Biografía de Elena G. de White

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ELENA G. DE WHITE
Narración autobiográfica
hasta 1881 y resumen de
su vida posterior basado
en fuentes originales.
ASOCIACIÓN PUBLICADORA INTERAMERICANA (APIA)
1890 NW 95th Avenue
Miami, Florida 33172
Estados Unidos de Norteamérica
Prefacio
LA HISTORIA de la experiencia cristiana relativa a los primeros años de la
Sra. Elena G. de White y el relato de sus labores públicas, fueron publicados
por primera vez en 1860, en un pequeño volumen de trescientas páginas
titulado Mi experiencia cristiana, mis opiniones y mis actividades en relación
con el surgimiento y el progreso del mensaje del tercer ángel.
Esta narración de su vida y actividades hasta 1860 fue ampliada por ella
misma, y se volvió a publicar en 1880 como parte de una obra mayor titulada
Life Sketches of James White and Ellen G. White. Este libro, así como la
autobiografía anterior, han estado agotados por mucho tiempo.
En este volumen se encontrará, narrada por su autora, una breve historia de
los días de su niñez, su conversión y su experiencia cristiana de los primeros
tiempos en relación con el gran movimiento que proclamó la segunda venida
entre 1840 y 1844. Ella cuenta de manera vívida las aflicciones y los gozos
de su ministerio juvenil en los años siguientes. Describe las pruebas, las
luchas y los éxitos que coronaron las labores de unas pocas personas
sinceras, y mediante cuyos esfuerzos surgieron las iglesias que más tarde se
unieron para formar la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
La autora nos relata sus más extensos viajes y sus labores relacionadas con
su esposo, el pastor Jaime 18 White. Comienza con su casamiento en 1864,
y termina con la muerte de su esposo en 1881.
La historia de su vida la continúa C. C. Crisler en el capítulo 42, quien, con la
ayuda del hijo de la Sra. de White, W. C. White y D. E. Robinson, completó la
biografía.
Muchos incidentes interesantes de sus viajes y actividades son narrados
brevemente en los capítulos finales, a fin de dar algunas de sus
declaraciones más inspiradoras e instructivas relacionadas con el desarrollo
de la experiencia cristiana, y el deber que todo seguidor de Cristo tiene de ser
un verdadero discípulo de Aquel que dio su vida por la salvación del mundo.
Las páginas finales presentan un relato de su última enfermedad y del
servicio fúnebre en su honor.
Puede decirse con toda certeza de la Sra. White: «Hizo cuanto pudo». La
suya fue una vida llena de inspiración para todos aquellos que se hallan
empeñados en la tarea de la salvación de las almas. 19
Los editores.

  1. Mi Infancia
    NACI en Gorham, población del Estado de Maine Estados Unidos, el 26 de
    noviembre de 1827. Mis padres, Roberto y Eunice Harmon, residían desde
    hacía muchos años en dicho Estado. Desde muy jóvenes fueron fervorosos y
    devotos miembros de la lglesia Metodista Episcopal, en la que ocuparon
    cargos importantes, pues trabajaron durante un período de cuarenta años por
    la conversión de los pecadores y el adelanto de la causa de Dios. En ese
    tiempo tuvieron la dicha de ver a sus ocho hijos convertirse y unirse al redil
    de Cristo.
    Infortunio
    Siendo yo todavía niña, mis padres se trasladar de Gorham a Portland,
    también en el Estado de Maine donde a la edad de nueve años me ocurrió un
    accidente cuyas consecuencias me afectaron por el resto mi vida.
    Atravesaba yo un terreno baldío en la ciudad de Portland, en compañía de mi
    hermana gemela y de una condiscípula, cuando una muchacha de unos trece
    años, enfadada por alguna cosa baladí, nos tiró una piedra que vino a darme
    en la nariz. El golpe me dejó tirada en el suelo, sin sentido.
    Al recobrar el conocimiento me encontré en la tienda de un comerciante. Un
    compasivo extraño se 20 ofreció a llevarme a mi casa en un carruaje. Yo, sin
    darme cuenta de mi debilidad, le dije que prefería ir a pie. Los circunstantes
    no se imaginaban que la herida fuera tan grave, y consintieron en dejarme ir.
    Pero a los pocos pasos desfallecí, de modo que mi hermana gemela y mi
    condiscípula hubieron de transportarme a casa.
    No tengo noción alguna de lo que ocurrió por algún tiempo después del
    accidente. Según me dijo luego mi madre, transcurrieron tres semanas sin
    que yo diese muestras de conocer lo que me sucedía. Tan sólo mi madre
    creía en la posibilidad de mi restablecimiento, pues por alguna razón ella
    abrigaba la firme esperanza de que no me moriría.
    Al recobrar el uso de mis facultades, me pareció que despertaba de un
    sueño. No recordaba el accidente, y desconocía la causa de mi mal. Se me
    había dispuesto en casa una gran cuna, donde yací por muchas semanas.
    Quedé reducida casi a un esqueleto.
    Por entonces empecé a rogar al Señor que él me preparase para morir.
    Cuando nuestros amigos cristianos visitaban la familia, le preguntaban a mi
    madre si había hablado conmigo acerca de mi muerte. Yo entreoí estas
    conversaciones, que me conmovieron y despertaron en mí el deseo de ser
    una verdadera cristiana; así que me puse a orar fervorosamente por el
    perdón de mis pecados. El resultado fue que sentí una profunda paz de
    ánimo y un amor sincero hacia el prójimo, con vivos deseos de que todos
    tuviesen perdonados sus pecados y amasen a Jesús tanto como yo.
    Muy lentamente recuperé las fuerzas, y cuando ya pude volver a jugar con
    mis amiguitas, hube de aprender la amarga lección de que nuestro aspecto
    personal influye en el trato que recibimos de nuestros compañeros. 21
    Mi educación
    Mi salud parecía irremediablemente quebrantada. Durante dos años no pude
    respirar por la nariz, y raras veces pude asistir a la escuela. Me era imposible
    estudiar y no podía acordarme de las lecciones. La misma muchacha que
    había sido causa de mi desgracia fue designada por la maestra como
    instructora de la sección en que yo estaba, y entre sus obligaciones tenía la
    de enseñarme a escribir y darme clases de otras asignaturas. Siempre
    parecía sinceramente contristada por el grave daño que me había hecho,
    aunque yo tenía mucho cuidado de no recordárselo. Se mostraba, muy
    cariñosa y paciente conmigo y daba indicios de estar triste y pensativa al ver
    las dificultades con que yo tropezaba para adquirir una educación.
    Tenía yo un abatimiento del sistema nervioso, y me temblaban tanto las
    manos que poco adelantaba en la escritura y no alcanzaba más que a hacer
    sencillas copias con caracteres desgarbados. Cuando me esforzaba en
    aprender las lecciones, parecía como si bailotearan las letras del texto, mi
    frente quedaba bañada con gruesas gotas de sudor, y me daban vértigos y
    desmayos. Tenía accesos de tos sospechosa, y todo mi organismo estaba
    debilitado.
    Mis maestras me aconsejaron que dejase de asistir a la escuela y no
    prosiguiese los estudios hasta que mi salud mejorase. La más terrible lucha
    de mi niñez fue la de verme obligada a ceder a mi flaqueza corporal, y decidir
    que era preciso dejar los estudios y renunciar a toda esperanza de obtener
    una preparación. 22
  2. Mi Conversión
    EN MARZO de 1840 el Sr. Guillermo Miller vino a Portland para dar una
    serie de conferencias sobre la segunda venida de Cristo. Estas conferencias
    produjeron grandísima sensación. La iglesia cristiana de la calle Casco
    donde se las presentó, estuvo colmada de gente noche y día. No se produjo
    una conmoción alocada, sino el ánimo de cuantos las escucharon se
    sobrecogió solemnemente. Y el interés por el tema no sólo se despertó en la
    ciudad, sino que de toda la comarca llegaban día tras día multitudes que se
    traían la comida en cestos y se quedaban desde la mañana hasta que
    terminaba la reunión de la tarde.
    Yo asistía a esas reuniones en compañía de mis amigas. El Sr. Guillermo
    Miller exponía las profecías con tal exactitud que llevaba el convencimiento al
    ánimo de los oyentes. Se extendía especialmente en la consideración de los
    períodos proféticos y presentaba muchas pruebas para reforzar sus
    argumentos; y sus solemnes y enérgicas exhortaciones y advertencias a
    quienes no estaban preparados, subyugaban por completo a las multitudes.
    Primeras impresiones
    Cuatro años antes de esto, en mi camino a la escuela, yo había recogido un
    trozo de papel en el que se mencionaba a un hombre de Inglaterra que
    estaba 23 predicando en su país que la tierra sería consumida
    aproximadamente treinta años a partir de entonces. Yo llevé esa hoja de
    papel y se la leí a mi familia. Al considerar el acontecimiento predicho me vi
    poseída de terror; parecía tan corto el tiempo para la conversión y la
    salvación del mundo. Me impresioné tan profundamente por el párrafo del
    trozo de papel, que apenas pude dormir durante varias noches, y oraba
    continuamente para estar lista cuando viniera Jesús,
    Se me había enseñado que ocurriría un milenio temporal antes de la venida
    de Cristo en las nubes del cielo; pero ahora escuchaba el alarmante anuncio
    de que Cristo venía en 1843, a sólo breves años en lo futuro.
    Un reavivamiento espiritual
    Se empezaron a celebrar reuniones especiales para proporcionar a los
    pecadores la oportunidad de buscar a su Salvador y prepararse para los
    tremendos acontecimientos que pronto iban a ocurrir. El terror y la convicción
    se difundieron por toda la ciudad. Se realizaban reuniones de oración, y en
    todas las denominaciones religiosas se observó un despertar general, porque
    todos sentían con mayor o menor intensidad la influencia de las enseñanzas
    referentes a la inminente venida de Cristo.
    Cuando se invitó a los pecadores a que dieran testimonio de su
    convencimiento, centenares respondieron a la invitación, y se sentaron en los
    bancos apartados con ese fin. Yo también me abrí paso por entre la multitud
    para tomar mi puesto entre los que buscaban al Salvador. Sin embargo
    sentía en mi corazón que yo no lograría merecer llamarme hija de Dios.
    Muchas veces había anhelado la paz de Cristo, pero no podía hallar la
    deseada libertad. Una profunda tristeza 24 embargaba mi corazón; y aunque
    no acertaba a explicarme la causa de ella, me parecía que yo no era lo
    bastante buena para entrar en el cielo, y que no era posible en modo alguno
    esperar tan alta dicha.
    La falta de confianza en mí misma, y la convicción de que era incapaz de dar
    a comprender a nadie mis sentimientos, me impidieron solicitar consejo y
    auxilio de mis amigos cristianos. Así vagué estérilmente en tinieblas y
    desaliento, al paso que mis amigos, por no penetrar en mi reserva, estaban
    del todo ignorantes de mi verdadera situación.
    justificación por la fe
    El verano siguiente mis padres fueron a un congreso de los metodistas
    celebrado en Buxton, Maine, y me llevaron con ellos. Yo estaba
    completamente resuelta a buscar allí anhelosamente al Señor y obtener, si
    fuera posible, el perdón de mis pecados. Mi corazón ansiaba profundamente
    la esperanza de los hijos de Dios y la paz que proviene de creer.
    Me alentó mucho un sermón sobre el texto: «Entraré a ver al rey, . . . y si
    perezco, que perezca» (Est. 4:16). En sus consideraciones, el predicador se
    refirió a los que, pese a su gran deseo de ser salvos de sus pecados y recibir
    el indulgente amor de Cristo, con todo vacilaban entre la esperanza y el
    temor, y se mantenían en la esclavitud de la duda por timidez y recelo del
    fracaso. Aconsejó a los tales que se entregasen a Dios y confiasen sin
    tardanza en su misericordia, como Asuero había ofrecido a Ester la señal de
    su gracia. Lo único que se exigía del pecador, tembloroso en presencia de
    su Señor, era que extendiese la mano de la fe y tocara el cetro de su gracia
    para asegurarse el perdón y la paz.
    Añadió el predicador que quienes aguardaban a 25 hacerse más
    merecedores del favor divino antes de atreverse a apropiarse de las
    promesas de Dios se equivocaban gravemente, pues sólo Jesús podía
    limpiarnos del pecado y perdonar nuestras transgresiones, siendo que él se
    comprometió a escuchar la súplica y a acceder a las oraciones de quienes
    con fe se acerquen a él. Algunos tienen la vaga idea de que deben hacer
    extraordinarios esfuerzos para alcanzar el favor de Dios; pero todo cuanto
    hagamos por nuestra propia cuenta es en vano. Tan sólo en relación con
    Jesús, por medio de la fe, puede el pecador llegar a ser un hijo de Dios,
    creyente y lleno de esperanza.
    Estas palabras me consolaron y me mostraron lo que debía hacer yo para
    salvarme.
    Desde entonces vi mi camino más claro, y empezaron a disiparse las
    tinieblas. Imploré anhelosamente el perdón de mis pecados, esforzándome
    para entregarme por entero al Señor. Sin embargo me acometían con
    frecuencia vivas angustias, porque no experimentaba el éxtasis espiritual que
    yo consideraba como prueba de que Dios me había aceptado, y sin ello no
    me podía convencer de que estuviese convertida. ¡Cuánta enseñanza
    necesitaba respecto a la sencillez de la fe!
    Alivio de la carga
    Mientras estaba arrodillada y oraba con otras personas que también
    buscaban al Señor, decía yo en mi corazón: «¡Ayúdame, Jesús! ¡Sálvame o
    pereceré! No cesaré de implorarte hasta que oigas mi oración y reciba yo el
    perdón de mis pecados». Sentía entonces como nunca mi condición
    necesitada e indefensa.
    Arrodillada todavía en oración, mi carga me abandonó repentinamente y se
    me alivió el corazón. Al principio me sobrecogió un sentimiento de alarma, y
    quise reasumir mi carga de angustia. No me parecía 26 tener derecho a
    sentirme alegre y feliz. Pero Jesús parecía estar muy cerca de mí, y me sentí
    capaz de allegarme a él con todas mis pesadumbres, infortunios y
    tribulaciones, en la misma forma como los necesitados, cuando él estaba en
    la tierra, se allegaban a él en busca de consuelo. Tenía yo la seguridad de
    que Jesús comprendía mis tribulaciones y se compadecía de mí. Nunca
    olvidaré aquella preciosa seguridad de la ternura compasiva de Jesús hacia
    un ser como yo, tan indigno de su consideración. Durante aquel corto tiempo
    que pasé arrodillada con los que oraban, aprendí mucho más acerca del
    carácter de Jesús que cuanto hasta entonces había aprendido.
    Una de las madres en Israel se acercó a mí diciendo: «Querida hija mía, ¿has
    encontrado a Jesús?» Yo iba a responderle que sí, cuando ella exclamó:
    «¡Verdaderamente lo has hallado¡ Su paz está contigo. Lo veo en tu
    semblante».
    Repetidas veces me decía yo a mí misma: «¿Puede ser esto la religión? ¿No
    estoy equivocada?» Me parecía pretender demasiado, un privilegio
    demasiado exaltado. Aunque muy tímida como para confesarlo
    abiertamente, yo sentía que el Salvador me había otorgado su bendición y el
    perdón de mis pecados.
    «En novedad de vida»
    Poco después terminó el congreso metodista y nos volvimos a casa. Mi
    mente estaba repleta de los sermones, exhortaciones y oraciones que
    habíamos oído. Durante la mayor parte de los días en que se celebró la
    asamblea, el tiempo estaba nublado y lluvioso, y mis sentimientos
    armonizaban con el ambiente climático. Pero luego el sol se puso a brillar
    esplendorosamente y a inundar la tierra con su luz y calor. Los árboles, las
    plantas y la hierba reverdecían lozanos y el firmamento 27 era de un intenso
    azul. La tierra parecía sonreír bajo la paz de Dios. Así también los rayos del
    Sol de justicia habían penetrado las nubes y las tinieblas de mi mente y
    habían disipado su melancolía.
    Me parecía que todos debían estar en paz con Dios y animados de su
    Espíritu. Todo cuanto miraban mis ojos me parecía cambiado. Los árboles
    eran más hermosos y las aves cantaban más melodiosamente que antes,
    como si alabasen al Creador con su canto. Yo no quería decir nada,
    temerosa de que aquella felicidad se desvaneciera y perdiera la valiosísima
    prueba de que Jesús me amaba.
    La vida tenía un aspecto distinto para mí. Veía las aflicciones que habían
    entenebrecido mi niñez como muestras de misericordia para mi bien, a fin de
    que, apartando mi corazón del mundo y de sus engañosos placeres, me
    inclinase hacia las perdurables atracciones del cielo.
    Me uní a la Iglesia Metodista
    Poco después de regresar del congreso, fui recibida, juntamente con otras
    personas, en la Iglesia Metodista para el período de prueba. Me preocupaba
    mucho el asunto del bautismo. Aunque joven, no me era posible ver que las
    Escrituras autorizasen otra manera de bautizar que la inmersión. Algunas de
    mis hermanas metodistas trataron en vano de convencerme de que el
    bautismo por aspersión era también bíblico. El pastor metodista consintió en
    bautizar a los candidatos por inmersión si ellos a conciencia preferían ese
    método, aunque señaló que el método por aspersión sería igualmente
    aceptable para Dios.
    Llegó por fin el día de recibir este solemne rito. Éramos doce catecúmenos, y
    fuimos al mar para que nos bautizaran. Soplaba un fuerte viento y las
    encrespadas 28 olas barrían la playa; pero cuando cargué esta pesada cruz,
    mi paz fue como un río. Al salir del agua me sentí casi sin fuerzas propias,
    porque el poder del Señor se asentó sobre mí. Sentí que desde aquel
    momento ya no era de este mundo, sino que, del líquido sepulcro, había
    resucitado a nueva vida. Aquel mismo día por la tarde fui admitida
    formalmente en el seno de la Iglesia Metodista. 29
  3. Luchando Contra la Duda
    DE NUEVO llegué a sentirme muy ansiosa por asistir a la escuela y tratar una
    vez más de obtener una educación. Ingresé en un seminario de señoritas de
    Portland. Pero al tratar de proseguir mis estudios, mi salud decayó
    rápidamente, y llegó a ser evidente que si persistía en ir a la escuela, lo haría
    a expensas de mi vida. Con gran tristeza regresé a mi hogar.
    Había encontrado muy difícil disfrutar de una experiencia religiosa en el
    seminario, rodeada por influencias calculadas para atraer la mente y
    distraería de Dios. Por algún tiempo me sentí muy insatisfecha conmigo
    misma y con mi vida cristiana, y no sentía una convicción continua y viva de
    la misericordia y el amor de Dios. Me dominaban sentimientos de desánimo,
    y esto me causaba gran ansiedad mental.
    La causa adventista en Portland
    En junio de 1842, el Sr. Miller dio su segunda serie de conferencias en la
    iglesia de la calle Casco, en Portland. Yo sentía que era un gran privilegio
    para mí asistir a esas conferencias, pues estaba sumida en el desánimo y no
    me sentía preparada para encontrarme con mi Salvador. Esta segunda serie
    creó mucha mayor conmoción en la ciudad que la primera. Salvo pocas
    excepciones, las diferentes denominaciones le cerraron las puertas de sus
    iglesias al Sr. Miller. Muchos 30 discursos, pronunciados desde diferentes
    púlpitos, trataron de exponer los supuestos errores fanáticos del
    conferenciante; pero multitudes de ansiosos oyentes asistían a sus
    reuniones, y muchos eran los que no podían entrar en la casa donde se
    realizaban las conferencias. Las congregaciones guardaban inusitado
    silencio y prestaban gran atención.
    La manera de predicar del Sr. Miller no era florida o retórica, sino que
    presentaba hechos sencillos y alarmantes, que despertaban a sus oyentes de
    su descuidada indiferencia. El apoyaba sus declaraciones y teorías con
    pruebas bíblicas a medida que progresaba en la exposición. Un poder
    convincente acompañaba sus palabras, y parecía darles el sello de un
    lenguaje de verdad.
    Manifestaba cortesía y simpatía. Cuando todos los asientos en la casa
    estaban ocupados, y la plataforma y los lugares que circundaban el púlpito
    parecían atestados, lo he visto abandonar el púlpito, caminar por un pasillo y
    tomar algún hombre anciano y débil por la mano para encontrarle algún
    asiento. Luego regresaba y continuaba con su discurso. Con justa razón lo
    llamaban «el padre Miller», porque cuidaba con interés a los que se
    colocaban bajo su ministerio, era afectuoso en sus modales y tenía una
    disposición cordial y un corazón tierno.
    Era un orador interesante, y sus exhortaciones, dirigidas tanto a cristianos
    profesos como a personas impenitentes, eran poderosas y al punto. A veces
    sus reuniones respiraban una solemnidad tan pronunciada que hasta parecía
    penosa. Un sentido de la crisis inminente en los acontecimientos humanos
    impresionaba las mentes de las multitudes que lo escuchaban. Muchos se
    rendían a la convicción del Espíritu de Dios. Ancianos de cabello cano y
    mujeres de edad buscaban, 31 con pasos temblorosos, los asientos ansiosos
    [destinados a los oyentes más fervorosos]; aquellos que se hallaban en el
    vigor de la madurez, los jóvenes y los niños, eran profundamente
    conmovidos. Los gemidos, la voz del llanto y de la alabanza a Dios se
    mezclaban en el altar de la oración.
    Yo creía las solemnes palabras pronunciadas por el siervo de Dios, y mi
    corazón se dolía cuando alguien se oponía o se burlaba. Asistía
    frecuentemente a las reuniones, y creía que Jesús vendría pronto en las
    nubes del cielo; pero mi ansiedad era estar preparada para encontrarlo. Mi
    mente se espaciaba constantemente en el tema de la santidad de corazón.
    Anhelaba por sobre todas las cosas obtener esta gran bendición, y sentir que
    yo había sido completamente aceptada por Dios.
    Perplejidad sobre el tema de la santificación
    Entre los metodistas había oído hablar mucho acerca de la santificación, pero
    no tenía ninguna idea definida sobre el asunto. Esta bendición parecía estar
    fuera de mi alcance, ser un estado de pureza que mi corazón jamás
    alcanzaría. Había visto a personas perder su fuerza física bajo la influencia
    de una poderosa excitación mental, y había oído que esa era la evidencia de
    la santificación. Pero no podía comprender qué era necesario hacer para
    estar plenamente consagrado a Dios. Mis amigos cristianos me decían:
    «¡Cree en Jesús ahora! ¡Cree que él te acepta ahora!» Trataba de hacerlo,
    pero hallaba imposible creer que había recibido una bendición que, a mi
    parecer, debía electrificar mi ser entero. Me preguntaba por qué tenía una
    dureza tal de corazón que no me permitía experimentar la exaltación de
    espíritu que otros sentían. Me parecía que yo era diferente de ellos, y que
    estaba privada para siempre del gozo perfecto de la santidad de corazón. 32
    Mis ideas respecto de la justificación y la santificación eran confusas. Estos
    dos estados de la vida se me presentaban como cosas separadas y distintas
    la una de la otra; y sin embargo no podía notar la diferencia de los términos o
    comprender su significado, y todas las explicaciones de los predicadores
    aumentaban mis dificultades. Me era imposible reclamar esa bendición para
    mí, y me preguntaba si la misma había de encontrarse sólo entre los
    metodistas, y si, al asistir a las reuniones adventistas no me estaba
    excluyendo a mí misma de aquello que deseaba por encima de todo: el
    Espíritu santificador de Dios.
    Además observaba que los que aseveraban estar santificados manifestaban
    un espíritu acerbo cuando se introducía el tema de la pronta venida de Cristo.
    Esto no me parecía ser una manifestación de la santidad que profesaban
    poseer. No podía entender por qué algunos ministros se oponían desde el
    púlpito a la doctrina de que la segunda venida de Cristo estaba cercana. De
    la predicación de esta creencia había resultado una reforma, y muchos de los
    más devotos ministros y miembros laicos la habían recibido como una
    verdad. Me parecía que los que amaban a Jesús sinceramente estarían
    listos para aceptar las, nuevas de su venida, y regocijarse en el hecho de que
    ella era inminente.
    Sentía que yo podía reclamar tan sólo lo que ellos llamaban justificación. En
    la Palabra de Dios yo leía que sin santidad nadie podía ver a Dios. Existía,
    por lo tanto, alguna condición más elevada que yo debía alcanzar antes que
    pudiera estar segura de la vida eterna. Volvía a estudiar el tema
    continuamente; pues creía que Cristo vendría pronto, y temía que pudiera
    hallarme sin preparación para encontrarme con él. Palabras de condenación
    resonaban en mis oídos día y 33 noche, y mi clamor constante a Dios era:
    «¿Qué debo hacer para ser salva?»
    La doctrina del castigo eterno
    En mi mente la justicia de Dios eclipsaba su misericordia y su amor. La
    angustia mental por la cual pasaba en ese tiempo era grande. Se me había
    enseñado a creer en un infierno que ardía por la eternidad; y al pensar en el
    estado miserable del pecador sin Dios, sin esperanza, era presa de profunda
    desesperación. Temía perderme y tener que vivir por toda la eternidad
    sufriendo una muerte en vida. Siempre me acosaba el horroroso
    pensamiento de que mis pecados eran demasiado grandes para ser
    perdonados, y de que tendría que perderme eternamente.
    Las horribles descripciones que había oído de almas perdidas me
    abrumaban. Los ministros en el púlpito pintaban cuadros vívidos de la
    condición de los perdidos. Enseñaban que Dios no se proponía salvar sino a
    los santificados; que el ojo de Dios siempre estaba vigilándonos; que Dios
    mismo llevaba los libros con una exactitud de infinita sabiduría; que cada
    pecado que cometíamos era registrado contra nosotros, y que traería su justo
    castigo.
    Se lo representaba a Satanás como ávido de atrapar a su presa, y de
    llevarnos a las más bajas profundidades de la angustia, para allí regocijarse
    viéndonos sufrir en los horrores de un infierno que ardía eternamente,
    adonde, después de torturas de miles y miles de años, las olas de fuego
    impulsarían hacia la superficie a las víctimas que se contorsionaban, las
    cuales lanzarían agudos gritos preguntando: «¿Por cuánto tiempo, oh Señor,
    por cuánto tiempo más?» Entonces la respuesta resonaría como trueno por el
    abismo. «¡Por toda la eternidad!» Y de nuevo las llamas de fundición
    envolverían 34 a los perdidos, llevándolos hacia abajo, a las profundidades
    de un mar de fuego siempre inquieto.
    Mientras escuchaba estas terribles descripciones, mi imaginación era tan
    activa que comenzaba a traspirar, y me resultaba difícil contener un clamor
    de angustia, pues me parecía ya sentir los dolores de la perdición. Entonces
    el ministro se espaciaba sobre la incertidumbre de la vida: en un momento
    podríamos estar aquí, y el próximo momento en el infierno; o en un momento
    podríamos estar en la tierra, y el próximo momento en el ciclo.
    ¿Escogeríamos el lago de fuego y la compañía de los demonios, o la
    bienaventuranza del ciclo, teniendo a los ángeles por compañeros?
    ¿Querríamos oír los gemidos y las maldiciones de las almas perdidas por
    toda la eternidad, o entonar los cánticos de Jesús delante del trono?
    Nuestro Padre celestial me era presentado como un tirano que se deleitaba
    en las agonías de los condenados; y no como el tierno y piadoso Amigo de
    los pecadores, que amaba a sus criaturas con un amor que sobrepujaba todo
    entendimiento, y deseaba salvarlos en su reinó.
    Cuando me dominaba el pensamiento de que Dios se deleitaba en la tortura
    de sus criaturas, que habían sido formadas a su imagen, un muro de tinieblas
    parecía separarme de él. Cuando reflexionaba en que el Creador de]
    universo arrojaría al malvado al infierno, para que allí ardiera por los siglos
    interminables de la eternidad, mi corazón se sumergía en el temor, y perdía la
    esperanza de que un ser tan cruel y tiránico jamás condescendiera en
    salvarme de la condenación del pecado.
    Pensaba que la condición del pecador condenado sería la mía, para soportar
    las llamas del infierno para siempre, por lo tanto tiempo como Dios existiera.
    Una 35 oscuridad casi total me rodeaba, y parecía que no había forma de
    escapar a las tinieblas. Si me hubieran presentado la verdad como la
    entiendo ahora, me habrían ahorrado mucha perplejidad y dolor. Si se
    hubieran espaciado más en el amor de Dios, y menos en su severa justicia, la
    hermosura y la gloria de su carácter me habrían inspirado a sentir un amor
    profundo y ferviente por mi Creador. 36
  4. Comienzo de mis Actividades Públicas
    HASTA entonces nunca había orado en público, y tan sólo unas cuantas
    tímidas palabras habían salido de mis labios en las reuniones de oración.
    Pero ahora me impresionaba la idea de que debía buscar a Dios en oración
    en nuestras reuniones de testimonios. Sin embargo, temerosa de
    confundirme y no poder expresar mis pensamientos, no me atrevía a orar.
    Pero el sentimiento del deber de orar en público me sobrecogió de tal manera
    que al orar en secreto me parecía como si me burlara de Dios por no haber
    obedecido su voluntad. El desaliento se apoderó de mí, y durante tres
    semanas ni un rayo de luz vino a herir la melancólica lobreguez que me
    rodeaba.
    Sufría muchísimo mentalmente. Hubo noches en que no me atreví a cerrar
    los ojos, sino que esperé a que mi hermana se durmiese, y levantándome
    entonces despacito de la cama, me arrodillaba en el suelo para orar
    silenciosamente con una angustia muda e indescriptible. Se me
    representaban sin cesar los horrores de un infierno eterno y abrasador.
    Sabía que me era imposible vivir por mucho tiempo en tal estado, y no tenía
    valor para morir y arrostrar la suerte de los pecadores. ¡Con qué envidia
    miraba yo a los que se sentían aceptados por Dios! ¡Cuán preciosa parecía la
    37 esperanza del creyente en mi alma agonizante!
    Muchas veces permanecía postrada en oración casi toda la noche, gimiendo
    y temblando con indecible angustia y tan profunda desesperación que no hay
    manera de expresarlas. Mi ruego era: «¡Señor, ten misericordia de mí!», y,
    como el pobre publicano, no me atrevía a levantar los ojos al cielo sino que
    inclinaba mi rostro hacia el suelo. Enflaquecí notablemente y decayeron
    mucho mis fuerzas, pero guardaba mis sufrimientos y desesperación para mí
    sola.
    Sueño del templo y del cordero
    Mientras estaba así desalentada tuve un sueño que me impresionó
    profundamente. Soñé que veía un templo al cual acudían muchas personas,
    y tan sólo los que se refugiaban en él podían ser salvos al fin de los tiempos,
    pues todos los que se quedaban fuera del templo se perderían para siempre.
    Las muchedumbres que en las afueras del templo iban por diferentes
    caminos se burlaban de los que entraban en él y los ridiculizaban, diciéndoles
    que aquel plan de salvación era un artero engaño, pues en realidad no había
    peligro alguno que evitar. Además, detenían a algunos para impedirles que
    entraran en el templo.
    Temerosa de ser ridiculizada, pensé que era mejor esperar que las multitudes
    se marcharan, o hasta tener ocasión de entrar sin que me vieran. Pero el
    número fue aumentando en vez de disminuir, hasta que, recelosa de que se
    me hiciese demasiado tarde, me apresuré a salir de mi casa y abrirme paso a
    través de la multitud. Tan viva era la ansiedad que tenía de verme dentro del
    templo, que no reparé en el número de los concurrentes.
    Al entrar en el edificio vi que el amplio templo estaba sostenido por una
    enorme columna y que atado 38 a ella había un cordero completamente
    mutilado y ensangrentado. Los que estábamos en el templo sabíamos que
    aquel cordero había sido desgarrado y quebrantado por nuestras culpas.
    Todos cuantos entraban en el templo debían postrarse ante el cordero y
    confesar sus pecados. Delante del cordero vi asientos altos donde estaba
    sentada una hueste que parecía muy feliz. La luz del cielo iluminaba sus
    semblantes, y alababan a Dios entonando cánticos de alegre acción de
    gracias, semejantes a la música de los ángeles. Eran los que se habían
    postrado ante el cordero, habían confesado sus pecados y recibido el perdón
    de ellos, y aguardaban con gozosa expectación algún dichoso
    acontecimiento.
    Aun después de haber entrado yo en el templo, me sentí sobrecogida de
    temor y vergüenza por tener que humillarme a la vista de tanta gente; pero
    me sentí obligada a avanzar, y poco a poco fui rodeando la columna hasta
    ponerme frente al cordero. Entonces resonó una trompeta. El templo se
    estremeció y los santos congregados dieron voces de triunfo. Un pavoroso
    esplendor iluminó el templo, y después todo quedó en profundas tinieblas. La
    hueste feliz había desaparecido por completo cuando se produjo el pasajero
    esplendor, y yo me quedé sola en el horrible silencio de la noche.
    Desperté angustiada y a duras penas pude convencerme de que era un mero
    sueño. Me parecía que estaba determinada mi condenación, y que el
    Espíritu del Señor me había abandonado para siempre.
    Visión de Jesús
    Poco tiempo después tuve otro sueño. Me veía sentada con profunda
    desesperación, con el rostro oculto entre las manos me decía reflexionando:
    Si Jesús 39 estuviese en la tierra iría a postrarme a sus pies y le manifestaría
    mis sufrimientos. El no me rechazaría. Tendría misericordia de mí, y yo le
    amaría y serviría por siempre.
    En aquel momento se abrió la puerta y entró un personaje de un aspecto y un
    porte hermosos. Me miró compasivamente y dijo: «¿Deseas ver a Jesús?
    Aquí está, y puedes verlo si quieres. Torna cuanto tengas y sígueme».
    Oí estas palabras con indecible gozo, y alegremente recogí cuanto poseía,
    todas las cositas que apreciaba, y seguí a mi guía. Me condujo a una
    escalera escarpada y en apariencia quebradiza. Al empezar a subir los
    peldaños el guía me advirtió que mantuviera la vista en alto, pues de lo
    contrario corría el riesgo de desmayar y caer. Muchos otros que trepaban
    por la escalera caían antes de llegar a la cima.
    Y finalmente llegamos al último peldaño y nos detuvimos frente a una puerta.
    Allí el guía me indicó que dejase cuanto había traído conmigo. Yo lo depuse
    todo alegremente. Entonces el guía abrió la puerta y me mandó entrar. En
    un momento estuve delante de Jesús. No cabía error, pues aquella hermosa
    figura, aquella expresión de benevolencia y majestad, no podían ser de otro.
    Al mirarme él, yo comprendí en seguida que él conocía todas las vicisitudes
    de mi vida y todos mis íntimos pensamientos y emociones.
    Traté de resguardarme de su mirada, pues me sentía incapaz de resistirla;
    pero él se me acercó sonriente y, posando su mano sobre mi cabeza, dijo:
    «No temas». El dulce sonido de su voz hizo vibrar mi corazón con una dicha
    que no había experimentado hasta entonces. Estaba yo por demás gozosa
    para pronunciar palabra, y así fue como, profundamente conmovida, caí
    postrada a sus pies. Mientras que allí yacía impedida, 40 presencié escenas
    de gloria y belleza que pasaban ante mi vista, y me parecía que había
    alcanzado la salvación y la paz de¡ cielo. Por último, recobradas las fuerzas,
    me levanté. Todavía me miraban los ojos amorosos de Jesús, cuya sonrisa
    inundaba mi alma de alegría. Su presencia despertaba en mí santa
    veneración e inefable amor.
    El guía abrió la puerta y ambos salimos. Me mandó que volviese a tomar
    todo lo que había dejado afuera. Hecho esto, me dio una cuerda verde
    fuertemente enrollada. Me encargó que me la colocara cerca del corazón, y
    que cuando deseara ver a Jesús la sacara de mi pecho y la desenrollara por
    completo. Me advirtió que no la tuviera mucho tiempo enrollada, pues de
    tenerla así podría enredarse con nudos y ser muy difícil de estirar. Puse la
    cuerda junto a mi corazón y gozosamente bajé la angosta escalera alabando
    al Señor y diciendo a cuantos se cruzaban en mi camino en dónde podrían
    encontrar a Jesús.
    Este sueño me infundió esperanza. La cuerda verde era para mí el símbolo
    de la fe, y en mi alma alboreó la hermosa sencillez de la confianza en Dios.
    Simpatía y amistosos consejos
    Entonces le confié a mi madre las tristezas y perplejidades que
    experimentaba. Ella tiernamente simpatizó conmigo y me alentó diciéndome
    que pidiera consejo al pastor Stockman, quien a la sazón predicaba en
    Portland la doctrina adventista. Yo tenía mucha confianza en él, porque era
    un devoto siervo de Cristo. Al oír mi historia, él puso afectuosamente la
    mano sobre mi cabeza y dijo, con lágrimas en los ojos: «Elena, tú no eres
    sino una niña. Tu experiencia es muy singular en una persona de tan poca
    edad. Jesús debe estar preparándote para alguna obra especial». 41
    Luego me dijo que, aunque fuese yo una persona de edad madura y me
    viese acosada por la duda y la desesperación, me diría que sabía de cierto
    que, por el amor de Jesús, había esperanza para mí. La misma agonía
    mental era una evidencia positiva de que el Espíritu de Dios contendía
    conmigo. Dijo que cuando el pecador se endurece en sus culpas no se da
    cuenta de la enormidad de su transgresión, sino que se lisonjea con la idea
    de que anda más o menos bien, y que no corre peligro especial alguno.
    Entonces el Espíritu del Señor lo abandona, y lo deja asumir una actitud de
    negligencia e indiferencia o de temerario desafío. Este señor bondadoso me
    habló del amor de Dios para con sus hijos extraviados, y me explicó que él,
    en vez de complacerse en la ruina de ellos, anhelaba atraerlos a sí con una
    fe y una confianza sencillas. Insistió en el gran amor de Cristo y en el plan de
    la redención.
    El pastor Stockman habló del infortunio de mi niñez, y dijo que era de veras
    una grave aflicción, pero me invitó a creer que la mano de nuestro amante
    Padre no me había desamparado; que en lo futuro, una vez desvanecidas las
    neblinas que oscurecían mi ánimo, discerniría yo la sabiduría de la
    providencia que me parecía tan cruel y misteriosa. Jesús dijo a sus
    discípulos: «Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás
    después» (Juan 13: 7). Porque en la incomparable vida venidera ya no
    veremos oscuramente como en un espejo, sino que contemplaremos cara a
    cara los misterios, del amor divino.
    «Ve en paz, Elena me dijo; vuelve a casa confiada en Jesús, pues él no
    privará de su amor a nadie que lo busque verdaderamente».
    Después oró fervientemente por mí, y me pareció que Dios seguramente
    escucharía las oraciones de su santo varón, aunque desoyera mis humildes
    peticiones. 42 Yo quedé mucho más consolada, y se desvaneció la maligna
    esclavitud del temor y de la duda al oír los prudentes y cariñosos consejos de
    aquel maestro de Israel. Salí de la entrevista con él animada y fortalecida.
    Durante los pocos minutos en que recibí instrucciones del pastor Stockman
    aprendí más del amor y la compasiva ternura de Dios que en todos los
    sermones y exhortaciones que había oído antes.
    Mi primera oración en público
    Volví a casa y nuevamente me postré ante el Señor, prometiéndole hacer y
    sufrir todo cuanto de mi exigiera, con tal que la sonrisa de Jesús alegrara mi
    corazón. Entonces se me presentó el mismo deber que tanto me perturbó
    anteriormente: tomar mi cruz entre el pueblo congregado de Dios. No tardó
    en presentarse una oportunidad para ello, pues aquella misma tarde se
    celebró en casa de mi tío una reunión de oración, a la que asistí.
    Cuando los demás se arrodillaron para orar, yo también me arrodillé toda
    temblorosa, y luego de haber orado unos cuantos fieles, se elevó mi voz en
    oración antes que yo me diera cuenta de ello. En aquel momento las
    promesas de Dios me parecieron otras tantas perlas preciosas que se podían
    recibir con tan sólo pedirlas. Mientras oraba, desapareció la pesadumbre
    angustiosa de mi alma que durante tanto tiempo había sufrido, y las
    bendiciones del Señor descendieron sobre mí como suave rocío. Alabé a
    Dios desde lo más profundo de mi corazón. Todo me parecía apartado de
    mí, menos Jesús y su gloria, y perdí la conciencia de cuanto ocurría en mi
    derredor.
    El Espíritu de Dios se posó sobre mí con tal poder, que no pude volver a casa
    aquella noche. Al recobrar el 43 conocimiento me hallé solícitamente
    atendida en casa de mi tío, donde nos habíamos reunido en oración. Ni mi
    tío ni su esposa tenían inquietudes religiosas, aunque el primero había
    profesado ser cristiano en un tiempo, pero luego había apostatado. Me
    dijeron que él se sintió muy perturbado mientras el poder de Dios reposaba
    sobre mí de aquella manera tan especial, y que había estado paseándose de
    acá para allá, muy conmovido y angustiado mentalmente.
    Cuando yo fui derribada al suelo, algunos de los concurrentes se alarmaron,
    y estuvieron por correr en busca de un médico, pues pensaron que me había
    atacado de repente alguna peligrosa indisposición; pero mi madre les pidió
    que me dejasen, porque para ella y para los demás cristianos
    experimentados era claro que el poder admirable de Dios era lo que me
    había postrado. Cuando volví a casa, al día siguiente, mi ánimo estaba muy
    cambiado. Me parecía imposible que yo fuese la misma persona que había
    salido de casa de mi padre la tarde anterior. Continuamente me acordaba de
    este pasaje: «Jehová es mi pastor; nada me faltará» (Sal. 23: 1). Mi corazón
    rebosada de felicidad al repetir estas palabras.
    Visión del amor del Padre
    La fe embargaba ahora mi corazón. Sentía un inexplicable amor hacia Dios,
    y su Espíritu me daba testimonio de que mis pecados estaban perdonados.
    Cambié la opinión que tenía del Padre. Empecé a considerarlo como un
    padre bondadoso y tierno más bien que como un severo tirano que fuerza a
    los hombres a obedecerlo ciegamente. Mi corazón sentía un profundo y
    ferviente amor hacia él. Consideraba un gozo obedecer su voluntad, y me
    era un placer estar en su servicio. Ninguna sombra oscurecía la luz que me
    revelaba 44 la perfecta voluntad de Dios. Sentía la seguridad de que el
    Salvador moraba en mí, y comprendía la verdad de lo que Cristo dijera: «E]
    que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan
    8: 12).
    La paz y la dicha que yo sentía constituían un tan marcado contraste con mi
    anterior melancolía y angustia, que me parecía haber sido rescatada del
    infierno y transportada al cielo. Hasta podía alabar a Dios por el accidente
    que había sido la desgracia de mi vida, porque había sido el medio de fijar
    mis pensamientos en la eternidad. Como por naturaleza yo era orgullosa y
    ambiciosa, tal vez no me habría sentido inclinada a entregar mi corazón a
    Jesús, de no haber sido por la dura aflicción que, en cierto modo, me había
    separado de los triunfos y vanidades del mundo.
    Durante seis meses, ni una sombra oscureció mi ánimo, ni descuidé un solo
    deber conocido. Todos mis esfuerzos tendían a hacer la voluntad de Dios, y
    a recordar de continuo a Jesús y el cielo. Me sorprendían y arrobaban las
    claras visiones que tenía acerca de la expiación y la obra de Cristo. No
    intentaré explicar más en detalle las preocupaciones de mi mente; baste decir
    que todas las cosas viejas habían pasado, y todo había sido hecho nuevo. Ni
    una sola nube echaba a perder mi perfecta felicidad. Anhelaba hablar del
    amor de Jesús, y no me sentía con disposición de entablar conversaciones
    triviales con nadie. Mi corazón estaba tan lleno del amor de Dios, y de la paz
    que sobrepuja todo entendimiento, que me gustaba meditar y orar.
    Dando testimonio
    La noche después que yo recibiera una bendición tan grande asistí a la
    reunión adventista. Cuando les 45 llegó el turno de hablar en favor del Señor
    a los seguidores de Cristo, yo no pude permanecer en silencio, sino que me
    levanté para referir mi experiencia. Ni un solo pensamiento acudió a mi
    mente acerca de lo que debía decir; pero el sencillo relato del amor de Jesús
    hacia mí fluyó libremente de mis labios, y mi corazón se sintió tan dichoso de
    verse libre de sus ataduras de tenebrosa desesperación, que perdí de vista a
    las personas que me rodeaban y me pareció estar sola con Dios. A no ser
    por las lágrimas de gratitud que entrecortaban mis palabras, no encontré
    dificultad alguna en expresar mis sentimientos de paz y felicidad.
    El pastor Stockman estaba presente. Me había visto poco antes en profunda
    desesperación, y al ver ahora transformada mi cautividad, lloraba de alegría
    conmigo y alababa a Dios por esta muestra de su misericordiosa ternura y
    amor cariñoso.
