Los Idiomas, los Manuscritos

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Los Idiomas, los Manuscritos

I. El idioma hebreo antiguo
El nombre.-
La mayor parte del Antiguo Testamento se escribió en hebreo, generalmente llamado hebreo antiguo para distinguirlo del hebreo mishnaico y del moderno.  El hebreo mishnaico corresponde con la era cristiana.  Es un idioma restaurado artificialmente, usado por los rabinos en sus obras eruditas y que ahora se emplea como idioma oficial del Estado de Israel.  La expresión idioma «hebreo» que se encuentra por primera vez en el prólogo del libro apócrifo del Eclesiástico (escrito en el año 132 AC), también es usada por el historiador judío Josefo en el siglo I de la era cristiana y aparece posteriormente en los escritos rabínicos.  La expresión «lengua hebrea», empleada por Lucas en Hech. 21: 40 y 26: 14, se refiere al arameo y no al hebreo.  El arameo era el idioma común hablado en los tiempos del Nuevo Testamento.
Las expresiones bíblicas usadas para el idioma hablado por los israelitas del Antiguo Testamento son «lengua de Canaán» (Isa. 19: 18), o «lengua de Judá» (2 Rey.  18: 26, 28), o «judaico» (Neh. 13: 24).
Características del hebreo.-
El hebreo es una rama de la gran familia de antiguos idiomas semíticos que se hablaban en Mesopotamia, Siria, Palestina y Arabia.  Está muy estrechamente relacionado con los idiomas hablados por los antiguos cananeos, fenicios y sirios, y es casi idéntico a los de los moabitas, edomitas y amonitas.  El idioma hablado por los naturales de Canaán apenas si se diferenciaba del hebreo bíblico.
Una característica interesante que el hebreo comparte con todos los idiomas semíticos es que la mayoría de sus palabras básicas contienen tres consonantes. (El hebreo escrito de los tiempos bíblicos consistía sólo en consonantes.) Las vocales se añadieron cuando el hebreo ya se había convertido en lengua muerta, varios siglos después de Cristo, en un esfuerzo para preservar el conocimiento de cómo se había hablado el idioma.  Esas vocales, conocidas como puntos vocálicos, eran puntos y signos añadidos sobre las letras consonantes, debajo y en el centro de las mismas. Las variaciones en las formas verbales son producidas generalmente por un cambio en la vocalización, es decir en el sonido de las vocales.  Por ejemplo, en español el tiempo presente del verbo cantar, canto, se puede transformar en el pasado canté y en el imperativo canta, meramente por el cambio de la vocalización.  El verbo escribir en hebreo, contiene tres consonantes: k-t-b.  Los ejemplos que siguen mostrarán cómo se generan diversas formas verbales mediante el uso de vocales, sin necesidad de alterar las tres consonantes básicas:
katab, (él) ha escrito
ketob, ¡escribe! (imperativo)
koteb, escribiendo
katub, está escrito
katob, escribir.
En la mayoría de los casos, los pronombres personales se añaden al verbo como prefijos o sufijos.  Así la forma «he escrito», katab-ti, consiste en la raíz básica katab y la terminación -ti, que representa el pronombre; y «escribiré»,’e-ktob, en el prefijo ‘e- y la raíz ktob.  Estas formas gramaticales cortas son la razón para que las oraciones hebreas sean breves, compactas y expresivas.  Por ejemplo, el séptimo mandamiento, «No cometerás adulterio» (Exo. 20: 14), consiste en tres palabras en castellano, pero sólo dos en hebreo: lo’ tin’af.  Esta brevedad de las expresiones en hebreo se advierte especialmente en las partes poéticas del Antiguo Testamento.  En la mayoría de los casos, el texto hebreo emplea la mitad de las palabras usadas en la traducción inglesa.  Por ejemplo, el famoso salmo 23 tiene 57 palabras en la Biblia hebrea, pero tiene 103 en español (versión Valera revisada) y 122 en inglés (versión King James); Job 30: 22 tiene sólo seis palabras en hebreo, pero tiene 14 en la versión en español y 18 en inglés.
