Santiago, ¿«hermano» o «siervo» de Jesús?

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Santiago, ¿«hermano» o «siervo» de Jesús?

Aún es de madrugada, pero el sueño se me ha ido pensando otra vez en mi «hermano». Y aunque lo considero un privilegio, reconozco que llamarlo de esa forma no expresa la plenitud de lo que él fue realmen­te para mí. Por eso, prefiero llamarlo mi «glorioso Señor Jesucristo» (Santiago 2:1).
Aceptar esto, sin embargo, no me resultó nada fácil y, si lo piensas dete­nidamente, quizá tampoco lo habría sido para ti. Jesús era el hijo que José, mi padre, tuvo con María, su segunda esposa. Por lo tanto, además de ser mi hermanastro, también era menor que yo. Y aunque en la historia de mis ante­pasados hubo algunas excepciones, definitivamente, admitir la superioridad de un hermano menor nunca fue algo común ni cómodo en mi cultura, espe­cialmente para personas como yo.
Tal vez esta sea la causa de que, al principio, fuera tan áspero con él. Pero, si he de ser sincero, en realidad hubo algo más. Aunque a simple vista era como cualquier otro niño de Nazaret, los años que viví junto a Jesús me per­mitieron darme cuenta de lo contrario. Él era siempre tan servicial, tan noble y, en fin, tan diferente en muchos sentidos a mí y a mis hermanos que, al ver como esto hacía que se ganara los elogios de quienes nos rodeaban, nuestra actitud hacia él fue volviéndose cada vez más hostil.
Al principio intentamos «cambiarlo»; esperábamos que dejara de actuar de aquella manera tan «rara» y que se comportara como los demás niños de su edad. Pero he de confesar que, con el paso de los años, mi molestia y disgusto hacia él no solo fue creciendo, sino que también llegó a hacerse evidente a tra­vés de burlas y abiertos reproches. ¡Cuánto lamento hoy haberme atrevido a tratarlo así!
Y aquí estoy ahora, reprochándome nuevamente todo aquello, pregun­tándome qué habría pasado si, por ejemplo, en lugar de sentir celos hacia él, hubiera aprovechado el tiempo imitando su responsabilidad y esmero en la carpintería de mi padre. ¡Qué diferente habría sido nuestra relación! Y, más importante aún, ¿mi apoyo y comprensión podrían haberle hecho menos di­fícil su paso por este mundo?
Cierto, el ‘hubiera’ no existe y sé que no puedo borrar el pasado ni lo que hice, pero en momentos como este también sé que hay algo de lo que puedo estar seguro: ¡Jesús me ha perdonado! Y aunque tal vez suene arrogante, pue­do asegurarte que también me transformó.
Por todo esto, su bondad, su amor a Dios, su fidelidad a las Escrituras y, sobre todo, sus enseñanzas, son cosas de las que hoy no puedo prescindir. De hecho, la influencia de sus enseñanzas en mi vida fue tan grande que escribí un libro en el cual intenté aplicarlas de la mejor manera a la situación por la que pasaban los creyentes judíos de mis días; un libro que la mayoría de los cristianos hoy conoce como la Epístola de Santiago.
Y aunque algunos han llegado a dudar de que yo fuese su autor, argu­mentando que la calidad de mi libro no coincide con mis capacidades litera­rias, lo que esto evidencia es que quienes piensan así, en realidad, necesitan conocerme un poco más, así como comprender mejor las circunstancias en las que lo escribí.
Seguro de que lo que escribí puede ser útil, tanto para ti como para el resto de los cristianos, al contarte más detalles acerca de mi relación con Cris­to, también espero poder ayudarte a entender mejor el contenido de mi libro. Te aseguro que el tiempo que invirtamos juntos será provechoso y muy bien recompensado.
Si los huesos hablaran
¿Qué viene a su mente al escuchar la palabra ‘osario’? Aunque no es una palabra que usemos cotidianamente, al tratar de conocer mejor al autor de la Epístola de Santiago, hablar de ella puede resultarnos útil.
En una deslumbrante rueda de prensa celebrada en 2002, la Sociedad de Arqueología Bíblica y Discovery Channel dieron a conocer un antiguo reci­piente de huesos (osario) cuyo origen, aseguraron, se remontaba a la Jerusalén del primer siglo de nuestra era. Y no es que este fuera el primer objeto de este tipo encontrado en la historia de la arqueología, sino que lo relevante de este osario era la inscripción, en arameo, que podía verse en uno de sus cos­tados: «iacob bar yosef ajuyd yeshua» («Jacobo, hijo de José, hermano de Jesús»).
Se anunció como una valiosísima prueba de la autenticidad del relato de los evangelios, y especialmente de la historicidad de Cristo. No obstante, el revuelo que este hallazgo ocasionó división entre los eruditos. Siendo que varios especialistas comenzaron a expresar serias dudas al respecto de la au­tenticidad de esa inscripción, o al menos de parte de ella, la situación llegó al punto de que el dueño del osario, Oded Golan, fue acusado de falsificación de objetos antiguos y llevado a juicio en 2005.
