Libro Complementario 12 Enero – Marzo 2012

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Fulgores de Dios
Jo Ann Davidson 

Capítulo 12

Al Creador le gusta este lugar

La Escritura exhibe una regia «teología de la vida», comenzando con los dos primeros capítulos del Génesis, que cuentan la dramática creación que Dios hizo de la materia y de la vida. Hizo todos los diversos hábitats los tres primeros días de la semana de la creación. Los siguientes tres días creó los numerosos habitantes para ellos, que ocupa­ron sus lugares. La gran familia de la vida habita en perfecta armonía. Y el Creador expresa grande alegría, afirmando gozosamente que lo que hizo era «bueno», hasta «muy bueno». Esto no es un editorial humano que lo valida. Es el jubiloso sello de aprobación de Dios, celebrando el mundo entero como maravilloso.
La palabra hebrea bará’, conectada con las acciones creadoras de Dios, se usa solo para referirse a la actividad de Dios en todas las Es­crituras, revelando que las palabras divinas son todopoderosas. Dios es el primero en maravillarse por la creación, expresando su deleite y aprobación aun antes de que existiera la humanidad. El mundo creado es «bueno», independientemente de la vida humana.
Muchas de las cosas adoradas por las culturas antiguas que rodeaban a Israel (tales como el sol, la luna, y diversos animales) fueron creadas, sin esfuerzo, por Dios. Él no necesita conquistar el caos a fin de proveer un lugar aceptable para sus criaturas, tal como se ve en los informes de la creación del antiguo Cercano Oriente. En el Génesis, la vida y la materia son llamadas a la existencia magistralmente, sin batallas sangrientas. Dios anuncia, con su omnipotencia, «Haya».
Dios bendijo a las nuevas criaturas del aire y del agua, como lo hace con los humanos al día siguiente, diciéndoles: «fructificad y multipli­caos» (Génesis 1:22). El Creador quería que este mundo estuviese lleno de vida. En realidad, la palabra bendecir se usa vez tras vez en los primeros capítulos del Génesis cuando Dios bendijo a las aves y los peces (1:22), a los seres humanos (1:28) y, en el día séptimo, el sábado (2:1-3).
El Creador incluso mete sus manos en el suelo. Los humanos y los animales terrestres son esculpidos con habilidad impresionante (2:7, 19). Dios también es un jardinero: plantó un jardín «en Edén», donde puso a los primeros humanos. «Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer» (Génesis 2:9). Mientras los informes de los orígenes de otras naciones del Cercano Oriente hablan de que los humanos preparaban comidas para pacificar a los dioses, en Génesis es el Creador quien provee la comida para las criaturas que él creó. Además, él especifica una dieta no violenta basada en plantas:
«Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así» (Génesis 1:29, 30).
Las tareas asignadas a los seres humanos recién creados eran «labrar» (abad) y «guardar» (shamar) la tierra nueva (Génesis 2:15). Esto implica que la actividad humana incluía el cuidado de la creación, porque esas dos palabras no están vinculadas exclusivamente con la horticultura. A menudo se refieren al servicio lleno de adoración a Dios. Se encuentran en Génesis 1:28 como «sojuzgadla», e implicaría «que hemos de vernos en una preocupación amante por la tierra sobre la que vivimos […] so­metiendo el suelo».
El verbo shamar también tiene una referencia esencial a guardar la Torá (Éxodo 13:10; 20:6). Guardar los Mandamientos se relaciona tam­bién con guardar el suelo. Se sugiere, con esto, un cuidado reflexivo del mundo natural, e implica que tanto el suelo como la Torá tienen valor. Piensa en ello. Dios creó variedades asombrosas, otorgando vida en una diversidad múltiple. El informe del Génesis deja bien en claro que el Creador se goza sobre toda vida, no solo la de los seres humanos. En realidad, los animales, no los humanos, son los primeros que reciben cálidas expresiones de bendición divina.
Dios otorgó el «dominio» de la Tierra a sus criaturas humanas re­cién creadas. Sin embargo, esta es la segunda vez que ha asignado el gobierno, pues él ya había llamado al sol para que «señorease en el día» y la luna para que «señorease en la noche», el día cuarto (Génesis 1:16-19). No obstante, el Creador nunca cede su propiedad. En última instancia, la propiedad humana es imposible, porque todo el que muere no puede realmente poseer nada.
