POR QUÉ ES IMPORTANTE LA TRINIDAD, parte I

Publicado por - en

POR QUÉ ES IMPORTANTE LA TRINIDAD
PARTE I.

 

El amor de Dios y la deidad de Cristo.-
Habiendo examinado la evidencia bíblica para la Trinidad (el «qué» de la doctrina) y el desarrollo histórico de la doctrina (el «cómo» de la enseñanza), ahora volvemos nuestra atención a la pregunta de «por qué» la doctrina es decisiva para que la acepten los cristianos. En otras palabras, si la doctrina es verdadera, «¿entonces qué?»

Componentes claves de la enseñanza trinitaria.-
Antes de continuar, repasemos los elementos fundamentales de la doctrina.
La doctrina de la Trinidad enseña que la Deidad consiste en tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No son tres Dioses, sino tres Personas divinas que son una en naturaleza (la misma esencia o sustancia), carácter y propósito. Cada una preexistió eternamente; es decir, nunca hubo un tiempo en la eternidad pasada cuando no coexistieron y nunca habrá un tiempo futuro en que dejarán de existir.
Aunque las tres personas divinas son una, han asumido diferentes papeles o posiciones en la obra de la Divinidad en la creación, la redención y la amante administración del universo. El Padre ha asumido el liderazgo total, el Hijo se ha subordinado al liderazgo del Padre, y el Espíritu está subordinado voluntariamente a ambos, al Padre y al Hijo.
El Hijo es la segunda persona plenamente divina de la Deidad, quien, mientras retuvo su plena deidad, dejó a un lado las galas o prerrogativas de su poder divino y llegó a ser plenamente humano en la encarnación. El Espíritu actúa como el representante personal y divino de la Trinidad en la tierra. El Espíritu Santo es igualmente tan divino como el Padre y el Hijo, y es completamente personal.
Estas son las convicciones principales que los cristianos han confesado como la verdad bíblica acerca de la Santa Trinidad.

El «por qué» o el ¿entonces qué?» de la Trinidad.-
Lo que sigue en este tema y en los dos siguientes son (1) las razones teológicas más importantes de por qué un creyente encontrará que la Trinidad es una doctrina esencial, y (2) algunas consecuencias prácticas que se desprenden de esas razones teológicas. En otras palabras, el «por qué» o el «¿entonces qué?» de la Trinidad incluye consecuencias teológicas importantes, incluso esenciales, que surgen de una reflexión seria sobre el amor del Padre, la plena deidad del Hijo y del Espíritu, la personalidad del Espíritu y la unicidad esencial de naturaleza que comparten los Tres.