Tras siete años de litigio, y pese a que en 2012 Golan fue declarado ino­cente del cargo de falsificación, el debate en torno a la autenticidad de esta inscripción sigue abierto. ¿Es este recipiente el lugar donde fueron puestos los huesos de Santiago, aquel a quien los evangelios llaman Jacobo, «el hermano de Jesús»? ¿Es esta una prueba arqueológica irrefutable de que ambos perso­najes existieron realmente en el lugar y en el tiempo que la Biblia dice?
Con gusto me gustaría afirmar que es así. Pero, mientras los eruditos con­tinúan analizando las pruebas, es preferible que nos dediquemos a ampliar conocimientos sobre el autor de la epístola de Santiago. Hacer esto, por el mo­mento, nos traerá mayor certeza que examinar los posibles restos de los hue­sos de Jacobo. ¿O debiera decir Santiago?
¿Santiago o Jacobo?
Que el autor del libro que estudiaremos durante este trimestre sea cono­cido por dos nombres distintos, Santiago (Santiago 1:1) y Jacobo (Mateo 13:55; Hechos 15:13), no parece presentar mayor problema. De hecho, es muy proba­ble que en este momento vengan a su mente casos de otros personajes bíblicos que también fueron conocidos por dos nombres distintos. El problema, sin em­bargo, es que en el idioma original del Nuevo Testamento nuestro autor siem­pre es llamado de una sola forma, a saber, Jacobo (Iacobos). ¿De dónde provie­ne entonces del nombre Santiago?
Aunque no todos los detalles sobre el origen de este nombre son claros, podemos concluir que Santiago en realidad no es un nombre diferente, sino una derivación de Jacobo. La razón de esto es que, con el paso de los siglos, la pronunciación del nombre Iacobos (o lacobus, en latín), se redujo por razones prácticas a Iaco, luego cambió a lago (o Iagú) y, finalmente, evolucionó a Tiago.
Dado que en algún momento la iglesia católica le agregó (como a muchos otros personajes bíblicos), el trato de ‘santo’, Jacobo empezó a conocerse en latín como Sanctus lacobus, título que al abreviarse resultó en San Iaco y, hacia el año 1300 de nuestra era, quedó registrado en el español antiguo de ese entonces como Sant Yague o como Santyago.
Pese a ser el resultado de este caprichoso cambio lingüístico, Santiago es el nombre más popular de la que en realidad debió llamarse «Epístola de Jacobo». Y es, de hecho, el nombre que aparece como su título en todas las ver­siones de la Biblia en español con las que la mayoría de nosotros contamos. Siendo este el caso, Santiago es el nombre que también usaré en este libro al referirme al autor de tan singular libro del Nuevo Testamento.
Le presento a Santiago
La mejor evidencia demuestra que nuestro autor fue conocido en sus días como uno de los «hermanos» de Jesús (Marcos 6: 3; Mateo 13: 55; Gálatas 1: 19):
Parecería que los evangelios sugieren que se trata de hijos de José tenidos en un matrimonio anterior. El que Jesús confiara a su madre al cuidado de Juan (Juan 19: 26, 27) podría indicar que los hermanos (y las hermanas) de Jesús no eran hijos de María. Por su proceder para con Jesús y por la forma en que lo consideraban, parecería que eran mayores que él. […] Tanto Elena de White, como la tradición cristiana, afirman que los hermanos eran hijos de José, pero no de María [ver El Deseado de todas las gentes, pág. 68, 69, 291]
Tal parentesco, sin embargo, no se destaca por haber sido un apoyo al ministerio de Cristo, sino todo lo contrario (Mateo 12: 46-50; Marcos 3: 21, 31-35; Juan 7: 3-9):
Los hermanos a los cuales se hace referencia aquí eran los hijos de José. […] Era muy doloroso para Cristo que sus parientes más cercanos entendieran tan indistintamente su misión y albergaran las ideas sugeridas por los ene­migos de él.
Por lo tanto, ni los evangelios ni el Espíritu de profecía presentan a Santia­go como un seguidor de Cristo durante su ministerio, sino como una especie de opositor a él. No obstante, este cuadro cambia drásticamente al llegar al libro de Hechos, donde María, la madre de Jesús, y «sus hermanos» aparecen reuni­dos con los discípulos y el-resto del primer grupo de cristianos, en el «aposento alto» (Hechos 1:14).
Considerando la información proporcionada por el apóstol Pablo en 1 Corin­tios 15:7, es muy posible que la razón principal de este giro en la vida de Santia­go haya sido el hecho de que el mismo Cristo se le apareciera tras su resurrec­ción. No cabe duda de que ese hecho afectó el resto de su vida convirtiéndolo en tan fiel servidor de Cristo que, como veremos más adelante, llegó al extre­mo de dar su vida por él.
