EL PAPEL DE MARÍA COMO MEDIADORA Y REDENTORA

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Otro intento católico significativo de elevar a María a una posición similar a la de Cristo puede verse en el esfuerzo de proclamar el dogma mariano final que tiene que ver con el papel de María como mediadora y redentora. Hasta el presente, la Iglesia Católica ha definido cuatro dogmas marianos importantes como verdades centrales: la maternidad de Dios (teotokos) proclamada en el Concilio de Éfeso, en 431, la perpetua virginidad de María proclamada en el Sínodo de Letrán en 649, la inmaculada concepción proclamada por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854 y la asunción corporal al cielo proclamada por el papa Pío XII el 1° de noviembre de 1950.

Muchos católicos creen que ahora es tiempo, durante el clímax de la “Era de María” designada universalmente, de proclamar y definir el quinto dogma final de María, es decir, la mediación universal de María como corredentora, mediadora de toda la gracia, y abogada del pueblo de Dios.

Un movimiento laico internacional, encabezado por Vox Populi Mariae Mediatrici (La voz del pueblo por María mediadora) ya ha reunido más de 7 millones de peticiones manuscritas en más de 155 países. Las peticiones son enviadas a la Congregación de la Doctrina de la Fe a razón de más de 100.000 por mes. Estos católicos, que están instando al Papa a promulgar este dogma, no puede decirse que sean una franja fanática, puesto que incluyen a 43 cardenales y más de 550 obispos.

Vox Populi cree que el dogma mariano de corredentora, mediadora y abogada respondería las preguntas: ¿Qué está haciendo María en el cielo, en cuerpo y alma? Si es reina del cielo, ¿cómo gobierna a sus súbditos? Para responder estas preguntas, le están pidiendo al Papa que confeccione una declaración infalible de que “la Virgen María es corredentora con Jesús y coopera plenamente con su Hijo en la redención de la humanidad”.70 Si esto llegara a lograrse, María sería una figura muchísimo más poderosa, algo así como el cuarto miembro de la Santísima Trinidad y el rostro femenino primordial a través del que los cristianos experimentan lo divino.

Aún no se sabe con seguridad si el papa Benedicto XVI promulgará este dogma mariano final, pero el hecho es que hay un creciente apoyo para coronar a María con el título dogmático de corredentora, mediadora y abogada.

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María como mediadora de todas las gracias

Según las enseñanzas católicas, “aunque Cristo es el único mediador entre Dios y el hombre (1 Tim. 2:5), puesto que solo él por su muerte en la cruz reconcilió plenamente a la raza humana con Dios, esto no excluye un papel mediador secundario, subordinado a Cristo”.71

María fue llamada “mediadora” en la bula Ineffabilis de 1854 del papa Pío XII, el mismo documento que proclamó la inmaculada concepción de María. Las autoridades católicas consideran que el término significa dos cosas: “(1) María es la mediadora de todas las gracias por su cooperación en la encarnación; y (2) María es la mediadora de todas las gracias por su intercesión en el cielo”.72

En su encíclica Magnae Dei Matrix (Gran Madre de Dios) promulgada el 8 de septiembre de 1892, el papa León XIII declara: “Absolutamente nada de ese inmenso tesoro de todas las gracias, que el Señor nos trajo… nos es concedido que no sea a través de María, de modo que, así como nadie puede ir al Padre en lo alto excepto a través del Hijo, así casi de la misma manera, nadie puede ir a Cristo excepto a través de su Madre”.73

La afirmación de que nadie puede ir a Cristo excepto a través de María se contradice claramente con las palabras de Jesús: “Nadie puede venir a mí, a menos que se lo haya concedido el Padre [no María]” (Juan 6:65, NVI). “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat. 11:28). Las invitaciones de Cristo siempre son directas y personales. No admiten ningún intermediario. Él nos enseñó a acercarnos al Padre directamente como “Padre nuestro que estás en los cielos”, no como “Reina nuestra que estás en los cielos”. Interponer mediadores humanos entre Dios o Cristo y el creyente, significa malinterpretar la naturaleza de Dios, convirtiéndolo en un ser punitivo e inaccesible que infunde temor en vez de amor. Finalmente, terminamos adorando a los intercesores de creación humana, en vez de al Dios de la revelación divina.

