres años y medio que debían comenzar en el otoño y desembocar en la primavera, según ya vimos (Daniel 12:11).

Calendario solar corriente

Por O entiéndase Otoño. Por CAS entiéndase Comienzo Año Sabático. Por FAS Fin Año Sabático.

   360   I O    360    II O    360    III O    360    IV O    360    V O    360    VI CAS   390  VII  FAS

El año sabático revolucionaba el ciclo de la cosecha no sólo durante el séptimo año, sino también durante todo el octavo año de tal manera que sólo en el comienzo del noveno año se disponía en pleno de la primera cosecha del nuevo ciclo (Levítico 25:20-22). Por tal razón, era más apropiado reajustar el año solar vigente o corriente de 360 días en esa época. Esto es lo que sugiere la profecía de Daniel cuando menciona un período de 3 años y medio de 390 días, es decir, con un mes adicional (tres otoños más un cuarto invierno alargado por un mes adicional). Esos tres años y medio debían corresponder a la segunda mitad del ciclo sabático de siete años.

En la época de los reyes, los años de reinado los computaban haciéndolos partir, como veremos más tarde, en el comienzo del otoño del calendario lunar que caía en el séptimo mes. ¿Para qué servía, entonces, ese calendario solar corriente de 360 días rígidos? Para referencia adicional que pudiera ayudarles en cómputos que requerían cifras más estables ya sea para los negocios o para poder computar mejor ciertos hechos históricos (sin necesidad de tener que sacar tantas cuentas). Así como a la hora de computar proféticamente los tiempos indicados por el Señor se requerían cifras fijas y estables para evitar la especulación y caer en la anarquía interpretativa, así también para otros menesteres tales cifras les permitirían a los antiguos contabilizar o regularizar mejor ciertas actividades anuales.

La mitad o el número 3

Daniel anticipa en su profecía un período de tres años y medio de un calendario solar más un mes intercalario adicional. Esto significa la mitad de una semana de años, que puede explicarse fácilmente por un comienzo otoñal con un mes bisiesto en la cuarta primavera. Llama la atención que el Pentateuco asigna al número 3 también un valor significativo. Así como Dios puso en la mente del pueblo la noción de un séptimo día, de un séptimo mes, de un séptimo año, de un séptimo año sabático (el 49 o 50 del jubileo: Levítico 25), lo que reforzó con tantas prescripciones de sacrificios que incluían siete corderos, amén de siete fiestas anuales festejadas en siete meses (Levítico 23; Números 28-29); así también, aunque con menos énfasis, involucró el número tres (la mitad) en ciertas actividades.

¿Hay pruebas bíblicas de un énfasis también en la mitad, esto es, en el número 3? Sí, las hay, y bien definidas. Tal vez inconscientemente heredamos el mismo principio al tener los cultos de mitad de semana, los martes o miércoles, para buscar al Señor en un punto intermedio también.

  1. La purificación del impuro. En Números 19:12, por ejemplo, se requiere que el impuro se purifique al tercer y séptimo días de la semana de purificación (véase el versículo 11). De no purificarse en el tercer día tampoco quedaría limpio en el séptimo. En otras palabras, no alcanzaba con purificarse en el séptimo día. Se requería el ajuste en ambos períodos, al tercer y al séptimo días.
  • En las fiestas israelitas. También en las fiestas judías el Señor requería que al tercer mes se celebrase la fiesta de las semanas o primicias del trigo (49 o 50, de allí Pentecostés:  Éxodo 23:16a; 34:22a-b; Levítico 23:15-22; Números 28:26-31; Deuteronomio 16:9-12,16-17), y en el séptimo mes de otoño la fiesta de los tabernáculos o cabañas, concluyendo el calendario de cosecha (Éxodo 23:16b; 34:22c; Levítico 23:34-43; Números 29:12-38; Deuteronomio 16:13-17). Vemos así que otra vez, en el tercer mes, debía participarse de una fiesta de primicias de la cosecha del año que no se completaría hasta llegar la fiesta de las cabañas en el séptimo mes. Así también, al concluir tres inviernos y luego al final de otros tres inviernos (en el sexto invierno que caía en la mitad del año sabático), se recomponía el calendario solar vigente con el astronómico también.
  • El año del diezmo u ofrenda especial. Esto no es todo. Al cabo del tercer año Dios había ordenado un diezmo adicional especial que no era el diezmo regular ni un segundo diezmo que solían dar como ofrenda, sino otro que tenía en cuenta a los que no tenían herencia como los levitas y huéspedes extranjeros, así como a las viudas, a los huérfanos y a los pobres (Deuteronomio 14:28-29; 26:12). Se lo llamaba “el año del diezmo” porque los israelitas debían dar un diezmo especial, tal vez en gratitud a Dios por darles un mes más de vida en ese año (Deuteronomio 14:28-29; 26:12). Para todo aquel que para esa época podía estar al borde de sucumbir bajo una deuda y llegar al punto de tener que venderse a sí mismo hasta el año sabático, esta era una medida anticipada que Dios requería para evitar tal medida extrema.

Así como nuestro cuerpo fue hecho aún antes de la entrada del pecado con tantos recursos para hacer frente a la tremenda emergencia que iba a darse con sus secuelas de enfermedad y muerte, evitando que sucumbiésemos antes de la cuenta; así también vemos el mismo principio divino en relación con la vida social, de ayudar a evitar lo peor a la mitad de la semana. Aun así, iban a contar en el año sabático con una liberación no sólo de deudas, sino también de la esclavitud en el caso en que la bendición del tercer año no hubiera sido suficiente.

Llama la atención que el año sabático, al completarse los siguientes tres años, iba a tener en cuenta también a los pobres y esclavos, con una liberación mayor (Deuteronomio 15);  y el año del jubileo luego de siete años sabáticos seguidos, con una liberación completa mediante la devolución de la herencia que hubiesen perdido durante ese período jubilatorio (Levítico 25). El tercer año era, así, la medida más pequeña que anticipaba la liberación más grande del año sabático, el que a su vez anticipaba la liberación final cuando no sólo se obtenía la libertad, sino también la herencia. Así, vemos de nuevo que el segundo tercer año caía en el año sabático cuando debían dejarse los productos del campo para los pobres, de una manera más completa que lo que se lo había hecho en el primer tercero según Deuteronomio 26:12-13.

¿Por qué elegir el año sabático como referencia básica de regulación?

Porque en esa dirección apuntaban las leyes que dictó el Señor a su pueblo. Fue con el propósito de recomponer no sólo el deterioro de la sociedad en el tiempo de intervalo, sino también la desproporción de los diferentes calendarios, que se dio la ley del año sabático y del jubileo. Durante los años sabáticos los israelitas debían comer lo que encontrasen para cada día sin almacenar lo que la tierra diese de por sí (Levítico 25:5-7). A su pueblo en un mundo turbulento en donde tendría que vagar como extranjero y peregrino (Levítico 25:23; Hebreos 11:13), Jesús también le refirió la necesidad de depender de Dios día a día, confiando en que así como Dios alimenta a los pájaros que ni plantan ni siegan, también cuidará de sus hijos como en la antigüedad lo hacía también en cada año sabático cuando, como los pájaros, su pueblo tampoco plantaba ni segaba (Mateo 6:25-34).

La ley del año sabático y del jubileo

Consideremos ahora más de cerca la manera en que la ley levítica se refiere al calendario del año sabático. Ha habido mucha confusión con respecto a la fecha indicada para el año sabático y de jubileo en Levítico 25:9-10, y en los versículos 20-22. Eso se ve aún en muchas Biblias comentadas, entre ellas la Católica de Jerusalén. La exégesis moderna ha concluido, sin embargo, que los tres años referidos en esos pasajes son, traducidos a nuestro cómputo moderno, el 6/7/8 y el 48/49/50.

La sexta cosecha iba a dar para comer durante todo el año sabático (el séptimo), hasta que viniese la cosecha del octavo año en primavera (el primero del nuevo ciclo) y en verano (Levítico 25:20-22). Siendo que en el otoño de ese octavo (o primer) año comenzaba el noveno (o segundo año), y era en ese momento que se completaba la recolección de los frutos (en especial de las vides), la sexta recolección de frutos iba a alcanzar para mantenerse hasta que llegase la recolección final de ese octavo/noveno año (la cosecha terminaba en el séptimo mes que iniciaba el noveno año, unos días después de completarse el octavo año en el sexto mes: Levítico 23:39).

Otra posibilidad es que el 49 fuese también el 50, si el 50 lo computamos desde el punto de partida del año, no desde su cumplimiento. A esta segunda manera de computar se la conoce hoy como “cómputo inclusivo”. [Hoy un niño cumple un año después de haberlo vivido. El “cómputo inclusivo” comenzaría a computarle ese año desde el momento en que nació. Pero, ¿cómo haríamos, en ese caso, con la explicación de Levítico 25:21-22? La única alternativa para una posibilidad tal sería que el profeta estuviese yuxtaponiendo un calendario lunar de primavera con el que comenzaba en otoño. Si esta fue la intención del escritor bíblico, el octavo año sería el de la siembra que seguía al séptimo año sabático, y el noveno una referencia al calendario de primavera que iniciaba la cosecha con las primicias de la cebada, en este caso, la primera después del año sabático (Levítico 25:21-22). En este contexto, el pasaje de Levítico 25:9-10 implicaría que el año 49 y el año 50 se yuxtapondrían en la mitad. Mientras que el año 49 sería completo, de otoño a otoño; el año 50 tendría que ver con la quincuagésima primavera de un calendario lunar.

Los 1290 días y el año sabático

Bajo este enfoque que tiene tanto soporte bíblico y astronómico en su favor, los 1290 días de la profecía de Daniel debían concluir en la mitad de un año sabático. ¿Qué implicaciones implícitas tendría este hecho? Que en 1798, cuando la autoridad política del gran impostor romano que en el año 508 impuso la “abominación” o idolatría detestable del papado en medio de la iglesia (Daniel 12:11; cf. 8:11; 2 Tesalonicenses 2:3-4), se consumaría una liberación como la que se daba de los deudores y de los esclavos en cada año sabático (Éxodo 21:2; Deuteronomio 15).

El año sabático comenzaba seis meses antes del segundo Adar o decimotercer mes, fecha en que debían concluir los 1290 días en su proyección simbólica. Así también, la liberación que trajo la Biblia mediante el protestantismo comenzó a mediados del siglo XVI, tres siglos antes del golpe decisivo de 1798 que produjo la liberación secular. Por eso anticipó Jesús que ese tiempo profético de gran tribulación para el pueblo de Dios (1260 y 1290 años) sería acortado (Mateo 24:21-22). Así como durante el año sabático el pueblo de Dios debía dirigirse al santuario de Jerusalén (en su cumplimiento ahora al santuario celestial de la Nueva Jerusalén, en un acercamiento espiritual de fe: Efesios 2:6,18; Hebreos 12:22-24; Apocalipsis 11:1-2), para leer la Biblia en plena libertad y reposo espiritual (Deuteronomio 31:9-13), así también una liberación equivalente a la que se dio en los tiempos evangélicos tendría lugar en relación con la época del “tiempo del fin” (Daniel 7:25; 12:4, 7, 9).

[La liberación de los esclavos negros en los EE.UU. y otros lugares del mundo no serían sino un reflejo de la verdadera liberación producida por la Palabra de Dios. La esclavitud racial fue introducida por España luego que los sacerdotes teólogos de Valladolid en el siglo XVI, llegasen a la conclusión que el indígena era un ser humano y, por tanto, cristianizable. Para la labor de esclavitud que los nuevos propietarios de grandes extensiones de tierra en el Nuevo Mundo necesitaban, decidieron entonces traer negros del África que estaban, según el criterio de entonces, en un nivel inferior. No debemos olvidar que el papado heredó de la antigua Roma la trata de esclavos, y mantuvo la esclavitud durante la mayor parte de la Edad Media].

“Los ‘cuarenta y dos meses’ y los ‘mil doscientos sesenta días’ designan el mismo plazo, o sea el tiempo durante el cual la iglesia de Cristo iba a sufrir bajo la opresión de Roma… La persecución contra la iglesia no continuó durante todos los 1260 años. Dios, usando de misericordia con su pueblo, acortó el tiempo de tan horribles pruebas… (Mateo 24:22). Debido a la influencia de los acontecimientos relacionados con la Reforma, las persecuciones cesaron antes del año 1798” (El conflicto de los siglos, pp. 309, 310; véase también p. 351).

“Valiéndose Roma de la ambición de los reyes y de las clases dominantes, había ejercido su influencia para sujetar al pueblo en la esclavitud, pues comprendía que de ese modo el estado se debilitaría y ella podría dominar completamente gobiernos y súbditos. Por su previsora política advirtió que para esclavizar eficazmente a los hombres necesitaba subyugar sus almas y que el medio más seguro para evitar que escapasen de su dominio era convertirlos en seres impropios para la libertad… Despojado el pueblo de la Biblia y sin más enseñanzas que la del fanatismo y la del egoísmo, quedó sumido en la ignorancia y en la superstición y tan degradado por los vicios que resultaba incapaz de gobernarse por sí solo” (Ibíd., pp. 324, 325).

“El espíritu de libertad acompañaba a la Biblia. Doquiera se le recibiese, el evangelio despertaba la inteligencia de los hombres. Estos empezaban por arrojar las cadenas que por tanto tiempo los habían tenido sujetos a la ignorancia, al vicio y a la superstición. Empezaban a pensar y a obrar como hombres” (Ibíd., p. 320). “Dios había permitido que viniesen pruebas sobre su pueblo con el fin de habilitarlo para la realización de los planes misericordiosos que él tenía preparados para ellos. La iglesia había sido humillada para ser después ensalzada. Dios iba a manifestar su poder en ella e iba a dar al mundo otra prueba de que él no abandona a los que en él confían. Él había predominado sobre los acontecimientos para conseguir que la ira de Satanás y la conspiración de los malvados redundasen para su gloria y llevaran a su pueblo a un lugar seguro. La persecución y el destierro abrieron el camino de la libertad” (Ibíd., p. 335).

“El Evangelio hubiera dado a Francia la solución de estos problemas políticos y sociales que frustraron los propósitos de su clero, de su rey y de sus gobernantes… Los ricos no tenían quien los reprendiera por la opresión con que trataban a los pobres, y a éstos nadie los aliviaba de su degradación y servidumbre… La carga del sostenimiento de la iglesia y del estado pesaba sobre los hombros de las clases media y baja del pueblo, las cuales eran recargadas con tributos por las autoridades civiles y por el clero” (Ibíd., pp. 322, 323). La liberación de 1793 y 1798 liberaron al pueblo de las deudas y esclavitud ejercidas durante tanto tiempo por la opresión del clero y de la nobleza (véase Deuteronomio 15:1 y s.s.).

Con la liberación protestante norteamericana por esa misma época se estableció un principio de libertad en donde todos son iguales ante la ley, y en donde la libertad de conciencia estuvo completamente asegurada (Ibíd., pp. 337, 338). “Su principio fundamental—la libertad civil y religiosa—llegó a ser la piedra angular de la república americana de los Estados Unidos” (Ibíd., p. 339). “La Biblia era considerada como la base de la fe, la fuente de la sabiduría y la carta magna de la libertad. Sus principios se enseñaban cuidadosamente en los hogares, en las escuelas y en las iglesias…” (Ibíd., p. 341).

Seis años microsabáticos concluían en el año macrosabático del jubileo

Pero, ¿no representaba acaso el año sabático a la ocasión en que los redimidos se encontrarán en la patria celestial, para juzgar al mundo de acuerdo con la Palabra de Dios, la Biblia? (Primeros escritos, p. 52; véase más citas en A. R. Treiyer, La Crisis Final en Apoc 4-5 [1998], pp. 100, 101; y más aún en Jubileo y Globalización. La Intención Oculta [1999], cap. 13). ¡Por favor, no tan rápido!

Los antiguos años sabáticos no producían una liberación completa porque no restituían al esclavo sus antiguas propiedades. El esclavo liberado entonces seguía hasta cierto punto dependiente, trabajando como asalariado, y en algunos casos se veía compelido a someterse de nuevo a la esclavitud (Éxodo 21; Deuteronomio 15). La liberación total caía en el año del jubileo, en el séptimo año sabático, cuando los esclavos recobraban, además, la herencia que una vez les había pertenecido. Podemos definir, de esta manera, a los primeros seis años sabáticos precedentes como microsabáticos, y al séptimo del jubileo como macrosabático porque incluía la restitución de las antiguas propiedades que, por el deterioro social intermedio, los pobres y esclavos habían perdido (Levítico 25:8 y s.s.).

El cumplimiento tipológico o simbólico del primer año microsabático comenzó en el siglo I con la primera venida de Cristo, tal como lo había profetizado Isaías (61:1-3; Lucas 4:16-22; Juan 8:31-33, 36). Esa restauración proyectaba para adelante, además, el retorno final de los cautivos y la restauración de su patria prometida, algo que se ajusta más a un jubileo que a un año sabático intermedio (Isaías 61:4 y s.s.; Romanos 6:22). La liberación y reposos típicos del año sabático que nos trajo el Señor entonces fue inicial y limitada a nuestra naturaleza espiritual (2 Corintios 3:17; Mateo 11:28-30). Nuestras tendencias heredadas y adquiridas hacia el mal no son aniquiladas con su liberación espiritual inicial ni suprimidas, sino puestas bajo control hasta el día de la redención final en la que aún nuestra propiedad, la nueva tierra prometida y el nuevo Edén, nos serán restituidos (Romanos 7:15-8:4, 21-23; Apocalipsis 21-22). Hoy el Señor nos libra de la penalidad y poder del pecado. En el gran jubileo nos librará de la presencia misma del pecado que intenta, a través de las naciones, someternos de nuevo a esclavitud. Será entonces que entraremos en “su reposo” final (Hebreos 4:6-11).

No hay necesidad de buscar seis momentos de liberación intermedios en la historia del cristianismo, para que se ajusten a los seis años sabáticos que precedían al gran jubileo. Como tampoco es necesario determinar cuáles son las siete cabezas de Apocalipsis 17:9, ya que Juan se interesa únicamente en la quinta, la sexta y la séptima (cuyo octavo está incluido entre los siete). Así también la profecía de Daniel y de Juan sobre los 1260 y 1290 días nos anticipan una liberación que se daría en torno a una nueva época, la del “tiempo del fin”, producida más que nada por un levantamiento y ensalzamiento de la Palabra de Dios (los “dos testigos”: Apocalipsis 11:3, 11-12).

Por tal razón, el intento actual del papado romano de suplantar el verdadero día de liberación (Deuteronomio 5:15), aún mediante el almanaque juliano-gregoriano que hace que la Pascua caiga siempre en domingo, tiene como propósito imponer un falso día de reposo (el domingo), y que honra la institución romana como su autora. El intento papal, además, de imponer su propio jubileo que desvirtúa y aparta la mirada del pueblo de Dios del verdadero jubileo que está por venir, tiene que ver con el intento final del diablo, en esta era del fin, de apoderarse de la creación del Señor.

El año sabático del gran jubileo

En referencia a la Segunda Venida de Cristo, E. de White escribió: “Entonces comenzó el jubileo, durante el cual la tierra debía descansar. Vi al piadoso esclavo levantarse en triunfal victoria, y desligarse de las cadenas que lo ataban, mientras que su malvado dueño quedaba confuso sin saber qué hacer…” (Primeros escritos, pp. 34, 35, 286). “El gran plan de la redención dará por resultado el completo restablecimiento del favor de Dios para el mundo. Será restaurado todo lo que se perdió a causa del pecado. No sólo el hombre, sino también la tierra será redimida, para que sea la morada eterna de los obedientes. Durante 6000 años, Satanás luchó por mantener la posesión de la tierra. Pero se cumplirá el propósito original de Dios al crearla” (Patriarcas y profetas, p. 335; véase Romanos 8:21-23).

“El gran conflicto entre el bien y el mal aumentará en intensidad hasta la consumación de los tiempos… Pero a medida que la iglesia se va a cercando a su liberación final, Satanás obrará con mayor poder… Por espacio de seis mil años esa inteligencia maestra… no ha servido más que para el engaño y la ruina” (El conflicto de los siglos, p. 12). “Cuando la voz de Dios ponga fin al cautiverio de su pueblo…” se oirá “un inmenso grito de victoria” (Ibíd., pp. 711, 698). “Durante seis mil años, la obra de rebelión de Satanás ‘hizo temblar la tierra’. El ‘convirtió el mundo en un desierto, y destruyó sus ciudades; y a sus prisioneros nunca los soltaba para que volviesen a casa’. Durante seis mil años, su prisión [la tumba] ha recibido al pueblo de Dios, y lo habría tenido cautivo para siempre, si Cristo no hubiese roto sus cadenas y libertado a los que tenía presos” (Ibíd., pp. 717, 718; véase Hebreos 2:14-15).

A esta liberación final representada por el séptimo año sabático (el del jubileo), se refirió también el apóstol Pedro cuando exhortó a sus compatriotas a arrepentirse y convertirse, en vísperas de “los tiempos del refrigerio de la presencia del Señor”. En esa ocasión, el Dios del cielo enviará “a Jesucristo, designado de antemano;  a quien es necesario que el cielo retenga hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas, que desde la antigüedad Dios prometió por medio de sus santos profetas” (Hechos 3:19-21). “Pero todo en su debido orden: Cristo la primicia; después los que son de Cristo, cuando el venga. Entonces vendrá el fin, y Cristo entregará el reino a Dios y Padre, cuando haya quitado todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque él debe reinar hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies. Y el último enemigo que será destruido es la muerte” (1 Corintios 15:23-26; Apocalipsis 20:14; 21:4).

¿Por qué también 1260?

Es claro que Daniel interpretó los tres años y medio como teniendo que ver con un decimotercer mes en su cómputo del tiempo de opresión y blasfemia del anticristo romano (Daniel 12:11). Como trasfondo este hecho nos permite percibir, como ya vimos, un año de liberación hacia el final de ese período donde la Palabra de Dios iba a tener una relevancia especial. Pero, ¿por qué Juan se refirió siempre a 1260 días?

Una deducción que ya sugerimos es que Dios quiso reforzar el cumplimiento de ese período con dos hechos de enorme trascendencia para el levantamiento del papado romano. Dos hechos significativos reforzarían el cumplimiento histórico de lo anunciado. Pero hay también otro propósito velado en la insistencia del Apocalipsis en 1260 días, y no en 1290 días como en Daniel. Tal vez—podemos interpretarlo—se esconde en ese hecho un intento de la Providencia divina de evitar que se exagere demasiado una proyección simbólica y tipológica a tal punto que su cumplimiento real e histórico en años precisos quedase de lado.

En las profecías apocalípticas pueden apreciarse, de tanto en tanto, proyecciones simbólicas adicionales que se esconden detrás de las cifras dadas y de sus imágenes. Por ejemplo, el número 666 aplicado al anticristo, podría proyectar al mismo tiempo un cuadro de imperfección, teniendo en cuenta que el siete representa un número completo (Apocalipsis 13:17-18). La marca de la bestia, representada en ese número imperfecto, le sería aplicada finalmente al mundo que se sometería, de buena o mala gana a la autoridad del anticristo romano. Lamentablemente, la tendencia a buscar simbolismos adyacentes o adicionales en las profecías apocalípticas, ha llevado a algunos, inclusive adventistas, a desestimar la gematría proyectada por ese número y tan conocida en los días de Juan. De todos los nombres que han buscado atribuirse al anticristo predicho, uno solo responde a todas las características de la profecía que incluyen el recuento del valor de sus letras. Es VICARIVS FILII DEI, porque cumple con las características indicadas en forma definida de un poder blasfemo (Apocalipsis 13:1; véase Juan 5:18; Mateo 9:2-6: pretende perdonar pecados como el Hijo de Dios).

En otras palabras, todo simbolismo adicional que se pueda apreciar como trasfondo de determinada visión, no debe ignorar la proyección real que, en el caso de la profecía del número 666, debe involucrar como punto fundamental el recuento de los números de un título blasfemo del anticristo. Así también, la profecía de los 1290 días, símbolo de años, debe vérsela en una proyección concreta de años y enmarcada en hechos históricos definidos.

En relación con las profecías fechadas, hay una tendencia moderna que ha tocado también a algunos teólogos adventistas de tendencia liberal, de negar su cumplimiento histórico definido por sus posibles vínculos con un simbolismo adyacente. Aunque no pueden encontrar ningún símbolo en el número dado para algunas fechas proféticas como las de los 2300 días y los 1335 días, parecieran tener una fe increíble en que algún día lo encontrarán. En ellos toda búsqueda histórica enmarcada en datos precisos por esos números de días debe desestimarse. Usan un trasfondo simbólico adicional como excusa para ignorar la verdadera proyección histórica de la profecía.