Dios reitera este tema de la propiedad divina más tarde al llevar a los hijos de Israel a la Tierra Prometida: «La tierra no se venderá a perpetui­dad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo» (Levítico 25:23). El salmista canta alegremente: «De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan. Porque él la fundó sobre los mares, y la afirmó sobre los ríos» (Salmo 24:1, 2).
El día séptimo completa las actividades creadoras de Dios y llega a ser el día final del primer ciclo semanal, específicamente consagrado como el sábado. Aunque los seis días anteriores se declaran «buenos» y «bueno en gran manera», el culminante séptimo día es declarado «santo» y bendecido: tiempo sagrado, señala la conclusión de la creación. Y las bendiciones del sábado son para toda vida. Dios, más tarde, repite este carácter inclusivo en el cuarto mandamiento del Decálogo, insistiendo en que los beneficios del sábado no son solo para los seres humanos, sino también para los animales y la tierra misma (Éxodo 20:8-11). La tierra, en su servicio de proporcionar alimentos y abrigo a todas las criaturas, ne­cesita también descanso. Cuando aceptamos este don divino del reposo sabático, podemos permitir que muchos otros descansen. Como nota el autor Norman Wirzba: «La observancia del sábado tiene el potencial de liberar la profundidad y el significado de las muchas bendiciones de Dios en operación dentro de la creación».
El sábado señala la culminación del primer ciclo semanal. El Creador se ha revelado como Señor del espacio y del tiempo. Nada está fuera de su poder, y nada ha sido pasado por alto. El cosmos entero, con sus muchos sistemas, fue divinamente bendecido.
Trágicamente, los resultados de la caída en el jardín del Edén afectan a toda vida, incluyendo a la tierra misma (Génesis 3:14-19). El pecado separa a los humanos de Dios, provocando una fractura en todas las relaciones (Génesis 3, 4). El pecado ha aprisionado a toda la creación, poniendo en peligro todo lo animado y lo inanimado.
El discurso más largo de Dios en la Escritura (Job 38-41) revela el alto valor que pone sobre la creación. Se alegra de las muchas criaturas que creó; algunas tal vez nos asustan, pero todas tienen la admiración de Dios.
«He aquí behemot, el cual hice como a ti; hierba come como buey. He aquí ahora que su fuerza está en sus lomos, y su vigor en los músculos de su vientre. Su cola mueve como un cedro, y los nervios de sus muslos están entretejidos. Sus huesos son fuertes como bronce, y sus miembros como barras de hierro. Él es el principio de los caminos de Dios» (Job 40:15-19; el énfasis fue añadido).
Dios, nuevamente, demuestra su interés por toda la vida dando ins­trucciones a Noé para que lleve a su familia y a los animales al arca, «para conservar viva la especie sobre la faz de la tierra» durante una catástrofe mundial (Génesis 7:3). El momento decisivo de la narración del diluvio es Génesis 8:1: «Y se acordó Dios de Noé, y de todos los animales, y de todas las bestias que estaban con él en el arca». Después del diluvio, Dios explícitamente incluye a los animales en un pacto:
«Y habló Dios a Noé y a sus hijos con él, diciendo: He aquí que yo establezco un pacto con vosotros, y con vuestros descendientes después de vosotros; y con todo ser viviente que está con vosotros; aves, animales y toda bestia de la tierra que está con vosotros, desde todos los que salieron del arca hasta todo animal de la tierra. Estableceré mi pacto […]. Esta es la señal del pacto que yo establezco entre mí y vosotros y todo ser viviente que está con vosotros, por siglos perpetuos: Mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra» (Génesis 9:8-13; el énfasis fue añadido).
Cuatro veces en este pacto, Dios vincula a Noé con todas las criaturas (Génesis 9:9, 10, 12, 15, 17). Más tarde, Dios promete un pacto similar por medio de Oseas:
«En aquel tiempo haré para ti pacto
con las bestias del campo,
con las aves del cielo
y con las serpientes de la tierra;
y quitaré de la tierra arco y espada y guerra,
y te haré dormir segura.
Y te desposaré conmigo para siempre;
te desposaré conmigo en justicia, juicio,
benignidad y misericordia.
Y te desposaré conmigo en fidelidad,
y conocerás a Jehová» (Oseas 2:18-20).
En todo el Pentateuco, se implican estrechos vínculos entre la vida humana y la vida animal.