    No mucho después de recibir tan señalada bendición asistí a una reunión en
    la iglesia de la cual era ministro el pastor Brown. Se me invitó a referir mi
    experiencia, y no sólo tuve gran facilidad de expresión, sino que también me
    sentí feliz de relatar mi sencilla historia del amor de Jesús y el gozo de verme
    aceptada por Dios. A medida que iba hablando con el corazón subyugado y
    los ojos arrasados en lágrimas, mi alma parecía impelida hacia el cielo en
    acción de gracias. El poder enternecedor de Dios descendió sobre los
    circunstantes. Muchos lloraban y otros alababan a Dios.
    Se invitó a los pecadores a que se levantaran a orar, y no pocos
    respondieron al llamamiento. Mi corazón estaba tan agradecido a Dios por la
    bendición que me había otorgado, que deseaba que otros compartieran este
    sagrado gozo. Mi ánimo se interesaba profundamente por quienes pudiesen
    creerse en desgracia del Señor y bajo la pesadumbre del pecado. Mientras
    refería 46 mi experiencia, me parecía que nadie podría negar la prueba
    evidente del poder misericordioso de Dios, que tan maravillosa mudanza
    había efectuado en mí. La realidad de la verdadera conversión me parecía
    tan notoria, que procuré aprovechar toda oportunidad de ejercer influencia en
    mis amigas para guiarlas hacia la luz.
    Trabajo en favor de mis jóvenes amigas
    Programé algunas reuniones con esas amigas mías. Algunas tenían
    bastante más edad que yo, y unas cuantas estaban ya casadas. A muchas
    de ellas, que eran vanidosas e irreflexivas, mis experiencias les parecían
    cuentos y no escuchaban mis exhortaciones. Pero resolví perseverar en el
    esfuerzo hasta que esas queridas almas, por las que tenía vivo interés, se
    entregasen a Dios. Pasé noches enteras en fervorosa oración por las amigas
    a quienes había buscado y reunido con el objeto de trabajar y orar con ellas.
    Algunas se reunían con nosotras por curiosidad de oír lo que yo diría. Otras
    se extrañaban del empeño de mis esfuerzos, sobre todo cuando ellas mismas
    no mostraban interés por su propia salvación. Pero en todas nuestras
    pequeñas reuniones yo continuaba exhortando a cada una de mis amigas y
    orando separadamente por ellas hasta lograr que se entregasen a Jesús y
    reconociesen los méritos de su amor misericordioso. Y todas se convirtieron
    a Dios.
    Por las noches me veía en sueños trabajando por la salvación de las almas, y
    me acudían a la mente casos especiales de amigas a quienes iba a buscar
    después para orar juntas. Excepto una, todas ellas se entregaron al Señor.
    Algunos de nuestros hermanos más formales recelaban de que yo fuese
    demasiado celosa por la conversión de las almas, pero el tiempo se me
    figuraba 47 tan corto, que convenía que cuantos tuviese esperanza de la
    inmortalidad bienaventurada y guardaran la pronta venida de Cristo,
    trabajasen sin cesar en favor de quienes todavía estaban sumidos en el
    pecado, al borde terrible de la ruina.
    Aunque yo era muy joven, el plan de salvación me presentaba tan claro a la
    mente, y tan señaladas habían sido mis experiencias que, considerando el
    asunto, comprendí que era mi deber continuar esforzándome por la salvación
    de las preciosas almas y confesar a Cristo en toda ocasión. Había puesto
    por todo mi servicio de mi Maestro. Sucediera lo sucediera, estaba
    determinada a complacer a vivir como quien espera la venida del Salvador
    para recompensar a sus fieles. Me consideraba como niñita al allegarme a
    Dios y preguntarle qué quería que hiciese. Una vez consciente de mi deber,
    mi felicidad era cumplirlo. A veces me asaltaban pruebas especiales, pues
    algunas personas más experimentadas que yo trataban de detenerme y
    enfriar el ardor de fe. Pero las sonrisas de Jesús que iluminaban mi vi el amor
    de Dios en mi corazón, me alentaban a proseguir.48
  5. Mi Separación de la Iglesia
    LA FAMILIA de mi padre asistía todavía de vez en cuando a los cultos de la
    Iglesia Metodista, y también a las reuniones de clases [es decir, de estudio de
    la Biblia, y de oración] que se celebraban en casas particulares.
    Una noche mi hermano Roberto y yo fuimos a una reunión de clase. El
    pastor presidente estaba presente. Cuando a mi hermano le tocó el turno de
    dar testimonio, habló muy humildemente y, sin embargo, con mucha claridad
    de lo necesario que era hallarse en perfecta disposición de ir al encuentro de
    nuestro Salvador cuando con poder y grande gloria viniese en las nubes del
    cielo. Mientras mi hermano hablaba, su semblante, de ordinario pálido,
    brillaba con luz celestial. Parecía transportado en espíritu por encima de todo
    lo que le rodeara y hablaba como si estuviese en presencia de Jesús.
    Cuando se me invitó a mí a hablar, me levanté con ánimo tranquilo y el
    corazón henchido de amor y paz. Referí la historia de mi sufrimiento bajo la
    convicción de pecado, cómo había recibido por fin la bendición durante tanto
    tiempo anhelada -una completa conformidad con la voluntad de Dios- y
    manifesté mi gozo por las nuevas de la pronta venida de mi Redentor para
    llevar a sus hijos al hogar. 49
    Diferencias doctrinales
    En mi sencillez esperaba que mis hermanos y hermanas metodistas
    entendieran mis sentimientos y se regocijaran conmigo, pero me chasqueé.
    Varias hermanas murmuraron su desaprobación, movieron sus sillas
    ruidosamente y me dieron la espalda. Yo no podía pensar qué se había
    dicho que pudiera ofenderlas, y hablé muy brevemente, al sentir la fría
    influencia de su desaprobación.
    Al terminar mi relato, me preguntó el pastor presidente si no sería mucho
    mejor vivir una vida larga y útil haciendo bien al prójimo, en lugar de que
    Jesús viniera prestamente para destruir a los pobres pecadores. Respondí
    que deseaba el advenimiento de Jesús, porque entonces acabaría el pecado
    para siempre, y gozaríamos de la eterna santificación, pues ya no habría
    demonio que nos tentase y extraviara.
    Cuando el pastor que presidía se dirigió a los otros en la clase, expresó gran
    gozo en anticipar el milenio temporal, durante el cual la tierra sería llena del
    conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar. El anhelaba ver
    llegar ese glorioso período.
    Después de la reunión noté que las mismas personas que antes me habían
    demostrado cariño y amistad me trataban con señalada frialdad. Mi hermano
    y yo nos volvimos a casa con la tristeza de vernos tan mal comprendidos por
    nuestros hermanos y de que la idea del próximo advenimiento de Jesús
    despertara en sus pechos tan acerba oposición.
    La esperanza del segundo advenimiento
    Durante el regreso a casa hablamos seriamente acerca de las pruebas de
    nuestra nueva fe y esperanza. «Elena -dijo mi hermano Roberto-, ¿estamos
    50 engañados? ¿Es una herejía esta esperanza en la próxima aparición de
    Cristo en la tierra, pues tan acremente se oponen a ella los pastores y los que
    profesan ser religiosos? Dicen que Jesús no vendrá en millares y millares de
    años. En caso de que siquiera se acercasen a la verdad, no podría acabar el
    mundo en nuestros días».
    Yo no quise ni por un instante alentar la incredulidad. Así que repliqué
    vivamente: «No tengo la menor duda de que la doctrina predicada por el Sr.
    Miller sea la verdad. ¡Qué fuerza acompaña a sus palabras! ¡Qué
    convencimiento infunde en el corazón del pecador!»
    Seguimos hablando francamente del asunto por el camino, y resolvimos que
    era nuestro deber y privilegio esperar la venida de nuestro Salvador, y que lo
    más seguro sería prepararnos para su aparición y estar listos para recibirlo
    gozosos. Si viniese, ¿cuál sería la perspectiva de quienes ahora decían: «Mi
    Señor se tarda en venir», y no deseaban verlo? Nos preguntábamos cómo
    podían los predicadores atreverse a aquietar el temor de los pecadores y
    apóstatas diciendo: «¡Paz, paz!», mientras que por todo el país se daba el
    mensaje de amonestación. Aquellos momentos nos parecían muy solemnes.
    Sentíamos que no teníamos tiempo que perder.
    «Por el fruto se conoce el árbol observó Roberto-. ¿Qué ha hecho por
    nosotros esta creencia? Nos ha convencido de que no estábamos
    preparados para la venida del Señor; que debíamos purificar nuestro corazón
    so pena de no poder ir en paz al encuentro de nuestro Salvador. Nos ha
    movido a buscar nueva fuerza y una gracia renovada en Dios.
    ¿Qué ha hecho por ti esta creencia, Elena? ¿Serías lo que eres si no
    hubieses oído la doctrina del pronto advenimiento de Cristo? ¡Qué esperanza
    ha infundido en tu corazón! ¡Cuánta paz, gozo y amor te ha dado! Y 51 por
    mí lo ha hecho todo. Yo amo a Jesús y a todos los hermanos. Me
    complazco en la reunión de oración. Me gozo en orar y en leer la Biblia».
    Ambos nos sentimos fortalecidos por esta conversación, y resolvimos que no
    debíamos desviarnos de nuestras sinceras convicciones de la verdad y de la
    bienaventurada esperanza de que pronto vendría Cristo en las nubes de los
    cielos. En nuestro corazón sentimos agradecimiento porque podíamos
    discernir la preciosa luz y regocijarnos en esperar el advenimiento del Señor.
    Último testimonio en reunión de clase
    No mucho después de esto volvimos a concurrir a la reunión de clase.
    Queríamos tener ocasión de hablar del amor precioso de Dios que animaba
    nuestras almas. Yo, en particular, deseaba referir la bondad y misericordia
    del Señor para conmigo. Tan profundo cambio había yo experimentado, que
    me parecía un deber aprovechar toda ocasión de testificar del amor de mi
    Salvador.
    Cuando me llegó el turno de hablar, expuse las pruebas que tenía del amor
    de Jesús, y declaré que aguardaba con gozosa expectación el pronto
    encuentro con mi Redentor. La creencia de que estaba cerca la venida de
    Cristo había movido mi alma a buscar con gran vehemencia la santificación,
    que es obra del Espíritu de Dios. Al llegar a este punto el director de la clase
    me interrumpió diciendo: «Hermana, Ud. recibió la santificación por medio del
    metodismo, y no por medio de una teoría errónea».
    Me sentí compelida a confesar la verdad de que mi corazón no había recibido
    sus nuevas bendiciones por medio del metodismo, sino por las
    conmovedoras verdades referentes a la personal aparición de Jesús, que 52
    me habían infundido paz, gozo y perfecto amor. Así terminó mi testimonio, el
    último que yo había de dar en clase con mis hermanos metodistas.
    Después habló Roberto con su acostumbrada dulzura, pero de una manera
    tan clara y conmovedora que algunos lloraron y se sintieron muy
    emocionados. Pero otros tosían en señal de disentimiento y se mostraban
    sumamente inquietos.
    Al salir de la clase volvimos a hablar acerca de nuestra fe, y nos
    maravillamos de que estos creyentes, nuestros hermanos y hermanas,
    tomasen tan a mal las palabras referentes al advenimiento de nuestro
    Salvador. Nos convencimos de que ya no debíamos asistir a ninguna otra
    reunión de clase. La esperanza de la gloriosa aparición de Cristo llenaba
    nuestras almas y, por lo tanto, desbordaría de nuestros labios al levantarnos
    para hablar. Era evidente que no podríamos tener libertad en la reunión de
    clase porque al terminar la reunión, oíamos las mofas y los insultos que
    nuestro testimonio provocaba, por parte de hermanos y hermanas a quienes
    habíamos respetado y amado.
    Difundiendo el mensaje adventista
    Por entonces los adventistas celebraban reuniones en la sala Beethoven. Mi
    padre y su familia asistían a ellas con regularidad. Se creía que el segundo
    advenimiento iba a ocurrir en el año 1843. Parecía tan corto el tiempo en que
    se podían salvar las almas, que resolví hacer cuanto de mí dependiese para
    conducir a los pecadores a la luz de la verdad.
    Tenía yo en casa dos hermanas: Sara, que me llevaba algunos años, y mi
    hermana gemela, Isabel. Hablamos las tres del asunto, y decidimos ganar
    cuanto dinero podíamos para invertirlo en la compra de libros y folletos que
    distribuiríamos gratuitamente. Esto era 53 lo mejor que podíamos hacer, y
    aunque era poco, lo hacíamos alegremente.
    Nuestro padre era sombrerero y la tarea que me correspondía, por ser la más
    fácil, era elaborar las copas de los sombreros. También hacía calcetines a
    veinticinco centavos el par. Mi corazón estaba tan débil que me veía
    obligada a quedar sentada y apoyada en la cama para realizar mi labor. Pero
    día tras día estuve allí dichosa de que mis dedos temblorosos pudiesen
    contribuir en algo a la causa que tan tiernamente amaba. Veinticinco
    centavos diarios era cuanto podía ganar. ¡Cuán cuidadosamente guardaba
    las preciosas monedas de plata que recibía en pago de mi trabajo y que
    estaban destinadas a comprar publicaciones con que iluminar y despertar a
    los que se hallaban en tinieblas!
    No sentía ninguna tentación de gastar mis ganancias en mi satisfacción
    personal. Mi vestido era sencillo, y nada invertía en adornos superfluos,
    porque la vana ostentación me parecía pecaminosa. Así lograba tener
    siempre en reserva una pequeña suma con que comprar libros adecuados,
    que entregaba a personas expertas para que los enviasen a diferentes
    regiones.
    Cada hoja impresa tenía mucho valor a mis ojos; porque era para el mundo
    un mensaje de luz, que lo exhortaba a que se preparase para el gran
    acontecimiento cercano. La salvación de las almas era mi mayor
    preocupación, y mi corazón se dolía por quienes se lisonjeaban de vivir con
    seguridad mientras que se daba al mundo el mensaje de admonición.
    El tema de la inmortalidad
    Un día escuché una conversación entre mi madre y una hermana, con
    referencia a un discurso que recientemente habían oído acerca de que el
    alma no es inmortal por naturaleza. Repetían algunos textos que el 54
    pastor había usado como prueba de su afirmación. Entre ellos recuerdo los
    siguientes, que me impresionaron profundamente:»El alma que pecare, esa
    morirá»(Eze. 18: 4). «Los que viven saben que han de morir; pero los muertos
    nada saben»(Ecl. 9:5). «La cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y
    solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene
    inmortalidad»(1 Tim. 6: 15-16).»El cual pagará a cada uno conforme a sus
    obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y
    honra e inmortalidad»(Rom. 2: 6-7).
    Y oí a mi madre que decía, comentando este último pasaje: «¿Por qué
    habrían de buscar ellos lo que ya tienen?»
    Escuché estas nuevas ideas con intenso y doloroso interés. Cuando estuve
    a solas con mi madre le pregunté si verdaderamente ella creía que el alma no
    era inmortal. Me respondió que a su parecer temía que hubiésemos estado
    errados en aquella cuestión, lo mismo que en varias otras.
    -Pero, mamá -repuse yo-, ¿de veras crees tú que las almas duermen en el
    sepulcro hasta la resurrección? ¿Piensas tú que cuando un cristiano muere
    no va inmediatamente al cielo ni el pecador al infierno?
    La Biblia no contiene prueba alguna de que haya un infierno eterno
    -respondió ella-. Si existiese un lugar tal, el Libro sagrado lo mencionaría.
    -¿Cómo es eso, mamá? -repliqué yo, asombrada-. Es muy extraño que digas
    tal cosa. Si crees en tan rara teoría, no se lo digas a nadie, porque temo que
    los pecadores se considerarían seguros con ella, y nunca desearían buscar al
    Señor.
    -Si es una sana verdad bíblica -respondió mi madre-, en vez de impedir la
    conversión de los pecadores, será el medio de ganarlos para Cristo. Si el
    amor 55 de Dios no induce al rebelde a someterse, no lo moverán al
    arrepentimiento los terrores de un infierno eterno. Además, no parece un
    medio muy apropiado para ganar almas para Jesús el recurrir al abyecto
    temor, uno de los atributos más bajos de la mente humana. El amor de
    Jesús atrae, y subyugará al corazón más empedernido.
    Hasta pasados algunos meses después de esta conversación, no volví a oír
    nada más referente a dicha doctrina. Pero durante este tiempo reflexioné
    muchísimo sobre el asunto. De manera que cuando oí una predicación en
    que se expuso esto, creí que era la verdad. Desde que la luz acerca del
    sueño de los muertos alboreó en mi mente, se desvaneció el misterio que
    envolvía la resurrección, y este grandioso acontecimiento asumió una nueva
    y sublime, importancia. A menudo habían conturbado mi mente los esfuerzos
    que hiciera para conciliar la idea de la completa recompensa o castigo de los
    muertos con el indudable hecho de la futura resurrección y el juicio. Si al
    morir el hombre, su alma entraba en el gozo de la eterna felicidad o caía en la
    eterna desdicha, ¿de qué servía la resurrección del pobre cuerpo reducido a
    polvo?
    Pero esta nueva y hermosa creencia me descubría la razón por la cual los
    inspirados autores de la Biblia insistieran tanto en la resurrección del cuerpo.
    Era porque todo el ser dormía en el sepulcro. Entonces me di cuenta de la
    falacia de nuestro primitivo criterio sobre el asunto.
    La visita del pastor
    Toda mi familia estaba profundamente interesada en la doctrina de la pronta
    venida del Señor. Mi padre había sido una de las columnas de la Iglesia
    Metodista. Había actuado como exhortador y había presidido
    56 reuniones celebradas en casas distantes de la ciudad. Sin embargo, el
    pastor metodista vino a visitarnos especialmente para decirnos que nuestras
    creencias eran incompatibles con el metodismo. No preguntó por las razones
    para creer lo que creíamos, ni tampoco hizo referencia alguna a la Biblia para
    convencernos de nuestro error, sino que se limitó a decir que habíamos
    adoptado una nueva y extraña creencia inadmisible para la Iglesia Metodista.
    Replicó mi padre diciéndole que sin duda debía equivocarse al calificar de
    nueva y extraña aquella doctrina, pues el mismo Cristo, en sus enseñanzas a
    sus discípulos, había predicado su segundo advenimiento, diciendo: «En la
    casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera
    dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os
    preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo
    estoy, vosotros también estéis» (Juan 14: 2-3). Cuando ascendió a los cielos,
    y los fieles discípulos se quedaron mirando tras su desaparecido Señor,»he
    aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales
    también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este
    mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le
    habéis visto ir al cielo» (Hech. 1: 10-11).
    «Y -prosiguió mi padre, entusiasmado con el asunto-, el inspirado apóstol
    Pablo escribió una carta para alentar a sus hermanos de Tesalónica,
    diciéndoles: ‘Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros,
    cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su
    poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios,
    ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán
    pena de eterna perdición, excluidos de 57 la presencia de Señor y de la gloria
    de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y
    ser admirado en todos los que creyeron'(2 Tes. 1: 7-10). ‘Porque el señor
    mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios,
    descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego
    nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados
    juntamente con ellos en las nubes para recibir al señor en el aire, y así
    estaremos siempre con el señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con
    estas palabras’ (1 Tes. 4: 16- 18).
    «Esto es de suma autoridad para nuestra fe. Jesús y sus apóstoles insistieron
    en el suceso del segundo advenimiento gozoso y triunfante; y los santos
    ángeles proclaman que Cristo, el que ascendió al cielo, vendrá otra vez. Este
    es nuestro delito: creer en la palabra de Jesús y sus discípulos. Es una
    enseñanza muy antigua, sin mácula de herejía».
    El predicador no intentó hacer referencia ni a un solo texto que probara que
    estábamos en error, sino que se excusó alegando falta de tiempo, y
    aconsejándonos que nos retiráramos calladamente de la iglesia para evitar la
    publicidad de un proceso. Pero nosotros sabíamos que a otros de nuestros
    hermanos se los trataba de la misma manera por igual causa, y como no
    queríamos dar a entender que nos avergonzábamos de reconocer nuestra fe,
    ni dar lugar a que se supusiera que no podíamos apoyarla en la Escritura,
    mis padres insistieron en que se les diesen las razones de semejante
    petición.
    Por única respuesta declaró evasivamente el pastor que habíamos ido en
    contra de las reglas de la iglesia, y que el mejor método era que nos
    retiráramos voluntariamente de ella para evitar un proceso. Replicamos a
    esto que preferíamos un proceso regular para saber 58 qué pecado se nos
    atribuía, pues sentíamos la seguridad de que no estábamos obrando mal al
    esperar y amar la aparición del Salvador.
    Sometidos al juicio de la iglesia
    No mucho tiempo después se nos notificó que estuviéramos presentes en la
    sala de la junta de la iglesia. Había sólo unos pocos asistentes. La influencia
    de mi padre y de su familia era tal que nuestros opositores no tenían deseo
    alguno de presentar nuestro caso ante un número mayor de la congregación.
    La sencilla acusación preferida era que habíamos contravenido las reglas de
    la iglesia. Al preguntarles qué reglas habíamos quebrantado, se declaró,
    después de alguna vacilación, que habíamos asistido a otras reuniones y
    habíamos descuidado la asistencia regular a nuestra clase.
    Contestamos que una parte de la familia había estado en el campo durante
    un tiempo, que ninguno de los que habían permanecido en la ciudad se había
    ausentado de la clase más que unas pocas semanas, y que ellos se vieron
    obligados a no asistir porque los testimonios que presentaban eran recibidos
    con tan marcada desaprobación. También les recordamos que ciertas
    personas que no habían asistido a las reuniones de clase por un año eran
    consideradas todavía como miembros en regla.
    Se nos preguntó si queríamos confesar que nos habíamos apartado de los
    reglamentos metodistas y si queríamos también convenir en que nos
    conformaríamos a ellos en lo futuro. Contestamos que no nos atrevíamos a
    renunciar a nuestra fe ni a negar la sagrada verdad de Dios; que no
    podíamos privarnos de la esperanza de la pronta venida de nuestro
    Redentor; que según lo que ellos llamaban herejía debíamos seguir adorando
    al Señor. 59
    Mi padre en su defensa recibió la bendición de Dios, y todos nosotros
    salimos de la sala con un espíritu libre, felices, con la conciencia de la sonrisa
    de Jesús que aprobaba nuestro proceder.
    El domingo siguiente, al principio de la reunión, el pastor presidente leyó
    nuestros nombres, siete en total, e indicó que quedábamos separados de la
    iglesia. Declaró que no se nos expulsaba por mal alguno, ni porque nuestra
    conducta fuese inmoral, que teníamos un carácter sin mácula y una
    reputación envidiable; pero que nos habíamos hecho culpables de andar
    contrariamente a las regias de la Iglesia Metodista. También indicó que
    ahora quedaba una puerta abierta, y que todos los que fueran culpables de
    quebrantar las reglas serían tratados de la misma manera.
    Había en la iglesia muchos que esperaban la aparición del Salvador, y esta
    amenaza se hacía con el propósito de intimidarlos y obligarlos a estar sujetos
    a la iglesia. En algunas clases este procedimiento produjo el resultado
    deseado, y el favor de Dios fue vendido por un puesto en la iglesia. Muchos
    creían, pero no se atrevían a confesar su fe, no fuera que resultaran
    expulsados de la sinagoga. Pero algunos salieron poco después, y se
    unieron con el grupo que aguardaba al Salvador.
    Entonces nos fueron sobremanera preciosas las palabras del profeta:
    «Vuestros hermanos que os aborrecen, y os echan fuera por causa de mi
    nombre, dijeron: Jehová sea glorificado. Pero él se mostrará para alegría
    vuestra, y ellos serán confundidos»(Isa. 66: 5). 60
  6. La Desilusión de 1843-44
    CON temblorosa cautela nos acercábamos al tiempo en que se esperaba la
    aparición de nuestro Salvador. Todos los adventistas procurábamos con
    solemne fervor purificar nuestra vida y así estar preparados para ir a su
    encuentro cuando viniese. En diferentes parajes de la ciudad se celebraban
    reuniones en casas, particulares, con lisonjeros resultados. Los fieles
    recibían exhortaciones para trabajar en favor de sus parientes y amigos, y día
    tras día se multiplicaban las conversiones.
    Las reuniones en la sala Beethoven
    A pesar de la oposición de los predicadores y miembros de las otras iglesias
    cristianas, la sala Beethoven de la ciudad de Portland se llenaba de bote en
    bote todas las noches, y especialmente los domingos la concurrencia era
    extraordinaria. Personas de toda condición social asistían a estas reuniones.
    Ricos y pobres, encumbrados y humildes, clérigos y seglares, todos, por uno
    u otro motivo, estaban deseosos de escuchar la doctrina del segundo
    advenimiento. Muchos eran los que no podían entrar en la sala por estar
    ésta demasiado llena, y ellos se marchaban lamentándolo.
    El programa de las reuniones era sencillo. Se pronunciaba un corto discurso
    sobre determinado tema, y después se otorgaba completa libertad para la
    exhortación general. No obstante lo numeroso de la concurrencia, reinaba
    generalmente el más perfecto orden, 61 porque el Señor detenía el espíritu
    de hostilidad mientras sus siervos expresaban las razones de su fe. A veces
    el que exhortaba era débil, pero el Espíritu de Dios fortalecía poderosamente
    su verdad. Se notaba en la asamblea la presencia de los santos ángeles, y
    muchos convertidos se añadían diariamente a la pequeña grey de fieles.
    Una exhortación del pastor Brown
    En cierta ocasión, mientras el pastor Stockman predicaba, el pastor Brown,
    ministro bautista ya mencionado, estaba sentado en la plataforma
    escuchando el sermón con intenso interés. Se conmovió profundamente, y
    de repente su rostro palideció como el de un muerto; se tambaleó en su silla,
    y el pastor Stockman lo recibió en sus brazos cuando estaba cayendo al
    suelo. Luego lo acostó sobre el sofá que había en la parte trasera de la
    plataforma, donde quedó sin fuerzas hasta que terminó el discurso.
    Se levantó entonces, con el rostro todavía pálido, pero resplandeciente con la
    luz del Sol de justicia, y dio un testimonio muy impresionante. Parecía recibir
    una unción santa de lo alto. De costumbre hablaba lentamente y con fervor,
    pero de un modo enteramente desprovisto de excitación. En esta ocasión
    sus palabras, solemnes y mesuradas, vibraban con un nuevo poder.
    Relató su experiencia con tanta sencillez y candor, que muchos de los que
    antes sintieran prejuicios fueron movidos a llorar. En sus palabras se sentía
    la influencia del Espíritu Santo, y se la veía en su semblante. Con santa
    exaltación, declaró osadamente que él había tomado la Palabra de Dios
    como su consejera; que sus dudas se habían disipado y que su fe había
    quedado confirmada. Con fervor invitó a sus hermanos del ministerio, a los
    miembros de la iglesia, a los pecadores y a 62 los incrédulos, a que
    examinasen la Biblia por sí mismos y a que no dejasen que nadie los
    apartase del propósito de indagar la verdad.
    Cuando dejó de hablar, todos los que deseaban que el pueblo de Dios orase
    por ellos fueron invitados a ponerse de pie. Centenares de personas
    respondieron al llamamiento. El Espíritu Santo reposó sobre la asamblea. El
    cielo y la tierra parecieron acercarse. La reunión duró hasta una hora
    avanzada de la noche, y se sintió el poder de Dios sobre jóvenes, adultos y
    ancianos.
    El pastor Brown no se separó ni entonces ni más tarde de su Iglesia Bautista,
    pero sus correligionarios le tuvieron siempre gran respeto.
    Gozosa expectación
    Mientras regresábamos a casa por diversos caminos, podía oírse,
    proveniente de cierta dirección, una voz de alabanza a Dios, y como si fuese
    en respuesta, se oían luego otras voces que desde diferentes puntos
    clamaban: «¡Gloria a Dios! ¡El Señor reina!» Los hombres se retiraban a sus
    casas con alabanzas en los labios y los alegres gritos repercutían en la
    tranquila atmósfera de la noche. Nadie que haya asistido a estas reuniones
    podrá olvidar jamás aquellas escenas llenas del más profundo interés.
    Quienes amen sinceramente a Jesús pueden comprender la emoción de los
    que entonces esperaban con intensísimo anhelo la venida de su Salvador.
    Estaba cerca el día en que se lo aguardaba. Poco faltaba para que llegase el
    momento en que esperábamos ir a su encuentro. Con solemne calma nos
    aproximábamos a la hora señalada. Los verdaderos creyentes permanecían
    en apacible comunión con Dios, símbolo de la paz que esperaban disfrutar en
    la hermosa vida venidera. 63 Nadie de cuantos experimentaron esta
    esperanzada confianza podrá olvidar jamás aquellas dulces horas de espera.
    Durante algunas semanas, la mayor parte de los fieles abandonaron los
    negocios mundanales. Todos examinábamos los pensamientos de nuestra
    mente y las emociones de nuestro corazón, como si estuviéramos en el lecho
    de muerte, prontos a cerrar para siempre los ojos a las escenas de la tierra.
    No confeccionábamos «mantos de ascensión» para el gran acontecimiento;
    sentíamos la necesidad de la evidencia interna de que estuviéramos
    preparados para ir al encuentro de Cristo, y nuestros mantos blancos eran la
    pureza del alma y un carácter limpio de pecado por la sangre expiatorio de
    Cristo.
    Días de perplejidad
    Pero pasó el tiempo de la expectación. Esta fue la primera prueba severa
    que hubieron de sufrir quienes creían y esperaban que Jesús vendría en las
    nubes de los cielos. Grande fue la desilusión del expectante pueblo de Dios.
    Los burladores triunfaban, y se llevaron a sus filas a los débiles y cobardes.
    Algunos que habían denotado en apariencia tener verdadera fe, demostraron
    entonces que tan sólo los había movido el temor, y una vez pasado el peligro,
    recobraron la perdida osadía y se unieron con los burladores, diciendo que
    nunca se habían dejado engañar de veras por las doctrinas de Miller, a quien
    calificaban de loco fanático. Otros, de carácter acomodaticio o vacilante,
    abandonaban la causa sin decir palabra.
    Nosotros estábamos perplejos y chasqueados, pero no por ello renunciamos
    a nuestra fe. Muchos se aferraron a la esperanza de que Jesús no diferiría
    por largo tiempo su venida, pues la palabra del Señor era 64 segura y no
    podía fallar. Nosotros nos sentíamos satisfechos de haber cumplido con
    nuestro deber, viviendo según nuestra preciosa fe. Estábamos chasqueados,
    pero no desalentados. Las señales de los tiempos denotaban la cercanía del
    fin de todas las cosas, y por lo tanto, debíamos velar y mantenernos
    preparados a toda hora para la venida del Maestro. Debíamos esperar
    confiadamente, sin dejar de congregarnos para la mutua instrucción, aliento y
    consuelo, a fin de que nuestra luz brillase en las tinieblas del mundo.
    Un error de cálculo
    Nuestro cómputo del tiempo profético era tan claro y sencillo, que hasta los
    niños podían comprenderlo. A contar desde la fecha del edicto del rey de
    Persia, registrado en Esdras 7, y promulgado el año 457 a C., se suponía que
    los 2.300 años de Daniel 8: 14 habían de terminar en 1843. Por lo tanto,
    esperábamos para el fin de dicho año la venida del Señor. Nos sentimos
    tristemente chasqueados al ver que había transcurrido todo el año sin que
    hubiese venido el Salvador.
    En un principio, no nos dimos cuenta de que, para que el período de los
    2.300 años terminase a fines de 1843, era preciso que el decreto se hubiese
    publicado a principios del año 457 a. C.; pero al establecer nosotros que el
    decreto se promulgó a fines del año 457, el período profético había de
    concluir en el otoño (hemisferio norte), o sea a fines de 1844. Por lo tanto,
    aunque la visión del tiempo parecía tardar, no era así. Confiábamos en la
    palabra de la profecía que dice «Aunque la visión tardará aún por un tiempo,
    mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque
    sin duda vendrá, no tardará»(Hab. 2: 3). 65
    Dios puso a prueba a su pueblo al pasar el plazo fijado en 1843. El error
    cometido al calcular los períodos proféticos no lo advirtió nadie al principio, ni
    aun los eruditos contrarios a la opinión de los que esperaban la venida de
    Cristo. Los doctos declaraban que el Sr. Miller había computado bien el
    tiempo, aunque lo combatían en cuanto al suceso que había de coronar aquel
    período. Pero tanto los eruditos como el expectante pueblo de Dios se
    equivocaban igualmente en la cuestión del tiempo.
    Quienes habían quedado chasqueados no estuvieron mucho tiempo en
    ignorancia, porque acompañando con la oración el estudio investigador de los
    períodos proféticos, descubrieron el error, y pudieron seguir, hasta el fin del
    tiempo de tardanza, el curso del lápiz profético. En la gozosa expectación
    que los fieles sentían por la pronta venida de Cristo, no se tuvo en cuenta esa
    aparente demora, y ella fue una triste e inesperada sorpresa. Sin embargo,
    era necesario esta prueba para alentar y fortalecer a los sinceros creyentes
    en la verdad.
    Esperanza renovada
    Entonces, se concentraron nuestras esperanzas en la creencia de que el
    Señor aparecería en 1844. Aquélla era también la época a propósito para
    proclamar el mensaje, del segundo ángel que, volando por en medio del
    cielo, clamaba:»Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad» (Apoc. 14: 8).
    Los siervos de Dios proclamaron por vez primera este mensaje en el verano
    de 1844, y en consecuencia fueron muchos los que abandonaron las
    decadentes iglesias. En relación con este mensaje, se dio el «clamor de
    media noche», que, decía: «¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!»(Mat.
    25:1-13). En todos los puntos del país se recibió luz acerca 66 de este
    mensaje, y millares de personas despertaron al oírlo. Resonó de ciudad en
    ciudad y de aldea en aldea, hasta las más lejanas comarcas rurales.
    Conmovió tanto al erudito como al ignorante, al encumbrado como al
    humilde.
    Aquél fue el año más feliz de mi vida. Mi corazón estaba henchido de gozosa
    esperanza, aunque sentía mucha conmiseración e inquietud por los
    desalentados que no esperaban en Jesús. Los que creíamos, solíamos
    reunirnos en fervorosa oración para obtener una experiencia genuina y la
    incontrovertible prueba de que Dios nos había aceptado.
    Prueba de fe
    Necesitábamos mucha paciencia, porque abundaban los burladores.
    Frecuentemente se nos dirigían pullas respecto de nuestro desengaño. Las
    iglesias ortodoxas se valían de todos los medios para impedir que se
    propagase la creencia en la pronta venida de Cristo. Se les negaba la
    libertad en las reuniones a quienes se atrevían a mencionar la esperanza en
    la venida de Cristo. Algunos de los que decían amar a Jesús rechazaban
    burlonamente la noticia de que pronto los visitaría Aquel acerca de quien
    ellos aseveraban que era su mejor Amigo. Se excitaban y enfurecían contra
    quienes, proclamando las nuevas de su venida, se regocijaban de poder
    contemplarle pronto en su gloria.
    Tiempo de preparación
    Cada momento me parecía de extrema importancia. Comprendía que
    estábamos trabajando para la eternidad y que los descuidados e indiferentes
    corrían gravísimo peligro. Mi fe era muy clara y me apropiaba de las
    preciosas promesas de Jesús, que había dicho a sus discípulos: «Pedid, y se
    os dará». Creía yo firmemente 67 que cuanto pidiera en armonía con la
    voluntad de Dios se me concedería sin duda alguna, y así me postraba
    humildemente a los pies de Jesús con mi corazón armonizado con su
    voluntad.
    A menudo visitaba diversas familias, y oraba fervorosamente con aquellos
    que se sentían oprimidos por temores y el desaliento. Mi fe era tan fuerte
    que ni por un instante dudaba de que Dios iba a contestar mis oraciones. Sin
    una sola excepción, la bendición y la paz de Jesús descendían sobre
    nosotros en respuesta a nuestras humildes peticiones, y la luz y la esperanza
    alegraban el corazón de quienes antes desesperaban.
    Confesando humildemente nuestros pecados, después de examinar con todo
    escrúpulo nuestro corazón, y orando sin cesar, llegamos al tiempo de la
    expectación. Cada mañana era nuestra primera tarea asegurarnos de que
    andábamos rectamente a los ojos de Dios, pues teníamos por cierto que, de
    no adelantar en santidad de vida, sin remedio retrocederíamos. Aumentaba
    el interés de unos por otros, y orábamos mucho en compañía y cada uno por
    los demás. Nos reuníamos en los huertos y arboledas para comunicarnos
    con Dios y ofrecerle nuestras peticiones, pues nos sentíamos más
    plenamente en su presencia al vernos rodeados de sus obras naturales. El
    gozo de la salvación nos era más necesario que el alimento corporal. Si
    alguna nube oscurecía nuestra mente, no descansábamos ni dormíamos
    hasta disiparla con el convencimiento de que el Señor nos había aceptado.
    Pasa el tiempo fijado
    El expectante pueblo de Dios se acercaba a la hora en que ansiosamente
    esperaba que su gozo quedase completo con el advenimiento del Salvador.
    Pero tampoco esta vez vino Jesús cuando se lo esperaba. Amarguísimo 68
    desengaño sobrecogió a la pequeña grey que había tenido una fe tan firme y
    esperanzas tan altas. No obstante, nos sorprendimos de sentirnos libres en el
    Señor y poderosamente sostenidos por su gracia y fortaleza.
    Se repitió, sin embargo, en grado aún más extenso la experiencia del año
    anterior. Gran número de personas renunció a su fe. Algunos de los que
    habían abrigado mucha confianza, se sintieron tan hondamente heridos en su
    orgullo que deseaban huir del mundo. Como Jonás, se quejaban de Dios, y
    preferían la muerte a la vida. Los que habían fundado su fe en las pruebas
    ajenas, y no en la Palabra de Dios, estaban otra vez igualmente dispuestos a
    cambiar de opinión. Esta segunda gran prueba reveló una masa de inútiles
    despojos que habían sido atraídos al seno de la fuerte corriente de la fe
    adventista, y arrastrados por un tiempo juntamente con quienes creían de
    veras y obraban fervorosamente.
    Quedamos de nuevo chasqueados, pero no descorazonados. Resolvimos
    evitar toda murmuración en la experiencia crucial con que el Señor eliminaba
    de nosotros las escorias y nos afinaba como oro en el crisol. Decidimos
    someternos pacientemente al proceso de purificación que Dios consideraba
    necesario para nosotros, y aguardar con paciente esperanza que el Señor
    viniese a redimir a sus probados fieles.
    Estábamos firmes en la creencia de que la predicación del tiempo señalado
    era de Dios. Fue esto lo que movió a muchos a escudriñar diligentemente la
    Biblia, con lo cual descubrieron en ella verdades no advertidas por ellos hasta
    entonces. Jonás fue enviado por Dios a proclamar en las calles de Nínive que
    a los cuarenta días la ciudad sería destruida; pero Dios aceptó la humillación
    de los ninivitas y extendió su 69 tiempo de gracia. Sin embargo, el mensaje
    que dio Jonás había sido enviado por Dios, y Nínive fue probada conforme a
    su voluntad. El mundo calificó de ilusión nuestra esperanza y de fracaso
    nuestro desengaño; pero si bien nos habíamos equivocado en cuanto al
    acontecimiento, no había tal fracaso en la veracidad de la visión que parecía
    tardar en realizarse.
    Quienes habían esperado el advenimiento de Señor no quedaron sin
    consuelo. Habían obtenido valiosos conocimientos de la investigación de la
    Palabra. Comprendían más claramente el plan de salvación, y cada día iban
    descubriendo en las sagradas páginas nuevas bellezas, de modo que
    ninguna palabra estaba de más, pues un pasaje daba la explicación de otro y
    una maravillosa armonía los concertaba a todos.
    Nuestra desilusión no fue tan grande como la de los primeros discípulos.
    Cuando el Hijo del hombre entró triunfalmente en Jerusalén, ellos esperaban
    que fuese coronado rey. La gente acudió de toda la comarca circunvecina, y
    clamaba: «¡Hosana al Hijo de David!» (Mat. 21: 9). Y cuando los sacerdotes y
    ancianos rogaron a Jesús que hiciese callar la multitud, él declaró que si ésta
    callaba, las piedras mismas clamarían, pues la profecía se había de cumplir.
    Sin embargo, a los pocos días, estos mismos discípulos vieron que su amado
    Maestro, acerca de quien ellos creían que iba a reinar sobre el trono de
    David, estaba pendiente de la cruenta cruz por encima de los fariseos que lo
    escarnecían y denostaban. Sus elevadas esperanzas quedaron
    chasqueadas, y los envolvieron las tinieblas de la muerte. Sin embargo,
    Cristo fue fiel a sus promesas. Dulce fue el consuelo que dio a los suyos, rica
    la recompensa de los veraces y fieles.
    El Sr. Guillermo Miller y los que con él iban, supusieron que la purificación
    del santuario de que habla 70
    Daniel 8:14 significaba la purificación de la tierra por el fuego antes de quedar
    dispuesta para morada de los santos. Esto había de suceder cuando viniese
    Cristo por segunda vez; y por lo tanto, esperábamos este acontecimiento al
    fin de los 2.300 días o años. Pero el desengaño nos movió a escudriñar
    cuidadosamente las Escrituras, con oración y seria reflexión y tras un período
    de suspenso, penetró la luz en nuestra oscuridad y quedaron disipadas todas
    las dudas.
    Quedó evidente para nosotros que la profecía de Daniel 8: 14, en vez de
    significar la purificación de la tierra, se refería al término de la obra de nuestro
    sumo Sacerdote en el cielo, o sea el fin de la expiación, y la preparación del
    pueblo para el día de su venida.71
  7. Mi Primera Visión
    POCO después de pasada la fecha de 1844, tuve mi primera visión. Estaba
    en Portland, de visita en casa de la Sra. de Haines, una querida hermana en
    Cristo, cuyo corazón estaba ligado al mío. Nos hallábamos allí cinco
    hermanas adventistas silenciosamente arrodilladas ante el altar de la familia.
    Mientras orábamos, el poder de Dios descendió sobre mí como nunca hasta
    entonces.
    Me pareció que quedaba rodeada de luz y que me elevaba más y más, muy
    por encima de la tierra. Me volví en busca del pueblo adventista, pero no lo
    hallé en parte alguna, y entonces una voz me dijo: «Vuelve a mirar un poco
    más arriba». Alcé los ojos y vi un recto y angosto sendero trazado muy por
    encima del mundo. El pueblo adventista andaba por este sendero, en
    dirección a la ciudad que en su último extremo se veía. En el comienzo del
    sendero, detrás de los que ya andaban, había puesta una luz brillante que,
    según me dijo un ángel, era el»clamor de medianoche»(Mat. 25: 6). Esta luz
    brillaba a todo lo largo del sendero, y alumbraba los pies de los caminantes
    para que no tropezaran.
    Delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no apartaban los
    ojos de él, iban seguros. Pero no tardaron algunos en cansarse, diciendo
    que la ciudad estaba todavía muy lejos, y que contaban con haber
    72 llegado más pronto a ella. Entonces Jesús los alentaba levantando su
    glorioso brazo derecho, del cual dimanaba una luz que ondeaba sobre la
    hueste adventista, y exclamaban: «¡Aleluya!» Otros negaron temerariamente
    la luz que tras ellos brillaba, diciendo que no era Dios quien hasta ahí los
    guiara. Pero entonces se extinguió para ellos la luz que estaba detrás y dejó
    sus pies en tinieblas, de modo que tropezaron y, perdiendo de vista el blanco
    y a Jesús, cayeron abajo fuera del sendero, en el mundo sombrío y perverso.
    Pronto oímos la voz de Dios, semejante al ruido de muchas aguas, que nos
    anunció el día y la hora de la venida de Jesús. Los 144.000 santos vivientes
    reconocieron y entendieron la voz; pero los malvados se figuraron que era
    estruendo de truenos y de un terremoto. Cuando Dios señaló el tiempo,
    derramó sobre nosotros el Espíritu Santo, y nuestros semblantes se
    iluminaron refulgentemente con la gloria de Dios, como le sucedió a Moisés al
    bajar del Sinaí.
    Los 144.000 estaban todos sellados y perfectamente unidos. En su frente
    llevaban escritas estas palabras: «Dios, Nueva Jerusalén», y además una
    gloriosa estrella con el nuevo nombre de Jesús. Los malvados se
    enfurecieron al vernos en aquel estado santo y feliz, y querían apoderarse de
    nosotros para encarcelarnos, cuando extendimos la mano en el nombre del
    Señor y cayeron rendidos en el suelo. Entonces conoció la sinagoga de
    Satanás que Dios nos había amado, a nosotros que podíamos lavarnos los
    pies unos a otros y saludarnos fraternalmente con ósculo santo, y ellos
    adoraron a nuestras plantas.
    Luego se volvieron nuestros ojos hacia el oriente, por donde había aparecido
    una negra nubecilla, del tamaño de la mitad de la mano de un hombre, y que
    era, según todos comprendíamos, la señal del Hijo del 73
    hombre. En solemne silencio contemplábamos cómo iba acercándose la
    nubecilla, volviéndose más y más brillante y esplendoroso, hasta que se
    convirtió en una gran nube blanca con el fondo semejante a fuego. Sobre la
    nube lucía el arco iris y en torno de ella aleteaban diez mil ángeles cantando
    un hermosísimo himno. En la nube estaba sentado el Hijo del hombre. Sus
    cabellos, blancos y rizados, le caían sobre los hombros; y llevaba muchas
    coronas en la cabeza. Sus pies parecían de fuego; en la diestra tenía una
    voz aguda y en la siniestra llevaba una trompeta de plata. Sus ojos eran
    como llama de fuego, y con ellos escudriñaba a fondo a sus hijos.