Recordado en el libro de los Hechos, sobre todo, por su papel en el con­cilio de Jerusalén celebrado en el año 49 d. C. (Hechos 15), parece evidente que su trabajo en y por la iglesia en dicha ciudad fue destacado. De ahí que, ade­más de «haber sido escogido para anunciar la decisión a la cual había llegado dicho concilio», fuera él a quien el apóstol Pedro avisó de su milagrosa libe­ración de la cárcel (Hechos 12:17), y con quien Pablo, además de llamarlo «columna» de la iglesia (Gálatas 2:9), se encontró al menos otras dos veces en Jerusalén.
Según el historiador judío Flavio Josefo, la muerte de Santiago fue insti­gada por el sumo sacerdote de origen saduceo llamado Anán (o Anano), quien lo acusó ante el Sanedrín de violar la ley y lo sentenció a ser apedreado en el año 62 d. C. Por su parte, Eusebio de Cesárea, cuya Historia eclesiástica tengo ante mí en este momento, nos informa de otra y más amplia versión del mar­tirio de Santiago atribuida al testimonio de Hegesipo. En ella se nos informa que el hermano de Cristo era conocido con el sobrenombre de «el justo» y que su predicación había alcanzado incluso los corazones de algunos líderes ju­díos de Jerusalén. También se nos dice que fue precisamente esto lo que pro­vocó gran alboroto, especialmente entre los escribas y los fariseos, quienes deseaban impedir que el cristianismo siguiera propagándose con éxito en ese lugar.
Motivados por esto, decidieron acudir a Santiago para pedirle que con­venciera al pueblo de que Jesús no era el Mesías y de que, a fin de que todos pudieran escucharlo, les hablara desde el pináculo del templo. Puesto que Santiago no habló en contra de Jesús sino que hizo todo lo contrario, los es­cribas y fariseos subieron entonces hasta donde se encontraba y lo empujaron para que cayera. Y tras ello, viendo que pese a la caída no había muerto, pro­cedieron a apedrearlo. Tal fue el martirio que pudo haber experimentado Santiago, una demostración más, e innegable, de que no era ya solo el herma­no, sino también el «siervo de Jesús» (Santiago 1:1).
Fechas + circunstancias = motivos      
Los especialistas en la epístola de Santiago no han llegado a un acuerdo en lo que a la fecha de su redacción se refiere. Sin embargo, la mayoría supone que fue escrita en los años 40 d. C., probablemente en los primeros años de esa década. De ser cierto, Santiago habría sido entonces el primer del libro del Nuevo Testamento en escribirse. Conocer esta información resulta útil no solo para aumentar nuestra cultura bíblica, sino porque, estableciendo el mo­mento y lo que ocurría cuando esta epístola se escribió, también puede enten­derse mejor su propósito y su contenido.
Si tenemos en cuenta los temas desarrollados en Santiago, así como las personas a quienes se dirige al abordarlos, es evidente que nuestro autor escri­be teniendo en mente situaciones muy específicas, tales como el sufrimiento de sus destinatarios, la injusticia social en la cual estos se hallaban inmersos (algo característico de esa época) y la forma en que parecían estar reaccionan­do ante ambas cosas. Por ello, dotado de un gran sentido pastoral, más que escribir una epístola en términos convencionales, puede notarse que lo que Santiago desarrolla en su libro es una especie de sermón. Una gran exhorta­ción pastoral cuyas secciones principales, matizadas por útiles ilustraciones, tenían un propósito específico: mostrar a su auditorio, cristianos de origen judío (1:1), cómo enfrentar correcta y sabiamente las circunstancias por las que estaban atravesando. El reconocido especialista en Santiago, Peter H. Davids, lo sinte­tiza de esta forma:
Hay dos formas en las cuales los miembros de la iglesia pueden responder a la presión extrema. Pueden tirar juntos y ayudarse entre sí o pueden entrar en compromiso con el mundo y dividirse en facciones de disputas ociosas. Santiago quería que sus lectores hicieran lo primero, pero lo que en realidad estaba pasando era lo segundo, pues la gente estaba luchando por abrirse paso en el mundo. Estos problemas hacen que la carta tenga mucha relevan­cia para la iglesia actual.
Por eso, a fin de mostrarles cómo un cristiano puede crecer e incluso lle­gar a ser «perfecto» en medio de las pruebas (Santiago 1:4), a lo largo de todo su libro, Santiago alude a las enseñanzas de Cristo, especialmente las que han sido registradas en el Sermón del Monte.
El siguiente cuadro ilustra lo anterior en buena medida:


