¿Por qué colocó Dios a Israel en Palestina?

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Dios colocó a su pueblo en Palestina, en la encrucijada del mundo antiguo, y le proporcionó todo lo necesario para que pudiera llegar a ser la mayor nación sobre la faz de la tierra (PVGM 230-231). Se había propuesto exaltarlo "sobre todas las naciones de la tierra" (Deut. 28: 1; PR 272-273), como resultado de lo cual "todas las naciones" reconocerían su superioridad y los llamarían "bienaventurados" (Mal. 3:10, 12). Como recompensa por practicar la justicia y los sabios principios celestiales se les prometió prosperidad sin par, tanto temporal como espiritual (Deut. 4: 6-9; 7: 12-15; 28: 1-14; PR 272-273, 519). Esta prosperidad resultaría de la plena cooperación con la voluntad de Dios revelada por medio de los profetas, y de la bendición divina añadida a los esfuerzos humanos (DTG 751-752; cf. PP 215).

El éxito de Israel debía basarse en lo siguiente:

1. Pureza .
(Lev. 19: 2; ver com. Mat. 5: 48). Sin esto, el pueblo de Israel no estaría en condiciones de recibir las bendiciones materiales que Dios deseaba concederle. Sin esta santidad, las muchas ventajas sólo resultarían en perjuicio para ellos y para otros. Su propio carácter progresivamente debía ser más noble y más elevado y reflejar siempre más perfectamente los atributos del perfecto carácter de Dios (Deut. 4: 9; 28: 1, 13-14; 30: 9-10; PVGM 230-231). La prosperidad espiritual había de preparar el camino para la prosperidad material.

2. Salud.
La debilidad y la enfermedad habrían de desaparecer enteramente de Israel si el pueblo se adhería estrictamente a los principios del sano vivir (Exo. 15: 26; Deut. 7: 13, 15; etc.; PP 396-397; PVGM 231).

3. Sabiduría.
La cooperación con las leyes naturales que rigen el cuerpo y la mente daría como resultado una fuerza mental siempre creciente, y el pueblo de Israel recibiría la bendición del vigor intelectual, de una aguda perspicacia y de un sano juicio. En cuanto a sabiduría y entendimiento estarían muy por encima de las otras naciones (PR 272). Debían transformarse en una nación de genios intelectuales, y al fin la debilidad mental no se conocería entre ellos (PP 396; cf. DTG 767; PVGM 230-231).

4. Inteligencia Agropecueria.
Al cooperar el pueblo con las instrucciones que Dios le daba en cuanto al cultivo del suelo, la tierra paulatinamente volvería a la fertilidad y la hermosura edénica (Isa. 51: 3); se transformaría en una lección objetiva de los resultados que se alcanzan al actuar en armonía con las leyes morales y naturales. Finalmente desaparecerían pestes y enfermedades, inundaciones y sequías, y no habría fracasos en las cosechas (cf. Deut. 7: 13; 28: 2-8; Mal. 3: 8-11; PVGM 231-232).

5. Destreza Ilimitada.
Los hebreos habrían de adquirir sabiduría y habilidad en todo tipo de artesanía. Demostrarían un elevado grado de genio inventiva y habilidad como artesanos para fabricar todo tipo e utensilios y aparatos mecánicos. Los conocimientos técnicos permitirían que los productos fabricados en Israel fueran superiores a los de todos los otros (Exo. 31: 2-6; 35: 33, 35; PVGM 230-231).

6. Progreso.
"Su obediencia a la ley de Dios había de presentarlos como maravillas de prosperidad delante de las naciones del mundo", testigos vivientes de la grandeza y la majestad de Dios (Deut. 8: 17-18; 28: 11-13; PVGM 230-231; DTG 530).

7. Superioridad.
Dios deseaba proporcionar a cada individuo y a la nación todas las facilidades para que llegaran a ser la mayor nación de la tierra (PVGM 230; Deut. 4: 6-8; 7: 6, 14; 28: 1; Jer. 33: 9; Mal. 3: 12; PP 279, 324; Ed 37; DTG 530). Se proponía hacer de ellos una honra para su nombre y una bendición para las naciones que los rodeaban (Ed 37; PVGM 228).