    Palidecieron entonces todos los semblantes y se tornaron negros los de
    aquellos a quienes Dios había rechazado. Todos nosotros exclamamos:
    «¿Quién podrá estar firme? ¿Está inmaculado mi manto?» Después cesaron
    de cantar los ángeles, y durante un rato quedó todo en pavoroso silencio,
    cuando Jesús dijo: «Quienes tengan las manos limpias y puro el corazón
    podrán estar firmes. Bástaos mi gracia». Al escuchar estas palabras, se
    iluminaron nuestros rostros y el gozo llenó todos los corazones. Los ángeles
    volvieron a cantar en tono más alto, mientras la nube se acercaba a la tierra.
    Luego resonó la argentina trompeta de Jesús, mientras él iba descendiendo
    en la nube, rodeado de llamas de fuego. Miró los sepulcros de los santos
    dormidos. Después alzó los ojos y las manos al cielo y exclamó: «¡Despertad!
    ¡Despertad! ¡Despertad! los que dormís en el polvo, y levantaos». Entonces
    hubo un Formidable terremoto. Se abrieron los sepulcros y resucitaron los
    muertos revestidos de inmortalidad. «!Aleluya!», exclamaron los 144.000, al
    reconocer a los amigos que de su lado había arrebatado la muerte, y en el
    mismo instante fuimos nosotros transformados y 74 nos reunimos con ellos
    para encontrar al Señor en el aire.
    Juntos entramos en la nube y durante siete días fuimos ascendiendo al mar
    de vidrio, donde Jesús sacó coronas y nos las ciñó con su propia mano. Nos
    dio también arpas de oro y palmas de victoria. Sobre el mar de vidrio, los
    144.000 formaban un cuadro perfecto. Algunos tenían coronas muy
    brillantes, y las de otros no lo eran tanto. Algunas coronas estaban cuajadas
    de estrellas, mientras que otras tenían muy pocas; y sin embargo, todos
    estaban perfectamente satisfechos con su corona. Iban vestidos con un
    resplandeciente manto blanco desde los hombros hasta los pies. Los
    ángeles nos rodeaban en nuestro camino por el mar de vidrio hacia la puerta
    de la ciudad. Jesús levantó su brazo potente y glorioso y, posándolo en la
    perlina puerta, la hizo girar sobre sus relucientes goznes, y nos dijo: «En mi
    sangre lavasteis vuestras ropas y estuvisteis firmes en mi verdad. Entrad».
    Todos entramos, con el sentimiento de que teníamos un perfecto derecho a
    la ciudad.
    Allí vimos el árbol de vida y el trono de Dios, del que fluía un río de agua
    pura, y en cada lado del río estaba el árbol de vida. En una margen había un
    tronco del árbol y otro en la otra margen, ambos de oro puro y transparente.
    De pronto me figuré que había dos árboles, pero al mirar más atentamente, vi
    que los dos troncos se unían en su parte superior y formaban un solo árbol.
    Así estaba el árbol de la vida en ambas márgenes del río de vida. Sus ramas
    se inclinaban hacia donde nosotros estábamos, y el fruto era espléndido,
    semejante a oro mezclado con plata.
    Todos nosotros nos ubicamos bajo el árbol, y nos sentamos para contemplar
    la gloria de aquel paraje, cuando los Hnos. Fitch y Stockman, que habían
    predicado 75 el Evangelio del reino y a quienes Dios había puesto en el
    sepulcro para salvarlos, se llegaron a nosotros y nos preguntaron qué había
    sucedido mientras ellos dormían. Quisimos referirles las mayores pruebas
    por las que habíamos pasado; pero éstas resultaban tan insignificantes frente
    a la incomparable y eterna gloria que nos rodeaba, que nada pudimos
    decirles y todos exclamamos: «¡Aleluya! Muy poco nos ha costado el cielo».
    Pulsamos entonces nuestras arpas gloriosas, y sus ecos resonaron en las
    bóvedas del cielo.
    Al salir de esta visión, todo me parecía cambiado y una melancólica sombra
    se extendía sobre cuanto contemplaba. ¡Oh, cuán tenebroso me parecía el
    mundo! Lloré al encontrarme aquí y experimenté nostalgia. Había visto un
    mundo mejor que empequeñecía este otro para mí.
    Relaté esta visión a los fieles de Portland, quienes creyeron plenamente que
    provenía de Dios, y que, después de la gran desilusión de octubre, el Señor
    había elegido este medio para consolar y fortalecer a su pueblo. El Espíritu
    del Señor acompañaba al testimonio, y nos sobrecogía la solemnidad de la
    eternidad. Me embargaba una reverencia indecible porque yo, tan joven y
    débil, había sido elegida como instrumento por el cual Dios quería comunicar
    luz a su pueblo. Mientras estaba bajo el poder de Dios, rebosaba mi corazón
    de gozo, y me parecía estar rodeada por ángeles santos en los gloriosos
    atrios celestiales, donde todo es paz y alegría; y me era un triste y amargo
    cambio el volver a las realidades de esta vida mortal. 76
  8. Llamada a Viajar
    EN MI segunda visión, unos ocho días después de la primera, el Señor me
    mostró las pruebas que yo iba a tener que sufrir, y me dijo que yo debía ir y
    relatar todo cuanto él me había revelado. Se me mostró que mis trabajos
    tropezarían con recia hostilidad, que la angustia me desgarraría el corazón;
    pero que, sin embargo, la gracia de Dios bastaría para sostenerme en todo
    ello.
    Al salir de esta visión, me sentí sumamente conturbada, porque en ella se me
    señalaba mi deber de ir entre la gente a presentar la verdad. Estaba yo tan
    delicada de salud que siempre me aquejaban sufrimientos corporales y,
    según las apariencias, no prometía vivir mucho tiempo. Contaba a la sazón
    diecisiete años, era menuda y endeble, sin trato social y naturalmente tan
    tímida y apocada que me era muy penoso encontrarme entre personas
    desconocidas.
    Durante algunos días, y más aún por la noche, rogué a Dios que me quitase
    de encima aquella carga y la transfiriese a alguien más capaz de
    sobrellevarla. Pero no se alteró en mí la conciencia del deber, y
    continuamente resonaban en mis oídos las palabras del ángel: «Comunica a
    los demás lo que te he revelado».
    Hasta entonces, cuando el Espíritu de Dios me había inspirado el
    cumplimiento de un deber, me había sobrepuesto a mí misma, olvidando todo
    temor y timidez al pensar en el amor de Jesús y en la admirable 77 obra que
    por mí había hecho.
    Pero me parecía imposible llevar acabo la labor que se me encargaba, pues
    tenía miedo de fracasar con toda seguridad en cuanto lo intentase. Las
    pruebas que la acompañaban me parecían superiores a mis fuerzas. ¿Cómo
    podría yo, tan jovencita, ir de un sitio a otro para declarar a la gente las
    santas verdades de Dios? Tan sólo de pensarlo me estremecía de terror. Mi
    hermano Roberto, que tenía solamente dos años más que yo, no podía
    acompañarme, pues era de salud delicada, y su timidez era mayor que la
    mía, y nada podría haberlo inducido a dar un paso tal. Mi padre tenía que
    sostener a su familia y no podía abandonar sus negocios; pero él me aseguró
    repetidas veces que, si Dios me llamaba a trabajar en otros puntos, no
    dejaría de abrir el camino delante de mí. Estas palabras de aliento daban
    poco consuelo a mi abatido corazón; y mi senda se me aparecía cercada de
    dificultades que no podía vencer.
    Deseaba la muerte para librarme de la responsabilidad que sobre mí se
    amontonaba. Por fin perdí la dulce paz que durante tanto tiempo había
    disfrutado, y nuevamente se apoderó de mi alma la desesperación.
    Aliento recibido de los hermanos
    El grupo de fieles de Portland ignoraba las torturas mentales que me habían
    puesto en tal estado de desaliento; pero no obstante, echaban de ver que por
    uno u otro motivo tenía deprimido el ánimo, y, al considerar la misericordioso
    manera en que el Señor se me había manifestado, opinaban que dicho
    desaliento era pecaminoso de mi parte. Se celebraron reuniones en casa de
    mi padre; pero era tanta la angustia de mi ánimo que durante algún tiempo no
    pude asistir a ellas. La carga se me iba haciendo cada día más pesada,
    hasta 78 que la agonía de mi espíritu pareció exceder a lo que yo podía
    soportar.
    Por fin me indujeron a asistir a una de las reuniones que se celebraban en mi
    propia casa, y los miembros de la iglesia tomaron cuanto me sucedía como
    tema especial de sus oraciones. El Hno. Pearson, quien en mi primera
    experiencia había negado que el poder de Dios obrase en mí, oró
    fervorosamente ahora por mí y me aconsejó que sometiese mi voluntad a la
    del Señor. Con paternal solicitud procuró animarme y consolarme, y me
    invitó a creer que el Amigo de los pecadores no me había desamparado.
    Me sentía muy débil y desalentada para intentar esfuerzo alguno por mí
    misma, pero mi corazón se unía a los ruegos de mis hermanos. Ya no me
    inquietaba la hostilidad del mundo y estaba deseosa de hacer cualquier
    sacrificio para recobrar el favor de Dios.
    Mientras se oraba por mí para que el Señor me diese fortaleza y valentía
    para difundir el mensaje, se disipó la espesa oscuridad que me había
    rodeado y me iluminó una luz repentina. Una especie de bola de fuego me
    dio sobre el corazón, y caí desfallecida al suelo. Me pareció entonces
    hallarme en presencia de los ángeles, y uno de estos santos seres repetía las
    palabras: «Comunica a los demás lo que te he revelado».
    El Hno. Pearson, que no podía arrodillarse porque padecía de reumatismo,
    presenció este suceso. Cuando recobré el sentido se levantó el Hno.
    Pearson de su silla y dijo: «He visto algo como, jamás esperaba ver. Una
    bola de fuego descendió del ciclo e hirió a la Hna, Elena Harmon en medio
    del corazón. ¡Lo he visto! ¡Lo he visto! Nunca podré olvidarlo. Esto ha
    transmutado todo mi ser. Hna. Elena, tenga ánimo en el Señor, Desde esta
    noche yo no volveré a dudar. Nosotros le ayudaremos en adelante sin
    desanimarla jamás». 79
    Temor de engreimiento
    Me oprimía el gran temor de que, si respondía al llamamiento del deber y me
    declaraba favorecida por el Altísimo con visiones y revelaciones para
    comunicarlas a las gentes, era posible que cayese en pecaminoso
    engreimiento y quisiera elevarme a un puesto más alto del que me
    correspondía, con lo cual me acarrearía el disgusto de Dios y la pérdida de mi
    alma. Conocía algunos casos, por el estilo, y mi corazón rehuía la tremenda
    prueba.
    Por lo tanto, rogué al Señor que si había de ir a relatar lo que él me había
    mostrado, era preciso que me resguardara de indebida exaltación. El ángel
    dijo: «Tus oraciones han sido oídas y tendrán respuesta. Si te amenaza el
    mal que temes, extenderá Dios su mano para salvarte. Por medio de la
    aflicción, te atraerá a sí y conservará tu humildad. Comunica fielmente el
    mensaje. Persevera hasta el fin y comerás del fruto del árbol de vida y
    beberás del agua de vida».
    Al recobrar la conciencia de las cosas de este mundo, me entregué al Señor
    dispuesta a cumplir sus mandatos, fueran lo que fuesen.
    Entre los creyentes de Maine
    No pasó mucho tiempo antes que el Señor me abriese el camino para ir con
    mi cuñado a ver a mis hermanas que estaban en Poland, punto distante
    cincuenta kilómetros de mi casa, y allí tuve ocasión de dar testimonio. Hacía
    tres meses que estaba muy delicada de la garganta y los pulmones, de modo
    que apenas podía hablar, y eso en voz baja y ronca. Pero en aquella
    oportunidad me levanté en la reunión y comencé a hablar como en un
    murmullo. A los cinco minutos, desapareció el dolor y la obstrucción de
    garganta; mi 80 voz resonó clara y firme, y hablé con completa facilidad y
    soltura durante cerca de dos horas. Terminada la proclamación del mensaje,
    volví a quedar afónica hasta que al presentarme de nuevo ante el público, se
    repitió tan singular recuperación. Me afirmaba constantemente en la
    seguridad de que cumplía la voluntad de Dios y veía que señalados
    resultados correspondían a mis esfuerzos.
    Providencialmente se me abrió el camino para ir a la parte oriental de Maine.
    El Hno. Guillermo Jordán marchaba por asuntos de negocio a Orrington en
    compañía de su hermana, y me instaron a que fuera con ellos. Puesto que
    yo había prometido al Señor andar por la senda que ante mí abriese, no me
    atreví a rehusar la invitación. El Espíritu de Dios acompañó al mensaje que
    di en Orrington; se alegraron los corazones en la verdad y los desanimados
    recibieron aliento y estímulo para renovar su fe.
    En Orrington encontré al pastor Jaime White. El conocía ya a mis amigos y
    se ocupaba en trabajar por la salvación de las almas.
    También visité Garland, donde muchas persona se reunieron de diferentes
    puntos para oír mi mensaje.
    Poco después, fui a Exeter, pueblito no lejano de Garland. Allí sentí una
    pesada carga, de la cual no pude obtener alivio hasta tanto que relaté lo que
    me había sido revelado acerca de algunos fanáticos circunstantes. Declaré
    que estas personas se engañaban al creer que las animaba el Espíritu de
    Dios. Mi testimonio les fue muy desagradable, a ellas y a los que
    simpatizaban con ellas.
    Poco después, regresé a Portland, habiendo dado el testimonio recibido de
    Dios, y experimentando su aprobación en todos mis pasos. 81
  9. Oraciones Contestadas
    EN LA primavera de 1845 visité Topsham, Maine. En cierta ocasión nos
    hallábamos reunidos en casa del Hno. Stockbridge Howland, cuya hija mayor,
    la Srta. Francisca Howland, muy querida amiga mía, estaba enferma de
    fiebre reumática y recibía los cuidados médicos. Tenía las manos tan
    hinchadas que no se le distinguían las coyunturas. Mientras que, sentados
    juntos, hablábamos del caso, le preguntamos al Hno. Howland si tenía fe en
    que su hija pudiera sanar en respuesta a la oración. Respondió que
    procuraría creer que sí, y luego declaró que lo creía posible.
    Todos nos arrodillamos en ferviente oración a Dios en favor de la enferma.
    Nos acogimos a la promesa «Pedid, y recibiréis» (Juan, 16: 24). La bendición
    de Dios apoyaba nuestras oraciones y teníamos la seguridad de que Dios
    quería sanar a la paciente. Uno de los hermanos allí presentes exclamó:
    -¿Hay aquí alguna hermana que tenga bastante fe para tomar a la enferma
    de la mano y decirle que se levante en el nombre del Señor?
    La Hna. Francisca yacía en el dormitorio de arriba, y antes de que el
    hermano cesara de hablar, la Hna. Curtis se encaminó hacia las escaleras.
    Poseída del Espíritu de Dios, entró en la alcoba, y tomando de la mano a la
    inválida, le dijo: «Hna. Francisca, en el nombre del Señor, levántate y sé
    sana». Nueva vida circuló por las venas de la joven enferma, la poseyó una
    82 santa fe y, obediente a su impulso, se levantó de la cama, se mantuvo de
    pie y caminó por la pieza alabando a Dios por su restablecimiento. Se vistió
    en seguida y, con el semblante iluminado de indecible gozo y gratitud, bajó a
    la sala en donde estábamos reunidos.
    A la mañana siguiente desayunó con nosotros. Poco después, mientras el
    pastor White leía el quinto capítulo de Santiago para el culto de familia, entró
    el médico, y como de costumbre se encaminó escalera arriba a visitar a su
    paciente. No hallándola allí, bajó presuroso y, con la alarma pintada en su
    semblante, abrió la puerta de la espaciosa cocina donde todos estábamos
    sentados en compañía de la Hna. Francisca. La miró asombrado y por último
    exclamó: «¡Así que Francisca está mejor!»
    El Hno. Howland respondió:
    -El Señor la ha sanado.
    El Hno. White reanudó la lectura del capítulo en el punto interrumpido por la
    llegada del médico, y era el pasaje que dice:»¿Está alguno enfermo entre
    vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él»(Sant. 5: 14). El
    médico escuchó con extraña expresión de admiración e incredulidad
    entremezcladas, meneó la cabeza y salió apresuradamente del aposento.
    La Hna. Francisca anduvo ese día cinco kilómetros en coche. Regresó
    cuando ya anochecía, y a pesar de que llovía, no sintió malestar alguno y su
    salud continuó mejorando rápidamente. A los pocos días pidió el bautismo y
    fue sumergida en el agua. A pesar de que el tiempo era crudo y el agua
    estaba muy fría, no sufrió. Por el contrario, desde entonces quedó libre de la
    enfermedad y disfrutó de salud normal.
    El Hno. Guillermo H. Hyde también estaba muy enfermo de disentería. Sus
    síntomas eran alarmantes, 83 y el médico había informado que su caso era
    desesperado. Lo visitamos y oramos con él, pero él se había puesto bajo la
    influencia de ciertas personas fanáticas, que traían deshonra a nuestra
    causa. Anhelábamos liberarlo de esas personas, y rogamos al Señor que le
    diera fuerza para salir de ese lugar. El fue fortalecido y bendecido en
    respuesta a nuestras plegarias, y recorrió cuatro millas en un carruaje hasta
    la casa del Hno. Patten, pero después de llegar allí pareció que rápidamente
    se hundía de nuevo en la enfermedad.
    El fanatismo y los errores en los cuales había caído por causa de una mala
    influencia parecían obstaculizar el ejercicio de su fe, pero con gratitud recibió
    el sencillo testimonio que se le presentó, confesó humildemente su falta, y
    firmemente se puso de parte de la verdad.
    Solamente a unas pocas personas que eran fuertes en la fe se les permitió
    entrar en la pieza del enfermo. A los fanáticos cuya influencia sobre él había
    sido tan perniciosa, y que lo habían seguido persistentemente hasta la casa
    del Hno. Patten, se les prohibió que entraran en su presencia, mientras
    orábamos con fervor por su restauración física. Pocas veces he visto ruegos
    más fervientes para reclamar el cumplimiento de las promesas de Dios. Se
    reveló la salvación del Espíritu Santo, y un poder de lo alto descansó sobre
    nuestro hermano enfermo y sobre todos los presentes.
    El Hno. Hyde se vistió inmediatamente y salió de la habitación, alabando a
    Dios, con la luz del cielo brillando en su semblante. Sobre la mesa estaba
    servida una comida habitual en una granja. El dijo: «Si yo estuviera bien,
    debería participar, de este alimento; y como yo creo que Dios me ha sanado,
    voy a poner en ejercicio mi fe». Se sentó a comer con el resto de la gente, y
    comió con apetito sin ningún daño. Su recuperación fue completa y
    permanente. 84
  10. Actividades en New Hampshire
    POR entonces se me mostró que era mi deber visitar a nuestros hermanos
    de New Hampshire. Mi constante y fiel compañera en esta oportunidad era
    Luisa Foss, una hermana de Samuel Foss, el esposo de mi hermana María.
    Nunca podré olvidar su atención bondadosa y hermanable hacia mí durante
    mis viajes. También nos acompañaban el pastor Files y su esposa, que eran
    antiguos y valiosos amigos de mi familia, el Hno. Ralph Haskins y el pastor
    Jaime White.
    Fuimos cordialmente recibidos por nuestros amigos en New Hampshire, pero
    había males que existían en ese campo que me preocupaban mucho.
    Hubimos de hacer frente a un espíritu de justicia propia que era muy
    deprimente.
    Ánimo para el pastor Morse
    Mientras visitaba el hogar del pastor Washington Morse, me sentí muy
    enferma. Se ofreció oración en mi favor, y el Espíritu de Dios descansó sobre
    mí. Fui arrebatada en visión, y se me mostraron algunas cosas concernientes
    al caso del pastor Morse en relación con el chasco de 1844.
    El pastor Morse había sido firme y consecuente en la creencia de que el
    Señor vendría en ese tiempo; pero 85 cuando pasó el período sin que
    ocurriera el acontecimiento esperado, estaba perplejo y no podía explicar la
    demora. Aunque estaba amargamente decepcionado, a diferencia de lo que
    hicieron algunos, no renuncio a su fe, para llamarla una ilusión fanática; pero
    se sentía anonadado, y no podía entender la posición del pueblo de Dios en
    el tiempo profético. Había sido tan ferviente en declarar que la venida del
    Señor estaba cerca, que cuando el tiempo pasó, se sintió abatido, y no hizo
    nada para animar a los del pueblo chasqueado, que eran como ovejas sin
    pastor, abandonados para ser devorados por los lobos.
    Nos fue presentado el caso de Jonás. El pastor Morse estaba en una
    condición similar a la del chasqueado profeta. El había proclamado que el
    Señor vendría en 1844. El tiempo había transcurrido. El freno del temor, que
    parcialmente había dominado al pueblo, fue quitado, y la gente se complacía
    en mofarse de los que habían esperado en vano a Jesús. El pastor Morse
    sentía que era objeto de burla entre sus vecinos, que lo hacían víctima de las
    bromas, y no podía reconciliarse con su posición. No pensó en la misericordia
    de Dios, a quien concedía al mundo un tiempo más largo a fin de que se
    preparase para su venida, ni pensó que la advertencia del juicio sería
    escuchado en forma más amplia, y que el pueblo recibiría como prueba una
    mayor luz. Unicamente pensó en la humillación de los siervos de Dios.
    En lugar de sentirse desanimado por este chasco, como lo estaba Jonás, el
    pastor Morse debía haber hecho a un lado su dolor egoísta, y recogido los
    rayos de luz preciosa que Dios había dado a su pueblo. Debería haberse
    regocijado de que al mundo se le concediera más tiempo; y debería haber
    estado listo para ayudar a llevar adelante la gran obra que aún había de 86
    hacerse en la tierra, y traer a los pecadores al arrepentimiento y la salvación.
    Carencia de verdadera piedad
    Fue difícil hacer mucho bien en New Hampshire. Espiritualmente hablando,
    nos encontramos con poca cosa allí. Muchos declararon que su experiencia
    en el movimiento de 1844 había sido una ilusión engañosa. Fue difícil,
    alcanzar a esa clase, porque no podíamos aceptar la posición que ellos
    habían tomado. Muchos que habían sido activos predicadores y exhortadores
    en 1844, ahora parecían haber perdido su punto de apoyo y no sabían dónde
    estábamos en materia de tiempo profético; se estaban uniendo rápidamente
    con el espíritu del mundo.
    Magnetismo espiritual
    En New Hampshire tuvimos que luchar con una especie de magnetismo
    espiritual, de un carácter similar al mesmerismo. Fue nuestra primera
    experiencia de esta clase, y ocurrió de la siguiente manera: Al llegar a
    Claremont, se nos dijo que había allí dos divisiones de adventistas, una que
    negaba su fe anterior, y otra, un pequeño número, que creía que en su
    pasada experiencia habían sido guiados por la providencia de Dios. Se nos
    condujo hacia dos hombres que en forma especial tenían puntos de vista
    similares a los nuestros. Hallamos que había mucho prejuicio contra estos
    hombres, pero suponíamos que ellos eran perseguidos por causa de la
    justicia. Los visitamos, y fuimos recibidos con bondad y tratados con
    cortesía. Pronto nos dimos cuenta de que ellos pretendían poseer una
    santificación perfecta, y declaraban que estaban por encima de toda
    posibilidad de pecado.
    Estos hombres vestían excelentes trajes, y tenían un 87 aire de naturalidad y
    soltura. Mientras hablábamos con ellos, un niño de ocho años de edad,
    vestido literalmente de harapos, entró en la habitación en la cual estábamos
    sentados. Nos sorprendimos al descubrir que este niño era el hijo de uno de
    estos hombres. La madre parecía excesivamente avergonzada y molesta;
    pero el padre, totalmente despreocupado, continuó hablando de sus elevadas
    conquistas espirituales, sin prestar la menor atención a su hijito.
    Su santificación de repente perdió todo encanto a mis ojos. Entregado a la
    oración y la meditación, y rehuyendo toda la carga y las responsabilidades de
    la vida, este hombre había dejado de proveer a las necesidades presentes de
    su familia y de dar a sus hijos una atención paternal. Parecía olvidar que
    cuanto mayor es nuestro amor a Dios, más fuerte debe ser nuestro amor y
    nuestro cuidado por aquellos que él nos ha dado. El Salvador nunca enseñó
    la ociosidad y la devoción abstracta a costa de descuidar los deberes que nos
    conciernen directamente.
    Este esposo y padre declaró que el logro de la verdadera santidad guiaba a
    la mente hasta estar por encima de todo pensamiento terrenal. Sin embargo,
    él todavía se sentaba a la mesa y comía alimentos temporales. No era
    alimentado por un milagro. Alguien debía proveer el alimento que él
    consumía, aunque él se preocupaba poco por este asunto, pues su tiempo
    era enteramente dedicado a las cosas espirituales. No pasaba así con su
    esposa, sobre la cual descansaba la carga de la familia. Ella trabajaba con
    ahínco en todo tipo de trabajo de la casa para mantener todo en orden. Su
    esposo declaró que ella no estaba santificada, y que ella permitía que las
    cosas mundanas desviaran su mente de los temas religiosos.
    Pensé en nuestro Salvador que trabajó en forma 88 tan incansable por el
    bien de los demás. «Mi padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo»(Juan 5: 17),
    declaró él. La santificación que el Señor enseñaba se mostraba por hechos
    de bondad y misericordia, y por el amor que induce a los hombres y mujeres
    a considerar a otros mejores que ellos mismos.
    Hablando de la fe, uno de ellos dijo: «Todo lo que tenemos que hacer es
    creer, y cualquier cosa que pedimos de Dios nos será dada».
    El pastor White sugirió que había condiciones para que esta promesa se
    cumpliera: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros,
    pedid todo lo que queréis y os será hecho’, declaró Jesús»(Juan 15: 7). Su
    teoría de fe -continuó- debe tener un fundamento».
    La hermana de uno de estos hombres pidió una entrevista privada conmigo.
    Ella tenía mucho que decir con respecto a la completa consagración a Dios, y
    trató de conocer mis opiniones con respecto a este asunto. Mientras
    hablaba, ella me tenía la mano en la suya, y con la otra me repasaba
    suavemente el cabello. Oré para que los ángeles de Dios me protegieran de
    las influencias impías que esta atractiva mujer estaba tratando de ejercer
    sobre mí con su lindo discurso y sus suaves caricias. Ella tenía mucho que
    decir con respecto a las conquistas espirituales y a la gran fe de su hermano.
    Su mente parecía estar muy ocupada en pensamientos relativos a él y a su
    experiencia. Sentí que necesitaba ser cuidadosa en lo que yo decía, y me
    alegré cuando la entrevista hubo terminado.
    Estas personas que hacían tan alta profesión de religiosidad estaban
    engañando a los incautos. Hablaban mucho con respecto a la caridad que
    cubría multitud de pecados. Yo no podía estar de acuerdo con sus opiniones
    y sentimientos, y me di cuenta de que estaban 89 ejerciendo un terrible poder
    para el mal, y estaba muy contenta de alejarme de su presencia.
    Tan pronto como las opiniones de estas personas eran contrariadas, ellas
    manifestaban un espíritu terco de justicia propia y rechazaban toda
    instrucción. Aunque profesaban gran humildad, se jactaban mucho de sus
    sofismas con respecto a la santificación, y resistían todo llamamiento a la
    razón. Nos dimos cuenta de que todos nuestros esfuerzos para convencerlos
    de su error eran inútiles, ya que asumieron la posición de que no necesitaban
    aprender, pues eran maestros.
    Una reunión en casa del Hno. Collier
    Por la tarde fuimos a la casa del Hno. Collier, donde nos proponíamos
    celebrar una reunión esa noche. Le hicimos al Hno. Collier algunas
    preguntas sobre estos hombres, pero no nos dio ninguna información. «Si el
    Señor os envió aquí – dijo él-, vosotros descubriréis qué espíritus los
    gobierna, y nos resolveréis el misterio».
    Estos dos hombres asistieron a la reunión en la casa del Hno. Collier.
    Mientras yo oraba fervorosamente por luz y por la presencia de Dios, ellos
    comenzaron a gemir y exclamar: «¡Amén!», aparentemente apoyando mi
    oración con su simpatía. Pero mi corazón se sintió inmediatamente oprimido
    con un gran peso. Las palabras morían en mis labios, y una oscuridad se
    difundió por todo el ambiente.
    El pastor White dijo: «Estoy afligido. El Espíritu de Dios es agraviado. Yo
    resisto esta influencia en el nombre del Señor. Oh Dios, reprende este mal
    espíritu».
    Inmediatamente yo me sentí aliviada, y me elevé por encima de las tinieblas.
    Pero de nuevo, mientras hablaba palabras de ánimo y de fe a los que
    estaban presentes, sus gemidos y sus amenes me congelaban. 90 Una vez
    más el pastor White reprendió el espíritu de las tinieblas, y de nuevo el poder
    de Dios descansó sobre mí mientras hablaba a la gente. Estos agentes del
    enemigo se vieron tan atados que les fue imposible ejercer nuevamente su
    funesta influencia aquella noche.
    Después de la reunión el pastor White dijo al Hno. Collier: «Ahora puedo
    hablarle acerca de estos dos hombres. Ellos están actuando bajo una
    influencia satánica, y sin embargo atribuyen todo al Espíritu del Señor».
    «Yo creo que Dios os ha enviado para animarnos – contestó él-. Nosotros
    llamamos a esta influencia mesmerismo. Ellos dominan las mentes de otras
    personas de una manera notable, y han dominado a algunas personas para
    gran perjuicio de ellas. Raramente tenemos reuniones aquí; porque ellos
    aparecen entre nosotros, y nosotros no podemos tener unión alguna con
    ellos. Manifiestan un profundo sentimiento, como habéis observado esta
    noche, pero extraen y anulan la verdadera vida de nuestras oraciones, y
    dejan una influencia más negra que la oscuridad de Egipto. Nunca los he
    visto dominados hasta esta noche».
    La teoría de que «no pueden pecar»
    Durante la oración familiar esa noche el Espíritu del Señor descansó sobre mí
    y se me mostraron muchas cosas en visión. Estos hombres me fueron
    presentados como gente que hacía un gran daño a la causa de Dios.
    Mientras profesaban santificación, estaban transgrediendo la sagrada ley.
    Tenían un corazón corrupto, y los que se unían con ellos estaban bajo una
    ilusión satánica engañosa, obedeciendo sus instintos carnales en lugar de la
    Palabra de Dios.
    Sostenían que los que estaban santificados no 91 podían pecar. Y esto
    naturalmente conducía a la creencia de que los afectos y deseos de los
    santificados eran siempre correctos, y nunca había peligro de que los
    indujeran al pecado. De acuerdo con este sofisma, estaban practicando los
    peores pecados bajo el manto de la santificación, y por medio de su
    influencia engañosa y mesmérica estaban obteniendo un extraño poder sobre
    sus asociados, que no veían el mal de estas teorías de apariencia hermosa y
    por ello seductoras.
    Su poder sobre la gente era terrible, pues mientras mantenían su atención y
    su confianza por medio de una influencia mesmérica, inducían a los
    inocentes e incautos a creer que esta influencia era del Espíritu de Dios. Por
    lo tanto los que seguían su enseñanza eran engañados a creer que ellos y
    sus asociados, que reclamaban estar completamente santificados, podían
    satisfacer todos los deseos de su corazón sin pecado.
    Los engaños de estos falsos maestros me fueron presentados en forma bien
    abierta, y vi la terrible cuenta que se lleva de su vida en los libros de registro,
    y la tremenda culpa que descansaba sobre ellos por profesar completa
    santidad mientras que sus actos diarios eran ofensivos a la vista de Dios.
    Algún tiempo después, los caracteres de estas personas fueron revelados
    delante de la gente, y la visión que yo había tenido con respecto a ellos
    resultó plenamente vindicada.
    La verdadera santificación
    «Creed en Cristo -era el clamor de estas personas que pretendían la
    santificación-. Solamente creed; esto es todo lo que se requiere de vosotros.
    Solamente tened fe en Jesús».
    Las palabras de Juan vinieron con fuerza a mi mente:»Si decimos que no
    tenemos pecado, nos engañamos 92 a nosotros mismos, y la verdad no está
    en nosotros»(1 Juan 1:8). Se me mostró que los que reclaman triunfalmente
    estar sin pecado, manifiestan por medio de su misma jactancia que se
    encuentran lejos de estar sin mancha de pecado. Cuanto más claramente el
    hombre caído comprenda el carácter de Cristo, tanto menos confianza tendrá
    en sí mismo, y más imperfectas aparecerán sus obras a sus ojos, en
    contraste con aquellas que distinguieron la vida del inmaculado Redentor.
    Pero los que están lejos de Jesús, aquellos cuya percepción espiritual está
    tan nublada por el error que no pueden comprender el carácter de gran
    Ejemplo, lo consideran a él como si fuera sencillamente uno de ellos, y se
    atreven a hablar de la perfección de su propia santidad. Mas están lejos de
    Dios; se conocen poco a sí mismos, y conocen mucho menos a Cristo. 93
  11. Haciendo Frente al Fanatismo
    AL REGRESAR a Portland, tropecé con pruebas notorias de los desoladores
    efectos del fanatismo. Algunos se figuraban que la religión consiste en
    mucha excitación y ruido. Solían hablar de manera que irritaba a los
    incrédulos y concitaba el odio contra las doctrinas que enseñaban y contra
    ellos mismos. Entonces se regocijaban de verse perseguidos. Los
    incrédulos no podían ver que semejante conducta fuera consecuente. En
    algunos lugares se les impidió a los hermanos celebrar sus reuniones. Los
    justos sufrían con los culpables.
    Mi ánimo se apesadumbraba y entristecía gran parte del tiempo. Parecía tan
    cruel que la causa de Cristo quedara perjudicada por la conducta de aquellos
    hombres imprudentes que, no sólo perdían sus propias almas, sino que
    echaban sobre la causa un estigma difícil de borrar. Y Satanás lo veía con
    gusto. Le convenía que gentes profanas manosearan la verdad; que ésta
    quedara mezclada con el error, y que luego el todo fuese hollado en el polvo.
    Miraba con aire de triunfo el estado confuso y disperso de los hijo de Dios.
    Temblábamos por las iglesias que iban a caer bajo el yugo de este espíritu de
    fanatismo. Mi corazón se dolía por el pueblo de Dios. ¿Había de engañarlo y
    extraviarlo 94 aquel falso entusiasmo? Yo comuniqué fielmente las
    advertencias que me había dado el Señor; pero poco efecto produjeron, fuera
    de concitar contra mí los celos de aquellos extremistas.
    Falsa humildad
    Había algunos que profesaban profunda humildad, y abogaban por la práctica
    de arrastrarse por el suelo como los chiquillos en prueba de su humildad.
    Aseveraban que las palabras de Cristo en Mateo 18:1-6 debían tener
    cumplimiento literal en esta época en que esperaban el regreso de su
    Salvador. Acostumbraban arrastrarse alrededor de sus casas, en las calles,
    en los puentes y hasta en la misma iglesia.
    Les dije claramente que no se nos pedía esto, que la humildad que Dios
    esperaba de su pueblo había de manifestarse en una vida semejante a la de
    Cristo, y no arrastrándose por el suelo. Todas las cosas espirituales se han
    de tratar con sagrada dignidad. La humildad y la mansedumbre están de
    acuerdo con la conducta de Cristo, pero han de manifestarse de una manera
    digna.
    El cristiano denota verdadera humildad siendo afable como Cristo, estando
    siempre dispuesto a ayudar al prójimo, pronunciando palabras cariñosas y
    haciendo obras de altruismo que elevan y ennoblecen el más sagrado
    mensaje dirigido a nuestro mundo.,
    La doctrina del «ocio»
    En Paris, Maine, había algunos que creían que era pecado trabajar. El Señor
    me encargó que reprobase al dirigente de este error, declarándole que iba en
    contra de la Palabra de Dios al abstenerse del trabajo, al propagar este error
    y al condenar a quienes no lo aceptaban. Rechazó todas las pruebas que dio
    el Señor para 95 convencerlo de su yerro y determinó no variar de conducta.
    Solía hacer viajes penosos e ir a poblaciones distantes donde no recibía sino
    ultrajes, con lo cual creía que así sufría por causa de Cristo. Prescindiendo
    de la razón y del juicio, obedecía a sus impresiones.
    Vi que Dios iba a obrar por la salvación de su pueblo y que aquel extraviado
    sujeto se daría pronto a conocer, de suerte que todos los sinceros de corazón
    viesen que no obraba con rectitud de espíritu, y así acabaría pronto su
    carrera. Poco tardó en romperse el hechizo y apenas tuvo influencia en los
    hermanos. Dijo que mis visiones eran obra del demonio y siguió dando
    rienda suelta a sus antojos hasta que se le trastornó el entendimiento y
    hubieron de encerrarlo en un manicomio. Finalmente se ahorcó con las
    retorcidas sábanas de su cama, y los que lo habían seguido se convencieron
    de la falacia de sus enseñanzas.
    Dignidad del trabajo
    Dios dispuso que los seres creados por él debían trabajar. De esto depende
    su dicha. En los vastos dominios de la creación del Señor nadie había de ser
    zángano. Nuestra dicha aumenta y nuestras facultades se fortalecen cuando
    nos ocupamos en labores útiles.
    La actividad acrecienta la fuerza. En el universo de Dios reina perfecta
    armonía. Todos los seres celestiales están en constante actividad; y el Señor
    Jesús nos dio a todos un ejemplo en la obra de su vida. Anduvo «haciendo
    bienes». Dios ha establecido la ley de acción obediente. Todas las cosas
    creadas ejecutan callada pero incesantemente la obra que les fue señalada.
    El océano está en continuo movimiento. La naciente hierba que hoy es y
    mañana es arrojada en el horno, cumple su encargo vistiendo de hermosura
    los campos. Las hojas se mueven sin que mano alguna las 96 toque. El sol,
    la luna y las estrellas cumplen útil y gloriosamente su misión.
    A toda hora funciona el mecanismo de cuerpo. Día tras día late el corazón,
    haciendo su tarea regular y señalada impeliendo incesantemente el carmíneo
    fluido por todas las partes del cuerpo. Se ve que la acción incesante
    predomina en toda la maquinaria viviente. Y el hombre, con su mente y
    cuerpo creados a semejanza de Dios, debe estar activo para desempeñar la
    labor que tiene señalada. No ha de estar ocioso. La ociosidad es pecado.
    Una dura prueba
    En medio de mi experiencia de lucha contra el fanatismo, me vi sujeta a una
    dura prueba. Si en las reuniones el Espíritu de Dios descendía sobre alguna
    persona y ella glorificaba y ensalzaba a Dios, había quienes lo achacaban a
    mesmerismo; y si al Señor le placía mostrarme alguna visión en una reunión,
    también se figuraban que era excitación y mesmerismo.
    Afligida y desalentada, solía retirarme a un lugar apartado para derramar la
    carga de mi alma ante Aquel que invita a todos los cansados y cargados a
    que acudan en busca de alivio. A medida que mi fe descansaba en las
    promesas, me parecía que Jesús estaba muy cerca. Me circuía la suave luz
    del cielo, y me veía rodeada por los brazos de mi Salvador y transportada en
    visión. Pero cuando relataba lo que Dios me había revelado a solas, donde
    ninguna influencia terrena podía afectarme, me afligía y asombraba al oír a
    alguien decirme que quienes viven más cerca de Dios están mayormente
    expuestos a ser engañados por Satanás.
    Algunos querían hacerme creer que no existía el Espíritu Santo, y que todo
    cuanto los santos varones de 97 Dios experimentaron fue tan sólo efecto del
    mesmerismo o de los engaños de Satanás.
    Quienes, exagerando textos de la Escritura, se abstenían de todo trabajo y
    rechazaban a cuantos no compartían sus ideas respecto a este y otros
    puntos del deber religioso, me acusaban de conformarme al estilo mundano.
    Por otra parte, los adventistas nominales me culpaban de fanatismo, y se me
    representaba falsamente como la cabecilla del fanatismo que yo me ocupaba
    sin cesar en combatir.
    Se señalaron diferentes fechas para la venida del Señor y se hicieron
    insistentes esfuerzos para hacerlas adoptar por los hermanos. Pero el Señor
    me mostró que dichas fechas pasarían, porque el tiempo de angustia había
    de sobrevenir antes del regreso de Cristo, y que cada vez que se fijaba una
    fecha y ésta pasaba de largo, se debilitaba la fe del pueblo de Dios. Por esto
    me acusaron de ser el siervo malo que decía:»Mi Señor tarda en venir»(Mat.
    24: 48).
    Todas estas cosas pesaban gravemente sobre mi ánimo, y en mi confusión
    estuve tentada varias veces a dudar acerca de lo que me sucedía.
    Una mañana, durante las oraciones de familia, el poder de Dios descendió
    sobre mí, y me acudió a la mente el pensamiento de que aquello era
    mesmerismo. Lo resistí e inmediatamente quedé muda, y por algunos
    momentos perdí de vista cuanto me rodeaba. Vi entonces mi pecado al
    dudar del poder de Dios y que por ello me había quedado muda, pero que
    antes de veinticuatro horas se desataría mi lengua. Se me mostró una tarjeta
    en que estaban escritos en letras de oro el capítulo y versículo de cincuenta
    pasajes de la Escritura.
    Desvanecida la visión, hice señas de que me trajesen la pizarra y escribí en
    ella que estaba muda, y 98
    también lo que había visto, y que deseaba la Biblia grande. Tomé la Biblia y
    rápidamente busqué todos los textos que había visto en la tarjeta.
    No pude hablar en todo el día. A la mañana siguiente, temprano, mi alma se
    llenó de gozo, se desató mi lengua y prorrumpí en grandes alabanzas a Dios.
    Después de esto ya no me atreví a dudar; ni por un momento resistí al poder
    de Dios, aunque los demás pensaran de mí lo que quisieran.
    Hasta entonces no me había sido posible escribir, y mi mano temblorosa era
    incapaz de sujetar firmemente la pluma. Mientras estaba en visión, un ángel
    me mandó que escribiera la visión. Obedecí, y pude escribirla fácilmente.
    Mis nervios estaban fortalecidos, y desde entonces hasta hoy, he tenido la
    mano firme.
    Exhortaciones a la fidelidad
    Muy penoso me era decirles a los que andaban en error lo que se me había
    mostrado respecto a ellos. Me causaba mucha angustia ver a otros turbados
    o afligidos. Y cuando me veía obligada a declarar los mensajes, a menudo
    los suavizaba y los hacía parecer tan favorables para las personas a quienes
    concernían como me era posible, y después me retiraba a la soledad para
    llorar en agonía de espíritu. Me fijaba en aquellos que parecían no tener que
    cuidar sino de sus propias almas, y pensaba que, de hallarme yo en su
    situación, no me quejaría. Me era muy penoso referir los explícitos y
    terminantes testimonios recibidos de Dios. Anhelosamente aguardaba el
    resultado, y si los reprendidos se rebelaban contra la reprensión y después
    se oponían a la verdad, yo me preguntaba: ¿Habré dado debidamente el
    mensaje? ¿No podía haber algún medio de salvarlos? Y entonces se oprimía
    tan angustiosamente mi alma, que muchas veces la muerte 99 habría sido
    para mí una mensajera bienvenida, y la tumba un dulce lugar de reposo.
    No me daba cuenta de que, con estas dudas y preguntas, quebrantaba mi
    fidelidad; ni advertía el peligro y el pecado de semejante conducta, hasta que
    fui transportada en visión a la presencia de Jesús. Me dirigió una mirada de
    desaprobación y apartó de mí su rostro. No es posible describir el terror y la
    agonía que sentí entonces. Postré mi rostro en el suelo ante él sin poder
    articular una palabra. ¡Oh, cuánto anhelaba ocultarme y esconderme de
    aquel terrible ceño! Entonces pude percatarme en parte de lo que sentirán los
    perdidos cuando griten a las montañas y a las peñas: «Caed sobre nosotros,
    y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira
    del Cordero» (Apoc. 6: 16).
    Al rato, un ángel me mandó que me levantara, y es difícil describir lo que
    vieron mis ojos. Ante mí había una hueste, de cabellos desgreñados y
    vestidos desgarrados, en cuyos semblantes se retrataban el horror y la
    desesperación. Se me acercaron y restregaron sus vestiduras contra las
    mías. Miré después mi vestido y lo vi manchado de sangre. De nuevo caí
    como muerta a los pies del ángel que me acompañaba, y sin poder alegar
    excusa alguna, deseaba alejarme de aquel lugar santo.