En este contexto, el hecho de que a través de Juan Dios haya decidido proyectar 1260 días y no enfatizar la proyección de Daniel en 1290 días con un decimotercer mes y su vínculo escondido con la liberación que antiguamente se daba en los años sabáticos, pareciera tener como propósito el evitar que pueda ponerse tanto énfasis en ese trasfondo tipológico escondido como para que su real cumplimiento histórico en fechas definidas quedase diluido. Un principio conductor claro para no caer en la trampa de debilitar o desvirtuar la proyección histórica definida por modelos o símbolos escondidos debe llevarnos, en primer lugar, a buscar comprender lo que el profeta proyectó en forma definida, sus especificaciones históricas concretas y en el orden que su cumplimiento histórico confirma.

En segundo lugar, si aparece en escena un marco tipológico escondido y adicional, podemos destacarlo pero sin extremar ese marco como para obliterar o disminuir los límites impuestos por la profecía misma. No es el marco o modelo o trasfondo tipológico el que debe poner límites a los detalles dados por la profecía, sino que tal trasfondo debe sujetarse y limitarse a lo proyectado por el profeta. Para los que revelasen una tendencia a ignorar la realidad histórica usando como excusa símbolos escondidos en la profecía de los 1290 días, la especificación divina dada a Juan de 1260 días debía servir como una nota de advertencia. Es como si Dios dijera: “Hay un símbolo escondido de liberación en los 1290 días, sí, pero no muevan ni quiten las especificaciones concretas de la profecía por ese hecho, porque en lugar de afirmar la fe de esa manera, podrán terminar debilitándola”. El propósito de la profecía de los 1290 días es confirmar que habría una liberación significativa a la impostura oficial papal, equiparable a la que se daba en los años sabáticos, y nada más.

Registros históricos

Es lamentable que no tengamos registros históricos que nos muestren cómo los israelitas guardaron los años sabáticos antes de la primera destrucción de Jerusalén en el año 586 a.C. Los únicos registros que nos llegan son básicamente las declaraciones de los profetas condenando el reinado por no cumplirlos (Isaías 58:6 y s.s.; 2 Reyes 19:29; Isaías 37:30; Jeremías 34:8-22; Ezequiel 7:13), y revelando el castigo divino que haría descansar la tierra por todos los años que no le permitieron descansar conforme a lo predicho (2 Crónicas 36:21). Tampoco conozco ningún dato histórico preciso sobre la manera en que intercalaron los decimotercer meses extras durante la vida del segundo templo, el de Zorobabel que más tarde llegó a ser identificado también con Herodes y que fue destruido en el año 70 d.C. La manera de contar luego los meses y los años alteró la práctica antigua y original, según puede verse en las discusiones rabínicas posteriores. Esto lo consideraremos al discutir la experiencia millerita que descubrió que en 1844, el verdadero Día de la Expiación caía el 22 de octubre.

Otro de los problemas que tenemos para comenzar a contar se da con nuestra imposibilidad para determinar el año en que los israelitas comenzaron a contar su calendario de cosecha. Es probable que al haber entrado en la tierra prometida en la primavera, cuando comenzaba la siega y el Jordán desbordaba por el deshielo de las montañas (Josué 3:15; Patriarcas y profetas, p. 517), hubiesen comenzado a computar ese año como el primero en la serie de siete. La ley levítica era clara para decir que “cuando entréis en la tierra que os doy, y cosechéis [la cebada], traeréis al sacerdote la primera gavilla, primicia del primer fruto de vuestra cosecha” (Levítico 23:10). Siendo que en la creación Dios no comenzó descansando, sino que el descanso se dio en el séptimo día, es lógico suponer que la primera cosecha al entrar en la tierra prometida hubiese correspondido al primer año. Aunque los israelitas no sembraron, otros lo hicieron y ellos entraron en sus labores para la cosecha, y lo recibieron como un don de Dios.

En tal contexto histórico que marcó la entrada del pueblo de Dios a la tierra prometida, es de suponer que para cuando comenzaron a celebrar la pascua en su primer mes de primavera, y a comer los panes sin levadura, hubiesen contado con una buena cantidad de días en su favor en relación con la cosecha (Josué 5:10-12). De lo contrario hubieran podido encontrar muy pocos granos maduros para todo un pueblo recién llegado del desierto. No ignoremos que, a diferencia del año que seguía al sabático, los israelitas no contaron para entonces con el producto superbendecido y almacenado de un sexto año (Levítico 25:20-22). [No descarto la posibilidad de que Dios hubiese hecho un milagro con la cosecha semejante al del maná, y al que Jesús hizo luego al alimentar a los 5000 hombres que fueron a escucharlo, con cinco panes y dos peces].

En la actualidad, los cálculos históricos que se hacen con respecto al calendario hebreo y los decimotercer meses ofrecidos, se basan en los informes babilónicos y los papiros de Elefantina que documentaron la costumbre de algunos judíos que vivieron en esa colonia egipcia. Aunque la manera en que lo hacían no garantiza que los judíos de Jerusalén habrían comenzado el año en el mismo momento que en la Mesopotamia y en el delta del Nilo, sirve como referencia adicional útil ya que todos ellos desarrollaron un calendario lunar semejante.

Lamentablemente, los judíos que volvieron del cautiverio babilónico reiniciaron los años sabáticos, pero su implementación encontró grandes obstáculos porque las circunstancias y condiciones eran diferentes. Nunca se pusieron de acuerdo sobre cuándo debían comenzar los años sabáticos, ni tampoco en su interpretación de cuándo habría comenzado antes del cautiverio. Al no descender la gloria de Dios sobre el nuevo templo ni estar en posesión de toda la tierra ni existir todas las tribus de Israel, sintieron muy probablemente que la imposición de un año sabático era arbitraria. Por tal razón tampoco festejaron jubileos, con la restitución de la propiedad inmueble al dueño original. La tierra no había sido repartida después del cautiverio por Dios, como lo hizo a través de Josué, en forma ideal, por lo cual nadie sentía que debía devolver ninguna propiedad al primero que habría tomado posesión de la tierra al regresar del cautiverio, ni a su familia posteriormente. Para evitar tener que cancelar las deudas en el año sabático, los judíos inventaron además el prosbul, que consistía en un documento en donde el deudor renunciaba a la liberación de su deuda en el año de la libertad. Tampoco cumplieron con la liberación de los esclavos.

La septuagésima semana

Algunos han querido sugerir que en la última semana profética de años, en cuya mitad murió el Señor según lo profetizado por Daniel (9:27), debe encontrarse una proyección tipológica basada en los años sabáticos que se habría cumplido en forma literal al comenzar Jesús su ministerio terrenal. Nuestro problema consiste en saber cuál año correspondería con ese año sabático. Si aceptamos que el punto de partida de esa semana final de años fue el otoño del año 27 a.C. cuando, como lo veremos luego en detalle, Jesús fue bautizado y comenzó su ministerio profético, entonces el año sabático tendría que haber comenzado en el año anterior, el 26 a.C., y el siguiente año sabático hubiera correspondido al año 34 a.C. con el que esa semana profética llega a su fin. Esto, si queremos incluir en la última semana de años un cuadro tipológico que culmina con un año sabático. De ser así, el primer año de esa última semana no podía ser computado como el séptimo.

Poco después de ser bautizado y haber ayunado por 40 días, Jesús fue a Nazaret donde se había criado, y declaró que en ese día se había cumplido lo prometido por Dios a través del profeta Isaías (Lucas 4:16-21). Con su venida y ministerio público había llegado “el año favorable del Señor” (Isaías 61:1-2). Si se quiere vincular literalmente ese año con el comienzo del ministerio de Jesús, quedamos descolocados con respecto a la última presunta semana tipológica, ya que cuando Jesús se expresó así estaba en el primer año de esa semana final de años. Por consiguiente, debemos descartar un simbolismo adyacente escondido adicional en el primer año de esa semana de años profética si queremos hacer cuadrar la declaración de Jesús con un año sabático literal o, a la inversa, debemos interpretar esa declaración de Jesús como puramente simbólica.

Lamentablemente, las elucubraciones rabínicas posteriores no nos ayudan demasiado en la determinación de los años sabáticos, ya que nunca estuvieron de acuerdo. Por ejemplo, el Talmud afirma que tanto para la destrucción de Jerusalén por los Babilonios como por los Romanos más de medio milenio después, los enemigos del pueblo de Dios escogieron el final de un año sabático, cuando se habrían comido la mayor parte de las reservas obtenidas durante el sexto año. De acuerdo a los datos históricos de los que dispongo (586 a.C. y 70 d.C.), no puede encontrarse una cifra divisible en siete entre esas dos destrucciones.

Si la afirmación talmúdica fuese verdad, resultaría obvio que para comenzar a celebrar de nuevo los años sabáticos (al menos en lo referente al abandono agrario), debían hacerlos partir luego de siete años de haber regresado de Babilonia. Siendo que el cautiverio duró 70 años, tal cifra debiera haber concordado con la destrucción de Babilonia. Pero, ¿cuándo correspondería que iniciasen los años sabáticos? ¿Correspondería que tal recuento comenzase con la inauguración del templo de Zorobabel en el año 516 a.C., aunque ni se encontró el arca ni descendió la gloria de Dios por la cual todos debían mirar hacia adelante? (Hageo 2:6-9; Zacarías 2:5, 10, 12; Malaquías 3:1). ¿Podría inferirse que, más bien, tal recuento debiera darse en relación con la orden anunciada proféticamente para restaurar a Jerusalén, y la resurgente nación pudiese comenzar a operar oficialmente como una entidad político-religiosa? (Daniel 9:25). ¿Qué decir del hecho de que los repatriados judíos nunca más tuvieron rey, y no lo tendrían hasta que viniese el prometido mesías y le quitasen la vida? (Daniel 9:26; véase Ezequiel 21:25-27; Profetas y reyes, p. 332).

Nehemías nos cuenta, con todo, que prometieron después de un tiempo guardar las leyes divinas, inclusive las del año sabático (Nehemías 10:31). Esto tiene que ver con un deseo que implícitamente revela cierta dificultad para cumplirlo. The Jewish Encyclopedia (p. 605), nos informa, sin embargo, que “el año exacto de la shemittah (“abandono agrario”) está en disputa, y se han dado diferentes fechas”. Para muchos judíos, tanto el abandono agrario de la tierra como la cancelación de las deudas después del cautiverio babilónico, descansaban únicamente en la autoridad de los rabinos, no en la Biblia, ya que no estaban en posesión de toda la tierra. Tampoco fueron capaces de determinar cuándo habrían hecho comenzar el año sabático en la época del primer templo (véase detalles en Alberto R. Treiyer, Jubileo y Globalización, cap. 13).

Del relato del evangelio de Juan se puede ver que justo antes de comenzar la primavera del año 29 d.C. —o a lo sumo el año anterior (el 28) pero cuyos efectos se podían todavía percibir en el siguiente año—los judíos habían agregado un decimotercer mes o segundo Adar, ya que los campos habían madurado en forma prematura para ese entonces (Juan 4:35). Esa historia de Juan nos lleva a suponer que, dos o a lo sumo tres años más tarde, debían tener otro decimotercer mes agregado o segundo Adar (“a la mitad de la semana” final de años de la profecía de Daniel 9:27), más definidamente, en el año 31 d.C. Esto en relación con un calendario lunisolar fundamentado en las cosechas.

Gracias a los relatos precisos de los evangelios en relación con los días de la semana en que se dieron los hechos relativos a la Pascua y la crucifixión, hoy se puede saber astronómicamente si para esa tercer Pascua se dio un decimotercer mes o segundo Adar. De acuerdo a la posición de la luna y el sol (en relación con el equinoccio de primavera), se puede determinar con bastante precisión cuándo debían haber comenzado el primer mes en el año de la crucifixión. El Seventh-Day Adventist Bible Commentary, (Vol. V, p. 252), llega a la conclusión de que en el año 31 d. C, la Pascua debe haber caído el 27 de abril, algo que únicamente podía suceder con un decimotercer mes adicional en ese año. A una conclusión semejante llega nuestro hermano brasileño, Juárez Rodríguez de Oliveira, pero sobre la base de que la Pascua hubiese caído en ese año en jueves, como lo confirman los Sinópticos, y no en viernes (como se lo habría deducido erróneamente malinterpretando a Juan).

Estos aspectos los consideraremos en la siguiente sección donde abordaremos los aspectos relacionados con las fechas proféticas de las 70 semanas y de los 2300 años. Concluyamos aquí que, lo más que podría indicarnos tipológicamente la última semana profética de años, con un sentido adyacente o escondido, es que Jesús, siendo rico, dio su vida en ofrenda por el pecado, para que nosotros, siendo pobres, por su riqueza fuésemos enriquecidos (2 Corintios 8:9; 9:9 y s.s.). Esto estaba en consonancia con lo que debía ocurrir luego de tres años con el diezmo u ofrenda especial para los desheredados (Deuteronomio 26:12-15). Con su muerte el Señor nos aseguró una herencia incorruptible e inmarcesible que ni la polilla ni el óxido podrán corromper (Mateo 6:20).

Otras profecías nos llevan también a ver en su muerte, el cumplimiento inicial del año sabático de liberación que Jesús mismo hizo partir ya en el primer año de su ministerio, pero que se concretó al morir sobre la cruz (Isaías 60:1-2; Lucas 4:16-22). Nada sugiere un cumplimiento literal que debía caer en un año sabático vigente en sus días.

Nuevamente parecemos encontrarnos ante una decisión predeterminada por la Providencia de evitar que su pueblo especulase con la fecha de un año sabático que marcase el jubileo final. Así como la profecía de los 1290 días-años no debía interpretársela como cayendo en un año sabático literal; tampoco la última semana profética debía vérsela necesariamente en términos literales de años sabáticos. Nuestra misión es predicar el evangelio del reino hasta que nuestro Señor vuelva, apreciando las señales que anuncian su pronto regreso, pero sin vivir bajo fechas definidas con respecto a ese evento final.

LAS 70 SEMANAS DE AÑOS

Cuando estudiaba alemán en la ciudad de Estrasburgo, Francia (ciudad bilingüe que linda con Alemania y cuyo territorio siempre estuvo en disputa entre las dos naciones), nos hicieron leer en alemán una leyenda sobre un conejo y un puerco espín. Los dos decidieron apostar para una carrera. El premio iba a ser un cajón con botellas de cerveza. Luego de establecer el punto de partida y el punto de llegada, declararon que la carrera iba a darse 70 veces ida y vuelta. Cuando se lanzó la carrera, el conejo pensó que se iba a ganar fácilmente ese cajón de cerveza. ¡Cuál no fue su sorpresa al llegar y ver que el puerco espín estaba ya allí diciéndole:  “Ich bin schon da” (“ya estoy acá”)! Decidido a ganarle el regreso corrió con más fuerza para otra vez sorprenderse con el puerco espín diciéndole de nuevo: “Ich bin schon da”. Más desesperadamente aún fue por la segunda vuelta con el mismo resultado. Con todas sus energías volvió a emprender el regreso, y así sucesivamente hasta cumplir la septuagésima vuelta y caer muerto, súbitamente, sin poder llegar antes que el puerco espín que anticipadamente le repetía, riéndose:  “Ich bin schon da”. Entonces el puerco espín agarró la botella de cerveza y, llamando a su esposa que estaba en el otro extremo le dijo: “vamos de fiesta”.

El propósito fundamental de nuestro estudio es el de las 70 semanas de años de la profecía de Daniel 9:24-27 que daba el punto de partida del servicio del nuevo templo con su inauguración en los cielos, y la de los 2300 días de Daniel 8:14 que daba su conclusión o cierre en un Día de la Expiación antitípico en el “tiempo del fin”. Como el puerco espín de la leyenda, podemos decir desde la perspectiva de la llegada: “Ich bin schon da”. Nuestra mirada a esa profecía es, por consiguiente, retrospectiva. Claro está, no hemos recibido el premio aún, porque la venida del Señor no se ha consumado todavía. Pero el hecho de que estamos en una recta final que no tiene cómputo profético no significa que ese premio no esté a las puertas. En lugar de un cajón de cerveza, nos concederá el Señor el fruto del árbol de la vida, y el maná o “pan del cielo” que los ángeles prepararon para los errantes hijos de Dios en el pasado (Apocalipsis 2:7, 17; 22:1-2).

La larga introducción que dimos a la cronología profética más extraordinaria podrá habernos ayudado a familiarizarnos con los problemas de computación de los diferentes años. Consideremos, en primer lugar, los datos históricos correspondientes al punto de partida de ambas profecías, anunciado en Daniel 9:24.

El punto de partida

Comencemos ahora con el punto de partida para la cronología de las 70 semanas y los 2300 días-años. Los milleritas, los pioneros adventistas, Elena G. de White y los teólogos adventistas historicistas hasta el día de hoy fueron y son unánimes en afirmar que el punto de partida de esas dos profecías, es el año 457 a.C. En lo que respecta a la profecía de las 70 semanas de años, la única que da el punto de partida en forma precisa, los adventistas no estuvieron ni están solos. Otros autores antiguos y modernos llegaron y llegan a la misma conclusión. En lo que respecta al punto de llegada al cabo de los 2300 días-años, fuera de la Iglesia Adventista después del chasco millerita en 1844, no conozco a nadie que le dé a esa profecía un significado equivalente representado en años, y ligado a la profecía de las 70 semanas.

Antes del chasco de 1844, diferentes intérpretes historicistas entendieron que esa fecha llegaba a la década del 40 en el siglo XIX, así como otras profecías relacionadas como las de los 1335 días-años y los 391 días-años de la sexta trompeta (a la que hicieron llegar a 1844 también, partiendo de la caída de Constantinopla en el año 1453). Véase A. R. Treiyer, The Seals and the Trumpets. Biblical and Historical Studies (2005) [con mucha mayor documentación que su primera versión en castellano, y con un capítulo adicional sobre la historia de la interpretación preparada por mi tío, Humberto Raúl Treiyer, que extrajo en forma resumida de la obra voluminosa de Leroy Froom].

El decreto decisivo

Los judíos debían esperar la puesta en marcha (“salida”) del decreto de un rey persa que permitiese la restauración y reconstrucción de la ciudad de Jerusalén para conocer el punto de partida de la profecía de Daniel (Daniel 9:25; cf. 8:2,13: “la visión” comenzó en la época persa). El libro de Esdras da cuenta de tres decretos que los reyes medo-persas emitieron para que los judíos pudiesen regresar a su tierra. Esos decretos aparecen resumidos en Esdras 6:14: “Y los ancianos de los judíos edificaron y prosperaron, conforme a la profecía de los profetas Ageo y Zacarías… Edificaron y acabaron por orden del Dios de Israel, y por el mandato de Ciro, Darío y Artajerjes, reyes de Persia”.

Los dos primeros decretos tuvieron que ver con la reconstrucción del templo (Esdras 1:2-4; 6:6-13), que se terminó e inauguró en el año 516/15 a.C., exactamente 70 años después de haber sido destruido por los babilonios (2 Crónicas 36:21-23;  Zacarías 1:12-16). La ciudad de Jerusalén, sin embargo, continuaba en ruinas, y se requería el tercer decreto que emitió el rey Artajerjes medio siglo después para reconstruírsela. Ese tercer decreto no podía referirse, por consiguiente, a la reconstrucción del templo, porque Esdras declara categóricamente que “la casa fue terminada… en el sexto año del reinado de Darío” (Esdras 6:15). ¿Qué “edificaron y acabaron” los judíos, entonces, según el pasaje citado más arriba, por “mandato de… Artajerjes”? La ciudad de Jerusalén.

La orden anunciada por el ángel Gabriel a Daniel tendría que ver no solamente con la reconstrucción de Jerusalén, sino también con su restauración civil, jurídica y administrativa. Esto es lo que se ve en el decreto de Artajerjes que dio autoridad a Esdras no sólo sobre Jerusalén, sino también sobre las personas y el territorio fuera de Judea (Esdras 7:21-22). Esa autoridad, así como el dinero que pudieron obtener según el decreto, les permitió comenzar la reconstrucción de la ciudad (Esdras 4:7-16), como se ve por la carta de protesta que escribieron los que quisieron detener la obra: “Sea notorio al rey, que los judíos que partieron de ti a nosotros, vinieron a Jerusalén, y edifican la ciudad rebelde y mala. Ya han levantado las murallas y reparado los cimientos” (Esdras 4:12; cf. versículo 7).

Artajerjes otorgó a Esdras, además, autoridad legal y judicial para establecer cortes de juicio (Esdras 7:25-26). Esto involucraba el establecimiento de lugares de juicio en las “puertas” de las murallas de la ciudad, donde los jueces se reunían para resolver los litigios que se les presentaban (véase Deuteronomio 21:19; 22:15; 25:7; Proverbios 31:23).  En otras palabras, la autoridad legal y jurídica que Artajerjes le dio a Esdras implicaba la reconstrucción de Jerusalén y sus muros.

El decreto de Artajerjes dio lugar al segundo regreso oficial de largo alcance de los judíos, desde que los persas habían conquistado Babilonia. El primero tuvo lugar bajo Ciro (Esdras 1:1-2, 7-8). Así como un decreto oficial de regreso dio lugar al inicio de la reconstrucción del templo, el segundo decreto oficial de repatriación alentó el comienzo de la reconstrucción de Jerusalén. Así como hubo un decreto inicial de Ciro para reconstruir el templo (Esdras 1), que requirió una autorización adicional del rey Darío (Esdras 6); así también el primer decreto de Artajerjes para restaurar y edificar la ciudad de Jerusalén sirvió para dar inicio a esa obra, y reforzarla con otra orden suplementaria posterior dada por el mismo rey (Nehemías 2). [En Isaías 44:24-27 se profetiza de Ciro que diría de Jerusalén que fuese reconstruida, en referencia más específica al templo, pero no dice que su tarea sería “restaurar” Jerusalén tal como se describe en Daniel 9:25. Su decreto dio lugar, de todas maneras, a la reconstrucción futura de Jerusalén así como a su restauración jurídica que se cumplió bajo el rey Artajerjes. Pero no predice Isaías que Ciro iba a restaurar un estado político autónomo en Jerusalén].

Cuándo comenzar

Mientras que los milleritas y los pioneros adventistas, incluyendo Elena de White, interpretaron en el siglo XIX que la profecía de Daniel se refería a la puesta en efecto del decreto del rey Artajerjes por Esdras una vez llegado a Palestina, los teólogos adventistas a partir del arqueólogo alemán, Siegfried Horn, hicieron comenzar la fecha desde el momento en que Esdras con los judíos que lo acompañaron, partieron de Babilonia para Palestina o apenas llegaron a Jerusalén. Para nuestro hermano brasileño, Juárez Rodrígues de Oliveira, ese es un gran error que, en lugar de afirmar el cumplimiento profético de las dos profecías de Daniel que estamos estudiando, lo debilita. Consideremos el texto bíblico:

Esdras 7:7-9: “En el séptimo año del rey Artajerjes, vinieron con él a Jerusalén algunos israelitas, incluyendo sacerdotes, levitas, cantores, porteros y servidores del templo. Esdras llegó a Jerusalén en el quinto mes del séptimo año del rey. El primer día del primer mes partió de Babilonia, y el primer día del quinto mes llegó a Jerusalén, porque la buena mano de su Dios estuvo con él”.

¿Dice el pasaje que el rey emitió su decreto el primer día del primer mes de su séptimo año de reinado? No. Es más, puede haberlo escrito antes de ese primer mes. La tarea de promulgar oficialmente ese decreto fue confiada a Esdras quien, luego de celebrar una fiesta que los milleritas entendieron referirse al Día de la Expiación, entregó “los despachos del rey a sus gobernadores y capitanes del otro lado del río” (Esdras 8:35-36; véase Números 29:7-11). Fue entonces que tales gobernadores y capitanes obedecieron el decreto del rey que les entregó Esdras, y que llevaba implícita una pena de muerte en el caso de no cumplirla (Esdras 7:25-26).

“Lo que condujo a este movimiento [el millerita] fue el haberse dado cuenta de que el decreto de Artajerjes en pro de la restauración de Jerusalén, el cual formaba el punto de partida del período de los 2300 días, empezó a regir en el otoño del año 457 a.C., y no a principios del año, como se había creído anteriormente. Contando desde el otoño de 457, los 2300 años concluían en el otoño de 1844” (El conflicto de los siglos, p. 450).

Según esta declaración, la puesta en marcha o en efecto del decreto de Artajerjes no tuvo lugar en su séptimo año de reinado, sino al comenzar su octavo año. Recordemos que la numeración de los meses tenía siempre que ver con un calendario de primavera (Éxodo 12:1), mientras que los años comenzaban a computarse a partir del otoño (compárese Nehemías 1:1 —quisleu: diciembre— con Nehemías 2:1 —nisán: marzo, en el mismo año 20 del rey). En tal caso, Esdras con los judíos que lo acompañaron salieron el primero de Abib o Nisán (primer mes de primavera) de Babilonia, y llegaron cinco meses después hacia el fin del verano del año 457 a.C. (Esdras 7:7-9).

