LA VISIÓN BÍBLICA DE LA MUERTE

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Para comprender la visión bíblica de la muerte, necesitamos regresar al relato de la creación, donde la muerte no es presentada como un proceso natural deseado por Dios, sino como algo anormalmente opuesto a Dios. La narración del Génesis nos enseña que la muerte entró en el mundo como resultado del pecado. Dios le ordenó a Adán que no comiese del árbol del conocimiento del bien y del mal y añadió a la advertencia: “El día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gén. 2:17). El hecho de que Adán y Eva no murieran el mismo día de su transgresión ha llevado a algunos a la conclusión de que los seres humanos en realidad no mueren porque tienen un alma consciente que sobrevive a la muerte del cuerpo.

El pecado y la muerte

Esta interpretación alegórica no puede ser respaldada por el texto que, literalmente traducido, dice: “muriendo, morirás”. Lo que Dios simplemente quiso decir es que el día que desobedeciesen, comenzaría el proceso de muerte. De un estado en el que no les era posible morir (inmortalidad condicional), pasaron a un estado en el que les era imposible no morir (mortalidad incondicional).

Previa a la Caída, la garantía de la inmortalidad era sostenida por el árbol de la vida. Después de la Caída, Adán y Eva ya no tuvieron más acceso al árbol de la vida (Gén. 3:22-23) y, por consiguiente, comenzaron a experimentar la realidad del proceso de muerte. En la visión profética de la Tierra Nueva, el árbol de la vida se halla a ambos lados del río como símbolo del don de la vida eterna concedida a lo redimidos (Apoc. 21:2).

La declaración divina encontrada en Génesis 2:17 establece una clara conexión entre la muerte humana y la transgresión del mandamiento de Dios. De modo que la vida y la muerte en la Biblia tienen relevancia religiosa y ética porque dependen de la obediencia o la desobediencia humana a Dios. En términos concretos, esta es una enseñanza fundamental de la Biblia: la muerte entró en este mundo como resultado de la desobediencia humana (Rom. 5:12; 1 Cor. 15:21). Esto no disminuye la responsabilidad del individuo por su participación en el pecado (Eze. 18:4, 20). Sin embargo, la Biblia hace una distinción entre la primera muerte, que experimenta todo ser humano como resultado del pecado de Adán (Rom. 5:12; 1 Cor. 15:21), y la segunda muerte experimentada después de la resurrección (Apoc. 20:6) como el pago por los pecados cometidos personalmente (Rom. 6:23).

La muerte como la separación del alma y del cuerpo

Una cuestión muy importante que debemos abordar a esta altura es la visión bíblica de la naturaleza de la muerte. Para ser específico: La muerte, ¿es la separación del alma inmortal y del cuerpo mortal, de modo que cuando el cuerpo muere el alma sigue viviendo, o es el cese de la existencia de toda la persona, cuerpo y alma?

Históricamente, a los cristianos se les ha enseñado que la muerte es la separación del alma inmortal y el cuerpo mortal, de modo que el alma sobrevive al cuerpo en un estado incorpóreo. El nuevo Catecismo de la Iglesia Católica declara: “Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección, Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma”.17 Augustus Strong define la muerte en términos similares en su famosa Systematic Theology [Teología sistemática]: “La muerte física es la separación del alma y del cuerpo. La distinguimos de la muerte espiritual, o la separación del alma y de Dios”.18

Ataque masivo de eruditos modernos

La visión histórica de la naturaleza de la muerte como la separación del alma y del cuerpo mencionada arriba ha sido atacada masivamente por muchos eruditos modernos. Bastarán algunos ejemplos para ilustrar este tema. El teólogo luterano Paul Althaus escribe: “La muerte es más que un escape del alma del cuerpo. La persona, cuerpo y alma, lleva consigo la muerte… La fe cristiana no sabe nada acerca de la inmortalidad de la personalidad… Solo conoce el despertar de la muerte real a través del poder de Dios. Hay existencia después de la muerte solo por un despertar de la resurrección de la persona en su totalidad”.19

