¡Llorad y aullad!

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¡Llorad y aullad!


Sábado 29 de noviembre

Los talentos que el Señor da a sus siervos son diversos, pero deben combinarse para lograr una obra completa. Dios desea que el dinero sea considerado como un don que proviene de él; abusar de cualquier don que él nos ha dado es una traición a sus sagrados propósitos. Cuando el mayordomo utiliza mal lo que le ha sido confiado, pone en peligro su propia alma y no permite que la verdad cumpla su cometido.
[Se cita Santiago 5:1-6] Esta es la condición de nuestro mundo en la actualidad. Los seres humanos procuran obtener todo lo que les sea posible, pagando a sus obreros salarios miserables, mientras que ellos buscan las más altas ganancias. El egoísmo, la avaricia y la codicia, cosas que son idolatría, controlan su vida. El dinero es puesto a res­guardo donde nadie puede beneficiarse de él, y los que lo tienen viven en continua aflicción pensando que pueden perder su tesoro; de esa forma, el capital confiado no rinde absolutamente nada. En cambio, si se lo usara para bendecir a otros, resultaría en beneficios para el que lo reparte. Con la bendición de Dios, el dinero puesto en circulación para ayudar a otros se incrementará y multiplicará (Manuscript Releases, tomo 21, pp. 352, 353).

Domingo 30 de noviembre: ¡Se hará justicia!

En su trato con la raza humana, Dios sobrelleva con paciencia al impenitente. Usa a sus instrumentos designados para inducir a los hombres a que sean leales, y les ofrece su perdón pleno si se arrepien­ten. Pero como Dios es paciente, los hombres abusan de su miseri­cordia. “Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal”. La paciencia y la magnanimidad de Dios, que debieran enternecer y subyugar el alma, tienen una influencia completamente distinta sobre los descuidados y pecaminosos. Los inducen a desechar las restricciones y los hace más decididos en su resistencia. Piensan que Dios, que durante tanto tiempo los ha tolerado, no tendrá en cuen­ta su perversidad. Si viviéramos en una dispensación de retribución inmediata, las ofensas contra Dios no ocurrirían con tanta frecuencia. Pero aunque se demore el castigo, no por eso es menos seguro. Hay límites aun para la tolerancia de Dios. Se puede llegar al límite de su paciencia, y entonces él castigará con toda seguridad. Y cuando trate el caso del pecador insolente, no se detendrá hasta haberle dado fin completamente.
Muy pocos se dan cuenta de la pecaminosidad del pecado; se hacen la ilusión de que Dios es demasiado bueno para castigar al culpable. Pero los casos de María, Aarón, David y muchos otros demuestran que no es seguro pecar contra Dios, ya sea con hechos, palabras o aun con el pensamiento. Dios es un ser de infinito amor e infinita compasión, pero también declara de sí mismo que es “fuego consumidor; un Dios celoso (Comentario bíblico adventista, tomo 3, p. 1184).

“El Señor no tarda su promesa” (2 Pedro 3: 9). Él no se olvida de sus hijos ni los abandona, pero permite a los malvados que pongan de manifiesto su verdadero carácter para que ninguno de los que quieran hacer la voluntad de Dios sea engañado con respecto a ellos. Además, los rectos pasan por el homo de la aflicción para ser purificados y para que por su ejemplo otros queden convencidos de que la fe y la santidad son realidades, y finalmente para que su conducta intachable condene a los impíos y a los incrédulos.
Dios permite que los malvados prosperen y manifiesten su enemis­tad contra él, para que cuando hayan llenado la medida de su iniquidad, todos puedan ver la justicia y la misericordia de Dios en la completa destrucción de aquéllos. Pronto llega el día de la venganza del Señor, cuando todos los que hayan transgredido su ley y oprimido a su pueblo recibirán la justa recompensa de sus actos; cuando todo acto de crueldad o de injusticia contra los fieles de Dios será castigado como si hubiera sido hecho contra Cristo mismo (El conflicto de los siglos, p. 52).