Una perspectiva sobre doctrina.-
La doctrina, por correcta que pueda ser intelectualmente, no es muy útil a menos que pueda demostrar de manera clara algunas deducciones teológicas muy prácticas.
Podemos exponer mejor este asunto con las siguientes preguntas: ¿Es realmente importante ser doctrinalmente correcto en las cuestiones provocadas por la Trinidad? ¿Podría alguien perder su alma si negara la doctrina? ¿Es esta doctrina esencial para tener un entendimiento claro de la misma naturaleza de Dios, del significado de la muerte de Cristo sobre la cruz, y de la victoria tanto de Dios como de su pueblo sobre el pecado, la tentación y la muerte?
Antes de comenzar una reflexión sostenida sobre estos asuntos que tenemos a mano, ofrecemos la siguiente perspectiva. Aunque la doctrina es importante para la experiencia cristiana, ser doctrinalmente correcto no es un requisito absoluto para la salvación. Debemos admitir que todos nosotros hemos estado doctrinalmente fuera de foco. Cada uno de nosotros ha sostenido algunas convicciones teológicas bastante inmaduras en el pasado. La estricta verdad es que aún tenemos que alcanzar algún crecimiento y claridad en nuestro entendimiento de Dios. Por eso, si la salvación se basara absolutamente en la doctrina perfecta, todos estaríamos condenados.
Sin embargo, habiendo aceptado esto, también debemos reconocer que la falsa doctrina y la mala teología pueden contribuir en gran manera a disminuir nuestra experiencia espiritual, principalmente por tener conceptos deprimentes o distorsionados de Dios.
Estoy seguro de que muchos de nosotros hemos tenido la experiencia de recibir malas referencias sobre un empleado en perspectiva, un socio de negocios o alguna otra persona significativa. Todas estas referencias tienden a crear dudas que conducen a la desconfianza. Cualquier desconfianza es un grave impedimento para cualquier amistad productiva o relación de negocios. Sin embargo, citando tales argumentos demuestran ser falsos, y cuando obtenemos la verdad auténtica acerca de la persona en cuestión, eso nos permite avanzar mucho en desarrollar amistades o asociaciones satisfactorias y productivas.
Podemos comparar la sana doctrina a una buena investigación para ver cómo Dios ha conducido el plan de salvación y su parte en la gran controversia. ¿Usted pregunta si necesitamos continuar con un Dios? La respuesta es ¡Sí!
El desafío es muy simple: ha habido tanta mala información divulgada por los enemigos de Dios, que una persona podría estar mejor informada si hiciese alguna investigación bastante concienzuda sobre la veracidad o falsedad de cualquier afirmación hecha acerca de Dios.
Para los adventistas del séptimo día tal investigación de antecedentes sería consistente con nuestra interpretación del tema del gran  conflicto. Este escenario persuasivo describe un universo echado a perder por una gran lucha sobre la naturaleza de Dios y de su amor. Representa al Dios del universo invitándonos francamente a meditar cuidadosamente en la verdad acerca de su naturaleza y maneras de dirigir las cosas. Sus medios principales de comunicar la verdad acerca de su naturaleza y carácter son la Biblia y su autorrevelación en la persona de Jesús.
Así que nuestra pregunta es: ¿Hay otros asuntos involucrados en la doctrina de la Trinidad que podrían ayudarnos a ir al meollo de lo que realmente necesitamos conocer acerca de Dios? Además de eso, ¿puede un conocimiento tal darnos una ayuda especial para sobrevivir en las etapas finales del gran conflicto?
Humildemente proponemos que la Trinidad es una doctrina absolutamente fundamental y esencial que aclara conceptos erróneos muy generalizados acerca de Dios, su naturaleza y su carácter. Y lo que revela la Trinidad hará más fácil para nosotros el estar reconciliados con Dios y ser siervos más eficaces en nuestra testificación para él y por él.

El asunto principal.-
Al completar el examen de la evidencia bíblica en favor y en contra de la Trinidad en el tema anterior, dedicamos alguna atención cuidadosa al tema de Dios como la encarnación del amor. La doctrina de la Trinidad afirma que la Deidad consiste en tres personas divinas coeternas que han vivido en una relación de amor sustentadora y sumisa por toda la eternidad. Este aserto, si es verdad, es muy significativo acerca de la naturaleza esencial de la Deidad.
Además de eso, lo que está en juego no es sólo la naturaleza fundamental de Dios involucrada en esta revelación de amor trino, sino también lo que tuvo en mente para quienes creó a su imagen.
Si Dios es amor (1 Juan 4:8) en la misma esencia de su naturaleza y nos hizo a su imagen, «conforme» a su «semejanza» (Gén. 1:26-27), entonces esto debe decirnos que la misma esencia de lo que significa  ser un ser humano se encuentra en vivir en una relación social/espiritual que sea amante, confiada y sumisa con Dios y nuestros semejantes.
Tal vez podríamos poner el asunto de esta manera: Si la esencia de la naturaleza de Dios es eterna, infinita y de amor en relación, y él nos hizo a su imagen, ¡entonces la misma esencia de lo que significa vivir es participaren relaciones que expresen amor! En otras palabras, existir real y verdaderamente es vivir en un amor orientado-hacia afuera, no en un amor dirigido-hacia adentro, no en una satisfacción que se centra en el yo.
La primera consecuencia práctica es que si la misma naturaleza del universo que Dios creó es de amor abnegado, es decir que está interesado en otros antes que en buscar alguna ventaja personal o egoísta, entonces las actitudes o acciones que busquen el propio bien son destructivas, ya que las genuinas buscan el bien de los demás. Por eso las «relaciones de amor» (lícitas) semejantes a las de Dios son las que intentan fomentar los intereses de los demás antes que los del yo; todo lo que tenga que ver con el yo es sospechoso. Y esas actitudes y acciones que forman relaciones satisfactorias, productivas, son las que debemos buscar con afán.
Sin embargo esto plantea un asunto muy serio: ¿Pueden los seres humanos pecadores conocer verdaderamente lo que constituye una relación de amor legítima, orientada hacia los otros? El gran adversario, Satanás, ha sostenido que el único camino para encontrar amor y verdadera felicidad es hacer del yo y de la satisfacción de los deseos propios el objetivo principal de la vida.
¿Quién tiene razón? Sugerimos que Dios, en su autorrevelación trinitaria, ha afirmado que nos creó para reflejar el amor que reside sobrenaturalmente en su mismo ser como un Dios amante por la eternidad que es uno en tres. Además, el amor trino que se encuentra en Dios no está orientado hacia el yo, y eso implica enfáticamente que encontraremos nuestro gozo y satisfacción más grande en vivir para otros y servir a otros. Nosotros creemos que todos los cristianos reconocerán que el camino de amor de Dios es el mejor. En realidad, es el único camino a seguir. Sin embargo, la siguiente consideración es que, sencillamente, nosotros los seres humanos no deseamos en forma natural vivir de esa manera. Nuestra misma naturaleza, en conflicto con el corazón de la naturaleza de Dios, una naturaleza de relaciones abnegadas, nos empuja constantemente a vivir como el maligno: ¡completamente para el yo! ¿Qué dice la Trinidad acerca de esta situación terrible en la que nos encontramos atrapados?

