UNA MIRADA HISTÓRICA A LA CREENCIA EN LA INMORTALIDAD DEL ALMA

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La mentira de la serpiente: “No moriréis” (Gén. 3:4), ha perdurado a lo largo de toda la historia humana hasta nuestros tiempos. Prácticamente todas las sociedades tienen una creencia de alguna forma de vida después de la muerte. La necesidad de consuelo y de certeza a la luz del desafío que representa la muerte para la vida humana ha llevado a personas de todas las culturas a formular creencias en alguna forma de vida después de la muerte. Esas creencias, como veremos, reflejan intentos humanos de alcanzar la vida inmortal por medio de especulaciones humanas, en vez de la revelación divina.

La creencia de los egipcios en la inmortalidad del alma

Es difícil determinar con precisión el origen histórico de la creencia en la inmortalidad del alma, dado que todas las civilizaciones antiguas se aferraban a alguna forma de vida consciente después de la muerte. El historiador griego Herodoto, que vivió en el siglo V a.C., nos dice en su Historia que los antiguos egipcios fueron los primeros en enseñar que el alma del hombre es inmortal y separable del cuerpo. Al morir, el alma pasa por varios animales antes de volver a nacer en forma humana. Se suponía que el ciclo llevaba tres mil años.2

En ningún lugar del mundo antiguo la preocupación por la vida después de la muerte se sintió tan profundamente como en Egipto. Las innumerables tumbas desenterradas por los arqueólogos a lo largo de todo el Nilo ofrecen un testimonio elocuente de la creencia egipcia en la vida consciente después de la muerte. Los egipcios dedicaban importantes cantidades de tiempo y dinero preparándose para la vida después de la muerte. Practicaban ceremonias elaboradas a fin de preparar a los faraones para su próxima vida, construyendo pirámides macizas y otras tumbas elaboradas llenas de lujos que se suponía que los difuntos necesitarían en el futuro. El famoso Libro de los muertos, una colección de antiguos textos egipcios funerarios y rituales, describe con gran detalle cómo afrontar los desafíos de la vida después de la muerte.

Los filósofos griegos promovieron la inmortalidad del alma

La creencia egipcia en la inmortalidad del alma existió siglos antes del judaísmo, del helenismo, del hinduismo, del budismo, del cristianismo y del Islam. Según Herodoto, con el tiempo, los griegos adoptaron de los egipcios la creencia en la inmortalidad del alma. Escribió: “Los egipcios también fueron los primeros en sostener la doctrina de que el alma del hombre es inmortal… A esta opinión la han adoptado como propia algunos de entre los griegos en diferentes períodos de tiempo”.3

El filósofo griego Sócrates (470-399 a.C.) viajó a Egipto para consultar a los egipcios acerca de sus enseñanzas sobre la inmortalidad del alma. A su regreso a Grecia, impartió esta enseñanza a su alumno más famoso, Platón (428-348 a.C.). En su libro, El Faedo, Platón relata la conversión final de Sócrates con sus amigos en su último día de vida. Estaba condenado a beber la cicuta por corromper a los jóvenes de Atenas al enseñarles “ateísmo”; es decir, el rechazo de los dioses. El marco era una prisión ateniense y el tiempo, el verano de 299 a.C. Sócrates pasó su último día analizando el origen, la naturaleza y el destino del alma humana con sus amigos más íntimos.

En el diálogo, Sócrates repetidamente declara que la muerte es “la separación del alma del cuerpo” en el que está revestida. Su lenguaje es sorprendentemente similar al de muchas iglesias cristianas actuales. “El alma cuyo atributo inseparable es la vida, nunca admitirá lo opuesto a la vida, la muerte. Así se demuestra que el alma es inmortal, y en tanto que es inmortal, indestructible… ¿Creemos que existe tal cosa como la muerte? Sin duda. ¿Y que no es otra cosa más que la separación del alma y el cuerpo? Y estar muerto es la consecución de esta separación, cuando el alma existe en sí misma y separada del cuerpo, y el cuerpo se desprende del alma. Eso es la muerte… La muerte es simplemente la separación del alma y el cuerpo”.4 En El Faedo, Platón explica que existe un juicio después de la muerte para todas las almas según los hechos obrados en el cuerpo. Las almas justas van al cielo y las malvadas al infierno.5

