Más sobre el Rico y Lázaro de Lucas 16: 19-31

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Sobre el estado de los muertos
¿Cómo fundamentan los que guardan el sábado su enseñanza del estado inconsciente del hombre en la muerte, a la luz de la enseñanza de Nuestro Señor y especialmente del diálogo que mantuvieran el rico y Lázaro (Luc. 16: 19-31).

La mayoría de los teólogos considera a esta historia como una parábola. Jesús utilizó parábolas para revelar profundas verdades. De este modo, colocó historias sencillas, de captación universal, junto a profundas verdades para que lo profundo fuera iluminado por lo sencillo.

Es prudente recordar que una doctrina, que es un cuerpo de enseñanza, no debería basarse en una parábola, y mucho menos en los aspectos literales de la misma. Porque la parábola puede ser un relato del saber popular y folclórico, pero que se utiliza para trasmitir otra enseñanza.

En la parábola siempre hay un meta-mensaje, una enseñanza que va mas allá de las palabras que la componen.
La historia del rico y Lázaro es una parábola dirigida a los fariseos. Si bien en ella no se los menciona, se los describe. El rico es un fariseo, el viste «de púrpura y lino fino», y hace banquete cada día (Luc.16: 19) y tanto él, como sus hermanos, confían en las enseñanzas de Moisés (Luc.16: 31).

La escena principal de la parábola nos presenta una inversión de situaciones. El rico, que antes vivía en abundancia, ahora sufre (vers. 23), en tanto que el mendigo goza del bienestar celestial (vers. 23). La mayor parte del relato transcurre en el sheol, en el hades, vocablos hebreo y griego que describen el sepulcro. Y, es obvio, que no debemos tomar literalmente este relato.

Sería ridículo pensar en una discusión entre los muertos en la tumba. Y en el relato se detectan las irregularidades de las tradiciones verbales, que no pueden tomarse en forma literal.

Se habla de Lázaro «en el seno de Abrahán». En vano sería pensar que se encontraba dentro del organismo del patriarca. Es evidente que se emplea un lenguaje figurado.

Entre el seno de Abrahán y el Hades hay una cima, pero por el diálogo se percibe que se puede cruzar, a lo menos, del seno de Abrahán hacia el Hades. Incluso los habitantes de un sitio puede conversar con los del otro. Obviamente, es un lenguaje simbólico.

El relato afirma que el rico reclama que Lázaro le alcance agua. Esto acentúa el elemento figurativo, pero que: o los espíritus beben, o las tumbas quedaron vacías.

Por otra parte, si se toma al pie de la letra el relato, no sólo nos encontramos con las incoherencias anteriores, sino que se cae en gruesas contradicciones con diferentes enseñanzas presentadas en la Biblia.

Una de ellas es la del juicio final. Aquí se describe un castigo y galardón anticipados. Pero si así fuese en realidad, ¿de qué serviría el juicio final?

Se contradice claramente la descripción bíblica de la condición del hombre en la muerte. La Escritura enseña que el hombre está inconsciente (Ecle. 9: 6).

En la parábola, nada se dice con respecto a la segunda venida de Cristo, que en el orden escatológico bíblico precede a la resurrección, a la que tampoco se hace referencia en la narración.

Y hay un aspecto vital y dinámico de la Escritura que se desharía en pedazos si se considera literalmente esta parábola, y es el amor de Dios. El mismo texto que describe con belleza el amor divino desbarata la idea de un castigo eterno. Una atenta lectura a Juan 3: 16 bastará para descubrirlo. Cuánto más, entonces, desvirtúa la concepción de un deleite eterno parcial, salpicado de diálogos con los que sufren en el infierno.

A su vez, esta doctrina inmortaliza el pecado –aunque lo recluya– proyectándolo en un ghetto permanente y cósmico ubicado en un rincón del universo por las edades sin fin.

Todo esto explica lo que no quiere decir la parábola, y es bueno que ahora nos preguntemos cuál es su significado.
Esta parábola enseña que:
1. Las bendiciones terrenales son transitorias y pasajeras.
2. Las riquezas, el estatus y las obras –por buenas y dignas que fuesen– no pueden comprar la salvación.
3. Esta vida es la única oportunidad que disponemos para preparamos para la eternidad.
4. Las Escrituras son plenamente suficientes para hacemos sabios para la salvación que es en Jesús.

Pero el mensaje de fondo es que por la distorsionada visión de las Escrituras, los fariseos estaban rechazando a Cristo. La ley, los profetas y Moisés conformaban un coro testimonial que revelaba al Mesías, su poder y sus obras maravillosas. Ahora estaban ante Alguien que poco después resucitaría a un hombre llamado Lázaro, pero, igualmente, no creyeron. No lo hicieron ni aún cuando uno de ellos vino de los muertos, y tampoco lo hicieron cuando el mismo Cristo resucitó. Ninguna de las advertencias proféticas latentes en esta parábola fueron aceptadas por los fariseos. Pero su drama estaba en que habían desvirtuado la Escritura.


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