La estructura de la oración hebrea es muy simple.  Generalmente las oraciones son cortas y están relacionadas entre sí por la conjunción «y», que también puede traducirse «así», «pero», «aun», «entonces».  Un ejemplo característico de un gran número de oraciones cortas está en Gén. 12, donde la palabra «y» se halla 28 veces en los primeros 9 versículos de la versión de Valera revisada y 29 veces en la versión inglesa.  En el texto hebreo respectivo, la palabra «y» aparece 32 veces.  La diferencia se debe a que los traductores vertieron la palabra varias veces mediante palabras equivalentes.
Otra característica del idioma hebreo es la falta de ciertas formas gramaticales.  No tiene vocablos compuestos, con excepción de los nombres propios, y una palabra como «terrateniente» sólo se puede expresar por la forma genitiva «tenedor de la tierra».  El idioma hebreo también es pobre en adjetivos y casi no tiene adverbios, lo cual era un inconveniente para los escritores antiguos cuando expresaban pensamientos abstractos.
El idioma hebreo tiene en común con otros idiomas semíticos, una cantidad de sonidos que no existen en las lenguas indoeuropeas.  Tiene dos sonidos de h [aspirada] los que se representan con dos caracteres, generalmente transliterados como h y j. También tiene varios sonidos derivados de s, como s, z, sh, (ts) y s (s suave).  Los dos sonidos hebreos ‘alef (transliterado ‘) y ‘ayin (transliterado ‘) no tienen equivalentes en español ni en inglés.  El idioma hebreo originalmente tenía otros sonidos más que posiblemente fueron abandonados antes de la invención de la escritura alfabética hebrea. Uno de ellos era un segundo ‘ayin, llamado ghayin, que todavía existe en árabe.  La existencia de este último sonido en hebreo se puede reconocer porque los nombres «Gaza» y «Gomorra» comienzan ambos con la misma consonante ‘ayin, como también el nombre de Elí, el sumo sacerdote. Sólo mediante las antiguas traducciones de la Biblia (la Septuaginta griega y la Vulgata latina) sabemos que el nombre de la ciudad condenada donde vivió Lot se pronunciaba «Gomorra» y no «Omorra», y que el nombre del sumo sacerdote del tiempo de Samuel era «Elí» y no «Guelí».
La inflexión verbal hebrea expresa sólo acción en términos de ser ésta completa o incompleta, nunca en el sentido de presente, pasado o futuro, como los verbos en español.  El tiempo es tácito y no explícito. Los verbos que denotan una acción completa, comúnmente llamada «perfecta», se traducen generalmente con el tiempo pasado, al paso que los que denotan una acción incompleta se dice que corresponden con el «imperfecto» y usualmente se traducen como si fueran futuros.  En términos generales, este proceder puede ser comparativamente exacto, pero a veces es completamente engañoso. Para determinar si la acción señalada por el verbo ocurrió realmente cuando se escribía o hablaba, o antes o después de ese tiempo, es necesario descubrir con ayuda del contexto el punto de vista del escritor. Además el autor podía cambiar su enfoque temporal dentro de un mismo pasaje, yendo al futuro o al pasado, sin anunciarlo.  De modo que si su enfoque está en el futuro lejano, puede tratar otros acontecimientos futuros como si estuvieran en el pasado. Pero en la declaración siguiente puede volver al tiempo pasado y describir acontecimientos pasados o presentes como si estuvieran en el futuro.  Como para complicar más el asunto, la construcción con vau consecutiva, que conecta las partes que componen una narración, algo así como lo hace nuestro sistema de dividir en párrafos, con frecuencia requiere que un «imperfecto» se entienda como «perfecto» y viceversa.
