Misioneros Bíblicos

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3er. trimestre de 2015
Misioneros Bíblicos
Notas de Elena G. de White
Lección 01



Sábado 27 de junio
La voz dijo: «Jesús, que está sentado sobre el trono, amó tanto al hombre que dio su vida como sacrificio para redimirlo del poder de Satanás, y para exaltarlo a su trono. El que está sobre todo poder, el que tiene la mayor influencia en el cielo y en la tierra, Aquel a quien toda alma está en deuda por todos los favores que ha recibido, era manso y humilde de corazón, santo, inocente y puro en vida.
Él fue obediente a todos los mandamientos de su Padre. La maldad ha llenado la tierra; está contaminada bajo sus habitantes. Las posiciones elevadas de los poderes de la tierra se han llenado de corrupción y ruin idolatría, pero ha llegado el tiempo cuando los justos recibirán la palma de la victoria y el triunfo. Los que eran considerados por el mundo como débiles e indignos, los que se hallaban sin defensa contra la crueldad de los hombres, serán coronados como conquistadores y más que vencedores (se cita Apocalipsis 7:9-17).
Ellos se hallan ante el trono disfrutando los brillantes esplendores del día eterno, y no como un grupo esparcido y débil, para sufrir por causa de las pasiones satánicas de un mundo rebelde, que expresa los sentimientos, las doctrinas y los consejos de los demonios (Mensajes selectos, tomo 3, pp. 490, 491).
«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron» (Apocalipsis 21:1). El fuego que consume a los malvados purifica la tierra. Todo rasgo de maldición desaparece. Ningún infierno eterno mostrará a los redimidos las terribles consecuencias del pecado. Solo queda un recuerdo: nuestro Redentor llevará siempre las marcas de su crucifixión. En su frente herida, sus manos y sus pies, se encuentran los únicos vestigios de la cruel obra que el pecado realizó (La historia de la redención, p. 450).
Domingo 28 de junio: Dios creó un hombre y una mujer
Cuando Adán salió de las manos del Creador, llevaba en su naturaleza física, mental y espiritual, la semejanza de su Hacedor. «Creó Dios al hombre a su imagen», con el propósito de que, cuanto más viviera, más plenamente revelara esa imagen, más plenamente reflejara la gloria del Creador. Todas sus facultades eran susceptibles de desarrollo; su capacidad y su vigor debían aumentar continuamente. Vasta era la esfera que se ofrecía a su actividad, glorioso el campo abierto a su investigación. Los misterios del universo visible «las maravillas del Perfecto en sabiduría», invitaban al hombre a estudiar. Tenía el alto privilegio de relacionarse íntimamente, cara a cara, con su Hacedor. Sí hubiese permanecido leal a Dios, todo esto le hubiera pertenecido para siempre. A través de los siglos eternos, hubiera seguido adquiriendo nuevos tesoros de conocimiento, descubriendo nuevos manantiales de felicidad y obteniendo conceptos cada vez más claros de la sabiduría, el poder y el amor de Dios. Habría cumplido cada vez más cabalmente el objeto de su creación; habría reflejado cada vez más plenamente la gloria del Creador.
Pero por su desobediencia perdió todo esto. El pecado mancilló y casi borró la semejanza divina. Las facultades físicas del hombre se debilitaron, su capacidad mental disminuyó, su visión espiritual se oscureció. Quedó sujeto a la muerte. No obstante, la especie humana no fue dejada sin esperanza. Con infinito amor y misericordia había sido trazado el plan de salvación y se le otorgó una vida de prueba. La obra de la redención debía restaurar en el hombre la imagen de su Hacedor, devolverlo a la perfección con que había sido creado, promover el desarrollo del cuerpo, la mente y el alma, a fin de que se llevase a cabo el propósito divino de su creación. Este es el objeto de la educación, el gran objeto de la vida (La educación, pp. 15, 16).
El mecanismo del cuerpo humano no puede ser comprendido por completo; presenta misterios que confunden a los más inteligentes. No es por efecto de un mecanismo que, una vez puesto en movimiento, prosigue su acción, como late el pulso y una respiración sigue a la otra. En Dios vivimos, nos movemos y somos. El corazón que palpita, el pulso que late, cada nervio y músculo del organismo vivo se mantienen en orden y actividad por el poder de un Dios siempre presente (El ministerio de curación, pp. 324, 325).