  1. Tanto los animales como los seres humanos fueron creados con el «soplo de vida» (Génesis 1:20, 24; 2:7, 19).
  2. Dios los bendijo a todos (Génesis 1:22, 28).
  3. Tanto los seres humanos como los animales recibieron una dieta vegetariana (Génesis 1:29, 30).
  4. Los animales así como los humanos tienen sangre en sus venas, que es un símbolo de vida (Génesis 9:4-6).
  5. Ambos pueden ser castigados por quitar la vida a un ser humano (Génesis 9:5; Éxodo 21:28-32).
  6. Ambos están bajo pena de muerte si participan en bestialidad (Levítico 20:15, 16).
  7. El reposo del sábado se da tanto a los seres humanos como a los animales (Éxodo 20:8-10; Deuteronomio 5:14).
  8. Los primogénitos de los hombres y de los animales pertenecen a Dios (Éxodo 22:29, 30; 13:12, 13).
  9. Tanto los sacerdotes como los animales para los sacrificios tienen que ser sin mancha ni defecto (Levítico 21:17-21; 22:19-25).
  10. Los animales no pueden ser sacrificados antes de que tengan ocho días de edad, y entonces deben ser dedicados a Dios. El mismo período de ocho días se da por un varón para ser circuncidado (Levítico 22:27; Éxodo 22:30; Génesis 17-.12).

El salmista alegremente canta las glorias de las obras de las manos del Creador, animándonos a que deberíamos ser llenos de reverencia cuan­do contemplemos el múltiple don de la vida. El Salmo 148 enumera los miembros de un coro de alabanza –muchos elementos de la naturaleza se unen con los ángeles y los seres humanos– incluyendo el sol, la luna, las estrellas, el granizo, la nieve, el viento tempestuoso, los montes, los árboles y los animales, tales como las grandes criaturas marinas, las aves y todas las bestias.
El Salmo 145 alaba la providencia de Dios sobre toda la naturaleza. El Salmo culmina alabando al Creador por todo lo que ha hecho. La pala­bra todo o cada uno (en hebreo es la misma palabra) aparece 16 veces en este breve Salmo, destacando el afecto de Dios por toda la creación, ¡no solo por los seres humanos! «Los ojos de todos esperan en ti […]. Justo es Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras» (Salmo 145:15-17). En realidad, el cuidado de Dios por los animales inspira muchas de las oraciones y los himnos del Salterio:
«Jehová, hasta los cielos llega tu misericordia,
y tu fidelidad alcanza hasta las nubes.
Tu justicia es como los montes de Dios,
tus juicios, abismo grande.
Oh Jehová, al hombre y al animal conservas.
¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! […]
Porque contigo está el manantial de la vida» (Salmo 36:5-9).
En el versículo final del libro de Jonás, Dios mismo menciona ex­plícitamente que su misericordia se extiende a los animales (Jonás 4:11). La línea final del Salterio invita: «Todo lo que respira alabe a JAH» (Salmo 150:6). Como por el descuido y la crueldad humana muchas diferentes especies de animales se extinguen, ¡estamos mermando muchas de las voces que alaban a Dios!
Este mundo, que llamamos «nuestro hogar», es la creación generosa de Dios en la que nos puso, y es parte del vasto universo de su cuidado constan­te. Si él no lo sostuviera y lo renovara continuamente, no podríamos vivir.
Nuevo Testamento
Los cristianos bíblicos no son deístas, porque los escritores bíblicos insisten en que Dios no es un amo «distante» ni «ausente». Está activo en la creación y por toda ella, «porque en él vivimos, y nos movemos, y somos» (Hechos 17:28). Cuando Jesús caminó sobre la Tierra, continuó demostrando su Señorío sobre la naturaleza:

  1. Su primer milagro cambió agua en vino para una fiesta de bodas (Juan 2).
  2. Caminó sobre el agua (Mateo 14:25-27).
  3. El mar tormentoso conoció su voz y obedeció sus órdenes (Marcos 4:35-41).
  4. La higuera se marchitó por orden de Cristo (Mateo 21:18, 19).