María como corredentora con Cristo

Con el correr de los años el término corredentora ha llegado a denotar un papel más activo de María en la redención ofrecida por su Hijo y a través de él. En el capítulo final de la Constitución de la Iglesia, Lumen Gentium, dedicado a María, el Concilio Vaticano II declara, “sufriendo con su Hijo, el agonizante en la Cruz, Ella colaboró de manera totalmente especial a la obra del salvador, con obediencia, con la fe, la esperanza y la ardiente caridad, para restaurar la vida sobrenatural de las almas”.74

El texto del Concilio enfatiza enérgicamente el sufrimiento de María en la cruz con su Hijo. “Sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima”.75

Según el Vaticano II, el papel redentor de María que comenzó en esta tierra continúa en el cielo: “Con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna”. Por esta razón, “la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora”.76

El título de corredentora no aparece en los textos del Concilio. La “susceptibilidad ecuménica” indudablemente fue un factor primordial para eludirlo. Sin embargo, el concepto es transmitido varias veces en Lumen Gentium, que habla de María como “sirviendo bajo Él y con Él, por la gracia de Dios omnipotente, al misterio de la Redención” y “como cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia”. El documento además habla de “la unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación”.77

El uso de corredentora por parte de Juan Pablo II

La renuencia del Vaticano II a describir a María como corredentora fue superada por Juan Pablo II, que usa el término frecuentemente en sus declaraciones y discursos publicados. Si el tema de la corredención mariana ha recuperado respetabilidad después de una larga y “oscura noche” posconciliar, en gran medida es gracias a la enseñanza vigorosa y persistente del papa Juan Pablo II, un hombre que estaba totalmente dedicado a María. Al saludar a los enfermos después de la audiencia general del 8 de septiembre de

1982, el Papa dijo: “María, aunque concebida y nacida sin la contaminación

del pecado, participó de un modo maravilloso en los sufrimientos de su Hijo

divino, a fin de ser corredentora de la humanidad”.78

En una alocución en el altar de María en Guayaquil, Ecuador, Juan Pablo II dijo que “al aceptar y asistir al sacrificio de su hijo, María es el amanecer de la Redención… Crucificada espiritualmente con su Hijo crucificado (comparar con Gál. 2:20), ella contempló con amor heroico la muerte de su Dios, ella ‘llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima’… Como Ella estuvo de manera especialmente cercana a la cruz del Hijo, hubo de tener también una experiencia privilegiada de su resurrección. Efectivamente, el papel corredentor de María no cesó con la glorificación del Hijo”.79

Al conmemorar el sexto centenario de la canonización de Santa Brígida de Suecia el 6 de octubre de 1991, Juan Pablo dijo: “Brígida contempló a María como su modelo y sustento en los diferentes momentos de su vida.

Ella hablaba enérgicamente acerca del privilegio divino de la Inmaculada Concepción de María. Contemplaba su asombrosa misión como Madre del salvador. La invocaba como la Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de los Socorros y Corredentora, exaltando el papel singular de María en la historia de la salvación y la vida del pueblo cristiano”.80

En la Carta Apostólica Salvifici Doloris (11 de febrero de 1984), Juan Pablo II combina los intensos sufrimientos de María con los de Cristo, haciendo que ambos sean la base de nuestra redención: “En ella [María], los muchos e intensos sufrimientos se acumularon de un modo tan entrelazado, que no solo fueron la prueba de su fe inquebrantable sino además una contribución a la Redención de todos… Fue en el Calvario que el sufrimiento de María, además del sufrimiento de Jesús, alcanzaron una intensidad difícil de imaginar desde un punto de vista humano, pero que fue misteriosa y sobrenaturalmente fructífero para la Redención del mundo. Su ascensión al Calvario y su permanencia al pie de la cruz junto con el discípulo amado fueron una manera especial de participar de la muerte redentora de su Hijo”.81

Esta cita del Salvifici Doloris muestra cómo Juan Pablo II combina el sufrimiento de Cristo con el de María para hacerlo “fructífero para la Redención del mundo”. Se podrían citar muchas otras declaraciones de Juan Pablo II que expresan la misma creencia. Él contribuyó en gran medida a promover vigorosamente el papel corredentor de María. Creía firmemente que María participó activamente en la misión redentora de su Hijo. En su audiencia general del 22 de junio de 1994, Juan Pablo II declaró: “María cooperó con Cristo en su obra de redención, no solo al preparar a Jesús para su misión, sino además al unirse en su sacrificio por la salvación de todos”.82

