El Remanente de Apocalipsis 12:17

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Como el lenguaje y los símbolos del Apocalipsis han sido tomados en gran parte del AT (ver p. 742; cf. com. Isa. 47: 1; Jer. 25: 12; 50: 1; Eze. 26: 13; Nota Adicional de Apoc. 18), para entender correctamente la palabra «resto», usada en Apoc. 12: 17, necesitamos considerar sus equivalentes hebreos dentro del contexto de su uso en el AT.

Las tres palabras hebreas más comunes en el AT para expresar la idea de remanente», son:

(1) peletah (o palet, palit), «lo que escapa», «aquellos que escapan»; de palat, «escapar», «librar»;

(2) she’erith (o she’ar) «el resto», «lo que queda», «restante», «remanente», y su verbo afín sha’ar, «dejar sobras», «quedar de sobra», «quedar»;

(3) yether, «lo que queda», «restante», «remanente», de yathar, «dejar de sobra», «quedar de sobra». Los ejemplos del uso de estas palabras con referencia al pueblo escogido de Dios, pueden ser clasificados de la siguiente manera:

1. Se habla de los miembros de la familia de Jacob que fueron protegidos en Egipto bajo el cuidado de José, como una «posteridad» en la tierra, literalmente un «resto» o «remanente» (she’erith; Gén. 45: 7). Se da énfasis al hecho de la protección. Hasta donde sepamos, la familia entera sobrevivió.

2. En medio de la apostasía general, Elías protestó: «sólo yo he quedado [yathar] profeta de Jehová» (1 Rey 18: 22); pero Dios declaró: «Y yo haré que queden [sha’ar] en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal» (1 Rey 19: 14, 18; cf. Rom. 11: 4-5).

3. Un pequeño «remanente» (peletah) de las diez tribus «que ha quedado [sha’ar] de la mano de los reyes de Asiria» cuando se llevaron a la gran mayoría de la nación al cautiverio, «remanente» que había quedado en Palestina, (2 Crón. 30: 6). En el año 722 a. C. sólo Judá «quedó» [sha’ar] como nación (2 Rey. 17: 18). Por lo tanto, se convirtió en «remanente» (she’ar) de las doce tribus y único heredero de las promesas, privilegios y responsabilidades del pacto que originalmente habían pertenecido a las doce tribus (Isa. 10: 22; ver t. IV, pp. 28-34).

4. Años más tarde Senaquerib conquistó a todo Judá excepto a Jerusalén, la cual es llamada «residuo». Este «residuo [peletah] de la casa de Judá que hubiere escapado» [sha’ar] debía «echar raíz abajo», y daría «fruto arriba» y saldría como «remanente» (she’erith) del pueblo escogido de Dios, su instrumento escogido para la salvación del mundo (2 Rey 19: 4, 30-31; Isa. 37: 4, 31-32; cf. Isa. 4:2; 10:20). Dios también se proponía «recobrar» el «remanente» (she’ar) de los israelitas y judíos que habían sido llevados cautivos a Asiria, y su propósito era preparar un «camino para el remanente [she’ar] de su pueblo» como lo había hecho antes cuando sus antepasados salieron de Egipto (Isa. 11: 11-12,16).

5. Cuando el «rey de Babilonia» invadió a Palestina un siglo más tarde, él también dejo [yether; sha’ar en 2 Rey. 25: 22; cf. cap. 24: 1] un «remanente» [peletah; she’ar en 2 Rey. 25: 22] (Eze. 14: 22; cf. ser. 40: 11; 42: 2), que escaparía (palat) es decir, que sobreviviría a la espada, la pestilencia y el hambre que acompañaron al sitio de Jerusalén (Eze. 7: 16). Pero Jeremías previno que aun una parte de ese «resto» (yether; cap. 39: 9) o «el resto [sha’ar] de Jerusalén», que Dios deseaba que quedara [sha’ar] en esa tierra, «serían más tarde llevados a todos los reinos de la tierra» (cap. 24: 8-9). La mayor parte de este «resto» huyó a Egipto, pero Jeremías previno que «del resto [she’erit] de los de Judá que entraron en la tierra de Egipto para habitar allí, no habrá quien escape [palit] ni quien quede vivo para volver a la tierra de Judá» (cap. 44:14).