Tema

Santiago

Evangelios

Gozo en la persecución
Perfección           
«Pedir y recibir»
Pedir con fe           
Ensalzar/humillar
Bendición por perseverar
No basta «oír», hay que «hacer»
Compasión por los necesitados
Los pobres y el reino de Dios
«Ama a tu prójimo»
Consecuencias de lo que decimos
No amistarse con el mundo
«Ayes» sobre los ricos
No jurar
Restauración del hermano

1:2
1:4                  
1:5
1:6
1:9-10; 4: 6,10
1:12
1:22; 2: 14, 17

1:27; 2:15

2:5
2:8
3:2

4:4
5:1
5:12
5:19-29

Mateo 5:11-12; Lucas 6:22-23
Mateo 5:48
Mateo 7:7; Lucas 11:19
Mateo 21:21, 22; Marcos 11:22-24
Mateo 23:12; Lucas 14:11; 18:14
Mateo 5:11, 12
Mateo 7:21-27; Lucas 6:46-49

Mateo 25:34-36

Mateo 5:3; Lucas 6:20
Mateo 22:39; Marcos 12:31
Mateo 12:37

Juan 15:18-21
Lucas 6:24
Mateo 5:33-37
Mateo 18:15

Razón por la que puede decirse con certeza que «no hay mejor ejemplo en el Muevo Testamento de un líder que toma la enseñanza del Señor y la aplica a los problemas de la iglesia. La carta de Santiago, por lo tanto, llega a ser un modelo para la iglesia moderna sobre cómo aplicar la enseñanza de Jesús».
El tono de todo el libro, en consecuencia, es altamente práctico porque el cristianismo es precisamente eso, algo que es preciso practicar. De ahí el conocido y valioso desarrollo que Santiago hace del concepto de la «fe que obra» (Santiago 2:14-26). Sí, una fe que lleva a quien la pone en práctica a orar (Santiago 5:13-18), pero también a mostrar un interés genuino por los demás y sin hacer acepción de personas (Santiago 2:1-16); una fe que caracterizará a quien la practique, pese a las injusticias que le rodeen, por la perseverancia y la lealtad a los principios de la voluntad de Dios (Santiago 1:2-4, 23-25), y no por la codicia, ni mucho menos por la violencia (Santiago 3-4); en efecto, una fe que se manten­drá firme «hasta la venida del Señor» (Santiago 5:7).
Puesto que Santiago seguramente practicó una fe como esta después de que Cristo lo transformara, es evidente que el contenido de su libro no se li­mita a reflejar las enseñanzas del Salvador, sino que también representa para todos sus lectores (judíos o no) un constante y vivido desafío a experimentar una transformación como la de él: «Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad y alguno lo hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma y cubrirá multi­tud de pecados» (Santiago 5:19, 20). ¿Le parecen estos válidos y suficientes moti­vos para disponerse a estudiar con cuidado esta epístola?
Pongamos las cosas en orden
Poner en orden y de manera estructurada el contenido del libro de San­tiago ha sido, para varios especialistas, un verdadero desafío. Dado que algu­nos no ven en esta epístola un tema que unifique sus cinco capítulos, son muchas y variadas las formas que se han propuesto para esquematizarla.
De hecho, cuando intenté hacer mi propio esquema de Santiago, la pri­mera impresión que tuve fue que consistía en una serie de temas muy impor­tantes pero aparentemente inconexos. Algo que, a decir verdad, me causó cierta satisfacción, ya que pensé que había descubierto una clara evidencia de que, en el Nuevo Testamento, había un libro que no solo trataba el tema de la «sabiduría», sino que también lo hacía siguiendo el mismo estilo de Prover­bios. No obstante, bastó que profundizara más en el estudio de este libro para darme cuenta de que, si bien es cierto que existe una evidente relación entre ambos libros, esto no niega, ni mucho menos impide, que Santiago siga su propia estructura.
