Comentario Leccion EGW 03 Julio – Septiembre 2012

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III Trimestre de 2012
1 y 2 de Tesalonicenses

Notas de Elena G. de White 

Lección 3
21 de Julio de 2012

Tesalónica en los días de Pablo

Sábado 14 de julio

Pablo les escribe a los corintios: “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número” (1 Corintios 9:19). Pablo deseaba que sus hermanos corintios vieran la ambición egoísta y la intolerancia que mostraban, y para eso les presentaba su propia forma de actuar para que, por contraste, se dieran cuenta de su conducta pecaminosa. Al trabajar por diferentes naciones, lenguas y pueblos, Pablo buscaba adaptarse a las diferentes personas, sin hacer prominentes las diferencias consigo mismo. Dejaba de lado sus senti­mientos personales y soportaba los prejuicios de las personas con quie­nes debía trabajar (Sketches From the Life of Paul, p. 160).

Domingo 15 de julio:
Los romanos llegan a Tesalónica

Sin embargo, los miembros del concilio no estaban todos de acuer­do. El Sanedrín no constituía entonces un cuerpo legal. Existía solo por tolerancia. Algunos de sus miembros ponían en duda la conveniencia de dar muerte a Cristo. Temían que ello provocara una insurrección entre el pueblo e indujera a los romanos a retirar a los sacerdotes los favores que hasta ahora habían disfrutado y a despojarlos del poder que todavía conservaban. Los saduceos, aunque unidos en su odio contra Cristo, se inclinaban a ser cautelosos en sus movimientos, por temor a que los romanos los privaran de su alta posición.

En este concilio, convocado para planear la muerte de Cristo, estaba presente el Testigo que oyó las palabras jactanciosas de Nabucodonosor, que presenció la fiesta idólatra de Belsasar, que estaba presente cuando Cristo en Nazaret se proclamó a sí mismo el Ungido. Este Testigo estaba ahora haciendo sentir a los gobernantes qué clase de obra estaban haciendo. Los sucesos de la vida de Cristo surgieron ante ellos con una claridad que los alarmó. Recordaron la escena del templo, cuando Jesús, entonces de doce años, de pie ante los sabios doctores de la ley, les hacía preguntas que los asombraban. El milagro recién realizado daba testimonio de que Jesús no era sino el Hijo de Dios. Las Escrituras del Antiguo Testamento concernientes al Cristo resplandecían ante su mente con su verdadero significado. Perplejos y turbados, los gobernantes preguntaron: “¿Qué hacemos?” Había división en el concilio. Bajo la impresión del Espíritu Santo, los sacer­dotes y gobernantes no podían desterrar el sentimiento de que estaban luchando contra Dios.

Mientras el concilio estaba en el colmo de la perplejidad, Caifás, el sumo sacerdote, se puso de pie. Era un hombre orgulloso y cruel, despótico e intolerante. Entre sus relaciones familiares, había saduceos soberbios, atrevidos, temerarios, llenos de ambición y crueldad ocultas bajo un manto de pretendida justicia. Caifás había estudiado las profecías y aunque ignoraba su verdadero significado dijo con gran autoridad y aplomo: “Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación se pierda”. Aunque Jesús sea inocente, aseguraba el sumo sacerdote, debía ser quitado del camino. Molestaba porque atraía el pueblo a sí y menoscababa la autoridad de los gobernantes. Él era uno solo; y era mejor que muriese antes de permitir que la autoridad de los gobernantes fuese debilitada. En caso de que el pueblo llegara a perder la confianza en sus gobernantes, el poder nacional sería destruido. Caifás afirmaba que después de este milagro los adeptos de Jesús se levantarían proba­blemente en revolución. Los romanos vendrán entonces —decía él— y cerrarán nuestro templo; abolirán nuestras leyes, y nos destruirán como nación. ¿Qué valor tiene la vida de este galileo en comparación con la vida de la nación? Si él obstaculiza el bienestar de Israel, ¿no se presta servicio a Dios matándole? Mejor es que un hombre perezca, y no que toda la nación sea destruida…

La idea que él defendía se basaba en un principio tomado del paga­nismo. Entre los paganos, el conocimiento confuso de que uno había de morir por la raza humana los había llevado a ofrecer sacrificios humanos. Así, por el sacrificio de Cristo, Caifás proponía salvar a la nación culpable, no de la transgresión, sino en la transgresión, a fin de que pudiera continuar en el pecado. Y por este razonamiento, pensaba acallar las protestas de aquellos que pudieran atreverse, no obstante, a decir que nada digno de muerte habían hallado en Jesús (El Deseado de todas las gentes, pp. 497, 498).