Cuando se hicieron las primeras traducciones de la Biblia al inglés, se entendía imperfectamente esta peculiaridad de los verbos hebreos, lo que resultó en frecuentes diferencias entre el inglés y el hebreo.  En términos generales, las traducciones más recientes tienden a reflejar el elemento temporal de los verbos hebreos más exactamente que las traducciones previas.  Por otro lado, las traducciones modernas quizá no siempre representen el verdadero punto de vista temporal del escritor.  Esto se debe a que con frecuencia una decisión en cuanto al enfoque del autor, particularmente en la predicción profético, depende del concepto de la inspiración que tenga el lector.  El que cree en el don de profecía, da por sentado que el profeta proyecta su mente hacia el futuro, con frecuencia el futuro remoto.  Pero el que niega el valor productivo de la profecía, dirá que el profeta sencillamente está describiendo sucesos pasados.  Por lo dicho es obvio que, a fin de determinar con cierto grado de exactitud el elemento temporal preciso en una declaración profético dada, el lector debe: (1) tener un concepto válido de la inspiración; (2) descubrir el enfoque temporal del autor en términos del concepto que el propio lector tiene acerca de la inspiración; (3) interpretar los tiempos de los verbos en armonía con los requisitos de la gramática hebrea y con el enfoque temporal del autor.
Un ejemplo de este problema se presenta en la última parte del libro de Isaías -a la que comúnmente la alta crítica llama «Déutero-Isaías»- pues supone la existencia de un segundo escritor anónimo como su autor.  En parte considerando que Isaías habla de los sufrimientos de los judíos durante el cautiverio en Babilonia como si estuvieran en el pasado (Isa. 40: 1,2, etc.), esos críticos concluyen que los caps. 40 a 66 fueron escritos por otro autor, o autores, después del cautiverio.  Sin embargo, el hecho de que las formas verbales denoten acción completada, no implica necesariamente, ni mucho menos, que los sucesos descritos allí ya habían ocurrido en el tiempo cuando escribió el profeta.  Evidentemente, a Isaías se le habían mostrado el cautiverio y la restauración mediante inspiración profético, y habiendo ya visto esos sucesos, habló de ellos como si hubieran estado en el pasado.
En Isa. 53 se encuentra otro ejemplo de la forma en que la mente del profeta se proyecta hacia el futuro.  En el hebreo de los vers. 1 a 9 (y así también en la Biblia de Jerusalén o BJ), Isaías proyecta su mente hacia el futuro profético y habla de los sufrimientos de Cristo como si estuvieran en el pasado.  Pero en el vers. 10 su enfoque   temporal vuelve a sus propios días, y continúa describiendo los mismos sucesos como si estuvieran en el futuro.  Una comparación de las diferencias en el elemento temporal de los verbos de Isa. 53 -como se traducen en la VVR y en la BJ- hace resaltar el problema de la traducción de los «tiempos» de los verbos hebreos.
Diferencias lingüísticas.-
También se pueden observar leves diferencias dialectales entre los diversos escritores de la Biblia.  La existencia de tales diferencias entre las diversas tribus de Israel era bien conocida en los tiempos bíblicos.  Esto se sabe por el relato de los efraimitas que no podían articular el sonido consonántico sh.  Por eso pronunciaban «Shibolet» como «Sibolet» (Juec. 12: 5, 6).
Sin embargo, en su conjunto el hebreo del Antiguo Testamento muestra gran uniformidad.  Son muy pequeñas las diferencias lingüísticas entre los primeros escritores y los posteriores. Este hecho ha sido explicado por los eruditos de la alta crítica como una evidencia de que todos los libros del Antiguo Testamento fueron escritos en un período comparativamente corto.  Sin embargo, es más razonable deducir que el hebreo en tiempos remotos se había fijado como idioma literario.  Es decir, experimentó sólo leves cambios con el correr de los siglos cuando se escribieron los libros del Antiguo Testamento.
Con todo, hay señaladas diferencias entre la prosa y la poesía del Antiguo Testamento.  A esta última pertenecen no sólo los Salmos y Job sino también muchas partes de los libros proféticos, como Isaías. La poesía hebrea difiere de la prosa por su uso de un vocabulario poético y de paralelismos.  Los lectores de la versión Reina-Valera -antes de la revisión del 60- no siempre advertían ese paralelismo puesto que esa versión estaba impresa como si toda la Biblia hubiera estado escrita en prosa.  Pero si uno abre una traducción moderna, como la Biblia de Jerusalén, inmediatamente advierte el paralelismo, porque las secciones poéticas del Antiguo Testamento están impresas como poesía.  Esto se puede apreciar en el siguiente ejemplo tomado de los Salmos:
«Escucha mi ley, oh pueblo mío,
tiende tu oído a las palabras de mi boca;
voy a abrir mi boca en parábolas,
a evocar los misterios del pasado.