Cuando las naciones de la antigüedad vieran el progreso sin precedentes de los israelitas, se suscitarían su atención y su interés. "Aun los paganos reconocerían la superioridad de los que servían y adoraban al Dios viviente" (PVGM 232). Deseando obtener para sí las mismas bendiciones, preguntarían cómo podrían adquirir también ellos esas evidentes ventajas materiales. Israel les respondería: "Aceptad a nuestro Dios como vuestro Dios, amadle y servidle como lo hacemos nosotros, y él hará lo mismo en favor de vosotros". "Las bendiciones así aseguradas a Israel se prometen, bajo las mismas condiciones y en el mismo grado, a toda nación y a todo individuo debajo de los anchos cielos" (PR 367; ver Hech. 10: 34-35; 15: 7-9; Rom. 10: 12-13; etc.).

Todas las naciones de la tierra habían de compartir las bendiciones tan generosamente prodigadas sobre Israel (PR 274). Este concepto del papel de Israel se reitera vez tras vez en todo el AT. Dios había de ser glorificado en Israel (Isa. 49: 3) y su pueblo debía ser testigo suyo (cap. 43: 10; 31 44: 8), a fin de revelar a los hombres los principios de su reino (PVGM 228). Ellos habían de publicar sus alabanzas (cap. 43: 21) y declarar su gloria entre los gentiles (cap. 66: 19), para ser "luz a las naciones" (cap. 49: 6; 42: 6-7). Todos los hombres reconocerían que Israel tenía una relación especial con el Dios del cielo (Deut. 7: 6-14; 28: 10, Jer. 16: 20-21). Al contemplar la "justicia" de Israel (Isa. 62: 1-2), los gentiles reconocerían que aquéllos eran "linaje bendito de Jehová" (Isa. 61: 9-10; cf. Mal. 3: 12), y que su Dios era el único y verdadero Dios (Isa. 45: 14; PP 324). Ante la pregunta de Israel "¿Qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová?", los gentiles responderían: "Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es ésta" (Deut. 4: 7, 6). Al oír hablar de todas las ventajas con las cuales el Dios de Israel los había bendecido, y "todo el bien" que les había hecho (Jer. 33: 9), las naciones paganas admitirían: "Ciertamente mentira poseyeron nuestros padres" (cap. 16: 19).

Las ventajas materiales gozadas por Israel tenían el propósito de atraer la atención y captar el interés de los paganos, para quienes las ventajas espirituales menos evidentes no tenían atractivo natural. Ellos se reunirían y vendrían "de lejos" (Isa. 49: 18, 12, 6, 8-9, 22; Sal. 102: 22), "desde los extremos de la tierra" (Jer. 16: 19), a la luz de la verdad que resplandecería desde el "monte de Jehová" (Isa. 2:3; 60:3; 56:7; cf. cap. 11:9-10). Las naciones que no habían sabido del verdadero Dios correrían a Jerusalén por causa de la manifiesta evidencia de las bendiciones divinas que acompañarían a Israel (cap. 55: 5). De un país extranjero tras otro vendrían embajadores para descubrir, de ser posible, el gran secreto del éxito de la nación de Israel, y sus dirigentes tendrían la oportunidad de dirigir los pensamientos de sus visitantes a la Fuente de todo lo bueno. Su mente debía ser orientada de lo visible a lo invisible, de lo material a lo espiritual, de lo temporal a lo eterno. Para una representación gráfica de lo que hubiese sido la respuesta de un pueblo a la irresistible atracción que hubiera irradiado de un Israel fiel a Dios, ver Isa. 19: 18-22; Sal. 68: 31.

Los embajadores gentiles, al regresar a sus países habrían aconsejado a sus compatriotas: "Vamos a implorar el favor de Jehová, y a buscar a Jehová" (Zac. 8: 21-22; cf. 1 Rey. 8: 41-43). Habrían enviado mensajeros a Israel para decirles: "Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros" (Zac. 8: 23). Nación tras nación se habría unido con ellos (Isa. 45: 14), juntándose con la "familia de Jacob" (cap. 14:1). Finalmente la casa de Dios en Jerusalén habría llegado a llamarse "casa de oración para todos los pueblos" (cap. 56: 7), "y . . . en aquel día . . . muchos pueblos y fuertes naciones" habrían venido "a buscar a Jehová de los ejércitos en Jerusalén, y a implorar el favor de Jehová" (Zac. 2: 11; 8: 22). Los "hijos de los extranjeros" (1 Rey. 8: 41; ver com. Exo. 12: 19, 43) habrían seguido a Jehová "para servirle" y amar su nombre (Isa. 56: 6; Zac. 2: 11). Las puertas de Jerusalén habrían estado siempre abiertas para recibir "las riquezas" entregadas a Israel para ayudar a convertir a otras naciones y pueblos (Isa. 60: 1-11; Sal. 72: 10; Isa. 45: 14; Hag. 2: 7). Finalmente todas las naciones habrían llamado a Jerusalén: "Trono de Jehová", y habrían venido a ella para no andar "más tras la dureza de su malvado corazón" (Jer. 3: 17). "Todos los que . . . se volvieran de la idolatría al culto del verdadero Dios, habrían de unirse con el pueblo escogido. A medida que aumentara el número de los israelitas, éstos habían de ensanchar sus fronteras, hasta que su reino abarcara al mundo" (PVGM 232-233; cf. Dan. 2: 35). De este modo Israel habría de florecer, echar renuevos y llenar de fruto la faz del mundo (Isa. 27: 6).