Dado que hay algunos comentarios cuyos análisis del libro van desde tan solo subtitular y subdividir cada uno de sus capítulos hasta aquellos que refle­jan con sumo detalle los temas contenidos en el libro, he decidido compartir con usted un esquema que, personalmente, creo que es sumamente útil y práctico. Sin embargo, antes de presentárselo, démosle juntos un vistazo ge­neral al contenido de este singular libro. ¿Tiene ya una Biblia a mano? Acom­páñeme, pues.
Después de un breve saludo (Santiago 1:1), Santiago comienza abordando un tema que será predominante en su carta. Puesto que sus lectores están pasan­do por pruebas y problemas, muchos de ellos económicos (Santiago 1:9-11), los exhorta a considerar estas pruebas como un motivo de gozo, ya que pasar por ellas les permitirá desarrollar paciencia (Santiago 1:2-8) y recibir como recom­pensa final la «corona de vida» (Santiago 1:12).
Tras ello, aclara que en la vida cristiana las pruebas no son solo de origen externo, sino también interno. Es decir, aquellas propiciadas por los deseos pecaminosos del ser humano (Santiago 1:13, 14), aunque no provienen de Dios, quien solo nos otorga dones «perfectos» (Santiago 1:15-18). A continuación San­tiago aclara que escuchar es importante, pero que hacerlo ha de ir seguido por una vida de acción, por una obediencia activa (Santiago 1:19-25), una obediencia que, más que practicar ciertos rituales, tiene que expresarse mediante el con­trol de la «lengua» y la ira, así como con la ayuda a los necesitados. Un estilo de vida así, afirma, es lo que constituye la religión verdadera (Santiago 1: 27).
Pese a que Santiago está muy preocupado la situación por la que están pasando los pobres (quienes parecen ser los que más están sufriendo), lamen­tablemente, este no es el sentir que comparten muchos de sus lectores quie­nes, más bien, manifiestan favoritismo hacia los ricos (Santiago 2:1-7). Esto es algo que para nuestro autor equivale a una transgresión de la ley semejante a asesinar y a cometer adulterio (Santiago 2: 8-13) y que, además, se caracteriza por la profesión de una fe nominal, pero sin fruto, sin «obras» (Santiago 2:14-26).
El tercer capítulo da paso al tema de la sabiduría (Santiago 3:1-18), sección en la que se contrasta la sabiduría auténtica con una falsa, una que se caracteriza por usar inapropiadamente la lengua (Santiago 3:5-9), a diferencia de la verdade­ra, que se distingue por practicar buenas acciones (Santiago 3:13, 17).
Siendo que, en apariencia, muchos de los lectores de esta epístola no mostraban una sabiduría verdadera, esto les condujo a peleas y calumnias (Santiago 4:1-12). Y aunque no es seguro si este proceder se debió en parte al es­trés provocado por el mismo sufrimiento al que se enfrentaban, sí es claro que la mayoría de las situaciones económicas denunciadas por Santiago son causadas por la opresión y la avaricia de los ricos (Santiago 4:13-17), a quienes no les importa enriquecerse a costa de los pobres (Santiago 5:1-6).
Todo esto lleva a Santiago a denunciar esta injusticia de manera muy si­milar a como lo hicieron los profetas Amos e Isaías, subrayando que todo esto cambiará cuando se ejecute el juicio divino, razón por la que anima a los que sufren a ser pacientes (Santiago 5:7-12) y perseverantes en la oración (Santiago 5:13-20).
¿Le resulta más claro ahora el contenido y la secuencia que sigue la epís­tola de Santiago? Espero que sí. De cualquier forma, recuerde que puede repasar los párrafos anteriores todas las veces que lo necesite. Pero, tal como le prome­tí, quisiera presentarle ahora un esquema que, además de resaltar la importan­cia del concepto de la fe, le permitirá notar de manera sencilla la naturaleza práctica y la gran utilidad que el libro de Santiago tiene para la vida cristiana.