¿Por qué dedujeron los milleritas que la fiesta mencionada en Esdras 8:35 tenía que ver con el Día de la Expiación? Porque el decreto no se puso en efecto enseguida, ya que primero celebraron una fiesta (Esdras 8:35). Luego del Pentecostés que caía al comienzo del verano, esto es, bastante antes de la llegada de Esdras de Babilonia, los israelitas no tenían otra fiesta hasta que comenzaba el otoño en el primer día del séptimo mes (Tishri). Los sacrificios que ofrecieron Esdras y los suyos entonces entran dentro de las características señaladas para las fiestas que debían celebrarse a partir de entonces (véase Números 29:1-11). Más definidamente, pueden haber celebrado la Fiesta de las Trompetas en el primer día del mes o el Día de la Expiación a los 10 días siguientes. No podemos saber a cuál de esas dos fiestas se habrá referido Esdras. Pero por cumplirse el punto de llegada de la profecía en un Día de la Expiación antitípico al final de los 2300 días, dado su vínculo con la “purificación del santuario” (Daniel 8:14), los milleritas y pioneros adventistas dedujeron que el punto de partida debía ser el mismo, en un Día de la Expiación.

Nuestro hermano de Oliveira concuerda con los milleritas en el sentido de que el punto de partida de la profecía de Dan 8:14 debía ser exactamente el mismo que el de llegada. Elena de White no confirma que el punto de partida hubiese sido en un Día de la Expiación, pero tampoco lo niega. Ella menciona simplemente el “otoño”. Esdras dice que luego de participar de esa fiesta, que puede haber sido la de las Trompetas diez días antes del Día de la Expiación, o el Día de la Expiación mismo, “entregaron los despachos del rey a sus gobernadores y capitanes del otro lado del río”, induciéndolos de esta forma a obedecer la ley medo-persa inalterable de aquellos días (Esdras 8:36).

Sobre este punto volveremos al final al considerar esta fecha profética. Anticipemos que estamos de acuerdo con de Oliveira en que el punto de partida indicado por la historia Bíblica en confirmación con la profecía de Daniel, se dio en el otoño del año 457 a.C. y no antes. Pero ni durante la Fiesta de las Trompetas ni durante el Día de la Expiación pueden haber entregado el decreto del rey con las demás órdenes a los gobernantes del otro lado del río, porque ambos días eran sábados ceremoniales, y la pena de muerte pesaba para el violador (Levítico 23:24-25, 28, 30, 31). En todo caso, el día siguiente a cualquiera de esas dos fechas podía haberse cumplido con esa misión. Y siendo que en el Día de la Expiación el pueblo de Dios reconsagraba su vida y reiniciaba un nuevo año renovando el pacto con Dios, es probable que hubiesen esperado hasta ese momento decisivo antes de iniciar la restauración nacional por la que había venido Esdras.

El séptimo año de Artajerjes

El pensamiento científico comenzó con el filósofo francés René Descartes. Descubrió su método haciéndose la pregunta sobre si realmente existía. Lo que quería era encontrar una manera de dar con conocimientos claros y distintos sobre los que no pudiera dudar. Para poder hacerse tal pregunta sobre la posibilidad de su existencia, razonó, debía poder pensar. Y si podía pensar, entonces podía probar sin lugar a dudas que existía. De allí su primer paso para obtener informaciones sólidas e inamovibles. “Pienso, luego existo”.

Aunque los demás pasos que dio no iban a satisfacer a todos para llegar a conocimientos inalterables y seguros, su “duda metódica” sirvió para que otros desarrollasen su principio y la ciencia se aumentase considerablemente. Ya bien entrado el siglo XX, aparecieron los existencialistas que quisieron negar ese principio científico racionalista. Acusaron a Descartes de desvirtuar y hasta de arruinar la existencia por relegarla al pensamiento, a un segundo lugar. El principio debe ser, para los existencialistas, “existo, luego pienso”, si quiero.

En su búsqueda de datos históricos y astronómicos inamovibles en la larga cadena profética de Daniel 8 y 9, Juárez Rodríguez de Olivera pensó encontrarla en la muerte de Cristo en el año 31 d.C. Según él, tal fecha confirma y afirma las demás fechas, tanto desde la perspectiva de la partida de la profecía como de la llegada y de sus especificaciones intermedias.

Personalmente creo que de Oliveira exagera cuando relativiza la solidez del año 457 a.C., como punto de partida para la profecía de las 70 semanas y de los 2300 días. Si termina reconociendo categóricamente que no conoce ningún documento que pueda presentarse para negar que el séptimo año de Artajerjes se dio entre el otoño del 458 a.C. y el otoño del 457 a.C., sino que por el contrario, los documentos que poseemos concuerdan en afirmar que esa es la fecha correcta, ¿qué necesidad tendría de relativizar la fundamentación del año 457 como no estando suficientemente documentada para hacer partir los dos períodos anunciados? De Oliveira destaca la terminología usada por Siegfried Horn que puede ser equiparada a la duda metódica científica, para concluir que sus deducciones se basan en supuestos. Pero tal terminología no implica necesariamente falta de solidez y fundamentación, sino un análisis deductivo que permita seguir el razonamiento en forma objetiva, sin dar saltos bruscos que atropellen la inteligencia del lector.

No parece captar De Oliveira que, así como para muchos el punto de partida filosófico debe ser “pienso, luego existo”, para otros puede resultarles más determinante comenzar diciendo “existo, luego pienso”. No veo mal que ponga todo su énfasis en la solidez que él encuentra en la fecha de la pasión, a “la mitad de la semana”, la última de las 70. Pero al querer poner más énfasis en la llegada o en el punto medio de la profecía que en el punto de partida, puede terminar involuntariamente debilitando la convicción de otros que tienen otra manera de razonar.

Esto es algo que sabemos todos los que vivimos pendientes de la lucha que se entabla entre la verdad y el error en nuestros esfuerzos evangelísticos. No todos se convencen con el mismo argumento, ni las evidencias presentadas en favor de la verdad satisfacen a todos de la misma manera. A menudo tenemos que admirarnos por la manera en que el Espíritu Santo trabaja en las mentes humanas, despertando el interés mediante puntos o aspectos de la verdad que a nosotros no nos tocan tanto. Mi testimonio personal como pastor, después de haber sido doctor en teología, es que si nos volvemos demasiado selectivos en la manera de presentar la verdad, exigiendo que las cosas se digan de tal o cual forma que pueda parecernos más atractiva, y quitando valor a los argumentos que para nosotros no tengan tanto peso, vamos a echar a perder innecesariamente en mucha gente la semilla de la verdad.

Documentación histórica

Varios documentos tenemos hoy para fechar con admirable precisión los años de reinado del rey Artajerjes. En este sentido, tenemos más fundamentación histórica que los milleritas y los pioneros de la Iglesia Adventista. Es lamentable que, con el propósito de fundamentar la cadena profética en la semana de la pasión, de Oliveira busque relativizar la solidez histórica que confirma que Esdras partió con su gente de Babilonia en la primavera del año 457 a.C. El hecho de que había diferentes maneras de computar entre los antiguos no debe hacernos vacilar a la hora de determinar, mediante el sistema de cómputo hebreo claramente atestado en la Biblia, sobre la exactitud de la información que nos dejó Esdras.

  1. El Canon de Ptolomeo en El Almagest.

Entre los documentos más autorizados está el Canon de Ptolomeo que preparó en el siglo II d.C. el astrónomo greco-egipcio Claudio Ptolomeo, con los eclipses que tuvieron lugar durante los reinos de Babilonia, Persia, Macedonia y Roma, así como su correspondencia con los reyes que gobernaron esos imperios. Ptolomeo tuvo el privilegio de vivir en el lugar donde se estableció la biblioteca más significativa del mundo antiguo. Cuando en la ciudad de Pérgamo se quiso establecer otra biblioteca, los alejandrinos boicotearon la venta de papiros para evitar perder la hegemonía del conocimiento, y en su lugar los habitantes de Pérgamo inventaron los pergaminos, escritura en cuero fino. Lamentablemente la biblioteca de Alejandría fue destruida sucesivamente hasta desaparecer completamente.

En su obra El Almagest, Ptolomeo fechó los años de los reyes de la Mesopotamia basado en el calendario egipcio que hacía comenzar el año en diciembre. Gracias a los datos que agregó sobre los eclipses que ocurrieron en tal o cual año del reinado de tales o cuales reyes, se puede precisar astronómicamente la fecha de esos reyes antiguos. Por consiguiente, su obra continúa siendo de gran valor.

Lo que no nos dice Ptolomeo, sin embargo, es si Esdras y su pueblo usaban para entonces otro calendario que computase los años a partir del otoño, y cuyo primer mes se daba en primavera. Esto ha llevado a muchos intérpretes a deducir que, por provenir Esdras de un reino medo-persa que contaba los años de primavera a primavera, los datos históricos que suministró en su libro debían seguir un cómputo semejante, no el de otoño a otoño. Bajo este criterio, tales intérpretes han fijado la fecha del séptimo año de Artajerjes para el año 458 a.C., y no para el 457 a.C. como lo hicieron los milleritas y lo entendieron siempre los adventistas.

¿Cómo podemos saber hoy cuál calendario usaron Esdras y sus acompañantes para fechar los momentos de su histórico viaje a Jerusalén? Como veremos luego, por el testimonio de la Biblia misma que se vio a mediados del siglo XX reforzado aún por el descubrimiento de unos papiros de Elefantina. Ni los milleritas ni los pioneros adventistas tuvieron esos documentos tan fortuitos que aparecieron hace unos 50 años atrás. Pero creyeron en la Biblia y la usaron como norma para sus cómputos, razón por la cual llegaron a la fecha adecuada. De acuerdo al cómputo semita y bíblico, el primer mes del séptimo año de Artajerjes en el que Esdras partió de Babilonia correspondió a la primavera del año 457 a.C. ¿Por qué habría de relativizarse, entonces, la solidez de la datación histórica ofrecida?

  • Una tableta de Ur

Entre 1930 y 1931, en una excavación que se llevó a cabo en Ur se encontró una tableta que confirmó la muerte de Jerjes, padre de Artajerjes, como habiendo ocurrido en torno a diciembre del año 465 a.C. Este descubrimiento dio un soporte adicional a la interpretación millerita original, mostrando que estaban en lo correcto en sus cálculos. Al haber muerto el padre de Artajerjes después del mes de Tishri (septiembre/octubre), significaba que lo que nosotros contaríamos como primer año de su hijo sucesor Artajerjes, los judíos que viajaron a Jerusalén iban a computárselo como año ascensional. Y no antes de Tishri (otoño) del siguiente año, 464 a.C., podría comenzar a contarse su primer año de reinado.

Siendo que en 1953, una tableta cuneiforme posterior correspondiente al período helenístico, fue interpretada como indicando que Jerjes habría muerto en agosto, algunos han dejado de insistir en el valor de esa tableta de Ur. Pero la tableta del período helenístico es muy posterior y, hasta donde sepa, nunca se publicó. Lo que hizo el arqueólogo adventista Siegfried Horn fue, correctamente, desmerecer ese documento cuneiforme por ser muy tardío. Con el descubrimiento ese mismo año de los últimos papiros de Elefantina que faltaban, se confirmó que Jerjes no puede haber muerto antes del otoño ni después del 17 de diciembre del año 465 a.C. [Lo más que puede revelar la tableta cuneiforme del período griego, si es que se la puede tomar como referencia seria siendo tan posterior, es que el escriba de Elefantina no computó el año ascensional de Artajerjes hasta que el tumulto que provocó la muerte de Jerjes terminó en la implantación de su hijo Artajerjes no antes de Diciembre de ese año].

Lo que para nosotros tiene más valor es un documento contemporáneo como el encontrado en Ur, y otros más que aparecieron luego y veremos seguidamente, confirmando el testimonio de esa tableta. De nuevo, ¿por qué relativizar la solidez de la datación bíblica y su confirmación histórica?

  • Los papiros de Elefantina

Así como Dios se adelanta al movimiento de los millones y millones de galaxias, soles, planetas y satélites con tantos años luz que ni las computadoras más poderosas que los hombres hayan inventado pueden contabilizar y controlar para que no se choquen entre sí y se forme un caos generalizado en todo el universo; así también Dios se adelanta a las necesidades que su pueblo vaya a tener en épocas futuras, inclusive en la información histórica que iba a necesitar para afirmar su fe. Una reserva fortuita que el Señor tenía preparada para que su pueblo pudiese probar en esta era científica, la manera de computar los años aún de los reyes paganos que los judíos usaban en los días de Esdras, apareció a mediados del siglo XX.

Los hallazgos

En 1893, un negociante norteamericano y colector de antigüedades egipcias, llamado Carlos E. Wilbour, compró nueve rollos enteros de papiros, más algunos fragmentos, a tres mujeres nativas de la isla del Nilo conocida como Elefantina. Esa isla está ubicada a 600 millas al sur de El Cairo, en el centro del Nilo. Ocho de los rollos estaban todavía doblados y sellados. Al mostrarle uno de los fragmentos a un profesor llamado A. H. Sayce, Wilbour se enteró que tales papiros estaban escritos en arameo. Lamentablemente Wilbour guardó esos papiros en el fondo de uno de sus baúles. Al morir poco después, ese secreto iba a permanecer un buen tiempo guardado.

Posteriormente se envió el baúl a Norteamérica y se lo almacenó en un depósito de Nueva York. Mientras tanto, la gente de Elefantina encontró más papiros y los fue vendiendo en el mercado, sin revelar el secreto del lugar, ya que lo consideraron una buena fuente de negocio. Un agente de la Biblioteca de Estrasburgo compró el primero de esos papiros en Luxor, en 1898. El profesor Sayce consiguió otro rollo en 1900, y la Lady William Cecil compró tres rollos en Aswan en 1904. Sir Robert Mond consiguió cinco más. Todos estos papiros fueron publicados en 1906, asombrando al mundo erudito de entonces con el conocimiento de una comunidad judía de mercenarios militares que protegían la fortaleza de la Isla de Elefantina durante el período persa.

El entusiasmo de los eruditos llevó finalmente a un equipo arqueológico alemán a hacer excavaciones bajo la dirección de Otto Rubensohn del Museo de Berlín. Esas excavaciones se dieron entre 1906 a 1908. Luego de ganar la confianza de la gente del lugar, Otto Rubensohn descubrió la ubicación y logró desenterrar 62 rollos de papiros adicionales, amén de muchos fragmentos e inscripciones. Todo esto se publicó en 1911, dando inicio a una disciplina casi nueva, ya que hasta entonces, nadie conocía la existencia de una comunidad judía en Egipto que fuese contemporánea con Esdras y Nehemías.

Los judíos de Elefantina

La Isla de Elefantina, llamada así por los griegos y Yeb por los antiguos egipcios, sirvió como la fortaleza más al sur que tuvieron los egipcios en el medio del Nilo, cerca de su límite con Nubia (la bíblica Kush mencionada en Ester 1:1; Isaías 11:11). Era un lugar de comercio con importación de marfil, pieles de león y animales exóticos que traían del África. Algunos judíos que emigraron del reino de Judá hacia Egipto durante la vigesimosexta dinastía egipcia (663-525 a.C.), fue forzada a trabajar como mercenarios para defender la frontera más al sur de Egipto. Estos soldados construyeron un templo que dedicaron a Yahveh, aunque sirvieron también a otros dioses como sus compatriotas preexílicos lo habían estado haciendo en Judá.

Cuando el rey persa Cambises conquistó Egipto en el año 525 a.C., destruyó el templo Khnum de Elefantina pero no tocó el templo judío de Yahvé en la misma isla, tal vez porque como zoroastrista monoteísta estuvo mejor dispuesto hacia los judíos que también eran, en principio, monoteístas. Durante el dominio persa, los judíos de Elefantina pudieron manejar por su cuenta sus propios negocios y asuntos civiles. Sin embargo, mantuvieron siempre un rango inferior ya que eran simples soldados bajo las órdenes de los oficiales babilónicos y persas. El comandante general era persa.

En el año 410, algunos soldados egipcios aprovecharon que el gobernador persa de esa región, Arsames, había viajado para entrevistar al rey, cruzaron el río desde Aswan y destruyeron el templo judío en el año 410 a.C., sin duda disgustados por el favoritismo que gozaban esos judíos bajo las autoridades persas. Cuando Arsames regresó, los judíos de Elefantina le pidieron permiso para reconstruir el templo. Se cree que Arsames estaba enterado de la posición centralista de dos conservadores de la religión judía como lo fueron Esdras y Nehemías, por lo que, en lugar de concederles lo pedido, les requirió que pidiesen permiso a las autoridades de Jerusalén para reconstruirlo. De esa manera, lograría que la negativa proviniese de Jerusalén mismo y, al mismo tiempo, dejaría algo más tranquila la enemistad contra ellos que había entre los egipcios.

Esos pobres judíos de Elefantina no tuvieron más remedio que escribir, finalmente, a los dos oficiales de más alto rango de Jerusalén, el gobernador persa Bigvai y el sumo sacerdote Johanan mencionado en Nehemías 12:22-23. Aparentemente, las autoridades de Jerusalén en esa época ignoraron su pedido, por lo que, luego de dos años de espera, volvieron a insistir esta vez dirigiéndose más definidamente a Bigvai, ofreciéndole una coima (soborno) y notificándole también que habían escrito a los hijos de Sanbalat, gobernador de Samaria, el enemigo principal de Nehemías (Nehemías 6:1 y s.s.). Dramáticamente insistieron ante Bigvai advirtiéndole que si las autoridades de Jerusalén no les respondían, los samaritanos que también poseían un culto rival, podían otorgarles tal autorización.

Bigvai se reunió con Delaiah, hijo de Sanballat, luego de lo cual les otorgó el permiso requerido de reconstruir su templo en Elefantina, pero con la expresa indicación de que no ofreciesen sacrificios. No hay registros de que Arsames les hubiera finalmente autorizado a reconstruir ese templo, ni de si fueron finalmente masacrados con la revuelta egipcia poco tiempo después, que terminó con la expulsión y muerte de todos los extranjeros que habían vivido en ese lugar.

Los papiros escritos por esos judíos de Elefantina terminaron conformando el número más grande de documentos conocidos de la lengua aramea oficial usada durante esa época. También sirvieron para fortalecer los estudios lingüísticos de las secciones escritas en ese idioma en los libros de Daniel y Esdras. Permitieron conocer más acerca de la historia, cultura y religión de esa comunidad judía. Por ejemplo, podemos enterarnos gracias a esos papiros sobre casamientos, ventas de propiedades, contratos, decretos gubernamentales, liberación de esclavos, cartas privadas y oficiales y aún algo de piezas literarias que se desarrollaron en esa comunidad judía. También permitieron conocer más acerca de cómo computaban los judíos de entonces los años de los reyes de Babilonia y de Persia, en relación con la clase de calendario que usaban.

El calendario post-exílico de los judíos de Elefantina

Los papiros de Elefantina que se publicaron en 1911 probaron que los judíos de Elefantina usaban dos calendarios, uno egipcio y otro que traducía esa datación al calendario babilónico-persa de primavera o al judío de otoño. Por ejemplo, en uno de esos documentos se lee: “En el tercero de Chislev [mes judío], año ocho, esto es en el duodécimo día de Thoth [mes egipcio], año nueve de Darío el rey”. Esta era ya una prueba contundente para confirmar que, según ambos sistemas de cómputo, podía haber un año de diferencia dependiendo de cuál sistema se usaba para contar los años del rey. Pero ninguno de estos papiros permitía saber aún cómo computaban esos años, si según el calendario de primavera persa, o el de otoño en boga entre los judíos desde la época de Salomón.

Una nueva sorpresa estaba preparada por la Providencia, lista para caer sobre el mundo crítico y sapiente de entonces, de parte de Aquel que lee todo con absoluta claridad desde el mismo principio. En 1947, Teodora, la hija de Wilbour, murió en Nueva York. El baúl que poseía de su padre fue entonces entregado al museo de Brooklyn junto con los demás restos de Wilbour. En 1953, Emil G. Kraeling publicó esos documentos que habían quedado sepultados en un baúl desde 1893 hasta 1947. Por primera vez se podía obtener la clave en el uso de los calendarios que los judíos utilizaban en tiempos post-exílicos.

En uno de esos documentos de última hora, conocido hoy como Kraeling 6 en honor a quien los publicó, se puede armonizar el calendario egipcio y el judío únicamente si se asume que usó un calendario que comenzaba en otoño, computando los años aún de los reyes persas según el antiguo calendario judío. De manera que si los judíos en Elefantina computaban los años de los reyes extranjeros según el calendario judío, a pesar de que vivían en un contexto geográfico en el que la gente computaba esos años con el calendario egipcio, ¡cuánto más no lo harían los ortodoxos Esdras y Nehemías que regresaron de Babilonia! Se pudo saber así que, según el calendario persa, el séptimo año de Artajerjes fue de la primavera del año 458 a la primavera del año 457 a.C., mientras que para los judíos tuvo lugar del otoño del año 458 al otoño del año 457 a.C.

  • El Canon de Ptolomeo, la tableta de Ur y los papiros de Elefantina

Los milleritas se basaron enteramente en el canon de Ptolomeo que confirma que el séptimo año de Artajerjes tuvo lugar en el año 457 a.C. Esa fue su única fuente histórica. Lo notable es que los milleritas no cometieron el error de muchos intérpretes modernos que ignoran hasta hoy que Ptolomeo contó los años de acuerdo con la Era de Nabonasar, es decir, con el calendario egipcio que comienza en Thoth 1. No se dan el trabajo de traducir ese cómputo al sistema de cómputo judío.

Ahora bien, el Canon de Ptolomeo ha sido corroborado en general por diferentes tabletas cuneiformes babilónicas y persas antiguas, aunque en algunos casos debió hacerse pequeñas correcciones. Para fundamentar mejor los años de reinado de Artajerjes se requería, por consiguiente, una fundamentación adicional. Esa fundamentación la trajo el descubrimiento de los papiros de Elefantina que prueban que Esdras y Nehemías usaron un calendario judío, y no persa. Prueban también que los judíos en la época post-exílica computaban los años de los reyes persas también con el sistema de “año ascensional” y basado en un calendario otoñal. En efecto, confirman que el primer año de Artajerjes (según nuestra manera de computar), no se lo contaron como primer año porque subió al poder después del otoño y, en su lugar, lo fecharon como “año ascensional de Artajerjes”. Hoy, los autores que asumen que el séptimo año de Artajerjes tuvo lugar en el año 458 a.C., tienen que restar valor abiertamente a esos papiros de Elefantina para mantener esa posición, presumiendo que el escriba que dio la información cometió un error.

Gracias a ciertas tabletas babilónicas se han podido establecer los años de reinado de Artajerjes según el calendario persa, con una precisión notable. Junto con los documentos judíos de Elefantina nos informan que Jerjes, padre de Artajerjes, habría muerto después de Tishri 1 (nuevo año según el cómputo judío), y antes de Thoth 1 (nuevo año egipcio, 17 de Diciembre), en el año 465 a.C. Esto significa que Artajerjes habría comenzado su año ascensional entre octubre y diciembre, y su primer año de reinado se lo habría computado no antes de octubre del año siguiente, 464 a.C. El séptimo año de Artajerjes habría comenzado en el otoño del año 458 a.C. y terminado en el otoño del año 457 a.C. El primer mes al que refiere Esdras como punto de partida de su viaje hacia Jerusalén debía corresponder, por consiguiente, al mes de Nisán (primavera) en el año 457 a.C., cuando con su comitiva viajó a Jerusalén con el propósito de promulgar el decreto del rey. Recordemos que la Biblia cuenta los meses a partir de la primavera, y los años a partir del otoño.

  • La Biblia.

En la Biblia encontramos pruebas adicionales y contundentes para mostrar cómo computaban los años de los reyes no sólo de Israel, sino también extranjeros. En los anales de Babilonia se informa que el rey Joaquín fue capturado juntamente con Jerusalén, su capital, en el séptimo año del reino de Nabucodonosor (597 a.C.). Pero la Biblia informa el mismo evento como habiendo tenido lugar en el octavo año (2 Reyes 24:12). Esto no prueba que uno de los dos informes es correcto y el otro no. Simplemente nos muestra que había dos maneras de computar los años de los reyes antiguos, basado en dos calendarios diferentes.

Aunque durante su cautiverio los israelitas adoptaron los nombres de los meses babilónicos, no hicieron lo mismo con el sistema de cómputo puesto que, en relación con los meses, debían hacerlos partir según la ley en la primavera pascual (Éxodo 12:1), mientras que en relación con el cómputo anual, debían hacerlo partir en relación con el otoño cuando concluía la cosecha y concluían también las fiestas religiosas (Levítico 25:3-4,9-13; Deuteronomio 31:10-13). Esto se ve claramente en el registro de Nehemías, contemporáneo de Esdras, quien computó igualmente los años de los reyes extranjeros con un calendario otoñal.