Althaus argumenta que la doctrina de la inmortalidad del alma no le hace justicia a la seriedad de la muerte, puesto que el alma pasa ilesa por la muerte.20 Además, la noción de que una persona pueda ser totalmente feliz y bienaventurada sin cuerpo niega la importancia del cuerpo y vacía a la resurrección de su significado.21 Si los creyentes ya son bienaventurados en el cielo y los impíos ya están atormentados en el infierno, ¿por qué aún es necesario el juicio final?22 Althaus concluye que la doctrina de la inmortalidad del alma hace pedazos lo que está hecho el uno para el otro: el cuerpo y el alma, el destino del individuo y el del mundo.2

El teólogo católico romano Peter Riga de St. Mary’s College, de California, reconoce que la antigua idea del alma que sale del cuerpo al morir “no tiene ningún sentido”. Continúa: “Solo existe el hombre, el hombre a imagen y semejanza de Dios. El hombre en su totalidad fue creado y será salvado”.24

Este desafío por parte de la erudición moderna a la visión tradicional de la muerte como la separación del alma y del cuerpo debió haber ocurrido antes. Es difícil creer que, en la mayor parte de su historia, el cristianismo, por lo general, se ha aferrado a una visión de la muerte y el destino humano que ha sido en buena parte influenciado por el pensamiento griego en lugar de las enseñanzas de la Escritura.

Aún más sorprendente es que no hay erudición bíblica que valga para cambiar las doctrinas tradicionales respaldadas por la mayoría de las iglesias sobre el estado intermedio. La razón es sencilla: A pesar de que los eruditos, individualmente, tengan la capacidad y la voluntad de cambiar las visiones doctrinales sin sufrir consecuencias devastadoras, lo mismo no es cierto para las iglesias muy arraigadas. Una iglesia que introduce cambios radicales en sus creencias doctrinales históricas debilita la fe de sus miembros y así también la estabilidad de la institución.

La muerte como el cese de la vida

Cuando consultamos la Biblia en busca de una descripción de la naturaleza de la muerte, hallamos muchas declaraciones categóricas que necesitan poco y nada de interpretación. En primer lugar, la Escritura describe la muerte como un retorno a los elementos de los que fue hecho el hombre originalmente. Al pronunciar sentencia sobre Adán después de su desobediencia, Dios dijo: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra… pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gén. 3:19). Esta declaración gráfica nos dice que la muerte no es la separación del alma y del cuerpo, sino la terminación de nuestra vida, que resulta en la desintegración y descomposición del cuerpo. Puesto que el hombre es creado de materia perecedera, su condición natural es la mortalidad (Gén. 3:19).

Un estudio de las palabras “morir”, “muerte” y “muerto” en hebreo y griego revela que, en la Biblia, la muerte es percibida como la terminación o el cese de la vida. La palabra hebrea común que significa “morir” es muth, que aparece más de 800 veces en el Antiguo Testamento. En la vasta mayoría de los casos, muth es usada en el simple sentido de la muerte de los hombres y de los animales. No hay indicios en su uso de ninguna distinción entre los dos. Un claro ejemplo se encuentra en Eclesiastés 3:19, que dice: “Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros”.

Descripciones de la muerte en el Antiguo Testamento

El sustantivo hebreo maveth, que es usado en el Antiguo Testamento unas 150 veces y generalmente es traducido como “muerte”, nos ofrece tres perspectivas importantes acerca de la naturaleza de la muerte.