    El ángel me puso en pie y dijo: «Este no es ahora tu caso; pero has visto esta
    escena para que sepas cuál será tu situación si descuidas declarar a los
    demás lo que el Señor te ha revelado. Pero si eres fiel hasta el fin, comerás
    del árbol de la vida y beberás del agua del río de vida. Habrás de sufrir
    mucho; pero la gracia de Dios es suficiente».
    Entonces me sentí con ánimo para hacer cuanto el Señor exigiese de mí, a
    fin de lograr su aprobación y no experimentar su terrible enojo.100
    El sello de la aprobación divina
    Aquélla fue una época de tribulaciones. De no mantenernos entonces firmes,
    hubiera naufragado nuestra fe. Algunos decían que éramos tercos; pero
    estábamos obligados a mantener nuestros rostros como el pedernal, sin
    volvernos ni a derecha ni a izquierda.
    Durante años nos esforzamos en combatir los prejuicios y vencer la
    oposición, que a veces amenazaba con arrollar a los fieles portaestandartes
    de la verdad: los héroes y heroínas de la fe. Pero echamos de ver que
    quienes acudían a Dios con humildad y contrición de alma, podían discernir
    entre lo verdadero y lo falso. «Encaminará a los humildes por el juicio, y
    enseñará a los mansos su carrera»(Sal. 25: 9).
    En aquellos días nos dio Dios una valiosa experiencia. Al vernos en estrecho
    conflicto con las potestades de las tinieblas, como frecuentemente
    estábamos, confiamos por entero en el poderoso Protector. Repetidas veces
    oramos en demanda de fortaleza y sabiduría. No queríamos cejar en el
    empeño, convencidos de que íbamos a recibir auxilio. Y, gracias a la fe en
    Dios, la artillería del enemigo se volvió contra él, la causa de la verdad obtuvo
    gloriosas victorias, y comprendimos que Dios no nos daba su Espíritu con
    mezquindad. A no ser por aquellas apreciadas pruebas del amor de Dios, y
    si, por la manifestación de su Espíritu, no hubiese puesto él su sello sobre la
    verdad, acaso nos habríamos desalentado; pero aquellas pruebas de la
    dirección divina, aquellas vívidas experiencias en las cosas de Dios nos
    fortalecieron para pelear varonilmente las batallas del Señor. Los creyentes
    pudieron discernir con toda claridad cómo Dios les había señalado el camino,
    guiándolos por entre pruebas, desengaños 101 y terribles conflictos.
    Cobraban mayores bríos según iban encontrando y venciendo obstáculos, y
    adquirían valiosa experiencia en cada paso que daban hacia adelante.
    Lecciones del pasado
    En años ulteriores se me mostró que todavía no se han abandonado las
    falsas teorías expuestas en lo pasado. Resurgirán en cuanto hallen
    circunstancias favorables. No olvidemos que será sacudido todo cuanto
    pueda ser sacudido. El enemigo logrará quebrantar la fe de algunos, pero
    quienes se mantengan fieles a los principios no serán conmovidos.
    Permanecerán firmes entre las pruebas y las tentaciones. El Señor ha
    señalado los errores, y quienes no disciernan dónde se ha introducido
    Satanás, continuarán extraviados por falsos senderos. Jesús nos manda
    velar y fortalecer las cosas que quedan y que están por morir.
    No debemos entrar en controversia con quienes sustentan teorías falsas. La
    controversia es inútil. Cristo nunca entró en discusiones. El arma empleada
    por el Redentor del mundo fue: «Escrito está». Adhirámonos a la palabra.
    Dejemos que el Señor Jesús y sus mensajeros den testimonio. Sabemos
    que su testimonio es verdadero.
    Cristo preside todas las obras de su creación. Guió a los hijos de Israel en la
    columna de fuego, pues sus ojos ven el pasado, el presente y el futuro. El ha
    de ser reconocido y honrado por cuantos amen a Dios. Sus mandamientos
    han de ser la fuerza reguladora de la conducta de su pueblo.
    El tentador se nos acerca con el supuesto de que Cristo ha trasladado su
    sitial de honor y poder a alguna región desconocida, y que los hombres ya no
    necesitan molestarse por más tiempo en exaltar su carácter y 102 obedecer
    su ley. Añade que cada ser humano ha de ser su propia ley. Estos sofismas
    exaltan al yo y reducen a Dios a la nada. Destruyen el freno y las
    restricciones morales de la familia humana, y debilitan más y más la
    represión del vicio. El mundo no ama ni teme a Dios. Y quienes no temen ni
    aman a Dios pronto pierden el sentimiento del deber para con el prójimo.
    Están sin Dios y sin esperanza en el mundo.
    En grave riesgo se hallan los instructores que no incorporan la palabra de
    Dios en la obra de su vida, pues no tienen un conocimiento salvador ni de
    Dios ni de Cristo. Quienes no viven la verdad son los más propensos a
    inventar sofismas para ocupar el tiempo y absorber la atención que debieran
    dedicarse al estudio de la Palabra de Dios. Es para nosotros una terrible
    equivocación desdeñar el estudio de la Biblia para investigar teorías
    extraviadoras, y apartar la mente de las palabras de Cristo para dirigirla a
    falacias de invención humana.
    No necesitamos enseñanzas imaginarias respecto a la personalidad de Dios.
    Lo que Dios quiere que conozcamos de él está revelado en su Palabra y en
    sus obras. Las bellezas de la naturaleza denotan su carácter y su poder
    como Creador. Ellas son el don que hizo al género humano para manifestar
    su poder y demostrar que él es un Dios de amor. Pero nadie está autorizado
    a decir que Dios en persona reside en una flor, en una hoja o en un árbol.
    Estas cosas son obra de Dios y revelan su amor a la humanidad.
    Cristo es la perfecta revelación de Dios. Quienes deseen conocer a Dios han
    de estudiar la obra y enseñanzas de Cristo. A quienes lo reciban y crean en
    él, les da poder de llegar a ser hijos de Dios. 103
  12. El Sábado del Señor
    DURANTE mi visita a Nueva Bedfor, Massachusetts, en 1846, conocí al
    pastor José Bates, que había abrazado la fe adventista desde el principio de
    su propagación, y que era un activo obrero en la causa, un verdadero
    caballero cristiano, cortés y amable.
    La primera vez que me oyó hablar, manifestó profundo interés, y al concluir
    yo mi discurso, se levantó diciendo.- «Yo dudo como Tomás. No creo en las
    visiones. Pero si yo pudiese creer que el testimonio relatado esta noche por
    la Hna. Harmon es verdaderamente la voz de Dios para nosotros, sería el
    más feliz de los hombres. Mi corazón está hondamente conmovido. Creo en
    la sinceridad de la persona que acaba de halar; pero no acierto a explicarme
    cómo se le han mostrado las maravillas que nos ha referido».
    El pastor Bates guardaba el sábado, séptimo día de la semana, y nos lo
    presentó insistentemente como verdadero día de descanso. Por mi parte, no
    le daba a esto gran importancia, y me parecía que el pastor Bates se
    equivocaba al dedicar más consideración al cuarto mandamiento que a los
    otros nueve.
    Pero el Señor me dio una visión del santuario celestial. El templo de Dios
    estaba abierto en el cielo, y se me mostró el arca de Dios cubierta con el
    propiciatorio. Había dos ángeles, uno a cada lado del arca, con las alas
    extendidas sobre el propiciatorio y el rostro vuelto 104 hacia él. Esto, según
    me dijo el ángel que me acompañaba, era una representación de cómo todas
    las cohortes del cielo miran con reverente temor la ley divina que fue escrita
    por el dedo de Dios.
    Jesús levantó la cubierta del arca y vi las tablas de piedra en que estaban
    escritos los diez mandamientos. Me asombré al ver el cuarto mandamiento
    en el mismo centro de los diez preceptos, con una aureola luminosa que lo
    circundaba. El ángel dijo: «Este es, entre los Diez Mandamientos, el único
    que define al Dios vivo, que creó los cielos y la tierra y todas las cosas que en
    ellos hay».
    Cuando Dios asentó los cimientos de la tierra, también asentó el cimiento del
    sábado. Se me mostró que si se hubiese guardado el verdadero día de
    descanso, nunca hubiera habido incrédulos ni ateos. La observancia del
    sábado hubiera preservado al mundo de la idolatría.
    El cuarto mandamiento ha sido pisoteado, y por lo tanto, estamos nosotros
    llamados a reparar la brecha abierta en la ley y a abogar por el profanado
    sábado. El hombre de pecado, que se exaltó sobre Dios y pensó mudar los
    tiempos y la ley, transfirió el descanso del séptimo al primer día de la
    semana. Al hacerlo así, abrió una brecha en la ley de Dios. Poco antes del
    gran día de Dios, se ha de enviar un mensaje para exhortar a las gentes a
    que vuelvan a la obediencia de la ley de Dios quebrantada por el Anticristo.
    Por el precepto y el ejemplo, hemos de llamar la atención de las gentes hacia
    la brecha abierta en la ley.
    Se me dijo que las valiosas promesas de Isaías 58: 12-14 se aplican a
    quienes trabajan por la restauración del verdadero sábado.
    Se me mostró también que el tercer ángel, que proclama los mandamientos
    de Dios y la fe de Jesús, 105 representa a quienes reciben este mensaje y
    alzan la voz a fin de amonestar al mundo para que guarde los mandamientos
    de la ley de Dios como la niña de sus ojos, y que, en respuesta a esta
    amonestación, muchos abrazarían el sábado del Señor. 106
  13. Matrimonio y Actividades Conjuntas
    EL 30 de agosto de 1846 me uní en matrimonio con el pastor Jaime White,
    quien tenía profunda experiencia en el movimiento adventista y cuya labor en
    la proclamación de la verdad Dios había bendecido. Nuestros corazones se
    unieron en la magna obra y juntos viajamos y trabajamos por la salvación de
    las almas.
    Confirmación de la fe
    En noviembre de 1846 asistimos mi esposo y yo a una reunión celebrada en
    Topsham, Maine, en la que estaba presente el pastor José Bates, quien
    entonces no creía del todo que mis visiones fuesen de Dios. Aquella reunión
    revistió mucho interés. El Espíritu de Dios descendió sobre mí; tuve una
    visión de la gloria de Dios, y por primera vez se me mostraron otros planetas.
    Al salir de la visión, relaté lo que había visto. El pastor Bates me preguntó
    entonces si yo había estudiado astronomía, a lo que respondí que no
    recordaba haber mirado jamás un libro que tratase de esta ciencia. Entonces
    exclamó: «Esto es cosa del Señor». Su aspecto se iluminó con la luz del cielo
    y exhortó con poder a la iglesia.
    Acerca de su actitud respecto a las visiones, declaró el pastor Bates:
    «Aunque nada veía en ellas contrario a la Palabra, 107 me sentía alarmado y
    muy puesto a prueba, y durante largo tiempo no quise creer que las visiones
    fuesen algo más que un fenómeno resultante de la prolongada debilidad
    corporal de quien las recibía.
    «Por lo tanto, busqué ocasiones de interrogarla y hacerle preguntas
    capciosas, a ella y a las amigas que la acompañaban, especialmente a su
    hermana mayor, y esto en presencia de otras personas y cuando su mente
    estaba libre de excitación (fuera de las reuniones), todo ello con el intento de
    averiguar la verdad, si fuese posible. Durante las visitas que desde entonces
    hizo la Hna. Elena a Nueva Bedford, Fairhaven, y mientras asistía a nuestras
    reuniones, la he visto yo en éxtasis unas cuantas veces, como también la vi
    en Topsham, Maine; y todos los que presenciaron algunas de aquellas
    emocionantes escenas, saben con cuán vivo interés y ahínco escuchaba yo
    cada palabra, y vigilaba cada movimiento, por si descubría alguna impostura
    o influencia mesmérica. Doy gracias a Dios por esta ocasión que me deparó
    de ser, juntamente con otras personas, testigo de estas cosas. Ahora puedo
    hablar confiadamente por mí mismo. Creo que la obra es de Dios, y es dada
    para consolar y fortalecer a su ´pueblo dividido y disperso´, desde que
    terminó nuestra obra por el mundo en octubre de 1844″.(1) Oraciones fervientes y eficaces Durante una reunión celebrada en Topsham se me mostró que tendría mucha aflicción, y que se pondría a prueba nuestra fe después de regresar a Gorham, donde residían mis padres.108 Al regresar, caí muy enferma con intensos sufrimientos, Mis padres, mi esposo y mis hermanas se unieron en oración por mí, pero continué sufriendo durante tres semanas. A menudo desfallecía y quedaba como muerta, pero en respuesta a la oración, revivía. Mi agonía era tan grande que suplicaba a los que me rodeaban que no orasen por mí; porque pensaba que sus oraciones prolongaban tan sólo mis sufrimientos. Los vecinos creyeron que me moría. Y durante algún tiempo le plugo al Señor poner a prueba nuestra fe. El Hno. Nichols y su esposa, de Dorchester, Massachusetts, se enteraron de mi aflicción, y su hijo Enrique vino a Gorham para traer algunas cosas con que aliviarme. Durante su visita, mis amigos volvieron a unirse en oración en demanda de mi restablecimiento. Después de orar los demás, el Hno. Enrique Nichols empezó a orar muy fervorosamente con el poder de Dios sobre él, y al levantarse del suelo donde se había arrodillado, cruzó el aposento, y poniéndome las manos en la cabeza, dijo: «Hna. Elena, Jesucristo te sana». Dicho esto, cayó hacia atrás, postrado por el poder de Dios. Yo creí que la obra era de Dios y desapareció el dolor. Mi alma se llenó de gratitud y paz. En mi corazón decía: «Sólo tenemos auxilio en Dios. Podemos estar en paz sólo cuando descansamos en él y esperamos su salvación». Actividades en Massachusetts Pocas semanas después, en nuestro viaje para ir a Boston, nos embarcamos en Portland. Sobrevino una violenta tempestad y corrimos grave riesgo. Pero por misericordia de Dios, desembarcamos todos a salvo. Desde Gorham, Maine, a poco de nuestro regreso a casa, el 14 de marzo de 1847, mi esposo escribió lo que sigue, acerca de nuestra labor en Massachusetts 109 durante el mes de febrero y la primera semana de marzo: «Mientras hemos estado alejados de nuestros amigos, desde hace casi siete semanas, Dios ha sido misericordioso con nosotros. Ha sido nuestra fortaleza en tierra y mar. Durante las últimas seis semanas. Elena ha disfrutado de mejor salud que en los seis últimos años pasados. Los dos gozamos de excelente salud… «Desde que salimos de Topsham, hemos pasado algunas pruebas; pero también hemos tenido momentos celestiales y refrigerantes. En conjunto, ha sido una de las mejores visitas que hayamos hecho a Massachusetts. Nuestros hermanos de Nueva Bedford y Fairhaven han sido poderosamente fortalecidos y confirmados en la verdad y el poder de Dios. También los hermanos de otros lugares han recibido muchas bendiciones». Una visión del santuario celestial(2)
    En una reunión celebrada el sábado 3 de abril de 1847 en casa del Hno.
    Stockbridge Howland, sentimos un extraordinario espíritu de oración, y
    mientras orábamos descendió sobre nosotros el Espíritu Santo. Todos nos
    considerábamos muy felices. Pronto perdí el conocimiento de las cosas
    terrenas y quedé envuelta en la visión de la gloria de Dios.
    Vi a un ángel que con presteza volaba hacia mí. Me llevó rápidamente desde
    la tierra a la santa ciudad, donde vi un templo en el que entré. Antes de
    llegar al primer velo, pasé por una puerta. Se levantó el velo y entré en el
    lugar santo, donde vi el altar del perfume, el candelabro con las siete
    lámparas y la mesa con los panes de la proposición. Después que hube
    contemplado la gloria del lugar santo, Jesús levantó el segundo velo y pasé al
    lugar santísimo.110
    En él vi un arca, cuya cubierta y lados estaban recubiertos de oro purísimo.
    En cada punta del arca, había un hermoso querubín con las alas extendidas
    sobre el arca. Sus rostros estaban frente a frente, pero su vista estaba
    dirigida hacia abajo. Entre los dos ángeles había un incensario de oro, y
    sobre el arca, donde estaban los ángeles, una gloria muy esplendorosa que
    semejaba un trono en que moraba Dios. Junto al arca estaba Jesús, y
    cuando las oraciones de los santos llegaban a él, humeaba el incienso del
    incensario, y Jesús ofrecía a su Padre aquellas oraciones con el humo del
    incienso.
    Dentro del arca estaba el vaso de oro con el maná, la vara florecida de Aarón
    y las tablas de piedra, que se plegaban como las hojas de un libro. Jesús las
    abrió, y vi en ellas los Diez Mandamientos escritos por el dedo de Dios. En
    una tabla había cuatro, y en la otra seis. Los cuatro de la primera brillaban
    más que los otros seis. Pero el cuarto, el mandamiento del sábado, brillaba
    más que todos, porque el sábado fue puesto aparte para que se lo guardase
    en honor del santo nombre de Dios. El santo sábado resplandecía, rodeado
    de un nimbo de gloria. Vi que el mandamiento del sábado no estaba clavado
    en la cruz, pues de haberlo estado, también lo hubieran estado los otros
    nueve, y así quedaríamos en libertad para quebrantarlos a todos ellos, así
    como el cuarto. Vi que Dios no había cambiado el día de descanso, porque
    Dios es inmutable; pero el papa lo había transferido del séptimo al primer día
    de la semana, pues había pensado cambiar los tiempos y la ley.
    También vi que si Dios hubiese cambiado el día de reposo del séptimo al
    primer día, asimismo hubiera cambiado el texto del mandamiento del sábado,
    escrito en las tablas de piedra que están en el arca del lugar 111 santísimo
    del templo celestial, y diría así: El primer día es el día de reposo de Jehová tu
    Dios. Pero vi que decía lo mismo que cuando el dedo de Dios lo escribió en
    las tablas de piedra antes de entregarlas a Moisés en el Sinaí: «Mas el
    séptimo día será reposo para Jehová tu Dios». Vi que el santo sábado es, y
    será, el muro separador entre el verdadero Israel de Dios y los incrédulos, así
    como la institución más adecuada para unir los corazones de los queridos y
    esperanzados santos de Dios.
    Vi que Dios tenía hijos que no echan de ver ni guardan el sábado. No han
    rechazado la luz referente a él. Y cuando empezó el tiempo de angustia,
    fuimos llenos del Espíritu Santo al salir a proclamar más plenamente el
    sábado.*(3) Esto enfureció a las otras iglesias y a los adventistas nominales,
    pues no podían refutar la verdad sabática, y entonces todos los escogidos de
    Dios comprendieron claramente que nosotros poseíamos la verdad, y
    salieron y sufrieron la persecución con nosotros. Vi guerra, hambre,
    pestilencia y grandísima confusión en la tierra. Los malvados pensaron que
    nosotros habíamos acarreado el castigo sobre ellos, y se reunieron en
    consejo para raernos de la tierra, creyendo que así cesarían los males.
    En el tiempo de angustia *(4) huimos todos de las ciudades y pueblos, pero
    los malvados nos perseguían y entraban a cuchillo en las casas de los
    santos; pero al levantar la espada para matarnos, ésta se quebraba y caía
    tan inútil como una brizna de paja. Entonces clamamos día y noche por
    liberación, y el clamor llegó a Dios. 112
    Salió el sol y la luna se detuvo. Cesaron de fluir las corrientes de aguas.
    Aparecieron negras y densas nubes que se entrechocaban unas con otras.
    Pero había un espacio de gloria fija, del que, cual estruendo de muchas
    aguas, salía la voz de Dios que estremecía cielos y tierra. El firmamento se
    abría y se cerraba en honda conmoción. Las montañas temblaban como
    cañas agitadas por el viento y lanzaban peñascos a su alrededor. El mar
    hervía como una olla y despedía piedras sobre la tierra.
    Y al anunciar Dios el día y la hora de la venida de Jesús, en tanto expresaba
    ante su pueblo el pacto sempiterno, pronunciaba una frase y se detenía,
    mientras las palabras repercutían por toda la tierra. El Israel de Dios
    permanecía con los ojos en alto, escuchando las palabras según salían de
    labios de Jehová, que retumbaban por la tierra como estruendo del trueno
    más potente. El espectáculo era pavorosamente solemne, y al terminar cada
    frase, los santos exclamaban: «¡Gloria! ¡Aleluya!» Su aspecto estaba
    iluminado con la gloria de Dios, y resplandecían sus rostros como el de
    Moisés al bajar del Sinaí. A causa de esta gloria, los malvados no podían
    mirarlos. Y cuando la bendición eterna se pronunció sobre quienes habían
    honrado a Dios santificando su sábado, resonó un potente grito por la victoria
    lograda sobre la bestia y su imagen.
    Entonces comenzó el jubileo, durante el cual la tierra debía descansar. Vi al
    piadoso esclavo levantarse en triunfal victoria, y desligarse de las cadenas
    que lo ataban, mientras que su malvado dueño quedaba confuso sin saber
    qué hacer; porque los malvados no podían comprender las palabras de la voz
    de Dios.
    Pronto apareció la gran nube blanca. Me pareció mucho más hermosa que
    antes. En ella se sentaba el Hijo del hombre. Al principio no distinguimos a
    Jesús 113 en la nube; pero al acercarse más a la tierra, pudimos contemplar
    su bellísima figura. En cuanto apareció, esta nube fue la señal del Hijo del
    hombre en el cielo.
    La voz del Hijo de Dios despertó a los santos dormidos y los levantó
    revestidos de gloriosa inmortalidad. Los santos vivientes fueron
    transformados en un instante y arrebatados con aquéllos en el carro de
    nubes. Este resplandecía en extremo mientras rodaba hacia las alturas.
    Tenía alas a uno y otro lado, y debajo ruedas. Y cuando ascendía, las
    ruedas exclamaban: «¡Santo!», y las alas, al batir, gritaban: «¡Santo!», y la
    comitiva de santos ángeles que rodeaba la nube exclamaba: «¡Santo, santo,
    santo, Señor Dios Todopoderoso!» Y los santos en la nube cantaban: «¡Gloria!
    ¡Aleluya!» El carro subió a la santa ciudad. Jesús abrió las puertas de la
    ciudad de oro y nos condujo adentro. Fuimos bien recibidos, Porque
    habíamos guardado «los mandamientos de Dios», y teníamos derecho «al
    árbol de la vida» (Apoc. 14: 12; 22: 14). 114
  14. Lucha con la Pobreza
    EL 26 DE AGOSTO de 1847, nació en Gorham, Maine, nuestro hijo
    primogénito, Enrique Nicolás White. En el mes de octubre, el Hno. y la Hna.
    Howland, de Topsham, nos ofrecieron amablemente una parte de su casa
    que nosotros aceptamos gozosos, y nos instalamos con muebles prestados.
    Éramos pobres y preveíamos tiempos difíciles. Habíamos resuelto no
    depender de manos ajenas sino valernos por nosotros mismos, y tener algo
    con que ayudar al prójimo. Sin embargo, no prosperamos. Mi marido
    trabajaba penosamente en acarrear piedra para la vía férrea, pero no pudo
    obtener lo que se le debía por su labor. Los Hnos. Howland compartían
    generosamente con nosotros cuanto les era posible; pero también ellos
    pasaban penurias. Creían plenamente en el primer mensaje y en el segundo,
    y liberalmente contribuyeron con sus recursos al adelanto de la obra hasta
    verse precisados a vivir de su trabajo diario.
    Mi esposo dejó de acarrear piedra y con su hacha se fue al bosque para
    cortar leña. Con un dolor continuo en su costado trabajaba desde el alba
    hasta el oscurecer, ganando con ello unos cincuenta centavos diarios. No
    obstante, nos esforzamos en mantenernos de buen ánimo y en confiar en el
    Señor. Yo no murmuré. Por la mañana, daba gracias a Dios de que nos
    hubiese conservado la vida durante otra noche, y por la noche le 115
    agradecía que nos hubiese guardado durante otro día.
    Un día que no teníamos nada para comer, mi esposo fue a ver a su
    empleador para pedirle dinero o provisiones. El día era tormentoso y tuvo que
    andar cinco kilómetros de ida y otros tantos de vuelta bajo la lluvia. Vino a
    casa cargado con un saco de provisiones dividido en diferentes
    compartimientos, y así cruzó por el pueblo de Brunswick, donde a menudo
    había dado conferencias. Al verlo entrar en casa, muy fatigado, sentí
    desfallecer mi corazón. Mi primera idea fue que Dios nos había
    desamparado. Le dije a mi esposo: «¿A esto hemos llegado? ¿Nos ha
    dejado el Señor?» No pude contener las lágrimas, y lloré amargamente largo
    rato hasta desmayarme. Oraron por mí. Pronto noté la placentera influencia
    del Espíritu de Dios y deploré haber cedido al desaliento. Nosotros
    deseamos seguir e imitar a Cristo, pero a veces desfallecemos bajo el peso
    de las pruebas y nos distanciamos de él. Los sufrimientos y las pruebas nos
    acercan a Jesús. El crisol consume las escorias y abrillanta el oro.
    Entonces se me mostró que el Señor nos había estado probando para
    nuestro bien, a fin de prepararnos para trabajar en favor del prójimo; que él
    había perturbado nuestra tranquilidad para que no nos arrellanáramos
    cómodamente en nuestro hogar. Nuestra labor había de emplearse en bien
    de las almas, y si hubiésemos prosperado, nos hubiera parecido tan
    agradable el hogar que no hubiéramos querido abandonarlo. Dios permitió
    las pruebas a fin de prepararnos para conflictos todavía más graves con que
    íbamos a tropezar en nuestros viajes. Pronto recibimos cartas de hermanos
    que vivían en diferentes Estados y nos invitaban a visitarlos. Pero no
    teníamos recursos para salir del Estado en que nos hallábamos.
    Contestamos que el camino no estaba abierto delante de nosotros. 116 Me
    pareció imposible viajar con mi hijito, y además no queríamos depender de
    nadie, y cuidábamos de vivir según nuestros medios, resueltos a sufrir antes
    que contraer deudas.
    Antes de mucho, nuestro pequeño Enrique cayó enfermo y empeoró tan
    rápidamente que nos alarmamos mucho. Yacía sin conocimiento; su
    respiración era agitada y penosa. Le dimos remedios, pero sin éxito.
    Llamamos entonces a una persona de experiencia en cuánto a
    enfermedades, y nos dijo que era dudoso que se restableciera. Habíamos
    orado por él, pero no había cambio. Habíamos hecho del niño una excusa
    para no viajar ni trabajar por el bien de otros, y temíamos que el Señor nos lo
    fuera a quitar. Una vez más acudimos al Señor para suplicarle que se
    compadeciese de nosotros y le perdonara la vida al niño,
    comprometiéndonos solemnemente a salir confiados en Dios, para ir
    dondequiera que nos enviase.
    Nuestras peticiones fueron hechas con fervor y en agonía mental. Por la fe
    nos acogimos a las promesas de Dios, y creímos que él oía nuestros
    clamores. La luz del cielo atravesó las nubes y resplandeció sobre nosotros.
    Nuestras oraciones recibieron misericordioso respuesta. Desde aquella hora,
    el niño empezó a restablecerse.
    Primera visita a Connecticut
    Mientras estábamos en Topsham recibimos una carta del Hno. E. L. H.
    Chamberlain, de Middletown, Connecticut, en la que nos instaba a asistir a
    una conferencia que iba a celebrarse en dicho Estado en abril de 1848.
    Resolvimos ir si podíamos obtener los medios. Mi esposo ajustó cuentas con
    su patrón y resultó que éste le debía diez dólares. Con cinco de ellos compré
    prendas de vestir, de que estábamos muy necesitados,117 y después
    remendé el abrigo de mi esposo, añadiendo pedazos hasta en los parches ya
    puestos, a tal punto que era difícil reconocer cuál había sido el primitivo paño
    de las mangas. Con los otros cinco dólares nos costeamos el viaje hasta
    Dorchester, Massachusetts.
    Nuestro baúl contenía casi todo cuanto poseíamos en la tierra; pero en
    cambio gozábamos de placidez de ánimo y tranquilidad de conciencia, cosas
    que apreciábamos mucho más que las comodidades mundanas.
    En Dorchester fuimos a visitar al Hno. Otis Nichols y, al despedirnos, la Hna.
    Nichols le dio a mi esposo cinco dólares con los que costeamos el viaje hasta
    Middletown, Connecticut. En Middletown éramos forasteros, pues nunca
    habíamos visto a ninguno de los hermanos de Connecticut. Sólo nos
    quedaban cincuenta centavos de nuestro dinero. Mi esposo no se atrevió a
    gastarlos en alquilar un carruaje, por lo que, dejando el baúl sobre un montón
    de tablones que había en un depósito de madera cercano, nos fuimos en
    busca de alguien de nuestra fe. Pronto encontramos al Hno, Chamberlain,
    quien nos llevó a su casa.
    La conferencia de Rocky Hill
    La conferencia de Rocky Hill se celebró en un espacioso aposento
    desamueblado de la casa del Hno. Alberto Belden. En una carta dirigida por
    mi esposo al Hno. Stockbridge Howland le decía lo siguiente acerca de la
    reunión:
    «El 20 de abril, el Hno. Belden envió su coche de dos caballos a Middletown
    para recogernos a nosotros y a los demás hermanos de la población.
    Llegamos a este lugar cerca de las cuatro de la tarde, y al cabo de pocos
    minutos llegaron los Hnos. Bates y Gurney. Aquella tarde tuvimos una
    reunión de unas quince personas. El viernes de mañana, sin embargo,
    llegaron 118 más hermanos hasta alcanzar el número de cincuenta, pero no
    todos habían aceptado por completo la verdad. Fue muy interesante la
    reunión de aquel día. El Hno. Bates explicó claramente los mandamientos,
    cuya importancia quedó señaladamente impresa en el corazón de los
    presentes por medio de poderosos testimonios. La predicación tuvo por
    efecto confirmar en la verdad a quienes ya la profesaban, y estimular a
    quienes aún no se habían resuelto por completo».
    Obtención de recursos para visitar el oeste de Nueva
    York
    Dos años antes se me había mostrado que algún día visitaríamos el
    occidente del Estado de Nueva York. Y ahora, poco después de concluida la
    conferencia de Rocky Hill, recibimos una invitación para asistir a la reunión
    general que en el mes de agosto debía celebrarse en Volney, Nueva York. El
    Hno. Hiram Edson nos escribió diciéndonos que la mayoría de los hermanos
    eran pobres, y en consecuencia no podía prometer que harían mucho para
    sufragarnos la estancia, pero que harían cuanto estuviera a su alcance.
    Carecíamos de recursos para el viaje y mi esposo andaba mal de salud: pero
    se le deparó ocasión de trabajar en la siega del heno, y aceptó este trabajo.
    Pareció entonces que debíamos vivir por fe. Al levantarnos cada mañana
    nos arrodillábamos junto a la cama, rogando a Dios que nos diera fuerzas
    para trabajar durante el día, y no podíamos quedar satisfechos sin la
    seguridad de que Dios había oído nuestras oraciones. Después se iba mi
    esposo a manejar la guadaña con las fuerzas que le daba Dios. Al volver a
    casa por la noche, rogábamos de nuevo a Dios que le diera fortaleza para
    obtener recursos con que difundir la verdad. En una carta escrita al Hno.
    Howland con fecha 2 de 119 julio de 1848, decía lo siguiente acerca de esta
    experiencia:
    «Hoy está lloviendo y, por lo tanto, no corto heno, pues de otra suerte no
    escribiría. Siego cinco días para los incrédulos y el domingo para los
    creyentes, y descanso el séptimo día, por lo que me queda muy poco tiempo
    para escribir… Dios me da fuerzas para trabajar con firmeza todo el día… Los
    Hnos. Holt, Juan Belden y yo hemos contratado cien acres de hierba para
    segar (unas cuarenta hectáreas) al precio de ochenta y siete centavos y
    medio el acre (unos cuatro mil metros cuadrados), quedando a nuestro cargo
    la manutención. ¡Alabado sea Dios! Espero reunir unos cuantos dólares para
    emplearlos en la causa del Señor». 120
  15. Actividades en el Oeste de Nueva York en 1848
    DE SU trabajo en la siega del heno obtuvo mi esposo cuarenta dólares, con
    los que, después de comprar alguna ropa, tuvimos lo suficiente para ir a la
    parte occidental del Estado de Nueva York y regresar.
    Estaba yo quebrantada de salud y me era imposible viajar y cuidar a mi
    pequeñuelo Enrique, que entonces tenía diez meses. Así que lo dejamos en
    Middletown confiado a la Hna. Clarisa Bonfoey. Dura prueba era para mí
    separarme de mi hijo; pero no nos atrevimos a permitir que nuestro cariño
    hacia él nos apartara de la senda del deber. Jesús dio su vida para salvarnos,
    ¡Cuán pequeño es cualquier sacrificio que podamos hacer, comparado con el
    suyo!
    En la mañana del 13 de agosto llegamos a la ciudad de Nueva York, y fuimos
    a la casa del Hno. D. Moody. Al día siguiente se nos unieron los Hnos.
    Bates y Gurney.
    Conferencia en Volney
    Nuestra primera reunión general en el occidente del Estado de Nueva York
    comenzó el 18 de agosto en Volney, en la granja del Hno. David Arnold.
    Concurrieron unas treinta y cinco personas – todos los amigos que pudieron
    reunirse en aquella parte del Estado. 121 Pero de los treinta y cinco apenas
    había dos de la misma opinión, porque algunos sustentaban graves errores, y
    cada cual defendía tenazmente su criterio peculiar diciendo que estaba de
    acuerdo con la Biblia.
    Un hermano sostenía que los mil años del capítulo veinte del Apocalipsis
    estaban en el pasado, y que los ciento cuarenta y cuatro mil mencionados en
    los capítulos siete y catorce del Apocalipsis eran los que fueron resucitados
    en ocasión de la resurrección de Cristo.
    Mientras estábamos frente a los emblemas de nuestro Señor moribundo, y
    estábamos por conmemorar sus sufrimientos, este hermano se levantó y
    declaró que él no creía en lo que estábamos por hacer; que la Cena del
    Señor era una continuación de la Pascua, y que debía celebrarse sólo una
    vez al año.
    Esta extraña diferencia de opinión me causó mucha pesadumbre, pues vi que
    se presentaban como verdades muchos errores. Me pareció que con ello
    Dios quedaba deshonrado. Mi ánimo se apenó grandemente y me desmayé
    bajo el pesar. Algunos me creyeron moribunda. Los Hnos. Bates,
    Chamberlain, Gurney, Edson y mi esposo oraron por mí. El Señor escuchó
    las oraciones de sus siervos y reviví.
    Entonces me iluminó la luz del cielo y pronto perdí de vista las cosas de la
    tierra. Mi ángel guiador me hizo ver algunos de los errores profesados por
    los concurrentes a la reunión, y también me presentó la verdad en contraste
    con sus errores. Los criterios discordes, que a ellos les parecían conformes
    con las Escrituras, eran tan sólo su opinión personal acerca de las
    enseñanzas bíblicas, y se me ordenó decirles que debían abandonar sus
    errores y unirse en torno a las verdades del mensaje del tercer ángel.
    Nuestra reunión terminó victoriosamente. Triunfó la verdad. Nuestros
    hermanos renunciaron a 122 sus errores y se unieron en el mensaje del
    tercer ángel; y Dios los bendijo abundantemente y añadió muchos otros a su
    número.
    Visita al Hno. Snow, en Hannibal
    De Volney pasamos a Port Gibson, a unos cien kilómetros de distancia, para
    estar allí, según compromiso anteriormente contraído, los días 27 y 28 de
    agosto. «En nuestro viaje- escribió mi esposo en una carta fechada el 26 de
    agosto y dirigida al Hno. Hastings-, nos detuvimos en casa del Hno. Snow,
    en Hannibal. Hay allí ocho o diez preciosas almas. Los Hnos. Bates,
    Simmons y Edson con su esposa se quedaron toda la noche con ellas. Por
    la mañana Elena fue arrebatada en visión, y mientras estaba en visión
    entraron todos los hermanos. Uno de ellos no estaba de acuerdo con
    nosotros acerca de la verdad del sábado, pero era humilde y bueno. En su
    visión Elena se levantó, tomó la Biblia grande, la sostuvo ante el Señor y
    habló basándose en ella. Luego la llevó a ese humilde hermano, y se la puso
    en los brazos. El la tomó mientras le caían las lágrimas sobre el pecho.
    Luego, Elena vino y se sentó a mi lado. Estuvo en visión una hora y media,
    durante la cual no respiró en absoluto. Fueron momentos conmovedores.
    Todos lloraron mucho de gozo. Dejamos al Hno. Bates con aquellas
    personas, y vinimos acá con el Hno. Edson».
    La reunión de Port Gibson
    La reunión de Port Gibson se realizó en el galpón del Hno. Hiram Edson.
    Había personas presentes que amaban la verdad, pero que escuchaban y
    albergaban el error. Antes del fin de esta reunión, sin embargo, el Señor obró
    en nuestro favor con poder. Se me mostró de nuevo en visión la importancia
    de que los hermanos 123 pongan a un lado sus diferencias y se unan en
    torno a la verdad bíblica.
    Visita al Hno. Harris, en Centerport
    Salimos de la casa del Hno. Edson con la intención de pasar el sábado
    siguiente en la ciudad de Nueva York. Era demasiado tarde ya para tomar el
    barco, de manera que tomamos una lancha, con la idea de trasbordar cuando
    llegara el próximo barco. Al verlo aproximándose, comenzamos a hacer los
    preparativos para abordarlo; pero la embarcación no se detuvo, y nosotros
    tuvimos que saltar a bordo mientras el barco estaba en movimiento.
    El Hno. Bates tenía en la mano el dinero de nuestro pasaje, y le decía al
    capitán del barco: «Aquí tiene esto para pagar el pasaje». Al ver el barco
    moviéndose, él saltó para abordarlo, pero su pie se enganchó en el borde del
    barco, y cayó al agua. Comenzó entonces a nadar hacia el barco, con su
    cartera en una mano, y un billete de un dólar en la otra. Se le cayó el
    sombrero, y al rescatarlo perdió el billete de un dólar, pero retuvo la cartera.
    El barco se detuvo entonces para que él pudiera abordarlo. Sus ropas
    estaban empapadas con el agua sucia del canal, y estábamos cerca de
    Centerport, de manera que decidimos llegar al hogar del Hno. Harris, para
    que el Hno. Bates pudiera arreglarse la ropa.
    Nuestra visita resultó de beneficio a esta familia. Durante años la Hna.
    Harris había sufrido de catarro. Ella había usado rapé para aliviarse de esta
    aflicción, y decía que no podía vivir sin esto. Tenía mucho dolor de cabeza.
    Le recomendamos que fuera al Señor, el gran Médico, quien la sanaría de su
    aflicción. Decidió hacerlo, y tuvimos una reunión de oración en su favor.
    Abandonó completamente el rapé; sus dificultades 124 resultaron
    grandemente aliviadas, y desde ese tiempo su salud fue mejor de lo que
    había sido durante años.
    Mientras estábamos en la casa del Hno. Harris tuve una entrevista con una
    hermana que usaba joyas de oro y sin embargo profesaba esperar la venida
    de Cristo. Le hablamos de las declaraciones expresas de la Escritura contra
    el uso de joyas. Pero ella se refirió a la ocasión en que se le ordenó a
    Salomón embellecer el templo, y a la declaración de que las calles de la
    ciudad de Dios eran de puro oro. Afirmó que si podíamos mejorar nuestra
    apariencia usando joyas, de manera que pudiéramos tener influencia en el
    mundo, esto estaba correcto. Le repliqué que nosotros éramos pobres
    mortales caídos, y que en lugar de decorar nuestros cuerpos porque el
    templo de Salomón estaba gloriosamente adornado, debemos recordar
    nuestra condición caída y que costó el sufrimiento y la muerte del Hijo de
    Dios para redimirnos. Este pensamiento debe causar en nosotros un
    sentimiento de humillación. Jesús es nuestro modelo. Si él abandonara su
    humillación y sufrimientos, y clamara: «Si alguien quiere venir en pos de mí,
    agrádese a sí mismo, y goce del mundo, y será mi discípulo», la multitud lo
    creería y le seguiría. Pero Jesús no se nos presenta de otra manera que
    como el humilde crucificado. Si queremos estar con él en el cielo, debemos
    ser como él fue en la tierra. El mundo reclamará a aquellos que le
    pertenecen. Y quien quiera ser vencedor, debe abandonar lo que es
    mundano.
    Visita a la casa del Hno. Abbey, en Brookfield
    Al día siguiente proseguimos nuestro viaje en barco, y llegamos hasta el
    condado de Madison, Estado de Nueva York. Dejamos entonces el barco,
    alquilamos un carruaje, y recorrimos cuarenta kilómetros hasta 125
    Brookfield, donde estaba el hogar del Hno. Ira Abbey. Siendo que era
    viernes de tarde cuando llegamos a la casa, se propuso que uno de nosotros
    fuera a la puerta e hiciera las averiguaciones del caso, de manera que si nos
    veíamos chasqueados en nuestra esperanza de recibir la bienvenida,
    pudiéramos regresar con el mismo conductor, y pasar el sábado en un hotel.
    La Hna. Abbey llegó hasta la puerta, y mi esposo se introdujo como alguien
    que guardaba el sábado. Ella contestó: «Me alegro de verlo. Pase». El
    replicó: «Hay tres personas más en el carruaje conmigo. Pensé que si todos
    veníamos a la vez la espantaríamos». «Yo nunca me espanté de ver
    cristianos», fue la respuesta. La Hna. Abbey expresó gran gozo al vernos y
    nos dio una calurosa bienvenida, tanto ella como su familia. Cuando el Hno.
    Bates fue introducido ella dijo: «¿Será éste el Hno. Bates que escribió aquel
    libro tan directo sobre el sábado? ¿Y viene a vernos? Yo soy indigna de que
    entréis debajo de mi tejado. Pero el Señor os ha enviado a nosotros; pues
    tenemos hambre de la verdad».
    Se mandó a un niño al campo para comunicar al Hno. Abbey que habían
    llegado cuatro observadores del sábado. El no manifestó apuro, sin
    embargo, por conocernos; porque anteriormente había sido engañado por
    algunos que lo visitaban a menudo. Estos, profesando ser siervos de Dios,
    habían esparcido el error entre la pequeña grey que estaba tratando de
    mantenerse fiel a la verdad. El Hno. y la Hna. Abbey habían luchado contra
    ellos por tanto tiempo, que tenían miedo de volver a tener relación con ellos.
    El Hno. Abbey tenía miedo de que fuéramos de la misma clase. Cuando él
    vino a la casa nos recibió fríamente, y entonces comenzó haciendo unas
    pocas preguntas sencillas y directas con respecto a si guardábamos el 126
    sábado y si creíamos que los mensajes pasados eran de Dios. Cuando tuvo
    evidencias de que veníamos con la verdad, gozosamente nos dio la
    bienvenida.
    Nuestras reuniones en este lugar resultaron una alegría para los pocos que
    amaban la verdad. Nos regocijamos de que el Señor en su providencia nos
    había guiado de esta manera. Gozamos de la presencia de Dios juntos, y
    fuimos consolados al encontrar a unos pocos que habían permanecido firmes
    a través de todo el tiempo del esparcimiento, manteniéndose unidos a los
    mensajes de verdad en medio de las tinieblas que lo espiritualizaban todo y
    manifestaban fanatismo. Esta querida familia nos ayudó en nuestro camino
    de una manera piadosa. 127
  16. Una Visión del Sellamiento*(5)
    AL PRINCIPIAR el santo sábado el 5 de enero de 1849, nos pusimos en
    oración con la familia del Hno. Belden en Rocky Hill, Connecticut, y el
    Espíritu Santo descendió sobre nosotros. Fui arrebatada en visión al lugar
    santísimo, en donde vi a Jesús intercediendo todavía por Israel. En la parte
    inferior de su ropaje llevaba una campanilla y una granada. Entonces vi que
    Jesús no dejaría el lugar santísimo hasta que cada caso estuviese decidido,
    ya para salvación, ya para destrucción, y que la ira de Dios no podía
    manifestarse mientras Jesús no hubiese concluido su obra en el lugar
    santísimo y se hubiese quitado sus vestiduras sacerdotales, para revestirse
    de ropaje de venganza. Entonces 128 Jesús abandonará el lugar que ocupa
    entre el Padre y los hombres, y Dios ya no callará, sino que derramará su ira
    sobre los que rechazaron su verdad. Vi que la cólera de las naciones, la ira
    de Dios, y el tiempo de juzgar a los muertos, eran cosas separadas y distintas
    que se seguían unas a otras. También vi que Miguel no se había levantado
    aún, y que el tiempo de angustia cual no lo hubo nunca no había comenzado
    todavía. Las naciones se están airando ahora, pero cuando nuestro Sumo
    Sacerdote termine su obra en el santuario, se levantará, se pondrá las
    vestiduras de venganza y entonces se derramarán las siete postreras plagas.