Lo que hemos oído y que sabemos,
lo que nuestros padres nos contaron,
no se lo callaremos a sus hijos,
a la futura generación lo contaremos.
Las laudes de Yahvéh y su poderío,
las maravillas que hizo» (Sal. 78: 1-4, BJ).
Los libros poéticos abundan en sinónimos, los que casi constituyen un vocabulario poético especial del hebreo antiguo. Job 4: 10, 11 puede servir como una ilustración de esto.  En estos dos versículos se encuentran cinco términos diferentes para «león», que por falta de un equivalente mejor se han traducido en la VVR con términos tan prosaicos como «león», «rugiente», «leoncillos», «león viejo» y «leona».  Se puede entender fácilmente que la riqueza de expresiones en los libros poéticos del Antiguo Testamento haya sido con frecuencia un motivo de desesperación para el novicio en hebreo.
Puesto que el hebreo antiguo ha sido una lengua muerta por muchos siglos, pocas personas lo aprenden como para que puedan usarlo tan fluidamente como un idioma moderno.  Sin embargo, los que se empeñan en dominar completamente el hebreo antiguo, descubren en él inesperadas bellezas.  El idioma hebreo, debido a su fuerza, a su intensidad de expresión y a su belleza, es un medio incomparable como vehículo de la poesía religiosa.
La Reforma revivió el estudio del idioma hebreo.-
Los cristianos, durante muchos siglos, no tuvieron interés en el Antiguo Testamento en hebreo, ni hicieron muchas tentativas para dominar ese idioma.  Sólo dos de los padres de la iglesia, Orígenes y Jerónimo, se empeñaron en aprender hebreo.  Desde la era apostólica hasta la Reforma protestante, los eruditos judíos fueron casi los únicos guardianes del idioma arcaico en que se escribió el Antiguo Testamento.
Siendo los reformadores vehementes estudiosos de la Palabra de Dios, auspiciaron y produjeron nuevas traducciones de la Biblia.  Sin embargo, insistían en que cada traducción debía basarse en los idiomas originales y no en una traducción previa, ya fuera del griego o del latín.  Como esto requería un profundo conocimiento del hebreo de parte de los traductores y eruditos protestantes, la Reforma dio un gran impulso a los estudios hebreos.  Por ejemplo, en los siglos XVI y XVII, los eruditos cristianos publicaron 152 gramáticas hebreas; en cambio los eruditos judíos publicaron únicamente 18.
Durante los últimos cien años se han descubierto numerosas inscripciones hebreas, cananeas y en otros idiomas semíticos antiguos.  Su contenido ha iluminado muchos pasajes del Antiguo Testamento, ha esclarecido incontables expresiones hebreas oscuras y ha proporcionado ejemplos que han ayudado a comprender mejor la gramática del idioma del Antiguo Testamento.
Con todo, debiera afirmarse que el conocimiento del hebreo antiguo de ninguna manera garantiza una comprensión correcta de las Sagradas Escrituras. Algunos de los mayores hebraístas de las últimas décadas han sido los críticos más destructores de la Biblia; en cambio, numerosos hombres y mujeres de Dios han explicado con solidez y vigor las páginas sagradas del Antiguo Testamento, sin saber hebreo, y han conducido a la gente al conocimiento de la verdad. Por supuesto, para el ministro de la Palabra el conocimiento del hebreo es deseable y útil.  Sin embargo, las traducciones modernas generalmente están bien hechas y transmiten con bastante exactitud los pensamientos de los escritos originales.  De ahí que el mejor expositor de las Escrituras no es necesariamente el hebraísta erudito, sino el hombre que tiene la medida mayor del Espíritu Santo, mediante el cual escudriña «lo profundo de Dios» (1 Cor. 2: 10).
II. El arameo bíblico
Unos pocos capítulos de los libros de Esdras (caps. 4: 8 a 6: 18; 7: 12-26) y Daniel (caps. 2: 4 a 7: 28), un versículo de Jeremías (cap. 10: 11) y una palabra en el Génesis (cap. 31: 47) no fueron escritos en hebreo antiguo sino en arameo.  El arameo se parece al hebreo más o menos en la misma forma como el castellano se parece al portugués.  Con todo, las diferencias entre el arameo y el hebreo no son dialectales, y se consideran como dos idiomas separados.