Comparemos Nehemías 1:1 con 2:1. El mes de quisleu (equivalente a diciembre), y el mes de nisán (el primer mes de primavera que iniciaba el calendario de fiestas judías con la pascua), son computados como perteneciendo al mismo año veinte de Artajerjes. Si Nehemías hubiera estado usando el calendario babilónico o persa, hubiera tenido que referirse al primer mes de primavera (nisán) como siendo el año 21 de Artajerjes. El hecho de que lo hace aparecer todavía como año 20 prueba que computaba los años de Artajerjes con el típico calendario anual otoñal de los judíos. De manera que arqueológica, histórica y bíblicamente, no queda duda alguna sobre la manera en que los judíos computaban los años de los reyes no sólo judíos, sino también paganos, antes y después del cautiverio.

Ante este hecho irrefutable, podemos volver a preguntarle a nuestro hermano brasileño, ¿para qué arrojar cierta incertidumbre a la fecha de partida de la profecía que estamos estudiando? ¿Para valorar más sus descubrimientos astronómicos con respecto a la fecha de la pasión? También astronómicamente hay confirmaciones adicionales para la fecha del año 457 a.C. como refiriéndose al 7º año del reinado de Artajerjes, según él mismo lo confirma. Es probable que para muchos sea más sólida la documentación sobre la fecha del comienzo (457 a.C.) que la de la pasión (31 d.C.), dependiendo de qué ángulo lo miren.

¿Por qué están divididos los autores modernos sobre la fecha en que Esdras partió de Babilonia para Jerusalén? Mientras que algunos proponen hasta hoy, como los milleritas, que la fecha fue en el año 457 a.C., otros establecen la fecha del año 458 a.C. Los que así lo hacen prefieren ignorar el cómputo judío (otoño a otoño) para adoptar el cómputo persa (primavera a primavera), así como también ignorar no sólo la evidencia arqueológica irrefutable que nos traen los papiros de Elefantina, sino también este pasaje de Nehemías que acabamos de mencionar, o presumir que ambos textos son “corruptos” (alterados por un copista posterior o dañado), o que “la fecha es aparentemente incorrecta”. Esto deben saberlo nuestros hermanos. Uno puede preguntarse sobre la seriedad de tales autores modernos al forzar una documentación histórica definida para mantener sus convicciones personales pre-asumidas sobre la manera de contar que habrían tenido los antiguos.

Si mantenemos el principio de que la Biblia debe ser su propio intérprete, y en este caso alguien como Nehemías que fue contemporáneo con Esdras, no hay duda posible sobre la fecha del séptimo año del rey Artajerjes. El hecho de que Elena de White ponga énfasis en la fecha de la pasión en el año 31 d.C., no debe ser interpretado como dando a entender que la fecha inicial de la profecía no es tan segura, y que la fecha reguladora debía ser la de la pasión. En los días de los milleritas y los pioneros adventistas no se contaba con todos los datos históricos que tenemos hoy. Por consiguiente, es normal que tanto ellos como E. de White hubiesen puesto énfasis en la fecha de la pasión, teniendo en cuenta que Daniel 9:24 declaraba que su cumplimiento iba a sellar, afirmar de manera inamovible, la profecía de las 70 semanas y la de los 2300 días.

  • Documentos de la era seléucida y de la Mishnah confirman el sistema de cómputo otoñal judío y bíblico para los reyes hebreos y extranjeros.

Datos bíblicos y astronómicos adicionales

  1. El relato de la partida. El relato de Esdras es más completo. Nos informa que llegaron de Babilonia junto al río que conducía a Ahava, donde permanecieron tres días (Esdras 8:15). El día 12 del primer mes reiniciaron la marcha hacia Jerusalén. Si se hubiese tratado del año 458 a.C., astronómicamente esa información que nos da Esdras nos llevaría a fechar el momento de su partida de Ahava para el 7/8 de abril (de la puesta del sol del viernes a la puesta del sol del sábado). Esto es inverosímil, porque significaría que habrían reiniciado el viaje en sábado.  Esdras era conocido como siendo celoso por la ley (Esdras 7:6,10). Nehemías también, poco más tarde, iba a tomar medidas severas contra los que llevasen cargas en sábado (Nehemías 13:15 y s.s.). A menos que se hubiese tratado del año 457 a.C., Esdras hubiera aparecido con un relato que violaba el sábado, ya que fueron cargados de plata y oro, además de otros utensilios que llevaron (Esdras 8:33-34).

Si requerimos la información astronómica para el año 457 a.C., suponiendo que en ese año agregaron un decimotercer mes, encontramos que Nisán 1 que marca el punto de partida de Babilonia corresponde a Abril 25/26, un viernes de puesta de sol del jueves a puesta de sol del viernes. El relato dice que luego de llegar reposaron por tres días, lo que concuerda con el día en que habrían llegado (véase Juan 2:19; Mateo 12:40; Lucas11:30; cf. Jonás 2:1). Al llegar a las márgenes del río ese mismo viernes, descansaron el sábado en un proceso que involucraba al día de preparación para el sábado (Juan 19:31), el sábado mismo y la mañana del domingo (véase también Levítico 25:21, en relación con el impacto del año sabático que se extendía por tres años).

  • El relato de la llegada a Jerusalén

¿Por qué debemos suponer que en el año 457 a.C. debió agregarse, al concluir el invierno, un decimotercer mes, haciendo que en ese año, el primer mes de primavera cayese en abril, y el séptimo de otoño en octubre? Porque de lo contrario, astronómicamente hablando, hubieran tenido que pesar la plata, el oro y los demás utensilios en Jerusalén el 27 de julio, en un día de sábado (Esdras 8:32-34).

En este respecto, nuestro hermano brasileño corrige a Horn y al Comentario Bíblico Adventista como adoptando una fecha ligeramente diferente que no puede mantenerse desde la perspectiva astronómica. Astronómicamente también, afirma Juarez Rodríguez de Oliveira, el año 1844 es compatible con el año 457 a.C., lo que supone también el requerimiento de un mes adicional para la conclusión de los 2300 días-años. Igualmente compatible es ese año con el 31 d.C., fecha de la pasión, el que por el relato de los evangelios mismos y por confirmación astronómica, requiere un mes adicional también. El cuadro sería octubre (457 a.C.), abril (31 d.C.) y octubre (1844 d.C.).

Los documentos babilónicos y los de los judíos de Elefantina que registran un segundo Adar prueban también que, en años compatibles metónicamente con el 457 a.C. (por ciclos de 19 años en donde la posición de la luna en torno a la tierra y la tierra en torno al sol recobran su lugar o tiempo original), debieron agregar un decimotercer mes. Aunque los años 457 a.C. y 31 d.C. se corresponden metónicamente, debemos recordar que dentro de los 19 años había varios años que requerían otro decimotercer mes. Esto es lo que ocurre, según los datos astronómicos, con el año 1844 que requería un mes adicional. Este aspecto será conveniente guardar en mente para cuando llegamos a la discusión de la última fecha, el fin de los 2300 días-años. (Para los que quieran encontrar referencias astronómicas de los años y sus relaciones con la luna, la tierra y el sol, pueden verificar no solamente los cuadros que ofrece de Oliveira en su libro, sino también las páginas de internet que refiere).

Conclusión

Daniel 9:25 suministra los datos históricos que debían darse para comenzar a fechar los 2300 días-años y las 70 semanas de años de las profecías de Daniel 8 y 9. “Desde que salga la orden [entre en vigencia el decreto] de restaurar y reedificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe…” Esdras 7:13 refiere el “decreto” u orden que emitió el rey. Esdras fue comisionado por el rey para promulgar su decreto, razón por la cual tal decreto no se registró o no quedó referencia al mismo en la corte persa. Ese decreto lo “entregó” o hizo oficialmente público Esdras luego de llegar a Jerusalén y celebrar la fiesta de las trompetas al comenzar el otoño (Tishri 1), o luego del Día de la Expiación (Tishri 10) (Esdras 8:35-36). Fue entonces que el decreto correspondiente a la restauración y reconstrucción de Jerusalén entró en vigencia.

¿En qué año ocurrió todo esto? En el séptimo año del rey Artajerjes, esto es, en el año 457 a.C. ¿Cómo podemos estar seguros de esa fecha? Porque todos los años del reinado de Artajerjes están claramente confirmados por las tabletas babilónicas y persas que se han encontrado, de acuerdo al calendario de primavera que usaron esos dos reinos. Siendo que la referencia al séptimo año de ese rey persa la dio Esdras, debemos convertir esas fechas al calendario judío. Tanto los testimonios bíblicos anteriores al cautiverio babilónico como los posteriores son unánimes en contabilizar los años de los reyes judíos y paganos según un calendario otoñal. Fuentes extrabíblicas como los papiros de Elefantina confirman esa datación bíblica mantenida por los judíos que vivían aún en medio de una cultura egipcia y persa.

Fuera de este punto que no puede ponerse más en discusión está el saber en qué momento murió Jerjes, el padre de Artajerjes. Según el calendario egipcio usado en los papiros de Elefantina, Jerjes murió antes del 17 de diciembre (Toth 1) del año 465 a.C., de lo contrario, los egipcios hubieran comenzado a fechar sus documentos en su año 22, lo que no ocurrió (en este punto, de Oliveira corrige a W. Shea). Si Jerjes hubiera muerto antes de Tishri 1 (18 de octubre), los escribas de Elefantina no hubieran comenzado a contabilizar desde entonces su año 21, como realmente lo hicieron.

El papiro AP 6, fechado en el 2/3 de Enero del 464 a.C., dice claramente “año 21” de Jerjes y “comienzo de reino (o año ascensional)” de Artajerjes. La frase r’s mlkwt’, “comienzo de reino”, es el equivalente arameo exacto de la fórmula de año ascensional acadia res sarruti, que designa el tiempo que precede al comienzo del primer año entero de reinado. Para el año primero el arameo usa otra fórmula, según se ve en los mismos papiros de Elefantina (véase documentación en Sigfried Horn, Chronology of Ezra 7, p. 137). De manera que los papiros de Elefantina nos confirman que luego de la muerte de su padre Jerjes, los judíos contaron un año ascensional de Artajerjes que debía llegar hasta el otoño (Tishri 1) del año 464 a.C. para comenzar a contar los años de su reinado.

Las demás referencias históricas fechadas por Esdras pueden ser rastreadas también astronómicamente. De acuerdo a tales referencias, los judíos deben haber agregado en ese año un decimotercer mes antes de comenzar la primavera. De no escoger el año 457 a.C. como el punto de partida y de llegada del viaje de Esdras de Babilonia a Jerusalén, y preferir como lo hacen muchos críticos el año 458, Esdras y sus acompañantes hubieran transgredido el sábado. De manera que histórica, arqueológica, bíblica y astronómicamente, la fecha de octubre del año 457 a.C. para el comienzo de las dos profecías que estamos estudiando de Daniel 8 y 9, no puede ser negada.

Aunque podemos agradecerle a nuestro hermano brasileño de Oliveira por la información mejor documentada que nos ofrece en algunos respectos, y su aguda crítica a algunas posturas historicistas y no historicistas más recientes, su esfuerzo por relativizar esa fecha desde la perspectiva histórica con la idea de que es mejor defendible desde la perspectiva de la llegada (la pasión de Cristo en el año 31 en la mitad de la última semana profética), es exagerado e innecesario. Las evidencias son sólidas, bien documentadas e irrefutables. El lenguaje científico usado por Siegfried Horn no debe ser interpretado como revelando falta de seguridad, o cierta incertidumbre referente a los datos que tenemos. Sólo alguien no acostumbrado a ese lenguaje científico que usa la duda metódica como medio de llegar a certidumbres o, en el lenguaje de Descartes, a conclusiones “indubitables”, puede deducir de tales expresiones cierta relatividad en los argumentos presentados.

También estoy de acuerdo con de Oliveira en que el comienzo de las 70 semanas y los 2300 días de la profecía no se dio al partir Esdras de Babilonia, ni apenas llegado a Palestina como algunos teólogos nuestros lo sugieren, sino luego que festejaron una de las dos primeras fiestas de otoño. Esdras dio a conocer el decreto a los gobernadores del otro lado del río después que celebraron la primera fiesta de otoño, la de las trompetas, o a lo sumo, luego de concluido el Día de la Expiación diez días más tarde. No fue antes de ese momento que los gobernadores de alrededor se dispusieron a obedecer el decreto. Por consiguiente, el lenguaje utilizado por Elena de White es más apropiado. La puesta en marcha del decreto que autorizase la restauración y reconstrucción de Jerusalén debe datárselo en el otoño del año 457 a.C., lo que en términos históricos corresponde al octavo año del rey Artajerjes.

Si la exposición de la cronología bíblica e histórica que ofrecieron los milleritas en la primera mitad del siglo XIX no pudo ser rebatida desde la perspectiva científica por el mundo sapiente de entonces, ¿cuánto menos podrán destruir hoy la fecha a la que ellos legaron, sin duda guiados por Dios, con toda la documentación adicional y más precisa que tenemos nosotros?

El texto del rey Artajerjes es significativo, porque invita a ir con Esdras a todos los que quisieran cumplir con la ley del Dios de Israel (Esdras 7:11-26). En otras palabras, la misión de Esdras tenía que ver con la restauración de la ley del Eterno que por desobedecerla —según la oración intercesora de Daniel— el pueblo de Israel había sido deportado y su templo y su ciudad destruidos (Daniel 9:4-19). La respuesta del ángel Gabriel a Daniel sobre la restauración de Jerusalén, tiene que ver con la puesta en marcha de su aparato legal o jurídico que había sido destruido por la rebelión de su pueblo. Se ha hecho notar también que luego del decreto arameo del rey Artajerjes, Esdras comienza a escribir en hebreo, dando a entender que la restauración comenzó.

Las primeras siete semana de años

¿Cómo serían los tiempos en los que se reconstruirían la plaza y la muralla durante las primeras 7 semanas o 49 años? (Daniel 9:25 ú.p.). ¿Quién debió intervenir para evitar que el príncipe de este mundo impidiese el regreso y la reconstrucción del templo y de Jerusalén? (Daniel 10:1, 13, 20).

La manera en que Daniel señala las “siete semanas y sesenta y dos semanas” es típica de la manera de sistematizar la cuenta de los israelitas, en este caso, para resaltar espacios semanales destacando el siete. Toda la ley relativa a las fiestas judías y los años sabáticos están enmarcados en una sistematización de sacrificios y ritos que resalta al número siete. Un esfuerzo semejante de sistematización en el Nuevo Testamento, que destaca múltiplos de siete, se lo ve en la manera en que Mateo refirió la genealogía de Jesús en períodos de 14 generaciones. Su genealogía se adapta, de esta manera, a esa manera de contar sistematizada típica hebrea, abarcando el período patriarcal (14 generaciones), real (14 generaciones), y post-exílico hasta la primera venida del Señor (14 generaciones) (Mateo 1:17). En el caso de Daniel, 7 más 62 conducirían también, en el cómputo hasta el Mesías Príncipe (Daniel 9:25). También el Apocalipsis refiere siete períodos de tiempo que abarcan toda la extensión del cristianismo desde la primera venida de Cristo hasta la segunda.

El contexto de las primeras siete semanas de años parece sugerir también que tendrían que ver con la reedificación de “la plaza y la muralla en tiempos angustiosos” (Daniel 9:25 ú.p.). Aunque sabemos que la reconstrucción de Jerusalén se dio bajo enconada oposición y peligros, no tenemos fechas históricas definidas que marquen el final de esa situación. Para la reconstrucción del templo, anterior a la reconstrucción de Jerusalén, hubo también problemas de oposición. Posteriormente los repatriados judíos tuvieron situaciones conflictivas también con los monarcas de los siguientes imperios.

En los libros históricos de Esdras y de Nehemías, vemos que el obstáculo para construir el templo y la ciudad de Jerusalén no siempre provino de los reyes persas, sino también de los gobernadores que habitaban en las comarcas circundantes, en especial de los samaritanos. Esos opositores locales escribían cartas a los reyes persas para tratar de disuadirlos en su apoyo a la obra de reconstrucción que se llevaba a cabo en Jerusalén (Esdras 4-5). En esas cartas resaltaban la historia más negativa de los judíos que se rebelaron contra los reyes caldeos en lo pasado, justificando la opresión y destrucción de la cual fueron objeto los judíos. Advertían, en base a esos hechos, sobre el peligro que implicaba para el rey medo-persa la autorización de reconstruir su templo y su ciudad.

Cuando esto no dio resultados porque Dios, mediante sus profetas, alentaba a los judíos (Esdras 5:1-2), e intervenía mediante sus ángeles en las cortes medo-persas (Daniel 10:13, 20), los samaritanos, amonitas y árabes comenzaron a burlarse y a complotarse para atacar a los que construían la ciudad, y matarlos (Nehemías 2:10, 19-20; 4; 6). Los samaritanos provenían de los que habían quedado de las diez tribus de Israel pero se habían mezclado con pueblos extranjeros que Asiria introdujo en Palestina para hacerles perder su identidad (2 Reyes 17). Los amonitas provenían de un hijo de Lot, sobrino de Abraham. Y los árabes de Ismael, hijo de Abraham también. Los peores enemigos de los judíos, por consiguiente, eran pueblos emparentados con el pueblo de Dios, pero a quienes Dios nunca identificó como su pueblo. Como hijos o parientes de Abraham, el padre de los judíos, creían tener los mismos derechos sobre la tierra que Dios había prometido a Abraham, y ser los auténticos herederos de la revelación divina. Los judíos —pensaban ellos— habían sido descartados por Dios al llevarlos cautivos a Babilonia, y no debía permitírseles agruparse otra vez en su ciudad destruida.

Para evitar ser aniquilados, los judíos que vivían fuera de las murallas avisaban a los trabajadores cuando veían acercarse a estos pueblos enemigos, con suficiente tiempo como para que los constructores pudiesen juntarse y protegerse (Nehemías 4:12, 16-18, 20-23). Finalmente intentaron acabar con Nehemías tendiéndole una celada. Lo invitaron a reunirse con ellos, cinco veces y de diferentes maneras, pero Nehemías les mandó decir siempre lo mismo: “Estoy realizando una gran obra, y no puedo ir; porque la obra cesaría si la dejara para ir a vosotros” (Nehemías 6:3). Una actitud semejante adoptaron los repatriados en Jerusalén luego, ante el pedido de los judíos de Elefantina que solicitaron autorización para reconstruir un templo en esa isla del Nilo. No les respondieron, y buscaron de esa manera no enredarse en los problemas de aquellos que se habían alejado de los mandamientos de Dios.

Esto me hace recordar una leyenda árabe. Dos árabes se dirigieron hacia la Meca para adorar a su Dios. Uno llegó y al volver, encontró a mitad de camino a su compañero. A ambos les habían salido perros a ladrar. Mientras que uno no les hizo caso ni se detuvo y logró su objetivo, el otro se enredó tirándoles piedras y peleándose con ellos. Aunque puede requerirse a veces que respondamos ante falsas acusaciones, calumnias y todo tipo de improperios, para aclarar malos entendidos, a menudo es más sabio hacer como hicieron Nehemías y sus colaboradores más allegados. Tiene que ver con lo que los franceses llaman la política de la bicicleta. Agachar la cabeza y el lomo y seguir pedaleando por debajo.

Todo tipo de estratagema inventaron para atemorizar a Nehemías y a los que construían con él, pero sin que se dejaran engañar ni perdieran ánimo (Nehemías 6). “Así, el 23 de elud (septiembre), la muralla quedó terminada en 52 días. Cuando lo oyeron nuestros enemigos, temieron todas las naciones vecinas, se abatió su ánimo y reconocieron que por nuestro Dios había sido hecha esta obra” (versículos 15, 16).

¡Qué noble ejemplo el de Nehemías, para nosotros que vivimos en la época en la que deben restablecerse en todo el mundo las verdades de antiguas generaciones, en especial la que toca a la restauración de los mandamientos de Dios! (véase Isaías 58:12-14). No podemos unirnos con quienes nos invitan a unirse en otra obra diferente, ni aceptar la intromisión de quienes no tienen nuestra visión para completar la obra que el Señor nos dio. Nada debe distraernos de completar la tarea que se nos asignó para esta época. Ni tampoco podemos hacer depender en todo nuestro ministerio del ministerio diferente que Dios dio a otros. No debemos permitirle a nadie que nos haga renunciar al ministerio que el Señor nos dio, ni dejarnos amilanar por la falta de comprensión de otros a quienes Dios les dio otro ministerio, pero no el nuestro.

La lucha espiritual

Daniel captó en grandes rasgos y anticipadamente esta situación de emergencia, al recibir del ángel Gabriel una vislumbre de lo que su pueblo iba a padecer mientras reedificaba las ruinas antiguas. El ángel vuelve a decirle que en el cielo él es “muy amado” porque se afana por entender la visión divina, y se angustia ante la oposición que ve en los reyes de sus días que no quieren permitir el regreso de los cautivos.

“En el tercer año de Ciro rey de Persia, fue revelada Palabra a Daniel… La Palabra era verdadera, y el conflicto grande. El prestó atención y entendió la visión. En aquellos días, yo, Daniel, estuve triste durante tres semanas. No comí alimento delicado, ni entró carne ni vino en mi boca, ni me ungí, hasta que se cumplieron tres semanas enteras” (Daniel 10:1-3).

“Y Gabriel me dijo: ‘Daniel, varón muy amado, atiende las palabras que te hablaré. Levántate sobre tus pies, porque he sido enviado a ti… No temas. Desde el primer día que aplicaste tu corazón a entender, y a humillarte ante tu Dios, fueron oídas tus palabras, y a causa de ellas yo he venido. Pero el príncipe del reino de Persia se puso contra mí 21 días. Entonces, Miguel, uno de los principales príncipes, vino en mi ayuda, y yo quedé allí con los reyes de Persia… ¿Sabes por qué he venido a ti? Porque tengo que volver a combatir al príncipe de los persas. Y cuando yo me vaya, vendrá el príncipe de Grecia… Ninguno me ayuda contra ellos, sino Miguel, vuestro Príncipe” (Daniel 10:11-13, 20-21).

Estos pasajes nos muestran que, aunque Dios anuncia de antemano lo que va a hacer, e interpone fechas para afirmar la fe de su pueblo en sus promesas, se da una lucha que sobrepasa el marco terrenal. La batalla real se lleva a cabo en la esfera espiritual. Siendo que Dios respeta el libre albedrío, el diablo procura ejercer su influencia opositora en las mentes de los príncipes de este mundo para que no cumplan con el designio divino. A veces la batalla es grande, como se ve en estos pasajes. Pero Dios envía ángeles poderosos ante los cuales los ángeles de las tinieblas no tienen poder. Miguel es uno de esos mensajeros espirituales, mejor aún, el principal, ya que es el Príncipe por excelencia del pueblo de Dios. Su nombre prueba que es un ser comparable a Dios: “¿Quién como Dios?”. Así como Emanuel, “Dios con nosotros”.

La lucha inicial que Miguel entabla con los príncipes de este mundo para que cumplan los designios favorables de Dios para con su pueblo Israel, abarca en Daniel 10 todo el tiempo de injerencia medo-persa sobre el pueblo de Dios. Esto se ve también en el hecho de que la actuación de Miguel en favor de Israel iba a extenderse al período de dominio del siguiente imperio, el de Grecia. Si tomamos en cuenta todas las visiones de Daniel, vemos que el Príncipe celestial está con su pueblo aún más adelante, “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).

Aunque no lo sepamos, ángeles del bien y del mal luchan por apoderarse del control de la mente humana. Ejerciendo el poder de la voluntad humana que Dios ha libertado mediante su redención en la cruz, podemos ponernos bajo la influencia de los ángeles más poderosos de Dios para no caer en tentación. “Resistid al diablo, y huirá de vosotros”, dijo Santiago (4:7; véase 1 Pedro 5:9). Si nos vestimos con toda la armadura espiritual que el Señor nos ofrece (Efesios 6:10-18), podremos vencer sobre toda potestad de las tinieblas, espiritual o terrenal, que se atreva a interponerse entre nosotros y nuestro Dios.

La última semana

La última semana profética de años está partida en el medio por el evento más significativo de toda la cronología profética. A quienes les correspondió decir “Ich bin schon da”, al comenzar esa semana, fueron al Señor y a los apóstoles. Partiendo del año 457 a.C., más definidamente en el otoño de ese año, el Señor debió haber comenzado su ministerio público también en el otoño del año 27, luego de ser bautizado, diciendo: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca. ¡Arrepentíos, y creed las buenas nuevas!” (Marcos 1:15). Más tarde Pablo iba a escribir a los gálatas diciéndoles: “Pero cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo” (Gálatas 4:4).

Esa última semana debía comenzar teniendo como protagonista al Mesías (Daniel 9:25). La expresión “hasta el Mesías Príncipe”, significa que, a partir de ese momento, el Mesías comenzaría su obra, su misión. El título que se le refiere es el de “Príncipe Ungido” o “Cristo Príncipe”, ya que Cristo es el término griego equivalente a Mesías en hebreo, y “Ungido” en castellano. A diferencia de los títulos conferidos al personaje central del libro de Daniel, la palabra “Príncipe” usada en hebreo aquí es nagîd, un término que nunca se usó en la Biblia para un personaje celestial. Mientras que en los demás casos, el príncipe del pueblo de Dios es reconocido como sar, “príncipe”, que en algunos pasajes se refiere al verdadero príncipe de Israel, identificándolo con su misión celestial (Daniel 8:11; 10:21; 12:1; cf. Josué 5:14-15); por el término nagîd se destaca su misión terrenal al punto de señalar la prueba más contundente de su humanidad, su muerte (Daniel 9:26).