4 Otro pez le obedeció (Mateo 17:24-27; Lucas 5:1-11; cf. Jonás 1:17; 2:10).

  1. Las enfermedades se sanan por su autoridad, incluyendo la temida lepra (Lucas 17:11-19).

* La muerte no puede permanecer en su presencia (Lucas 7:11-16; Juan 11).
Jesús obviamente amó al mundo natural y a menudo se refirió a él. Mu­chas de sus parábolas revelan su aprecio por la creación, describiendo escenas en la naturaleza, incluyendo la parábola del sembrador y de los diferentes terrenos, la semilla de mostaza (Mateo 13; Marcos 4; Lucas 8), la vid (Juan 15:1-8) y la maldición de la higuera (Mateo 21:18-22; Marcos 11:12-14,20-24). Tal vez so­plaba una fuerte brisa la noche en que Jesús le dijo a Nicodemo que el Espíritu Santo obra como el viento (Juan 3:8). También comparó sus sentimientos por Jerusalén con una gallina que reúne a sus polluelos bajo sus alas (Mateo 23:37), un ave que es conocida por la forma en que protege a sus crías. Jesús aparentemente observó cómo los asnos pueden ser pasados por alto y que los bueyes a veces trabajan bajo yugos incómodos. Por eso, nos invita:
«Venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy man­so y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil [o cómodo, o placentero] y ligera mi carga» (Mateo 11:28-30).
Él frecuentemente expresó su aprecio por la vida animal, enfatizando que Dios ama aun a las criaturas más sencillas: «¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios» (Lucas 12:6). Ni un solo pajarillo cae a tierra sin que Dios lo sepa (Mateo 10:29), que es como un eco del Salmo 84, donde las aves y sus nidos son bienvenidos en el Santuario de Dios.
«¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos! Anhela mi alma, y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo. Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para sí, donde ponga sus polluelos, cerca de tus altares, oh Jehová de los ejércitos, Rey mío, y Dios mío» (Salmo 84:1-3).
Y el Arquitecto de dos espléndidos santuarios del Antiguo Testa­mento (Éxodo 25:10-30:10; 1 Crónicas 28:1-19) se maravilla por la asombrosa belleza de las flores que su propia mano ha creado: «Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos» (Mateo 6:28, 29). Aun la más pequeña flor silvestre exhibe una belleza y una perfec­ción que ningún arte humano puede captar. El Creador espera que apre­ciemos el exquisito diseño de la creación, invitándonos a relacionarnos con él a través de ella.
«Cristo podría haber abierto ante los hombres las más profundas ver­dades de la ciencia. Podría haber descubierto misterios cuya penetración habría requerido muchos siglos de fatiga y estudio. Podría haber hecho in­sinuaciones en los ramos científicos que habrían proporcionado alimento para el pensamiento y estímulo para la inventiva hasta el fin de los tiempos. Pero no lo hizo. […] En toda su enseñanza, Cristo puso la mente del hombre en contacto con la Mente infinita. No indujo a sus oyentes a estudiar las teorías de los hombres acerca de Dios, su Palabra o sus obras. Les enseñó a contemplarlo tal como se manifestaba en sus obras, en su Palabra y por sus providencias. Cristo no trató de teorías abstractas, sino de aquello que […] aumenta la capacidad del hombre para conocer a Dios».
Jesús señaló el tratamiento que los humanos debían dar a los anima­les en las leyes judías, cuando sanó a una mujer inválida en el sábado: «Cada uno de vosotros ¿no desata en el sábado su buey o su asno del pesebre y lo lleva a beber?» (Lucas 13:15). Antes de sanar al hombre con la mano seca otro sábado de mañana, lo hace otra vez: «¿Qué hombre habrá de vosotros, que tenga una oveja, y si ésta cayere en un hoyo en sábado, no le echa mano, y la levanta?» (Mateo 12:11).
«Recuerda a los profetas del Antiguo Testamento cuando compara su misión con la del buen pastor hacia su rebaño de ovejas: ‘Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas’ » (Isaías 40:11).