Adán fue coronado rey en el Edén. Se le dio dominio sobre toda cosa viviente que Dios había creado. El Señor bendijo a Adán y a Eva con una inteligencia que no dio a ninguna otra criatura. Hizo de Adán el legítimo soberano de todas las obras de las manos de Dios. El hombre, hecho a la imagen divina, podía contemplar y apreciar en la naturaleza las obras gloriosas de Dios (Comentario bíblico adventista, tomo 1, p. 1096).
Adán y Eva podían rastrear la habilidad y gloria de Dios en cada brizna de hierba y en cada arbusto y flor… Y sus cantos de afecto y alabanza se elevaron dulce y reverentemente al cielo, armonizando con los cantos de los ángeles excelsos y con las felices aves que gorjeaban su música despreocupadamente. No había enfermedad, decadencia ni muerte… La vida estaba en cada hoja, en cada flor y en cada árbol…
Adán podía reflexionar que era creado a la imagen de Dios, para ser como él en justicia y santidad. Su mente era apta para un cultivo continuo, expansión, refinamiento y noble elevación, pues Dios era su Maestro y los ángeles sus compañeros (A fin de conocerle, p. 15).
Lunes 29 de junio: Libertad de elección
El ser humano constituyó la corona de la obra creadora de Dios, hecho a la misma imagen divina y diseñado para ser un complemento de Dios; pero Satanás se ha esforzado por borrar la imagen de Dios en el hombre y por imprimirle la suya propia. El ser humano es muy querido para Dios, porque fue formado a su propia imagen. Este hecho debería impresionar sobre nosotros la importancia de enseñar por precepto y ejemplo lo que significa el pecado de la degradación del cuerpo que fue formado para representar a Dios ante el mundo, sea por causa de la indulgencia del apetito, o por cualquier otra práctica pecaminosa (Exaltad a Jesús, p. 42).
Dios no obliga a nadie a que lo ame ni que obedezca su ley. Él ha manifestado un amor inconmensurable hacia el hombre en el plan de la redención. Ha derramado los tesoros de su sabiduría y ha dado el don más precioso del cielo para que nos viésemos constreñidos a amarlo y a ponernos en armonía con su voluntad. Si rehusamos ese amor y si no queremos que él nos gobierne, estaremos preparando nuestra propia ruina, y finalmente nos veremos frente a una pérdida eterna.
Dios desea el servicio voluntario de nuestros corazones. Él nos ha dotado con la facultad de razonar, con talentos de aptitudes y con medios financieros e influencia, a fin de que pongamos todo esto por obra para el bien de la humanidad, y para que manifestemos su espíritu ante el mundo. Preciosas oportunidades y privilegios son puestos a nuestro alcance, y si los descuidamos robamos a otros, defraudamos nuestras propias almas y deshonramos a nuestro propio Salvador (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 133).
Siendo la ley del amor el fundamento del gobierno de Dios, la felicidad de todos los seres inteligentes depende de su perfecto acuerdo con los grandes principios de justicia de esa ley. Dios desea de todas sus criaturas el servicio que nace del amor, de la comprensión y del aprecio de su carácter. No halla placer en una obediencia forzada, y otorga a todos libre albedrío para que puedan servirle voluntariamente.
Mientras todos los seres creados reconocieron la lealtad del amor, hubo perfecta armonía en el universo de Dios. Cumplir los designios de su Creador era el gozo de las huestes celestiales. Se deleitaban en reflejar la gloria del Todopoderoso y en alabarle. Y su amor mutuo fue fiel y desinteresado mientras el amor de Dios fue supremo. No había nota discordante que perturbara las armonías celestiales (Patriarcas y profetas, pp. 12, 13).
Ninguno será colocado fuera del alcance de la tentación, porque en todo carácter existen puntos débiles que corren el peligro de ser atacados... Todos debieran sentir la necesidad de mantener la naturaleza moral constantemente protegida por la vigilancia. Lo mismo que fieles centinelas, debieran proteger la ciudadela del alma, sin sentir nunca que deben relajar su vigilancia por un momento. La oración ferviente y la fe viva constituyen su única salvaguardia (Consejos sobre la salud, p. 408).