Esta enseñanza se difundió primero en el judaísmo helénico espe[1]cialmente a través de la influencia de Filo Judeus (ca. 20 a.C.-47 d.C.) y posteriormente en el cristianismo, especialmente a través de la influencia de Tertuliano (ca. 155-230), Orígenes (ca. 185-254), Agustín (354-430) y Tomás de Aquino (1225-1274). Estos escritores intentaron armonizar la visión platónica de la inmortalidad del alma con las enseñanzas bíblicas de la resurrección del cuerpo.

Dos grupos de escritores judíos durante el período intertestamentario

Durante el período intertestamentario, es decir, los cuatro siglos que separan el fin del Antiguo Testamento del comienzo del Nuevo Testamento, aparecieron dos grupos de escritores judíos apócrifos. Los primeros escritores mantuvieron la visión holística neotestamentaria de la naturaleza humana en la que la inmortalidad no es una posesión humana innata, sino un don condicional de la vida eterna dado a los creyentes en la resurrección. Esta visión, conocida como “Inmortalidad condicional”, llegó al clímax con el testimonio condicionalista de los Rollos del Mar Muerto. 6

Un grupo posterior de escritores judíos fueron influenciados por la creencia griega en la inmortalidad del alma, la oración por los muertos y el rechazo de la resurrección. Estas enseñanzas, halladas en lo que se conocía como los Apócrifos del Antiguo Testamento, están incluidas en la Biblia católica pero son omitidas en la Biblia protestante y en el Antiguo Testamento hebreo. Incluyen 1 y 2 Esdras; 1, 2, 3, 4 Macabeos, Baruc, adiciones a Daniel, Judit, La oración de Manasés, Sirac, Tobías y la Sabiduría de Salomón.

El escritor judío helénico más influyente, Filo Judeus (ca.20 a.C.-47 d.C.), sistemáticamente intentó probar la existencia de una armonía interna entre Platón y Moisés; es decir, entre el pensamiento religioso judío y la filosofía griega. Enseñaba que el hombre tiene un alma irracional en común con todas las criaturas vivientes y un alma racional en común con las almas incorpóreas celestiales. Al morir el cuerpo, las almas racionales de los justos regresan al reino de los seres incorpóreos celestiales que son almas. Por el contrario, las almas de los malvados sufrirán el castigo eterno.7 Gradualmente, esta enseñanza se infiltró en la iglesia cristiana, que ya estaba influenciada por una forma modificada de platonismo llamada neoplatonismo.

La iglesia cristiana primitiva: la inmortalidad es un don recibido en la resurrección

Cristo y los apóstoles confirmaron y aclararon la visión holística de la naturaleza humana del Antiguo Testamento al enseñar que la inmortalidad no es una posesión humana innata, sino un don reservado para los justos y otorgado en la resurrección. Los pecadores impenitentes serán finalmente destruidos.

Esta visión continuó intacta en todos los escritos de los así lla[1]mados padres apostólicos (Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía, la Didaché, Bernabé de Alejandría, Hermas de Roma, Policarpo de Esmir[1]na) y en una notoria línea de escritores como Justino, Ireneo, Novato, Arnobio y Lactancio.

LeRoy Froom concluye su investigación de 100 páginas de los escritos de los padres apostólicos (escritores que vivieron muy próximos a los apóstoles) citando una exhaustiva investigación similar hecha por Henry Constable, un sacerdote anglicano irlandés, que escribió: “De comienzo a fin [de los padres apostólicos] no se dice ni una sola palabra de la inmortalidad del alma, que es tan prominente en los escritos de los padres posteriores. Ellos afirman que la inmortalidad es exclusiva de los redimidos… Ni una expresión vaga de ellos puede ser interpretada como una aprobación tácita de la teoría de la restauración después del sufrimiento del purgatorio”.8 La misma conclusión se aplica a varios escritores posteriores mencionados anteriormente.