El pasaje no refiere, en un primer momento, el momento exacto en que moriría el “Príncipe” a venir. Simplemente dice que su muerte tendría lugar “después” de las 7 más 62 semanas. Resulta obvio que su muerte no debía tener lugar antes de cumplir su misión que se iniciaría al comenzar esa última semana profética. Dice también el pasaje que ese “Mesías Príncipe” no se suicidaría, sino que le quitarían la vida (Daniel 9:26). El hecho de que su misión principal en la tierra iba a estar ligada a su muerte, y que nadie podría quitársela sin su consentimiento (Juan 10:17-18), no debía interpretársela como una autoincineración, típica de las religiones orientales en momentos de crisis. El hecho de que moriría en cumplimiento de lo que el concejo celestial había determinado de antemano (Hechos 4:28), no disminuiría la inculpación de quienes asumirían la responsabilidad de su muerte. Esa inculpación caería primeramente sobre los dirigentes de la nación judía que lo entregaron a los romanos (Mateo 27:25; Hechos 5:28; véase 23:35; 21:40-41,43; Hechos 28:28), y en última instancia, a toda la humanidad rebelde que habría de negarlo rechazando su evangelio de salvación (Romanos 3:9; Hebreos 10:29).

La muerte del Mesías Príncipe prometido se daría a la mitad de esa última semana profética, y estaría vinculada al sacrificio típico de animales limpios que debían morir en expiación por el pecado (Daniel 9:27). Con el rasgamiento del velo de arriba a abajo, la Deidad demostró su rechazo por ese sistema de culto antiguo (Mateo 27:51; Hebreos 10:19-22). Aunque por un corto tiempo, los sacerdotes judíos continuasen con el sistema de sacrificios de animales, su suerte estaría sellada con la muerte de Aquel a quien todos los sacrificios señalaban. Toda ministración sacerdotal terrenal antigua caducaría. Es en este sentido que debe entenderse la declaración:  “hará cesar el sacrificio y la ofrenda” (Daniel 9:27; véase Hebreos 8:13; 9:9-10; 10:8-10). En cuanto a la concretización material de esa anulación divina de los servicios del templo de Jerusalén que ya había perdido vigencia con la muerte del Señor, tendría lugar más tarde, sin fecha definida, con el advenir de los asolamientos romanos (Daniel 9:27; Mateo 24:15).

El año 27

Varios pasajes del Nuevo Testamento, acompañados de otros datos históricos ofrecidos por el historiador Josefo y otras fuentes, nos permiten ubicarnos en relación con los eventos más importantes que tuvieron lugar en esa semana final de las 70 anunciadas por Daniel. Uno de ellos es el de Juan 2:20, que tuvo lugar poco antes de la celebración de la primera pascua después que Jesús fue bautizado.

  1. Juan 2:20

Jesús purificó el templo expulsando a los que comerciaban en él, dando a entender que él era el verdadero representante de la casa de Dios. Sólo uno como Moisés podía tener autoridad para obrar así (véase Números 16:28-35). Los discípulos recordaron un salmo de David, y entendieron que estaba obrando como un segundo David (Juan 2:17; cf. Salmo 69:10). Pero más que Moisés y David, entendieron después que había venido como la “gloria” o shekinah que había descendido en la antigüedad sobre el antiguo tabernáculo del desierto, ya no más escondida en una nube, sino cubierta en la carne humana (Juan 1:1, 9, 14; véase El Deseado de todas las gentes, pp. 130 y s.s., El conflicto de los siglos, pp. 26, 27).

Así como la gloria divina fulguró entonces de entre la nube ejerciendo el juicio divino y causando temor en los transgresores, así también la primera intervención de Jesús en el templo de Jerusalén tuvo como propósito representar el juicio que caerá sobre los que traspasan la ley de Dios (El Deseado de todas las gentes, p. 134). A todas luces, el Mesías Príncipe prometido había comenzado su ministerio público (Ibíd., p. 132), lo que desembocó en una discusión acerca de la autoridad de Jesús para obrar así en el templo del Señor, imponiéndose sobre todos los que allí oficiaban. ¿Qué más señal necesitaban que la que les dio expulsándolos por su sola presencia, algo imposible a menos que la divinidad no hubiese fulgurado sobre su humanidad, y la autoridad divina no se hubiese manifestado? Por lo cual Jesús les refirió la señal de su muerte y resurrección futuras, usando la figura del templo sobre el que acababa de revelarse como futuro Juez. “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Juan 2:19). Replicaron los judíos: ‘En 46 años fue reedificado este templo, ¿y tú lo levantarás en tres días?’” (Juan 2:20).

El segundo templo construido bajo los auspicios de Zorobabel fue inaugurado en el año 516 a.C. En los días de Jesús, sin embargo, se lo conocía como “templo de Herodes” porque ese rey había embellecido no sólo la ciudad, sino también el templo con enormes piedras de mármol que hizo traer, incluso, de Roma mismo. Por tal razón ese templo volvió a ser inaugurado, aunque sin contar tampoco, hasta el momento en que apareció el Señor para limpiarlo de sus traficantes, con la gloria de Dios en su interior.

El historiador judío llamado Josefo, escribiendo después de la destrucción de Jerusalén, declaró que Herodes comenzó a construir el templo “en el año 18 de su reino” (Antigüedades 15:11.1), corrigiendo aparentemente, una declaración anterior suya de haberlo comenzado en el año 15 de su reino. Herodes no quiso comenzar la reconstrucción hasta no tener todo preparado. También nos informa Josefo que su construcción duró un año y medio (Antigüedades 15:11.6), aunque “por más de cuarenta años” se continuó embelleciéndolo con diferentes artes arquitectónicos (El conflicto de los siglos, p. 27).

Lamentablemente nuestra fuente principal para saber cuándo comenzó esa reconstrucción y se dio su inauguración, es Josefo quien no había nacido entonces y cometió errores históricos, como ya vimos. A esto se suma la dificultad para saber qué calendario usó ese historiador, y si tuvo en cuenta algún año ascensional en relación con los años de reinado de Herodes, lo que ha producido en tiempos modernos una considerable discusión. Tomando como referencia las declaraciones de Josefo, más los antecedentes de la construcción del templo de Salomón (1 Reyes 6:1), y la reconstrucción por Zorobabel (Esdras 3:8), se ha deducido que la reconstrucción del templo de Herodes comenzó en la primavera del 19 a.C., y su inauguración tuvo lugar en el otoño del 18 a.C. Si sumamos 46 años desde el momento en que comenzó a reconstruirse el templo de Herodes, llegamos al año 28 d.C., al comenzar la primavera, cerca de la Pascua, cuando Jesús limpió el templo del comercio ilícito que se había desarrollado allí.

No olvidemos que entre los años antes de Cristo y los años después de Cristo no existe en la historia un año 0 y que, por lo tanto, la cantidad de años no se la obtiene sumando 19 más 28, lo que daría 47, sino quitándole un número a esa cifra, lo que da 46 años. Esto se debe a que el año 1 a.C. se sigue por el año 1 d.C. Pongamos como ejemplo el siguiente gráfico pequeño.

2AC____1AC____1DC____2DC ¿Cuántos años pasaron entre el 2 a.C. y el 2 d.C.? No cuatro años, sino tres años.

  • Lucas 3:23

En la historia de Domingo Faustino Sarmiento —un prócer argentino de mediados del siglo XIX que fue embajador en los Estados Unidos y finalmente presidente de Argentina— hay una anécdota interesante. La vida de Sarmiento está ligada en Argentina a la educación. Nacido en la —para entonces y aún hoy— humilde provincia de San Juan, se esforzó por estudiar y aprender cuando las posibilidades eran pocas. En un pueblito aún pequeño e insignificante de la provincia de San Luis, cerca de San Juan, llamado San Francisco del Monte de Oro, levantó cierto tiempo después una escuelita de barro que aún se conserva en pie como monumento histórico. (Allí comencé mi primer verano de colportaje cuando estaba para cumplir 18 años, es decir, casi en la época de Sarmiento…). Sus alumnos provenían de todas las edades, y su enseñanza era la de leer y escribir. Un día, uno de los adultos, al verlo obrar con tanta autoridad siendo tan joven, le preguntó por su edad. Rápido como siempre lo fue para responder, replicó: “Tengo 14 años, y hace dos que soy hombre”.

“Entre los judíos, el año duodécimo era la línea de demarcación entre la niñez y la adolescencia. Al cumplir ese año, el niño hebreo era llamado hijo de la ley y también hijo de Dios” (El Deseado de todas las gentes, p. 56). Los 30 años marcaban, sin embargo, la edad en que un judío llegaba a su madurez como adulto, y era aceptado como en plenas facultades para ejercer su ministerio público. Por tal razón, tanto el ministerio de Juan el Bautista, mayor en seis meses en relación con Jesús (Lucas 1:36), como el ministerio de Jesús, debía esperarse en principio hasta que cumpliesen los 30 años.

“Cuando Jesús comenzó su ministerio tenía unos 30 años” (Lucas 3:23). Si Lucas no se expresó en forma categórica sobre la edad exacta, es porque sabía que había diferentes maneras de contar y en relación con calendarios diferentes. “En los tumultos y cambios de 30 años” desde que Zacarías había profetizado “que su hijo sería el heraldo del Mesías”, pocos recordaban lo que había pasado entonces (El Deseado de todas las gentes, p. 107). Las ilustraciones que dio Juan en su mensaje a la nación judía reflejan la estación del año en que comenzó su ministerio, en torno a la Pascua que iniciaba la cosecha de la cebada y a la que seguía la cosecha del trigo (Mateo 3:7,12; Lucas 3:15-18). Seis meses más tarde debía comenzar su ministerio Jesús, quien se dirigió con tal propósito hacia aquel que debía prepararle el camino, según las profecías de Isaías. No bien fue bautizado, y luego de los 40 días que pasó en el desierto, Jesús dio a entender a su madre en las bodas de Caná, con el mismo respeto de hijo amante que le había manifestado “durante 30 años”, que los derechos de Dios superan aún al del parentesco (El Deseado de todas las gentes, p. 120).

El problema que tenemos aquí también, tiene que ver con la fecha en que Jesús habría nacido. Los historiadores hoy están divididos en relación con la fecha exacta. Los hay quienes dan la fecha del 6 a.C., y lo más que podemos afirmar es que no ocurrió después del 4 a.C., lo que nos lleva de nuevo al año 27 de nuestra era. La fuente mayor de información, en relación con su nacimiento, es otra vez el historiador Josefo, quien incluyó en su referencia histórica un eclipse de luna que tuvo lugar poco antes que muriese Herodes. Astronómicamente, hoy se puede saber que tal eclipse tuvo lugar el 12/13 de marzo del 4 a.C. Los evangelios cuentan que Herodes murió poco después que Jesús nació (Mateo 2:1-38; Lucas 2:1-7), y Jesús nació también en torno a esa época del año, como lo prueba el hecho de que los pastores estaban a media noche en pleno campo (Lucas 2:8).

Sin embargo, no se nos dice cuántos meses transcurrieron entre ese eclipse y aún entre la Pascua que se celebró antes de la muerte de Herodes, y la muerte misma de Herodes. Hubo un eclipse de luna también en el 3 a.C. que, aunque no fue visible en Jerusalén, puede haber sido usado como referencia por los astrónomos caldeos que desde la Mesopotamia pudieron verlo. Por lo cual las evidencias parecen apuntar en la dirección del 3 a.C. como el año en que murió Herodes. Todos estos datos históricos nos llevan de nuevo, en forma general, al año 27 d.C. como el año en que Jesús inició su ministerio.

  • Lucas 3:1-3

De los cuatro evangelistas, Lucas es el que más se preocupó por fundamentar históricamente los hechos más importantes de la historia de Cristo (Lucas 1:1-4). Los datos cronológicos más precisos se encuentran en su evangelio, en especial el que refiere el comienzo del ministerio de Juan el Bautista (Lucas 3:1-3). En relación con ese hecho tan importante, Lucas puso como referencia histórica los años de reinado de varios personajes. Los dos nombres más significativos de la lista que da son Tiberio César y Pilato. Considerémoslos por separado.

Tiberio César

Juan el Bautista recibió el llamado del Señor para comenzar su ministerio en el desierto “en el año quince del gobierno de Tiberio César” (Lucas3:1-2). Ese emperador comenzó a reinar en el año 12 DC, en corregencia con el emperador Augusto, por decreto del Senado Romano y en ratificación del pedido del emperador Augusto que murió dos años después. Siendo que la referencia la da Lucas, la discusión se centra en la forma de contar que habría tenido el evangelista, si de acuerdo al método romano o al tradicional judío que adoptaron también los sirios desde la época seléucida, esto es, de otoño a otoño.

Los romanos solían contar los años de reinado desde el momento en que el emperador reinaba solo, no desde que era nombrado corregente (emperador conjuntamente con el que cede algunas de sus funciones vitalicias aún en vida). Si tomamos ese hecho como referencia, Tiberio César habría comenzado a reinar el 14 d.C., y no el 12 cuando fue nombrado corregente. Esto nos llevaría al año 28-29 d.C. para su decimoquinto año de reinado, lo que haría a Jesús dos años más viejo de lo que Lucas dice (tomando como referencia el año 4 a.C.), o requeriría que hubiese nacido dos años más tarde (en el 2 a.C.), lo que tampoco coincide con los datos que dio Lucas sobre su nacimiento en época de Herodes (quien para el año 2 a.C. ya había muerto).

Siendo que Lucas vivió, fue educado y escribió en el oriente, debe haber usado el método de computar los años de los reyes que se usaba en toda Palestina, incluyendo a Siria. Por otro lado, los historiadores romanos Suetonio y Tácito refirieron la ley que los cónsules romanos decretaron luego de que Tiberio César volvió victorioso de su campaña militar en la región bárbara de Alemania y Panonia, precisando que Tiberio César debía gobernar las provincias conjuntamente con Augusto y tener un censo con él”. Tácito llega a describir a Tiberio como “collega imperii”, confirmando que algunos lo consideraron co-emperador desde esa época.

Teniendo en cuenta estos hechos, más el sistema de cómputo otoñal palestino judío y sirio que debe haber usado Lucas, podemos afirmar que el decimoquinto año de Tiberio César se habría dado entre el otoño del 26 d.C. al otoño del 27 d.C., más definidamente aún con la ayuda de la astronomía y teniendo en cuento los meses bisiestos, entre el 01/02 de octubre de 26 d.C. al 20/21 de septiembre de 27 d.C. (Juárez Rodríguez de Oliveira, p. 44). Juan el Bautista, según la información histórica dada por Lucas, habría comenzado su labor precursora en la primavera del 27 d.C., y Jesús habría sido bautizado en el otoño de ese mismo año.

Pilato y los otros gobernantes mencionados

El siguiente nombre que refiere Lucas es el de Pilato. Al mismo tiempo que Tiberio César estaba en su decimoquinto año, “Poncio Pilato” era “gobernador de Judea. De acuerdo a las declaraciones del historiador Josefo y a las del historiador romano Tácito—este último en relación con la fecha de la muerte de Tiberio César y la cesación de funciones de Pilato—Pilato habría sido nombrado Praefectus Iudaeae después del 1 de julio del 26 d.C. Esta información histórica va contra la fecha elegida hoy por la mayoría de los intérpretes modernos del 26 d.C. como el comienzo del año del ministerio de Jesús, puesto que cuando Juan el Bautista comenzó a predicar en la primavera, Pilato era ya gobernador (Lucas 3:1). [De haber comenzado Juan su ministerio en el año 26 d.C., eso hubiese correspondido con a lo sumo el fin  del verano, y Jesús habría tenido que ser bautizado seis meses más tarde a comienzos del año 27 d.C.].

Los períodos administrativos de los demás gobernantes mencionados en Lucas 3:1-3 corresponden, así, a las siguientes fechas. Poncio Pilato (26-36 d.C.), Herodes Antipas (4 a.C. – 39 d.C.), Felipe (4 a.C. – 33/34 d.C.), Anás (6-14 d.C.), Caifás (18-36 d.C.). Véase Owusu-Antwi, Chronology of Dan 9:24-27, p. 307.

Época en que fue bautizado Jesús

Ya vimos que Juan el Bautista se llevaba seis meses de diferencia con Jesús, lo que sugiere que Jesús se habría dirigido al Jordán medio año después que Juan comenzó, según la profecía, a prepararle el camino (Isaías 40:3-4). Siendo que la profecía de las 70 semanas comenzó en el otoño del año 457 a.C., era también lógico esperarse que el Mesías Príncipe fuese “Ungido”, bautizado, en el otoño del 27 d.C. De no ser así, también quedaría fuera de cuadro la mitad de la última semana cuando Jesús habría muerto, haciendo cesar el sacrificio y la ofrenda (Daniel 9:27).

No se nos dice cuánto tiempo le llevó a Juan atraer la atención de la nación a su ministerio que había comenzado en la primavera de ese año. Pero para que todo el pueblo se dirigiese hacia el desierto donde se encontraba, al punto de requerir la intervención de las autoridades de Jerusalén, deben haber transcurrido sus buenos meses. Recordemos que en esa época no había TV ni diarios ni radio como hoy para alertar a la población.

La profecía de Daniel que estamos estudiando declaraba que desde el comienzo de la profecía de las 70 semanas de años hasta el “Príncipe Ungido”, habría 7 más 62 semanas (69). Fue entonces cuando el Príncipe de los cielos comenzó su ministerio público, siendo bautizado y ungido en el río Jordán. En esa oportunidad Dios lo reconoció como Hijo, diciendo: “Este es mi Hijo amado en el cual tengo complacencia” (Mateo 3:17).

Se ungía a reyes y sacerdotes con un cuerno cargado con aceite que se derramaba sobre la cabeza de la persona. El aceite era símbolo del Espíritu Santo (Zacarías 4:2,5-6). Por esta razón, cuando el Espíritu de Dios descendió como paloma sobre el Hijo de Dios, el símbolo cedió paso a la realidad. “Tan pronto como Jesús fue bautizado, subió del agua. En ese momento, el cielo se abrió, y Jesús vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y una voz del cielo dijo: ‘Este es mi Hijo amado, en quien me complazco’” (Mateo 3:16-17).

El reconocimiento divino de Jesús como Hijo al ser ungido fue anunciado proféticamente también en el Salmo 2, cuando Dios hizo ungir a David, símbolo del Mesías a venir, como rey de Israel (Salmo 2:7). Juan el Bautista confirmó que Dios le anticipó que cuando viese descender el Espíritu sobre Jesús, podría saber que era el Hijo prometido quien bautizaría también con el Espíritu Santo (Juan 1:33-34). Después de ser bautizado, Jesús pudo decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido” (Lucas 4:18; cf. Isaías 61:1-2). ¿Para qué lo ungió el Espíritu del Señor? Para dar inicio al ministerio que debía llevar a cabo el Mesías en favor de su pueblo, según lo profetizado en Isaías 61:1-2 (véase Lucas 4:21).

Esto lo entendieron también los apóstoles. Andrés encontró a su hermano y le dijo: “Hemos hallado al Mesías [Ungido] (Juan 1:41). Pedro declaró más tarde lo mismo cuando relató lo sucedido. “Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan, cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:37).

El año 31

Siguiendo el hilo conductor que nació en el año 457 a.C., llegamos a la mitad de la última semana de las 70 anunciadas por la profecía, a la primavera del año 31 d.C. Jesús murió en ocasión de la Pascua, es decir, en primavera. ¿Cuánto tiempo duró el ministerio terrenal público de Jesús? Los evangelios son claros al referir las fiestas en las que participó.

El evangelio de Juan menciona tres celebraciones pascuales que tuvieron lugar después del bautismo de Jesús (Juan 2:23; 6:4; 12:1). Sin embargo, entre las dos primeras pascuas mencionadas, hay informaciones que revelan un espacio mayor de un año. Por ejemplo, Jesús da a entender en Juan 4:35 que faltaban cuatro meses para la cosecha, lo que nos lleva al comienzo de la primavera. Siendo que en ese año, al acercarse la época de las primicias, la cebada parece haber madurado algo prematuramente según la ilustración que usó Jesús, es probable que ese año o el anterior haya tenido un mes bisiesto. Siendo que el relato de la primera pascua precedió al relato de Jesús con los samaritanos (Juan 2:23; 4:35), se deduce que el segundo relato debió haber tenido lugar al acercarse la Pascua del año 29. Aún si “la fiesta” de Juan 5:1 hubiese sido la del Pentecostés o la de las Cabañas, estaríamos ante un año adicional, ya que el año litúrgico de cosecha comenzaba con la Pascua y las Primicias de la cebada.

Aquí debo corregir la fecha del año 28 a.C. que di en referencia a Juan 4:35 en algún punto de la larga parte introductoria de esta serie, ya que debe haber pasado un buen tiempo entre la Pascua de Juan 2:23 y “la fiesta” de Juan 5:1, a menos que por haber Juan el Bautista preparado el camino para el ministerio de Jesús, el éxodo de atracción se hubiera dado en forma natural y rápida hacia Jesús (véase Juan 3:22, 26; 4:1-3, 43-45). Aun así, la cuenta de cuatro meses hasta la cosecha del trigo, partiendo de un tiempo indefinido posterior a la Pascua que comenzaba con las primicias de la cebada, parece demasiado larga.

Con la segunda “fiesta” mencionada en Juan 5:1 tendríamos en total cuatro Pascuas o ciclo de fiestas celebradas durante el ministerio de Jesús. La Pascua mencionada en Juan 2:13 sería la del año 28, la fiesta de Juan 5:1 la del año 29, la Pascua de Juan 6:4 la del año 30, y la Pascua final en la que Jesús dio su vida por los pecadores, mencionada en Juan 12:1, correspondería a la del año 31. ¿Qué decía la profecía de Daniel con respecto a la fecha en que moriría el Mesías? Que a la mitad de esa última semana de años se haría cesar el sacrifico y la ofrenda, es decir, moriría el Mesías Príncipe (Daniel 9:27). Los evangelios cuentan que eso sucedió en ocasión de la celebración de las primeras dos fiestas anuales, la de la Pascua y la de los Panes Ázimos. Por consiguiente, el comienzo de esa semana de años debía tener lugar en el otoño, tres años y medio atrás, confirmando las deducciones extraídas del relato de los evangelios ya consideradas más arriba.

Los datos bíblicos y astronómicos

Para determinar el año de la Pasión —término éste que se usa comúnmente para referirse a la muerte del Hijo de Dios— la discusión actual se centra en los datos astronómicos que mejor se corresponderían con el relato de los evangelios. En este respecto, debemos tener en cuenta que mientras que los años pueden tener días o meses bisiestos, según el calendario que se use, la semana es inamovible. Los judíos siguen guardando ininterrumpidamente su sábado, y los católicos y protestantes su domingo. Ninguno de los dos cuerpos religiosos iba a tolerar un cambio que, por otro lado, de haber ocurrido, los hubiera llevado a no respetarlo.

Es así como los datos de los evangelios referentes a los días de la semana en que el año de la Pasión cayeron la Pascua, los Panes Ázimos y las Primicias, son de mucho valor. En efecto, la fecha de la Pascua en el 14 del primer mes de Abib no podía caer siempre en jueves, o en viernes, o en sábado. Eso variaba de año en año. Al requerirle a la computadora astronómica datos exactos en referencia al año en que esas fiestas cayeron en un fin de semana, las opciones se reducen. Al mismo tiempo, ese mismo hecho nos permite deducir como una prueba adicional, que en el año de la Pasión hubo otro mes bisiesto (segundo Adar o decimotercer mes que precedía al primero de la Pascua).

¿Cuándo cayó la Pascua en el año de la Pasión?

Los relatos de los evangelios son claros al referir el día de la semana en que Jesús murió en la cruz. Ese día fue un viernes (Marcos 15:42; Lucas 23:54), descansó el sábado en la tumba de su obra de redención como lo hizo al principio en el primer día de sábado de su obra de creación (Lucas 23:56), y resucitó en la mañana del domingo (Mateo 28:1; Marcos 16:2; Lucas 24:1). Lo que requiere un estudio más definido tiene que ver con el día de fiesta anual en que cayó en el viernes.

La mayoría de los cristianos hoy cree que Jesús murió como el cordero pascual el viernes poco antes de la puesta del sol, y toman para ello ciertas referencias del apóstol Juan (19:31, 42). Basados en un calendario rabínico actual que no es necesariamente el bíblico —como veremos en la parte final de esta serie— vuelven hacia atrás y deducen como posible comenzar el año de la crucifixión temprano, en marzo del año 30. De esta manera, en base al calendario rabínico actual, más la deducción de que la Pascua cayó en viernes en el año de la Pasión, y los datos astronómicos que tenemos hoy, la mayoría de los autores tanto católicos como protestantes llega a la conclusión de que Jesús debe haber muerto en el año 30, y no en el 31.