Lunes 1 de diciembre: Cuando la riqueza no tiene valor

David y sus hombres habían sido algo así como una muralla protec­tora para los pastores y los rebaños de Nabal; y ahora a este rico se le pedía que de su abundancia aliviara en algo las necesidades de aquellos que le habían prestado tan valiosos servicios. Bien podían David y sus hombres haber tomado de los rebaños y manadas de Nabal; pero no lo hicieron. Se comportaron honradamente. Pero Nabal no reconoció la bondad de ellos…
Sin consultar a su marido ni decirle su intención, Abigail hizo una provisión amplia de abastecimientos y, cargada en asnos, la envió a David bajo el cuidado de sus siervos, y fue ella misma en busca de la compañía de David…
Cuando Abigail regresó a casa, encontró a Nabal y sus huéspedes gozándose en un gran festín, que habían convertido en una borrachera alborotada. Hasta la mañana siguiente, no relató ella a su marido lo que había ocurrido en su entrevista con David. En lo íntimo de su corazón, Nabal era un cobarde; y cuando se dio cuenta de cuán cerca su tontería le había llevado de una muerte repentina, quedó como herido de un ataque de parálisis. Temeroso de que David continuase con su propósito de venganza, se llenó de horror, y cayó en una condición de insensibili­dad inconsciente. Diez días después falleció. La vida que Dios le había dado, solo había sido una maldición para el mundo. En medio de su alegría y regocijo, Dios le había dicho, como le dijo al rico de la pará­bola: “Esta noche vuelven a pedir tu alma” (Lucas 12:20) (Patriarcas y profetas, pp. 722-725).

Pero el orgullo y la vanidad se posesionaron del corazón de Ezequías, y ensalzándose a sí mismo expuso a ojos codiciosos los teso­ros con que Dios había enriquecido a su pueblo. El rey “enseñóles la casa de su tesoro, plata y oro, y especierías, y ungüentos preciosos, y toda su casa de armas, y todo lo que se pudo hallar en sus tesoros: no hubo cosa en su casa y en todo su señorío, que Ezequías no les mostra­se” (Isaías 39:2). No hizo esto para glorificar a Dios, sino para ensal­zarse a la vista de los príncipes extranjeros. No se detuvo a considerar que estos hombres eran representantes de una nación poderosa que no temía ni amaba a Dios, y que era imprudente hacerlos sus confidentes con referencia a las riquezas temporales de la nación.
La visita de los embajadores a Ezequías estaba destinada a probar su gratitud y devoción. El relato dice: “Empero en lo de los embajado­res de los príncipes de Babilonia, que enviaron a él para saber del pro­digio que había acaecido en aquella tierra, Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer todo lo que estaba en su corazón” (2 Crónicas 32:31). Si Ezequías hubiese aprovechado la oportunidad que se le concedía para atestiguar el poder, la bondad y la compasión del Dios de Israel, el informe de los embajadores habría sido como una luz a través de las tinieblas. Pero él se engrandeció a sí mismo más que a Jehová de los ejércitos. “Ezequías no pagó conforme al bien que le había sido hecho: antes se enalteció su corazón, y fue la ira contra él, y contra Judá y Jerusalén” (versículo 25).
¡Cuán desastrosos iban a ser los resultados! Se le reveló a Isaías que al regresar los embajadores llevaban informes relativos a las rique­zas que habían visto, y que el rey de Babilonia y sus consejeros harían planes para enriquecer su propio país con los tesoros de Jerusalén (Profetas y reyes, pp. 255, 256).