Martes 30 de junio: La caída
Nuestros primeros padres decidieron creer las palabras de una serpiente, según pensaban, que no les había dado prueba alguna de su amor. No había hecho nada por su felicidad y su beneficio, mientras Dios les había dado todo lo que era bueno para comer y agradable a la vista. Doquiera descansaba la mirada había abundancia y belleza; sin embargo, Eva fue engañada por la serpiente, y llegó a pensar que se les había ocultado algo que podía hacerlos tan sabios como Dios mismo. En vez de creer en Dios y confiar en él, rechazó mezquinamente su bondad y aceptó las palabras de Satanás…
Su crimen apareció entonces delante de ellos en su verdadera dimensión. Su transgresión del expreso mandamiento de Dios asumió un carácter más definido. Adán censuró la insensatez de Eva al apartarse de él para ser engañada por la serpiente. Ambos se tranquilizaban pensando que Dios, que les había dado todo lo necesario para hacerlos felices, perdonaría su desobediencia por causa de su gran amor por ellos, y que su castigo no seria tan terrible después de todo.
Satanás se regocijó por su éxito. Había tentado a la mujer para que desconfiara de Dios, dudara de su sabiduría y tratara de entrometerse en sus omniscientes planes. Y por su intermedio había causado también la caída de Adán quien, como consecuencia de su amor por Eva, desobedeció el mandamiento de Dios y cayó juntamente con ella.
Las noticias de la caída del hombre se difundieron por el cielo. Todas las arpas enmudecieron. Los ángeles depusieron con tristeza sus coronas. Todo el cielo estaba conmovido. Los ángeles se sentían apenados por la vil ingratitud del hombre en respuesta a las riquezas con que Dios lo había provisto. Se celebró un concilio para decidir qué se haría con la pareja culpable. Los ángeles temían que extendieran la mano y comieran del árbol de la vida, para perpetuar así sus vidas pecaminosas…
De allí en adelante el género humano seria afligido por las tentaciones de Satanás. Se asignó a Adán una vida de constantes fatigas y ansiedades, en lugar de las labores alegres y felices de que habían gozado hasta entonces. Estarían sujetos al desaliento, la tristeza y el dolor, y finalmente desaparecerían. Habían sido hechos del polvo de la tierra, y al polvo debían retomar.
Se les informó que debían salir de su hogar edénico. Habían cedido ante los engaños de Satanás y habían creído sus afirmaciones de que Dios mentía. Mediante su transgresión habían abierto la puerta para que Satanás tuviera fácil acceso a ellos, y ya no era seguro que permanecieran en el Jardín del Edén, no fuera que en su condición pecaminosa tuvieran acceso al árbol de la vida y perpetuaran así una vida de pecado. Suplicaron que se les permitiera quedar, aunque reconocían que habían perdido todo derecho al bendito Edén. Prometieron que en lo futuro obedecerían a Dios perfectamente. Se les informó que al caer de la inocencia a la culpa no se habían fortalecido, sino por el contrario se habían debilitado enormemente. No habían preservado su integridad cuando gozaban de un estado de santa y feliz inocencia, mucho menos tendrían fortaleza para permanecer leales y fieles en un estado de culpa consciente. Se llenaron de profunda angustia y remordimiento (La historia de la redención, pp. 38-42).
Miércoles 1 de julio: La iniciativa divina para salvarnos
En su anterior estado de inocencia y santidad solían dar alegremente la bienvenida a la presencia de su Creador; pero ahora huyeron aterrorizados, y se escondieron en el lugar más apartado del huerto. «Y llamó Jehová Dios al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y escondime. Y díjole: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?»
Adán no podía negar ni disculpar su pecado; pero en vez de mostrar arrepentimiento, culpó a su esposa, y de esa manera al mismo Dios: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí». El que por amor a Eva había escogido deliberadamente perder la aprobación de Dios, su hogar en el paraíso y una vida de eterno regocijo, ahora después de su caída culpó de su transgresión a su compañera y aun a su mismo Creador. Tan terrible es el poder del pecado (Patriarcas y profetas, p. 41).
«Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar». Es decir, mi Padre os ama tanto, que me ama aun más porque doy mi vida para redimiros. Al hacerme vuestro substituto y fiador, mediante la entrega de mi vida, tomando vuestras obligaciones, vuestras transgresiones, se encarece el amor de mi Padre hacia mí.
«Pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, mas yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar». Mientras, como miembro de la familia humana era mortal, como Dios, era la fuente de la vida para el mundo. Hubiera podido resistir el avance de la muerte y rehusar ponerse bajo su dominio; pero voluntariamente puso su vida para sacar a luz la vida y la inmortalidad. Cargó con el pecado del mundo, soportó su maldición, entregó su vida en sacrificio, para que los hombres no muriesen eternamente…
«Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado». Como los ojos de todo Israel se habían dirigido a la serpiente levantada, símbolo de su curación, así los ojos debían ser atraídos a Cristo, el sacrificio que traería salvación al mundo perdido (El Deseado de todas las gentes, pp. 447-449).
