El Tabernáculo

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El Tabernáculo conforme fue erigido en el desierto era una bella estructura. A su alrededor había un atrio hecho con cortinas de lino, las cuales eran suspendidas con ganchos de plata a unos pilares de bronce adornados con plata. Mirado desde cualquier lado, el Tabernáculo era hermoso. Al norte, al sur y al oeste era formado por paredes rectas, de diez cúbitos de altura, cubiertas de oro por el lado interno y externo, y mantenidas en su posición a través de ranuras inferiores, y por barras cubiertas de oro, las cuales pasaban por entre anillos de oro, y se extendían alrededor del edificio [1]. El frente, o lado del Este, estaba cubierto con una cortina «azul y púrpura y escarlata, de fino lino tejido, trabajo de un fino bordador» [Ex. 36:37]. Estaba colgado de cinco pilares de madera de acacia cubierta de oro, lo cual hacía la entrada más bonita aún. El hermoso arcoiris teñido en la cortina, adornado con querubines, los cuales formaban la puerta del edificio donde Dios prometió habitar, era una preciosa «sombra» de la entrada del Santuario celeste. Aquí, con un arcoiris de gloria circundando Su trono, el Padre está sentado, mientras diez mil veces diez mil ángeles pasan delante de El a su voz de  mando [Apoc. 4:2-4, 5:11].

El techo, o cubierta, del Tabernáculo consistía de cuatro cortinas de paño y pieles. La cortina interior, al igual que aquella que había a la entrada del Tabernáculo, era azul, púrpura y escarlata, de fino lino tejido, con un querubín dorado hecho por un fino bordador [Exo. 26:1]. Esto formaba el techo, el cual era una lánguida representación del pabellón de gloria sobre el trono de Dios, con millares de ángeles listos para obedecer sus mandamientos [Eze.1:28]. Sobre esto había una cortina de pelo de cabra, y sobre ella había una piel seca de carnero rojo, y sobre todo eso pieles de tejón, formando Así una perfecta protección contra la intemperie [Exo. 26:1-14]. Los diferentes colores de las cubiertas, mezcladas con las paredes doradas y la primorosa cortina de entrada, o velo, como era llamado, era una combinación perfecta como para formar una estructura de extraordinaria gloria.

Sobre el Tabernáculo descansaba el pilar de nube durante el Día y el pilar de fuego durante la noche, el cual guiaba a los Israelitas en todo su caminar [Exo. 40:38]. En la mitad del caluroso desierto había un lugar fresco, un refugio refrescante cerca de la nube, para todos aquellos que servían en el Tabernáculo o lo adoraban en su atrio, mientras que un poco más allá estaba el calor abrasador del desierto [Isaías 32:2]. Qué maravilloso tipo del cuidado protector de nuestro Dios sobre Su pueblo en medio a este malvado mundo, de manera que es posible habitar en el lugar secreto del Altísimo y morar bajo la sombra del Omnipotente mientras vivimos en este tumultuado y contencioso mundo malvado [Sal. 91:1].

En la noche, cuando disminuía el intenso calor y la obscuridad cubría el desierto, entonces sobre el Tabernáculo descansaba la nube, ahora convertida en una gran llama, «a la vista de toda la casa de Israel, a través de todas sus jornadas» [Exo. 40:38].Dios estaba siempre visible iluminando el campamento, de manera que todos pudieran caminar seguros en la obscuridad.

Qué tipo más bonito era eso en relación al caminar cristiano! Puede no haber luz visible, pero cuando la luz de la presencia de Dios nos envuelve, el camino se ilumina. David sabía a respecto de esto cuando escribió «bienaventurado el pueblo que conoce los vivas de júbilo, que anda, oh Señor, en la luz de tu presencia» [Sal. 89:15]. El más débil hijo de Dios puede tener el bendito privilegio de ser guiado por la presencia luminosa de Dios, a salvo de las trampas de Satanás, si ha entregado su corazón a Dios.