    Vi que los cuatro ángeles iban a retener los vientos hasta que estuviese
    hecha la obra de Jesús en el santuario, y que entonces caerían las siete
    postreras plagas. Estas plagas enfurecieron a los malvados contra los justos;
    ellos pensaron que habíamos atraído sobre ellos los juicios de Dios, y que si
    podían raernos de la tierra,129 las plagas se detendrían. Se promulgó un
    decreto para matar a los santos, lo cual hizo que éstos clamaran día y noche
    por su libramiento. Este fue el tiempo de la angustia de Jacob. Entonces
    todos los santos clamaron con angustia de ánimo, y fueron libertados por la
    voz de Dios. Los ciento cuarenta y cuatro mil triunfaron. Sus rostros
    quedaron iluminados por la gloria de Dios.
    Entonces se me mostró una hueste que aullaba de agonía. Sobre sus
    vestiduras estaba escrito en grandes caracteres: «Pesado has sido en
    balanza, y fuiste hallado falto». Pregunté quiénes formaban esta hueste. El
    ángel dijo: «Estos son los que una vez guardaron el sábado, y lo
    abandonaron». Los oí clamar en alta voz: «Creímos en tu venida, y la
    proclamamos con energía». Y mientras hablaban, sus miradas caían sobre
    sus vestiduras y veían lo escrito, y entonces prorrumpían en llanto. Vi que
    habían bebido de las aguas profundas, y hollado el residuo con los pieshabían
    pisoteado el sábado- y que por esto habían sido pesados en balanza
    y hallados faltos.
    Entonces el ángel que me acompañaba me indicó de nuevo la ciudad, donde
    vi a cuatro ángeles que volaban hacia la puerta. Estaban justamente
    presentando al ángel de la puerta la tarjeta de oro. En ese momento vi a otro
    ángel que, volando raudamente, venía de la dirección de la más excelsa
    gloria, y gritaba en alta voz a los demás ángeles mientras algo tremolaba en
    su mano. Le pregunté a mi guía qué significaba aquello, y me respondió que
    por entonces yo no podía ver más, pero que muy pronto me explicaría el
    significado de todas aquellas cosas que veía.
    El sábado por la tarde enfermó uno de nuestros miembros, y pidió que
    oráramos por su salud. Todos nos unimos en súplica al Médico que no yerra
    en caso alguno, y mientras el poder curativo bajaba a sanar al 130 enfermo,
    el Espíritu descendió sobre mí y fui arrebatada en visión.
    Vi a cuatro ángeles que habían de hacer una labor en la tierra y andaban en
    vías de realizarla. Jesús estaba revestido de sus vestiduras sacerdotales.
    Miró compasivamente al pueblo remanente, y alzando las manos exclamó
    con voz de profunda piedad: «¡Mi sangre, Padre; mi sangre, mi sangre, mi
    sangre!» Entonces vi que Dios, sentado en el gran trono blanco, emitía una
    luz en extremo refulgente que derramaba sus rayos sobre Jesús. Después vi
    a un ángel comisionado por Jesús para ir rápidamente a los cuatro ángeles
    que tenían determinada labor que cumplir en la tierra, y agitando algo en su
    mano, clamó en alta voz: » ¡Deteneos! ¡Deteneos! hasta que los siervos de
    Dios estén sellados en la frente».
    Le pregunté a mi ángel acompañante el significado de lo que oía, y qué iban
    a hacer los cuatro ángeles. Me respondió que Dios era quien refrenaba todas
    las potestades, y que ponía sus ángeles a cargo de lo que ocurría en la tierra;
    que los cuatro ángeles tenían poder de Dios para retener los cuatro vientos, y
    que estaban ya a punto de soltarlos; pero que mientras estaban aflojando las
    manos, y cuando los cuatro vientos estaban por soplar, los misericordiosos
    ojos de Jesús vieron al pueblo remanente todavía sin sellar, y alzando las
    manos hacia su Padre intercedió ante él, recordándole que había derramado
    su sangre por ellos. En consecuencia se le mandó a otro ángel que fuera
    velozmente a decir a los cuatro ángeles que retuvieran los vientos hasta que
    los siervos de Dios fuesen sellados en la frente con el sello del Dios vivo. 131
  17. Providencias Alentadoras
    NUEVAMENTE el bien de las almas requirió de mi parte abnegación
    personal. Hubimos de sacrificar la compañía de nuestro pequeñuelo Enrique,
    y continuar la obra mediante una entrega incondicional. Mi salud estaba
    quebrantada, y el llevarme al niño hubiera exigido gran parte de mi tiempo
    para cuidarlo. Esto era una prueba muy dura, pero no me atrevía a permitir
    que mi hijo fuera una dificultad en el camino del deber. Yo creía que el Señor
    nos lo había conservado cuando estuvo muy enfermo, y que, si yo consentía
    en que el niño me impidiese cumplir con mi deber, Dios me lo quitaría. Sola
    ante el Señor, con el corazón contristado y desecha en lágrimas, hice el
    sacrificio, y entregué al cuidado ajeno a mi único hijo.
    Dejamos a Enrique con la familia del Hno. Howland, en quien teníamos
    absoluta confianza. Gustosos aceptaron la carga a fin de que nosotros
    quedáramos en la mayor libertad posible para trabajar por la causa de Dios.
    Comprendíamos que la familia Howland podría cuidar de Enrique mucho
    mejor que si nosotros nos lo llevásemos en nuestros viajes. Sabíamos que le
    sería beneficioso permanecer en un hogar estable y sujeto a firme disciplina,
    para que no sufriese menoscabo su apacible temperamento.
    Me fue penoso separarme de mi hijo. Día y noche se me representaba la
    tristeza de su carita cuando lo 132 dejé; pero con la fortaleza del Señor logré
    apartar aquel recuerdo de mi mente y procuré beneficiar al prójimo.
    Durante cinco años estuvo Enrique al entero cuidado de la familia del Hno.
    Howland. Cuidaron de él sin recompensa alguna, proveyéndole también de
    ropas, excepto las que yo le regalaba una vez al año, como Ana hizo con
    Samuel.
    Curación de Gilberto Collins
    Una mañana de febrero de 1849, mientras la familia del Hno. Howland estaba
    en oración, se me mostró que debíamos ir a Darmouth, Massachusetts.
    Poco después, mi esposo fue a la oficina de correos y trajo una carta del
    Hno. Felipe Collins, quien nos instaba a ir a Darmouth, porque su hijo estaba
    muy enfermo. Fuimos inmediatamente y encontramos que el muchacho, de
    trece años de edad, había estado nueve semanas con tos convulsa y se
    había quedado como esqueleto. Los padres lo creían atacado de
    tuberculosis y se desconsolaban muchísimo al pensar que podían perder a su
    único hijo.
    Nos unimos en oración por el muchacho, rogando fervorosamente al Señor
    que le conservase la vida. Creíamos que sanaría, aunque todas las
    apariencias eran que no podría mejorar. Mi marido lo levantó en brazos, y lo
    paseó por el aposento exclamando: «¡No morirás, sino que vivirás!» Creíamos
    que Dios sería glorificado por su curación.
    Salimos de Darmouth, de donde estuvimos ausentes ocho días. Al volver,
    vino a recibirnos el pequeño Gilberto, que había ganado cerca de dos kilos de
    peso. Encontramos a los padres muy regocijados en Dios por aquella
    manifestación del favor divino. 133
    Curación de la Hna. Temple
    Cuando recibimos la invitación de visitar a la Hna. Hastings, de Nueva
    Ipswich, Nueva Hampshire, quien estaba afligidísima, hicimos de este asunto
    un motivo de oración, y tuvimos la prueba de que el Señor iría con nosotros.
    En el viaje nos detuvimos en Dorchester, con la familia del Hno. Otis Nichol,
    quien nos informó de la aflicción de la Hna. Temple, de Boston. Ella tenía en
    el brazo una llaga que le causaba viva ansiedad, pues se había extendido por
    el repliegue del codo, ocasionándole mucha angustia, sin que de nada
    valieran los remedios humanos a que había acudido. El último esfuerzo
    había hecho pasar la enfermedad a los pulmones, y la asaltaba el temor de
    que a menos que obtuviese remedio inmediato, la enfermedad degenerase
    en tuberculosis.
    La Hna. Temple había solicitado que nos dijeran que fuéramos a orar por
    ella. Fuimos temblorosos, pues en vano habíamos impetrado la seguridad de
    que Dios obraría en su beneficio. Entramos en el aposento de la enferma
    confiando tan sólo en las visibles promesas de Dios. La Hna. Temple tenía
    el brazo en tal estado que no pudimos tocárselo y hubimos de verter aceite
    sobre él. Después nos unimos en oración y reclamamos el cumplimiento de
    las promesas de Dios. Durante la oración, cesaron los dolores del brazo, y
    dejamos a la Hna. Temple muy alegre en el Señor. A nuestra vuelta, ocho
    días más tarde, la encontramos en buena salud y entregada al duro trabajo
    de lavar en la artesa.
    La familia de Leonardo Hastings
    Hallamos a la familia del Hno. Leonardo Hastings profundamente afligida. Su
    esposa salió a recibirnos 134 con lágrimas y exclamó: «El Señor os envía en
    un momento de grandísima necesidad». Tenía un pequeñuelo de ocho
    semanas que, cuando despierto, lloraba sin cesar; y esto extenuaba las
    fuerzas de la madre pues, además, ella era de precaria salud.
    Oramos fervientemente a Dios por la madre, siguiendo las instrucciones del
    apóstol Santiago, y tuvimos la seguridad de que nuestras oraciones eran
    oídas. Jesús estaba en medio de nosotros para quebrantar el poder de
    Satanás y librar al cautivo. Pero también teníamos la seguridad de que la
    madre no recobraría muchas fuerzas hasta que cesaran los llantos de la
    criatura. Ungimos al niño con aceite y oramos por él, creyendo que el Señor
    concedería paz y sosiego a la madre y al niño. Así sucedió. Cesaron los
    llantos del niño y los dejamos a los dos con buena salud.
    Nuestra entrevista con esta querida familia fue muy preciosa. Nuestros
    corazones quedaron unidos y especialmente el de la Hna. Hastings con el
    mío como el de David con el de Jonatán. Esta unión no se perturbó en toda
    la vida.
    Mudanza a Connecticut en 1849(6) En junio de 1849, la Hna. Clarisa M. Bonfoey propuso vivir con nosotros. Sus padres acababan de morir, y una división de los muebles de la casa le había dado 135 todo lo necesario para empezar un nuevo hogar de un pequeña familia. Ella gozosamente nos permitió el uso de estas cosas, y realizó las tareas de nuestra casa. Ocupamos una parte de la casa del Hno. Belden en Rocky Hill. La Hna. Bonfoey era una preciosa hija de Dios. Tenía una disposición alegre y feliz; nunca estaba triste, y sin embargo no era vana ni frívola. Aguas vivas: un sueño(7)
    Mi esposo asistió a ciertas reuniones en Nueva Hampshire y Maine. Durante
    su ausencia estaba yo muy conturbada por temor de que se contagiase de
    cólera, a la sazón en pleno auge. Pero una noche soñé que mientras a
    nuestro alrededor morían muchos de cólera, mi marido propuso que
    fuéramos a dar un paseo. Durante el paseo observé que él tenía los ojos
    inyectados de sangre, el rostro encendido y los labios pálidos. Le manifesté
    mis temores de que fuese fácil presa del cólera, y él me dijo: «Andemos un
    poco más, y te enseñaré un seguro remedio para el cólera».
    Anduvimos algo más, hasta llegar a un puente tendido sobre un río, y de
    pronto mi esposo se arrojó a las aguas y desapareció de mi vista. Quedé
    asustada; pero no tardó en resurgir con un vaso de agua centellante que
    tenía en la mano. La bebió, diciendo: «Esta agua 136 cura todas las
    enfermedades». Se sumergió de nuevo en el río y sacó otro vaso del agua
    límpida, que alzó repitiendo las mismas palabras.
    Me entristecí porque no me había ofrecido de aquella agua, y él me dijo:
    «En el fondo de este río hay un manantial secreto que cura toda clase de
    enfermedades, y quien quiera beber de sus aguas debe sumergirse en
    persona. Nadie puede obtenerla por mano ajena. Cada uno debe
    sumergirse en el agua para obtener el beneficio».
    Según bebía mi esposo el vaso de agua, yo le miraba el semblante. Su
    complexión era natural y gallarda. Denotaba salud y vigor. Al despertarme,
    se habían disipado todos mis temores, y confié a mi esposo al cuidado de un
    Dios misericordioso, creyendo firmemente que me lo devolvería sano y salvo.
    137
  18. Principios de la Obra de Publicaciones
    EN UNA asamblea celebrada en Dorchester, Massachusetts, en noviembre
    de 1848, se me mostró la proclamación del mensaje del sellamiento y el
    deber en que estaban los hermanos de difundir la luz que alumbraba nuestro
    sendero.
    Después de la visión le dije a mi esposo: «Tengo un mensaje para ti. Debes
    imprimir un pequeño periódico y repartirlo entre la gente. Aunque al principio
    será pequeño, cuando la gente lo lea te enviará recursos para imprimirlo y
    tendrá éxito desde el principio. Se me ha mostrado que de este modesto
    comienzo brotarán raudales de luz que han de circuir el globo».
    Mientras estábamos en Connecticut, en el verano de 1849, mi esposo sintió
    el profundo convencimiento de que le había llegado la hora de escribir y
    publicar la verdad presente. Recibió mucho aliento y bendición al resolverse
    a ello. Pero cayó de nuevo en duda y perplejidad al considerar que no tenía
    dinero. Quienes contaban con recursos preferían guardárselos. Por fin,
    desalentado, renunció a la empresa y decidió ir en busca de un campo de
    heno para comprometerse a guadañarlo.
    Al marchar mi esposo de casa, sentí que me sobrecogía un gran peso, y
    quedé desvanecida. Oraron por 138 mí y Dios me bendijo, arrebatándome
    en visión. Vi que el Señor había bendecido y dado fuerzas a mi esposo para
    trabajar en el campo un año antes; que había empleado provechosamente
    los recursos obtenidos de su trabajo); que recibiría el ciento por uno en esta
    vida, y, sí era Fiel, una copiosa recompensa en el reino de Dios; pero que el
    Señor no quería ahora darle fuerzas para trabajar en el campo, porque lo
    tenía destinado a otra labor, y que si se aventuraba a ir a cortar heno, habría
    de dejarlo porque caería enfermo, pues debía escribir, escribir y avanzar por
    fe. Inmediatamente se puso a escribir, y cuando llegaba a un pasaje difícil,
    nos uníamos en oración a Dios a fin de comprender el verdadero significado
    de su Palabra.
    «La verdad presente»
    Un día de julio, mi esposo trajo a casa desde Middletown mil ejemplares del
    primer número de su periódico. Mientras se componía el original, había
    recorrido varias veces a pie, ida y vuelta, la distancia trece kilómetros que nos
    separaba de Middletown pero aquel día le pidió prestado al Hno. Belden un
    carro con su caballo para llevar a casa los ejemplares del periódico.
    Traídas a la casa las valiosas hojas impresas, las pusimos en el suelo, y
    luego se reunió alrededor un pequeño grupo de personas interesadas. Nos
    arrodillamos junto a los periódicos, y, con humilde corazón y muchas
    lágrimas, suplicamos al Señor que otorgase su bendición a aquellos impresos
    mensajeros de la verdad.
    Después que doblamos los periódicos, mi esposo los envolvió en fajas
    dirigidas a cuantas personas él pensaba que los leerían, puso el conjunto en
    un maletín, y los llevo a pie al correo de Middletown. 139
    Durante los meses de julio, agosto y septiembre se imprimieron en
    Middletown cuatro números del periódico, de ocho páginas cada uno.(8) Antes de mandar los ejemplares al correo, los extendíamos siempre ante el Señor y ofrecíamos a Dios fervorosas oraciones mezcladas con lágrimas para que él derramase sus bendiciones sobre los silenciosos mensajeros. Poco después de publicar el primer número, recibimos cartas con recursos destinados a continuar publicando el periódico, y también recibimos las buenas noticias de que muchas almas abrazaban la verdad. El comienzo de esta obra de publicaciones no nos estorbó en nuestra tarea de predicar la verdad, sino que íbamos de población en población, proclamando las doctrinas que tanta luz y gozo nos habían dado, alentando a los creyentes, corrigiendo errores y poniendo en orden las cosas de la iglesia. A fin de llevar adelante la empresa de publicaciones y al propio tiempo proseguir nuestra labor en diferentes partes del campo, el periódico se trasladaba de cuando en cuando a distintas poblaciones. Visita a Maine El 28 de julio de 1849 nació mi segundo hijo, Jaime Edson White. Cuando contaba seis semanas fuimos al estado de Maine, y el 14 de septiembre asistimos a una reunión en Paris. Estaban presentes los Hnos. Bates, Chamberlain, Ralph y otros hermanos y hermanas de Topsham. El poder de Dios descendió a la manera del día del Pentecostés, y cinco o seis de los que por el engaño se habían extraviado en el error y el fanatismo cayeron postrados en el suelo. Los padres confesaron sus faltas a sus hijos, los hijos a sus padres y unos a otros. El Hno. 140 J. N. Andrews exclamó con profundo sentimiento: «Yo cambiaría mil errores por una verdad». Raras veces habíamos presenciado una escena tal de confesión y de súplica a Dios en demanda de perdón. Aquella reunión fue para los hijos de Dios residentes en Paris el comienzo de mejores días y como un oasis en el desierto. El Señor colocaba al Hno. Andrews en condiciones de ser útil en el porvenir, y le daba una experiencia que había de valerle mucho en sus tareas futuras. Avanzando por fe En una reunión celebrada en Topsham, algunos de los hermanos allí presentes manifestaron su deseo de que volviéramos a visitar el Estado de Nueva York; pero mi salud quebrantada oprimía tanto mi ánimo, que les respondí que no me aventuraría a emprender el viaje a menos que el Señor me diese fuerzas para cumplir la tarea. Oraron por mí, y se disiparon las nubes, si bien no cobré las fuerzas que tanto deseaba. Sin embargo resolví avanzar por fe y aferrarme a la promesa: «Bástate mi gracia». Durante el viaje a Nueva York nuestra fe fue puesta a prueba, pero obtuvimos la victoria. Mi fortaleza creció, y me regocijé en Dios. Muchos habían abrazado la verdad desde nuestra primera visita, pero aún quedaba mucho que hacer por ellos, siendo necesaria toda nuestra energía para la obra según se iba abriendo ante nosotros. Residencia en Oswego En los meses de octubre y noviembre de 1849, mientras viajábamos, había quedado en suspenso la publicación del periódico, aunque mi esposo todavía sentía el deber de redactarlo y publicarlo. Alquilamos 141 una casa en Oswego, Nueva York, con muebles que nuestros hermanos nos habían prestado, y nos instalamos en ella. Allí mi esposo escribía, publicaba y predicaba(9)
    Fue necesario que él mantuviera puesta la armadura en todo momento,
    porque a menudo tenía que contender con profesos adventistas que
    defendían el error. Algunos fijaban cierta fecha definida para la venida de
    Cristo. Nosotros aseveramos que ese tiempo pasaría sin que nada ocurriera.
    Entonces trataban de crear prejuicios de parte de todos contra nosotros y
    contra lo que enseñábamos. Se me mostró que aquellos que estaban
    honradamente engañados algún día verían el engaño en que habían caído y
    serían inducidos a escudriñar la verdad. 142
  19. Visitando a la Grey Esparcida
    MIENTRAS estábamos en Oswego, Nueva York, a principios del año 1850, se nos invitó a
    Camden, Nueva York, población situada a unos sesenta y cuatro kilómetros más al este.
    Antes de emprender el viaje, se me mostró la pequeña compañía de creyentes que allí había,
    y entre ellos vi a una mujer que aparentaba hipócritamente mucha piedad y engañaba al
    pueblo de Dios.
    En Camden, Nueva York
    El sábado por la mañana se reunieron unos cuantos para el culto, pero la engañosa mujer no
    estaba presente. Le pregunté a una hermana si todos los creyentes estaban presentes y me
    respondió que sí. La mujer a quien yo había visto en visión vivía a siete kilómetros del lugar y
    la hermana no pensó en ella. Poco después llegó, e inmediatamente reconocí en ella a la
    mujer cuyo verdadero carácter el Señor me había mostrado.
    Durante la reunión la mujer habló largo rato, diciendo que tenía perfecto amor
    y gozaba santidad de corazón, que no tenía pruebas ni tentaciones, sino que
    disfrutaba de perfecta paz y se sometía a la voluntad de Dios.
    Al salir de la reunión volví a casa del Hno. Preston muy entristecida. Aquella
    noche soñé que un gabinete 143 secreto, lleno de basura se abría ante mis
    ojos, y se me dijo que yo debía limpiarlo. A la luz de una lámpara quité la
    basura, y a quienes estaban conmigo les dije que el gabinete había de
    llenarse con objetos valiosos.
    El domingo por la mañana nos reunimos con los hermanos, y mi esposo se
    levantó a predicar sobre la parábola de las diez vírgenes. El no tenía
    facilidad de palabra y propuso que orásemos un rato. Nos inclinamos ante el
    Señor y nos pusimos a orar fervorosamente. La nube negra se desvaneció y
    fui arrebatada en visión, y otra vez se me mostró el caso de aquella mujer.
    La veía en completas tinieblas. Jesús los miraba ceñudamente a ella y a su
    esposo. Aquel temible ceño me hizo temblar. Vi que la mujer obraba
    hipócritamente, pues fingía santidad mientras que su corazón estaba del todo
    corrompido.
    Al salir de la visión, relaté temblorosa pero fielmente lo que había visto. La
    mujer dijo sin turbarse: «Me alegro de que el Señor conoce mi corazón y sabe
    que lo amo. Si vosotros pudierais escudriñar mi corazón, veríais que es puro
    y limpio».
    Algunos de los presentes vacilaban en su ánimo. No sabían si creer lo que el
    Señor me había mostrado, o si dejar que las apariencias prevaleciesen sobre
    el testimonio que yo había dado.
    Poco después de esto, la mujer se sintió sobrecogida de un miedo terrible.
    Llena de horror, empezó a confesar. Fue de casa en casa entre sus
    incrédulos vecinos confesando que el hombre con quien vivía desde hacía
    muchos años no era su marido, y que ella había huido de Inglaterra
    abandonando a un esposo amable y a un hijo. Confesó muchas otras
    maldades. Su arrepentimiento parecía sincero y en varias ocasiones
    restituyó lo que había tomado injustamente.
    Esta experiencia tuvo por efecto que nuestros 144 hermanos de Camden y
    sus vecinos creyeran firmemente que Dios me había revelado cuanto dije, y
    que por amor y misericordia se les había dado el mensaje para salvarlos de
    la decepción y de un error nocivo.
    En Vermont
    En la primavera de 1850 resolvimos visitar a Vermont y Maine. Dejé a mi
    pequeño Edson, a la sazón de nueve meses de edad, al cuidado de la Hna.
    Bonfoey, mientras continuamos nuestro viaje para cumplir la voluntad de
    Dios. Trabajamos duramente, sufriendo muchas privaciones, para lograr muy
    poco. Hallamos a los hermanos y hermanas en confusa dispersión. Casi
    cada uno estaba afectado por algún error, y todos se mostraban celosos por
    sus opiniones personales. A menudo sufríamos intensa angustia de ánimo al
    ver cuán pocos eran los que estaban dispuestos a escuchar la verdad bíblica,
    mientras que se encariñaban ardientemente con el error y el fanatismo.
    Tuvimos que hacer un molesto viaje de sesenta y cinco kilómetros en
    diligencia hasta Sutton, lugar de nuestra cita.
    Sobreponiéndonos al desaliento
    La primera noche después de llegar al lugar de la reunión, el desaliento
    sobrecogió mi ánimo. Traté de vencerlo, pero me parecía imposible dominar
    mis pensamientos. Me apesadumbraba el recuerdo de mis pequeñuelos.
    Habíamos tenido que dejar en el Estado de Maine a uno de dos años y ocho
    meses, y a otro, en el Estado de Nueva York, de nueve meses de edad.
    Acabábamos de efectuar con gran fatiga un viaje molesto, y yo pensaba en
    las madres que en sus tranquilos hogares disfrutaban de la compañía de sus
    hijos. Recordaba nuestra vida pasada y me acudían a la mente las frases de
    una hermana que algunos días antes me había dicho 145 que debía ser muy
    agradable viajar por el país sin ninguna preocupación. Esa era la clase de
    vida que a ella le gustaría llevar. En ese momento preciso, mi corazón se
    sentía anheloso por mis hijos, especialmente por el pequeñuelo de Nueva
    York, y acababa de salir de mi dormitorio, donde había estado batallando con
    mis sentimientos, y, anegada en lágrimas, había buscado al Señor en
    demanda de fuerzas para acallar toda queja, de modo que alegremente
    pudiese negarme a mí misma por causa de Jesús.
    En este estado de ánimo me quedé dormida, y soñé que un ángel alto se
    ponía a mi lado y me preguntaba por qué estaba triste. Le referí los
    pensamientos que me habían conturbado, y dije: «¡Puedo hacer tan poco
    bien! ¿Por qué no podemos estar con nuestros pequeñuelos y disfrutar de su
    compañía?» El ángel respondió: «Has dado al Señor dos hermosas flores
    cuya fragancia le es tan grata como suave incienso, y más valiosa a sus ojos
    que el oro y la plata, porque es ofrenda de corazón. Este sacrificio conmueve
    todas las fibras del corazón como ningún otro. No debes mirar las presentes
    apariencias, sino atender únicamente a tu deber, para la sola gloria de Dios, y
    según sus manifiestas providencias. De este modo el sendero se iluminará
    ante tus pasos. Toda abnegación, todo sacrificio se anota fielmente y tendrá
    su recompensa».
    En el este del Canadá
    La bendición del Señor acompañó nuestra conferencia de Sutton, y una vez
    terminada la reunión, proseguimos nuestro viaje hacia el oriente de Canadá.
    La garganta me molestaba mucho, y no podía hablar en voz alta ni aun
    cuchichear sin sufrimiento. Durante el viaje oramos suplicando fortaleza para
    soportar las fatigas del camino.146
    Así continuamos hasta llegar a Melbourne, donde esperábamos encontrar
    oposición. Muchos de los que decían creer en el próximo advenimiento de
    nuestro Salvador combatían la ley de Dios. Sentíamos la necesidad de que
    Dios nos fortaleciese, y orábamos para que el Señor se manifestara en
    nosotros. Mi más fervorosa oración era que se me curase la garganta y se
    me devolviera la voz. Tuve la prueba de que la mano del Señor me tocó,
    porque al punto desapareció el malestar y se me aclaró la voz. La lámpara
    del Señor brilló sobre nosotros durante la reunión y gozamos de gran libertad.
    Los hijos de Dios quedaron grandemente fortalecidos y alentados.
    Reunión en Johnson, Vermont
    Pronto volvimos a Vermont y celebramos una notable reunión en Johnson.
    Durante el viaje nos detuvimos varios días en casa del Hno. E. P. Butler.
    Supimos que él y otros hermanos del norte de Vermont habían sufrido grave
    perplejidad y pruebas a causa de las falsas enseñanzas y el áspero
    fanatismo de un grupo de personas que pretendían estar completamente
    santificadas y, bajo la capa de santidad, llevaban un género de vida que
    deshonraba el nombre de cristiano.
    Los dos cabecillas del fanatismo eran en conducta y carácter muy
    semejantes a los que cuatro años antes habíamos encontrado en Claremont,
    Nueva Hampshire. Enseñaban la doctrina de la extrema santificación,
    pretendiendo que no podían pecar y que estaban listos para la traslación.
    Practicaban el mesmerismo y aseguraban que recibían iluminación divina
    mientras estaban en una especie de trance.
    No tenían trabajo regular, sino que en compañía de dos mujeres que no eran
    sus esposas, iban de pueblo en pueblo, abusando de la hospitalidad de las
    gentes. Por 147 medio de su sutil influencia mesmérica, se habían
    conquistado muchas simpatías entre los hijos mayores nuestros hermanos.
    El Hno. Butler era un hombre de rígida integridad. Se opuso resueltamente a
    la maligna influencia aquellas fanáticas teorías, y era muy activo en su
    oposición a las falsas enseñanzas y arrogantes pretensiones de aquellos
    hombres. Además nos declaró explícitamente que no creía en visiones de
    ninguna clase.
    Aunque de mala gana, el Hno. Butler consintió asistir a la reunión que
    celebraríamos en Johnson. Los dos caudillos del fanatismo que tanto habían
    engañado y oprimido a los hijos de Dios, llegaron a la reunión en compañía
    de las dos mujeres que iban ataviadas con vestidos de hilo blanco, con la
    negra cabellera caída suelta sobre los hombros. Los trajes de hilo blanco
    querían representar la justicia de los santos.
    Yo tenía un mensaje de reprobación para ellos, y mientras yo hablaba, uno
    de esos dos hombres, el que estaba más adelante, mantuvo fija la vista en
    mí, como habían hecho otros mesmerizadores. Pero yo no temía su
    mesmérica influencia. El cielo me daba fuerzas para sobreponerme a su
    poder satánico. Los hijos de Dios que habían estado en esclavitud
    empezaban a respirar libremente y a regocijarse en el Señor.
    Según proseguía la reunión, estos fanáticos trataban de levantarse para
    hablar, pero no encontraban ocasión para ello. Se les dio a conocer que su
    presencia allí no era grata, y sin embargo quisieron quedarse. Entonces el
    Hno. Samuel Rhodes, agarrando por detrás la silla en que estaba sentada
    una de las dos mujeres, la sacó del local, arrastrándola a través de la galería
    hasta el césped. Después hizo lo propio con la otra mujer. Los dos hombres
    abandonaron el local, pero intentaron volver. 148
    Al concluir la reunión, mientras estábamos orando, uno de los hombres se
    acercó a la puerta y comenzó a hablar. Le cerraron la puerta sin dejarle
    entrar; pero él la abrió de nuevo y se puso a hablar otra vez. Entonces
    descendió el poder de Dios sobre mi esposo, quien, levantándose, extendió
    pálido las manos ante aquel hombre mientras exclamaba: «El Señor no
    necesita aquí tu testimonio. El Señor no quiere que vengáis a distraer y
    molestar aquí a su pueblo».
    El poder de Dios llenó el local. El hombre aquel, aterrado y confundido
    retrocedió a través del vestíbulo hacia otro aposento, dando traspiés y
    tropezando contra la pared, hasta que, recobrando el equilibrio, encontró la
    puerta y salió de la casa. La presencia del Señor, tan penosa para los
    fanáticos pecadores, impresionó con reverente solemnidad a los
    circunstantes. Pero cuando se marcharon los hijos de las tinieblas, la dulce
    paz del Señor descansó sobre nuestra compañía. Después de aquella
    reunión, los falsos y ruines que pretendían perfecta santidad no fueron
    capaces de recobrar su influencia sobre nuestros hermanos.
    Las experiencias de esta reunión nos conquistaron la confianza y el
    compañerismo del Hno. Butler.
    Regreso a Nueva York
    Después de cinco semanas regresamos a Nueva York. En North Brookfield
    nos encontramos con la Hna. Bonfoey y el pequeño Edson. El niño estaba
    muy débil. Había ocurrido un gran cambio en él. Era muy difícil librarlo de
    los pensamientos de murmuración. Pero sabíamos que nuestra única ayuda
    estaba en Dios, de manera que oramos por el niño, y sus síntomas
    mejoraron, y viajamos con él hasta Oswego para asistir a una conferencia
    que se realizaba allí. 149
  20. De Nuevo a la Obra de Publicaciones
    DE OSWEGO fuimos a Centerport, Nueva York, en compañía de los esposos Edson, y nos
    hospedamos en la casa del Hno. Harris, donde publicamos una revista mensual titulada: The
    Advent Review.*(10)
    Esfuerzos de Satanás para obstaculizar nuestro trabajo
    Mi hijo empeoró, y tres veces por día teníamos oración por él. A veces él
    resultaba bendecido, y el progreso de la enfermedad se detenía; luego
    nuestra fe era severamente probada cuando sus síntomas se hacían
    alarmantes.
    Yo me encontraba grandemente deprimida. Preguntas similares a éstas me
    atribulaban: ¿Por qué no estuvo Dios dispuesto a escuchar nuestras
    oraciones y a devolver la salud del niño? Satanás, siempre dispuesto a
    molestar con sus tentaciones, sugería que era porque 150 nosotros no
    llevábamos una vida recta. Yo no podía pensar en ninguna cosa en particular
    en que hubiera agraviado al Señor, y sin embargo un peso agobiante parecía
    oprimir mi espíritu, llevándome a la desesperación. Dudaba de mi aceptación
    por parte de Dios, y no podía orar. No tenía valor ni aun para elevar mis ojos
    al cielo. Sufría intensa angustia mental, hasta que mi esposo buscó al Señor
    en mi favor. El no cejó hasta que mi voz se unió con la de él en procura de
    liberación. La bendición llegó, y yo comencé a tener esperanza. Mi fe
    temblorosa se asió de las promesas de Dios.
    Entonces Satanás actuó de otra manera. Mi esposo cayó gravemente
    enfermo. Sus síntomas eran alarmantes. De a ratos temblaba y sufría un
    dolor agonizante. Sus pies y sus miembros estaban fríos. Yo los frotaba
    hasta que no me quedaban fuerzas. El Hno. Harris estaba a varias millas de
    distancia en su trabajo. Las Hnas. Harris y Bonfoey y mi Hna. Sara eran las
    únicas personas presentes; y yo apenas reunía valor suficiente para
    atreverme a creer en las promesas de Dios. Si alguna vez sentí mi debilidad
    fue entonces. Sabíamos que algo debía hacerse inmediatamente. Momento
    tras momento el caso de mi esposo iba empeorando en forma crítica. Era,
    claramente, un caso de cólera. El nos pidió que oráramos, y no nos
    atrevimos a rehusar hacerlo. Con gran debilidad nos postramos ante el
    Señor con un profundo sentimiento de mi indignidad, coloqué mis manos
    sobre su cabeza y pedí al Señor que revelara su poder. Entonces sobrevino
    un cambio inmediatamente. Regresó el color natural de su cara, y la luz del
    cielo brilló en su semblante. Todos estábamos llenos de una gratitud
    inefable. Nunca habíamos observado una respuesta más notable a la
    oración. 151
    Ese día debíamos salir rumbo a Port Byron para leer las pruebas del
    periódico que se imprimía en Auburn. Nos parecía que Satanás estaba
    tratando de obstaculizar la publicación de la verdad que estábamos
    esforzándonos por colocar delante de la gente. Sentíamos que debíamos
    andar por fe. Mi esposo dijo que iría a Port Byron en busca de las pruebas.
    Lo ayudamos a enjaezar el caballo, y yo lo acompañé. El Señor lo fortaleció
    en el camino. Recibió las pruebas, y una nota que decía que el periódico
    estaría impreso al día siguiente, y que debíamos estar en Auburn para
    recibirlo.
    Esa noche fuimos despertados por los lamentos de nuestro pequeño Edson,
    que dormía en la pieza que estaba encima de la nuestra. Era cerca de
    medianoche. Nuestro hijito se aferraba a la Hna. Bonfoey, y entonces, con
    ambas manos, luchaba contra el aire, y con terror gritaba: «¡No! ¡No!» Y se
    acercaba más aún a nosotros. Sabíamos que éste era el esfuerzo de
    Satanás para molestarnos, y nos arrodillamos en oración. Mi esposo
    reprendió el mal espíritu en el nombre del Señor, y Edson se quedó
    tranquilamente dormido en los brazos de la Hna. Bonfoey, y descansó bien
    toda la noche.
    Entonces mi esposo fue atacado de nuevo. Sentía mucho dolor. Me arrodillé
    al lado de su cama y rogué al Señor que fortaleciera nuestra fe. Yo sabía
    que Dios había obrado en su favor, y reprendí a la enfermedad; no podíamos
    pedirle al Señor que hiciera lo que él ya había hecho. Pero oramos que el
    Señor llevara adelante su obra. Repetimos estas palabras: «Tú has oído la
    oración. Tú has obrado. Creemos sin ninguna duda. ¡Lleva adelante la obra
    que tú has empezado!» Así suplicamos durante horas delante del Señor; y
    mientras estábamos orando, mi esposo se quedó dormido, y 152 descansó
    bien hasta la luz del día. Cuando se levantó estaba muy débil, pero no
    queríamos fijarnos en las apariencias.
    Triunfando por fe
    Confiamos en la promesa de Dios, y determinamos andar por fe. Se nos
    esperaba en Auburn ese día para recibir el primer número del periódico.
    Creíamos que Satanás estaba tratando de obstaculizarnos, y mi esposo
    decidió ir, confiando en el Señor. El Hno. Harris alistó el carruaje, y la Hna.
    Bonfoey nos acompañó. Mi esposo tuvo que ser ayudado para subir al carro,
    y sin embargo con cada kilómetro que recorríamos aumentaban sus fuerzas.
    Manteníamos nuestra mente en Dios, y nuestra fe en constante ejercicio,
    mientras recorríamos el camino, en forma pacífica y feliz.
    Cuando recibimos la revista toda terminada, y viajamos de nuevo a
    Centerport, estábamos seguros de que nos hallábamos en el camino del
    deber. La bendición del Señor descansó sobre nosotros. Habíamos sido
    grandemente abofeteados por Satanás, pero por medio de Cristo que nos
    fortalecía habíamos salido victoriosos. Teníamos un gran atado de
    periódicos con nosotros, que contenían la preciosa verdad para el pueblo de
    Dios.
    Nuestro niño se estaba recuperando, y a Satanás no se le permitió afligirnos
    de nuevo. Trabajamos desde temprano hasta tarde, a veces sin tomarnos el
    tiempo para sentarnos a la mesa para nuestras comidas. Con un periódico a
    un lado, comíamos y trabajábamos al mismo tiempo. Al abusar de mis
    fuerzas para doblar las grandes hojas de papel, me acarreé un fuerte dolor de
    hombro, que por años no me abandonó.
    Estábamos anticipando el viaje al este, y nuestro niño de nuevo estaba
    repuesto para viajar. Tomamos 153 el barco para Utica, y allí nos
    despedimos de la Hna. Bonfoey y de mi Hna. Sara y nuestro hijito, y
    proseguimos nuestro viaje al este, mientras el Hno. Abbey los llevó de vuelta
    consigo a casa. Teníamos que hacer algún sacrificio al separarnos de
    aquellos a quienes nos unían tiernos lazos de afecto; especialmente nuestros
    corazones estaban con Edson, cuya vida había estado en tanto peligro.
    Viajamos entonces a Vermont y estuvimos en una conferencia en Sutton.
    La «Review and Herald»
    En noviembre de 1850 esta revista se publicó en Paris, Maine. Era de mayor
    tamaño, y ostentaba el nuevo título que todavía lleva: Advent Review and
    Sabbath Herald. Nos albergamos en casa del Hno. A. Queríamos vivir con
    economía a fin de sostener el periódico. Los amigos de la causa eran pocos
    y pobres en riquezas mundanas, por lo que aún hubimos de luchar contra la
    pobreza y el mucho desaliento. Teníamos suma solicitud y a menudo nos
    quedábamos hasta medianoche , y a veces hasta las dos o tres de la
    madrugada corrigiendo pruebas de imprenta.
    El excesivo trabajo, los cuidados, las ansiedades y la falta de adecuada y
    nutritiva alimentación, aparte de la exposición al frío en nuestros largos viajes
    de invierno, eran demasiado para mi esposo, quien se rindió a la fatiga.
    Llegó a ser tanta su debilidad que apenas podía ir a la imprenta. Nuestra fe
    fue probada hasta el extremo. Gustosos habíamos sufrido privaciones,
    fatigas y penalidades, y sin embargo, se interpretaban erróneamente
    nuestros motivos, y se nos miraba con desconfianza y celos. Pocos de
    aquellos por cuyo bien habíamos sufrido parecían estimar nuestros
    esfuerzos.
    Estábamos demasiado afligidos para dormir o descansar. Las horas que
    hubiéramos podido dedicar al 154 sueño para recuperarnos, las solíamos
    emplear en responder a largas cartas dictadas por la envidia. Muchas horas
    en que los demás dormían, las pasábamos nosotros en angustioso llanto,
    lamentándonos ante el Señor. Al fin dijo mi esposo: «Mujer, es inútil que
    intentemos luchar por más tiempo. Todas estas cosas me están
    quebrantando, y pronto me han de llevar al sepulcro. No puedo ir más lejos.
    He redactado una nota para el periódico diciendo que me es imposible
    continuar publicándolo». En el momento en que mi esposo cruzaba la puerta
    para llevar la nota a la imprenta, me desmayé. El volvió y oró por mí. Su
    oración fue oída, y me repuse.
    A la mañana siguiente, mientras orábamos en familia, fui arrebatada en visión
    y se me instruyó respecto de estos asuntos. Vi que mi esposo no debía
    desistir de la publicación del periódico, porque Satanás trataba de moverlo a
    dar semejante paso y se valía de varios agentes para lograrlo. Se me mostró
    que debíamos continuar publicándolo, pues el Señor nos sostendría.
    No tardamos en recibir urgentes invitaciones para celebrar conferencias en
    diferentes Estados, y resolvimos asistir a las reuniones generales de Boston,
    Massachusetts; Rocky Hill, Connecticut, y Camden y West Milton, Nueva
    York. Todas estas reuniones fueron de mucho trabajo pero sumamente
    provechosas para nuestros diseminados hermanos.
    Traslado a Saratoga Springs
    Permanecimos en Ballston Spa algunas semanas, hasta instalarnos en
    Saratoga Springs, con el objeto de proceder a la publicación del periódico.
    Alquilamos una casa y pedimos a los esposos Stephen Belden y a la Hna.
    Bonfoey que vinieran. Esta última estaba a la sazón en el Estado de Maine
    cuidando al pequeño 155 Edson. Nos instalamos en la casa con enseres
    prestados. Allí publicó mi esposo el segundo volumen de la Advent Review
    and Sabbath Herald.
    La Hna. Anita Smith, que ya duerme en Jesús, vino a vivir con nosotros y nos
    ayudaba en nuestras tareas. Su ayuda era necesaria. Por entonces mi
    esposo manifestó como sigue sus sentimientos en una carta escrita al Hno.
    Stockbridge Howland, con fecha 20 de febrero de 1852: «Todos estamos
    perfectamente, menos yo. No puedo resistir por más tiempo el doble trabajo
    de viajar y dirigir el periódico. El miércoles pasado trabajamos por la noche
    hasta las dos de la madrugada, plegando y envolviendo el N.º 12 de la
    Review and Herald. Después estuve en la cama tosiendo hasta el amanecer.
    Rogad por mí. La causa prospera gloriosamente. Quizá el Señor ya no
    tendrá necesidad de mí y me dejará descansar en el sepulcro. Espero
    quedar libre del periódico. Lo sostuve en circunstancias completamente
    adversas, y ahora que tiene muchos amigos, lo dejaré voluntariamente con
    tal que se encuentre quien lo dirija. Espero que se me abra el camino. Que
    el Señor lo guíe todo». 156
  21. En Rochester, Nueva York
    EN ABRIL de 1852 nos trasladamos a Rochester, Nueva York, en las
    circunstancias más desalentadoras. A cada paso nos veíamos precisados a
    seguir adelante por fe. Aún estábamos impedidos por la pobreza, y tuvimos
    que practicar la más rígida economía y abnegación. Daré un breve extracto
    de la carta escrita a la familia del Hno. Howland el 16 de abril de 1852:
    «Acabamos de instalarnos en Rochester. Hemos alquilado una casa vieja por
    ciento setenta y cinco dólares al año. Tenemos la prensa en casa, pues de
    no ser así hubiéramos tenido que pagar cincuenta dólares al año por un local
    para oficina. Si pudierais ver nuestro ajuar os sonreiríais. Hemos comprado
    dos camas viejas por veinticinco centavos cada una. Mi esposo me trajo seis
    sillas viejas, en las que no había dos iguales, que le costaron un dólar, y
    después me regaló otras cuatro, también viejas, y sin asiento, por las que
    había pagado sesenta y dos centavos. Pero la armazón era fuerte y con un
    pedazo de dril remedié la falta de asiento. La mantequilla está tan cara que
    no podemos comprarla, ni tampoco las papas. Usamos salsa en vez de
    mantequilla y nabos en lugar de papas. Tomamos nuestras primeras
    comidas en un bastidor de chimenea colocado sobre dos barriles vacíos de
    harina. Nada nos importan las privaciones con tal que adelante la obra de
    Dios. Creemos que la mano del Señor nos guió en llegar a esta población.
    Hay un amplio campo de labor, pero pocos obreros. El sábado pasado
    tuvimos 157 una excelente reunión. El Señor nos refrigeró con su presencia».
    Muerte de Roberto Harmon
    Poco después de que nuestra familia se estableció en Rochester, recibimos
    una carta de mi madre en que nos informaba de la peligrosa enfermedad de
    mi hermano Roberto, que vivía con mis padres en Gorham, Maine. Al recibir
    esta noticia, mi Hna. Sara decidió ir inmediatamente a Gorham.