¿Quién es el único que puede redimir?
El relato bíblico nos cuenta que en la creación original, Dios invistió a la humanidad con la capacidad natural para amar y vivir de manera semejante a la Trinidad. Pero los humanos se revelaron y ahora vivimos de una forma más demoníaca que amorosa. ¿Cómo, pues, ha reaccionado Dios ante este trágico cambio de eventos?
Las buenas nuevas de nuestro Hacedor son que no sólo nos ha creado en un asombroso acto de amor desbordante (deseaba ampliar el círculo del amor trinitario), sino que ahora determinó redimirnos en una impresionante efusión de amor abnegado. Es en la misma esencia de este amor sacrificado donde la verdad de la Trinidad recibe la prueba de fuego más grande y la revelación más sorprendente y conmovedora.
Dios tuvo que hacer frente al problema de la rebelión angélica y humana, una clase de pecado totalmente contra del principio de su corazón de amor eterno. Entonces, ¿qué es lo que hace Dios?
El argumento irresistible de la Biblia es que el Dios trino ha elegido amarnos de una forma que crea el único sendero posible para la reconciliación y la redención. Manifiesta un escenario redentor que puede restaurar las relaciones dirigidas hacia otros con las dirigidas a mi mismo, y en el proceso establecer una orientación de relación que una vez más capacitará a los seres humanos para visir en amor los unos con los otros.
Aunque Dios no ama nuestro pecado y pecaminosidad, su misma naturaleza de amor lo ha impulsado instintivamente a alcanzarnos en misericordia redentora, no a darnos un golpe en un fogonazo ardiente de recta justicia. Y él ha hecho todo esto en formas en las que se propuso restaurar nuestra condición como sus hijos e hijas de valor infinito. Su meta es transformarnos a su imagen de una manera salvadora por medio de la curación de nuestras historias y naturalezas pecaminosas que tanto han plagado de problemas nuestra existencia (y la suya).
Preguntamos una vez más: ¿Cómo realiza Dios todo esto? ¿Actúa con la fuerza de la justicia y purga el universo de su rebelión? Sí, podría haber hecho eso, pero no ha elegido hacer un arreglo tan rápido. La narración bíblica sugiere enfáticamente que su forma ha sido la senda de los llamamientos y las demostraciones pacientes, benignas, de su amor eterno. El corazón de su plan ha sido darnos en sacrificio a su propio Hijo divino para que viniera y fuera uno con nosotros, viviendo como hombre para mostrarnos lo que es en realidad en todas partes el amor divino. La culminación de la misión del Hijo era vivir y morir de tal manera que pudiéramos ser perdonados, reconciliados y, finalmente, sanados de la enfermedad del pecado.