EPÍSTOLA DE SANTIAGO

Énfasis

Las pruebas y la fe

Características de la fe

Triunfo de la fe

Cita

1:1              1:13                  1:19                                                   5:7               5:13             5:19                5:20

Sección

Propósito de las pruebas

Origen de las pruebas

La fe debe ser visible

En la paciencia

En la oración

En la
exhortación

¿Puede verlo? Pruebas, paciencia y fe en acción, de eso nos habla Santia­go. Explicar y profundizar un poco más nuestra comprensión de estos concep­tos y notar la cohesión que dan a todo el contenido de Santiago es la tarea que tenemos por delante. Al hacerlo, recordemos que contamos con la ayuda del «hermano» y «siervo» de Jesús, pero sobre todo con la guía del Espíritu Santo, quien espera que, al igual que Santiago, nosotros también pongamos en prác­tica lo que aprendamos de Cristo.


Referencias
Mis hermanos fueron José, Simón y Judas (Mateo 13:55 y Marcos 6:3).

Primordialmente los que fueron esparcidos por toda Palestina (Santiago 1:1).

Esto no es nada nuevo. De hecho, dudas como estas son las que hicieron que mi libro, pese a ser divina­mente inspirado, no fuera reconocido oficialmente como parte del Canon del Nuevo Testamento hasta el año 397 d. C., en el concilio de Cartago (sitio cercano a la ciudad de Túnez, en el norte de África).

Al ser adoptado como grito de guerra por los españoles en sus batallas de “reconquista” en contra de los musulmanes, abreviar este nombre les resultó una práctica útil que, según la tradición, se dio a partir del siglo VIII d.C.

Salvo cuando cite textos bíblicos fuera de Santiago, ya que en la versión que usaremos (Reina Valera, revisión 1995), siempre se usa el nombre Jacobo, excepto en el caso de su epístola. Si gusta, puede revisar otras versiones en español y notará que pasa lo mismo. No así en la Reina Valera antigua (1909), en donde el título es «Santiago», pero su primer versículo dice «Jacobo».

Comentario bíblico adventista, tomo 5, pág. 389.

Otro dato implícito en la información que Pablo nos proporciona es que Santiago estaba casado (1 Corintios 9:5). Respecto a la aparición de Cristo, existe una posible alusión a ella fuera de la Biblia, se encuentra en un documento conocido como «Evangelio según los Hebreos».