Los que, sobre las mismas bases, han tratado de sincronizar los datos astronómicos tomando como referencia el año 31, encuentran serios obstáculos, como lo hace notar nuestro hermano brasileño, Juárez Rodríguez de Oliveira. En efecto, para poder fundamentar cómodamente los datos astronómicos en el año 31, debemos partir de la base de que Jesús no murió en el día en que se ofrecía el cordero pascual, sino al siguiente día, y en un mes precedido por un segundo Adar o mes bisiesto, en el que el viernes correspondería al 15 de Nisán, fecha en que comenzaba la Fiesta de los Panes sin Levadura o Panes Ázimos. De ser así, sería imposible que el año de la crucifixión hubiese caído en el año 30. Por tal razón, la discusión actual tiene dos focos, uno astronómico, y otro bíblico.

El cordero pascual se ofreció el jueves

Quedé gratamente contento con la lectura del material que sobre la Pascua judía incluyó De Oliveira. Ya antes de obtener mi doctorado en teología me había interesado en el tema de las fiestas judías. Eso ocurrió en la década de los 70. Mi pasión por el tema me llevó a preparar una serie de trabajos. El primero de los cuales relativo a la Pascua y los Panes Ázimos fue publicado entonces en dos números de la revista Ministerio Adventista. Allí tuve que encarar la aparente contradicción cronológica dada por los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), en relación con el testimonio de Juan en su evangelio. Lo que hice para aquella época fue publicar lo que los intérpretes modernos y el Comentario Bíblico Adventista publicaron, algo que nuestro hermano de Oliveira rechaza categóricamente, y con buenas razones.

Los teólogos adventistas en general, incluyendo lecciones de la Escuela Sabática (Enero-Marzo 2005), han seguido la creencia de la mayoría de los católicos y protestantes de que Jesús murió cuando se sacrificaba el cordero pascual, en un viernes 14 de Nissán (o Abib). Creen que, por razones que consideran desconocidas hasta ahora, había dos celebraciones en los días de Jesús, una familiar que se sacrificaba el 13 de Nisán y se comía al comenzar el 14 después de puesto el sol, y otra oficial en el templo el 14 mismo de Nisán antes de ponerse el sol. Mientras que la primera podría haber sido guardada por elementos liberales del judaísmo, la segunda habría tenido que ver con su celebración por la ortodoxia judía.

Nuestro hermano De Oliveira rechaza tal posición, y con buenos argumentos. Ni Jesús ni los apóstoles iban a hacer nada contrario a la ley. Según él, los teólogos cristianos modernos, inclusive los adventistas, pusieron a un lado el testimonio de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), porque no entendieron ciertas declaraciones del evangelio de Juan. Mientras que los críticos liberales simplemente descartan como valor histórico los sinópticos en este respecto, otros teólogos más conservadores, entre ellos adventistas, intentaron armonizar ambos testimonios y sugirieron que, por razones desconocidas hasta el momento, habrían habido dos celebraciones pascuales en los días de Cristo, una familiar y otra pública y oficial. Pero esta suposición va contra el testimonio de la ley mosaica y de la historia de Israel. En otras palabras, por una mala lectura del evangelio de Juan que, según suponen, habría ubicado la crucifixión en un viernes de Pascua, los teólogos críticos y liberales terminaron creyendo que el testimonio de los sinópticos era contradictorio, y algunos teólogos conservadores creyendo que habría habido dos celebraciones diferentes.

La hora del sacrificio pascual

En la época de Jesús, la fiesta de la Pascua y la de los Panes Ázimos estaba tan relacionada que a menudo se referían a la Pascua por el nombre de los Panes sin Levadura (Lucas 22:1; véase Éxodo 12:18). Esto se debe a que, aunque el cordero era sacrificado “entre las dos tardes” el 14 de Nisán (Éxodo 12:6), se lo comió en Egipto a la noche, junto con “panes sin levadura” (Ex 12:8), “pan de aflicción” (Deuteronomio 16:3). La ley deuteronómica especificaba que el cordero pascual debía ser sacrificado “cuando el sol desciende” o “en la puesta del sol” (Deuteronomio 16:6).

¿Qué significaban estas dos expresiones, “entre las dos tardes” y “cuando el sol desciende”? La expresión “tarde” podía a veces significar algún tiempo antes de la puesta del sol (Nehemías 13:19). Otras veces implicaba la misma puesta del sol (Éxodo 12:18; Levítico 22:7; cf. 11:25, 27, 31, 17:15, etc.; 23:32), o aun inmediatamente posterior a la puesta del sol (Marcos 1:31). Por tal razón, cuando Dios indicó el momento del sacrificio del cordero pascual, tuvo en cuenta que había varios sacrificios y ofrendas que ofrecer, los que debían tener lugar antes de la puesta del sol misma (incienso: Éxodo 30:8; holocausto de la tarde: 29:39, 41; cordero pascual: 12:6).

¿Cómo entendieron los judíos la expresión “entre las dos tardes” aplicada al sacrificio del cordero pascual? Las fuentes rabínicas nos informan que esa expresión se refería al tiempo que seguía al mediodía, y especifican que se degollaba al cordero pascual y se lo ofrecía entre la hora octava y la nona o, en nuestro horario, entre las 2 y 3 de la tarde (Mish. Pes.5:1,3; véase Pes 58a). Josefo, por su parte, concuerda en que se sacrificaba el cordero pascual entre las 3 y 5 de la tarde (Guerras Judías 6.9.3). Filón afirma también que “todo el pueblo ofrece sacrificio” en la Pascua “comenzando al mediodía y continuando hasta concluir la tarde” (XXVII, 145). Si la Pascua coincidía con un viernes, se sacrificaba el cordero pascual media hora después de la hora sexta y se lo ofrecía media hora después de la séptima hora, esto es, entre las 12:30 del mediodía y la 1:30 de la tarde (Pesahim 5:1). Esto hace imposible que Jesús hubiera muerto a la hora del sacrificio del cordero pascual en un presunto viernes 14 de Nisán, ya que murió a eso de las 3 de la tarde (Mateo 27:45-46; Marcos 15:33-34; Lucas 23:44).

El libro de los Jubileos confirma que debían sacrificar el cordero pascual antes que concluyese la tarde para poder comerla a la noche (49:1,10-11,19). Los manuscritos del Mar Muerto entendieron igualmente el momento requerido por la ley para sacrificar y ofrecer al cordero como teniendo lugar antes del holocausto de la tarde (Rollo del Templo, col. XVII, 6). El contexto del pasaje bíblico, en efecto, debe entendérselo como teniendo lugar en algún momento antes de la puesta del sol, ya que cuando se ponía el sol se entraba al decimoquinto día del mes (véase Levítico 23:5-7). Jamás hubiera podido el rey Josías ofrecer y asar miles de animales en la Pascua, si el sacrificio debía tener lugar cerca de o a la puesta misma del sol (2 Crónicas 35:1-19).

El testimonio de los sinópticos

Siendo que la ley prohibía sacrificar el cordero pascual fuera del lugar que Dios escogería para morada de su nombre (Deuteronomio 16:2,5-6), la Pascua que celebró Jesús con sus discípulos tuvo que haberse sacrificado en el jueves, y el día de la Pascua (Nisán 14), por consiguiente, debe haber caído en jueves. La Santa Cena, en cambio, debió tener lugar en la misma noche que, según el cómputo judío de puesta de sol a puesta de sol, ya correspondía a Nisán 15, cuando comenzaba la fiesta de los Panes sin Levadura. Por eso los evangelios sinópticos identifican la celebración de la Pascua con la de los Panes Ázimos, pero dando a entender que el sacrificio pascual tuvo lugar antes de la puesta del sol el jueves 14 de Nisán, y la comida en el primer día de los Panes sin Levadura al comenzar el viernes 15 de Nisán, luego de ponerse el sol ese mismo jueves (Mateo 26:17-19; Marcos 14:12-17; Lucas 22:1,7-13; véase Números 33:3-4; Deuteronomio 16:1-4; véase El Deseado de todas las gentes, p. 598: “en el día en que se comiera la pascua, iba a ser sacrificado”).

¿Dónde sacrificaban al cordero los israelitas? Debían ir al templo para que el cordero fuese aprobado y sacrificado por los sacerdotes y levitas, y luego podían comerlo en un lugar contiguo al templo o en sus casas (2 Crónicas 35:5-6,10-13; Esdras 6:19-22). Jesús y sus discípulos hicieron lo mismo, junto con todos los demás judíos, de lo contrario hubieran desobedecido la ley (véase Ex 13:10). Ellos siguieron la regulación del Sanedrín, no la de los esenios que estaban en disidencia con los judíos de Jerusalén y con la ley mosaica. Jesús celebró la Pascua a “la hora” señalada por la nación judía (Lucas 22:14; véase Mateo 23:1-3).

Confirmación adicional

Las fuentes judías extrabíblicas y los intérpretes judíos posteriores confirman que el pueblo debía ir al patio del templo para sacrificar la Pascua antes de la puesta del sol el 14 de Nisán, para luego comerla en sus casas al comenzar la Fiesta de los Panes Ázimos, por la noche ya comenzado el 15 de Nisán (cf. de Oliveira, pp. 59, 60). En esto están también de acuerdo los eruditos modernos, y aún el Comentario Bíblico Adventista (véase Theological Dictionary of the New Testament, V, 900; Seventh-Day Adventist Bible Commentary, V, p. 536).

En el tratado Pesahim de la Mishna, dedicado por entero a la Pascua, “se habla del Templo como lugar del sacrificio, y de las casas como lugar del banquete. En el rito del Templo se incluye la inmolación y rito de sangre (Pesahim V), y luego en la casa se asa la víctima (Pesahim V, 10.VII) y se celebra el banquete (Pesahim X). El banquete tiene el carácter de una comida greco-romana, y lo comen echados según la costumbre de la época (Pesahim X, 1ª). Las hierbas sirven como ensalada preparatoria a la comida (Pesahim II, 6ª; X,3), y se toman cuatro copas de vino, que contribuyen a dar solemnidad al banquete (Pesahim X). Hay obligación de narrar el Éxodo en respuesta a las cuatro preguntas de los comensales (Pesahim X). En esta época Pascua y Ázimos son una misma fiesta”, Santos Ros Garmendia, La Pascua en el Antiguo Testamento (Ed. Vitoria, 1978), 294-295. A esta última declaración debo agregar que aunque se identifiquen esas dos fiestas en el Nuevo Testamento por la relación tan estrecha del sacrificio con la comida, no por eso dejan de estar bien diferenciadas. Si el Nuevo Testamento identifica las dos fiestas es porque, como veremos, ya el Antiguo Testamento las había identificado por las mismas razones.

Aunque todos estamos de acuerdo en que Jesús es el cordero pascual (1 Corintios 5:7-8), como lo es el sacrificio de todas las fiestas (Hebreos 8:12-14; 10:1-4), debemos reconocer que no murió ni a la hora ni en el día en que se sacrificaba el cordero pascual, sino a la hora del holocausto de la tarde (véase Efesios 5:2). Esto es lo que confirma el Espíritu de Profecía, quien por su parte nunca identificó el momento de la muerte de Cristo con la del cordero pascual, sino con el sacrificio regular de la tarde. Cuando la cortina del templo de desgarró de arriba a abajo, al morir Jesús, el sacerdote estaba por sacrificar al cordero vespertino, el cual fue desatado por manos invisibles, escapándose de los que allí estaban presentes (El Deseado de todas las gentes, p. 705).

Juan 12:1-2 dice que Jesús llegó a Betania “seis días antes de la Pascua”, y Elena de White confirma que llegó un viernes para descansar allí durante el sábado (El Deseado de todas las gentes, p. 511). De nuevo, los seis días nos llevan al jueves, ocasión en que debía caer la Pascua. Cuatro días antes se separaba el cordero para ser sacrificado durante la Pascua (Éxodo 12:3-6). Así también Jesús el domingo, cuando aceptó el homenaje del pueblo por primera vez como rey (El Deseado de todas las gentes, p. 523), “se puso aparte como una oblación” para “llamar la atención” de la gente “al sacrificio que había de coronar su misión en favor de un mundo caído” (El Deseado de todas las gentes, p. 525). Del domingo al jueves hay cuatro días, lo que hace imposible, otra vez, vincular la tipología de ser puesto aparte con un presunto sacrificio pascual en el viernes. También declara que en la noche del jueves, “Cristo se hallaba en el punto de transición entre dos sistemas y sus dos grandes fiestas respectivas… Mientras comía la pascua con sus discípulos, instituyó en su lugar el rito que había de conmemorar su gran sacrificio” (El Deseado de todas las gentes, p. 608).

Si el 14 de Nisán, día en que se sacrificaba el cordero pascual, cayó en el jueves de la semana de la Pasión —como lo testifican claramente los evangelios sinópticos— entonces, desde la perspectiva astronómica, la crucifixión no pudo haber tenido lugar en el año 30, sino en el año 31 y en un año que contó con un mes bisiesto. Siendo que el año 31 se corresponde metónicamente con el cambio de luna en el año 457 a.C., ambos años deben haber contado con un mes bisiesto, como lo confirman los datos astronómicos que ya vimos y que se basan en el relato de Esdras.

El testimonio del evangelio de Juan

Los pasajes del evangelio de Juan que han confundido a los teólogos modernos son Juan 18:28; 19:14,31. Para saber si esos pasajes contradicen el testimonio unánime de los evangelios sinópticos, según muchos creen hoy, tenemos que procurar entender cómo comprendía la gente en los días de Jesús las expresiones que allí están.

Juan 18:28: “para poder comer la Pascua”

“Llevaron a Jesús de Caifás al pretorio. Era temprano de mañana. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse, y poder comer la Pascua”.

Siendo que no debía dejarse nada de la comida pascual para comerla en la mañana (Éxodo 12:10), parece a simple vista que esta declaración de Juan indica que el sacrificio del cordero pascual no había tenido lugar aún y que, por consiguiente, el 14 de Nisán habría caído en ese viernes. De ser así, Juan estaría en flagrante contradicción con el testimonio de los sinópticos. Pero, ¿es eso realmente lo que dio a entender Juan?

La contaminación. Según el ceremonial judío, si los dirigentes de la nación participaban en cualquier tipo de contaminación que involucraba sangre humana, un muerto o un condenado a muerte, o una contaminación menor que duraba hasta la puesta del sol o mayor por toda la semana (Levítico 11-12,15; 21:1-4,11-12), no hubieran podido participar de las ceremonias de la fiesta, que incluían la comida de los panes sin levadura y los demás sacrificios (véase Números 19:11; Hechos 5:28). La contaminación no sólo involucraba tocar sangre o cadáver humanos, sino también estar en el lugar donde había sangre o cadáver (Levítico 15:19-27; 21:11-12). Por tal razón, no se debía traer ningún cadáver al templo, ni ejecutar a nadie en el templo, ni nadie que hubiera estado contaminado por haber tocado un muerto debía siquiera entrar en la ciudad (Éxodo 21:14; Números 19:3, 9, 14-16).

El agravante que encontraban esos líderes religiosos, según sus escrúpulos particulares, tenía que ver, además, con su presencia en un lugar pagano en un día sagrado (Levítico 23:7; Números 28:17). Siendo que los gentiles o paganos comían carnes inmundas y no practicaban los rituales de purificación requeridos cuando se tocaba sangre o cadáveres humanos (véase Levítico 15:30), y los dirigentes judíos sabían cuánta sangre se derramaba con los castigos que infligían los romanos a los condenados, antes de crucificarlos, no querían ser mirados por el pueblo como siendo indignos de participar en el ritual de sacrificios y en su comida típica. Aún Pedro fue mal mirado por los de la circuncisión, por haber entrado en la casa de un centurión romano, poco después en un día común (Hechos 11:2-10). ¡Cuánto peor hubieran sido mirados los dirigentes judíos al contaminarse en un tribunal pagano al principio de la semana pascual! “No querían entrar en el tribunal romano. Según su ley ceremonial, ello los habría contaminado y les habría impedido tomar parte en la fiesta de la Pascua” (El Deseado de todas las gentes, p. 671).

La comida de la Pascua. Juan no está haciendo una referencia cronológica a la observancia de la Pascua, como lo hicieron los otros evangelistas, sino simplemente relatando lo que procuraban hacer los dirigentes judíos a quienes Cristo había acusado de reemplazar la ley de Dios por sus tradiciones (Mateo 15:1-9). Tampoco se está refiriendo Juan a la comida del cordero pascual. Ya vimos que en los días de Cristo se hacía referencia a la fiesta de los Panes sin Levadura por el término Pascua, y viceversa (Éxodo 23:14-15), debido a su íntima interrelación (Lucas 22:1). Pero de ninguna manera daban a entender que en cada día de la semana en que no debían comer panes sin levadura, debía sacrificarse otra vez el cordero pascual. Ese sacrificio tenía lugar una sola vez al año, en el 14 de Nisán, precediendo a la fiesta de los Panes Ázimos. Siendo que la levadura era símbolo de pecado, debía ser erradicada de toda casa conjuntamente con el pecado durante toda esa semana (Éxodo 12:15; Deuteronomio 16:4).

Algo semejante encontramos en el Antiguo Testamento. Ezequiel, por ejemplo, pone en orden cronológico los dos eventos sin distinguir el segundo de la Pascua misma. “El mes primero, a los catorce días del mes, tendréis la fiesta de la Pascua. Durante siete días se comerá pan sin levadura… En ese día… En los siete días de la fiesta…” (Ezequiel 45:21-23; véase Números 28:16-25). También Lucas registra que los padres de Jesús iban todos los años a celebrar “la fiesta de la Pascua en Jerusalén”, y que “acabada la fiesta” que duraba siete días (Éxodo 23:14-15, 17), regresaban con todo el pueblo sin percibir que Jesús se había quedado en el templo (Lucas 2:41-43). En otras palabras, los términos Pascua y Panes Ázimos podían usarse para referirse a una sola fiesta (Éxodo 23:15; 34:18; 16:1-8), sin por ello confundir su sucesión cronológica.

También la Mishna consideraba que “la observación de la Pascua por generaciones se aplica a todos los siete días y no sólo por una noche” (Pesahim, 9.5), en referencia a la comida de los panes sin levadura y los demás sacrificios que se ofrecían durante toda la semana, incluyendo los sacrificios de paz (Números 28:17 y s.s.; 2 Crónicas 30:21-22; 35:6 y s.s.). Que la comida pascual durante los siete días, exceptuando el comienzo luego de la puesta del sol, no tenía nada que ver con el cordero típico de la pascua, se ve en la indicación de no comer la pascua durante siete días con pan fermentado, en referencia no sólo al ganado bovino, sino también al vacuno (Deuteronomio 16:2-4). Solían invitar durante toda esa semana a sus huéspedes a comer pan sin levadura diciendo: “el que tenga hambre, venga y coma lo que necesite…, y guarde la Pascua” (cf. De Oliveira, p. 69).

El mismo lenguaje encontramos en Elena de White. “La pascua seguía por siete días como fiesta de los panes ázimos” (Patriarcas y profetas, p. 581). “El uso del pan sin levadura también era significativo. Lo ordenaba expresamente la ley de la pascua, y tan estrictamente la observaban los judíos en su práctica, que no debía haber ninguna levadura en sus casas mientras durara esa fiesta” (Patriarcas y profetas, pp. 282, 283). “Si no se realizaba enseguida el juicio y la ejecución, habría una demora de una semana por la celebración de la Pascua” (El Deseado de todas las gentes, p. 650). “Poco después que terminara la semana de Pascua”, los discípulos se dirigieron a Galilea donde Jesús les dijo que se encontraría con ellos. “Su ausencia de Jerusalén durante la fiesta habría sido interpretada como desafecto y herejía, por lo cual permanecieron hasta el fin” (Ibíd., p. 749).

Juan 19:14: “la preparación de la Pascua”

“Era la preparación de la Pascua, como la hora sexta (mediodía). Entonces [Pilato] dijo a los judíos: ‘¡Aquí está vuestro rey!’”

¿Acaso no había sido ya celebrada la Pascua durante la noche de la Santa Cena? ¿Cómo es que aquí, Juan habla de “la preparación de la Pascua”? No existía un día de preparación para la Pascua. El único día de preparación era el viernes, considerado así en vísperas del sábado. Por tal razón, aún en el griego moderno, la palabra viernes es paraskeué, el mismo término usado en Juan 19:14, 31, 42 con el significado de “preparación”. “Y al atardecer, como era el día de la preparación, es decir, la víspera del sábado” (Marcos 15:42; véase Mateo 27:62; Marcos 15:42; Lucas 23:54), José de Arimatea pidió el cuerpo de Cristo para que no quedase expuesto el sábado.

¿Cómo podemos entender, entonces, la expresión, “la preparación de la Pascua”? Como el viernes que caía en la semana pascual, no como el día anterior a la Pascua (Juan 19:31, 42). La Nueva Versión Internacional rinde correctamente Juan 19:14 como: “Era el día de la preparación de la Semana de Pascua…” Ese viernes era el primer día de los Panes sin Levadura, y formaba un todo con la Pascua semanal.

Juan 19:31: “un sábado grande”

“Como era el día de la Preparación [viernes], para que los cuerpos no quedasen en la cruz en el sábado —pues ése era un sábado grande— los judíos rogaron a Pilato que les quebrasen las piernas, y fueran retirados”

Esta expresión puede interpretarse de diferentes maneras. Según el contexto, se refiere más definidamente a un sábado especial porque el semanal literal seguía al primer sábado festivo (viernes), o simplemente, porque ese sábado semanal era especial ya que caía en una semana de fiesta, no porque cayese en el mismo día del sacrificio del cordero pascual (14 de Nisán), ni tampoco en la ocasión en que se participaba de su comida (15 de Nisán).

La Mishna (Pesahim 5:1) es clara en afirmar que cuando la Pascua en sí caía el viernes, se sacrificaba el cordero media hora después de la hora sexta (12:30 de la tarde), y se lo ofrecía media hora después de la hora séptima (1:30 de la tarde). Por lo tanto, el viernes de la crucifixión no puede considerarse como habiendo tenido lugar en la víspera de la Pascua. En armonía con los otros evangelios, Juan afirma entonces que ese viernes tuvo que ver con el primer día de la semana de los Panes Ázimos, y no con el día del ofrecimiento del cordero Pascual.

“Traer la justicia perdurable” (Daniel 9:24)

En la última semana de años (27 d.C. – 34 d.C.), debía traerse “la justicia de los siglos”, interpretada por algunas traducciones como “la justicia perdurable”. Según Isaías, la justicia perdurable sería traída por el Siervo Justo del Señor, quien justificaría a muchos pecadores, dando su vida en expiación por ellos (Isaías 53:10-11). El profeta Jeremías, contemporáneo de Daniel en su primera parte, anunció que al Mesías prometido que vendría de ese “Renuevo” de la descendencia de David, llamarían “Señor, justicia nuestra” (Jeremías 33:16; cf. Isaías 53:2). Esto se cumplió admirablemente en Cristo Jesús, cuando Dios envió a su Hijo que nació de una mujer descendiente de David.

“Al que no tenía pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros llegásemos a ser justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). “Pero ahora aparte de la ley [los pecadores no podían obtener justicia de la ley de Dios porque la habían violado], la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada [anunciada] por la Ley [las leyes levíticas de sacrificios] y los Profetas [Isaías, Jeremías, Daniel, etc.]; la justicia de Dios, por medio de Jesucristo, por la fe, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y han caído de la gloria de Dios, pero son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención realizada por Cristo Jesús; a quien Dios puso como medio de expiación, por la fe en su sangre, para demostrar su justicia, al haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con el fin de mostrar su justicia en este tiempo, para ser a la vez el justo, y el que justifica al que tiene fe en Jesús” (Romanos 3:21-26). “Así, habiendo sido justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).

Para adventistas

Los adventistas consideran los escritos de Elena de White como inspirados por Dios. Ella fue llamada por Dios como “mensajera del Señor” para el remanente final de los últimos días (Apocalipsis 12:17; 19:10). Aunque ella confirma punto por punto las declaraciones de los evangelios, y no presenta ninguna contradicción entre los sinópticos y el evangelio de Juan, tiene una declaración que puede sorprender al lector desprevenido, en relación al día en que se ofrecía en el templo las primicias de la cosecha de la cebada. Esa declaración la repite dos veces en dos libros diferentes, Patriarcas y Profetas, y El Deseado de Todas las Gentes. “La Pascua iba seguida de los siete días de panes ázimos. El segundo día de la fiesta, se presentaba una gavilla de cebada delante del Señor como primicias de la mies del año…” (El Deseado de todas las gentes, p. 57; Patriarcas y profetas, p. 581).