Dentro de las murallas doradas del Tabernáculo, sacerdotes por mandato divino efectuaban un trabajo, representando en tipos y símbolos, el plano de la redención.

La obra de Cristo tiene dos fases distintivas, una realizada en el primer compartimiento del Santuario celestial, y la otra en el segundo compartimiento. El ofrece gratuita salvación a todos. Muchos la aceptan y comienzan a andar en el camino cristiano.

Cristo extiende Su infinito brazo para proteger y ayudar a todo aquel que lo llama por Su nombre, y no hay ningún poder en la tierra ni en Satanás que pueda hacer con que ese hijo de Dios abandone esa protección [Juan 10:28-29]. La única manera en que una persona se pueda perder es abandonando el brazo poderoso de Cristo. Como Pedro, cuando dejó de mirar a Cristo y fijó su mirada en el lago de esta vida, se hundió; pero cuando, a semejanza de él, gritamos «Señor, sálvanos», entonces somos rescatados por el Salvador [Mat. 14:28-31].

La obra de Cristo está ilustrada en la parábola del matrimonio del hijo del rey. Todos los convidados, buenos y malos, se encuentran en el matrimonio; pero cuando el rey llega para examinar a los convidados, son todos rechazados, menos los que están vestidos con las vestiduras de la justicia de Cristo. «Muchos son los llamados pero pocos los escogidos» [Mat. 22:1-14].

Había dos compartimientos en el Santuario o Tabernáculo. En el primer compartimiento era efectuado un servicio todos los días del año, el cual tipificaba la invitación a los convidados y el hecho de llevarlos hasta el matrimonio. Un Día al final del año, era efectuado un servicio en el segundo compartimiento, el cual tipificaba el trabajo de escoger entre todos los convidados, a aquellos que eran dignos de la vida eterna, tal como es ilustrado en la parábola cuando el rey examinó a los convidados.

Historia del Santuario.-

La historia del servicio típico, de la cual el tabernáculo terrestre era una representación visible, comenzó en la puerta del jardín del Edén, donde nuestros primeros padres trajeron sus ofrendas y las presentaron ante el Señor. Abel mostró su fe en la promesa del Salvador trayendo un animal. El no solamente presentó la sangre derramada del sacrificio, sino que también presentó la grasa al Señor, mostrando fe en el Salvador y un deseo de apartarse de su pecado [Gén. 1:4, Heb. 11:4].

Antes que el pueblo de Dios fuese a Egipto, su adoración era simple. Los patriarcas vivían cerca del Señor, y no necesitaban de muchas formas o ceremonias para enseñarles la gran verdad de que el pecado podía ser expiado solamente con la muerte de Uno que no fuese pecador. Ellos necesitaban apenas de un simple altar y de un cordero inocente para conectar su fe con el infinito Portador de pecados.

A medida que los patriarcas viajaban de un lugar a otro, construían sus altares y ofrecían sus sacrificios, y Dios estaba bien cerca de ellos, mostrando a menudo Su aceptación de las ofrendas enviando fuego del cielo para consumir los sacrificios.

De todos los sacrificios que aparecen en el libro de Génesis, ninguno llegó tan cerca del sacrificio antitípico como aquel exigido a Abraham cuando Dios lo llamó para que ofreciera a su propio hijo. La prueba de fe no estaba simplemente en el hecho de que Isaac era su legítimo hijo, sino que Abraham entendió que a través de la posteridad de Isaac iría a venir el tan largamente prometido Mesías; y ofreciendo a Isaac, Abraham estaba cortando su única esperanza de salvación, como también la salvación del mundo. Pero su fe no vaciló. El creyó que el mismo Dios que había hecho un milagro dándole un hijo, podía traer ese hijo de la tumba para que cumpliera la promesa que El le había hecho [Heb. 11:17-19].