Martes 2 de diciembre: El clamor de los pobres

Por medio de la parábola del hombre rico, Cristo demostró la nece­sidad de aquellos que hacen del mundo toda su ambición. Este hombre lo había recibido todo de Dios. El sol había brillado sobre sus propie­dades, porque sus rayos caen sobre el justo y el injusto. Las lluvias del cielo descienden sobre el malo y el bueno. El Señor había hecho pros­perar la vegetación, y producir abundantemente los campos. El hombre rico estaba perplejo porque no sabía qué hacer con sus productos. Sus graneros estaban llenos hasta rebosar, y no tenía lugar en que poner el excedente de su cosecha. No pensó en Dios, de quien proceden todas las bondades. No se daba cuenta de que Dios lo había hecho adminis­trador de sus bienes, para que ayudase a los necesitados. Se le ofrecía una bendita oportunidad de ser dispensador de Dios, pero solo pensó en procurar su propia comodidad.
Este hombre rico podía ver la situación del pobre, del huérfano, de la viuda, del que sufría y del afligido; había muchos lugares donde podía emplear sus bienes. Hubiera podido librarse fácilmente de una parte de su abundancia y al mismo tiempo aliviar a muchos hogares de sus necesidades, alimentar a muchos hambrientos, vestir a los desnu­dos, alegrar a más de un corazón, ser el instrumento para responder a muchas oraciones por las cuales se pedía pan y abrigo, y una melodía de alabanza hubiera ascendido al cielo. El Señor había oído las oraciones de los necesitados, y en su bondad había hecho provisión para el pobre. En las bendiciones conferidas al hombre rico, se había hecho amplia provisión para las necesidades de muchos. Pero él cerró su corazón al clamor del necesitado, y dijo a sus siervos: “Esto haré; derribaré mis alfolíes, y los edificaré mayores, y allí juntaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes almacenados para muchos años; repósate, come, bebe, huélgate”…
Pero “la sabiduría de este mundo es necedad para con Dios”. Mientras el hombre rico espera disfrutar de años de placer en lo futuro, el Señor hace planes muy diferentes. A este mayordomo infiel le llega el mensaje: “Necio, esta noche vuelven a pedir tu alma”. Esta era una demanda que el dinero no podía suplir. La riqueza que él había ateso­rado no podía comprar la suspensión de la sentencia. En un momento, aquello por lo cual se había afanado durante toda su vida, perdió su valor para él (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 201, 202).

Miércoles 3 de diciembre: Gordos y felices (por ahora)

En esta generación, el deseo de ganancias es la pasión absorbente. Con frecuencia las riquezas se obtienen por fraude. Multitudes están luchando con la pobreza, obligadas a trabajar arduamente por un salario ínfimo, que no suple siquiera las necesidades primordiales de la vida. El trabajo y las privaciones, sin esperanza de cosas mejores, hacen muy pesada la carga. Agotados y oprimidos, los pobres no saben dónde buscar alivio. ¡Y todo esto para que los ricos puedan sufragar su extra­vagancia o satisfacer su deseo de acumular más riquezas!
El amor al dinero y a la ostentación han hecho de este mundo una cueva de ladrones. Las Escrituras describen la codicia y la opresión que prevalecerán precisamente antes de la segunda venida de Cristo. Santiago escribe: [se cita Santiago 5:1-6].
Aun entre los que profesan andar en el temor del Señor, hay quie­nes siguen todavía la conducta de los nobles de Israel. Por el hecho de que pueden hacerlo, exigen más de lo justo, y se vuelven así opresores. Y porque hay avaricia y traición en la vida de los que llevan el nombre de Cristo, porque la iglesia conserva en sus libros los nombres de aque­llos que adquirieron sus posesiones mediante injusticias, se desprecia la religión de Cristo. El despilfarro, las ganancias excesivas y la extorsión están corrompiendo la fe de muchos y destruyendo su espiritualidad. La iglesia es en gran medida responsable de los pecados cometidos por sus miembros. Presta su apoyo al mal si no alza la voz contra él.
Las costumbres del mundo no constituyen el criterio que debe seguir el cristiano. Este último no ha de imitar a aquél en sus prácticas injustas, en su codicia ni en sus extorsiones. Todo acto injusto contra un semejante es una violación de la regla de oro. Todo perjuicio ocasionado a los hijos de Dios se hace contra Cristo mismo en la persona de sus santos. Toda tentativa de aprovecharse de la ignorancia, debilidad o desgracia de los demás, se registra como fraude en el libro mayor del cielo. El que teme verdaderamente a Dios preferirá trabajar noche y día y comer su pan en la pobreza antes que satisfacer un afán de ganancias que oprimiría a la viuda y a los huérfanos, o despojaría al extraño de su derecho.
El menor desvío de la rectitud quebranta las barreras y prepara el corazón para cometer mayores injusticias. En la medida en que un hombre esté dispuesto a sacar ventajas para sí de las desventajas de otro, se vuelve su alma insensible a la influencia del Espíritu de Dios. La ganancia obtenida a un costo tal es una terrible pérdida (Profetas y reyes, pp. 480-482).