Siendo que el pecado ha degradado toda la creación, no debería sor­prendernos el hecho de que la redención se extenderá a toda la creación. Jesús restaura la salud a los miembros inválidos y los cuerpos dañados como un «anticipo» del mundo perfecto que promete, donde el pecado, la enfermedad y la muerte serán eliminados. De acuerdo con los evan­gelios, él realiza más milagros en sábado que en cualquier otro día de la semana, demostrando que él tiene el poder de cumplir sus gloriosas promesas para el futuro. Y, dentro de las promesas de la eliminación final del pecado y de la restauración de la perfección del Edén, el reino animal está específicamente incluido. Por ejemplo, el profeta Isaías se vuelve elocuente al describir el reinado justo de Cristo, restableciendo la justicia y la rectitud sobre la Tierra.
«Morará el lobo con el cordero,
y el leopardo con el cabrito se acostará;
el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos,
y un niño los pastoreará.
La vaca y la osa pacerán,
sus crías se echarán juntas;
y el león como el buey comerá paja.
Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid,
y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora.
No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte;
porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová,
como las aguas cubren el mar» (Isaías 11:6-9).
Las Escrituras concluyen con la esplendente restauración que los pro­fetas del Antiguo Testamento prometieron antes, recordando otra vez que la redención implica la renovación de la creación original de Dios, aun el mundo material. ¡La salvación nunca se describe como un escape de la tierra sino como una recuperación de ella! En toda la Escritura, nunca se nos deja olvidar el profundo valor que Dios asigna al mundo creado. En ninguna parte se desprecia alguna forma de vida, humana o no humana. ¡Al Creador le gusta este lugar!
Los materialistas seculares creen que el mundo se está desarrollando en un proceso sin fin. Los panteístas creen que Dios está en una emana­ción eterna en este mundo. Los ateos creen que el mundo evolucionó de la materia, por el azar. Los seguidores de la Nueva Era adoran la Tierra como divina. Los budistas y los que creen en la Ciencia Cristiana no creen que el mundo sea real.
El filósofo cristiano Stephen Webb observa un resultado notable de una comprensión secular del mundo material:
«El filósofo deísta del Iluminismo describía a Dios como un arqui­tecto que construyó lo que podemos ver, en vez de un orador que habló y los mundos existieron. El origen de la ciencia moderna reside en este silenciar de la naturaleza. […] La primacía de la visión vuelve al mundo a una cosa, y de este modo otorga a la humanidad poderes enormes, pero también hace que la humanidad sea una espectadora, alienada y separada de los objetos de nuestra inspección. Nuestro mundo está lleno de monotonía y quietud –los  cielos ya no cuentan la gloria de Dios (Salmo 19) – no importa cuánto llenemos ese vacío con las visiones y los sonidos del consumismo».
En contraste directo, los cristianos bíblicos creen que Dios creó este mundo con cuidado muy generoso y declaró que era «bueno en gran manera» (Génesis 1:31), inspirando a un escritor de himnos a cantar: «El mundo es de mi Dios».
Toda la creación se deleita en hacer la voluntad de Dios. Solo los des­obedientes seres humanos lo resisten. Y, no obstante, el Creador, el Señor del cielo, que hizo el mar y la tierra seca, tiene una tierna consideración por sus hijos desobedientes así como por los animales (Jonás 4:11).
«Dios es el Creador, y Dios sigue siendo el creador aun del mundo caído. El mundo caído no tiene vida independientemente de Dios. Aun en su rebelión, depende de Dios. […] En Jesucristo, Dios redime la crea­ción. Esa redención no es salvación alejada del mundo, sino la salvación del mundo por medio del arrepentimiento y la fe en Jesucristo».
Mientras esperamos este glorioso futuro, los cristianos podemos co­menzar a vivir por el modelo compasivo del gobierno de Dios para toda su creación. En el proceso, todos ofreceremos alabanzas a Dios por su gloriosa creación, por la forma en que vivimos y comemos, teniendo una relación mejor y más honesta con el mundo creado. Podemos aprender a amar este lugar como lo hace el Creador.