Llama la atención que en ambos casos, esa declaración, “el segundo día”, la da en capítulos donde no relata la historia de la Pasión. Cuando aplicó esa fiesta de gavillas mecidas a la resurrección de Cristo, al relatar los sucesos de su resurrección, no habló del “segundo día”. “Su resurrección se realizó en el mismo día en que esa gavilla era presentada delante del Señor” (El Deseado de todas las gentes, p. 729).

Entre los judíos en la época de Cristo había fuerte debate sobre cómo entender la ley levítica sobre la fiesta de las primicias. “La mecerá el día que sigue al sábado” (Levítico 23:11). ¿A qué sábado se refiere? ¿Al del primero de la fiesta de los Panes sin Levadura, o al que sigue al sábado semanal, sin importar en qué día de la semana de esa fiesta caía ese sábado? Los saduceos entendían que se refería al día que seguía al sábado semanal, y los fariseos al que seguía al sábado de la fiesta ceremonial, es decir, al día 16 de Nisán. La razón por la que los fariseos vincularon ese sábado con el de la fiesta, independientemente del sábado semanal, parece deberse a que vincularon el Pentecostés a la proclamación de la ley en el Sinaí, sin ningún soporte bíblico e histórico aceptable, razón por la cual los saduceos se opusieron. Y siendo que la práctica en los días de Jesús estaba regulada por los saduceos, no hubo problemas en su cumplimiento tipológico tampoco.

Coincidentemente, ese es un tema que estudié a fondo debido a que una nueva propuesta presentada por algunos profesores de Andrews University, intentó vincular la visión de Apocalipsis 4 y 5 con el Pentecostés y la proclamación de la ley en el Sinaí, basándose en esa infundada asociación rabínica de los fariseos. Un estudio detenido del pasaje muestra, sin embargo, que la ley levítica asocia ese ritual de primicias al día que sigue al sábado semanal, no a un día anual histórico. ¿Por qué razón? Porque la fecha del Pentecostés flotaba de año en año, según el día en que caía el sábado pascual. Así, “cuando la Pascua caía en lunes, el Pentecostés de ese año se celebraba 56 días más tarde, varios días después de la fecha presumida para la proclamación de la ley” (A. R. Treiyer, La Crisis Final en Apocalipsis 4-5 (1998), p. 201). Tampoco se puede fechar con exactitud el relato de Éxodo 19. Por lo tanto, todo vínculo con el Pentecostés basado en esa tradición farisaica carece de fundamento, y la visión de Apocalipsis 4 y 5 tiene que ver más bien con una proyección del Día de la Expiación hacia el juicio final (véase Daniel 7:9-10, 13-14).

En mi libro citado más arriba resumí la siguiente conclusión. “Aunque a veces se emplea la palabra sábado para referirse a la semana por el hecho de que el séptimo día la completaba, debemos recordar que nunca se la usaba para referirse a una semana que no terminaba en el séptimo día de la semana. En otras palabras, los sábados anuales correspondientes a las fiestas que podían caer en cualquier día de la semana, no se usaban en la Biblia para referirse a una semana. Como confirmación adicional, podemos destacar el hecho de que el Pentecostés era la única fiesta que no se fechaba en un día fijo del mes (Levítico 23:15-16).”

¿Cómo entender, entonces, las declaraciones de E. de White al referirse a la fiesta de las Primicias como teniendo lugar en el “segundo día” de la fiesta? Tanto Josefo como Filón, y los rabinos, según ya vimos, usaron la expresión “segundo día” de fiesta para referirse al ofrecimiento de las Primicias. Es probable que E. de White haya usado el lenguaje de esos autores o de otros que los citaron, pensando en el día que seguía al sábado (y que en algunos años se correspondía literalmente), sin implicar necesariamente el segundo día de la semana literal, ni tampoco el segundo día literal de la fiesta.

Conclusión

El año de la crucifixión, según el relato de los evangelios y la confirmación astronómica disponible hoy, no pudo ocurrir en el año 30, sino en el año 31. Según los evangelios, el jueves correspondió al 14 de Nisán, día en que debía ofrecerse el sacrificio del cordero pascual, y el viernes de la crucifixión al 15 de Nisán, día que comenzó con la puesta del sol del jueves y la celebración de la Santa Cena en reemplazo de la Pascua judía. Ese viernes 15 de Nisán comenzó la fiesta de los Panes Sin Levadura, fecha en que Cristo murió.

Los datos astronómicos confirman que la Pascua en ese año 31 debió tener lugar luego de un segundo Adar o decimotercer mes que concluía el invierno y precedía a la primavera. Metónicamente, la rotación de la luna coincide con el año 457 a.C. cuando también debió darse un mes intercalario, según los datos astronómicos e históricos suministrados por la Biblia. Aunque el año 1844 no entra dentro de la secuencia metónica de 19 años, corresponde de todas maneras a un año en que, de haber continuado computarizando los meses y años según la costumbre antigua, los judíos hubieran tenido que agregar igualmente un segundo Adar o decimotercer mes.

La confirmación del pacto

El hecho de que la profecía de Daniel no diga que la confirmación del pacto se daría con el pueblo de Israel, sino con “muchos”, muestra que el Cristo Príncipe vendría para salvar a un remanente, no a toda la nación. Por supuesto, las 70 semanas estaban “cortadas” y “determinadas” para el pueblo judío más específicamente. Pero la nación como tal rechazó el último mensaje que Dios le envió en forma directa, como lo había hecho vez tras vez en lo pasado con severas advertencias a través de los profetas en la antigüedad. Esta vez, el mensajero escogido por Dios fue Esteban, a quien terminaron apedreando al concluir la última semana profética (Hechos 8).

Al concluirse las 70 semanas simbólicas o 490 años literales, la visión que preocupaba a Daniel de los 2.300 años sería sellada, es decir, asegurada o confirmada por el cumplimiento inicial. Una vez cumplida esa profecía no podría ser removida ni cambiada. Este es el significado del sello que sería puesto sobre la profecía (Dan 9:24), según lo vemos en otro pasaje del mismo libro de Daniel Al ser arrojado al foso de los leones, se trajo “una piedra, y puesta sobre la entrada del foso, el rey la selló con el anillo de sus príncipes, para que no se cambiase el acuerdo acerca de Daniel” (Daniel 6:17).

Esto ocurrió cuando Esteban se dirigió al pueblo de Israel de la misma manera en que lo habían hecho los profetas en lo pasado. Como mensajero del tribunal celestial, Esteban fue el último en dirigirse al pueblo judío en los términos que usaban los profetas en la antigüedad para dirigirse a ellos como pueblo escogido especialmente por Dios (véase Ezequiel 16). Les evocó la historia de Israel, haciendo ver que Moisés anunció la venida de un profeta que, en relación con su confirmación del pacto divino, sería equivalente a Moisés (Hechos 7:37).

Al apedrear a Esteban con furia infernal, la nación judía silenció la voz profética que desde antaño se había dirigido al pueblo del antiguo pacto. Desde entonces, nunca más Dios se dirigiría a esa nación mediante un mensajero suyo. En su lugar, el Señor se dirigiría de allí en adelante a la iglesia, formada por judíos y gentiles que se convirtiesen al Señor. Felipe es llamado entonces a predicar en Samaria y bautiza a un etíope. Pablo recibe la misión de ser apóstol de los gentiles (Hechos 9). Pedro recibe la visión de que los gentiles son aceptados también en el reino de Dios (Hechos 10). Todo esto debió ocurrir a partir del año 34 d.C. Si la primera parte de la larga profecía de 2.300 años fue cumplida en las 70 semanas iniciales, también lo sería su culminación.

Aunque hasta Esteban, los apóstoles continuaron confirmando el pacto divino con la nación judía de parte del Señor, sólo un remanente de esa nación concertó ese “nuevo pacto”. Desde entonces, los llamados divinos a los judíos serían dirigidos en forma individual, ya no como a una nación. Lo mismo ocurriría con todo otro pueblo de entre los gentiles a quienes el evangelio se extendiese. De acuerdo a la profecía, el pueblo judío o la nación como tal se haría responsable de entregar a la muerte a ese Príncipe que había sido prometido, acarreando la destrucción de la ciudad de Jerusalén y del santuario, ambos reconstruidos al comenzar las 70 semanas decisivas (Dan 9:26).

¿Cuándo murió Esteban bajo la opresión del joven rabino Saulo? Según el significado que tuvo su muerte en relación con la conclusión de la profecía de las 70 semanas, debió haber muerto en torno al otoño del año 34. Sin embargo, no poseemos fechas muy definidas que lo confirmen. Algunos autores, sin tener en cuenta la profecía que estamos estudiando, fechan su muerte en el año 34. Otros calculan que puede haber muerto por el año 36 o 37. El problema está en cómo interpretar los datos que dio el apóstol Pablo acerca de la época en que perseguía a los discípulos del Señor.

El apóstol Pablo comenta su experiencia en el año 49 d.C., cuando junto con otros hermanos se reunieron en Jerusalén para considerar el problema judaizante que dividía a la flamante iglesia cristiana. En este respecto, los autores parecen concordar con la fecha escogida, 49 d.C., para esa reunión (Gálatas 2). En Gálatas 1 Pablo cuenta la historia de su conversión, desde la época en que perseguía a la iglesia. En Gálatas 2:1 menciona que habían pasado ya 14 años, los que se restan de los 49, llevándonos al año 34/35 a.C. La discusión se levanta cuando se quiere determinar si los 3 años adicionales que pasó en Arabia se dieron aparte de los 14 años, o si debía incluírselos en los 14. Algunos, como William Shea, cuentan los 3 años separadamente y en forma retrospectiva como años inclusivos, obteniendo un resultado semejante.

La proclamación del pacto al mundo

La profecía indicaba que el tiempo profético de 70 semanas anuales estaban “cortadas” para el pueblo de Daniel, el pueblo judío. La última semana tenía que ver con la confirmación divina del pacto prometido. Hasta la muerte de Esteban, los apóstoles dirigieron sus mensajes especialmente a la nación judía. Desde entonces la voz profética iba a dirigirse a la iglesia constituida por “una nueva creación” formada por judíos y gentiles convertidos al Señor (2 Corintios 5:17; Gálatas 6:15-16; Efesios 2:11-18). Pablo hablará luego de “endurecimiento” y “rechazo” de los judíos, como la oportunidad que trajo “la reconciliación del mundo” con Dios, es decir, de los que no eran judíos, mediante la predicación del evangelio (Romanos 11).

Mediante el llamado de Pablo como “apóstol de los gentiles”, el centro de atención se dispersó de Jerusalén hacia el mundo entero (Hechos 1:8). Aunque desde la perspectiva judía, el llamado a un hombre como Saulo de Tarso que había sido educado para ser un prominente rabino judío, para que fuese “apóstol de los gentiles”, podía ser malinterpretado y considerado como el ministerio más miserable y bajo que se podía recibir, Pablo reiteró más de una vez que honraba “su ministerio” (Romanos 11:13; cf. Hechos 9:15). La voz profética llegó primeramente de Judea a Samaria, luego penetró el mundo griego y el mismo corazón del imperio romano. Con la persecución judía y la destrucción de Jerusalén, nunca más la atención del mundo se centró en la Jerusalén terrenal, sino en la Jerusalén celestial.

Una interpretación teológica e históricamente equivocada afirma que con la misión apostólica de Pedro y Pablo, la voz divina se desplazó de Jerusalén a Roma, para quedarse allí. El mundo debía escuchar la voz divina desde Roma. Con tal propósito, el Vaticano organizó para el año 2000, un viaje internacional con gente que proviniese de todo el mundo, que seguiría la ruta seguida por el apóstol Pablo hasta que llegó a Roma y murió allí. Conflictos muy serios en Palestina cerraron la entrada a Israel por un tiempo por razones de seguridad, lo que terminó abortando ese planeado viaje.

El apóstol de los gentiles no se detuvo en Roma, Sus sueños estaban en poder llegar también a la otra península mediterránea, España misma, y según una tradición, llegó hasta allí luego de su primera comparecencia ante el emperador romano. La mirada de los apóstoles no se debía dirigir a Roma para estancarse allí. El cometido evangélico por el Señor ni siquiera mencionó a Roma. Por el contrario, Roma sería el epicentro de la obra del anticristo futuro, según las visiones que el Señor les reveló a los apóstoles Pablo y Juan (2 Tesalonicenses 2; Apocalipsis 13 y 17). Los apóstoles debían llegar con el mensaje del reino “hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8), y entonces vendría el fin (Mateo 24:14).

Toda iglesia que se centre en sí misma en lugar de tener su mira en el mundo entero está destinada al fracaso. La tendencia al nacionalismo, al racismo, al intelectualismo, al laicismo, será siempre perjudicial. La amplitud de miras que Dios dio a la mensajera del último remanente es asombroso y único en la historia moderna de las misiones. Nuestro mensaje debe llegar a todo nivel, todo estrato de la sociedad en cada rincón del planeta. No se trata de llegar a cada montaña y a cada río y a cada golfo de la tierra con el mensaje del evangelio, sino a todo corazón que late sobre la tierra. Por consiguiente, todo ministerio que restrinja la predicación del evangelio a las clases más pobres en detrimento de las clases más educadas no podrá revelar sino miopía vocacional. Lo mismo podrá decirse a la inversa. La adoración y culto a los títulos produce a menudo desdén al ministerio ejercido entre las clases más humildes de la sociedad.

La misión de todo dirigente de la iglesia de Cristo hoy deberá ser como la del apóstol Pablo, honrar todo ministerio despreciado o malinterpretado, siempre teniendo en vista un apostolado universal. Nuestro ministerio es igualmente universal (Apocalipsis 14:6-7). Cuanto más universal sea la mirada, tanto más amplia y abarcante será la obra que podrá ser ejercida, y tanto más divina será la misión.

El pacto que debía ser confirmado

Pero, ¿qué pacto debía ser confirmado con muchos, según la profecía de Daniel? Era el pacto que Dios había hecho en promesa a su pueblo mediante Moisés (Éxodo 24:7-8). Ahora se llamaría “nuevo pacto” porque no sería ratificado mediante la sangre de animales simbólicos, sino mediante el sacrificio del mismo Mesías prometido (Hebreos 9:15-20).

Moisés dio el pacto de Dios a su pueblo Israel desde el Monte Sinaí. Jesús lo confirmó desde el Monte de las Bienaventuranzas (Mateo 5:1), dándole una aplicación más espiritual que legal. Con esto dio a entender que el juicio divino se basará en algo más profundo que una ley externa grabada en piedras. Penetrará también las intenciones del corazón (Hebreos 4:12).

Jesús confirmó el pacto con su pueblo en los siguientes términos. “Oísteis que fue dicho a los antiguos [por Moisés]; mas yo os digo [Jesús]…” (Mateo 5:21ss). Aunque cuando se expresó así, no anuló la ley que Moisés había dado en el monte, sino que profundizó su aspecto espiritual, ningún otro profeta se atrevió jamás a expresarse de esa manera. Todos procuraron, como Jesús, hacer volver el pueblo a la ley del Señor. Pero ninguno lo hizo expresándose de esa manera, haciéndose igual y mayor aún que Moisés. Con esto dio a entender que él era el Profeta que Moisés había anunciado, y que sería en rango equivalente a Moisés quien fundó la fe de Israel (Deuteronomio 18:15). En el caso del Profeta prometido, “confirmaría” ese pacto que Moisés había hecho, y fundaría así, la fe de la Iglesia.

El fin de los 2300 días-años (Daniel 8:14)

El procedimiento divino para revelarle a Daniel la obra que se llevaría a cabo en el templo del Nuevo Pacto, el celestial (véase Hebreos 8:13; 9:1, 11-15), deja expectante al profeta y a todo el que estudia su visión. Le revela anticipadamente la historia de ese templo celestial en su relación con los adoradores, así como su ministración ante un poder impostor y competitivo en la tierra que buscaría contrahacer la intercesión celestial (Daniel 8:11-12; Hebreos 7:25; Apocalipsis 13:5-7), hasta su conclusión final que consiste en la vindicación del santuario y del gobierno divino (Daniel 8:14; Apocalipsis 4-5). Pero no le dice cuándo ese nuevo templo va a ser inaugurado. Esto lleva a Daniel a afligirse, como se ve en el capítulo 9 de su libro, y a rogar a Dios que no se tarde en cumplir su promesa (Daniel 9:19). Sus sueños están ligados a su pueblo Israel y se pregunta qué relación va a tener el templo que los cautivos ya están comenzando a reconstruir en la tierra prometida, con la historia de ese templo futuro que recibió en el capítulo 8 y que iba a ser ultrajado por tantos años.

Es entonces que el mismo ángel intérprete, Gabriel, viene a explicarle “la visión” que Daniel no había podido entender, en especial la parte que tendría que ver con su pueblo judío y el papel inaugural del templo del Nuevo Pacto que, suponía Daniel, debía darse en sus días (compárese Daniel 8:16; 9:21). Por tal razón también, cuando Gabriel viene por segunda vez comienza diciéndole: “Entiende, pues…, la visión”, la visión de Dan 8 que según Daniel mismo confesó, no había podido entender (Daniel 9:23; cf. 8:27). Mientras que la visión de la purificación y vindicación final del santuario está puesta para tiempos muy lejanos, para el tiempo del fin (2300 años: Daniel 8:14, 17, 19, 26); la inauguración de ese mismo santuario del Nuevo Pacto tendría lugar —para sorpresa de Daniel— al final de 70 semanas de años o 490 años.

Cerca de medio milenio duró en servicio el Tabernáculo del Testimonio que Moisés levantó en el desierto. Otro tanto duró en operación el grandioso templo de Salomón. Y poco más de medio milenio duró el templo que levantaron los repatriados judíos al regresar de Babilonia. ¿Cuánto tiempo iba a durar en actividad el templo del Nuevo Pacto, esto es, el celestial que inauguró el Hijo de Dios en la última semana profética de las 70 que le había señalado Gabriel a Daniel? (Hebreos 8:1-2). Si restamos a los 2300 días-años los 490 años (70 semanas de años) que Dios asignó a la nación judía (Daniel 9:24), nos quedamos con 1810 años. Si a esos 1810 años le sumamos los tres años y medio que nos llevan a la crucifixión de la mitad de la última semana profética, tenemos 1813 años y medio. Y si a esos 1813 años y medio le agregamos 31 por la fecha en que tuvo lugar la crucifixión, llegamos al otoño de 1844.

Algo debía ocurrir en 1844, o la profecía dada por el Señor habría fallado. El único evento que encontramos es el del gran chasco del 22 de octubre de 1844, cuando más de 100.000 personas esperaron anhelantes la Segunda Venida de Cristo sin que ésta tuviese lugar. Ese chasco fue equiparable al chasco de la cruz, cuando miles de creyentes creyeron que Jesús iba a asumir el reino, pero en su lugar lo vieron morir en el Calvario, ante las burlas y condenación de su propia nación. Así como el gran chasco de la cruz, que había sido profetizado por la profecía de las 70 semanas, dio lugar al levantamiento de la iglesia cristiana (Daniel 9:26; véase 1 Corintios 1:18,22-23), así también el gran chasco de 1844 que había sido profetizado por Daniel 8 y Apocalipsis 10, dio lugar al levantamiento del pueblo remanente (Apocalipsis 12:17), el pueblo que levantó el Señor para dar el mensaje final al mundo, anunciando su juicio y su pronto regreso (Apocalipsis 14:6-12).

Un período completo

Si habría una mitad de semana al concluir la última semana, es forzoso que el comienzo y el fin de los 2300 días no se diese en cualquier fecha del año. Si comenzaba en otoño, debía terminar en otoño. Es tal vez por esa razón que la profecía fue dada no con el término común de días, sino de “tardes y mañanas”, indicando períodos completos de 24 horas, como lo fueron los días así expresados en la creación (Génesis 1). Aunque la expresión “tres días y tres noches podía implicar dos días no completos (Mateo 12:40), no conozco ningún caso en el que la expresión “tardes y mañanas” se refiriese a un día no completo. Si los judíos querían referirse a un día completo, esa era la expresión que quitaba toda duda con respecto a su duración.

Siendo que la conclusión de los 2300 días proyectaba la vindicación y purificación del santuario del Nuevo Pacto, con el pase de ministerio de Jesús del lugar santo del templo celestial al lugar santísimo, es lógico suponer que su comienzo debía darse en un antiguo Día de la Expiación, cuando el sumo sacerdote de Israel pasaba al lugar santísimo para purificar el santuario de todos los pecados del año, representando así el juicio final. El comienzo de la profecía proyectaba en tipo, figura, parábola o sombra, lo que iba a cumplirse como antitipo, realidad y cumplimiento en el templo celestial al final de la misma profecía.

La promulgación y divulgación del decreto de Artajerjes que autorizaba la restauración nacional no podía darse en mejor época que en tal Día de la Expiación, cuando el pueblo ayunaba y se humillaba ante Dios para ser acepto ante él (Lev 23:27), y renovaba de esa manera su pacto con su Creador y Rey. Por tal razón, la purificación del santuario en el Día de la Expiación terminaba en el altar exterior (Lev 16:19), en el mismo altar en el que había comenzado la inauguración (Lev 8:15). ¡Qué mejor momento, pues, para los repatriados judíos, que el del Día de la Expiación para hacer valer el decreto de Artajerjes que tenía que ver con la autorización medo-persa de restauración nacional! Con esto daban a entender que creían que por encima de toda autoridad terrenal estaba la autoridad de Aquel que pone y quita reyes (Daniel 4:32; véase Romanos 13:1-2). Es por esa razón que esperaron hasta comenzar el otoño, después de sacrificar los animales que solían sacrificar en las fiestas, para divulgar el decreto del rey (Esdras 8:35-36).

El Día de la Expiación en 1844

¿Hay alguna razón para tratar de conocer cuándo debía caer el Día de la Expiación en el año 1844? Si los milleritas se reunieron en el día adecuado o no, equivocadamente para esperar al Señor, sin entender lo que realmente debía tener lugar en ese día ¿cuenta para algo en relación con una profecía que debía cumplirse en el cielo, en el santuario del Nuevo Pacto? Sí, y por dos razones fundamentales.

En primer lugar, porque las primeras fiestas se habían cumplido no sólo en cuanto al acontecimiento, sino también en cuanto al tiempo. Así también debía esperarse que ocurriese para las fiestas finales. En segundo lugar, porque el evento del Pentecostés que marcó la inauguración del santuario celestial con la coronación y entronización del Hijo de Dios como sacerdote y rey se vio confirmada en la tierra. Así también debía darse una confirmación en la tierra de lo que acababa de ocurrir en el santuario celestial, con el pase de Jesús al lugar santísimo para concluir su obra de expiación.

“Lo que condujo a este movimiento fue el haberse dado cuenta de que el decreto de Artajerjes en pro de la restauración de Jerusalén… empezó a regir en el otoño del año 457 AC y no a principios del año, como se había creído anteriormente… Los argumentos basados en los símbolos del Antiguo Testamento indicaban también el otoño como el tiempo en que el acontecimiento representado por la ‘purificación del santuario’ debía verificarse. Esto resultó muy claro cuando la atención se fijó en el modo en que los símbolos relativos al primer advenimiento de Cristo se habían cumplido…

“Estos símbolos [de la Pascua, los Panes Ázimos y las Primicias de la Cebada] se cumplieron no sólo en cuanto al acontecimiento sino también en cuanto al tiempo. El día 14 del primer mes de los judíos, el mismo día y el mismo mes en que quince largos siglos antes el cordero pascual había sido inmolado, Cristo, después de haber comido la pascua con sus discípulos, estableció la institución que debía conmemorar su propia muerte como ‘Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’. En aquella misma noche fue aprehendido por manos impías, para ser crucificado e inmolado. Y como antitipo de la gavilla mecida, nuestro Señor fue resucitado de entre los muertos al tercer día, ‘primicias de los que durmieron’, cual ejemplo de todos los justos que han de resucitar, cuyo ‘vil cuerpo’ ‘transformará’ y hará ‘semejante a su cuerpo glorioso’” (1 Corintios 15:20; Filipenses 3:21).

“Asimismo los símbolos que se refieren al segundo advenimiento deben cumplirse en el tiempo indicado por el ritual simbólico” (El conflicto de los siglos, pp. 450, 451), y tener una confirmación celestial en la tierra. Esto fue lo que sucedió con la experiencia del movimiento millerita que predicó en los mismos términos bíblicos la venida del Señor, y en el mismo día en que el Hijo de Dios debía comparecer, no a la tierra, sino ante Dios mismo en el lugar santísimo del templo celestial (Daniel 7:9-10, 13-14).

Cómo saber cuándo debía caer el Día de la Expiación en 1844

Esta pregunta es necesaria a la hora de determinar si los milleritas estuvieron en lo correcto al intercalar un mes adicional en el año 1844. A simple vista, esto sería fácil simplemente mirando a la luna en ese año. El problema se levanta, sin embargo, al momento de tener que determinar si en ese año hay que agregar un mes intercalario o no. ¿Qué criterios usar para determinar si se requería un mes bisiesto en ese año? ¿El de la cosecha? ¿El astronómico?