    Según las apariencias, mi hermano podía vivir solamente unos pocos días;
    sin embargo, en contra de la expectación de todos, vivió seis meses, pero
    sufriendo mucho. Mi hermana lo cuidó fielmente hasta el fin. Tuvimos el
    privilegio de visitarlo antes de su muerte. Fue una reunión emocionante. El
    había cambiado mucho, y sin embargo sus gastadas facciones se hallaban
    iluminadas de gozo. La brillante esperanza del futuro lo sostenía
    constantemente. Tuvimos oraciones en su habitación, y Jesús parecía estar
    muy cerca. Nos vimos obligados a separarnos de nuestro querido hermano,
    no esperando que nos encontraríamos más con él de este lado de la
    resurrección de los justos. Pronto mi hermano descansó en Jesús, con la
    plena esperanza de tener una parte en la primera resurrección.
    Avanzando
    Seguimos llevando a cabo nuestra obra en Rochester entre perplejidades y
    desalientos. El cólera atacó la ciudad, y durante la epidemia se oía toda la
    noche, por las calles, el rodar de las carrozas fúnebres que conducían los
    cadáveres al cementerio de Mount Hope. La epidemia no diezmaba
    únicamente a los pobres, sino que hizo víctimas de todas las clases. Los
    más hábiles médicos murieron y fueron llevados a Mount Hope. Al 158 pasar
    nosotros por las calles de Rochester, encontrábamos casi en cada esquina
    furgones con ataúdes de pino basto, que trasportaban los cadáveres.
    Nuestro pequeñuelo Edson cayó enfermo, y lo llevamos al gran Médico. Lo
    tomé e mis manos, y en el nombre de Jesús conjuré la enfermedad. En
    seguida encontró alivio, y al comenzar una hermana a orar al Señor para que
    lo curase, el pequeñuelo, que sólo tenía tres años, la miró asombrado,
    diciendo: «No hay necesidad de que oréis por mí, porque el Señor me ha
    sanado». Estaba muy débil, pero la enfermedad no siguió adelante. Sin
    embargo, no cobraba fuerzas. Todavía iba a ponerse a prueba nuestra fe.
    En tres días Edson no probó alimento.
    Teníamos compromisos para dos meses, que abarcaban desde Rochester,
    Nueva York, hasta Bangor, Maine; y este viaje lo liaríamos en nuestro
    carruaje cubierto y con nuestro buen caballo Charlie, que nos fueron dados
    por los hermanos de Vermont. Casi no nos atrevíamos a dejar al niño en un
    estado tan crítico, pero decidimos ir, a menos que empeorara. Dentro de dos
    días debíamos comenzar nuestro viaje para llegar a tiempo a nuestra primera
    cita. Presentamos el caso delante del Señor, tomando como prueba, de que
    si el niño tenía apetito para comer, nosotros nos aventuraríamos. El primer
    día no hubo mejoría. El no podía tomar ningún alimento. Al día siguiente,
    cerca de mediodía pidió caldo, y esto lo fortaleció.
    Comenzamos nuestro viaje esa tarde. Cerca de las cuatro de la tarde tomé a
    mi hijo enfermo sobre una almohada y viajamos 35 kilómetros. El parecía
    estar muy nervioso esa noche. No podía dormir, y yo lo tuve en mis brazos
    casi toda la noche.
    A la mañana siguiente consultamos juntos si debíamos regresar a Rochester
    o continuar el viaje. La 159 familia que nos había alojado nos dijo que si
    proseguíamos, tendríamos que enterrar al niño en el camino, lo cual parecía
    ser así. Pero no me atrevía a regresar a Rochester. Creíamos que la
    aflicción del niño era obra de Satanás, para impedirnos viajar. Y no cedimos
    ante él. Le dije a mi esposo: «Si regresamos puedo descontar que el niño
    morirá. Si seguimos viajando, lo más que puede ocurrir es que muera.
    Continuemos nuestro viaje, confiando en el Señor».
    Teníamos delante de nosotros un viaje de 160 kilómetros para hacer en dos
    días, pero creíamos que el Señor obraría en nuestro favor en ese tiempo de
    extrema necesidad. Yo estaba muy agotada, y temía dormirme y que el niño
    se me cayera de los brazos; de manera que lo apoyé en mi regazo, y lo até a
    mi cintura, y ambos dormimos aquel día durante gran parte del viaje. El niño
    revivió y continuó fortaleciéndose a través de toda la gira, y lo trajimos de
    vuelta a casa bien robusto.
    El Señor nos bendijo mucho en nuestro viaje a Vermont. Mi esposo tenía
    mucha preocupación y trabajo. En las diferentes reuniones realizó la mayor
    parte de las predicaciones, vendió libros y trabajó para extender la circulación
    del periódico. Cuando terminaba una conferencia, nos apresurábamos a la
    próxima. A mediodía alimentábamos el caballo al lado del camino, y
    comíamos nuestra merienda. Entonces mi esposo, apoyando su papel de
    escribir sobre la caja en la que teníamos el almuerzo o en la parte superior de
    su sombrero, escribía artículos para la Review y el Instructor.
    Conversión del capataz de la imprenta
    Mientras estábamos ausentes de Rochester en esta gira al este, el capataz
    de la imprenta fue atacado de cólera. Era un joven no convertido. La señora
    de la 160 casa donde él se hospedaba murió de la misma enfermedad, y
    también su hija. Entonces él cayó, y nadie se aventuraba a cuidar de él,
    porque temían la enfermedad. Algunas personas de la imprenta lo cuidaron
    hasta que la enfermedad pareció detenida, y entonces lo llevaron a nuestra
    casa. Tuvo una recaída, y el médico que lo asistía se esforzó en sumo grado
    para salvarle la vida, pero por fin le dijo al paciente que su caso era
    desesperado, y que no podría sobrevivir esa noche. Los que se interesaban
    en el joven no podían soportar la idea de verlo morir sin esperanza. Oraron
    en torno a su cama mientras él pasaba por una gran agonía. El también oró
    que el Señor tuviera misericordia de él, y perdonara sus pecados. Sin
    embargo no obtuvo ningún alivio. Continuó teniendo calambres y agitación
    en medio de una agitada agonía. Los hermanos continuaron orando toda la
    noche para que el Señor le salvara la vida a fin de que se arrepintiera de sus
    pecados y guardara los mandamientos de Dios. Al fin pareció consagrarse a
    Dios, y le prometió al Señor que observaría el sábado y le serviría. Pronto se
    alivió.
    A la mañana siguiente llegó el médico, y al entrar dijo: «A la una de la
    mañana le dije a mi esposa que con toda probabilidad el joven ya había
    dejado de sufrir». Pero le comunicaron que estaba vivo. El médico estaba
    sorprendido, e inmediatamente subió las escaleras en dirección a su
    habitación. Al tomarle el pulso dijo: «Joven, Ud. está mejor; la crisis ha
    pasado; pero no fue mi habilidad médica la que lo salvó, sino un poder
    superior. Con buen cuidado, Ud. mejorará». Mejoró rápidamente, y pronto
    ocupó su lugar en la imprenta, como un hombre convertido.
    Natanael y Ana White
    Después que regresamos del viaje del este, se me 161 mostró que
    estábamos en peligro de asumir cargas que Dios no exigía que lleváramos.
    Teníamos que hacer una parte en la causa de Dios, y no debíamos
    recargarnos aumentando nuestra familia para gratificar los deseos de
    algunos. Vi que con el propósito de salvar almas debemos estar dispuestos a
    llevar responsabilidades; y que debíamos abrir la puerta para que el hermano
    de mi esposo, Natanael, y su hermana Ana, vinieran a vivir con nosotros.
    Ambos eran inválidos, y sin embargo, les extendimos una cordial invitación
    para venir a nuestro hogar. Ellos aceptaron la invitación.
    Apenas vimos a Natanael, temimos que la tuberculosis lo llevara a la tumba.
    El color rojo propio de la tisis estaba ya en sus mejillas, y sin embargo
    esperábamos y orábamos que el Señor le salvara la vida, y que sus talentos
    fueran empleados en la causa de Dios. Pero el Señor vio bueno obrar de
    otra manera.
    Natanael y Ana aceptaron la verdad lentamente pero con mucha
    comprensión. Ponderaron las evidencias de nuestra posición, y en forma
    concienzuda se decidieron por la verdad. El 6 de mayo de 1853 le
    preparamos la cena a Natanael, pero pronto él dijo que se estaba
    desmayando, y que sabía que estaba por morir. Mandó a buscarme, y tan
    pronto como yo entré en la habitación, supe que se estaba muriendo. Le dije:
    «Querido Natanael, confía en Dios. El te ama, y tú lo amas a él. Confía en él
    como un hijo confía en sus padres. No te aflijas. El Señor no te abandonará».
    El contestó: «Sí, sí». Oramos, y él respondió: «Amén, ¡alabado sea el Señor!»
    No parecía sentir dolor, no gimió ni una sola vez, ni luchó, ni movió un
    músculo de su cara, sino que su respiración se fue haciendo más y más
    corta, hasta que cayó dormido, a los 22 años de edad. 162
  22. Avanzando bajo Dificultades
    DESPUES de la muerte de Natanael, ocurrida en mayo de 1853, mi esposo
    quedó muy afectado en su salud. Los problemas y la ansiedad mental lo
    habían postrado. Tenía fiebre alta y debía guardar cama. Nos unimos en
    oración en su favor; pero aunque aliviado, todavía permanecía muy débil.
    Tenía citas que cumplir en Mill Grove, Estado de Nueva York, y en Michigan,
    pero temía no poder cumplir con esos compromisos. Decidimos, sin
    embargo, aventuramos a ir hasta Mill Grove, y si él no mejoraba, regresar a
    casa. Mientras estábamos en la casa del pastor R. F. Cottrell, en Mill Grove,
    él padecía de extrema debilidad, y creía que no podía ir más lejos.
    Nos encontrábamos en gran perplejidad. ¿Debíamos permitir que las
    enfermedades físicas nos desviaran de la obra? ¿Se le permitiría a Satanás
    ejercer su poder sobre nosotros, y luchar para anular nuestra utilidad y
    quitarnos la vida, por tanto tiempo como estuviéramos en el mundo?
    Sabíamos que Dios podía limitar el poder de Satanás. El podía permitir que
    fuéramos probados en el horno, pero nos sacaría de él purificados y mejor
    preparados para su obra.
    Yo fui a la cabaña rústica que estaba cerca, y allí derramé mi alma delante de
    Dios en oración 163 rogándole que él reprendiera la enfermedad y
    fortaleciera a mi esposo para que pudiera soportar el viaje. El caso era
    urgente, y mi fe se asió firmemente de las promesas de Dios. Allí obtuve la
    evidencia de que si proseguíamos con nuestro viaje a Michigan, el ángel de
    Dios iría con nosotros. Cuando le relaté a mi esposo lo que yo pensaba, él
    me confesó que había estado pensando de la misma manera, y así
    decidimos ir, confiando en el Señor. Mi esposo estaba tan débil que no podía
    abrochar las correas de su valija, y llamó al Hno. Cottrell, para que se lo
    hiciera.
    Con cada kilómetro que viajábamos él se sentía más fuerte. El Señor lo
    sostuvo, y mientras él predicaba la palabra, sentí la seguridad de que los
    ángeles de Dios estaban a su lado.
    Primera visita a Michigan
    En la localidad de Jackson, Estado de Michigan, encontramos una iglesia que
    se hallaba en gran confusión. Mientras yo estaba entre los hermanos, el
    Señor me instruyó con respecto a su condición, y traté de presentar un
    testimonio directo. Algunos rehusaron escuchar el consejo dado, y
    comenzaron a luchar contra mi testimonio; y aquí empezó lo que más tarde
    se conoció con el nombre de Partido del Mensajero.
    Con respecto a nuestras labores en esta gira, entre los grupos de creyentes
    observadores del sábado de Michigan, escribí lo siguiente en una carta
    fechada el 23 de junio de 1853:
    «Mientras estaba en Michigan visité Tyrone, Jackson, Sylvan, Bedford y
    Vergennes. Mi esposo, con la fuerza de Dios, soportó bien el viaje y el
    trabajo. Solamente una vez fallaron sus energías. No pudo predicar en
    Bedford. Fue al lugar de la reunión, y se puso de pie en el púlpito para
    predicar, pero se desmayaba y se vio 164 obligado a sentarse. Le pidió al
    pastor J. N. Loughborough que continuara el tema donde él lo había dejado, y
    finalizara el discurso. Entonces salió de la casa al aire libre, y se acostó
    sobre el pasto verde hasta que más o menos se sintió recuperado. El Hno.
    Kelsey le permitió tomar su caballo, y cabalgó solo como dos kilómetros y
    medio hasta la casa del Hno. Brooks.
    «El Hno. Loughborough continuó con el tema con mucha libertad. Todos
    estaban interesados en la reunión. El Espíritu del Señor descansó sobre mí, y
    tuve perfecta libertad para dar mi testimonio. El poder de Dios estaba en la
    casa, y casi cada uno de los presentes se sintió conmovido hasta las
    lágrimas. Algunos se decidieron por el Señor en forma definida.
    «Después que terminó la reunión continuamos viaje en nuestro carruaje por
    entre los bosques hasta un hermoso lago, donde seis personas fueron
    sumergidas con Cristo en las aguas del bautismo. Regresamos entonces a la
    casa del Hno. Brooks, y encontramos a mi esposo más cómodo. Mientras
    estaba solo ese día, su mente había estado pensando en el tema del
    espiritismo, y allí decidió escribir el libro titulado Signs of the Times.
    «Al día siguiente viajamos a Vergennes, recorriendo ásperos caminos y
    lodazales. Yo hice gran parte del viaje en una condición casi desfalleciente;
    pero nuestros corazones se elevaban a Dios en oración en procura de fuerza,
    y en él encontramos un pronto auxilio, y pudimos realizar el viaje, y dar
    nuestro testimonio allí».
    Escribiendo y viajando
    Pronto después de nuestro regreso a Rochester, Nueva York, mi esposo se
    ocupó en escribir el libro Sings of the times. El todavía estaba débil, y podía
    dormir 165 solamente poco tiempo, pero el Señor fue su sostén. Cuando su
    mente se hallaba en estado confuso y sufriente, nos inclinábamos delante de
    Dios, y en nuestra aflicción clamábamos a él. El oía nuestras fervientes
    plegarias, y a menudo bendecía a mi esposo, de manera que con un espíritu
    aliviado continuaba con su trabajo. Muchas veces en el día nos
    presentábamos delante del Señor de esta manera, en ferviente oración. Ese
    libro no fue escrito con la propia fuerza de mi esposo.
    En el otoño de 1853 asistimos a algunas conferencias que se realizaron en
    Buck Bridge, Nueva York; Stowe, Vermont; Boston, Dartmouth y Springfield,
    Massachusetts; Washington, Nueva Hampshire; y New Have, Vermont. Este
    fue un viaje trabajoso y más bien desanimador. Muchos habían abrazado la
    verdad, pero no habían sido santificados en su corazón y en su vida.
    Elementos de lucha y rebelión se hallaban en acción, y era necesario que se
    realizara un movimiento para purificar la iglesia.
    Liberación de la enfermedad
    En el invierno y la primavera yo sufrí mucho de un mal del corazón. Me era
    difícil respirar mientras estaba acostada, y no podía dormir a menos que
    estuviera en una posición casi sentada. En el párpado de mi ojo izquierdo
    tenía una inflamación que parecía ser cáncer. Había estado creciendo
    constantemente por más de un año, hasta llegar a ser muy dolorosa, y me
    afectaba la visión.
    Un célebre médico que daba consejos gratuitos visitó Rochester, y yo decidí
    pedirle que me examinara el ojo. El pensó que el crecimiento pudiera ser
    cáncer. Pero al tomarme el pulso dijo: «Usted está muy enferma, y morirá de
    apoplejía antes que ese crecimiento 166 se abra. Está en una condición
    peligrosa por su enfermedad del corazón». Esto no me alarmó porque estaba
    consciente de que a menos que viniera un alivio rápido estaba destinada a la
    tumba. Otras dos mujeres que habían venido para recibir consejo padecían
    de la misma enfermedad. El médico afirmó que yo estaba en una condición
    más peligrosa que cualquiera de ellas, y que no pasarían más de tres
    semanas antes que me viera afligida de parálisis.
    Después de unas tres semanas desfallecí y caí al suelo, y permanecí casi
    inconsciente durante 36 horas. Se temió que muriera, pero en respuesta a la
    oración, reviví. Una semana más tarde recibí un shock en mi costado
    derecho. Tuve una sensación extraña de frialdad e insensibilidad en la
    cabeza, y fuerte dolor en las sienes. Mi lengua parecía pesada y entumecida;
    no podía hablar con claridad. Mi brazo izquierdo y mi costado estaban
    paralizados.
    Los hermanos y hermanas se reunieron para hacer de mi caso un motivo
    especial de oración. Recibí la bendición de Dios, y tuve la seguridad de que
    él me amaba; pero el dolor continuó, y seguí debilitando hora tras hora. De
    nuevo los hermanos y hermanas se reunieron para presentar mi caso al
    Señor. Yo esta tan débil que no podía orar en voz alta. Mi aspecto parecía
    debilitar la fe de los que me rodeaban. Entonces las promesas de Dios me
    fueron presentadas como nunca las había visto hasta entonces. Me parecía
    que Satanás se estaba esforzando por arrancarme del la de mi esposo y de
    mis hijos para enviarme a la tumba, y estas preguntas surgían en mi mente:
    ¿Puedes tú creer en la directa promesa de Dios? ¿Puedes caminar por fe,
    cualesquiera sean las apariencias? La fe revivió. Yo le susurré a mi esposo:
    «Creo que me recuperaré». El contestó: «Ojalá yo pudiera creerlo». Me dormí
    esa 167 noche sin alivio y, sin embargo, descansando con firme confianza en
    la promesa de Dios. No podía dormir, pero continué mi oración silenciosa.
    Precisamente antes de que rompiera el alba me quedé dormida.
    Me desperté a la salida del sol, perfectamente liberada del dolor. ¡Oh, qué
    cambio! Me parecía que un ángel de Dios me había tocado mientras dormía.
    La presión que sentía sobre el corazón había desaparecido, y me sentía muy
    feliz. Estaba llena de gratitud. La alabanza a Dios estaba en mis labios.
    Desperté a mi esposo y le relaté la obra maravillosa que el Señor había
    hecho por mí. Al principio él apenas pudo comprenderlo; pero cuando me
    levanté y me vestí y caminé por la casa, él pudo alabar a Dios conmigo. Mi
    ojo enfermo dejó de dolerme. En unos pocos días la hinchazón desapareció
    y mi visión fue totalmente restaurada. La obra fue completa.
    De nuevo fui a ver al médico, y tan pronto como él me tomó el pulso dijo:
    «Señora, un cambio completo ha ocurrido en su sistema; pero las dos
    mujeres que me visitaron para pedir consejo cuando usted estuvo la última
    vez, ambas han muerto». Después de salir, el médico le dijo a una de mis
    amistades: «Su caso es un misterio. No lo entiendo».
    Visita a Michigan y Wisconsin, 1854
    En la primavera de 1854 volvimos a visitar Michigan, y aunque tuvimos que
    recorrer caminos escabrosos y atravesar pantanos cenagosos, no desfalleció
    mi fortaleza. Sentíamos que era el deseo del Señor que visitáramos
    Wisconsin, y en Jackson nos dispusimos a emprender el viaje y tomar el tren
    a última hora de la noche.
    Mientras nos estábamos preparando para ir a tomar el tren, sentimos una
    honda y solemne emoción, 168 y convinimos en orar un rato; y al
    entregarnos de nuevo a Dios, no pudimos reprimir las lágrimas. Fuimos a la
    estación con un sentimiento de profunda solemnidad. Al subir al tren,
    procuramos acomodarnos en un coche delantero que tenía asientos con altos
    respaldos, esperando así poder dormir algo aquella noche; pero el coche ya
    estaba lleno, y pasamos al siguiente; allí encontramos asiento. No me quité
    el sombrero como solía hacer cuando viajaba de noche, sino que conservé el
    maletín en la mano como si esperase algo. Mi esposo y yo nos
    comunicamos nuestros singulares sentimientos.
    Se habría alejado el tren unos cinco kilómetros de Jackson cuando empezó a
    dar violentas sacudidas de avance y retroceso, hasta que al fin se detuvo.
    Abrí la ventanilla y vi que uno de los coches tenía levantado un extremo hasta
    el punto de estar casi completamente vertical, y de él salían agonizantes
    gemidos en medio de una gran confusión. La máquina se había descarrilado,
    pero el coche en que íbamos nosotros se había quedado en los rieles,
    separado unos treinta metros de los demás. El enganche no estaba roto,
    sino que nuestro coche se había desprendido del precedente como por la
    mano de un ángel. El furgón de equipajes no sufrió mucho daño y nuestro
    voluminoso baúl lleno de libros quedó indemne. El coche de segunda clase
    resultó destrozado por completo, y sus astillas, con los viajeros, se
    esparcieron por ambos lados de la vía. El coche en que nosotros habíamos
    tratado de conseguir asiento quedó muy maltrecho, y uno de sus extremos se
    elevaba sobre el montón de ruinas. De la catástrofe resultaron cuatro
    pasajeros muertos o mortalmente heridos, y muchos otros heridos de
    gravedad. Tuvimos la seguridad de que Dios había enviado a un ángel para
    salvarnos la vida. 169
    Regresamos a casa del Hno. Cirenco Smith, cerca de Jackson, y al día
    siguiente tomamos el tren para Wisconsin. Dios bendijo nuestra visita a ese
    Estado. A consecuencia de nuestros esfuerzos se convirtieron muchas
    almas. El Señor me fortaleció para soportar el fatigoso viaje.
    Regreso a Rochester
    Volvimos a Wisconsin muy fatigados, deseosos de descansar, pero
    quedamos muy tristes al encontrar a la Hna. Ana muy afligida. La enfermedad
    había hecho presa de ella, y estaba muy débil. Las pruebas se multiplicaban
    a nuestro alrededor. Teníamos muchas congojas. Los empleados de la
    imprenta se hospedaban en nuestra casa, y éramos de quince a veinte en
    familia. Las reuniones del sábado y las conferencias se celebraban en
    nuestra casa. No teníamos un sábado tranquilo, porque algunas hermanas
    solían quedarse todo el día con sus chiquillos, y generalmente nuestros
    hermanos y hermanas no consideraban las incomodidades, cuidados y
    gastos suplementarios que con ello nos traían. Y como los empleados de la
    oficina cayeron enfermos uno tras otro y necesitaban especial cuidado, yo
    temía que al fin nos rendiría la ansiedad con el excesivo trabajo. A menudo
    pensaba que ya no podía resistir más. Pese a que las dificultades
    aumentaban vi con sorpresa que no nos vencían. Aprendimos la lección de
    que era posible sobrellevar más pruebas y sufrimientos de los que habíamos
    imaginado en un principio. El vigilante ojo del Señor estaba fijo en nosotros
    para evitar nuestra destrucción.
    El 29 de agosto de 1854, el nacimiento de Guillermo añadió nueva
    responsabilidad a nuestra familia, y me distrajo de algunas de las
    tribulaciones que me rodeaban. Entonces recibimos el primer número del
    170
    periódico falsamente titulado El Mensajero de la Verdad.*(11) Los que en este periódico
    nos calumniaban habían sido reprobados por sus faltas y errores. No soportaron la
    reprobación, y secretamente al principio y abiertamente después, emplearon su influencia
    contra nosotros.
    El Señor me había mostrado el carácter y el resultado final de este grupo. El
    enojo del Señor se dirigía contra cuantos estaban relacionados con dicho
    periódico y su mano se alzaba contra ellos, de suerte que aunque durante
    algún tiempo pudiesen prosperar, y engañar a algunas personas sinceras, la
    verdad triunfaría con el tiempo, y todas las almas honradas se librarían del
    engaño que las había aprisionado, y se apartarían de la influencia de
    aquellos malvados contra quienes estaba la mano de Dios, y por lo tanto,
    habían de hundirse.
    Muerte de Ana White
    La Hna. Ana continuó mal de salud. Su padre y su madre y su hermana
    mayor vinieron de Maine para visitarla en su aflicción. Ana estaba tranquila y
    de buen ánimo. Ella había anhelado grandemente esta entrevista con sus
    padres y hermana. Se despidió de ellos, cuando salieron para regresar a
    Maine, con la idea de que no se encontraría más con ellos hasta que Dios
    llame a sus fieles a la salud y la inmortalidad.
    En los últimos días en que estaba enferma, con sus 171 propias manos
    temblorosas ella arregló sus cosas, dejándolas en perfecto orden, y
    disponiéndolas de acuerdo a su criterio. Expresó un gran deseo de que sus
    padres aceptaran el sábado, y vivieran cerca de nosotros. «Si yo creyera que
    esto ocurriría alguna vez -dijo ella-, yo moriría perfectamente satisfecha».
    El último trabajo realizado por su mano temblorosa y delgada fue escribir unas pocas líneas a
    sus padres. ¿Y no consideró Dios sus últimos deseos y oraciones en favor de sus padres?
    En menos de dos años, el padre y la madre White estaban observando el sábado bíblico,
    felizmente instalados, a menos de treinta metros de nuestra puerta. Habíamos conservado a
    Ana con nosotros; pero nos vimos obligados a cerrarle los ojos en la muerte y colocarla para
    descansar. Por largo tiempo ella había mantenido su esperanza en Jesús, y esperaba con
    grata anticipación la mañana de la resurrección. La colocamos al lado del querido Natanael,
    en el cementerio Mount Hope. 172
  23. Traslado a Michigan
    EN 1855 los hermanos de Michigan abrieron el camino para trasladar a Battle
    Creek la obra de publicaciones. Por esa fecha mi esposo debía entre dos y
    tres mil dólares, sin que para saldar la deuda contara con otra cosa que una
    reducida cantidad de libros y varias facturas de venta, entre ellas algunas de
    dudoso cobro. Parecía como si la causa se hubiese paralizado. Los pedidos
    de publicaciones eran pocos y de escasa importancia. Mi esposo andaba
    mal de salud. Le aquejaba una fuerte tos con irritación de los pulmones, y
    tenía abatido el sistema nervioso. Temíamos que muriera antes de poder
    librarse de la deuda.
    Seguridades consoladoras.
    Aquellos días fueron muy tristes. Yo veía huérfanos a mis tres pequeñuelos,
    y me asaltaban dudas como las siguientes: Si mi esposo muere por haber
    trabajado con exceso en la causa de la verdad presente, ¿quién reconocerá
    lo que ha sufrido? ¿Quién sabrá cuánta carga sobrellevó durante años, y los
    extremos cuidados que apesadumbraron su ánimo, quebrantaron su salud y
    lo arrastraron prematuramente al sepulcro, dejando a su familia miserable y
    desvalida? Yo solía preguntarme: ¿No cuidará Dios de estas cosas?
    ¿Pasarán ellas inadvertidas? Yo me consolaba al saber que hay un Ser que
    juzga rectamente, y que todo sacrificio, 173 toda abnegación, todo llanto de
    angustia sufrido por su causa, queda fielmente registrado en el cielo y ha de
    obtener su recompensa. El día del Señor declarará y esclarecerá cosas que
    todavía no han sido descubiertas.
    Se me mostró que Dios se proponía restablecer gradualmente a mi esposo, y
    que nosotros debíamos ejercer firmemente nuestra fe, pues Satanás nos
    embestiría con furia con cada esfuerzo que hiciésemos. Habíamos de
    prescindir de las apariencias y creer. Tres veces por día nos postrábamos
    solos ante el Señor, y orábamos fervorosamente por el restablecimiento de la
    salud de mi esposo. El Señor se dignó escuchar nuestras ardientes súplicas,
    y mi esposo empezó a mejorar. Y no puedo expresar mejor los sentimientos
    que entonces me embargaban, que por la transcripción de los siguientes
    extractos de una carta que escribí a la Hna. Howland:
    «Me siento agradecida por tener ahora a mis hijos conmigo, bajo mi propio
    cuidado.*(12) Durante unas cuantas semanas he venido sintiendo hambre y
    sed de salvación, y hemos gozado casi sin interrupción de la comunión con
    Dios. ¿Por qué quedarnos alejados del manantial cuando podemos ir a él y
    beber? ¿Por qué morirnos por falta de pan, cuando hay un granero lleno,
    abundante y gratuito? ¡Oh, alma mía, sáciate en él, y bebe diariamente de los
    goces celestiales! No callaré. La alabanza a Dios está en mi corazón y
    sobre mis labios. Podemos regocijarnos con la plenitud del amor de nuestro
    Salvador. Podemos regalarnos con su excelente gloria. Mi alma da
    testimonio de ellos. Mi lobreguez ha sido disipada por esta preciosa luz, y
    nunca 174 podré olvidarlo, Señor, ayúdame a recordarte vivamente.
    ¡Despertaos, energías todas de mi alma! ¡Despierta, oh alma. y adora a tu
    Redentor por su prodigioso amor!
    «Puede ser que nuestros enemigos triunfen. Pueden decir palabras acerbas,
    y fraguar con la lengua calumnias, engaños y mentiras; no nos
    conmoveremos. Sabemos en quién creímos. No hemos corrido en vano, ni
    trabajado en vano. Llegará un día de ajuste de cuentas, en que todos serán
    juzgados según las obras hechas en el cuerpo. Es cierto que el mundo es
    oscuro. Puede fortalecerse la oposición. Pueden envalentonarse en su
    iniquidad el burlador y el escarnecedor. Sin embargo, por ninguna de estas
    cosas seremos conmovidos, sino que para obtener fuerza nos apoyaremos
    en el brazo del Omnipotente».
    Cambio de condiciones
    Desde que nos trasladamos a Battle Creek, el Señor volvió favorables
    nuestras condiciones adversas. En Michigan encontramos cariñosos amigos
    dispuestos a compartir nuestras cargas y proveer a nuestras necesidades.
    Antiguos y probados amigos del centro de Nueva York, Nueva Inglaterra y,
    especialmente, de Vermont, simpatizaron con nosotros en nuestras
    aflicciones y estaban prontos a ayudarnos en tiempo de angustia. En
    noviembre de 1856, en el congreso celebrado en Battle Creek, Dios obró por
    nosotros. La causa recibió nueva vida y tuvo éxito la labor de nuestros
    predicadores.
    Aumentó el pedido de las publicaciones, que demostraron ser precisamente
    lo que necesitaba la causa. El Mensajero de la Verdad no tardó en
    desaparecer, y se dispersaron los espíritus discordantes que habían hablado
    por su medio. Mi esposo pudo pagar todas sus 175 deudas. Desapareció su
    tos, cesó la irritación de los pulmones y la garganta, y fue recobrando
    gradualmente la salud, de modo que pudo predicar sin fatiga tres veces en el
    sábado y en el primer día de la semana. De Dios fue esta admirable obra del
    restablecimiento de mi esposo, y a Dios se ha de tributar toda la gloria. 176
  24. Actividades en el Medio Oeste: 1856-1858
    EN EL otoño de 1856, mientras visitaba a un grupo de adventistas
    observadores del sábado en Round Grove, IIlinois, se me mostró que una
    compañía de hermanos ubicada en Waukon, lowa, necesitaba ayuda; que la
    trampa de Satanás debía ser quebrada, y que estas preciosas almas debían
    rescatarse. Yo no pude quedar tranquila hasta que decidí visitarlos.
    Una victoria en Waukon, Iowa
    Cuando llegamos a Waukon, en la última parte de diciembre de 1856,
    encontramos que casi todos los observadores del sábado lamentaban que
    hubiéramos llegado. Existía mucho prejuicio con respecto a nosotros, porque
    se habían dicho muchas cosas que tendían a perjudicar nuestra influencia.
    En la reunión de la noche fui tomada en visión, y el poder de Dios descansó
    sobre la compañía. Yo relaté lo que el Señor me había dado para el pueblo.
    Era lo siguiente: «Volved a mí, y yo me volveré a vosotros, y sanaré vuestras
    apostasías. Quitad la basura de la puerta de vuestro corazón, y abrid la
    puerta, y yo entraré y cenaré con vosotros». Se me mostró que si ellos abrían
    el camino, y confesaban sus errores, Jesús andaría en medio de nosotros
    con poder. 177
    Después que presenté mi testimonio, una hermana comenzó a confesar de
    una manera clara y definida; y mientras ella hacía su confesión, los portales
    del cielo parecieron abrirse repentinamente, y yo quedé postrada por el poder
    de Dios. Parecía un lugar terrible pero glorioso. La reunión continuó hasta
    pasada la medianoche, y se realizó una gran obra.
    Al día siguiente la reunión empezó donde había terminado la noche anterior.
    Los que habían sido bendecidos en la sesión previa mantenían la bendición.
    No habían dormido mucho porque el Espíritu de Dios descansó sobre ellos
    durante la noche. Algunos confesaron sus sentimientos de desunión con los
    otros y su condición de apostasía. La reunión continuó, sin intervalo, desde
    las 10 de la noche hasta las 5 de la tarde. Esa tarde nos sentimos aliviados.
    La carga que había estado sobre mí fue transferida a los hermanos y
    hermanas de Waukon, quienes trabajaron con el celo y el poder de Dios que
    descansaba sobre ellos. Sus rostros, que parecían tristes cuando llegamos
    al lugar, ahora brillaban con una unción celestial. Parecía que los santos
    ángeles pasaban de uno a otro de los hermanos que estaban en la habitación
    para terminar la buena obra que había comenzado. Pronto pudimos
    despedirnos de nuestros hermanos de Waukon, para comenzar nuestro viaje
    de vuelta al hogar.
    Visión que me fue dada en Lovett Grove, Ohio
    En la primavera de 1858 visitamos Ohio, y asistimos a algunas conferencias
    que se realizaban en Green Springs, Gilboa y Lovett Grove. En Lovett Grove
    la bendición del Señor descansó sobre nosotros con un poder especial. El
    domingo por la tarde había un funeral en la escuela donde se realizaban
    nuestras reuniones. Mi esposo fue invitado a hablar. Fue bendecido. 178
    con elocuencia para hablar libremente, y las palabras habladas parecían
    llegar a los oyentes.
    Cuando hubo terminado sus observaciones, me sentí impulsada por el
    Espíritu de Dios a dar mi testimonio. Me sentí inducida a hablar sobre la
    venida de Cristo y la resurrección, y también sobre la gozosa esperanza del
    cristiano. Mi alma triunfó en Dios; bebí a grandes sorbos el agua de la
    salvación. El cielo, el dulce cielo parecía ser el imán que atraía mi alma hacia
    arriba, y me sentí envuelta en una visión de la gloria de Dios. Se me
    revelaron muchos asuntos importantes relativos a la iglesia.
    La redacción de «Spiritual Gifts», tomo 1
    En la visión que recibí en Lovett Grove, la mayor parte de lo que había visto
    diez años antes concerniente al gran conflicto de los siglos entre Cristo y
    Satanás fue repetido, y se me instruyó a que lo escribiera. Se me mostró que
    aunque debía luchar contra los poderes de las tinieblas, pues Satanás haría
    grandes esfuerzos para impedir esta tarea, debía poner mi confianza en Dios,
    y que los ángeles no me abandonarían en el conflicto.
    Dos días después, mientras viajábamos en nuestros carruajes hacia Jackson,
    Michigan, arreglamos nuestros planes para escribir y publicar,
    inmediatamente a nuestro regreso al hogar, el libro titulado El gran conflicto
    entre Cristo y sus ángeles, y Satanás y sus ángeles, comúnmente conocido
    como Spiritual Gifts, tomo 1.*(13) Yo me encontraba entonces tan bien
    como de costumbre. 179
    A la llegada del tren a Jackson, fuimos a la casa del Hno. Palmer.
    Habíamos estado en la casa solamente un corto tiempo cuando, mientras
    conversaba con la Hna. Palmer, mi lengua se rehusó a articular lo que yo
    quería decir, y parecía grande y paralizada. Sentí en mi corazón una extraña
    sensación de frialdad, que pasó por mi cabeza, y se extendió por mi costado
    derecho. Por un tiempo estuve insensible e inconsciente, pero fui despertado
    por la voz de la oración ferviente. Traté de usar mis miembros izquierdos,
    pero estaba completamente paralizada. Por un corto tiempo yo no esperaba
    vivir. Era el tercer ataque de parálisis que tenía; y aunque estaba a unos 80
    kilómetros de mi casa, no esperaba volver a ver a mis hijos. Recordé la
    reunión triunfante que tuvimos en Lovett Grove, y pensé que ése era mi
    último testimonio, y me sentí reconciliada con la idea de morir
    Pero todavía las fervorosas plegarias de mis amigos ascendían al cielo en mi
    favor, y pronto sentí en mis miembros una sensación de picazón y alabé al
    señor porque podía usarlos un poco. El señor escuchó y contestó las fieles
    oraciones de sus hijos, y el poder de Satanás fue quebrantado. Esa noche
    sufrí mucho, pero al día siguiente me sentí suficientemente fortalecida como
    para regresar a casa.
    Durante semanas no podía sentir la presión de una mano ni el agua más fría
    que se me arrojara en la cabeza. Al levantarme para caminar, a menudo
    tambaleaba, y a veces caía al suelo. En mi afligida condición empecé a
    redactar lo referente al gran conflicto. Al principio podía escribir una sola
    página por día, para entonces descansar tres días; pero a medida que
    progresaba, mi fuerza aumentaba. El entumecimiento de mi cabeza no
    parecía oscurecer mi mente, y antes de haber terminado el tomo 1 del libro
    Spiritual Gifts, el 180 efecto del ataque había desaparecido por completo.
    Al tiempo de la conferencia de Battle Creek, en junio de 1858, se me mostró
    en visión que en el repentino ataque que sufrí en Jackson, Satanás intentó
    quitarme la vida, a fin de impedir que escribiera la obra que estaba por
    empezar; pero los ángeles de Dios fueron mandados en mi rescate. También
    vi, entre otras cosas, que había de ser bendecida con mejor salud que antes
    del ataque. 181
  25. Pruebas personales
    ANTES de trasladarnos de Rochester, sintiéndose mi esposo muy débil,
    creyó él necesario librarse de las responsabilidades de la obra de
    publicaciones. Entonces propuso que la iglesia se hiciese cargo de esa obra,
    y que ésta fuese administrada por una junta editorial que aquélla debía
    nombrar, suponiéndose además que ninguno de sus integrantes debería
    recibir beneficio financiero alguno en adición al salario que ya estuviera
    recibiendo por su trabajo.
    Esfuerzos para establecer la obra de publicaciones
    Aunque el asunto fue discutido varias veces, los hermanos no tomaron
    ningún acuerdo sobre el particular hasta el año 186l. Hasta ese momento mi
    esposo había sido el propietario legal de la casa editora y el único
    administrador de la misma. Gozaba de la confianza de amigos activos de la
    causa, quienes confiaban a él los medios que de vez en cuando donaban, a
    medida que la obra crecía y necesitaba más fondos para el firme
    establecimiento de la empresa editorial. Pero a pesar de que
    constantemente se informaba a través de la Review que la casa publicadora
    era prácticamente propiedad de la iglesia, como él era el único administrador
    legal, nuestros enemigos se aprovecharon de esta situación y, con
    acusaciones de especulación, hicieron todo lo posible para perjudicarlo y
    retardar el 182 progreso de la obra. Bajo estas circunstancias él presentó el
    asunto a la organización, y como resultado, en la primavera de 1861 se
    decidió organizar legalmente la Asociación Adventista de Publicaciones, de
    acuerdo con las leyes del Estado de Michigan.
    Preocupación por los hijos
    Aunque nuestras responsabilidades en la obra de publicaciones y otras
    ramas de nuestro trabajo nos producían mucha preocupación, el sacrificio
    más fuerte que me imponía la obra en que estaba empeñada era tener que
    dejar con frecuencia a mis hijos al cuidado de otras personas.
    Enrique había estado ausente de nosotros ya por cinco años y a Edson lo
    habíamos podido atender muy poco. Durante los años que vivimos en
    Rochester nuestra familia era numerosa, y nuestra casa era como un hotel,
    pero nosotros pasábamos la mayor parte del tiempo ausentes de esa casa.
    Yo siempre tenía la gran preocupación de que mis hijos se criaran exentos de
    malos hábitos, y a menudo me afligía al pensar en el contraste entre mis hijos
    y los de otras personas que, no queriendo llevar cargas y responsabilidades,
    podían estar siempre con sus hijos, para aconsejarlos e instruirlos y, por lo
    tanto, pasaban casi todo el tiempo junto a sus familias. Y me preguntaba:
    ¿Por qué reclama Dios tanto de nosotros, y a otros no les exige nada? ¿Es
    esto justo? ¿Tendremos nosotros que pasar la vida siempre apresurados,
    resolviendo problemas aquí y allá, yendo de un lugar a otro, sin disponer
    siquiera de un poco de tiempo para atender a nuestros hijos?
    Pérdida de hijos
    En 1860 la muerte tocó a nuestra puerta y desgajó la más nueva rama de
    nuestro árbol familiar. El 183 pequeño Herbert, que había nacido el 20 de
    septiembre de 1860, falleció el 14 de diciembre de ese mismo año. Nadie
    que no haya perdido un hijo pequeño que era una promesa podrá
    comprender cómo sangraron nuestros corazones cuando esa tierna rama fue
    quebrada.
    Y luego, cuando nuestro noble hijo Enrique falleció,*(14) a la edad de 16
    años; cuando nuestro dulce cantor fue llevado a la tumba y ya no pudimos
    escuchar más sus canciones en la mañana, nuestro hogar quedó muy
    solitario. Ambos padres y los dos hijos que quedaron, sentimos el golpe
    intensamente. Pero Dios nos consoló en medio de nuestra aflicción, y con fe
    y valor continuamos adelante con la obra que él nos había asignado,
    abrigando la luminosa esperanza de que un día, en ese mundo donde no
    habrá más muerte ni dolor, nos encontraremos con nuestros queridos hijos
    que nos fueron arrebatados por la muerte. 184
  26. Combatiendo las enfermedades
    [NOTA histórica.- «Nuestro pueblo está generalmente despertando en cuanto
    a la importancia del tema de la salud -escribía el pastor Jaime White en un
    editorial de la Review, el 13 de diciembre de 1864-, y a fin de responder a sus
    necesidades actuales debieran prepararse publicaciones acerca del tema, a
    precios que estén al alcance de los más pobres». Al mismo tiempo anunció la
    pronta aparición de una serie de folletos bajo el título general de «La salud: o
    Cómo vivir».
    La firme convicción que tenían el pastor y la Sra. White en cuanto a que las
    reformas que iban a ser esbozadas en esos folletos eran algo de gran
    importancia, se ilustra en la siguiente nota que apareció en la Review el 14 de
    enero de 1865, donde se informaba sobre la aparición del primer folleto de la
    serie:
    «Deseamos presentar ante todos nuestros hermanos estos folletos,
    preparados con especial cuidado, acerca del importante tema de la reforma
    en cuanto a nuestro modo de vivir, lo cual es de gran necesidad, y según nos
    parece, será logrado en las vidas de todos aquellos que al fin estén
    preparados para la traslación».
    En los primeros cinco meses del año 1863 se 185 terminó de publicar la
    serie. Estos folletos sobre la salud, seis en total, contenían artículos de la
    Sra. White respecto «a las enfermedades y sus causas», y otros temas
    similares; y también muchos extractos de escritos de algunos médicos y otras
    personas interesados en los principios de la reforma pro salud. También
    contenían recetas para la sana alimentación e instrucciones relativas al uso
    del agua como remedio para muchas enfermedades. Más adelante se
    exponían los efectos nocivos del alcohol, el tabaco, el té y el café, las
    especias, y otros estimulantes y narcóticos.
    El invierno de 1864 a 1865 fue un tiempo de muchas tensiones y pruebas.
    En esos días, aparte de tener que dedicar tiempo junto a su esposa y a la
    preparación de material de salud y temperancia para las publicaciones, el
    pastor White se vio en la necesidad de tener que trabajar incansablemente
    con el fin de ayudar a resolver los problemas que tenían que enfrentar los
    guardadores del sábado que eran reclutados para servir en el ejército. Este
    trabajo le causaba gran ansiedad y lo afectó emocionalmente, además de
    desgastar sus fuerzas físicas. Sus labores como administrador en la sesión
    de la Asociación General que se celebró en mayo de 1865 se añadieron a su
    agotadora actividad.
    A pesar de estar agobiados por el pesado trabajo de las publicaciones y por
    la responsabilidad de tener que velar por todos los intereses relacionados con
    la obra en general, el pastor White y su esposa no encontraban tiempo para
    descansar. Inmediatamente después de la sesión de la Asociación General
    fueron llamados a Wisconsin y lowa, en donde tuvieron que enfrentarse con
    muchas dificultades. Poco después de regresar a Michigan le sobrevino una
    parálisis parcial. Una información referente a esta enfermedad y al impulso
    que indirectamente recibió de la misma el movimiento 186 de reforma pro
    salud, apareció unos meses más tarde, presentada por la Sra. White, en las
    ediciones de la Review del 20 y 27 de febrero de 1866. Una porción de ella
    forma parte del contenido de este capítulo.]
    La enfermedad del pastor Jaime White
    Una mañana, mientras dábamos nuestro paseo habitual antes del desayuno,
    entramos en la huerta del hermano Lunt, y mientras mi esposo trataba de
    abrir una mazorca de maíz oí un extraño ruido. Rápidamente miré a mi
    esposo y noté que su cara estaba toda enrojecida y su brazo derecho
    colgaba como muerto. El trataba de levantar su brazo, pero sin resultado
    alguno: los músculos no respondían.