La inmortalidad innata se infiltra tardíamente en la iglesia

Los escritores cristianos adoptaron una forma modificada de la visión platónica de la inmortalidad del alma a comienzos de la última parte del siglo II. Los promotores más influyentes fueron Tertuliano (155-240), Orígenes (ca. 185-254), Agustín (354-430) y Tomás de Aquino (1225-1274). Diremos algunas palabras acerca de cada uno.

Tertuliano: El tormento eterno

Tertuliano es tenido en alta estima como el fundador de la teología latina. Nacido en un hogar pagano en Cartagena, en África del Norte, recibió instrucción legal en Roma. A la edad de 40 años regresó a Cartagena donde abrazó la fe cristiana después de presenciar el coraje de los mártires y la vida santa de los cristianos. Sus numerosas obras apologéticas, teológicas y ascéticas en latín han influido en la cristiandad latina.

Tertuliano fue el primero en formular las enseñanzas del tormento eterno para los malvados al aplicar la noción de la inmortalidad del alma para los salvos y los no salvos. Expresamente enseñó que “los tormentos de los perdidos serán coeternos con la felicidad de los salvados”.9

Tertuliano rechazó la enseñanza de Platón de la preexistencia de las almas, pero abrazó su enseñanza de que “toda alma es inmortal”. Escribió: “Porque algunas cosas son sabidas incluso por naturaleza: la inmortalidad del alma, por ejemplo, es sustentada por muchos… Por consiguiente puedo usar la opinión de Platón, cuando declara: ‘Toda alma es inmortal’. 10 Note que se cita la opinión de Platón para respaldar la creencia en la inmortalidad del alma. No se hace ningún intento de validar esa doctrina por medio de la autoridad de la Escritura, obviamente porque, como veremos, en la Biblia el alma no existe separada del cuerpo.

Orígenes: La restauración universal

La influencia del dualismo platónico es particularmente evidente en los escritos de Orígenes (ca. 185-254), un hombre que llegó a ser reconocido como el erudito más consumado de su generación. Rechazó la enseñanza de Tertuliano del tormento eterno, y en cambio promovió la restauración universal de hasta los pecadores más incorregibles, incluyendo a los demonios y al mismo Satanás. Sostenía que después de un período de castigo correctivo, todos ellos serán atraídos nuevamente al sometimiento final de Cristo.

La enseñanza de Orígenes proviene en su mayor parte de la noción platónica de que el alma es una sustancia inmaterial e inmortal. En su De Principiis (Tratado de los principios), Orígenes repetidamente se refiere al “alma” como una “sustancia” que participa de la “naturaleza eterna” y “perdura para siempre”. “Toda sustancia que participa de la naturaleza eterna debiera perdurar para siempre, y ser incorruptible y eterna”.11

Puesto que el alma participa de la naturaleza divina y no puede ser destruida, Orígenes razonó que la única forma en que el mal moral puede ser finalmente eliminado es que Dios restaure incluso a los malvados incorregibles después de que su “fuego consumidor… limpie completamente el mal”.12

El tormento eterno de los pecadores de Tertuliano y la limpieza de los malvados por medio del fuego no son enseñanzas bíblicas, y son fatales para la verdadera fe cristiana, aunque de maneras opuestas. Una amenazaba con un castigo eterno que Dios nunca decretó y la otra prometía una salvación universal que Dios nunca autorizó. En la Escritura, el mal es una realidad de este tiempo presente, no una parte inevitable de la eternidad. Al permitir que sus mentes sean guiadas por filosofías paganas en vez de las enseñanzas de la Escritura, hombres brillantes como Tertuliano y Orígenes elaboraron herejías que han minado las creencias y las prácticas cristianas durante el curso de la historia cristiana.