La diseminación del arameo.-
Mesopotamia fue el hogar original del arameo. Algunas tribus arameas, los caldeos, vivían en el sur de Babilonia, en la comarca de Ur; otras moraban en la alta Mesopotamia, entre el río Quebar (Khabur) y el gran codo del Eufrates, con Harán como su centro.  El hecho de que los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob estuvieran relacionados con Harán, probablemente explica la declaración hecha por Moisés de que Jacob era «arameo» (Deut. 26: 5).  Desde su cuna en el norte de Mesopotamia, el arameo se esparció hacia el sur por toda Siria.  Cuando las ciudades-estados de Siria, cuya población hablaba arameo, fueron destruidas por los asirios, en el siglo VIII AC, sus pobladores fueron trasplantados a diferentes partes del imperio asirio.  Esto originó una gran difusión del arameo que era mucho más simple para aprender que la mayoría de los otros idiomas del antiguo Cercano Oriente.  Finalmente, el arameo se convirtió en la lengua común, el idioma internacional, del mundo civilizado, y llegó a ser primero el idioma oficial del imperio neobabilonio y luego del imperio persa.
Las secciones arameas de la Biblia.-
El hecho de que el arameo hubiera llegado a ser un idioma internacional bajo los babilonios y persas, fue la razón para que algunas partes de la Biblia se escribieran en arameo.  Magistrados que vivían bajo los babilonios que hablaban arameo -como Daniel- o los que trabajaban para los persas -como Esdras- eran hombres que empleaban el arameo verbalmente y por escrito con tanta fluidez como su hebreo materno.  El libro de Daniel refleja claramente la capacidad bilingüe de su autor. Al consignar la experiencia de Daniel relacionada con el sueño de Nabucodonosor, él comenzó su narración en hebreo, pero cuando llegó al lugar donde presentó el discurso de los sabios, que hablaban «lengua aramea» (Dan. 2: 4), pasó -quizá inconscientemente- al idioma de esos hombres y continuó escribiendo en él durante varios capítulos antes de volver a su hebreo materno.
Hubo un tiempo cuando la existencia de las porciones arameas en los libros de Daniel y Esdras se tomaba como una prueba de que habían sido escritos en una fecha muy posterior.  Sin embargo, desde el hallazgo de numerosos documentos arameos de las épocas de Daniel y de Esdras, en numerosos lugares del antiguo Cercano Oriente, se puede mostrar que no tiene nada de extraño que esos hombres insertaran en sus libros documentos arameos -como lo hizo Esdras- o relataran sucesos históricos en arameo como lo hicieron tanto Daniel como Esdras.
El arameo, idioma de Cristo.-
Como resultado del cautiverio babilónico, los judíos adoptaron el arameo en lugar del hebreo durante los últimos siglos de la era precristiana. Por el tiempo de Cristo, el arameo había llegado a ser la lengua materna de la población de Palestina.  Una cantidad de expresiones arameas en el Nuevo Testamento muestran claramente que ése era el idioma de Jesús.  «Talita cumi» (Mar. 5: 41), «efata» (Mar. 7: 34) y «Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?» (Mar. 15: 34) son algunas de las expresiones arameas de Cristo.
Todavía se leía la Biblia en hebreo en los servicios de la sinagoga en el tiempo de Cristo, pero muchas personas, especialmente las mujeres, no podían entenderlo.  Por lo tanto, se había hecho costumbre que los lectores de la sinagoga tradujeran al arameo pasajes de las Escrituras.  Posteriormente se hicieron traducciones escritas del Antiguo Testamento en arameo: los llamados targumin.  El hebreo se había convertido en una lengua muerta en los tiempos precristianos, y ha experimentado reavivamientos sólo artificiales; pero el arameo continuamente se ha mantenido como una lengua viva hasta hoy, y todavía se usa en ciertas partes del Cercano Oriente donde es conocido como siriaco.


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