Lunes 16 de julio:
Una respuesta pagana a Roma

La historia de la iglesia primitiva da testimonio del cumplimiento de las palabras del Salvador. Los poderes de la tierra y el infierno se coligaron contra Cristo en la persona de sus seguidores. El paganismo previo que si el evangelio triunfaba, sus templos y altares serían barri­dos; por lo tanto, reunió sus fuerzas para destruir a la cristiandad. Se encendieron los fuegos de la persecución. Se expropiaron las posesio­nes de los cristianos y se los arrojó de sus hogares. “Soportaron gran lucha y aflicción”. “Experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles” (Hebreos 11:36). Muchos de ellos sellaron su testimonio con su sangre. Los nobles y los esclavos, los ricos y los pobres, los eruditos y los ignorantes fueron igualmente asesinados sin misericordia.

Vanos fueron los esfuerzos de Satanás para destruir a la iglesia de Cristo por medio de la violencia. El gran conflicto en cuyo transcurso los discípulos de Jesús rindieron sus vidas no cesó porque estos fíeles portaestandartes cayeron en sus puestos. Triunfaron por medio de la derrota. Los obreros de Dios fueron asesinados, pero su obra siguió fir­memente adelante. El evangelio se siguió esparciendo, y el número de sus adherentes creció. Llegó a regiones inaccesibles: hasta las águilas de Roma. Un cristiano, que discutía con los gobernantes paganos que fomentaban la persecución, dijo lo siguiente: “Podéis matarnos, tortu­rarnos, condenamos… Vuestra injusticia es la prueba de que somos inocentes… Vuestra crueldad… no os servirá de nada”. Era una pode­rosa invitación más para atraer a otros a su fe. “Mientras más a menudo nos aplastáis, más rápidamente crece nuestro número; la sangre de los cristianos es una semilla” (La historia de la redención, pp. 336, 337).
Poca utilidad tiene el intento de reformar a los demás atacando de frente lo que consideremos malos hábitos suyos. Tal proceder resulta a menudo más perjudicial que benéfico. En su conversación con la samaritana, en vez de desacreditar el pozo de Jacob, Cristo presentó algo mejor. “Si conocieses el don de Dios —dijo— y quién es el que te dice: Dame de beber: tú pedirías de él, y él te daría agua viva” (Juan 4:10). Dirigió la plática al tesoro que tenía para regalar y ofreció a la mujer algo mejor de lo que ella poseía: el agua de vida, el gozo y la esperanza del evangelio.

Esto ilustra la manera en que nos toca trabajar. Debemos ofrecer a los hombres algo mejor de lo que tienen, es decir la paz de Cristo, que sobrepuja todo entendimiento. Debemos hablarles de la santa ley de Dios, trasunto fiel de su carácter y expresión de lo que él desea que lle­guen a ser. Mostradles cuán infinitamente superior a los goces y place­res pasajeros del mundo es la imperecedera gloria del cielo. Habladles de la libertad y descanso que se encuentran en el Salvador. Afirmó: “El que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed”.

Levantad en alto a Jesús y clamad: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (S. Juan 1:29). El solo puede satisfacer el ardiente deseo del corazón y dar paz al alma (Exaltad a Jesús, p. 301).

Martes 17 de julio:
El evangelio como punto de contacto

El predicador no debe pensar que se ha de decir toda la verdad a los incrédulos en toda ocasión. Debe estudiar con cuidado cuándo debe hablar, qué debe decir, y qué debe callar. Esto no es practicar el engaño; es obrar como obraba Pablo. “Siendo libre para con todos —escribió a los corintios— me he hecho siervo de todos por ganar a más. Heme hecho a los judíos como judío, por ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no sea sujeto a la ley) como sujeto a la ley, por ganar a los que están sujetos a la ley; a los que son sin ley, como si yo fuera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, mas en la ley de Cristo), por ganar a los que estaban sin ley. Me he hecho a los flacos flaco, por ganar a los flacos: a todos me he hecho todo, para que de todo punto salve a algunos” (1 Corintios 9:19-22).

Pablo no se dirigía a los judíos de un modo que despertase sus pre­juicios. No les decía primero que debían creer en Jesús de Nazaret; sino que se espaciaba en las profecías que hablaban de Cristo, de su misión y obra. Paso a paso llevaba a sus oyentes hacia adelante, y les demos­traba la importancia de honrar la ley de Dios. Rendía el debido honor a la ley ceremonial, demostrando que Cristo era quien había instituido la dispensación judaica y el servicio de sacrificios. Luego los traía hasta el primer advenimiento del Redentor, y les demostraba que en la vida y muerte de Cristo se había cumplido toda especificación del servicio de sacrificios.