Agustín impone la enseñanza de la inmortalidad del alma para la Edad Media

Agustín (354-430), obispo de Hipona, África del Norte, es merecida[1]mente considerado como el padre latino más influyente. Su influencia sobre la teología fue inmensa, particularmente hasta el siglo XIII cuando apareció Tomás de Aquino.

La influencia de Agustín fue tan poderosa, que sus teorías relacionadas con la inmortalidad natural del alma y el tormento eterno de los malvados dominaron durante siglos. Una vez él preguntó: “¿Qué hombre ingenuo e ignorante o qué mujer ensombrecida es aquella, que no cree en la inmortalidad del alma ni en la vida futura?”13 Es evidente que para ese tiempo esta creencia había llegado a ser ampliamente aceptada. Pero la validez de una enseñanza está determinada no por su popularidad, sino por su conformidad con el testimonio bíblico.

Para Agustín, la muerte significaba la destrucción del cuerpo, lo que permitía que el alma inmortal continúe viviendo en la beatitud del paraíso o en el tormento eterno del infierno. En La ciudad de Dios escribió que el alma “por consiguiente es llamada inmortal, porque en cierto sentido, no deja de vivir y de sentir; mientras que el cuerpo es llamado mortal, porque puede ser despojado de toda vida, y no puede vivir para nada por sí mismo”.14

Agustín modificó la concepción platónica del alma al enseñar que un ser humano es un alma racional que usa un cuerpo mortal y material, pero el alma no está apresada en el cuerpo. Además, enseñó que el alma no preexiste eternamente, como sostenía Platón, sino que surge cuando se encarna en un cuerpo.

La forma modificada de platonismo de Agustín dominó gran parte del pensamiento católico medieval hasta la aparición de Tomás de Aquino. Durante este tiempo, las enseñanzas de Sócrates y de Platón habían llegado a ser tan ampliamente aceptadas, que los dos hombres eran considerados como santos precristianos inspirados divinamente.

Tomás de Aquino define la enseñanza católica tradicional de la inmortalidad del alma

Tomás de Aquino (1225-1274) es, acertadamente, considerado por la mayoría de los católicos romanos como su mayor teólogo. Su definición de la enseñanza católica ha sido en gran medida insuperable. Con respecto a la naturaleza del hombre, desarrolló un dualismo menos radical, al enfatizar la unidad que existe entre el cuerpo y el alma.

Al contrario de la visión platónica-agustiniana en la que el alma habita en el cuerpo por un tiempo sin formar un ser sustancial, Tomás de Aquino considera que el alma es como la forma del cuerpo. Su pensamiento fue influenciado por Aristóteles, que veía al alma primordialmente como un principio vital. Pero Aquino se apartó de Aristóteles al afirmar la existencia independiente del alma.

Según Aquino, existe una unidad sustancial entre el alma y el cuerpo, o más exactamente, entre el principio espiritual y el principio material, que están unidos como “forma” y “materia” a fin de formar un ser completo. “Está claro que el alma está unida al cuerpo por naturaleza: porque por su esencia es la forma del cuerpo. Por consiguiente, va en contra de la naturaleza del alma ser privada del cuerpo”.15

Aquino defendió la inmortalidad del alma al argumentar que es una “forma sustancial” que existe independientemente del cuerpo, pero que desea unirse otra vez a su propio cuerpo en la resurrección. Se opuso totalmente a los que sostenían la visión bíblica de que el alma es el principio animador del cuerpo, que es mortal hasta que Dios le confiera el don de la inmortalidad en la resurrección.

La definición de Aquino del alma inmortal como la forma del cuerpo se ha convertido en la enseñanza tradicional de la Iglesia Católica que aún está vigente en la actualidad. De hecho, el lenguaje de Aquino se refleja en el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, que consigna: “La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda, que se debe considerar al alma como la ‘forma’ del cuerpo… La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios…–no es ‘producida’ por los padres–, y que es inmortal…: no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final”.16

Esta definición del Catecismo de la Iglesia Católica representa acertadamente lo que enseña la Iglesia Católica, pero no lo que enseña la Biblia. En breve veremos que la enseñanza del alma inmortal que se separa del cuerpo al morir es extraña a las enseñanzas de la Biblia. Esta tiene su origen, como ha mostrado nuestra investigación, en las especulaciones dualistas griegas que han pervertido las enseñanzas de la Palabra de Dios.