Primero, no hay memoria del Señor en la muerte: “Porque en la muerte [maveth] no hay memoria de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?” (Sal. 6:5). La razón de no tener memoria en la muerte es simplemente porque el proceso de pensamiento se detiene cuando muere el cuerpo con su cerebro. “Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos” (Sal. 146:4). Dado que al morir “perecen sus pensamientos”, es evidente que no sobrevive ninguna alma consciente a la muerte del cuerpo. Si el proceso de pensamiento, que está generalmente asociado con el alma, sobreviviera a la muerte del cuerpo, entonces los pensamientos de los santos no perecerían. Ellos podrían recordar a Dios. Pero el hecho es que “los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben” (Ecl. 9:5).

Segundo, no es posible ninguna alabanza a Dios en la muerte ni en la tumba. “¿Qué provecho hay en mi muerte [maveth] cuando descienda a la sepultura? ¿Te alabará el polvo? ¿Anunciará tu verdad?” (Sal. 30:9). Al comparar la muerte con el polvo, el salmista claramente muestra que no hay consciencia en la muerte, porque el polvo no puede pensar. El mismo pensamiento se expresa en Salmo 115:17: “No alabarán los muertos a JAH, ni cuantos descienden al silencio”. ¡Qué contraste con la opinión popular “bulliciosa” de la vida después de la muerte, donde los santos alaban a Dios en el cielo y los impíos claman en agonía en el infierno!

Tercero, la muerte es descripta como un “sueño”. “Mira, respóndeme, oh Jehová Dios mío; alumbra mis ojos, para que no duerma de muerte” (Sal. 13:3). Esta caracterización de la muerte como un “sueño” se da frecuentemente en el Antiguo y el Nuevo Testamentos, porque representa adecuadamente el estado de inconsciencia en la muerte. Pronto examinaremos la trascendencia de la metáfora del “sueño” para la interpretación de la naturaleza de la muerte.

En varios lugares, maveth [muerte] se usa haciendo referencia a la segunda muerte. “Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva” (Eze. 33:11; comparar con 18:23, 32). Aquí “la muerte del impío” evidentemente no es la muerte natural que experimenta cada persona, sino la muerte infligida por Dios sobre los pecadores impenitentes al fin del tiempo. Ninguna de las descripciones literales de la muerte o de sus referencias figurativas en el Antiguo Testamento sugiere la supervivencia consciente del alma o del espíritu aparte del cuerpo. La muerte es el cese de la vida para la persona en su totalidad.

Referencias a la muerte en el Nuevo Testamento

 Las alusiones neotestamentarias a la “muerte”, un término traducido al griego como thanatos, no son tan informativas en cuanto a la naturaleza de la muerte como las que se hallan en el Antiguo Testamento. La razón, en parte, se debe al hecho de que muchas de las referencias a la muerte se encuentran en los libros poéticos y sapienciales de Salmos, Job y Eclesiastés. Esta clase de literatura está ausente en el Nuevo Testamento. Lo más importante es el hecho de que la muerte es vista en el Nuevo Testamento desde la perspectiva de la victoria de Cristo sobre la muerte. Este es un tema dominante en el Nuevo Testamento que condiciona la visión cristiana de la muerte.

A través de su victoria sobre la muerte, Cristo ha neutralizado el aguijón de la muerte (1 Cor. 15:55); ha abolido la muerte (2 Tim. 1:10); ha vencido al maligno que tenía poder sobre la muerte (Heb. 2:14); tiene en sus manos las llaves del reino de la muerte (Apoc. 1:18); es la cabeza de una nueva humanidad como el primogénito de los muertos (Col. 1:18); hace que los creyentes vuelvan a nacer a una esperanza viviente por medio de la resurrección de los muertos (1 Ped. 1:3).

La victoria de Cristo sobre la muerte afecta la comprensión del creyente de la muerte física, espiritual y eterna. El creyente puede afrontar la muerte física en la confianza de que Cristo ha sorbido la muerte en victoria y despertará a los santos que durmieron en su venida (1 Cor. 15:51-56).