Sólo Cristo es capaz de redimirnos.-
Pero ¿tuvo que ser la persona de su propio Hijo el don del sacrificio? ¿Podría haber sido el agente de la reconciliación un ángel o algún otro ser no caído de algún otro mundo que siempre amó a Dios y permaneció leal?
Preguntas tales provocaron los antiguos debates del siglo IV sobre la naturaleza divina de Cristo. Atanasio, el principal defensor de la plena deidad de Cristo en Nicea, tomó una posición firme contra Arrio al afirmar que el único que podía redimirnos eficazmente y sanar al mundo no era otro sino Dios mismo. Ningún ser creado o derivado (angelical o de otra naturaleza) fue considerado capaz de llevar a cabo esta gran misión.
Pero, ¿por qué es que sólo el sin igual Hijo de Dios sería capaz de tal misión? ¿Por qué es Jesús el único ser que podía revelar plenamente a qué se parece Dios? ¡Lo que sigue son las respuestas que fluyen de la misma esencia de la naturaleza trinitaria de la Deidad!

Sólo Dios puede revelar a Dios.-
Sólo uno que es Dios en el sentido más pleno de la palabra puede mostrarnos eficazmente a qué se parece Dios (Juan 14:8-11; 1 Cor. 1:21-24). Y como Jesús era plenamente uno en naturaleza y carácter con el Padre, podía demostrarnos la verdad acerca de Dios. No sólo «se necesita Uno para conocer a Uno», sino que se necesita Uno que conoce realmente la deidad por naturaleza para dar una revelación verdaderamente creíble de a qué se asemeja Dios. Ningún dios creado, semidiós o dios derivado de alguna naturaleza divina estaría suficientemente equipado para hacer esa tarea. Sólo uno «de adentro» de la Divinidad puede mostrarle realmente a la humanidad la verdad acerca de Dios.

Sólo Dios puede hacer el sacrificio.-
Sin embargo, la cuestión más profunda gira alrededor de este punto: por qué sólo un miembro de la Deidad (fue elegido Jesús) podía ofrecer un sacrificio por el pecado completamente eficaz y salvador. Aquí necesitamos movernos con sumo cuidado y claridad. Necesitamos recordarnos que estamos en los límites de una verdad importante envuelta en un profundo misterio.
Ante todo necesitamos admitir que, en un sentido literal, la verdadera Deidad es inmortal por naturaleza y que no puede experimentar la muerte. Esta verdad sencilla y bíblica (1 Tim. 6:14-16) explica una de las razones por las que fue necesaria la encarnación (Heb. 2:9, 14-18). Sólo una naturaleza dependiente, mortal, humana podía estar sujeta a muerte. Y en la experiencia de la encarnación, Jesús tomó la naturaleza humana y murió. Pero una vez más planteamos la pregunta: ¿Por qué sólo uno que  era plenamente divino podía ser capaz de ofrecer el sacrificio de una muerte expiatoria? ¿Cómo es verdad esto si Cristo en su deidad era imposible que muriera?