Estas promesas de prosperidad y éxito debían haber hallado su cumplimiento "en gran medida durante los siglos que siguieron al regreso de los israelitas de las tierras de su cautiverio. Dios quería que toda la tierra fuese preparada para el primer advenimiento de Cristo, así como hoy se está preparando el terreno para su segunda venida" (PR 519). A pesar del fracaso final de Israel, cuando el Salvador nació (ver com. Mat. 2: 1) se había extendido por todas partes un conocimiento, si bien limitado, del verdadero Dios y de la esperanza mesiánica. Si la nación hubiese sido fiel a su cometido y valorado bien el excelso destino que Dios le había reservado, toda la tierra hubiera aguardado la venida del Mesías con intenso deseo. El Mesías habría venido, muerto y resucitado. Jerusalén se hubiera convertido en un gran centro misionero (PVGM 184), y la tierra se habría iluminado con la luz de la verdad para realizar así una última y espectacular exhortación a los que aún no habían aceptado la invitación de la misericordia divina. La invitación de Dios a las naciones habría sido: "Mirad a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra" (Isa. 45: 22; ver com. Zac. 1: 7).

"Si Jerusalén hubiese conocido lo que era su privilegio conocer, y hecho caso de la luz que el cielo le había enviado, podría haberse destacado en la gloria de la prosperidad, como reina de los reinos…. como poderosa metrópoli de la tierra" (DTG 529-530), y como noble vid habría llenado de fruto la faz de la tierra (Isa. 27: 6). "De haberse mantenido Israel como nación fiel al cielo, Jerusalén habría sido para siempre la elegida de Dios" (CS 21; cf. PR 32; Jer. 7: 7; 17: 25).

Después de la última gran exhortación al mundo para que reconociera al verdadero Dios, los que persistieran en negarse a ser leales a Jehová concebirían el "mal pensamiento" de sitiar la ciudad de Jerusalén y tomarla por la fuerza, para apoderarse de las ventajas materiales que Dios había derramado sobre su pueblo (Eze. 38: 8-12; Jer. 25: 32; Joel 3: 1, 12; Zac. 12: 2-9; 14: 2; cf. Apoc. 17: 13-14, 17). Durante el sitio, los israelitas réprobos habrían sido muertos por sus enemigos (Zac. 13: 8; 14: 2). En el cuadro profético se representa a Dios como el que convoca a las naciones en Jerusalén (Joel 3: 1-2; Sof. 3: 6-8; cf. Eze. 38: 16, 18-23; 39: 1-7). El tiene juicio contra ellas porque se han rebelado contra su autoridad (Jer. 25: 31-33). Dios las juzgaría (Joel 3: 9-17) y las destruiría allí (Isa. 34: 1-8; 63: 1-6; 66: 15-18). Cualquier nación o reino que no sirviera a Israel, perecería (cap. 60: 12). "Habían de ser desposeídas las naciones que rechazaran el culto y el servicio al verdadero Dios" (PVGM 232), e Israel heredaría "naciones" (Isa. 54: 3).

De este modo la tierra sería limpiada de los que se oponían a Dios (Zac. 14:12-13). Jehová sería "rey sobre toda la tierra" (vers. 3, 8-9) y su dominio se extendería de "mar a mar, y. . hasta los fines de la tierra" (cap. 9: 9-10). En ese día, dice el pasaje, "todos los que sobrevivieron de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos" (Zac. 14: 16; cf. cap. 9: 7; Isa. 66: 23)


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