6. El Señor prometió dejar «un resto» [yathar] de los que fueron llevados cautivos por Nabucodonosor, que escaparían «de la espada» y se acordarían de Dios en la tierra de su cautiverio (Eze. 6: 8-9). Un «remanente» (she’erith) de los que estaban cautivos (Jer. 23: 3; cf cap. 31: 7) finalmente escaparía (palat) «de la tierra de Babilonia» (cap. 50: 28). Nehemías habla de los repatriados, como de «judíos que habían escapado [peletah]»el remanente, [peletah] los que quedaron [sha’ar] de la cautividad» (cap. 1: 2-3). A este «remanente» (she’erith) Dios encomendó todas las responsabilidades y promesas del pacto (Zac. 8: 12; cf. t. IV, pp. 32-34), pero les advirtió que si quebrantaban de nuevo los mandamientos de Dios, él los consumiría hasta que no «quedara remanente [she’erith] ni quien» escapara [peletah] (Esd. 9: 14).

7. Aparecen muchas referencias al «remanente» (o «resto») dentro de un contexto que claramente anticipa el reino mesiánico (Isa. 4: 2-3; 11: 11, 16; cf. cap. 11: 1-9; Jer. 23: 3; cf. cap. 23: 4-6; Miq. 4: 7; cf. cap. 4: 1-8; 5: 7-8; cf. cap. 5: 2-15; Sof. 3: 13).

Una descripción del «remanente» basada en estos y en otros pasajes del AT, identifica al mencionado grupo como compuesto de israelitas que sobrevivieron a calamidades como guerra, cautiverio, pestilencia y hambre, pero que fueron salvados por misericordia para seguir siendo el pueblo escogido de Dios (Gén. 45:7; Esd. 9: 13; Eze. 7: 16).

Este «resto» o «remanente» a menudo era lo que había «quedado [sha’ar] unos pocos» de muchos (Jer. 42: 2; cf. Isa. 10: 22). Cuando se acordaron del Dios verdadero y se volvieron a él (2 Crón. 30:6; Isa. 10:20; Eze. 6: 8-9), renunciaron a la autoridad de los falsos sistemas de religión (1 Rey 19:18) y dejaron de cometer iniquidad (Sof. 3: 13). Por su lealtad a los mandamientos de Dios (Esd. 9:14), fueron llamados santos y «registrados entre los vivientes» de Jerusalén (Isa. 4: 3). Al aceptar de nuevo los privilegios y las responsabilidades del pacto eterno de Dios, echaron «raíces abajo» y dieron «fruto arriba», y declararon la gloria divina entre los gentiles (2 Rey 19: 30-31; Isa. 37: 31-32; 66:19).

Por lo tanto, el «remanente» de los tiempos del AT está compuesto de generaciones sucesivas de israelitas: el pueblo escogido de Dios. Vez tras vez la mayoría apostató, pero siempre quedaba un «remanente» fiel que llegó a ser heredero exclusivo de las sagradas promesas, responsabilidades y privilegios del pacto originalmente hecho con Abrahán y confirmado en el Sinaí. Este «remanente» fue el grupo formalmente designado al cual Dios se proponía enviar el Mesías y a través del cual deseaba evangelizar a los paganos. No consistía de individuos esparcidos, no importa cuán fieles fueran, sino que era una entidad colectiva, la organización visible de Dios, divinamente comisionada en la tierra. Debe también notarse que los varios términos hebreos que se traducen «remanente» (o «resto») no dan la idea de final o de lo último de algo o de un grupo humano, excepto en el sentido de que los que «quedan» son transitoriamente, en su generación, el último eslabón del linaje escogido. Desde los días de Abrahán siempre ha habido un «remanente» conforme a la «gracia» de Dios (cf. Rom. 11: 15).

Dios advirtió a los que regresaron del cautiverio babilónico, que no habría «remanente ni quien» escapara si de nuevo le eran desleales (Esd. 9: 14; cf Deut. 19: 20). Por eso, cuando los judíos rechazaron al Mesías y renunciaron a su participación en el pacto (DTG 686), el «reino de Dios» les fue quitado a los judíos como pueblo y «dado a gente que» produjera «los frutos de él» (Mat. 21: 43; cf. 1 Ped. 2: 9-10). Esto significó la cancelación permanente e irrevocable de su posición especial delante de Dios como nación y la transferencia de los privilegios, promesas y responsabilidades de la reacción del pacto a la iglesia cristiana (ver t. IV, pp. 34-38).