Jesús es el único hacedor de la expiación.-
Parece que la respuesta tiene una cantidad de facetas cautivadoras:
1. La misma unión de la divinidad con la humanidad en la naturaleza encarnada de Cristo sugiere que aunque la divinidad no murió literalmente, es como si hubiera muerto en el siguiente sentido: La deidad de Cristo, junto con su humanidad, consintió en forma abnegada en morir en cada paso del camino a la cruz. Y al hacerlo así, la misma naturaleza de la muerte humana de Cristo llegó a estar investida con el valor infinito del amor eterno.
Puede ser útil una ilustración de la muerte de Abraham Lincoln. Desde un punto de vista puramente personal, su muerte no fue más trágica que la de cualquier otra víctima de asesinato. Pero desde la perspectiva de su valor para su nación, su muerte fue una tragedia mucho mayor. El valor investido en la vida y el carácter de Lincoln, por virtud de su oficio como presidente y por virtud de sus hechos como el sonador de las heridas de la nación en la Guerra Civil, revistieron su muerte con un significado mucho mayor que la de cualquier otro ciudadano común. Y Cristo, el único que era divino por naturaleza, dotado con las funciones de Creador y Redentor, era el único ser de valor y virtud suficientes para ofrecer un sacrificio por el pecado eficazmente salvador.
Elena de White, al seguir la misma tesis que siguió Atanasio y los primitivos escritores trinitarios, lo expresó de esta manera: «El divino Hijo de Dios era el único sacrificio de valor suficiente como para satisfacer ampliamente las demandas de la perfecta ley de Dios. Los ángeles eran sin pecado, pero su valor era inferior al de la ley de Dios… Su vida [la de Cristo] era de suficiente valor como para rescatar al hombre de su condición caída» (The Spirit of Prophecy, t. 2, p. 10; citado en el 7A:459). «Cristo es igual a Dios, infinito y omnipotente. Él podía pagar el rescate por la libertad del hombre… Él podía decir lo que el ángel más encumbrado no podía decir: Tengo poder sobre mi propia vida: poder para ponerla, y… para volverla a tomar’ » (Youth’s Instructor, 21 de Junio de 1900; citado en el 5CBA:1111).
2. Sólo un amor que residiera en un miembro de la Deidad era capaz de juzgar eficazmente el pecado. Podríamos expresar el asunto del juicio del pecado en esta forma: El divino amor de Cristo poseía completamente no sólo un valor innato, sino también el poder de conquistar el pecado. ¿Y por qué es esto así? Una clave posible yace en la misma naturaleza de lo que es el pecado.
Cuando realmente vamos a la esencia del pecado, podemos decir con seguridad que el pecado involucra la naturaleza y las acciones «sin-amor» de la naturaleza de los seres creados. Usted podría preguntar: «¿De qué está hablando usted cuando usa el término `sin-amor’?»
La misma naturaleza de la justicia piadosa es la manifestación de amor. La ley de Dios es una expresión concreta de su naturaleza de amor (Mat. 22:36-40; Rom. 13:8-10; 1 Juan 5:2-3). La ley define, en mandamientos vívidos, la forma verdadera como pensarán y obrarán los seres llenos con amor divino. Y lo que va en contra de la expresa ley de Dios actúa en forma contraria al amor de Dios. Por eso el pecado es pensar y obrar no sólo de una forma ilícita, sino de una manera desprovista de amor.
Para poner este asunto en otras palabras, el pecado puede entrar en la existencia sólo por causa de la misma naturaleza del amor de Dios. Que el amor de Dios requiera el libre albedrío hace posible la existencia del pecado. La misma libertad dada por Dios, que es esencial para el ejercicio del amor, permite la desobediencia pecaminosa. Sin embargo, cuando el pecado se aprovecha de la libertad nacida del amor de Dios y va contra la misma naturaleza de Dios, sólo puede manifestarse como actitudes y acciones elegidas egoístamente de criaturas «sin-amor». De esa manera el pecado llega a ser una creación humana que se alimenta del amor de Dios y llega a ser una deformación intensamente perversa del amor divino. Sencillamente, el pecado no puede existir sin la naturaleza de amor de Dios, pues es un desarrollo perversamente parasitario [vive a expensas de otro].
Con toda seguridad, Dios no es en ningún sentido el autor del pecado. El pecado es el misterioso y perverso invento de Satanás y nada podrá explicarlo completamente jamás. Pero si Dios no nos concediera el derecho a elegir cosas contrarias a su naturaleza de amor, no podría existir tal cosa como pecado. Dios podía haber evitado ese riesgo y habernos preprogramado para que no pecáramos. Pero entonces habríamos sido un montón de robots haciendo la voluntad de Dios sólo por instinto. Sí, Dios tomó un derrotero altamente arriesgado cuando creó seres a la propia imagen de su naturaleza amante. Pero, ¿podría habernos hecho de alguna otra manera si en verdad deseaba una raza de seres que pudieran relacionarse amorosamente con él de una manera libre y responsable?