Referencias
En su comentario sobre Génesis 1, Rashbam, el hijo de Rashi, traduce tov, que normalmente significa «bueno», como «hermoso». En otras palabras, Dios ve la creación -mares, tierras, vegetación, seres nadadores, voladores y camina­dores- como hermosa. La experiencia de la belleza de la creación puede compro­meternos más profundamente con el mundo creado. Los aromáticos perfumes de la creación, sus colores exóticos y sus sonidos rítmicos pueden estimular nuestros sentidos e iniciar una conexión del cuerpo con todo lo que hay en el mundo. (Adaptado de Ellen Bernstein, «Creation Theology: A Jewish Perspec­tive», The Green Bible [Nueva York: HarperCollins Publishers, 2008], tomo 1, p. 53).

Ellen F. Davis, Getting Involved with God: Rediscovering the Old Testament (Cambridge, Mass.: Cowley, 2001), p. 192.

Shamar también puede ser traducida como «guardar», «salvaguardar», «cuidar de» y «atender», indicando una clase amante y preocupada de cuidado.

Dios nota a quienes aprecian la creación y usan la creación con cuidado, así como a los que abusan de ella: «¿Os es poco que comáis los buenos pastos, sino que también holláis con vuestros pies lo que de vuestros pastos queda; y que bebiendo las aguas claras, enturbiáis con vuestros pies las que quedan? Y mis ovejas comen lo hollado de vuestros pies, y beben lo que con vuestros pies habéis enturbiado» (Ezequiel 34:18, 19).

Por esto, no sorprende que los profetas hayan registrado que Dios lamenta la degradación de su «propiedad», porque la pecaminosidad humana afecta a toda la creación (Jeremías 9:7-10). Aun a nosotros nos disgusta cuando las cosas que prestamos a otros las devuelven dañadas.

Esto se especifica precisamente en el sábado del séptimo año (Levítico 25:3-7).

Norman Wizba, Living the Sabbath: Discovering the Rhythms of Rest and Delight (Grand Rapids, Mich.: Brazos Press, 1006), p. 15.

Adaptado de Jiri Moskala, The Laws of Clean and Unclean Animals in Leviticus 11: Their Nature, Theology and Rationale, An Intertextual Study (Berrien Springs, Mich.: Adventist Theological Society Publications, 2000), pp. 298,299.

El autor Terence Fretheim se explaya: «Aun la vida fuera del jardín es ‘bue­na, de modo que cuando Adán y Eva salen a ese mundo, no se mudarán de un mundo de bendiciones a un mundo vacío de bendiciones. La buena creación de Dios estará allí para seguir sosteniendo la vida» (Terence E. Fretheim, God and World in the Old Testament [Nashville, Tenn.: Abingdon Press, 2005], p. 54).

Hablando de Jesús al aquietar la tormenta en el mar de Galilea, Jakob van Bruggen escribe: «Jesús no es un peón de los elementos» (Jakob van Bruggen, Christ on Earth [Grand Rapids, Mich.: Baker, 1998], p. 178).

Elena de White, Palabras de vida del gran Maestro, pp. 12, 13.

Ver también: «Jehová es mi pastor; nada me faltará» (Salmo 23:1-4); «Él es nuestro Dios; nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano» (Salmo 95:7); «Yo apacentaré mis ovejas, y yo les daré aprisco, dice Jehová el Señor» (Ezequiel 34:15); «Yo salvaré a mis ovejas» (Ezequiel 34:22); «Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré […] las apacentaré en los montes de Israel, por las riberas […] En buenos pastos las apacentaré, y en los altos montes de Israel estará su aprisco; allí dormirán en buen redil, y en pastos suculentos serán apacentadas sobre los montes de Israel. Yo apacentaré mis ovejas, y yo les daré aprisco, dice Jehová el Señor. Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada, vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil» (Ezequiel 34:11-31).

Stephen H. Webb, The Divine Voice: Christian Proclamation and the Theol­ogy of Sound (Grand Rapids, Mich.: Brazos Press, 2004), p. 40.

Jonathan R. Wilson, God So Loved the World: A Christology for Disciples (Grand Rapids, Mich.: Baker, 2001), p. 158.

 

Categorías: La Deidad

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