    Lo ayudé a entrar en la casa, pero no pudo hablarme hasta que una vez
    dentro me dijo en forma ininteligible: «Ora, ora». Doblamos nuestras rodillas y
    elevamos fervientemente nuestras súplicas a Dios que siempre había estado
    a nuestro lado en momentos de prueba. Al poco rato mi esposo balbuceó
    algunas palabras de alabanza y gratitud a Dios porque al fin pudo mover su
    brazo. El movimiento de la mano le fue restituido, aunque no totalmente.
    Mi esposo y yo sentimos la necesidad de acercarnos más a Dios, y
    habiéndonos acercado a él, mediante confesión y oración, tuvimos la
    bendecida seguridad de que él se acercó a nosotros. Aquellos momentos de
    comunión con Dios fueron realmente preciosos, extraordinariamente
    preciosos.
    Las primeras cinco semanas de nuestra aflicción las pasamos en nuestro
    propio hogar. En su sabiduría nuestro Padre celestial no consideró apropiado
    devolver inmediatamente la salud a mi esposo en respuesta a nuestras
    fervientes oraciones, si bien nos parecía sentirlo gloriosamente cerca de
    nosotros, sosteniéndonos 187 y consolándonos mediante su Santo Espíritu.
    Estada en Dansville, Nueva York
    Teníamos confianza en el uso del agua como uno de los remedios indicados
    por Dios, pero no confiábamos en medicamentos. No obstante, me sentía
    cansada para poder aplicar yo misma los remedios hidroterápicos a mi
    esposo. Por lo tanto pensamos que lo mejor sería llevarlo a Dansville, Nueva
    York, donde él podría descansar y donde podríamos disponer cuidado de
    médicos hidroterápicos capaces. No nos atrevimos a seguir nuestro propio
    juicio, y decidimos buscar el consejo de Dios. Después de orar mucho sobre
    el asunto decidimos ir. Mi esposo soportó el viaje muy bien.
    Permanecimos en Dansville cerca de tres meses. Conseguimos alojamiento a
    corta distancia de la institución, y desde allí podíamos caminar, con lo que
    disfrutábamos el mayor tiempo posible del aire libre. Cada día íbamos a
    tomar el tratamiento, excepto los sábados y domingos.
    Tal vez algunos pudieron haber pensado que haber ido a Dansville para
    someternos a tratamientos de los médicos estábamos perdiendo la fe en que
    Dios podría curar a mi esposo en respuesta a nuestras oraciones. Pero no
    era así. Nunca pensamos que estábamos despreciando los medios que Dios
    había puesto a nuestro alcance para lograr la recuperación de la salud, sino
    que más bien, colocándolo a Dios sobre todo creíamos que él, que ha dado al
    hombre el conocimiento de remedios naturales, esperaba que nosotros los
    usáramos para ayudar a nuestro maltratado organismo a recobrar sus
    energías gastadas. Estábamos seguros de que el Señor bendeciría las
    medidas que estábamos tomando para recuperar la salud. 188
    Sesiones de oración y bendiciones
    Tres veces al día dedicábamos un período especial a la oración para que el
    Señor devolviera la salud a mi esposo y para que su gracia nos sustentara en
    la hora de nuestra aflicción. Estas reuniones de oración significaban mucho
    para nosotros. Nuestros corazones muy a menudo se inundaban de
    indecible gratitud al pensar que en la hora de la adversidad teníamos un
    Padre celestial en quien podíamos confiar sin temor alguno.
    El cuatro de diciembre de 1865, mi esposo pasó la noche muy mal. Oré junto
    a su cama, como de costumbre, pero no fue la voluntad del Señor aliviarlo
    esa noche. Mi esposo estaba muy preocupado. Pensaba que iba a morir,
    pero decía que no tenía temor a la muerte.
    Yo también estaba muy preocupada. No creía ni por un momento que mi
    esposo moriría. Pero ¿cómo se le podría inspirar fe? Rogué a Dios para que
    me guiara y no me permitiera cometer ningún error, sino que me diera
    sabiduría para hacer lo correcto. Cuanto más fervientemente oraba, más
    fuerte era mi impresión de que debía llevar a mi esposo junto a sus
    hermanos, aun cuando tuviéramos que regresar de nuevo a Dansville.
    El Dr. Lay llegó en la mañana y yo le dije que, al menos que se advirtiera una
    notable mejoría en mi esposo a lo sumo en las dos o tres siguientes
    semanas, yo me lo llevaría a mi casa. El me contestó: «Ud. no puede llevarlo
    a la casa. El no podría soportar un viaje tan incómodo». Yo le respondí:
    «Nosotros nos vamos. Me llevaré a mi esposo por fe, confiando en Dios;
    haremos nuestra primera parada en Rochester, donde estaremos por algunos
    días; luego pasaremos a Detroit, y si es necesario nos detendremos también
    allí por algunos días para descansar, y después nos dirigiremos a Battle
    Creek». 189
    Este fue el primer indicio que mi esposo tuvo de mis intenciones. Pero no
    dijo ni una palabra. Esa noche empaquetamos nuestras maletas, y a la
    mañana siguiente ya estábamos de camino. Mi esposo viajaba muy
    cómodamente.
    Durante las tres semanas que permanecimos en Rochester, la mayor parte
    del tiempo la pasamos en oración. Mi esposo sugirió que pidiéramos al
    pastor J. N. Andrews que viniera desde Maine, y a la hermana Lindsay,
    desde Olcott; y que los hermanos de Roosevelt que tuvieran suficiente fe en
    Dios y sintieran la necesidad de hacerlo, también viniesen para orar con él.
    Todos estos amigos respondieron a su llamado y durante diez días estuvimos
    juntos celebrando reuniones de ferviente oración. Todos los que participaron
    en estas reuniones fueron grandemente bendecidos. A veces nos sentíamos
    tan refrescados con las lluvias de gracia celestial que podíamos decir: «Mi
    copa está rebosando», y llorábamos y alabábamos a Dios por la riqueza de su
    salvación.
    Los que vinieron de Roosevelt tuvieron que regresar pronto a sus hogares.
    El hermano Andrews y la hermana Lindsay, sin embargo, quedaron con
    nosotros. Continuamos nuestras oraciones de súplica al cielo. Todo parecía
    una dura lucha contra los poderes de las tinieblas. Algunas veces la
    tambaleante fe de mi esposo se asía de las promesas de Dios y entonces
    disfrutábamos de dulce y preciosa victoria.
    En la Nochebuena, mientras nos humillábamos delante de Dios en ferviente
    oración, nos pareció ver como que la luz del cielo brillaba sobre nosotros, y
    fui arrebatada en una visión de la gloria de Dios. Me pareció como si hubiera
    sido trasladada rápidamente de la tierra al cielo, donde todo era salud,
    belleza y gloria. Mis oídos empezaron a oír acordes musicales, 190
    melodiosos, perfectos, fascinantes. Se me permitió disfrutar de esta escena
    por un momento, antes de que mi atención se fijara en este oscuro mundo.
    Luego se me mostraron las cosas que estaban ocurriendo sobre la
    tierra.*(15) Entonces tuve una visión alentadora acerca del caso de mi
    esposo.
    Las circunstancias no se mostraban favorables para dirigirnos a Battle Creek,
    pero en mi mente estaba fija la idea de que debíamos ir.
    Todo nos había ido muy bien en el viaje. Cuando el tren llegó a Battle Creek,
    fuimos recibidos por un grupo de fieles hermanos, quienes nos dieron una
    alegre bienvenida. Mi esposo descansó bien durante toda la noche. Al
    sábado siguiente caminó hasta el lugar donde se iban a celebrar los servicios
    del día y allí predicó durante tres cuartos de hora. Por la noche asistimos al
    servicio de la Cena del Señor. El Señor lo fortalecía mientras por fe se dirigía
    a estas reuniones.
    La larga enfermedad de mi esposo fue un duro golpe no solamente para mí y
    mis hijos, sino también para la causa de Dios. Las iglesias se vieron privadas
    tanto de las labores de mi esposo como de las mías. Satanás se sentía
    triunfante al contemplar cómo quedaba interrumpida la obra de la verdad;
    pero, gracias a Dios, no se le permitió destruirnos. Después de haber estado
    desligados de la obra activa durante 15 largos meses, una vez más volvimos
    los dos a trabajar entre las iglesias. 191
  27. Conflictos y Victorias
    ESTANDO completamente convencida de que mi esposo no se recuperaría
    de su prolongada enfermedad mientras permaneciera inactivo, y de que harto
    había llegado el tiempo para que yo prosiguiera con el trabajo y presentara mi
    testimonio ante la iglesia, decidí hacer una gira por el norte de Michigan,
    mientras mi esposo se encontraba en una condición extremadamente débil,
    en medio del frío más severo del invierno. Requirió un grado no pequeño de
    valor moral y de fe en Dios el que yo resolviera arriesgar tanto; pero sabía
    que tenía una obra que hacer, y me parecía que Satanás estaba determinado
    a mantenerme alejada de ella. El permanecer por más tiempo fuera del
    campo de trabajo me parecía peor que la muerte, y si nos salíamos de esa
    actividad, lo único que podría pasar era que pereciéramos. De manera que el
    19 de diciembre de 1866, en medio de una tormenta de nieve, salimos de
    Battle Creek con rumbo a Wright, Michigan.
    Mi esposo soportó el viaje de ciento cuarenta kilómetros mucho mejor de lo
    que yo esperaba, y parecía estar tan bien cuando llegamos a la casa del Hno.
    E. H. Root como cuando salimos de Battle Creek. Fuimos recibidos
    bondadosamente por esta querida familia, y cuidados con tanta ternura por
    ellos como los padres cristianos cuidan a sus hijos inválidos. 192
    Actividades en Wright, Michigan
    En este lugar comenzaron nuestras primeras labores efectivas desde la
    enfermedad de mi esposo. Aquí él empezó a trabajar como en años
    anteriores, aunque estaba todavía muy débil. El solía hablar treinta o
    cuarenta minutos por la mañana el sábado y el primer día de la semana,
    mientras yo ocupaba el resto del tiempo. También hablaba yo por la tarde de
    cada día, cerca de una hora y media cada vez. Se nos escuchaba con la
    mayor atención. Vi que mi esposo se estaba fortaleciendo, aumentaba su
    claridad mental y sus discurso eran más coherentes. Y cuando en una
    ocasión él hablo una hora con claridad y poder, sintiendo la carga de la obra
    sobre él como antes de su enfermedad, mis sentimientos de gratitud fueron
    inexpresables.
    Mi trabajo en Wright resultó muy cansador. Tenía que prodigar mucho
    cuidado a mi esposo durante el día, y a veces en la noche. Le daba baños, y
    lo sacaba caminar dos veces por día, fuera el tiempo frío, tormentoso o
    agradable. Yo usaba la pluma mientras él dictaba sus informes para la
    Review, y también escribí muchas cartas, en adición a los testimonios
    personales, así como la mayor parte de Testimony for the Church, N. 1 1
    (Testimonio para la iglesia, No. 11).
    En Greenville, Michigan
    El 29 de enero de 1867 salimos de Wright y viajamos en carruaje a
    Greenville, ubicado como a setenta kilómetros de distancia. Era un día
    intensamente frío y nos alegramos de encontrar un albergue del frío y de la
    tormenta en la casa del Hno. A. W. Maynard. Esta querida familia nos dio la
    bienvenida en sus corazones y en su hogar. Permanecimos en este
    vecindario seis semanas, trabajando con las iglesias de Greenville y 193
    Orleans, mientras hacíamos nuestro centro de actividades del hospitalario
    hogar del Hno. Maynard.
    El Señor me dio libertad para hablar a la gente. En todo esfuerzo que realicé
    me daba cuenta del poder sostenedor del Señor. Y como estaba plenamente
    convencida de que tenía un testimonio para el pueblo, que podía presentarles
    en relación con las labores de mi esposo, mi fe fue fortalecida en la
    esperanza de que su salud mejoraría para trabajar en forma aceptable en la
    causa y la obra de Dios. Al aventurarse a hacerlo, confiando en Dios, a
    despecho de su debilidad, él se fue fortaleciendo y progresando con cada
    esfuerzo.
    Visita a Battle Creek: marzo de 1867
    Se decidió que debíamos ir a Battle Creek, y permanecer allí mientras los
    caminos siguieran siendo barrosos y estuvieran en mal estado, y que yo
    debía terminar de escribir Testimony N.º 12 (Testimonio N.º 12). Mi esposo
    estaba muy ansioso de ver a sus hermanos de Battle Creek, y de hablarles y
    regocijarse con ellos en la obra que Dios estaba haciendo por él.
    Unos pocos días más tarde nos encontramos de nuevo en Battle Creek,
    después de una ausencia de unos trece meses. El sábado 16 de marzo mi
    esposo habló con claridad y poder, y yo también di mi testimonio con la
    habitual libertad.
    Llegué de vuelta a Battle Creek como un niño cansado, que necesitaba
    palabras de consuelo y ánimo. Pero a nuestro regreso nos encontramos con
    informes que no tenían ningún fundamento en la verdad. Fuimos humillados
    hasta el polvo, y angustiados más allá de toda expresión.
    Así las cosas, comenzamos a cumplir una cita que teníamos en Monterey.
    En el viaje traté de explicarme a mí misma por qué nuestros hermanos no
    entendían 194 lo referente a nuestro trabajo. Me había sentido
    completamente segura de que cuando nos encontráramos con ellos, ellos
    sabrían de qué espíritu estábamos animados, y que el Espíritu de Dios en
    ellos crearía la misma convicción que en nosotros humildes siervos del
    Altísimo, y que habría unión de sentimientos. En lugar de esto, se
    desconfiaba de nosotros, y se nos vigilaba con suspicacia. Esto fue causa de
    la mayor perplejidad que jamás haya yo experimentado.
    Confiando en Dios
    Mientras así pensaba, una porción de la visión que me fuera dada en
    Rochester, Nueva York, el 25 de diciembre de 1865, vino como un relámpago
    a mi mente, e inmediatamente la relaté a mi esposo.
    Se me mostró un conjunto de árboles, cercanos los unos a los otros, que
    formaban un círculo. Por encima de estos árboles había una vid que los
    cubría por arriba y descansaba sobre ellos, formando una glorieta. Pronto vi
    que los árboles se sacudían dé un lado a otro, como si fueran movidos por un
    fuerte viento. Una rama de la viña tras otra era sacudida de su soporte, hasta
    que la vid quedó librada de los árboles, salvo unas pequeñas ramitas que
    quedaron adheridas a las ramas inferiores. Luego vino una persona que
    cortó los zarcillos adheridos de la vid y la dejó postrada en tierra.
    Muchos pasaron por ese lugar y observaron con lástima la escena, y yo
    esperé ansiosamente que una mano amiga la levantara; pero no se ofreció
    ninguna ayuda. Pregunté por qué ninguna mano levantaba la vid. En
    seguida vi a un ángel llegar hasta la vid aparentemente abandonada. El abrió
    sus brazos y los colocó debajo de la vid, y la levantó, de manera que quedara
    erguida, y dijo: «Yérguete hacia el cielo, y que tus ramas se entrelacen en
    torno a Dios. Has sido sacudida 195 de todo soporte humano. Tú puedes
    mantenerte firme con la fuerza de Dios y florecer con él. Depende sólo de
    Dios, y nunca dependerás en vano, ni serás sacudida de allí».
    Al mirar la vid abandonada que era atendida por el ángel, sentí un alivio
    inexpresable que me reportaba gozo. Me volví al ángel y le pregunté qué
    significaban estas cosas. El dijo: «Tú eres la vid. Tú experimentarás todas
    estas cosas, y entonces, cuando esto ocurra, entenderás plenamente la
    figura de la vid. Dios será para ti un auxilio presente en tiempo de dificultad».
    Desde este tiempo en adelante resolví cumplir con mi deber, y siempre me
    sentí libre para presentar mi testimonio al pueblo. Después de volver de
    Monterey a Battle Creek, creí que era mi deber avanzar con el poder de Dios,
    y liberarme de las sospechas y los informes que circulaban en perjuicio
    nuestro. Presenté mi testimonio, y relaté las cosas que se me habían
    mostrado relativas a la historia pasada de algunos de los presentes,
    amonestándolos acerca de sus peligros y reprobando sus conducta errónea.
    Declaré que yo había sido puesta en las posiciones más desagradables.
    Cuando familias e individuos me eran presentados en visión, frecuentemente
    lo que se me mostraba tenía relación con la vida privada de ellos, y
    reprobaba sus pecados secretos. He trabajado con algunas personas
    durante meses con respecto a errores de los cuales los otros nada sabían.
    Cuando mis hermanos vieron a estas personas tristes; cuando las oyeron
    expresar dudas con respecto a su aceptación por parte de Dios, y también
    exteriorizaron sentimientos de desánimo, me censuraron, como si yo fuera
    culpable de que estas personas estuvieran pasando por una prueba.
    Los que me censuraban de esta manera ignoraban completamente de qué
    estaban hablando. Protesté 196 contra las personas que se sentaban como
    inquisidores para juzgar mi conducta. El reprobar pecados privados ha sido
    la tarea desagradable que se me ha asignado. Si, con el fin de evitar la
    sospecha y los celos, diera yo una total explicación de mi conducta, e hiciera
    público aquello que debe mantenerse privado, pecaría contra Dios y
    perjudicaría a los individuos. Yo tengo que mantener en privado los
    reproches relativos a errores particulares guardándolos para mí sola,
    restringidos en mi propio pecho. Que otros juzgen como quieran, pero yo
    nunca traicionaré la confianza que depositaron en mí los errantes y
    arrepentidos. Nunca revelaré a los demás aquello que solamente debe ser
    presentado a las personas culpables. Dije a los que estaban reunidos que
    debían dejar de intervenir y permitirme actuar con libertad en el temor de
    Dios. 197
  28. Entre las Iglesias de Nueva Inglaterra
    REFRIGERADA en espíritu por el buen resultado de nuestro trabajo en la
    iglesia de Battle Creek, que terminó en octubre de 1867, alegremente nos
    unimos con el pastor J. N. Andrews en un viaje a Maine. De camino
    celebramos una reunión en Roosevelt, Nueva York, el 26 y el 27 de octubre.
    Esta reunión implicó un duro trabajo, pues en ella se dieron agudos
    testimonios. Se hicieron confesiones, seguidas por un retorno general al
    Señor de parte de los apóstatas y pecadores.
    En Maine
    Nuestras actividades en Maine comenzaron con la conferencia que se realizó
    en Norridgewock, el primero de noviembre. La reunión era grande. Como
    siempre, mi esposo y yo presentamos un testimonio directo en favor de la
    verdad y la debida disciplina de la iglesia, y contra las diferentes formas de
    error, confusión, fanatismo y desorden que procedían de una falta de tal
    disciplina. Este testimonio fue especialmente aplicable a la condición que
    reinaba en Maine. Espíritus desordenados que profesaban observar el
    sábado estaban en rebelión y trabajaban para difundir el descontento entre
    los asistentes a la conferencia. 198
    Debido a este espíritu de rebelión, nuestra obra en Maine requirió siete
    semanas de un trabajo de lo más angustioso, laborioso, desagradable y lleno
    de fatiga. Pero al salir de ese Estado, nos sentíamos consolados con el
    hecho de que todos habían confesado su rebelión, y de que cierto número de
    personas había sido inducido a buscar al Señor y abrazar la verdad.
    Tal vez la mejor manera en que yo pudiera dar una idea de nuestras labores
    hasta el tiempo de la reunión de Vermont sería copiando una porción de Una
    carta que escribí a nuestro hijo residente en Battle Creek, el 27 de diciembre
    de 1867:
    «Mi querido hijo Edson:
    «Después que terminó nuestra reunión en Topsham, Maine, teníamos otra
    cita en Westbrook, Maine, para encontrarnos con los hermanos de Portland y
    lugares vecinos. Nos alojamos en la casa de la bondadosa familia del Hno.
    Martin. Yo no pude sentarme durante toda la tarde; pero como se me instó a
    asistir a la reunión de la noche, fui a la escuela, sintiendo que no tenía
    fuerzas para estar de pie y dirigirme a la gente.
    «El local estaba lleno de oidores muy interesados. El Hno. Andrews
    comenzó la reunión, y habló poco tiempo; tu padre continuó con algunas
    observaciones. Entonces me levanté, y apenas había pronunciado unas
    pocas palabras sentí que mis fuerzas eran renovadas; toda mi debilidad
    pareció abandonarme, y hablé durante una hora con perfecta libertad. Sentí
    una inefable gratitud por esta ayuda de Dios en el tiempo cuando más la
    necesitaba.
    «El miércoles por la noche hablé con libertad, por dos horas. El tener mi
    fuerza física renovada de una manera tan inesperada, cuando había estado
    completamente exhausta antes de estas dos reuniones, ha sido una fuente
    de gran ánimo para mí. 199
    Servicios de reavivamiento en Washington, Nueva
    Hampshire
    «Nuestro viaje a Washington, Nueva Hampshire, fue tedioso. Encontramos
    albergue en el hogar del Hno. C. K. Farnsworth. Ellos hicieron todo lo que
    pudieron para nuestra comodidad; todo se arregló y pudimos descansar tanto
    como fue posible.
    «El sábado tu padre habló en la mañana, y 20 minutos después hablé yo,
    presentando un testimonio de reprobación para varias personas. La reunión
    para la tarde fue citada en la casa del Hno. Farnsworth. A la mañana
    siguiente asistimos otra vez a reuniones en la casa donde nos habíamos
    congregado primero. Tratábamos de que los que profesaban la verdad
    vieran su estado de terribles tinieblas y apostasía delante de Dios, y que
    hicieran una humilde confesión.
    «De nuevo tuvimos una reunión por la tarde en la casa del Hno. Farnsworth.
    El Señor ayudó al Hno. Andrews esa noche, mientras se espaciaba en el
    tema de sufrir por causa de Cristo. Se mencionó el caso de Moisés, que
    ‘rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón; escogiendo antes ser
    maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del
    pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros
    de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón’ (Heb. 11:
    24-26).
    «La reunión comenzó el lunes a las diez de la mañana. De nuevo se trató el
    tema de la condición de la iglesia. Con los ruegos más fervientes los
    exhortamos a convertirse a Dios y a dar una media vuelta completa. El Señor
    nos ayudo en la tarea. Nuestra reunión de la mañana terminó a las tres o
    cuatro de la tarde. Todas estas horas habíamos estado ocupados, primero
    uno de nosotros, luego el otro, trabajando fervientemente 200 por todos los
    jóvenes inconversos.
    «El martes por la noche hablé una hora con gran libertad. El Hno. Andrews
    habló también de una manera ferviente y conmovedoras. El Espíritu de Dios
    estaba en la reunión. Los ángeles de Dios parecían acercarse mucho,
    alejando a los ángeles malos. Tanto los ministros como el pueblo lloraron
    como niños. Sentimos que habíamos ganado terreno, y que los poderes de
    las tinieblas habían retrocedido. Nuestra reunión terminó bien.
    «Citamos todavía a otra reunión al día siguiente, comenzando a las 10 de la
    mañana. Hablé cerca de una hora sobre la humillación y glorificación de
    Cristo. Entonces comenzamos nuestro trabajo en favor de la juventud.
    Muchos padres habían venido a la reunión trayendo a sus hijos consigo para
    que recibieran la bendición. Nos dirigimos con ruegos fervientes a los niños,
    hasta que trece de ellos se levantaron y expresaron su deseo de ser
    cristianos. Un joven de cerca de los 20 años de edad caminó como 65
    kilómetros para vernos y oír la verdad. Nunca había profesado religión, pero
    se decidió en favor de Dios antes de salir.
    «Esta fue una de las mejores reuniones. Nos despedimos con muchas
    lágrimas, sintiendo que la bendición del cielo descansaba sobre nosotros».
    En Vermont y Nueva York
    La reunión de West Enosburgh, Vermont, revistió el más profundo interés.
    Fue bueno reunirse de nuevo con nuestros antiguos y probados amigos de
    este Estado y hablarles. Se realizó una obra grande y buena en poco tiempo.
    Estos amigos eran generalmente pobres, y trabajaban duramente para
    conseguir las comodidades de la vida en un lugar donde para ganar un dólar
    había que trabajar más que para ganar dos en el oeste. 201 Sin embargo,
    fueron liberales con nosotros. En ningún Estado los hermanos fueron más
    fieles a la causa que en el antiguo Estado de Vermont.
    Nuestra próxima reunión fue en Adams Center, Nueva York. Resultó una
    reunión numerosa. Había varias personas en esa región, cuyos casos me
    habían sido presentados, y por los cuales tenía el más profundo interés.
    Eran hombres de valor moral. Algunos ocupaban posiciones que hacían que
    la cruz de la verdad presente les fuera pesada de llevar, o por lo menos así lo
    pensaban. Otros, que habían alcanzado la edad media de la vida, desde la
    niñez habían observado el sábado, pero no habían llevado la cruz de Cristo.
    Estos estaban en una posición en que parecía difícil conmoverlos.
    Necesitaban ser sacudidos para que dejaran de confiar en sus buenas obras
    y comenzaran a sentir su condición perdida sin Cristo. No podíamos
    abandonar a estas almas, y trabajamos con todas nuestras energías para
    ayudarlas. Por fin fueron conmovidas, y no hace mucho me alegré de oír
    noticias de algunos de ellos, y buenas nuevas con respecto a todos.
    Dios está convirtiendo a hombres poderosos y ricos, y trayéndolos a las filas.
    Si ellos prosperan en la vida cristiana, crecen en gracia y por fin recogen una
    rica recompensa, tendrán que usar su abundancia para hacer progresar la
    causa de la verdad.
    Regreso a Michigan
    Después de salir de Adams Center, permanecimos unos pocos días en
    Rochester, y de ese lugar vinimos a Battle Creek, donde permanecimos
    durante el sábado y el primer día de la semana. Entonces regresamos a
    nuestro hogar en Greenville, donde pasamos el próximo sábado y el primer
    día con los hermanos que se reunieron de diferentes lugares. 202
  29. Reclamando a los Perdidos
    DESPUES de llegar a nuestro hogar, sentimos de una manera intensa el
    cansancio producido por el trabajo en nuestra gira al este. Muchos urgían
    por carta a que escribiera lo que yo les había relatado respecto de lo que el
    Señor me había mostrado concerniente a ellos. Y había muchos otros a los
    cuales no había hablado, cuyos casos eran importantes y urgentes. Debido a
    mi cansancio, la tarea de escribir tanto se me hacía más de lo que podía
    soportar, y yo dudaba si tenía el deber de escribir tanto, a tantas personas,
    algunas de las cuales no eran merecedoras de ello. Me parecía que por
    cierto existía algún error en alguna parte.
    Un sueño animador
    Una noche soñé que una persona me trajo una tela blanca y me pidió que yo
    cortara de ella vestidos para personas de todos los tamaños y toda
    descripción de carácter y circunstancias en la vida. Se me dijo que los
    cortara y los colgara, teniéndolos listos para ser confeccionados cuando se
    me pidiera. Tenía la impresión de que muchas personas para quienes se me
    pidió que cortara vestidos, no los merecían. Pregunté si ésa era la última
    pieza de tela que yo tendría que cortar, y se me dijo que no; que tan pronto
    como yo terminara este 203 trabajo, habría otros de los cuales debía
    hacerme cargo.
    Me sentí desanimada por la cantidad de trabajo que tenía delante, y declaré
    que había estado ocupada en cortar vestidos para otros durante más de 20
    años, y que mis labores no habían sido apreciadas, y que tampoco vi que mi
    obra había realizado mucho bien. Le hablé al que me trajo la tela acerca de
    una mujer en particular, para la cual él me había pedido que cortara un
    vestido. Declaré que ella no merecía el vestido, y que sería una pérdida de
    tiempo y material presentárselo. Ella era muy pobre, de un intelecto inferior,
    desprolija en sus hábitos, y muy pronto lo ensuciaría.
    La persona que me hablaba replicó. «Corta los vestidos; ése es tu deber. La
    pérdida no es tuya sino mía. Dios no ve como el hombre ve. El es el que
    traza el programa del trabajo que quiere realizar, y tú no sabes cuál
    prosperará, si esto o lo otro. Se hallará al fin que muchas de tales pobres
    almas irán al reino, mientras que otros que están favorecidos con todas las
    bendiciones de la vida, que tienen un buen intelecto, viven en ambientes
    agradables, y que reciben todas las ventajas del progreso, serán dejados
    afuera. Se verá que estas pobres almas han vivido de acuerdo con la débil
    luz que tenían, y han progresado gracias a los limitados medios que estaban
    a su alcance, y que vivieron mucho más aceptablemente que algunos otros
    que gozaron de una luz plena, y de amplios medios para el progreso».
    Entonces levanté las manos, encallecidas como estaban con el uso de las
    tijeras, y dije que solamente podía acobardarme ante el pensamiento de
    realizar esta clase de trabajo.
    La persona de nuevo repitió: «Corta los vestidos. Tu liberación todavía no ha
    llegado».
    Con un sentimiento de gran cansancio me levanté 204 en el sueño para
    empeñarme en la tarea. Delante de mí había un par de tijeras nuevas,
    relucientes, que comencé a usar. Al momento mis sentimientos de cansancio
    y desánimo me abandonaron, las tijeras parecían cortar con poco esfuerzo de
    mi parte, y corté un vestido tras otro, con comparativa facilidad.
    Visitando iglesias en Michigan
    Con el ánimo que este sueño me dio, al momento decidí acompañar a mi
    esposo y al Hno. Andrews a los condados de Gratiot, Saginaw y Tuscola.
    Resolví confiar en que el Señor me diera la fuerza para trabajar. Así, el 7 de
    febrero salimos de casa, y viajamos en nuestro carruaje más de 70 kilómetros
    para nuestra primera cita en Alma. Aquí trabajé como de costumbre, con un
    buen grado de libertad y fuerza. Los hermanos de condado de Gratiot
    parecían muy interesados en escuchar.
    En Tittabawassee encontramos una gran casa de culto edificada
    recientemente por nuestro pueblo, bien llena de observadores del sábado.
    Los hermanos parecían listos para nuestro testimonio, y disfrutamos de
    libertad. El día siguiente quince personas fueron bautizadas.
    En Vassar tuvimos reuniones el sábado y el primer día en la casa de la
    escuela. Este era un lugar gratuito donde se podía hablar, y obtuvimos buen
    fruto de nuestro trabajo. El primer día por la tarde pasaron al frente, para que
    oráramos por ellos, unos treinta hermanos que se habían apartado, y niños
    que no habían hecho profesión de religión.
    Cuidando de los enfermos
    Regresamos a casa de esta gira antes que se desencadenara una gran lluvia
    que venía acompañada de 205 nieve. Esta tormenta impidió la reunión del
    próximo sábado, y de inmediato yo comencé a preparar el contenido de
    Testimony No. 14 (Testimonio Num. 14). También tuvimos el privilegio de
    cuidar a nuestro querido Hno. Séneca King, a quien trajimos a nuestro hogar
    con una terrible herida en la cabeza y en el rostro. Lo trajimos a casa para
    que muriera, porque no pensábamos que era posible que una persona con el
    cráneo tan terriblemente fracturado se recuperara. Pero con la bendición de
    Dios y con un poco de uso de agua, con una dieta escasa hasta que hubiera
    pasado el peligro de fiebre, y piezas bien ventiladas de día y de noche, en
    tres semanas pudo regresar a su hogar y atender sus asuntos en la granja.
    No tomó ni una pizca de medicina desde el comienzo hasta el fin de su
    proceso. Aunque había perdido considerable peso por la pérdida de sangre
    de sus heridas y por la dieta reducida, cuando pudo tomar una cantidad más
    abundante de alimento se fortaleció rápidamente.
    Reuniones de reavivamiento en Greenville
    Por este tiempo comenzamos a trabajar por nuestros hermanos y amigos que
    vivían en torno a Greenville. Como es el caso en muchos otros lugares,
    nuestros hermanos necesitaban ayuda. Algunos observaban el sábado, y sin
    embargo no pertenecían a la iglesia, y había otros que habían abandonado la
    observancia del sábado. Nos sentimos dispuestos a ayudar a estas pobres
    almas, pero la conducta pasada y la posición presente de los miembros
    dirigentes de la iglesia en relación con esas personas nos hacía casi
    imposible acercarnos a ellas.
    Al trabajar por los errantes, algunos de nuestros hermanos habían sido
    demasiado rígidos, demasiado cortantes en sus observaciones. Y cuando
    algunos estaban 206 dispuestos a rechazar su consejo solían decir: «Bien, si
    quieren irse, que se vayan». Mientras los profesos seguidores de Jesús
    manifestaran tal carencia de la compasión, la tolerancia y la ternura de Jesús,
    la fe de estas pobres almas errantes, sin experiencia, abofeteadas por
    Satanás, seguramente naufragaría. Por grandes que fueran los males y
    pecados de los que yerran, nuestros hermanos debían aprender a manifestar
    no solamente la ternura del Pastor, sino su infaltable cuidado y amor por la
    oveja pobre y errada. Nuestros ministros se esfuerzan y predican semana
    tras semana, y se regocijan de que unas pocas almas abracen la verdad. Y
    sin embargo, hermanos con una disposición arrebatada y decidida pueden en
    cinco minutos destruir la obra al albergar sentimientos que hacen surgir
    palabras precipitadas como éstas: «Bien, si quieren abandonarnos, que lo
    hagan».
    Hallamos que no podíamos hacer nada en favor de las ovejas esparcidas que
    estaban cerca de nosotros hasta que primeramente hubiéramos corregido los
    errores de muchos de los miembros de la iglesia. Ellos habían permitido que
    estas pobres almas erraran. No sentían ninguna carga por ellas. Escribí
    testimonios definidos no solamente para los que habían errado grandemente
    y estaban fuera de la iglesia, sino para aquellos miembros que estaban en la
    iglesia y que se habían equivocado grandemente al no ir en procura de las
    ovejas perdidas.
    Las ovejas perdidas
    El Señor está enviando a los errantes, a los débiles y temblorosos, y aun a
    aquellos que han apostatado de la verdad, un llamado especial a regresar
    plenamente al redil. Pero muchos no han aprendido que ellos tienen un
    deber especial de ir y buscar a estas ovejas perdidas. 207
    Los fariseos murmuraron porque Jesús recibía a los publicanos y a los
    pecadores comunes, y comía con ellos. En su justicia despreciaban a estos
    pobres pecadores que con gozo oían las palabras de Jesús. Para reprender
    este espíritu en los escribas y fariseos, y para dejar una lección
    impresionante para todos, el Señor relató la parábola de la oveja perdida.
    Notad en particular los siguientes puntos:
    Se dejan las noventa y nueve ovejas en el redil y se busca diligentemente a
    la única que se ha perdido. Todo el esfuerzo se realiza por la oveja
    desafortunada. Así también el esfuerzo de la iglesia debe dirigirse en favor
    de los miembros que se desvían del redil de Cristo. ¿Y se han apartado ellos
    muy lejos? No esperéis que regresen antes de que tratéis de ayudarlos, sino
    id en busca de ellos.
    Cuando se encuentra a la oveja perdida se la trae de vuelta con regocijo, y
    esto produce mucha alegría. Esto ilustra la bendita y gozosa tarea de
    trabajar por los errantes. La iglesia que se ocupa con éxito en esta obra, es
    una iglesia feliz. El hombre o la mujer cuya alma es impulsada por la
    compasión o el amor por los errantes y que trabaja para traerlos al redil del
    gran Pastor, se halla empeñada en una tarea bendita. Y, ¡oh! ¡qué
    pensamiento arrobador el que, cuando un pecador es así reconquistado, hay
    más gozo en el cielo por él que por noventa y nueve justos! las almas
    egoístas, exclusivistas, exigentes, que parecen temer ayudar a los que están
    en el error como si esto los contaminara, no disfrutan la dulzura del trabajo
    misionero; no sienten la bendición que llena todo el cielo de regocijo por el
    rescate de uno que se ha extraviado.
    La iglesia o las personas que rehúyen llevar cargas por otros, que se
    encierran en sí mismas, pronto sufrirán una debilidad espiritual. Es el trabajo
    lo que mantiene 208 fuerte a un hombre. La labor misionera, el esfuerzo y
    llevar cargas y preocupaciones, es lo que fortalece a la iglesia de Cristo.
    En viaje a Battle Creek
    El sábado y el primer día, 18 y 19 de abril, respectivamente, disfrutamos de
    buenos momentos con nuestro pueblo de Greenville. Los Hnos. M. E.
    Cornell y M. G. Kellogg estaban con nosotros. Mi esposo bautizó a ocho
    personas. El 25 y 26 estábamos con la iglesia de Wright. Estos queridos
    hermanos estaban muy listos a darnos la bienvenida. Aquí mi esposo bautizó
    a ocho.
    El 2 de mayo nos encontramos con una gran congregación en la casa de
    culto de Monterey. Mi esposo habló con claridad y fuerza sobre la parábola
    de la oveja perdida. Su palabra fue grandemente bendecida. Algunos que se
    habían extraviado estaban fuera de la iglesia, y no existía espíritu de trabajo
    para ayudarlos. De hecho, la posición fría, erguida, dura e insensible de
    algunos miembros de la iglesia estaba calculada para impedir su regreso, si
    ellos decidían hacerlo. El tema conmovió los corazones de todos, y todos
    manifestaron un deseo de hacer lo recto. El primer día hablamos tres veces
    en Allegan a buenas congregaciones.
    Teníamos luego una cita para encontrarnos con la Iglesia de Battle Creek el
    9, pero creíamos que nuestro trabajo en Monterey apenas había comenzado,
    y por lo tanto decidimos regresar a Monterey y trabajar con la iglesia otra
    semana. La buena obra progresó, más allá de nuestras expectativas. La
    casa estaba llena, y nunca antes presenciamos un espíritu tal en Monterey en
    tan poco tiempo. El primer día cincuenta avanzaron al frente pidiendo que se
    orara por ellos. Los hermanos estaban muy preocupados por las ovejas
    perdidas, y 209 confesando su frialdad e indiferencia decidieron hacer lo que
    debían. Catorce fueron bautizados. La obra progresó con solemnidad, con
    confesiones y muchas lágrimas. Esto puso fin al trabajo arduo del año de la
    conferencia.
    Sesión de la Asociación General de mayo de 1868
    La reunión de la Asociación General fue una oportunidad del más profundo
    interés. Las labores de mi esposo fueron grandes durante sus numerosas
    sesiones. Durante la conferencia se nos manifestó simpatía, tierno cuidado y
    benevolencia. 210
  30. Viajando por el Camino Angosto
    MIENTRAS estaba en Battle Creek, en agosto de 1868, soñé que estaba con
    un gran grupo de personas. Una porción de esta asamblea comenzó un
    viaje. Teníamos carruajes pesadamente cargados. Mientras viajábamos, el
    camino parecía ascender. A un lado de este camino había un profundo
    precipicio; del otro lado había un muro blanco, alto y liso, como el que hay en
    las habitaciones revocadas.
    A medida que proseguíamos el viaje, el camino se hacía más angosto y más
    alto. En algunos lugares parecía tan estrecho que llegamos a la conclusión
    de que no podíamos viajar más en carros cargados. De manera que
    soltamos los caballos, tomamos una porción del equipaje de los carros, la
    colocamos sobre ellos, y proseguimos, cabalgando.
    Al continuar, la senda siguió angostándose. Nos vimos obligados a pegarnos
    lo más cerca posible del muro, para evitar caer del estrecho camino al
    profundo precipicio. Al hacer esto, el bagaje que estaba sobre los caballos
    raspaba el muro y hacía que nos ladeáramos hacia el precipicio. Temíamos
    caer, y ser hechos añicos sobre las rocas. Sacamos entonces el equipaje de
    encima de los caballos, y éste cayó en el precipicio. Continuamos a caballo y
    al llegar a los lugares 211 más estrechos en el camino teníamos mucho
    temor de perder el equilibrio y caer. En tales ocasiones, una mano parecía
    tomar las riendas y guiarnos por el camino peligroso.
    Como la senda se hacía más estrecha aún, decidimos que no podíamos
    viajar seguros cabalgando; dejamos los caballos y continuamos a pie, de a
    uno, cada cual siguiendo los pasos del anterior. En este punto parecieron
    descolgarse unas cuerdas pequeñas del alto muro blanco. Las tomamos con
    ansiedad, para que nos ayudarán a guardar el equilibrio por la senda. A
    medida que viajábamos, la cuerda se movía con nosotros. Por fin el sendero
    se hizo tan angosto que llegamos a la conclusión de que podíamos viajar con
    más seguridad sin zapatos ni medias. Nos los quitamos y viajamos
    descalzos.
    Entonces pensamos en aquellos que no se habían acostumbrado a soportar
    privaciones y durezas. ¿Dónde estaban ahora? No se hallaban en el grupo.
    Cada vez que el camino cambiaba, algunos quedaban atrás, y permanecían
    solamente los que estaban acostumbrados a soportar vicisitudes. Las
    privaciones del camino solamente hacían que estas personas estuvieran más
    ansiosas de proseguir hasta el fin.
    Nuestro peligro de caer del sendero aumentaba. Nos pegamos a la pared
    blanca y sin embargo no podíamos colocar nuestros pies completamente en
    el sendero, porque era demasiado angosto. Entonces suspendimos todo
    nuestro peso de las cuerdas exclamando: «¡Nos sostienen desde arriba! ¡Nos
    sostienen desde arriba!» Las mismas palabras fueron pronunciadas por todos
    los miembros del grupo que marchaba por el estrecho sendero. Al escuchar
    el ruido de la alegría y la rebelión que parecía provenir del abismo que estaba
    debajo, nos estremecíamos. Oíamos juramentos 212 profanos, chistes
    vulgares y cantos bajos y viles. Oíamos cantos de guerra y cantos de baile.
    Oíamos instrumentos musicales y risotadas ruidosas, mezcladas con
    maldiciones y clamores de angustia y amargo lamento. Entonces aumentaba
    más que nunca nuestra ansiedad por mantenernos en el estrecho y difícil
    sendero. Gran parte del tiempo nos veíamos obligados a suspendernos
    completamente de las cuerdas, que aumentaban en tamaño a medida que
    progresábamos.
    Yo noté que el hermoso y blanco muro estaba manchado de sangre.
    Producía un sentimiento de lástima ver la pared así manchada. Este
    sentimiento sin embargo, duró sólo un momento, pues pronto pensé que todo
    era como debía ser. Los que seguían detrás sabían que otros habían pasado
    por la senda estrecha y difícil antes que ellos, y concluían que si a otros les
    fue posible proseguir su marcha hacia adelante, ellos podrían hacer lo
    mismo. Y cuando la sangre comienza a manar de sus doloridos pies, no
    desmayarían con desánimo; sino que, viendo la sangre sobre la pared
    sabrían que otros habían resistido la misma dificultad.
    Por fin llegamos a un gran precipicio, en el cual terminaba nuestro camino.
    No había nada ahora para guiar nuestros pies, nada sobre lo cual dejarlos
    descansar. Nuestra entera confianza debía estar en las cuerdas, que habían
    aumentado en tamaño hasta ser tan gruesas como nuestros cuerpos. En
    este punto nos acosó durante un tiempo la perplejidad y la angustia. Con
    medrosos susurros inquiríamos: «¿A qué está adherida la cuerda?» Mi esposo
    estaba precisamente delante de mí. Grandes gotas de sudor caían de su
    frente; tenía las venas del cuello y de las sienes engrosadas hasta el doble
    de su tamaño habitual, y gemidos contenidos y agonizantes se escapaban de
    sus labios. El 213 sudor me chorreaba por la cara y sentí tanta angustia como
    nunca antes. Estábamos frente a una terrible lucha. Si aquí fracasábamos,
    todas las dificultades de nuestro viaje habrían sido en vano.
    Delante de nosotros, del otro lado del precipicio, se extendía un campo
    hermoso de pasto verde, de unos 15 cm. de alto. No podía ver el sol, pero
    rayos de luz brillantes y suaves, que se parecían al oro y la plata finos,
    descansaban sobre ese campo. Nada que hubiera visto sobre la tierra podía
    compararse en belleza y gloria con este campo. ¿Pero tendríamos éxito en
    llegar hasta él? Esta era la ansiosa pregunta. Si la cuerda se rompía,
    estábamos perdidos.
    De nuevo, en susurros de angustia, fueron pronunciadas las palabras: «¿Qué
    sostiene las cuerdas?» Por un momento dudábamos aventuramos. Entonces
    exclamamos: «Nuestra única esperanza es confiar totalmente en la cuerda.
    De ella hemos dependido en todo este difícil camino, No nos fallará ahora».
    Todavía estábamos dudando con angustia. En este Momento escuchamos
    las palabras: «Dios sostiene la cuerda. No debemos temer». Las palabras
    eran repetidas por aquellos que estaban detrás de nosotros, y junto con ellas:
    «El no nos faltará ahora. Hasta aquí nos ha conducido con seguridad».
    Mi esposo entonces se arrojó por encima del terrible abismo hasta el campo
    hermoso que se veía más allá. Inmediatamente yo lo seguí. ¡Oh, qué
    sentimiento de alivio y gratitud a Dios experimentamos! Oí voces elevadas
    en triunfante alabanza a Dios. ¡Yo estaba feliz, perfectamente feliz! 214
  31. Los que Llevan Cargas
    EL 25 DE OCTUBRE de 1869, mientras estaba en Adams Center, Nueva
    York, se me mostró que algunos ministros entre nosotros no están dispuestos
    a llevar toda la responsabilidad que Dios quiere que tengan. Esta falta arroja
    una carga adicional de cuidados y de trabajo sobre los que llevan las cargas.