El Señor escogió el lugar exacto para la ofrenda de Isaac. El le dijo a Abraham, «Toma a tu hijo, tu único hijo, Isaac, a quien amas, y anda a la tierra de Moriá; ofrécelo allí en holocausto, sobre uno de los montes que yo te mostraré» [Gén. 22:2]. A medida que Abraham e Isaac caminaban durante esa memorable jornada, estaban siendo dirigidos por el Señor hacia el Monte Moriá; y cuando llegaron al lugar, Abraham construyó un altar y colocó a Isaac encima, listo para sacrificarlo; pero el Señor aseguró su mano.

El lugar era tan honrado por lo que Dios estaba mostrando, que nunca más fue honrado nuevamente por el Señor. Pero el diablo, Así como el Señor, estaba mirando este lugar. El sabía que era un lugar sagrado para Jehová, porque fue ahí que Dios probó la fe del hombre que El honró llamándolo de Su amigo [Sant. 2:23].

Por más de cuatrocientos años después que los hijos de Israel entraron en la tierra prometida, Satanás guardó este lugar.

Fue una fortificación del enemigo en medio a Israel. Pero fue finalmente capturado por David, quien lo transformó en la capital del reino; después de esto, Jerusalén fue llamada la «Ciudad de David» [2 Sam. 5:6-9].

La era de Ornán el Jebuseo, donde el ángel del Señor le apareció a David, estaba en este mismo lugar. El profeta le dijo a David que erigiera un altar en la era, y ahí hizo David una consagración especial al Señor. Un par de años después, el templo, el cual fue erigido sin ningún sonido de martillo, ocupó este mismo lugar [2 Crón. 3:1]. Dios lo había conquistado, y El decidió que el lugar estaría siempre santificado por Su presencia. Pero Su pueblo era incrédulo, y cuando el Señor de la luz vino a Su propio templo, El fue despreciado y crucificado, y la ciudad santa y el lugar del sagrado templo les fue pasado a los gentiles.

Satanás está guardando este lugar atentamente hasta hoy, tratando de nunca más renunciar a su posesión. Pero el tiempo está llegando, cuando a pesar de Satanás y de todas sus huestes, el mismo Salvador que fue rechazado en Su propio templo colocará Su pie en el Monte de los Olivos [Zac. 14:4-11], y todo el lugar de la antigua Jerusalén será purificado; entonces la Nueva Jerusalén vendrá del cielo y descansará en el lugar hecho santo por la consagración del escogido pueblo de Dios. El glorioso templo celestial de Dios estará en el Monte Sión (Moriá), para nunca más caer en las manos del enemigo. Dios dijo, «Yo… colocaré Mi santuario en medio a ellos por todo siempre». Eze. 37:26

Habiendo descrito brevemente el tema del Edén perdido hasta el Edén restaurado, volveremos ahora al tiempo en que Israel salió de Egipto.

Sujeto a una vida de constante trabajo y rodeado por idólatras, los hijos de Israel perdieron el significado de sus simples sacrificios. Fuera de su servidumbre, estaban privados de los privilegios que gozaran los antiguos patriarcas, de pasar mucho tiempo comunicándose con Dios, lo cual hizo que ellos se acercaran mucho a la idolatría egipcia. Cuando Dios los sacó de Egipto, El les dio Su ley en el Sinaí, y después les dio el mismo sistema de adoración que habían tenido los patriarcas.

Pero tuvo que tratarlos igual que a niños. Como no podían apoderarse de las verdades sin una ilustración simple, Dios les dio el mismo sistema de adoración que Abraham, Isaac y Jacob habían tenido, pero en una forma infantil, de la misma manera como nosotros usaríamos los métodos del kindergarten para enseñarles lecciones a los niños, las cuales los adultos entenderían perfectamente bien.