La creencia en la supervivencia del alma contribuyó al desarrollo de la doctrina del purgatorio, un lugar donde las almas de los muertos son purificadas al sufrir el castigo temporal de sus pecados antes de ascender al paraíso. Esta doctrina en la que mucha gente cree cargó a los vivos de estrés emocional y financiero. Como escribe Ray Anderson: “Uno no solo tenía que ganar lo suficiente para vivir, sino además para saldar la ‘hipoteca espiritual’ de los muertos también”.17

El rechazo del purgatorio por parte de los reformadores La Reforma protestante comenzó principalmente como una reacción contra las creencias supersticiosas medievales acerca de la vida después de la muerte en el purgatorio. Los reformadores rechazaron la práctica de comprar y vender indulgencias para reducir la estadía de las almas de los parientes difuntos en el purgatorio, porque no era bíblica ni razonable. Sin embargo, continuaron creyendo en la existencia consciente de las almas tanto en el paraíso como en el infierno.

Calvino expresó esta creencia mucho más enérgicamente que Lutero.18 En su tratado Psychopannichia, 19 que escribió contra los anabaptistas que enseñaban que las almas simplemente dormían entre la muerte y la resurrección, Calvino argumenta que entre la muerte y la resurrección –conocido como el estado intermedio– las almas de los creyentes disfrutan del gozo del cielo; los no creyentes sufren los tormentos del infierno. En la resurrección, el cuerpo se reúne con el alma, y así se intensifica el placer del paraíso o el dolor del infierno. A partir de aquel momento, esta doctrina del estado intermedio ha sido aceptada por la mayoría de las iglesias protestantes, como se refleja en varias Confesiones.20

Por ejemplo, la Confesión de Westminster (1646), considerada como la declaración definitiva de las creencias (calvinistas) presbiterianas del mundo de habla inglesa, afirma: “Los cuerpos de los hombres después de la muerte vuelven al polvo y ven la corrupción, pero sus almas (que ni mueren ni duermen), teniendo una subsistencia inmortal, vuelven inmediatamente a Dios que las dio. Las almas de los justos, siendo entonces hechas perfectas en santidad, son recibidas en los más altos cielos en donde contemplan la faz de Dios en luz y gloria, esperando la completa redención de sus cuerpos. Las almas de los malvados son arrojadas al infierno, en donde permanecen atormentadas y envueltas en densas tinieblas, en espera del juicio del gran día”.21 La confesión continúa declarando que la creencia en el purgatorio no es bíblica.

Resurgimiento de la creencia en la inmortalidad del alma El interés público en la vida del alma después de la muerte ha revivido en nuestros tiempos no solo por las enseñanzas de las iglesias Católica y Protestante, sino también a través de varios intentos de comunicarse con los espíritus de los muertos por medio de médiums, psíquicos, investigaciones “científicas” de experiencias cercanas a la muerte y la canalización de la Nueva Era con los espíritus del pasado.

En la década de 1960, el fallecido obispo episcopal James A. Pike le prestó atención renovada y generalizada a la idea de comunicarse con los espíritus de los muertos al afirmar que conversa regularmente con su hijo fallecido. Actualmente, nuestra sociedad está inundada de médiums y psíquicos que anuncian sus servicios a escala nacional a través de la TV, las revistas, la radio y los periódicos.