Información histórica del calendario

Los dos profetas más notables que nos trajeron una información más definida con respecto al calendario, fueron Moisés educado en la corte egipcia, y Daniel en la corte babilónica. A pesar de eso, Moisés no implementó el calendario solar que usaban los egipcios. Tampoco Daniel, ni los que volvieron del cautiverio babilónico, utilizaron el calendario babilónico para contar los años de los reyes de la época. Daniel, sin embargo, reveló conocer, en términos generales, un calendario anual de 360 días que requería un decimotercer mes al cabo de 6 años, lo que coincide con un período sabático. Aunque es probable que a este cómputo hubiesen llegado ya desde la época del rey Acaz que contaba con un reloj solar especial (2 Reyes 20:11).

Del profesor de matemáticas Adolfo Lista, astrónomo por vocación y pasión personal, recibí la siguiente información.

“Moisés parte de la cultura egipcia y de un nivel muy elevado en ella, atemperado por cuarenta años de vida pastoril. Los conceptos astronómicos que constituían su acervo eran los del sacerdocio egipcio. La astronomía de aquella nación tenía como instrumentos el gnomon (los obeliscos) y construcciones arquitectónicas que permitían, mediante orificios, observaciones más finas que la de la posición del sol mediante la sombra que arrojaban, como ser la aparición helíaca de un astro (por ejemplo la primera observación visible de Sirio en el crepúsculo).

“Nada de eso se encuentra en Israel, salvo la referencia al reloj de Acaz (2 Reyes 20:11). Era un calendario agrícola el indicado por Dios para ellos. La agricultura tiene un ciclo anual regido por el sol. La maduración de la cebada que les permitiría asegurar la ofrenda del omer catorce días después determinaba en forma sencilla y práctica la iniciación del año. Incluso, esa misma práctica y sencillez que hace concluir a muchos que el pueblo hebreo carecía del conocimiento de las ciencias, supera hasta un grado de sincronización del período anual en largos períodos de tiempo maravillosamente exacto.

“Aún la iniciación del año era diferente de la que regía en Egipto y en los pueblos que ocupaban el territorio conquistado, estos últimos relacionados con la civilización caldea. Esto fue probablemente indicado por Dios como una manera de diferenciarlos y preservarlos de influencias idolátricas. En el momento de considerar la determinación de fechas producidas por calendarios ajenos al indicado por Dios y la contaminación pecaminosa a la cual tuvo una tendencia manifiesta el pueblo israelita, ya sea en el período comprendido entre la esclavitud en Egipto y el cautiverio en Babilonia, y aún en e inmediatamente después de este cautiverio, debemos tener en cuenta que no es mucho el progreso en el conocimiento astronómico. Aquí nos encontramos, además de con Moisés, con Daniel en la cima de su cultura contemporánea.

“La novedad caldea astronómica después de Nabonasar es simplemente el astrolabio. La capacidad de predecir eclipses a que llegaron puede ser fácilmente entendible si se considera que los eclipses de luna ocurren en series que vuelven a repetirse. El interés astrológico adquiría cierta solidez en esa capacidad. Una acumulación de datos en período suficiente les permitía saber que, después de un eclipse, cada seis lunaciones, volvía a producirse un eclipse en cuatro o cinco oportunidades.

“Y aquí aparece un elemento cultural que provoca diferencia de opiniones: los conocimientos astronómicos con que se manejaban en la época bíblica que nos interesa a los fines proféticos, son totalmente ajenos a los que se iniciaron por los griegos y crecieron en el correr de los siglos hasta alcanzar la información sobre el movimiento de los astros que poseemos hoy. Recién con ellos apareció el conocimiento de la Geometría y de la Trigonometría que permitieron afinar los cálculos de una manera adecuada.

“El descubrimiento de que 235 lunaciones difieren aproximadamente en una hora y media de 19 años julianos se le reconoce a Metón, astrónomo griego del siglo V a.C… Es de esa época el conocimiento de que las lunaciones se repiten en el mismo día del año con un adelanto de aproximadamente una hora y media respecto al ciclo anterior. La determinación de fechas durante aquel período queda supeditada a la documentación arqueológica a la cual se tenga acceso y su posible sincronización con eventos históricos coincidentes con el resultado de cálculos astronómicos dirigidos hacia el pasado” (mensaje personal enviado por internet).

El cambio rabínico introducido en el siglo IV d.C.

A partir del siglo IV d.C., los rabinos judíos comenzaron a fijar la fecha del comienzo de sus años lunares por su acercamiento al equinoccio de invierno que, en el hemisferio norte, corresponde más o menos al 21 de marzo cuando el sol pasa por el ecuador del sur hacia el norte, cambiando la estación del invierno por la de primavera, y la noche y el día tienen el mismo tiempo de duración. En lugar de regirse por la cosecha, los judíos de entonces decidieron iniciar el primer mes del año por el cambio de luna más cercano al equinoccio vernal o de primavera (el que marcaba la terminación del invierno y el comienzo de la primavera). De esta forma, cuando el cambio de luna se daba antes del equinoccio, la fiesta de las primicias poco más de medio mes más tarde caía también antes de la maduración adecuada de la cebada. Esto hacía que, a partir de entonces, terminasen a menudo celebrando la fiesta de las Primicias muy temprano, cuando la cosecha no había madurado suficientemente, y el resto de las demás fiestas de cosecha quedaba igualmente descolocado.

Al querer fijar así su calendario por el sol y no por el cambio de luna que estuviese más cerca de la maduración de la cebada, los rabinos medievales cambiaron el método bíblico de computación y se encontraron muchas veces comenzando el año demasiado temprano. Mientras que la ley divina determinaba que la estación de la cebada debía preceder a la celebración de las “primicias”, los rabinos judíos de Jerusalén a partir del siglo IV d.C. terminaron celebrando a menudo la estación de la cebada antes que ésta aparezca.

Por tal razón, una secta del judaísmo conocida como Caraítas, decidió rechazar el Talmud (interpretación rabínica de la Mishnah y de la Biblia posterior al siglo III d.C.), así como al método de computación de los rabinos medievales, y adoptar el que les pareció más concorde con el que indica la Biblia. El problema para muchos de estos judíos de la dispersión se dio con el hecho de que la cosecha y la visibilidad de la luna no se daban al mismo tiempo que en Jerusalén. Por lo cual, con el tiempo, fueron igualmente abandonando su enfoque bíblico y terminaron por adoptar el sistema rabínico que, a menudo, por comenzar mal, terminaba desajustando todo el resto de las fiestas judías en relación con las diferentes cosechas del año.

Los milleritas se enteraron de esta confrontación judía, porque un converso rabino judío expuso el problema en abril de 1840, en el American Bible Repository. Esto llevó a los milleritas a no hacer caso de la celebración judía determinada por los rabinos, ni a lo que muchos caraítas de la dispersión estaban haciendo también al ajustar sus calendarios al rabínico de Jerusalén, por vivir lejos de Palestina y resultarles más complicado estar averiguando siempre si la cosecha había madurado ya lo suficiente como para saber si intercalar o no un mes bisiesto el año en consideración. Al enterarse de esto, los milleritas decidieron regirse por el método más simple determinado por Dios en la Biblia. Decidieron basarse en testimonios de viajeros que provinieron de Palestina sobre el estado de la cosecha al comenzar la primavera de 1844, lo que los llevó a concluir que en ese año debían intercalar un mes bisiesto. Astronómica e históricamente, se puede probar hoy que estuvieron en lo correcto.

Los datos con los que contamos hoy de los judíos de Elefantina, contemporáneo de Esdras y Nehemías, más los de Babilonia desde el siglo VII a.C. hasta los días de Cristo, no dan evidencias de comenzar el primer mes del año religioso antes del equinoccio vernal (o de primavera). El 1 de Abib o Nisán, fecha en que debían iniciar el calendario de primavera y de cosecha, cayó siempre después del equinoccio, es decir, en principio después del 21 o 22 de marzo (dependiendo del año), según las referencias que consignaron en sus documentos. Esto es importante porque, de acuerdo a los datos astronómicos, si en 1844 no se intercalaba un mes bisiesto, la celebración iba a caer un día antes de ese equinoccio. Esta es una prueba adicional de que los milleritas estuvieron en lo correcto cuando decidieron no hacer caso a la computación rabínica de entonces, y agregar un mes adicional que los llevó a determinar que en 1844, el Día de la Expiación correspondió al 22 de octubre en los Estados Unidos.

De acuerdo a lo que ya consideramos sobre el año 457 a.C. y las referencias históricas dejadas por Esdras y escaneadas por las computadoras astronómicas actuales, en ese año se debió agregar un mes intercalario, y el Día de la Expiación debió caer, por consiguiente, en ese año también en octubre. Esto encuentra una confirmación también en el calendario babilónico y en el que consignaron los judíos de Elefantina, con un mes agregado en años que se corresponden astronómicamente con el año 457 a.C.

Al aplicar el principio introducido por Metón en relación con los movimientos de la luna y su relación con la tierra (cada 19 años vuelve aproximadamente a su posición original), descubrimos que se corresponde también con el año 31 d.C. Ese es el único año que para entonces, con un mes intercalario adicional, permitía astronómicamente que el jueves cayese en el 14 de Nisán (la Pascua), y el viernes 15 (primer día de los Panes Ázimos) en viernes, de acuerdo al testimonio de los evangelios. Y aunque el año 1844 no entra dentro del mismo ciclo de años metónicos, astronómicamente se corresponde con los años que requerían agregar también un mes bisiesto.

Todos estos datos históricos, bíblicos y astronómicos, nos permiten ver que el período de 70 años y de los 2300 días se corresponde en tiempos completos hasta en los años que requerían un mes bisiesto. El cuadro traducido a nuestro calendario romano es Octubre (457 a.C.) – Abril (31 d.C.) – Octubre (1844 d.C.).

La confirmación celestial

Teniendo en cuenta un mes bisiesto para el año 1844, el Día de la Expiación debía caer el 23 de octubre en Jerusalén. ¿Por qué eligieron los milleritas, entonces, el 22 de octubre de 1844 como el día que correspondía al de la Expiación en ese año? ¿Observaron mal el cambio de luna? ¡No, en absoluto! Ellos sacaron la cuenta de la diferencia de horas entre Jerusalén y Boston, y dedujeron que mientras en Jerusalén el Día de la Expiación debía caer el 23 de octubre, en Boston iban a estar todavía en el 22 de octubre. Por esa razón, muchos esperaron la venida del Señor hasta la media noche.

Hiram Edson, uno de los milleritas que esperaron hasta pasada la media noche la venida del Señor, pasó junto con otro grupo de creyentes toda la noche, llorando desconsolados, aún más afligidos que si hubiesen perdido un ser querido, según testificaron luego. Al amanecer sintió que “debía haber luz y ayuda” para su angustia, e invitó a algunos hermanos a ir al granero para orar por esa luz. “Continuamos en sincera oración hasta que el testimonio del Espíritu fue dado diciéndonos que nuestras oraciones eran aceptadas, y que se nos daría luz, se explicaría nuestro chasco, haciéndolo claro y satisfactorio”.

Después del desayuno, Hiram Edson invitó a los que habían ido a orar con él al granero, a salir para alentar a otros con esa confirmación del Espíritu que habían tenido. “Mientras pasábamos por un extenso campo, fui detenido por el medio del campo. El cielo pareció abrirse ante mi vista, y vi distinta y claramente que en lugar de que nuestro Sumo Sacerdote saliese del lugar santísimo del santuario celestial a esta tierra en el día diez del séptimo mes, al final de los 2300 días, El, por la primera vez, entró en ese día en el segundo apartamento de ese santuario, y que tenía una obra que llevar a cabo en el lugar santísimo antes de volver a la tierra;  que El vino a la boda, o en otras palabras, al Anciano de Días, para recibir un reino, dominio y gloria;  y que nosotros debíamos esperar su regreso de la boda” (P. A. Gordon, The Sanctuary, 1844, and the Pioneers (Washington, DC, Review and Herald, 1983), pp. 24, 25.

Nuestro hermano de Oliveira concluye de la siguiente manera. “¿En qué momento tuvo Hiram Edson esa experiencia, en la mañana del 23 de octubre? ¿Entendió esta verdad en el mismo momento en que Jesús entró en el segundo apartamento del santuario celestial? No lo sabemos con precisión. Pero lo que podemos decir es que a las 7 de la mañana, en Port Gibson, donde Edson vivía o a las 8 de la mañana en Boston, el centro del adventismo, debía ser equivalente a las 3 de la tarde, la hora del sacrificio vespertino en Jerusalén, y que las 10 u 11 de la mañana de Boston sería equivalente a la puesta del sol en Jerusalén.

“La experiencia de Hiram Edson sincronizaba con la hora del sacrificio de la tarde el 10 de Tishri = 22/23 de octubre en Jerusalén. Su experiencia fue similar a la que tuvieron Jesús y Esteban en el comienzo, mitad y fin de la septuagésima semana” (De Oliveira, p. 104). El cumplimiento tanto de la profecía de las 70 semanas como de la profecía de los 2300 días-años tuvieron confirmación celestial en la tierra.

En el otoño del año 27, “tan pronto como Jesús fue bautizado, subió del agua. En ese momento, el cielo se abrió, y Jesús vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y una voz del cielo dijo: ‘Este es mi Hijo amado, en quien me complazco’” (Mateo 3:16-17).

En la primavera del año 31, Jesús vio a su Padre que ocultó de él el rostro mientras pendía de la cruz y exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). Luego de dar un fuerte grito de victoria dirigiéndose a su Padre, diciendo “consumado es”, expiró y “el velo del templo se rasgó en dos, desde arriba hacia abajo. La tierra tembló, y las rocas se partieron. Se abrieron los sepulcros de muchos santos que habían muerto, y volvieron a la vida después que Jesús resucitó. Y salidos de los sepulcros fueron a la ciudad santa, y aparecieron a muchos” (Mateo 27:48-53).

En la mañana del 23 de octubre hora de Boston, Hiram Edson recibió la confirmación del Espíritu que le traería la aclaración del chasco que habían sufrido. Tuvo una visión del santuario celestial con la puerta abierta al lugar santísimo en torno a la hora en que, en Jerusalén, terminaba el Día de la Expiación con el sacrificio de la tarde (Levítico 16:24; Números 29:11). De una manera equivalente, Esteban tuvo una visión de Cristo en el santuario celestial al concluir la profecía de las 70 semanas.

En el año 34 Esteban, luego de dirigir su último llamamiento a la nación judía como en el estilo en que lo habían hecho los profetas en lo pasado, fue apedreado sellando así la nación judía su rechazo al evangelio y abriendo la puerta a la proclamación del evangelio a los gentiles. Antes de morir “Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la diestra de Dios. Y dijo: ‘Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios’” (Hechos 7:55-57). Al morir apedreado se expresó como Jesús al ser crucificado diciendo: “¡Señor, no les atribuyas este pecado!” (Hechos 7:60).

Poco después Felipe es llevado por el Espíritu para bautizar a un etíope (Hechos 8), Saulo de Tarso tiene una visión semejante a la de Esteban y es llamado como apóstol a los gentiles (Hechos 8), y Pedro tiene la visión de los alimentos inmundos a los que Dios limpió, en referencia a la aceptación de los gentiles en su reino (Hechos 10-11). Habían concluido las 70 semanas que Dios había “cortado para” el pueblo judío, y el movimiento del evangelio se desplazaba de Jerusalén y Judea hacia Samaria, hacia Grecia, hacia Roma y finalmente, “hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Era la confirmación del “poder” del “Espíritu Santo” que debían esperar para cumplir con el plan trazado por Dios y anticipado cronológicamente por la profecía.

En el otoño de 1844, más precisamente en la mañana del 23 de octubre, cuando debía concluir el Día de la Expiación correspondiente en Jerusalén en ese año, Hiram Edson recibió el testimonio del Espíritu y vio, en forma clara y nítida, abrirse el cielo y el cambio de ministerio que debía llevarse allí del lugar santo al lugar santísimo para concluir la obra de intercesión celestial en el juicio final (Daniel 7:9-10, 13-14; 8:14). Una visión semejante la proyectó el apóstol Juan para la séptima trompeta en los siguientes términos, sugiriendo de antemano que la atención de la gente sería dirigida desde entonces hacia el lugar santísimo del templo celestial. “Entonces fue abierto el templo de Dios en el cielo, y quedó a la vista el Arca de su Pacto en su templo” (Apocalipsis 11:19). Dos meses más tarde E. de White recibe su primera visión y ve al pueblo adventista dirigiéndose hacia la ciudad de Dios.

La entronización de Jesús en el santuario celestial en el año 31 d.C., en ocasión del Pentecostés, fue confirmada en la tierra mediante el don de lenguas que Dios dio a los apóstoles para capacitarlos para predicar el evangelio (Hechos 2). Ese era el don que más necesitaba la naciente iglesia cristiana para poder llegar al mundo conocido de aquel entonces con el cometido evangélico. Con el llamado al don profético que Dios extendió a Elena de White ese mismo año de 1844, se dio la confirmación celestial de que Jesús había pasado al lugar santísimo del templo celestial, y que había ido allí para concluir su obra de intercesión en el juicio previo a su venida. Ese juicio tenía como propósito coronarlo Rey de la Nueva Jerusalén, y determinar quiénes serían admitidos en su reino y en su Santa Ciudad. El don de profecía prometido al remanente final en Apocalipsis 12:17 (cf. Apocalipsis 19:10), era el don que más necesitaba el naciente último remanente para ir a todo el mundo y preparar un pueblo que estuviese en pie para la venida del Hijo del Hombre.

Qué grados de estudios se requieren para estudiar estos temas

El presidente venezolano Chávez, en sus conflictos con la Iglesia Católica, respondió a los sacerdotes católicos en determinada ocasión que ellos—los sacerdotes—no tenían el monopolio de la Biblia. Esto lo afirmó como réplica a la acusación que un sacerdote estaba haciéndole de manchar la Palabra de Dios al citarla, siendo indigno de ello. El trasfondo de la declaración del sacerdote era el de la Iglesia Católica que tiene un Magisterio que se considera infalible, y puede desautorizar o autorizar cualquier interpretación de la Biblia. Tal criterio está en pugna con la clara declaración del apóstol Pedro quien dijo que “ninguna profecía de la Escritura vino por una interpretación privada”, ni “por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:19-21). Tal concepto está en pugna con el principio bíblico confirmado por el Hijo de Dios de que la Biblia debe ser su propio intérprete (Mateo 4:6-7), y que aún los más simples pueden, siguiendo ese principio bajo la dirección del Espíritu de Dios, asombrar aún a los que pretenden ser más sabios (1 Corintios 1:25-29).

Con criterios a veces prestados por la Iglesia Católica, otros por la adoración a los títulos que se dan en los centros educativos nuestros al igual que en los del mundo, algunos doctores en teología se han erigido en una especie de norma absoluta de lo que es verdad y no lo es. Cierto doctor en teología de Andrews University le dijo a una ancianita que vive cerca de la sede de la cadena Three Angeles Broadcasting Network (3ABN), y da sus servicios a esa entidad laica, que los doctores en teología ocupan el primer lugar, luego vienen los pastores que se instruyen con ellos y, finalmente, en tercer y más bajo lugar, los hermanos laicos como esa ancianita y los que trabajan en 3ABN que lo ignoraban en sus intentos de aparecer en algún programa de ese canal dirigido por laicos adventistas.

Debe reconocerse que se requiere hoy cierta capacitación especial para poder responder con conocimiento de causa muchas cosas relacionadas con la fe. Esto es más cierto aún en algunos temas que requieren conocimientos no solamente bíblicos y teológicos, sino también históricos, matemáticos y astronómicos, como lo es más definidamente el tema que estamos considerando. Pero la posibilidad de obtener ese conocimiento no está restringido a los que obtienen cartulinas blancas con la mención de doctor. En otras palabras, los doctores no tienen tampoco el monopolio de la Palabra de Dios. Ellos también deben ajustarse al principio bíblico de dejar que la Biblia se interprete a sí misma. Y ellos también se equivocan —digámoslo mejor, tienen el derecho de equivocarse— como cualquier otro, ya que como me dijo cierta vez mi director de tesis en la Universidad de Estrasburgo, nadie nació sabiendo.

Es un laico ahora, brasileño, a quien Dios le dio la locura o pasión de estudiar ese tema (en el sentido de 1 Corintios 1:18, 22-23), y lo que ha escrito requiere el mismo respeto que lo que escribieron tantos otros antes de él y a quienes critica. Su mérito no está en ser un laico, como tampoco en otros el ser doctor, sino en que su pasión lo llevó a hacer un estudio serio de todos los temas básicos y tan diversos involucrados en la cronología de las 70 semanas y los 2300 días anuales. Yo, doctor en teología, puedo decir que ninguno me enseñó tanto sobre ese tema, y me permitió entender en forma tan definida varios aspectos en discusión al respecto, como ese hermano industrial luso-americano. Aunque mucho de lo que expresé aquí tiene que ver con una investigación y propuesta personal mía, un buen número de los argumentos los tomé de él en su evaluación de los análisis de los teólogos adventistas del siglo XX sobre ese tema.

Este hecho me alegra grandemente, porque en la contienda final, Dios se valdrá mucho más de instrumentos humildes que se dejen enseñar por él que por eminencias que han estudiado en grandes centros del saber. No se trata de un culto a la ignorancia, tan perjudicial como el culto a la sapiencia, sino de un reconocimiento al esfuerzo bereano de alguien que tuvo motivación divina para interesarse en conocer a fondo un tema que toca a su fe, y sin buscar codearse con los grandes del saber aún de su propia iglesia.

Si es que un título de doctor Honoris Causa debe darse a alguien, ese título le corresponde al hermano Juárez Rodrígues de Oliveira más que a una buena cantidad de gente a la que se lo han dado. Se trata de alguien que no se transformó en un recalcitrante disidente radical como muchos movimientos que sin fundamentación buscan justificar su misión destruyendo las bases de la fe adventista y su organización. Alguien a quien nadie le pidió que hiciese tal investigación, y se preocupase en hacerla a fondo sin esperar recibir una recompensa personal. Alguien que tuvo el valor suficiente de no venerar “sabios” o doctores a tal punto de no atreverse a mostrarles a un buen número de ellos cuán equivocados estaban. Sólo ante gente así, con tal pasión y honestidad intelectual que no es muy común en los círculos teológicos científicos (según me lo confirmó en mi defensa doctoral uno de los profesores de Estrasburgo que formó parte del jurado), me sacaré el sombrero y con todo placer.

Juárez Rodrígues de Oliveira, un industrial y traductor oficial del inglés al portugués, trabajó también para compañías de hierro y acero. Tal vez tal oficio lo volvió tan acérrimo como esos metales en su tenacidad para obtener conocimiento sobre el tema de su pasión, así como en la defensa de sus convicciones y martilleo de la posición contraria de doctores, teólogos e historiadores que se aventuraron antes que él en ese tema. En su crítica a los teólogos adventistas de la segunda mitad del siglo XX, de Oliveira no parece haber perdonado, en efecto, ningún detalle que estuviese en contradicción con sus propios descubrimientos acerca de cómo creyeron los pioneros milleritas y adventistas, ni con sus descubrimientos astronómicos. Aunque ese estilo apologético y polémico de abordar un estudio sesudo no parezca cristiano para algunos, suele ser académicamente aceptable y común especialmente entre judíos. A su vez, ayuda a entender mejor algunos aspectos algo más difíciles.

Tal vez por una razón semejante declaró la pluma inspirada en relación con la gran confrontación final entre la verdad y el error, que “hay una belleza y una fuerza en la verdad que nada puede hacer tan evidente como la oposición y la persecución” (Eventos de los últimos días, p. 144). Nadie que no sea dominado por una pasión tan grande por la verdad que Dios nos dio para estos últimos días, podrá gozar de esa belleza y de esa fuerza en medio de la crisis final en la que pronto entraremos en pleno.

“Entre los habitantes de la tierra hay, dispersos en todo país, quienes no han doblado la rodilla ante Baal. Como las estrellas del cielo, que sólo se ven de noche, estos fieles brillarán cuando las tinieblas cubran la tierra y densa oscuridad los pueblos. En la pagana África, en las tierras católicas de Europa y Sudamérica, en la China, en la India, en las islas del mar y en todos los rincones oscuros de la tierra, Dios tiene en reserva un firmamento de escogidos que brillarán en medio de las tinieblas para demostrar claramente a un mundo apóstata el poder transformador que tiene la obediencia a su ley… Y en la hora de la más profunda apostasía, cuando se esté realizando el supremo esfuerzo de Satanás para que ‘todos…’ reciban… la señal de lealtad a un falso día de reposo, estos fieles, ‘irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin culpa’, resplandecerán como ‘luminares en el mundo’ (Filipenses 2:15). Cuanto más oscura sea la noche mayor será el esplendor con que brillarán” (El evangelismo, p. 512; véase Isaías 60:1-2).

Dr. Alberto R. Treiyer

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