Ellos se habían alejado tanto, que no conseguían entender cómo Dios podría vivir con ellos, siendo invisible, de manera que Dios les dijo, «Y me harán un santuario; para que Yo pueda habitar en medio a ellos» [Exo. 25:8]. La nube sobre el tabernáculo y la presencia visible de Dios dentro del mismo, ayudó a los israelitas a comprender mejor la presencia real del Señor en medio a ellos.

Ese santuario era una sombra, un modelo, del santuario celestial; y el servicio fue planificado de tal manera por el Señor que todo el servicio era un tipo, o una representación, de la obra del Hijo de Dios iría a hacer en la tierra y en el cielo para la redención de la raza perdida. Era la más bonita lección objetiva jamás dada a la humanidad.

El santuario fue completado, mientras los israelitas estaban acampados en el Sinaí, y durante sus cuarenta años de vagar en el desierto, lo llevaron consigo. Cuando llegaron a la tierra prometida, fue dejado en Gilgal por algunos años [Jos. 5: 10-11], y después fue llevado a Siló [Jos. 18:1, 19:51], donde permaneció por muchos años. Cuando David estaba huyendo de Saúl, el Tabernáculo estaba en Nob [1 Sam 21:1-6], donde los sacerdotes colocaban el pan de la proposición delante del Señor cada Sábado. Después fue llevado al lugar alto de Gabaón [1 Crón 16:39, 21:29]. El Tabernáculo permaneció en Gabaón hasta que fue retirado por Salomón quien lo llevó hasta Jerusalén. Josefo nos cuenta que Salomón tenía «el tabernáculo que Moisés había construido y todos los vasos que habían para la ministración de los sacrificios de Dios», y que los trasladó al templo.

David deseó construir una casa para el Señor; pero por causa de sus muchas guerras, el Señor ordenó que su hijo debería construir la casa. Cuando Salomón fue establecido en su trono, el erigió una magnífica estructura, la cual la dedicó a su Señor.

Dios demostró su aceptación llenando con Su gloria el templo. Salomón no planificó él mismo el templo; Dios le reveló el plano a David, Así como también lo había hecho con Moisés y el tabernáculo. David no llegó a verlo terminado, pero cuando le mostró el plano a Salomón, le dijo, «todo esto me fue dado por escrito por mandato del Señor, a saber, todas las obras de esta planta» [1 Crón. 28:11-19].

La historia del templo de Salomón es realmente la historia de la experiencia religiosa de los hijos de Israel. Cuando se separaban del Señor, el templo era descuidado, y algunas veces hasta sufrió violencias. Fue saqueado por Sisac, rey de Egipto [1 Rey. 14:25-26]. Bajo instigación de Joiada fue reparado por Joás [2 Rey. 12:4-14], quien después finalmente acabó robándolo para dárselo a los Sirios [13]. Achaz poco después, no solamente lo despojó de sus tesoros, sino que profanó sus sagrados recintos [2 Rey. 16:14-18].

Bajo el reinado del buen rey Ezequías, el templo fue purificado y fue restaurada su adoración [2 Crón. 29:3-35]; pero aún el propio Ezequías lo despojó de sus tesoros para llegar a un acuerdo con los Asirios [2 Rey. 18:13-16]. Fue nuevamente contaminado por la adoración idolátrica de Manasés [2 Rey. 21:4-7]. El «buen rey Josías» cuando apenas tenía 18 años, reparó y purificó el templo, y restauró más una vez la adoración [2 Rey. 22:37]. Finalmente, a pesar de la incredulidad del pueblo escogido de Dios, el sagrado templo fue quemado hasta las bases, y sus tesoros fueron llevados para Babilonia [2 Rey. 25:9,13-17].

Fue cerca de setenta años antes de la reconstrucción del templo por Zorobabel que fue completado y la casa fue dedicada con gran regocijo [Esd.6:16-22]. Herodes demoró 46 años en reparar el templo de Zorobabel, hasta que en los tiempos de Cristo era una magnífica estructura [Juan 2:20].

La presencia de Dios habitó con Su pueblo en los lugares de habitación que ellos Le prepararon, desde el tiempo en que el tabernáculo fue erigido en el desierto, durante todo el caminar de la historia a través de sus vagueaciones espirituales, hasta el Día memorable cuando los tipos celebrados por 4,000 años encontraron su Antítipo en la cruz del Calvario. Entonces, con un gran ruido, el glorioso velo del magnífico edificio de Herodes, se rasgó de arriba hacia abajo, y el Señor dejó para siempre Su templo [Mat. 27:50-51]. Antes de esto, los servicios eran dirigidos por Dios; después de esto eran apenas un vacío remedo, ya que Dios había dejado el santuario [Mat. 23:37-38]. El templo permaneció en pie hasta el año 70 DC, cuando fue destruido por los romanos. Hoy Día, el lugar santo está cubierto por una mesquita Mahometana.

La Epístola a los Hebreos muestra que el apóstol veía claramente el cumplimiento antitípico de los tipos y sombras celebrados por tantos años. No debemos olvidar que el don del Espíritu de Profecía y el Sábado del Señor siempre estuvieron conectados con el servicio del santuario. No tenemos ninguna razón para dudar de que durante los primeros pasos de la iglesia Cristiana, el asunto del santuario y de la obra antitípica de Cristo en el cielo era claramente entendida por los Cristianos; pero cuando la Biblia les fue quitada, cuando el Sábado del Señor fue ocultado, y la voz del Espíritu de Profecía no fue más escuchada en la dirección de la iglesia, entonces perdieron de vista la bella obra antitípica representada por el servicio en el antiguo santuario.

Pero ha llegado el tiempo del gran juicio en el cielo, cuando el Padre y el Hijo, con el acompañamiento de sus ángeles, han pasado al lugar santísimo del santuario celestial. Ningún espectáculo terrestre podrá jamás compararse con ese séquito majestuoso. Dios decidió que esto debería ser reconocido en la tierra, y entonces hizo que un mensaje sea proclamado a los habitantes de la tierra, dirigiendo su atención a los movimientos del Hijo de Dios. Esto es conocido como el primer mensaje angélico de Apocalipsis 14:6-7. Mucha gente aceptó el mensaje y su atención fue centrada en el Salvador; pero no entendieron la obra antitípica del santuario, y Así esperaron al Salvador que viniera a esta tierra. Pero en vez de venir a esta tierra, El entró en el segundo compartimiento del Santuario celestial, para efectuar la obra de juicio.

Estas personas, que fueron reunidas por el mensaje del primer ángel, amaban a su Señor; y en su ardiente deseo de poder encontrar la razón por la cual El no había venido a esta tierra, llegaron tan cerca de El, que en respuesta a sus fervientes oraciones, dirigió sus atenciones al Santuario celestial. Allí ellos vieron el arca del testamento de Dios conteniendo Su sagrada ley, y ellos reconocieron sus reclamos, y comenzaron a guardar el Sábado del Señor. El servicio del Santuario, el Sábado, y el Espíritu de Profecía estuvieron siempre unidos en el pasado; y cuando fue derramada la luz del servicio antitípico del santuario al pueblo de Dios, El les dio nuevamente el Espíritu de Profecía, para revelarles las solemnes verdades en relación al ministerio de Cristo en el cielo, lo cual ellos no habrían comprendido de otra manera.

S U M A R I O

El Tabernáculo

Construido por Moisés en el desierto Exo. 40:1-38

Salomón lo conservó en el templo Reyes 8:4, 1 Crón. 22:19

El Templo

Construido por Salomón 2 Cron. 2-5

Destruido por los Babilonios 2 Cron. 36:17-19

Reconstruido por Zorobabel Esdras 6:13-15

Restaurado por Herodes Juan 2:20

Abandonado por el Señor Mat. 23:37-39

Destruido por los Romanos Mat. 24:2, cumplido en el 70 d.C.

Categorías: Santuario

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