Cristo podría haberse apartado de nosotros a causa de nuestra culpabilidad. Pero en vez de hacerlo, vino y habitó entre nosotros, lleno de toda la plenitud de la Deidad, para ser uno con nosotros, a fin de que por medio de su gracia pudiéramos obtener la perfección. Deponiendo su vida, en una muerte de vergüenza y sufrimiento pagó el rescate del hombre. ¡Qué amor abnegado! Descendió de la excelsitud, revistió su divinidad con humanidad, y fue bajando paso a paso a las profundidades mismas de la humillación. No hay sonda que pueda medir la profundidad de este amor. Cristo nos mostró cuánto puede amar Dios y cuánto sufrió nuestro Redentor para asegurar nuestra completa restauración. Desea que sus hijos revelen su carácter y ejerzan su influencia a fin de que otras mentes puedan ser puestas en armonía con su mente (Alza tus ojos, p. 189).
Jueves 2 de julio: Metáforas de la misión
«Vosotros sois la sal de la tierra», dijo Jesús. No os apartéis del mundo a fin de escapara la persecución. Habéis de morar entre los hombres, para que el sabor del amor divino pueda ser como sal que preserve al mundo de la corrupción.
Los corazones que responden a la influencia del Espíritu Santo, son los conductos por medio de los cuales fluye la bendición de Dios. Si los que sirven a Dios fuesen quitados de la tierra, y su Espíritu se retirase de entre los hombres, este mundo quedaría en desolación y destrucción, como fruto del dominio de Satanás. Aunque los impíos no lo saben, deben aun las bendiciones de esta vida a la presencia, en el mundo, del pueblo de Dios, al cual desprecian y oprimen. Si los cristianos lo son de nombre solamente, son como la sal que ha perdido su sabor. No tienen influencia para el bien en el mundo, y por su falsa representación de Dios son peores que los incrédulos del mundo. «Vosotros sois la luz del mundo».
Los judíos pensaban limitar los beneficios de la salvación a su propia nación; pero Cristo les demostró que la salvación es como la luz del sol. Pertenece a todo el mundo. La religión de la Biblia no se ha de limitar a lo contenido entre las tapas de un libro, ni entre las paredes de una iglesia. No ha de ser sacada a luz ocasionalmente para nuestro beneficio, y luego guardarse de nuevo cuidadosamente. Ha de santificar la vida diaria, manifestarse en toda transacción comercial y en todas nuestras relaciones sociales.
El verdadero carácter no se forma desde el exterior, para revestirse uno con él; irradia desde adentro. Si queremos conducir a otros por la senda de la justicia, los principios de la justicia deben ser engastados en nuestro propio corazón. Nuestra profesión de fe puede proclamar la teoría de la religión, pero es nuestra piedad práctica la que pone de relieve la palabra de verdad. La vida consecuente, la santa conversación, la integridad inquebrantable, el espíritu activo y benévolo, el ejemplo piadoso, tales son los medios por los cuales la luz es comunicada al mundo (El Deseado de todas las gentes, pp. 272, 273).
La vida de Cristo es un ejemplo para todos nosotros. Su ejemplo de abnegación, de sacrificio propio y benevolencia desinteresada es para que lo sigamos. Toda su vida era una demostración infinita de su gran amor y condescendencia para salvar al hombre pecador. «Ámense unos con otros como yo los he amado» (Juan 15:12), dice Cristo. ¿De qué modo nuestra vida de abnegación, sacrificio y benevolencia se compara con la vida de Cristo? «Vosotros sois la luz del mundo», dice Cristo dirigiéndose a sus discípulos. «Vosotros sois la sal de la tierra» (Mateo 5:13, 14). Si éste es nuestro privilegio y también nuestro deber, y somos personas llenas de oscuridad e incredulidad, ¡qué terrible responsabilidad asumimos! Podemos ser canales de luz o de tinieblas, Si hemos descuidado nuestro deber de aumentar la luz que Dios nos ha dado, y hemos fallado en avanzar en conocimiento y verdadera santidad cuando la luz ha dirigido el camino, somos culpables y estamos en oscuridad de acuerdo con la luz y la verdad que hemos descuidado en mejorar (Testimonios para la iglesia, tomo 3, pp. 274, 275).
Viernes 3 de julio: Para estudiar y meditar
Palabras de vida del gran Maestro. pp. 16-42.


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