En Rom. 9: 27 Pablo declara que «si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan sólo el remanente [hupóleimma] será salvo» (ver com. Rom. 9: 27). Aplica el término «remanente» de Isa. 10: 22 a los judíos de su tiempo que individualmente habían aceptado a Cristo como el Mesías; pero tenían derecho a este título como miembros de la iglesia cristiana y no como judíos. En Rom. 11: 5 habla de ellos como de «remanente [léimma] escogido por gracia». En los cap. 9 al 11 Pablo presenta a la iglesia cristiana como heredera de las promesas, los privilegios y las responsabilidades del pacto eterno. La iglesia es, pues, la sucesora del judaísmo, divinamente comisionada como depositaria de la voluntad revelada de Dios, como la representante colectiva de los propósitos divinos en la tierra y como el instructor escogido del Señor para la proclamación del Evangelio para la salvación de los hombres (ver t. IV, pp. 37-38).

Además de Rom. 9: 27; 11:5; Apoc. 12: 17, los términos que significan «remanente» o «resto» (Mat. 22: 6; Apoc. 11: 13; 19: 21, RVR: «otros» y «los demás»), no tienen mayor significado respecto al pueblo de Dios; sin embargo, en Apoc. 3: 2, la frase «que está para morir», deriva de loipós, la misma palabra que se traduce «resto» en el cap. 12: 17.

La iglesia experimentó la gran apostasía papal unos pocos siglos después de Cristo. Durante unos 1.200 años el poder papal suprimió y esparció total o parcialmente a los verdaderos representantes de Dios (ver Nota Adicional de Dan. 7; com. Dan. 7: 25; cf. Apoc. 12: 6). Pero por medio de la Reforma del siglo XVI (ver com. cap. 12: 15-16) Dios se propuso sacar un «remanente», esta vez de la Babilonia simbólica. Varios grupos protestantes sirvieron como precursores de la verdad, divinamente instituidos para restaurar punto por punto el glorioso Evangelio de salvación. Pero grupo tras grupo se satisfizo con su concepto parcial de verdad y no avanzaron a medida que aumentaba la luz de la Palabra de Dios. Cuando un grupo se negaba a avanzar más, Dios levantaba otro grupo como su instrumento escogido para la proclamación de la verdad.

Cuando finalmente terminaron los 1.260 años de la supremacía papal (ver com. cap. 12: 6, 14) y llegó el «tiempo del fin», el tiempo cuando el último mensaje del cielo (cap. 14: 6-12) debía ser proclamado al mundo (ver com. Dan. 7: 25; 11: 35), Dios levantó otro «resto» o «remanente»: el que se menciona en Apoc. 12: 17 (cf. vers. 14-17). Este es el «remanente» del dilatado y digno linaje del pueblo escogido de Dios, que ha sobrevivido a los fieros ataques del dragón durante el transcurso de la historia, y más específicamente a través de la oscuridad, la persecución y el error del «tiempo, y tiempos y la mitad de un tiempo», o sea los 1.260 «días» de los vers. 6 y 14. Es el último «remanente» de Dios porque es el heraldo designado para pregonar su última exhortación al mundo para que acepte el don gratuito de la salvación (cap. 14: 6-12).

Los adventistas del séptimo día han proclamado desde el comienzo y sin temor los tres mensajes del cap. 14: 6-12, como la última invitación de Dios a los pecadores para que acepten a Cristo. Han creído humildemente que su movimiento es el que aquí se designa «resto» o «remanente». Ningún otro grupo religioso está proclamando este mensaje múltiple, ni ningún otro cumple con las especificaciones presentadas en el cap. 12: 17. Por eso, ningún otro grupo tiene una base fundada en las Escrituras para sostener que es «el resto» mencionado en el vers. 17. Sin embargo, los adventistas rechazan enfática y claramente toda idea de que sólo 830 ellos son hijos de Dios y tienen derecho al cielo. Creen que todos los que adoran a Dios con completa sinceridad, es decir, en armonía con toda la voluntad revelada de Dios que ellos entienden, son miembros en potencia de este grupo final -«resto»- mencionado en el cap. 12: 17. Los adventistas creen que su solemne tarea y gozoso privilegio es presentar en forma clara y persuasiva las últimas, cruciales y decisivas verdades divinas para atraer a todos los hijos de Dios a ese grupo, que, según la profecía, se está preparando para el gran día del Señor. CBA, tomo 7


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