Al hablar a los gentiles, Pablo ensalzaba a Cristo, presentándoles luego las imposiciones vigentes de la ley. Demostraba cómo la luz reflejada por la cruz del Calvario daba significado y gloria, a toda la dispensación judaica.

Así variaba el apóstol su manera de trabajar, y adaptaba el men­saje a las circunstancias en que se veía colocado. Después de trabajar pacientemente, obtenía gran éxito; aunque eran muchos los que no que­rían ser convencidos. Algunos hay hoy día que no serán convencidos por ningún método de presentar la verdad; y el que trabaja para Dios debe estudiar cuidadosamente los mejores métodos, a fin de no des­pertar prejuicios ni espíritu combativo. En esto han fracasado algunos. Siguiendo sus inclinaciones naturales, cerraron puertas por las cuales podrían, con un diferente método de obrar, haber hallado acceso a cier­tos corazones, y por éstos a otros (Obreros evangélicos, pp. 123, 124).

Pablo podía ser tan celoso como cualquiera de los más celosos en su lealtad a la ley de Dios, y mostrar que estaba perfectamente fami­liarizado con las Escrituras del Antiguo Testamento. Podía ocuparse ampliamente de los símbolos y las sombras que representaban a Cristo; podía ensalzar a Cristo y decir todo lo que hay acerca de él y su obra especial en favor de la humanidad; ¡y qué campo tenía para explorar! Podía impartir la más preciosa luz sobre las profecías que ellos no habían visto, y sin embargo no los ofendería. De ese modo se puso muy bien el fundamento para que cuando llegara el tiempo en que se calma­ran los espíritus de ellos, pudiera decir en el lenguaje de Juan: He aquí en Jesucristo, que se hizo carne y habitó entre nosotros, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

Predicaba a Cristo ante los gentiles como su única esperanza de salvación, pero al principio no tuvo nada que decir en cuanto a la ley. Pero después de que sus corazones fueron conmovidos con la presen­tación de Cristo como la dádiva de Dios para nuestro mundo, y lo que está comprendido en la obra del Redentor en el costoso sacrificio para manifestar el amor de Dios al hombre, con la más elocuente sencillez mostraba ese amor por toda la humanidad —-judíos y gentiles— para que pudieran ser salvados entregando su corazón a Cristo. Entonces, cuando enternecidos y subyugados se entregaban al Señor, presentaba la ley de Dios como la prueba de la obediencia de ellos. Esta era la forma en que trabajaba, adaptando sus métodos para ganar almas. Si hubiese sido brusco y torpe en el manejo de la Palabra, no hubiera alcanzado a judíos ni a gentiles (Comentario bíblico adventista, tomo 6, pp. 1088, 1089).

Miércoles 18 de julio:
Pablo, el “predicador callejero”

Pablo había recibido una educación esmerada, y era admirado por su genio y elocuencia. Fue elegido por sus conciudadanos como miem­bro del sanedrín, y era un rabí destacado. Sin embargo, no se habría considerado completa su educación hasta que hubiera servido como aprendiz de algún oficio útil. Se regocijaba al poder sostenerse con su trabajo manual, y con frecuencia declaraba que sus propias manos le habían proporcionado lo que necesitaba. Mientras estaba en una ciudad desconocida para él, no era una carga para nadie. Cuando se le acababan los recursos para hacer avanzar la causa de Cristo, recurría a su oficio para ganarse la vida (Comentario bíblico adventista, tomo 6, pp. 1062, 1063).

Pablo era fabricante de tiendas y se ganaba la vida trabajando en su oficio. Mientras trabajaba en eso hablaba del evangelio con aquellos con los cuales tenía trato, y trajo a muchas almas del error a la verdad. No perdía oportunidad de hablar del Salvador o de ayudar a los que tenían problemas.

La historia del apóstol Pablo es un testimonio permanente de que el trabajo manual no puede ser degradante y de que no es incompatible con la verdadera grandeza y elevación del carácter humano o cristiano. Esas manos gastadas por el trabajo, creía él, no disminuían en nada la fuerza de sus exhortaciones patéticas, sensibles, inteligentes y elocuen­tes. ..

Esas manos gastadas por el trabajo, presentadas ante la gente, daban testimonio de que no era una carga para nadie… A veces tam­bién mantenía a sus compañeros de trabajo, sufriendo él mismo hambre a fin de aliviar las necesidades de otros. Compartía sus ganancias con Lucas y ayudó a Timoteo a obtener el equipo necesario para su viaje (Conflicto y valor, p. 342).