María coopera en la redención de la humanidad

Los eruditos católicos están ansiosos por señalar que el papel redentor de María “debe ser concebido en el sentido de una ecuación de la eficiencia de María con la actividad redentora de Cristo, el único Redentor de la humanidad (1 Tim. 2:5)… [porque] ella misma requería redención y de hecho fue redimida por Cristo”.83 No obstante, los eruditos católicos sostienen que María participó en la redención de Cristo al compartir su sufrimiento. “En el poder de la gracia de la Redención ameritada por Cristo, María, al entrar espiritualmente en el sacrificio de su Hijo Divino por los hombres, hizo expiación por los pecados de los hombres, y ameritó la aplicación de la gracia redentora de Cristo. De este modo, ella coopera en la redención subjetiva de la raza humana”.84

Argumentos de la Escritura para decir que María es mediadora y corredentora

Las Escrituras no ofrecen ninguna evidencia para decir que María es mediadora y corredentora. Los apologistas católicos reconocen este hecho.

Ludwig Ott admite que “faltan pruebas bíblicas explícitas… Los teólogos buscan un fundamento bíblico en una mística interpretación de Juan 19:26”.85

El texto dice: “Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo”.

La interpretación mística católica considera que “mujer” significa que María es la madre de la humanidad. El Catecismo de la Iglesia Católica al comentar sobre este texto, dice: “Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende a todos los hombres a los que Él vino a salvar”.86 La implicación es que, al decirle “mujer” a María, Jesús reconoció que ella era la mediadora de la humanidad. Esta interpretación mística es tan descabellada, que solo debilita el argumento para la doctrina.

Solo sirve para mostrar que los eruditos católicos están buscando en vano algún sustento bíblico para una doctrina que tiene su origen solo en especulaciones

subjetivas.

El tema de la mediación entre Dios y el creyente es muy serio, porque solo por medio del Dios-hombre, Cristo Jesús, una persona es fundida en una relación salvífica con Dios. Cristo dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros” (Efe. 1:7-8; comparar con Col. 1:14). “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech. 4:12).

“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Tim. 2:5). El argumento católico de que “uno” en griego (monos) no significa solo uno (eis), porque hay otros intercesores humanos en la tierra (1 Tim. 2:1-2), ignora que el texto habla de intercesores celestiales para nuestra salvación, no de oraciones intercesoras humanas para el bienestar de reyes y gobernantes (1 Tim. 2:1-2). El hecho de que haya intercesores humanos en la tierra no implica que haya presencia de intercesores en el cielo además de Cristo.

La enseñanza católica acerca del papel mediador de María presenta un dilema inherente. Por un lado, admite que Cristo les ofrece a los creyentes toda la gracia de la salvación que necesitan. Pero por el otro, muchos documentos católicos exaltan el papel de María como la dadora de todas las gracias.

Este es un clásico ejemplo de ambigüedad. El papel de María es superfluo o la plena suficiencia de la mediación de Cristo es inadecuada. No se puede esperar que los católicos comunes que oran a María como su mediadora maternal pongan toda su confianza en Cristo como su único Redentor.

La única forma de salir de este dilema es que los católicos reconozcan la verdad bíblica fundamental de que Jesucristo es el único mediador en el cielo. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hech. 16:31).

Esta es una verdad bíblica sólida que el Vaticano continúa negando al exaltar a María como mediadora, corredentora, abogada y reina del cielo.

No caben dudas de que María, como la madre terrenal de Jesús, fue una mujer piadosa usada por Dios como un canal para traer al Redentor a este mundo. Pero el hecho de elevar a María a una posición semidivina en el cielo, que gobierna como reina del cielo, que sirve como corredentora y que otorga gracias, le atribuye a María las funciones y prerrogativas que legítimamente le pertenecen solo a Dios.

Dr. samuele Bacchiocchi

Bibliografía:

71. Ludwig Ott (nota 12), p. 211.

72. Ibíd., pp. 212-213.

73. Elliot Miller y Kenneth R. Sample (nota 48), p. 50.

74. Lumen Gentium 61-62.

75. Catecismo de la Iglesia Católica, 1994, http://www.mscperu.

org/catequesis/cat1.htm (note 11) # 964.

76. Ibíd., párrafo 969.

77. Lumen Gentium # 57

78. Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1982, t. 1, p. 404.

79. Ibíd., t. 1, p. 318-319.

80. Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 1991, t. 2, p. 756.

81. Salvifici Doloris #25.

82. L’Osservatore Romano, edición semanal en inglés, ( 22 de junio

de 1994), t. 1347, p. 11.

83. Ludwig Ott (nota 12), p. 212.

84. Ibíd., p. 213.

85. Ibíd., p. 214.

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