En su libro At the Hour of Death [A la hora de morir], K. Osis y E. Haraldson escriben: “Las experiencias espontáneas de contacto con los muertos se han generalizado sorpresivamente. En una encuesta de opinión nacional… el 27% de la población norteamericana dijo que tenía encuentros con parientes muertos… viudas y viudos… informaron encuentros con sus cónyuges muertos con el doble de frecuencia, el 51%”.22 La comunicación con los espíritus de los muertos no es solo un fenómeno norteamericano. Investigaciones conducidas en otros países revelan un porcentaje sumamente similar de personas que contratan los servicios de los médiums para comunicarse con los espíritus de sus seres queridos fallecidos.23

Conclusión

La investigación anterior ha mostrado que la mentira de Satanás: “No moriréis” (Gén. 3:4), ha perdurado en diferentes formas a lo largo de la historia humana, especialmente a través de la creencia en la inmortalidad del alma y su separación del cuerpo al morir. La popularidad de esta creencia surge a raíz del deseo de invalidar la muerte al darle a la gente la falsa seguridad de que posee un elemento divino que continúa vivo después de la muerte del cuerpo. Finalmente, esta creencia suprime la necesidad del regreso de Cristo para otorgar el don de la inmortalidad a los creyentes en la resurrección final.

Nuestra única protección contra la enseñanza engañosa de la inmortalidad del alma es mediante una clara comprensión de lo que enseña la Biblia acerca de la composición de la naturaleza humana, especialmente la relación entre el cuerpo y el alma. Ahora dirigiremos la atención a este tema.

1. Ver Tabla 2.1 Religious Belief, Europe, and the USA, en Tony Walter, The Eclipse of Eternity, 1996, p. 32.

2. James Bonwick, Egyptian Belief and Modern Thought, reimpresión de 1956, p. 80.

3. Herodoto, Euterpe, capítulo 123.

4. F. J. Church, traductor, Plato’s Phaedo, en la Library of Liberal Arts, 1960, N° 30, pp. 7-8.

5. Ibíd., pp. 66-69.

6. Para una excelente investigación, ver Le Roy Edwin Froom, The Conditionalist Faith of Our Fathers, 1966, t. 1, pp. 632-755.

7. Ver, Le Roy Edwin Froom, The Conditionalist Faith of Our Fa[1]thers,1966, pp. 724-726.

8. Ibíd., p. 801.

9. C. F. Hudson, Debt and Grace as Related to the Doctrine of a Future Life, 1857, p. 326.

10. Tertuliano, On the Resurrection, capítulo 3, Ante-Nicene Fathers, t. 3, p. 547; el énfasis es nuestro.

11. Orígenes, De Principiis, Libro 4, capítulo 1, sec. 36, en AnteNicene Fathers, t. 4, p. 381.

12. Orígenes, Against Celsus, Libro 4, capítulo 13, Ante-Nicene Fathers, t. 4, p. 502. Capítulo 2 76

13. Augustín, Epistle 137, cap. 3.

14. Ante-Nicene Fathers, t. 2, 1995, p. 245.

15. Tomás de Aquino, Summa contra Gentiles IV, 79. 16.

16. Catecismo de la Iglesia Católica, http://www.mscperu.org/ catequesis/cat1.htm

17. Ray S. Anderson, Theology, Death and Dying, 1986, p. 104.

18. Ver Hans Schwarz, “Luther’s Understanding of Heaven and Hell”, Interpreting Luther’s Legacy, ed. F. W. Meuser y S. D. Schneider, 1969, pp. 83-94.

19. El texto de esta obra se encuentra en Tracts and Treatises of the Reformed Faith, de Calvino, trad. H. Beveridge,1958, t. 3, pp. 413-490.

20. Ver, por ejemplo Charles Hodge, Systematic Theology, 1940, t. 3, pp. 713-30; W. G. T. Shedd, Dogmatic Theology, s/f, t. 2, pp. 591-640. G. C. Berkouwer, The Return of Christ, 1972, pp. 32-64.

21. Confesión de fe de Westminster, forma adoptada por la Iglesia Presbiteriana en el siglo XIX, http://www.iglesiareformada.com/Confe[1]sion_Westminster.html#anchor_46

22. K. Osis and E. Haraldsson, At the Hour of Death, 1977, p. 13.


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