Los obreros de Dios deben esforzarse por llegar a ser hombres multifacéticos; es decir, deben tratar de tener una amplitud de carácter, y no ser hombres unilaterales, acostumbrados a trabajar en una sola forma, que entren en un surco y sean incapaces de ver y sentir que sus palabras y su defensa de la verdad deben variar con la clase de gente entre la que se encuentren, y con la circunstancias que deban enfrentar.

El método debe ser determinado por la clase de gente. No olvide­mos que deben emplearse métodos diferentes para salvar a personas que son distintas (El evangelismo, p. 82).

Una obra grande y solemne se extiende delante del pueblo de Dios. Tiene que acercarse a Cristo mediante la abnegación y el sacrificio, con el solo objeto de dar el mensaje de misericordia a todo el mundo. Algunos trabajarán de una manera y otros de otra, de acuerdo con la dirección de Dios. Pero todos deben luchar juntos, tratando de llevar la obra a su total conclusión. Los siervos de Dios deben trabajar para él por medio de la pluma y la voz. Hay que traducir la palabra impresa, llena de la verdad, a distintos idiomas. Hay que predicar el evangelio a todos los pueblos (Cada día con Dios, p. 221).

Jueves 19 de julio:
Hogares-iglesia

Había llegado el momento para adelantar activamente la obra entre los gentiles. Muchas comunidades habían recibido el evangelio con ale­gría, y glorificaban a Dios por haber recibido la luz de una fe inteligen­te. La incredulidad y malicia de los judíos no eran capaces de oponerse a los propósitos de Dios porque un nuevo Israel había sido injertado en el viejo olivo. Y aunque las sinagogas no permitían a los apóstoles pre­dicar, las residencias privadas se abrían para que las usaran, y aun los edificios públicos de los gentiles eran utilizados para predicar la Palabra de Dios (Folleto: Redemption: or the Teachings of Paul and His Mission to the Gentiles, p. 14).

Durante el largo período de su ministerio en Éfeso, donde por tres años realizó un agresivo esfuerzo evangélico en esa región, Pablo tra­bajó de nuevo en su oficio…

Algunos criticaban a Pablo porque trabajaba con las manos, decla­rando que era incompatible con la obra del ministerio evangélico. ¿Por qué Pablo, un ministro de la más elevada categoría, vinculaba así el trabajo mecánico con la predicación de la Palabra? ¿No era el obrero digno de su salario? ¿Por qué dedicaba a hacer tiendas el tiempo que a todas luces podía dedicarse a algo mejor?

Pablo no consideraba perdido el tiempo así empleado. Mientras trabajaba con Aquila se mantenía en relación con el gran Maestro, sin perder ninguna oportunidad para testificar a favor del Salvador y ayudar a los necesitados. Su mente estaba constantemente en procura de cono­cimiento espiritual. Daba instrucción a sus colaboradores en las cosas espirituales, y ofrecía también un ejemplo de laboriosidad y trabajo cabal. Era un obrero rápido y hábil, diligente en los negocios, ardiente “en espíritu; sirviendo al Señor”. Mientras trabajaba en su oficio, el apóstol tenía acceso a una clase de gente que de otra manera no hubiera podido alcanzar…

Pablo dio un ejemplo contra el sentimiento, que estaba entonces adquiriendo influencia en la iglesia, de que el evangelio podía ser predi­cado con éxito solamente por quienes quedaran enteramente libres de la necesidad de hacer trabajo físico. Ilustró de una manera práctica lo que pueden hacer los laicos consagrados en muchos lugares donde la gente no está enterada de las verdades del evangelio. Su costumbre inspiró en muchos humildes trabajadores el deseo de hacer lo que podían para el adelanto de la causa de Dios, mientras se sostenían al mismo tiempo con sus labores cotidianas (El ministerio de la bondad, pp. 66, 67).

El apóstol Pablo consideraba la ociosidad como un pecado. Aprendió el oficio de hacer tiendas en todos sus detalles, importantes o insignificantes, y durante su ministerio trabajaba a menudo en ese oficio para mantenerse a sí mismo y a los demás. Pablo no consideraba como tiempo perdido el que pasaba así. Mientras trabajaba, el apóstol tenía acceso a una clase de personas a quienes no podría haber alcanzado de otra manera. Mostraba a sus asociados que la habilidad en las artes comunes es un don de Dios. Enseñaba que aun en el trabajo de cada día se ha de honrar a Dios. Sus manos encallecidas por el trabajo no restaban fuerza a sus llamamientos patéticos como ministro cristiano (Consejos para los maestros, pp. 266, 267).


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