Dios había hecho del rico un mayordomo de sus medios, y su deber era atender casos tales como el del mendigo. Se había dado el manda­miento: “Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todo tu poder”, y “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El rico era judío, y conocía este mandato de Dios. Pero se olvidó de que era responsable por el uso de esos medios y capacidades que se le habían confiado. Las bendiciones del Señor descansaban abundantemente sobre él, pero las empleaba egoístamente, para honrarse a sí mismo y no a su Hacedor. Su obligación de usar esos dones para la elevación de la humanidad, era proporcional a esa abundancia. Tal era la orden divina, pero el rico no pensó en su obligación para con Dios. Prestaba dinero, y cobraba interés por lo que había prestado; pero no pagaba interés por lo que Dios le había prestado. Tenía conocimiento y talentos, pero no los utilizaba. Olvidado de su responsabilidad ante Dios, dedicaba al placer todas sus facultades. Todo lo que lo rodeaba, su círculo de diversiones, la alabanza y la lisonja de sus amigos, ministraba a su gozo egoísta. Tan absorto estaba en la sociedad de sus amigos que perdió todo sentido de su responsabilidad de cooperar con Dios en su ministración de mise­ricordia. Tuvo oportunidad de entender la Palabra de Dios y practicar sus enseñanzas; pero la sociedad amadora del placer que él escogió ocupaba de tal manera su tiempo que se olvidó del Dios de la eternidad (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 205, 206).

Jueves 4 de diciembre: Culpa a la víctima

No nos pertenecemos a nosotros mismos para hacer lo que nos plazca. Somos llamados a ser representantes de Cristo. Fuimos compra­dos por precio. Como hijos e hijas elegidos de Dios, hemos de ser hijos obedientes, que actúen de acuerdo con los principios de su carácter como están revelados por medio de su Hijo.
Jesús ha dicho: “Haced bien a los que os aborrecen”. Cuánto pode­mos lograr al seguir esta instrucción, no lo podemos estimar. “Orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”.
¿No se pasan por alto a menudo los principios esbozados aquí? La cantidad de maldad que podría evitarse al seguir estos principios en ningún modo es pequeña: pues algunas veces el corazón de los per­seguidores es susceptible a las impresiones divinas, como lo fue el del apóstol Pablo antes de su conversión. Siempre es mejor tratar de vivir toda la voluntad de Dios como él ha especificado. Él se encargará de los resultados (El ministerio médico, p. 338).

Los que aman a Dios por sobre todo, se dan cuenta que son ricos más allá de todo cálculo en las riquezas que Dios les da… El hombre no posee nada a lo que tenga derecho exclusivo. No es dueño ni aun de sí mismo; porque ha sido comprado con un precio: la sangre del Hijo de Dios. Cristo tiene un derecho sobre toda posesión de este mundo. Él puede poner en marcha una serie de circunstancias que arrasen con la ganancia acumulada durante años. También puede retener la ayuda que sus hijos necesitan.
Es Dios quien da al hombre el aliento de vida. Nosotros no pode­mos crearlo. Solo podemos tomar lo que Dios ha creado. Él es nuestro guardián, nuestro consejero; y más que eso, por su generosa provisión, poseemos toda la habilidad, el tacto y la capacidad que tenemos…
En el momento en que el hombre pierde de vista el hecho de que sus capacidades y posesiones son del Señor, en ese momento está defraudando las posesiones del Señor. Está actuando como un adminis­trador infiel, haciendo que el Señor transfiera sus dones a manos más fieles. Dios demanda a los que él ha confiado sus dones que los admi­nistren fielmente, para demostrar al mundo que están trabajando por la salvación de los pecadores. Demanda a los que profesan estar bajo su dirección, que no desvirtúen su carácter… Diariamente él nos colma con beneficios… glorifiquémoslo, impartiendo a otros de la abundancia con que nos ha colmado (En lugares celestiales, p. 302).

Viernes 5 de diciembre: Para estudiar y meditar

Palabras de vida del gran Maestro, pp. 198-204.


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