Por tanto, puesto que podemos entender el pecado sólo como lo que está totalmente en desacuerdo con el amor de Dios (elegir libremente las actitudes y acciones faltas de amor), entonces debe ser verdad que sólo uno que es eterno, que es amor divino por naturaleza, estaría equipado para desenmascarar, circunscribir y destruir al pecado y a su autor. Sólo el poder inteligente de amor divino que reside en Cristo —en quien «habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (Col. 2:9)— tiene el poder de revelar y juzgar su parasitario álter ego [otro yo]. El resultado de esos hechos es que la muerte de Cristo en la cruz fue, en principio, el juicio y la derrota del pecado.
Este juicio y destrucción del pecado por medio del poder divino de Cristo tiene dos consecuencias importantes:
a. La vida y la muerte de Cristo revelaron el amor divino en una forma nunca antes vista en la historia del universo. Y esa justicia amante y misericordiosa se extiende en ondas de influencia moral y espiritual para darle a los pecadores el arrepentimiento por el pecado. Un arrepentimiento así es inspirado no sólo por Cristo al revelar la enormidad del pecado, sino que también resulta de una apreciación profunda del ofrecimiento que Dios nos hace de una misericordia que realmente no merecemos. Así, la revelación de amor de Jesús en su vida perfecta y en su muerte expiatoria cambia nuestras actitudes hacia el pecado y hacia Dios, de manera que somos capacitados para responder a su propuesta de misericordia y nueva vida. Pero el juicio que hizo el Hijo del pecado, por causa de la demostración de su amor en su vida y su muerte, permite a Dios hacer un acto más importante:
b. La perfecta obediencia de Cristo a la ley y su llevar por nosotros el castigo por la ley quebrantada permite que Dios perdone a los pecadores arrepentidos. Por causa de Cristo él concede perdón al pecador arrepentido. Es decir, por causa de lo que el amor de Dios ha asegurado en la vida y la muerte de Cristo, Dios puede garantizar nuestro perdón al declarar que todo lo que le pertenece a Cristo es ahora considerado como nuestro. Se nos dan nuevas reseñas históricas (la vida de Cristo es ahora nuestra), nuevo estado legal y motivos poderosos del amor de Dios para vivir una vida de semejanza a él y vivir para él desde ahora en adelante. Y todo esto se ha obtenido sobre la base de lo que el amor de Dios ha elaborado, no de lo que alguna criatura meramente humana ha realizado. Los méritos justificadores de Cristo son las manifestaciones de la justificación de Dios, ¡no los de alguna criatura!
Este entendimiento de la forma en que Dios nos perdona y de su gracia que nos justifica está inevitablemente vinculado con su amor divino. Sólo el amor que reside en el Cristo plenamente divino podría garantizar una justificación así. Lo que ha demostrado ser completamente interesante es que, a través de los siglos, las tradiciones religiosas antitrinitarias y unitarianas siempre han caído en los conceptos legalistas de salvación. En otras palabras, sólo cuando el pecador ha sido bueno y obediente puede una persona así ser considerada como perdonada. Pero cuando llega la claridad trinitaria, los movimientos trinitarios tienen una fuerte tendencia a dar un énfasis renovado al perdón o la justificación por gracia sólo por medio de la fe.
El judaísmo, el Islam, los Testigos de Jehová y el adventismo temprano no trinitario, todos han tendido a carecer de una doctrina clara de la gracia justificante que sólo se basa en los méritos de la divina justificación de Dios. Fue sólo cuando el adventismo del séptimo día comenzó a salir de su interpretación no trinitaria de la divinidad de Cristo que comenzó a encontrar claridad en la justificación por gracia sólo por medio de la fe. De hecho, parece ser una ley de la historia sagrada que hasta que los creyentes no obtienen una vislumbre mayor de la plena deidad de Cristo, no le va demasiado bien a la salvación por gracia sólo por medio de la fe.
No obstante, los beneficios de la plena deidad de Cristo no terminan con la manifestación de la gracia que justifica. Su deidad también garantiza una experiencia poderosa de nueva vida para el creyente en la gracia que transforma.
3. La necesidad de un sacrificio divino surge también del hecho de que sólo un ser que posee la inmortalidad en forma natural puede ofrecer vida eterna a los que se aprovechan del poder salvífico de su muerte expiatoria.