Los creyentes que estaban espiritualmente “muertos en… delitos y pecados” (Efe. 2:1; comparar con 4:17-19; Mat. 8:22) han sido regenerados a una nueva vida en Cristo (Efe. 4:24). Los no creyentes que permanecen espiritualmente muertos a lo largo de sus vidas y no aceptan la provisión de Cristo para su salvación (Juan 8:21, 24), experimentarán la segunda muerte (Apoc. 20:6; 21:8) el Día del Juicio. Esta es la muerte final y eterna de la que no hay retorno.

Los significados figurativos de la palabra thanatos–muerte dependen enteramente del significado literal como cesación de la vida. Abogar por la existencia consciente del alma sobre la base de un significado figurativo de la muerte es atribuirle a la palabra un significado que le es extraño. Esto va en contra del lenguaje y las reglas gramaticales y destruye las conexiones entre la muerte física, espiritual y eterna.

La muerte como sueño en el Antiguo Testamento

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos, la muerte a menudo es llamada “sueño”. Antes de intentar explicar la razón del uso bíblico de la metáfora del “sueño” para la muerte, observemos algunos ejemplos. En el Antiguo Testamento, se usan tres palabras hebreas que significan “sueño” para describir la muerte.

La palabra más común, shachav, es usada en la expresión que frecuentemente aparece como: fulano de tal “durmió con sus padres” (Gén. 28:11; Deut. 31:16; 2 Sam. 7:12; 1 Rey. 2:10). Comenzando con su aplicación inicial a Moisés (“He aquí, tú vas a dormir con tus padres” – Deut. 31:16), y luego con David (“Cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres” – 2 Sam. 7:12) y Job (“Ahora dormiré en el polvo” – Job 7:21), hallamos que este hermoso eufemismo para la muerte corre como una hebra intacta a lo largo del Antiguo y el Nuevo Testamentos, terminando con la declaración de Pedro de que “los padres durmieron” (2 Ped. 3:4). Si las almas de los “padres” estuviesen vivas en el paraíso, entonces los escritores bíblicos no podrían haber dicho, regularmente, que ellos estaban “dormidos”.

Otra palabra hebrea para “sueño” es yashen. Esta palabra aparece como verbo, “dormir” (Jer. 51:39, 57; Sal. 13:3), y como sustantivo, “sueño”. Este último se encuentra en el famoso versículo de Daniel 12:2: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”. Notemos que, en este pasaje, tanto los piadosos como los impíos están durmiendo en el polvo de la tierra y ambos serán resucitados en el Fin.

Una tercera palabra hebrea usada para el sueño de la muerte es shenah. Job hace esta pregunta retórica: “Mas el hombre morirá, y será cortado; perecerá el hombre, ¿y dónde estará él?” (Job 14:10). Su respuesta es: “Como las aguas se van del mar, y el río se agota y se seca, así el hombre yace y no vuelve a levantarse; hasta que no haya cielo, no despertarán, ni se levantarán de su sueño” (Job 14:11-12; comparar con Sal. 76:5; 90:5). Aquí hay una descripción gráfica de la muerte. Cuando una persona exhala el último suspiro, “¿dónde estará él?”; es decir, “¿qué queda de él?”. Nada. Ya no existe más. Se vuelve como un lago o río cuya agua se ha secado. Duerme en la tumba y “no despertará” hasta el fin del mundo.

Nos preguntamos, ¿nos habría dado Job una descripción tan negativa de la muerte si creyese que su alma sobreviviría a la muerte? Si la muerte introdujera el alma de Job en la presencia inmediata de Dios en el cielo, ¿por qué habla de esperar “hasta que no haya cielo” (Job 14:12) y “hasta que venga mi liberación” (Job 14:14)? Es evidente que ni Job ni ningún creyente veterotestamentario había sentido hablar de una existencia consciente después de la muerte.

La muerte como sueño en el Nuevo Testamento

La muerte es descripta como un sueño en el Nuevo Testamento con más frecuencia que en el Antiguo Testamento. La esperanza de la resurrección, que es aclarada y fortalecida por la resurrección de Cristo, le da un nuevo significado al sueño de la muerte del que los creyentes despertarán en la venida de Cristo. Como Cristo durmió en la tumba antes de su resurrección, así los creyentes duermen en la tumba mientras esperan su resurrección.