Elena G. White, Hechos de los apóstoles, cap. 19, pág. 146. Resulta interesante que cada vez que Elena G. de White cita algún versículo de Santiago en sus escritos siempre se refiere a él como «apóstol». Por otro lado, comparar el lenguaje de su epístola con el de esta decisión enviada a las iglesias gentiles (Hechos 15:13-21) permite ver notables coincidencias entre ambas. Hecho que sería otra evidencia de que la persona que se encuentra detrás de ambas es Santiago. Para saber más sobre esto, véase Juan Carlos Cevallos, Comentario Bíblico Mundo Hispano, tomo23: Hebreos, Santiago, 1 y 2 Pedro, Judas (El Paso, Texas: Mundo Hispano, 2006), pág. 184.

La primera se dio al inicio del ministerio de Pablo (Gálatas 1:19) y la otra al final del mismo (Hechos 21:18- 25). Queda en medio, por supuesto, su encuentro durante el concilio de Jerusalén (Hechos 15).

Antigüedades 20: 9.1.

Eusebio de Cesárea, Historia eclesiástica (Madrid: CLIE, 1988), págs. 84-86.

La esclavitud era en aquel entonces un «fenómeno que formaba parte de la sociedad y que engendraba un esquema mental social basado en la dependencia de un individuo. [… j Este esquema social estructu­raba toda la sociedad, y los cristianos no se libraban de él. j…J Otorgándose el título de «esclavo de Dios y del Señor Jesucristo», el autor subraya su dependencia, pero también, contradictoriamente, su presti­gio y su autoridad. Es interesante observar que en algunos santuarios griegos, como en Delfos, a los es­clavos liberados se les daba a veces el título de «esclavos de Dios» (Gilíes Becquet y otros, La carta de Santiago: Lectura socio-lingüística [Navarra, España: Verbo Divino, 1988), pág. 13).

Para un estudio detallado de cómo el contexto histórico y cultural contribuye a establecer una fecha temprana para la epístola de Santiago, véase Pedrito Uriah Maynard-Reid, «Poor and Rich in the Epistle of James: A Socio-Historical and Exegetical Study» (Tesis doctoral presentada en la Universidad An­drews, Berrien Springs, Michigan, 1981). Si desea tener más información de las condiciones reinantes en Palestina durante esa época, la obra clásica de Joachim Jeremías, Jerusalén en tiempos de Jesús: estudio económico y social del mundo del Nuevo Testamento (Madrid: Cristiandad, 1980), le será de gran ayuda.

Resulta muy notorio, por ejemplo, que la carta de Santiago no incluya una bendición, ni un saludo final.

Muchas de esas ilustraciones son tomadas de la naturaleza. Si le interesa una lista detallada de tales ilustraciones, le recomiendo la que aparece en el Bible Knowledge Commentary, en la sección correspon­diente a la introducción de Santiago.

Peter H. Davids, «Santiago», en Nuevo comentario bíblico siglo veintiuno (El Paso, Texas: Mundo Hispano, 2003), pág. 1016.

Así como también a varios pasajes del Pentateuco, los Profetas y los libros poéticos, especialmente los de sabiduría. De ahí que algunos la llamen «la más judía de todas las epístolas».

Este cuadro es una adaptación del que aparece en la introducción al comentario sobre Santiago de Donald W. Burdick, parte de la serie Expositor’s Bible Commentary, versión electrónica.

Davids, pág. 1016.

Con razón el erudito Paul Cedar, en su comentario sobre esta epístola, la llama «Manual de cómo hacer­lo», citado en Pedrito U. Maynard-Reid, La Biblia amplificada: Guía práctica para una vida cristiana abundan­te en el libro de Santiago (Buenos Aires: ACES, 1999), pág. 20.

Este cuadro es una adaptación del que aparece en Nelson’s Complete Book of Bible Maps and Charts: Oíd and New Testaments (Nashville: Thomas Nelson, 1996), pág. 454. No obstante, por razones prácticas, los ca­pítulos de mi libro cubrirán las mismas trece secciones del esquema de Santiago utilizado por el autor de la Guía de estudio de este trimestre.


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