Atenas

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Atenas (gr. Athenai, “ciudad de Atenea [Minerva]”). La más ilustre de las ciudades de la antigua Grecia, y su capital actual. Recibió su nombre de la diosa Atenea, la patrona de la ciudad. De acuerdo con la tradición, se fundó en el s XVI a.C. Está ubicada a unos 6,5 km del mar, y un tiempo estuvo conectada con el puerto, El Pireo, mediante largos muros.

Durante los primeros siglos de su historia, la ciudad fue gobernada por reyes. Cuando éstos fueron depuestos, Atenas se convirtió en una oligarquí­a, el gobierno de la aristocracia. Desde ese tiempo sus principales autoridades fueron arcontes (magistrados). Dracón codificó las severas leyes de Atenas (c 621 a.C.), pero Solón, el 2do gobernante y un sabio legislador, las humanizó (c 594 a.C.). Atenas fue una democracia; es decir, la gobernaban sus ciudadanos (aunque éstos constituí­an una minorí­a de la población total). Durante el s VI a.C., y en particular el s V a.C., la ciudad fue el centro del arte y de la literatura griegos, fama que retuvo aun durante épocas de insignificancia polí­tica. Su perí­odo más glorioso comenzó con las guerras persas (s V a.C.), cuando condujo a los griegos en una serie de victorias sobre las fuerzas imperiales persas. La primera victoria en Maratón (490 a.C.) sobre Darí­o I demostró al mundo atónito que los ejércitos de las pequeñas ciudades-estados griegas eran vastamente superiores a los enormes ejércitos del Imperio Persa. Diez años más tarde, Jerjes, el sucesor de Darí­o, atacó Grecia. Ganó la batalla de las Termópilas, y quemó Atenas, que habí­a sido abandonada por sus habitantes, pero fue derrotado en la batalla naval de Salamina (480 a.C.) y en Platea y Micale (479 a.C.).

Más tarde Atenas fue la cabeza de la confederación griega, y bajo la hábil conducción de Pericles tuvo su edad de oro. La ciudad se levantó de las cenizas más hermosa que nunca antes. Sobre la Acrópolis, la abrupta colina central, se construyó el inmortal Partenón, la perla de todos los templos clásicos; también el encantador Erecteum y el magní­fico Propileo. Después de ese perí­odo, Atenas enfrentó a Esparta en una ruinosa lucha y perdió su supremací­a ante Tebas. En el 338 a.C., Felipe de Macedonia conquistó Atenas y Tebas en la batalla de Queronea. Desde entonces fue un peón de Macedonia, de Alejandro y de los sucesores de Alejandro. En el 146 a.C. los romanos organizaron Grecia como la provincia de Acaya.* Desde entonces, la ciudad estuvo bajo el dominio de Roma, pero gozó de considerable independencia local. Cuando Sulla la saqueó en el 86 a.C., experimentó sólo un corto perí­odo de retroceso, pues los romanos la embellecieron generosamente con edificios. Por causa de su fama como madre de la cultura occidental -que incluye el arte, la literatura, la arquitectura y la filosofí­a-, permaneció como una ciudad ilustre en los tiempos romanos, aunque no tuvo la importancia económica ni polí­tica de Corinto, la capital de la provincia. Fue especialmente famosa como asiento del saber, y su universidad era considerada como la mejor del mundo. Todas las principales escuelas filosóficas – platónica, estoica,* epicúrea* y peripatética- se desarrollaron en Atenas.

El apóstol Pablo la visitó en su 2do viaje misionero (Act 17:15-34), probablemente en el 51 d.C. Al tratar con la gente y hablarles en el ágora, encontró que los atenienses eran investigadores y religiosos (vs 21, 22). Esto último resultaba evidente, porque habí­a más de 3.000 estatuas -probablemente la mayorí­a de las cuales eran objeto de adoración-, y también numerosos templos y altares. Entre éstos habí­a uno dedicado “al Dios no conocido” (v 23). Hasta ahora no se ha hallado ningún altar con esa dedicatoria en las excavaciones hechas en Atenas, pero uno que se descubrió en Pérgamo lleva la inscripción dañada: “A los dioses desco[nocidos]”. Tales altares también fueron mencionados por escritores antiguos (como Pausanias), quienes dijeron que se los habí­a construido para evitar calamidades públicas que no se pudieran atribuir a dioses conocidos. Es posible que el altar que Pablo vio perteneciera a un culto mistérico.

 En Atenas también habí­a una comunidad judí­a que tení­a una sinagoga en la que Pablo predicó, de acuerdo con su costumbre de comenzar su trabajo por los judí­os en una ciudad nueva (v 17). Su conversación con los atenienses en el ágora abrió el camino para su discurso del Areópago* (vs 22-31). Aunque su éxito inmediato no fue grande, en Atenas dejó un grupo de cristianos, entre quienes habí­a un alto funcionario y una mujer de gran reputación (vs 32-34). Puede haber muy pocas dudas de que Pablo volvió a visitar Atenas durante su 3er viaje misionero (20:2, 3), aunque el hecho no está registrado especí­ficamente por Lucas.

Bib.: A. Deissmann, St. Paul [San Pablo] (Londres, 1912), pp 261-266; Pausanias, Descriptio Graeciae [Descripción de Grecia] I.1.4; O. Broneer, “Athens” [Atenas], BA 21 (1958):1-28.

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