En el Nuevo Testamento, se usan dos palabras griegas que significan “sueño”. La primera es koimao que se usa catorce veces para el sueño de la muerte. Un derivado de este sustantivo griego es el sustantivo koimeeteerion, del que proviene nuestra palabra cementerio. La segunda palabra griega es katheudein, que generalmente es usada para el sueño común. En el Nuevo Testamento, se usa cuatro veces para el sueño de la muerte en la hija de Jairo (Mat. 9:24; Mar. 5:39; Luc. 8:52; Efe. 5:14 en los vivos; 1 Tes. 4:14) en los muertos.

Al momento de la crucifixión de Cristo, “muchos cuerpos de santos que habían dormido [kekoimemenon], se levantaron” (Mat. 27:52). En el original, el texto dice: “Muchos cuerpos de los santos durmientes fueron levantados”. No se hace ningún comentario acerca de que sus almas se hayan reunido con sus cuerpos. Es evidente que las personas en su totalidad fueron resucitadas y no solo sus cuerpos. Al hablar figuradamente de la muerte de Lázaro, Jesús dijo: “Nuestro amigo Lázaro duerme [kekoimatai]; mas voy para despertarle” (Juan 11:11). Cuando Jesús percibió que no le habían entendido, “les dijo claramente: Lázaro ha muerto” (Juan 11:14). Entonces Jesús se apresuró a tranquilizar a Marta: “Tu hermano resucitará” (Juan 11:23).

Este episodio es significativo, ante todo, porque Jesús claramente describe la muerte como un “sueño” del que los muertos despertarán al sonido de su voz. La condición de Lázaro en la muerte era similar al sueño del que nos despertamos todos. Cristo dijo: “Voy para despertarle” (Juan 11:11). El Señor cumplió su promesa al ir a la tumba a despertar a Lázaro llamándolo: “¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió” (Juan 11:43-44).

El despertar de Lázaro del sueño de la muerte por el sonido de la voz de Cristo es comparable con el despertar de los santos que duermen el día de su gloriosa venida. Ellos también escucharán la voz de Cristo y volverán a vivir nuevamente. “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y… saldrán” (Juan 5:28; comparar con Juan 5:25). “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tes. 4:16).

Hay armonía y simetría en las expresiones “dormir” y “despertar” como se usan en la Biblia para entrar y salir del estado de la muerte. Las dos expresiones corroboran la noción de que la muerte es un estado inconsciente como el sueño del que los creyentes despertarán el día de la venida de Cristo.

17. Catecismo de la Iglesia Católica, http://www.mscperu.org/ catequesis/cat1.htm

18. Augustus H. Strong, Systematic Theology, 1970, p. 982.

19. Paul Althaus, Die Letzten Dinge, 1957, p. 157.

20. Ibíd., p. 155.

21. Ibíd.

22. Ibíd., p. 156.

n Pauline Theology, 1957, p. 14; Taito Kantonen, Life after Death, 1952, p. 18; E. Jacob, “Death”, The Interpreter’s Dictionary of the Bible, 1962, t. 1, p. 802; Herman Bavink, “Death”, The International Standard Bible Encyclopaedia, 1960, t. 2, p. 812.

23. Ibíd., p. 158.

Para una visión similar de la muerte como la terminación de la vida para el cuerpo y el alma, ver John A. T. Robinson, The Body, A Study in Pauline Theology, 1957, p. 14; Taito Kantonen, Life after Death, 1952, p. 18; E. Jacob, “Death”, The Interpreter’s Dictionary of the Bible, 1962, t. 1, p. 802; Herman Bavink, “Death”, The International Standard Bible Encyclopaedia, 1960, t. 2, p. 812.


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