La nueva vida que viene de Cristo incluye conversión a una vida de amor en el tiempo y a una vida que nunca termina en ocasión de la segunda venida. De esa manera su muerte no sólo cancela el pecado y destruye el poder de la muerte, sino que el amor divino de Cristo nos faculta para ser restaurados en nuestros caracteres.
4. Llamamos santificación o gracia que cambia la vida a la gran obra de la restauración del carácter. No sólo es absolutamente esencial la deidad plena de Cristo para su ofrecimiento de perdón o de gracia justificante, sino que también provee el poder de la gracia que transforma. El pecado ha descompuesto tan profundamente la creación de Dios, que el único ser que podía arreglarla no era otro sino el agente activo original de la creación: ¡el divino Hijo de Dios!
Jesús, el gran Creador, ¡llega a ser el gran médico del alma humana destrozada por la violenta infección del pecado! Sus poderes curativos, que fluyen de su vida perfecta y su muerte expiatoria, son tan poderosos que ninguna alma desesperada necesita perder la esperanza de ser curada.
Posiblemente, aun otra metáfora además de la curación podría explicar el asunto del amor transformador. Esa sería la metáfora de la presencia consoladora de un padre fuerte que está con un niño débil y temeroso. Cuando era un niño pequeño, tenía mucho miedo de la oscuridad. Cuando tenía que hacer algún mandado por la noche, me imaginaba toda clase de ogros malos acechando en las sombras. Pero de alguna manera, cuando mi padre que era fuerte estaba conmigo, todo parecía fuera de peligro y seguro. Cuando el poderoso Dios, el poderoso Jesús, están a nuestro lado, no necesitamos temer en la lucha contra las fuerzas demoníacas de las tinieblas.
5. Además de todo eso, no sólo fue necesaria la plena deidad de Cristo para perdonar el pecado y transformar nuestros caracteres, sino que su naturaleza divina nos asegura que él siempre está allí intercediendo por nosotros como nuestro Redentor. Es decir, el Cristo divino es un abogado eficaz y constantemente disponible, es un intercesor o mediador entre la humanidad y Dios. Sí, Uno que es divino es también «el hombre» (1 Tim. 2:5-6).
Es un concepto expresado hermosamente en la metáfora de la «seguridad». Este término tranquilizador proyecta la idea de una persona que sin cesar representa a otro particularmente en casos de deuda. El garante asegurará que será pagada la deuda en caso de fallar el que ha incurrido en ella. Los escritores que creen en la Biblia han usado con frecuencia la maravillosa descripción de Cristo como el «sustituto y la garantía» del pecador, para representarlo a él como nuestro abogado mediador ante el Padre. Sí, hay Uno que nos representa, cuya plenitud de amor infinito ¡está a favor de nosotros! ¡Qué Salvador completo y suficiente tenemos en Cristo!
Una vez más, Elena de White ha expresado este tema en una forma que se parece fielmente a las confesiones trinitarias clásicas del siglo IV
«La reconciliación del hombre con Dios sólo podía ser realizada a través de un mediador que fuera iguala Dios, que poseyera los atributos que lo dignificaran, y lo declararan digno de tratar con el Dios infinito en favor del hombre y también de representar a Dios ante (262) un mundo caído. El sustituto y la garantía del hombre debía tener la naturaleza del hombre, un entronque con la familia humana a quien debía representar y, como embajador de Dios, debía participar de la naturaleza divina, debía tener una conexión con el Infinito, con el fin de manifestara Dios ante el mundo y ser un mediador entre Dios y el hombre» (Review and Herald, 22 de Diciembre de 1891; citado en el 7A:486).
Pero Cristo ya no está físicamente presente con nosotros para hacer esa obra. ¿Cómo entonces puede efectuar semejantes cambios y traernos tanto consuelo desde tan lejos? Encontramos la repuesta en la obra y persona de la poderosa agencia de la tercera persona de la Deidad, el poderoso Espíritu Santo. Es a este asunto al que dedicaremos nuestra atención en el tema siguiente.

 

Trataremos más de las deducciones prácticas y éticas del amor de Dios en el  final de esta sección.

Una posible excepción a esta tendencia es el catolicismo romano. Sugeriría que la razón para esta excepción es doble: (1) la doctrina de la Trinidad es casi una filosófica letra muerta en la tradición romana (está en los libros, pero en realidad m se la utiliza teológicamente). (2) La obra intercesora de Jesús ha sido casi totalmente eliminada por el énfasis práctico sobre la intercesión de. María y los santos. En otras palabras, la intercesión humana ha desplazado prácticamente a la persona divino/ humana de Jesús.

Categorías: La Deidad

0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *