El Bautismo – 2da. Parte

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III. El bautismo en el cristianismo primitivo
Cualquiera sea su correspondiente trasfondo, el bautismo ha sido parte integral del cristianismo desde sus comienzos. Los primeros convertidos eran bautizados (Hch. 2.38, 41). Pablo, convertido dentro de los dos o tres años de la resurrección, da por sentado que el bautismo marca el comienzo de la vida cristiana (véase más adelante, IV). Y no sabemos de ningún cristiano en el NT que no haya sido bautizado ya sea por Juan o en el nombre de Jesús.

De la misma manera que el bautismo de Juan, también el primitivo bautismo cristiano era una expresión de arrepentimiento y fe (Hch. 2.38, 41; 8.12s; 16.14s, 33s; 18.8; 19.2s; cf. He. 6.1s). Muchos dirían que el perdón de pecados se lograba por medio del bautismo desde el primer momento (Hch. 2.38; 10.43; 22.16; 26.18). Otros sostienen que quien se bautizaba en la época cristiana primitiva consideraba al bautismo más como su “aspiración de una buena conciencia hacia Dios’ (1 P. 3.21), con el don del Espíritu considerado como la acción divina de aceptación y renovación (esp. Hch. 10.43–45; 11.14s; 15.8s). Ciertamente era un paso decisivo de entrega para el que pretendía hacerse cristiano, lo que a menudo debe haber dado como resultado el ostracismo y aun la persecución por parte de sus anteriores compañeros.

A diferencia del bautismo de Juan, el bautismo cristiano se administró desde el principio “en el nombre de Jesús” (Hch. 2.38; 8.16; 10.48; 19.5). Esta frase probablemente indica ya sea que el que bautizaba se veía como representante del Jesús exaltado (cf. esp. 3.6, 16 y 4.10 con 9.34), o que el que se bautizaba veía su bautismo como su acto de entrega al discipulado de Jesús (cf. 1 Co. 1.12–16 y mas adelante, IV). Es muy probable que se entendiera que dicha frase abarcaba ambos aspectos.

Es evidente, por lo tanto, que desde el primer momento el bautismo en el nombre de Jesús se realizaba como el rito de ingreso o iniciación a la nueva secta de aquellos que invocaban el nombre de Jesús (Hch. 2.21, 41; 22.16; cf. Ro. 10.10–14; 1 Co. 1.2). Algunas veces se hacía con el agregado de la imposición de manos, y debe haber servido también para expresar en forma gráfica la aceptación del que se bautizaba por parte de la comunidad de aquellos que como él creían en Jesús (Hch. 8.14–17; 10.47s; 19.6; He. 6.2). La relación entre el bautismo y el don del Espíritu en Hch. es motivo de grandes discusiones. Algunos sostienen que el Espíritu se recibía (a) por el bautismo, o (b) mediante la imposición de manos, o (c) por ambos medios, siendo los dos actos rituales partes integrantes de un solo sacramento [sobre este término véase la nota aclaratoria al pie del artículo correspondiente] conjunto. Cada una de estas posiciones puede invocar apoyo en algún punto del libro de Hch.: (a) 2.38; (b) 8.17; cf. 9.17; (c) 19.6. Pero a menos que se logre mayor apoyo, resulta muy difícil sostener que en el cristianismo primitivo había un concepto uniforme sobre este tema, o que Lucas estaba procurando promover un determinado punto de vista. Es más probable que para Lucas y los primeros cristianos el factor realmente decisivo para demostrar la realidad de la entrega de una persona a Dios y su aceptación por él era el don del Espíritu; la presencia del Espíritu resultaba fácilmente discernible por sus efectos en la vida de aquel que lo recibía (Hch. 1.5; 2.4; 2.38; 4.31; 8.17s; 10.44–46; 11.15–17; 19.2). En este encuentro divino-humano, el bautismo (y a veces la imposición de manos) representaba un papel importante, particularmente, y por lo menos, como expresión de arrepentimiento y entrega al Señor, como señal de haber ingresado al discipulado de Jesús y de entrar a formar parte del grupo de sus discípulos, y generalmente como el contexto del encuentro divino-humano en el cual se daba y se recibía el Espíritu. Una perspectiva más “elevada” del bautismo tiene muy poco en lo cual fundarse.

IV. El bautismo en las cartas paulinas
Las únicas referencias ciertas al bautismo en Pablo se encuentran en Ro. 6.4; 1 Co. 1.13–17; 15.29; Ef. 4.5; y Col. 2.12. La más clara de ellas es 1 Co. 1.13–17, donde es obvio que Pablo da por sentado que el bautismo se realizaba “en (eis) el nombre de Jesús”. Aquí utiliza probablemente una fórmula conocida en contabilidad en aquella época, cuando “en nombre de” significaba “a cuenta de”. Vale decir, el bautismo se consideraba como un contrato de transferencia, un acto por el cual el que se bautizaba se entregaba para constituirse en propiedad o discípulo de aquel que se nombraba. El problema en Corinto era que había muchas personas que obraban como si se hubiesen hecho discípulos de Pablo o Cefas o Apolos, es decir, como si hubiesen sido bautizados en el nombre de ellos más bien que en el nombre de Jesús.

De las otras referencias, Ef. 4.5 confirma que el bautismo era una de las piedras fundamentales de la comunidad cristiana. Y 1 Co. 15.29 probablemente se refiera a alguna práctica de bautismo vicario, por el cual un cristiano se bautizaba en lugar de alguna persona ya fallecida (Pablo no indica si aprueba o desaprueba la práctica).

Sumamente intrigantes resultan los pasajes de Ro. 6.4 y Col. 2.12, que hablan del bautismo como un medio o instrumento para ser sepultado con Cristo, o como el contexto en el cual el que habíá de hacerse cristiano era sepultado con Cristo. En este pasaje Pablo está claramente evocando el poderoso simbolismo del bautismo (probablemente por inmersión) como un sepultar (fuera de la vista) la vieja vida. En Ro. 6.4 no entiende el acto de emerger del agua como un símbolo de la resurrección: la resurrección con Cristo es aun cosa del futuro (6.5). Quizás sea esa la asociación en Col. 2.12, pues allí la resurrección con Cristo se considera como algo pasado (Col. 3.1), pero la expresión griega en 2.12 no lo hace necesario. Debemos recordar también que Pablo considera el morir con Cristo no como un acontecimiento único del pasado; la identificación con Cristo en sus sufrimientos y su muerte es un acontecer que dura toda la vida (Ro. 6.5; 3.17; 2 Co. 1.5; 4.10; Gá 2.20; 6.14; Fil. 3.10). De modo que podría ser que Pablo considerara al bautismo como el símbolo constante de este aspecto de la existencia cristiana, mientras que el Espíritu denotaba la nueva vida en Cristo (Ro. 8.2, 6, 10s, 13; 1 Co. 15.45; 2 Co. 3.3, 6; Ga. 5.25; 6.8).

Se han propuesto muchas otras referencias al bautismo en las epístolas paulinas. La mayoría de los eruditos sostiene que la frase “bautizados en Cristo Jesús” se refiere directamente al bautismo (Ro. 6.3; 1 Co. 10.2; 12.13; Gá. 3.27). Una opinión que se sostiene con firmeza aquí es que “en Cristo” constituye una abreviatura de “en el nombre de Cristo”. Si es así, luego Pablo consideraba que el acto bautismal era rico en eficacia y significado sacramentales. Otros sostienen que “bautizados en Cristo” es más bien una abreviatura de “bautizados en Espíritu en Cristo” (según se registra explícitamente en 1 Co. 12.13). En este caso, Pablo se estaría haciendo eco de la metáfora que comenzó con Juan el Bautista, según la cual la frase no se refiere al acto ritual, sino a aquella unión con Cristo (en su muerte) que el bautismo (por inmersión) tan gráficamente simboliza (cf. Mr. 10.38; Lc. 12.50).

Otros pasajes muy mencionados como referencias al bautismo son los que hablan de lavamiento en 1 Co. 6.11; Ef. 5.26; y Tit. 3.5, y los que hablan del sello del Espíritu en 2 Co. 1.22 y Ef. 1.13; 4.30. Si el punto de vista de Pablo acerca del bautismo era fuertemente sacramental, entonces la alusión al bautismo sería convincente, tanto más si Pablo estaba sufriendo la influencia de los cultos de misterio a esta altura. Por otro lado, 1 Co. 1.13–17 y 10.1–12 muestran a Pablo resistiendo este tipo de sacramentalismo. Además, al oponerse a aquellos que insisten en que los cristianos debían circuncidarse Pablo contrapone, no el bautismo (como una alternativa cristiana más efectiva) sino la fe de ellos y la realidad del Espíritu que recibieron mediante la fe (Gá. 3.1–4.7; Fil. 3.3). Así que es posible que Pablo haya entendido que el lavamiento tenía carácter directamente espiritual y no sacramental (cf. Hch. 15.9; Tit. 2.14; He. 9.14; 10.22; 1 Jn. 1.7, 9). Cuando recordamos el carácter tangible de la presencia del Espíritu en el cristianismo de los primeros tiempos, resulta innecesario vincular el “sello del Espíritu” a cualquier cosa que no sea el don del Espiritu en sí mismo.

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