    Algunos ministros dejan de avanzar y de aventurarse en empresas en la
    causa y la obra de Dios. Hay que hacer decisiones importantes, pero siendo
    que el hombre mortal no puede ver el fin desde el principio, algunos no
    asumen la responsabilidad, de aventurarse para progresar de acuerdo con lo
    que la providencia de Dios les señala. Alguien debe avanzar; alguien debe
    aventurarse en el temor de Dios, confiando en él por los resultados. Los
    ministros que rehúyen esta parte del trabajo pierden mucho. Dejan de
    obtener la experiencia que Dios se propuso que tuvieran para hacerlos
    fuertes, hombres eficientes en los cuales pueda confiarse en una
    emergencia.
    Durante la aflicción de mi esposo, el Señor probó a su pueblo para revelar lo
    que había en sus corazones; y al hacerlo, él les mostró lo que no había sido
    descubierto en ellos y que no estaba de acuerdo con el Espíritu de Dios. El
    Señor les mostró a sus hijos que la sabiduría del hombre es necedad, y que a
    menos que ellos posean una firme confianza de Dios y una dependencia de
    él, sus planes y cálculos resultarán un fracaso. 215 Hemos de aprender
    lecciones de todas las cosas que nos pasan. Si se cometen errores, ellos
    deben enseñarnos e instruirnos, pero no inducirnos a rehuir cargas o
    responsabilidades. Donde hay mucho en juego, y donde deben considerarse
    asuntos de vital consecuencia, y deben definirse cuestiones importantes, los
    siervos de Dios deben asumir una responsabilidad individual. No pueden
    deponer la carga y sin embargo hacer la voluntad de Dios.
    Algunos ministros son deficientes en las cualidades necesarias para edificar
    las iglesias, y no están dispuestos a ser gastados en la obra de Dios. Deben
    estar dispuestos a darse íntegramente a sí mismos a la obra, con un interés
    indiviso, con un celo que no puede ser abatido, con una paciencia y una
    perseverancia incansables. Con estas cualidades en ejercicio activo, las
    iglesias serán mantenida, en orden.
    Dios había advertido y amonestado a mi esposo con respecto a la
    preservación de su salud. A mí se me había mostrado que él había sido
    levantado por el Señor, y que vivía por un milagro de su misericordia, no con
    el propósito de concentrar de nuevo sobre él las cargas bajo las cuales una
    vez cayó, sino para que el pueblo de Dios fuera beneficiado por su
    experiencia en hacer progresar los intereses de la causa, y en relación con la
    obra que el Señor me ha dado, y la carga que él ha puesto sobre mí.
    Durante los años que siguieron a la recuperación de mi esposo, el Señor
    abrió delante de nosotros un amplio campo de trabajo. Aunque yo asumí la
    responsabilidad de la predicación tímidamente al comienzo, a medida que la
    providencia de Dios abría el camino delante de mí aumentó mi confianza para
    ponerme de pie ante grandes auditorios. juntos asistimos a nuestros
    congresos campestres y otras grandes reuniones, 216 desde Maine hasta
    Dakota, y desde Michigan hasta Texas y California.
    La obra que comenzó en forma débil y oscura continuó aumentando y
    fortaleciéndose. Casas editoras y misiones establecidas en muchos países
    dan fe de su crecimiento. En lugar de la edición de nuestro primer periódico,
    que llevamos a la oficina de correos en una valija, ahora se envían,
    mensualmente, muchos cientos de miles de ejemplares de nuestros diversos
    periódicos, desde donde se publican. La mano de Dios a sido con esta obra
    para prosperarla y edificarla.
    La historia posterior de mi vida había de implicar la historia de muchas de las
    empresas que han surgido entre nosotros, y con las cuales la obra de mi vida
    ha estado estrechamente vinculada. Para la edificación de estas
    instituciones, mi esposo yo trabajamos con la pluma y con la voz. El anotar,
    aun brevemente, las experiencias de estos activos y atestados años,
    excedería en gran manera los límites de este bosquejo. Los esfuerzos de
    Satanás para impedir la obra y para destruir a los obreros no han cesado;
    pero Dios ha tenido cuidado de sus siervos y de su obra.
    Como he participado en todo paso de avance hasta nuestra condición
    presente, al repasar la historia pasada puedo decir: «¡Alabado sea Dios!» Al
    ver lo que el Señor ha hecho, me lleno de admiración y de confianza en
    Cristo como director. No tenemos nada que temer del futuro, a menos que
    olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha
    enseñado en nuestra historia pasada.
    Somos deudores a Dios de usar toda ventaja que nos ha confiado para
    hermosear la verdad con la santidad de carácter, y para enviar el mensaje de
    advertencia, de consuelo, de esperanza y amor, a los que están en las
    tinieblas del error y del pecado. 217
  32. Un Sueño Solemne
    EN LA noche del 30 de abril de 1871 me retiré a descansar con mi espíritu
    muy deprimido. Durante tres meses había estado muy desanimada. A
    menudo había orado con angustia de espíritu solicitando alivio. Había
    implorado ayuda y fuerza de Dios, para que pudiera elevarme por encima del
    pesado desaliento que estaba paralizando mi fe y esperanza, y que me
    estaba incapacitando para ser útil.
    Esa noche tuve un sueño que me produjo una impresión muy feliz. Soñé que
    estaba asistiendo a una importante reunión en la cual se reunía un gran
    grupo de hermanos. Muchos estaban arrodillados delante de Dios en
    ferviente oración, y parecían sentir una carga. Estaban importunando al
    Señor y rogándole que les diese luz especial. Unos pocos parecían estar en
    agonía de espíritu; sus sentimientos eran intensos; con lágrimas clamaban en
    voz alta por ayuda y por luz. Nuestros hermanos más prominentes estaban
    empeñados en esta impresionante escena. El Hno. A. estaba postrado
    sobre el suelo, aparentemente en profunda angustia. Su esposa estaba
    sentada entre un grupo de burladores indiferentes. Ella parecía que deseaba
    que todos entendieran que ella se burlaba de los que se humillaban a sí
    mismos de esa manera.
    Soñé que el Espíritu del Señor vino sobre mí, y que yo me puse en pie en
    medio de los clamores y las 218 oraciones, y dije: «El Espíritu del Señor Dios
    es sobre mí. Me siento impulsada a deciros que debéis comenzar a trabajar
    individualmente por vosotros mismos. Estáis mirando a Dios y deseáis que él
    realice en vuestro favor la obra que él os ha dejado para que vosotros la
    hagáis. Si hacéis en favor de vosotros mismos la obra que sabéis que debéis
    realizar, entonces Dios os ayudará cuando necesitéis ayuda. Habéis dejado
    sin hacer precisamente lo que Dios os ha dejado para que vosotros hicierais.
    Habéis estado pidiendo que Dios haga vuestro trabajo. Si vosotros siguierais
    la luz que él os dio, él haría que un mayor grado de luz brillara sobre
    vosotros; pero mientras descuidáis los consejos, las amonestaciones y los
    reproches que, han sido dados, ¿cómo podéis esperar que Dios, os dé más
    luz y bendición para descuidar y despreciar? Dios no es un hombre; no
    puede jugarse con él».
    «Tomé la Biblia preciosa y la rodeé con varios Testimonios para la iglesia,
    dados para el pueblo de Dios. Dije yo: «Aquí se describen los casos de casi
    todos. Los pecados que deben evitar están señalados. El consejo que
    necesitan puede encontrarse aquí, dado para otros casos que estaban en
    condición similar. Dios se ha agradado de dar línea sobre línea y precepto
    sobre precepto. Pero no hay muchos de vosotros que sepan en realidad lo
    que está contenido en los Testimonios. No estáis familiarizados con las
    Escrituras. Si hubierais hecho de la Palabra de Dios vuestro estudio
    predilecto, con un deseo de alcanzar las normas bíblicas y lograr la
    perfección cristiana, no habríais necesitado los Testimonios. Es debido a que
    habéis descuidado familiarizaros con el libro inspirado de Dios por lo que él
    ha tratado de llegar a vosotros por medio de testimonios sencillos y directos,
    llamándoos la atención a las palabras de la inspiración que habéis dejado de
    obedecer, y 219 urgiéndoos a modelar vuestra vida según sus puras y
    elevadas enseñanzas.
    «El Señor se ha dignado amonestaros, reprobaros y aconsejaros por medio
    de los testimonios dados, e impresionaros con la importancia de la verdad de
    su Palabra. Los Testimonios escritos no tienen el propósito de traer nueva
    luz, sino de impresionar vívidamente en el corazón las verdades de la
    inspiración ya reveladas. El deber del hombre hacia Dios y hacia su prójimo
    ha sido distintamente especificado en la Palabra de Dios; sin embargo, sólo
    unos pocos de vosotros son obedientes a la luz dada. No se presenta una
    luz adicional, sino que Dios mediante los Testimonios, ha simplificado las
    grandes verdades ya reveladas, y en la manera específica en que él decidió,
    las ha puesto delante del pueblo, para despertar e impresionar la mente por
    medio de ellos, a fin de que todos sean dejados sin excusa.
    «El orgullo, el amor propio, el egoísmo, el odio, la envidia y los celos han
    oscurecido las facultades de percepción, y la verdad, que os haría sabios
    para la salvación, ha perdido su poder de cautivar y dominar la mente. Aun
    los principios fundamentales de la piedad no se entienden porque no existe
    un sentido de hambre y sed por el conocimiento de la Biblia. No hay pureza
    de corazón y santidad de vida. Los Testimonios no han de empequeñecer la
    palabra de Dios, sino exaltarla y conducir a las mentes a ella, para que la
    hermosa sencillez de la verdad pueda impresionar a todos».
    Yo dije además: «Así como la Palabra de Dios está rodeada de estos libros y
    folletos, Dios os ha circundado con reproches, consejos, amonestaciones y
    palabras de ánimo. Aquí estáis clamando delante de Dios, con vuestras
    almas angustiadas, por más luz. Dios me ha autorizado a deciros que no
    brillará sobre vuestro 220 camino ningún otro rayo de luz por medio de los
    Testimonios, hasta que hagáis un uso práctico de la luz que ya tenéis. El
    Señor os ha circundado de luz, pero vosotros no habéis apreciado esa luz; la
    habéis pisoteado. En tanto que algunos han despreciado la luz, otros la han
    descuidado, o la han seguido sólo en forma indiferente. Unos pocos han
    resuelto en su corazón obedecer la luz que Dios se ha agradado en darles.
    «Algunos de los que han recibido advertencias especiales por medio de un
    testimonio, han olvidado después de pocas semanas el reproche dado. Los
    testimonios enviados a algunos han sido repetidos varias veces; pero ellos no
    han creído que eran de suficiente importancia como para darles cuidadosa
    atención. Han sido para ellos como fábulas ociosas. Si hubieran atendido a
    la luz dada, habrían evitado pérdidas y pruebas que ellos consideran que son
    duras y severas. Ellos deben dirigir la censura solamente a sí mismos. Han
    colocado sobre sus propios cuellos un yugo que encuentran gravoso llevar.
    No es el yugo que Cristo les ha impuesto. El cuidado y el amor de Dios
    fueron ejercidos en su favor; pero sus almas egoístas, malas e incrédulas no
    podían discernir la bondad del Señor y su misericordia. Se apresuraron en la
    dirección de su propia sabiduría, hasta que, abrumados de pruebas y
    confundidos con perplejidades se hallan entrampados por Satanás. Cuando
    recojáis los rayos de luz que Dios ha dado en lo pasado, entonces él dará
    una luz mayor».
    Les pedí que consideraran el caso del Israel de antaño. Dios les dio su ley;
    pero ellos no quisieron obedecerla. Entonces les dio ceremonias y
    ordenanzas, para que en la realización de estas cosas recordaran a Dios.
    Estaban tan propensos a olvidar al Señor y lo que él pedía de ellos, que fue
    necesario mantener sus mentes agitadas para que se dieran cuenta de sus
    obligaciones 221 de obedecer y honrar a su creador. Si hubieran sido
    obedientes, y si hubieran amado observar los mandamientos de Dios, no se
    habría necesitado la multitud de ceremonias y ordenanzas que tenían.
    Si los hijos de Dios que ahora profesan ser el tesoro peculiar del señor
    quisieran obedecer sus requerimientos, como están especificados en su
    palabra, no recibirían testimonios especiales para despertarlos a su deber, e
    impresionar en su mente su pecaminosidad y el terrible peligro de descuidar
    la obediencia a la palabra de Dios. Hay conciencias que han sido embotadas,
    porque la luz ha sido puesta a un lado, descuidada y despreciada. Y Dios
    quitará estos Testimonios del pueblo, lo privará de su fuerza y lo humillará.
    Soñé que mientras hablaba el poder de Dios cayó sobre mí de una manera
    muy notable, y se me privó de toda mi fuerza. Sin embargo no tuve ninguna
    visión. Yo pensaba que mi esposo se ponía en pie delante del pueblo y
    exclamaba: «Este es el poder maravilloso de Dios. El ha hecho de los
    Testimonios un medio poderoso de alcanzar a las almas, y que por medio de
    ellos, él trabajará en forma todavía más poderosa de lo que ha hecho hasta
    ahora. ¿Quién estará de parte del Señor?»
    Soñé que un buen número de hermanos se pusieron instantáneamente de
    pie, y respondieron al llamamiento. Otros permanecieron sentados de mal
    humor; algunos manifestaron escarnio y burla, y unos pocos parecían
    totalmente indiferentes. Uno se puso en pie a mi lado y dijo:
    «Dios te ha levantado y te ha dado palabras para hablar al pueblo y para
    alcanzar los corazones como él no lo ha hecho con ningún otro. El ha
    conformado tus testimonios para hacer frente a los casos que están en
    necesidad de ayuda. No debes dejarte afectar por la burla, por el escarnio,
    por el reproche y por la censura. 222 A fin de ser el instrumento escogido de
    Dios, no debes depender de ningún otro, sino depender exclusivamente de
    él, y como la viña que se agarra de su tutor, debes permitir que tus zarcillos lo
    rodeen. El te hará un medio para comunicar su luz al pueblo. Debes obtener
    diariamente fuerza de Dios, a fin de estar fortalecida, para que el ambiente
    donde estás no oscurezca ni eclipse la luz que Dios ha permitido que brille
    sobre su pueblo por tu medio. Es el objeto especial de Satanás impedir que
    esta luz llegue al pueblo de Dios, quien mucho la necesita en medio de los
    peligros de estos últimos días.
    «Tu éxito está en tu sencillez. Tan pronto como abandones esta sencillez, y
    elabores tus Testimonios para conformarlos con las mentes de algunos, tu
    poder se habrá ido. En esta época casi todo es falaz e irreal. El mundo
    abunda en testimonios dados para agradar y encantar por el momento, y para
    exaltar el yo. Tu testimonio es de un carácter diferente. Ha de afectar hasta
    las minucias de la vida, impidiendo que la débil fe muera, y haciendo
    entender claramente a los creyentes la necesidad de brillar como luces en el
    mundo.
    «Dios te ha dado tu testimonio para presentar delante del apóstata y del
    pecador su verdadera condición, y para mostrarle la inmensa pérdida que él
    experimenta al continuar en su vida de pecado. Dios ha impresionado esto
    en tu mente, exponiéndolo ante tu visión, como no lo ha hecho con ninguna
    otra persona que ahora viva; y de acuerdo con la luz que te ha dado, te hará
    responsable. ‘No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho
    Jehová de los ejércitos’. ‘Alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo
    su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado’ » (Zac. 4: 6; Isa. 58: 1).
    Este sueño tuvo una poderosa influencia sobre mí. 223 Cuando desperté, mi
    espíritu estaba alegre y sentía una gran paz. Las enfermedades que me
    habían hecho más difícil el trabajo fueron quitadas, y gocé de una fuerza y de
    un vigor ausentes durante meses. Me parecía que los ángeles de Dios
    habían sido comisionados para darme alivio. Una inefable gratitud llenó mi
    corazón por este gran cambio del desaliento a la luz y la Felicidad. Yo sabía
    que había recibido ayuda de Dios. Esta manifestación me pareció como un
    milagro de la misericordia de Dios, y no seré desagradecida por su bondad
    amorosa. 224
  33. Obra Misionera(16). EL 10 de diciembre de 1871 se me mostró que Dios realizaría una gran obra por medio de la verdad, si hombres consagrados que se sacrificaran a sí mismos se entregaran sin reservas a la obra de presentar el mensaje a los que están en tinieblas. Los que tienen un conocimiento de la preciosa verdad, y están consagrados a Dios, deben valerse de toda oportunidad dondequiera se presente una puerta abierta para hacer avanzar la verdad. Los ángeles de Dios están conmoviendo los corazones y las conciencias del pueblo de otras naciones, y almas honestas se sienten angustiadas al presenciar las señales de los tiempos en el estado incierto 225 de las naciones. Surge el interrogante en sus corazones: ¿Cuál será el fin de todas estas cosas? Mientras Dios y los ángeles están obrando para impresionar los corazones, los siervos de Cristo parecen dormir. Pero unos pocos trabajan en unión con los mensajeros celestiales. Si los ministros y el pueblo despertaran lo suficiente, no descansarían en esta forma tan indiferente, mientras Dios los ha honrado haciendo de ellos los depositarios de su ley, imprimiendo esa ley en sus mentes y escribiéndola en sus corazones. Las verdades de vital importancia han de poner a prueba al mundo; y sin embargo en nuestro propio país hay ciudades, aldeas y pueblos que nunca han oído el mensaje de amonestación. Jóvenes que se sienten conmovidos por los llamados realizados en procura de ayuda en esta gran obra de hacer progresar la causa de Dios, realizan algún movimiento de avance, pero no asumen la carga de la obra tan plenamente como para hacer lo que debe hacerse. Si los jóvenes que comienzan a trabajar en esta causa tuvieran el espíritu misionero, darían evidencia de que Dios ciertamente los ha llamado a la obra. Pero cuando no van a nuevos lugares, sino que están contentos de ir de iglesia en iglesia, dan evidencia de que la carga de la obra no está sobre ellos. Las ideas de nuestros predicadores jóvenes no son lo suficientemente amplias. Su celo es demasiado débil. Si los jóvenes estuvieran despiertos y dedicados al Señor, serían diligentes en todo momento, y buscarían las calificaciones necesarias para llegar a ser obreros en el campo misionero. Los jóvenes deben estar adquiriendo las calificaciones para ese trabajo y familiarizarse con otros idiomas, para que Dios los use como medios de comunicar 226 su verdad salvadora a los habitantes de otras naciones. Estos jóvenes pueden obtener un conocimiento de otras lenguas aun mientras están empeñados en trabajar por los pecadores. Si son económicos en la forma de aprovechar su tiempo, pueden estar progresando mentalmente, y calificándose para una utilidad más amplia. Si las jóvenes que han llevado sólo pocas responsabilidades se consagraran a Dios, podrían calificarse para ser útiles estudiando y familiarizándose con otros idiomas. Podrían dedicarse a la obra de traducir. Nuestras publicaciones deben imprimirse en otras lenguas, a fin de que las naciones extranjeras puedan ser alcanzadas. (17) Mucho puede hacerse
    por medio de la prensa, pero se podría hacer aún más si la influencia de las
    labores de los predicadores activos acompaña a nuestras publicaciones. Se
    necesitan misioneros que vayan a otros países para predicar la verdad de
    una manera cuidadosa. La causa de la verdad presente puede ser
    grandemente extendida por el esfuerzo personal.
    Cuando las iglesias vean que hay jóvenes que poseen el celo que los califica
    para extender sus labores a ciudades, aldeas y pueblos que nunca han sido
    despertados a la verdad; cuando vean que hay misioneros voluntarios
    dispuestos a ir a otras naciones a fin de llevarles la verdad, las iglesias se
    verán animadas y fortalecidas mucho más que si ellas mismas fueran
    beneficiarias de los trabajos de jóvenes inexpertos. Al ver los corazones de
    sus ministros ardiendo de amor y celo por la verdad y con un deseo de salvar
    almas, las iglesias despertarán. Estas generalmente tienen en su 227 propio
    seno los dones y el poder que les reportaría bendición y fortaleza a ellas
    mismas, y que les permitiría reunir a las ovejas y a los corderos en el redil.
    Necesitan que se les permita trabajar con sus propios recursos, para que
    todos los dones que están durmiendo puedan así ser llamados a un servicio
    activo.
    El Señor ha impulsado a hombres que hablan otros idiomas, y los ha
    colocado bajo la influencia de la verdad, a fin de calificarlos para trabajar en
    su causa. El los ha puesto al alcance de la oficina de publicaciones, para que
    sus gerentes se valieran de sus servicios, si estaban despiertes a las
    necesidades de la causa. Se necesitan publicaciones en otros idiomas, para
    despertar el interés y las inquietudes entre otras naciones.
    Así como la predicación de Noé amonestó y probó a los habitantes del
    mundo antes que el diluvio los destruyera de sobre la faz de la tierra, también
    la verdad de Dios para estos últimos días está haciendo una obra similar de
    amonestar y poner a prueba al mundo. Las publicaciones que salen de la
    oficina llevan el sello del Eterno. Están siendo esparcidas por todo el país, y
    están decidiendo el destino de muchas almas. Se necesitan grandemente
    ahora hombres que puedan traducir y preparar nuestras publicaciones en
    otros idiomas, de manera que el mensaje de advertencia vaya a todas las
    naciones y las pruebe por medio de la luz de la verdad, y así los hombres y
    mujeres, al ver la luz puedan volver de la transgresión a la obediencia de la
    ley de Dios.
    Debe aprovecharse toda oportunidad para extender la verdad a otras
    naciones. Esto requerirá considerable gasto, pero el gasto de ninguna
    manera debe impedir la realización de esta tarea. Los medios son de valor
    únicamente al ser empleados para hacer progresar los intereses del reino de
    Dios. El Señor ha prestado
    228 medios a los hombres para este mismo propósito, para usarlos en enviar
    la verdad a sus semejantes.
    Ahora es el tiempo de usar los medios para Dios. Este es el tiempo de ser
    ricos en buenas obras, colocando para nosotros un buen fundamento para el
    tiempo venidero, de manera que podamos echar mano de la vida eterna. Un
    alma salvada en el reino de Dios es de más valor que todas las riquezas
    terrenales. Somos responsables ante Dios por las almas de aquellos con
    quienes nos relacionamos, y cuanto más estrechas nuestras relaciones con
    nuestros semejantes, mayor es nuestra responsabilidad. Somos una gran
    hermandad, y el bienestar de nuestros semejantes debe ser nuestro gran
    interés. No tenemos un momento que perder. Si hemos sido descuidados en
    esta materia, es harto tiempo de que ahora con todo fervor redimamos el
    tiempo, no sea que la sangre de las almas se encuentre sobre nuestros
    vestidos. Como hijos de Dios, ninguno de nosotros está eximido de tomar
    parte en la gran obra de Cristo para la salvación de nuestros semejantes.
    Será una tarea difícil la de vencer el prejuicio y convencer a los no creyentes
    de que nuestros esfuerzos por ayudarlos son desinteresados. Pero esto no
    debe impedir nuestra labor. No hay precepto en la Palabra de Dios que nos
    ordene hacer bien solamente a aquellos que aprecian nuestros esfuerzos y
    responden a ellos, o que nos pida que beneficiemos solamente a los que nos
    agradezcan por ello. Dios nos ha enviado a trabajar en su viña. Nuestra
    tarea es hacer todo lo que podemos. «Por la mañana siembra tu semilla, y a
    la tarde no dejes reposar tu manos; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto
    o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno» (Ecl: 11: 6).
    Tenemos demasiado poca fe. Limitamos al Santo 229 de Israel. Debemos
    estar agradecidos de que Dios condescienda en usar a algunos de nosotros
    como sus instrumentos. Cada oración ferviente elevada con fe por algo
    recibirá respuesta. Ella puede no llegar como lo habíamos esperado; pero
    vendrá, tal vez no como lo habíamos planeado, pero al tiempo preciso
    cuando más la necesitemos. Pero ¡oh, cuán pecaminosa es nuestra
    incredulidad! «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en
    vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho» (Juan 15: 7). 230
  34. Planes mas Amplios
    MIENTRAS estaba en California, en el año 1874, tuve un sueño
    impresionante, en el cual se me presentó la prensa como instrumento en la
    obra de proclamar el mensaje del tercer ángel al mundo.
    Soñé que varios de los hermanos en California se hallaban en concilio,
    considerando el mejor plan de trabajar durante la próxima estación. Algunos
    creían que era sabio rehuir las grandes ciudades, y trabajar en los lugares
    pequeños. Mi esposo estaba urgiendo con todo fervor a que se hicieran
    planes más amplios, y se realizaran esfuerzos más extendidos, lo cual estaría
    en más consonancia con el carácter de nuestro mensaje.
    Entonces un joven a quien yo había visto con frecuencia en mis sueños llegó
    al concilio. Escuchó con profundo interés las palabras que se hablaban, y
    entonces, hablando en forma deliberada, con autorizada confianza, dijo:
    «Las ciudades y los pueblos constituyen una parte de la viña del Señor.
    Deben escuchar el mensaje de advertencia. El enemigo de la verdad está
    haciendo esfuerzos desesperados para apartar al pueblo de la verdad de
    Dios a fin de que vaya en procura de falsedades… Habéis de sembrar junto a
    todas las aguas.
    «Puede ser que no veáis de inmediato el resultado de vuestra labor, pero esto
    no debe desanimaros. Tomad a Cristo como vuestro ejemplo. El tenía
    muchos 231 oyentes, pero pocos lo seguían. Noé predicó durante ciento
    veinte años al pueblo antes del diluvio; sin embargo, de las multitudes de la
    tierra de ese tiempo, solamente ocho se salvaron».
    El mensajero continuó: «Estáis concibiendo ideas demasiado limitadas de la
    obra para este tiempo. Estáis tratando de planear la obra como para poder
    abarcarla con vuestros brazos. Debéis tener una visión más amplia. Vuestra
    luz no debe ser colocada debajo de un almud o debajo de la cama, sino en el
    candelero, para que alumbre a todos los que están en casa. Vuestra casa es
    el mundo…
    «La veracidad y la verdad de las declaraciones y obligaciones del cuarto
    mandamiento deben ser presentadas en forma clara delante del pueblo.
    ‘Vosotros sois mis testigos’. El mensaje avanzará con poder a todas partes
    del mundo, a Oregon, a Europa, a Australia, a las islas del mar, a todas las
    naciones, lenguas y pueblos. Preservad la dignidad de la verdad. Esta
    crecerá hasta alcanzar grandes proporciones. Muchos países están
    esperando el avance de la luz que Dios tiene para ellos, y vuestra fe es
    limitada, muy pequeña. Vuestro concepto de la obra necesita ampliarse
    grandemente. Oakland, San Francisco, Sacramento, Woodland, y las
    grandes ciudades de los Estados Unidos deben oír el mensaje de verdad.
    Avanzad. Dios obrará con gran poder si andáis con toda humildad delante de
    él. La fe no habla de imposibilidades. Nada es imposible para Dios. La luz
    de las declaraciones obligatorias de la ley de Dios ha de someter a prueba al
    mundo…»
    En mi última visión se me mostró que debemos tener una parte que realizar
    en California para extender y confirmar la obra ya comenzada. Se me mostró
    que debía ponerse a contribución trabajo misionero en
    232 California, en Australia, en Oregon, y en otros territorios en forma mucho
    más extensa de lo que nuestros hermanos han imaginado, o de lo que jamás
    han contemplado y planeado. Se me mostró que en el tiempo actual no
    avanzamos tan rápidamente como las providencias de Dios están abriendo
    oportunidades delante de nosotros. Se me mostró que la verdad presente
    debe ser un poder en California si los creyentes en el mensaje no le hicieran
    lugar al enemigo con su incredulidad y egoísmo, sino concentraran sus
    esfuerzos en un solo objeto: la edificación de la causa de la verdad presente.
    Vi que habría un periódico publicado en la costa del Pacífico. Habría una
    institución de salud establecida allí, y se crearía una casa publicadora.
    El tiempo es corto; y todos los que creen en este mensaje deben sentir que
    una solemne obligación descansa sobre ellos, a saber la de ser obreros
    desinteresados, que ejerzan su influencia en la debida dirección, y nunca, ni
    por palabra ni por acción, se los encuentre alineados en contra de los que
    tratan de hacer progresar los intereses de la causa de Dios. Las ideas de
    nuestros hermanos son completamente estrechas. Esperan solamente poco.
    Su fe es demasiado limitada.
    Un periódico publicado en la costa del Pacífico daría fuerza e influencia al
    mensaje. La luz que Dios nos ha dado no tendrá mucho valor para el mundo
    si no puede ser vista al ser presentada delante de él. Os declaro que nuestra
    visión puede ser extendida. Vemos las cosas cercanas, pero no las que
    están lejos. 233
  35. A Todo el Mundo
    SIENTO profundamente la necesidad de que hagamos esfuerzos más
    completos y fervientes para presentar la verdad al mundo. En la última visión
    que me fue dada, se me mostró que no estamos haciendo ni la vigésima
    parte de la obra que debiéramos realizar para la salvación de las almas.
    Trabajamos por ellas en forma indiferente, como si no fuera un asunto de
    grandísima importancia el que reciban o rechacen la verdad. Se hacen
    esfuerzos generales, pero dejamos de trabajar en forma particular por medio
    de esfuerzos personales. No nos acercamos a los hombres y mujeres de tal
    manera que los impresionemos con el hecho de que tenemos un interés
    personal por ellos, y de que nos preocupamos en forma profunda y ferviente
    por su salvación y no queremos renunciar a la tarea de salvarlos.
    Nos mantenemos a gran distancia de quienes no creen en la verdad. Los
    llamamos y esperamos que vengan a nosotros para inquirir acerca de la
    verdad. Muchos no se sentirán inclinados a hacerlo, porque están en
    tinieblas y en el error, y no pueden discernir la verdad y su vital importancia.
    Satanás los retiene con firme poder, y si nosotros queremos ayudarlos,
    debemos mostrar interés personal y amor por sus almas, y tratarlos con
    fervor. Debemos trabajar con oración y amor, con fe y paciencia incansable,
    esperándolo todo
    234 y creyéndolo todo, con la sabiduría de la serpiente y la humildad de la
    paloma, a fin de ganar almas para Cristo.
    Preparación especial
    Como pueblo no estamos suficientemente despiertos ante el corto tiempo en
    el cual nos toca trabajar, y no entendemos la magnitud de la obra para este
    tiempo. La noche pronto viene, en la cual nadie puede obrar. Dios llama a
    hombres y mujeres que tengan las cualidades necesarias -consagración a la
    voluntad divina y fervor en el estudio de las Escrituras-, para hacer su obra
    especial en estos últimos días. El llama ahora a hombres que puedan
    trabajar. A medida que se empeñan en la tarea con sinceridad y humildad
    para hacer todo lo que puedan, obtendrán una experiencia más completa.
    Tendrán un conocimiento mejor de la verdad y de los métodos para alcanzar
    a las almas y ayudarlas, precisamente cuando necesitan ser ayudadas. Se
    necesitan obreros ahora, ahora mismo, para trabajar por Dios. Los campos
    ya están blancos para la siega, y sin embargo los obreros son pocos.
    Providencias y oportunidades
    Se me mostró que, como pueblo, hemos estado dormidos en cuanto a
    nuestro deber de presentar la luz a los hombres de otras naciones. ¿Es
    porque Dios nos ha eximido como pueblo, de tener cualquier carga o de
    realizar un trabajo especial en favor de los de otras lenguas, por lo que no
    tenemos misioneros ya hoy en países extranjeros? ¿Por qué ocurre esta
    negligencia y esta demora? Hay personas de mente superior en muchas
    otras naciones, a quienes Dios está impresionando con la falta de
    espiritualidad y de piedad genuina que existe en las denominaciones
    cristianas del país. 235 Ellos no pueden armonizar la vida y el carácter de los
    profesos cristianos con las normas bíblicas. Muchos están orando por luz y
    conocimiento. No están satisfechos. Dios contestará sus oraciones por
    medio de nosotros, como pueblo, si no estamos a una distancia tan grande
    de él que no podamos oír su voz, y si no somos tan egoístas que no
    queramos ser perturbados en nuestra comodidad y asociaciones agradables.
    No estamos marchando al paso de las providencias de Dios que nos abren
    puertas. Jesús y los ángeles están trabajando. Esta causa está progresando,
    mientras que nosotros estamos detenidos y quedamos a la retaguardia. Sí
    siguiéramos las providencias divinas que abren puertas delante de nosotros,
    discerniríamos con rapidez toda puerta abierta, y aprovecharíamos hasta el
    máximo toda ventaja que esté a nuestro alcance, a fin de permitir, que la luz
    se extienda y llegue a otras naciones. Dios, en su providencia, ha enviado a
    nuestras mismas puertas, y los ha arrojado, por así decirlo, en nuestros
    brazos, a fin de que puedan aprender la verdad más perfectamente, y ser
    calificados para realizar la obra que nosotros no podríamos hacer de llevar la
    luz a hombres de otros idiomas. A menudo hemos dejado de discernir la
    mano de Dios, y no hemos recibido precisamente a aquellos que Dios nos ha
    provisto para que trabajen en unión con nosotros y desempeñen una parte en
    enviar la luz a otras naciones.
    Sembrar sobre todas las agua
    Ha habido un descuido causado por nuestra pereza y una incredulidad
    criminal entre nosotros como pueblo, que nos ha mantenido a la retaguardia
    sin hacer la obra de Dios nos ha dejado y que consiste en permitir que
    nuestra luz brille delante de los que pertenecen a 236 otras naciones. Se
    siente temor en aventurarse y no se quiere correr riesgos en la obra,
    temiendo que la inversión de medios no traiga resultados. ¿Qué pasaría si se
    usan los medios y sin embargo no podemos ver que algunas almas han sido
    salvadas por ellos? ¿Qué pasaría si malgastáramos una porción de nuestros
    medios? Mejor es trabajar y mantenerse activo que no hacer nada. Vosotros
    no sabéis qué cosa prosperará, si esto o lo otro.
    Dios tendrá hombres que arriesgarán cualquier cosa y todo lo que tienen para
    salvar almas. Aquellos que no avanzan sino hasta que puedan ver todo
    trecho del camino con claridad delante de ellos, no rendirán ningún beneficio
    en este tiempo, para el progreso de la verdad divina. Debe haber ahora
    obreros que avancen en la oscuridad tanto como en la luz, y que se
    mantengan firmes y valientes pese a los desánimos y las esperanzas
    frustradas, que trabajen con fe, con lágrimas y con paciente esperanza, y
    siembren junto a todas las aguas, confiando en el Señor para que él traiga los
    frutos. Dios llama a hombres de nervio, de esperanza, de fe y de
    persistencia, para que trabajen.
    Publicaciones en muchos idiomas
    Se me ha mostrado que nuestras publicaciones deben imprimirse en
    diferentes idiomas y ser enviadas a todo país civilizado, a cualquier costo.
    ¿Qué valor tiene el dinero en este tiempo, en comparación con el valor de las
    almas? Todo dólar de nuestros recursos debe ser considerado
    como del Señor y no nuestro; y como un precioso legado de Dios a nosotros,
    no para ser malgastado en complacencias innecesarias, sino para ser usado
    cuidadosamente en la causa de Dios, en la obra de salvar a hombres y
    mujeres de la ruina.
    Se me ha mostrado que la prensa es poderosa para 237 el bien o para el
    mal. Esta agencia puede alcanzar e influir la mente del público como no lo
    puede ninguna otra cosa. La prensa, dirigida por hombres que sean
    santificados y consagrados a Dios, puede ser un poder para el bien y para
    traer a los hombres al conocimiento de la verdad. La pluma es un poder en la
    mano de hombres que sienten la verdad ardiendo en el altar de sus
    corazones, y que tienen un celo inteligente por Dios, equilibrado con un sano
    juicio. La pluma, sumergida en la fuente de la verdad pura, puede enviar los
    rayos de la luz a los oscuros rincones de la tierra, los cuales reflejarán de
    vuelta sus rayos, añadiéndoles nuevo poder y dando una luz aumentada para
    ser esparcida por dondequiera.
    Una cosecha de almas preciosas
    Se me ha mostrado que las publicaciones ya han estado haciendo una obra
    en algunas mentes en otros países, quebrantando los muros del prejuicio y la
    superstición. Se me han mostrado hombres y mujeres estudiando con
    intenso interés periódicos, y algunas páginas de folletos, relativos a la verdad
    presente. Ellos leen las evidencias, que les resultan tan maravillosas y
    nuevas, y abren sus Biblias con un interés profundo y nuevo, a medida que
    les son aclarados temas de la verdad que les eran oscuros, especialmente la
    luz con respecto al sábado del cuarto mandamiento. Mientras investigan las
    Escrituras para ver si estas cosas son así, una nueva luz brilla en su mente,
    pues los ángeles los rodean e impresionan sus mentes con las verdades
    contenidas en las publicaciones que han estado leyendo.
    Los he visto sosteniendo periódicos y folletos en una mano, y la Biblia en la
    otra, mientras sus mejillas estaban humedecidas con lágrimas; y
    arrodillándose 238 delante de Dios en oración ferviente y humilde, los he
    visto guiados a toda verdad: precisamente lo que el Señor estaba haciendo
    por ellos antes que ellos se dirigieran a él. Y cuando recibían la verdad en su
    corazón, y veían la armoniosa cadena de verdades, la Biblia llegaba a ser
    para ellos un libro nuevo, y lo estrechaban contra su corazón con gozo y
    gratitud, mientras sus rostros brillaban de felicidad y de santo gozo.
    Estas personas no estaban satisfechas meramente con gozar de la luz
    ellas mismas, y comenzaron a trabajar en favor de otros. Algunos han hecho
    grandes sacrificios por causa de la verdad y para ayudar a los hermanos que
    estaban en tinieblas. Así se está preparando el camino para una gran obra
    en la distribución de folletos y periódicos en otros idiomas. 239
  36. La Circulación de la página Impresa*(18)
    EN LA reunión celebrada en Roma, Nueva York, el domingo 12 de
    septiembre de 1875, varios predicadores dirigieron la palabra a numerosos y
    atentos auditorios. A la noche siguiente soñé que un joven de noble aspecto
    entraba en el aposento en donde yo me hallaba, inmediatamente después de
    pronunciar mi discurso. El joven me dijo:
    «Has llamado la atención de las gentes a importantes asuntos, que para
    muchos son nuevos y curiosos. A algunos de los oyentes les han interesado
    muchísimo. Los obreros han hecho en palabra y doctrina cuanto han podido
    para exponer la verdad; pero si no aumentan los esfuerzos para fijar en las
    mentes las impresiones recibidas, obtendréis escaso fruto de vuestra labor.
    Satanás tiene listos muchos atractivos para cautivar las mentes; y los
    cuidados de esta vida y la falacia de las riquezas concurren para ahogar la
    semilla de verdad sembrada en el corazón.
    ‘En todo esfuerzo similar al que estáis haciendo ahora, se obtendrían
    resultados mucho más eficaces si dispusierais de páginas impresas
    apropiadas listas para la circulación y la lectura. Repártanse gratuitamente, a
    los que quieran aceptarlos, folletos que traten de puntos 240 importantes de
    la verdad relacionada con los tiempos actuales. Sembraréis junto a todas las
    aguas.
    «La prensa es un poderoso medio de mover los entendimientos y los
    corazones. Los hombres mundanos se valen de la prensa para aprovechar,
    toda ocasión de difundir entre el público literatura ponzoñosa. Si quienes
    están impulsados por el espíritu del mundo y de Satanás se esfuerzan con
    ahínco por propagar libros, folletos y periódicos de índole corruptora, vosotros
    debéis ser aún más tenaces en ofrecer a las gentes lecturas de carácter
    enaltecedor y salvador.
    «Dios ha otorgado a su pueblo valiosas ventajas en la prensa, la que,
    combinada con otros agentes difundirá con éxito el conocimiento de la
    verdad. Folletos, periódicos y libros, según la ocasión lo requiera, deben
    distribuirse por todas las ciudades y aldeas de la tierra. Aquí hay obra
    misionera para todos.
    «Debe adiestrarse hombres en esta rama de la obra, que sean misioneros y
    distribuyan publicaciones. Han de ser hombres de aspecto simpático y trato
    afable, que no inspiren repugnancia ni den motivo para que los rechacen. Es
    una obra que, cuando es necesario, exige todo el tiempo y las energías de
    quienes se dediquen a ella. Dios ha confiado gran luz a sus hijos, no para
    ellos solos, sino para que sus rayos iluminen a los que están sumidos en las
    tinieblas del error.
    «Como pueblo no estáis haciendo ni la vigésima parte de lo que se podría
    hacer en la propagación del conocimiento de la verdad. Se puede lograr
    muchísimo más por medio del predicador vivo acompañado de periódicos y
    folletos, que por la predicación de la sola palabra sin publicaciones impresas.
    La prensa es un eficacísimo instrumento que Dios ha provisto para que se lo
    combine con las energías de la palabra viva, a fin de predicar la verdad a
    toda nación, tribu, lengua y 241 pueblo. Hay muchos con quienes sólo es
    posible ponerse en comunicación por medio de la prensa.
    «Aquí tenemos verdadera obra misionera en qué invertir trabajo y recursos
    con los mejores resultados. Ha habido demasiado temor de correr riesgo, de
    moverse sólo por fe y de sembrar junto a todas las aguas. Se han presentado
    ocasiones que no le han aprovechado para obtener los máximos resultados.
    Los hermanos han tenido demasiado temor de aventurarse. La verdadera fe
    no es presunción, pero se arriesga a mucho. Es preciso que en las
    publicaciones se exponga sin tardanza la preciosa luz y la potente verdad».
    Después añadió: «Tu esposo no ha de cejar en sus esfuerzos por estimular a
    ciertos hombres para que lleguen a ser obreros responsables de una obra
    importante. Satanás atacará a todo aquel a quien Dios acepte. Si ellos se
    apartan del cielo y ponen la causa en peligro, sus fracasos no se anotarán en
    la cuenta de tu esposo ni en la tuya, sino que se achacarán a la perversidad
    de la naturaleza de los murmuradores, la cual ellos no supieron comprender
    ni vencer. Estos hombres a quienes Dios trató de emplear en su obra, y han
    fracasado e impuesto grandes cargas a los sinceros y desinteresados, han
    entorpecido y desanimado mas que todo el bien que hicieron. Sin embargo,
    esto no ha de entorpecer el propósito de Dios de que esta obra creciente -con
    sus cuidados y cargas- dividida en varias ramas, sea confiada a hombres que
    desempeñen su parte y levanten la carga cuando debe ser levantada. Estos
    hombres deben estar dispuestos a recibir instrucciones, y entonces Dios
    podrá capacitarlos, santificarlos y comunicarles santidad de juicio a fin de que
    prosigan cuanto emprendan en su nombre». 242
  37. Actividades Públicas en 1877
    EL 11 de mayo de 1877 salimos de Oakland, California, hacia Battle Creek,
    Michigan. Mi esposo había recibido un telegrama que requería su presencia
    en Battle Creek, para que diera atención a importantes asuntos relativos a la
    causa. Fuimos en respuesta a este llamado, y nos empeñamos
    fervorosamente en predicar, escribir y tener reuniones de junta en la oficina
    de la Review, el Colegio y el Sanatorio, trabajando a menudo de noche.
    Esto lo cansó terriblemente. Su constante ansiedad mental estaba
    preparando el camino para un quebrantamiento físico. Ambos sentimos el
    peligro, y decidimos ir a Colorado para gozar de un retiro y un descanso.
    Mientras hacíamos planes para el viaje, una voz me pareció decir: «Ponte la
    armadura. Tengo un trabajo que debes hacer en Battle Creek». La voz
    parecía tan clara que yo me volví involuntariamente para ver quién hablaba.
    No vi a nadie; y ante el sentido de la presencia de Dios, mi corazón se
    quebrantó de ternura delante de él. Cuando mi esposo entró en la pieza, le
    dije lo que había pasado. Lloramos y oramos juntos. Habíamos hecho
    arreglos para salir después de tres días; pero ahora todos nuestros planes
    habían cambiado. 243
    Servicios especiales en favor de los alumnos del Colegio
    La terminación del año escolar en el Colegio de Battle Creek estaba próxima.
    Me había sentido ansiosa por los estudiantes, muchos de los cuales eran
    inconversos o se habían apartado de Dios. Pasé una semana trabajando en
    su favor, realizando reuniones cada noche y los sábados y el primer día. Mi
    corazón estaba conmovido al ver la casa de culto casi completamente llena
    de alumnos de nuestro Colegio. Traté de impresionarlos con la idea de que
    una vida de pureza oración no sería ningún obstáculo para ellos en la
    obtención de un conocimiento completo de las ciencias, sino que, al contrario,
    ello quitaría muchos obstáculos en el camino de su progreso en el
    conocimiento. Al relacionarse con el Salvador se colocaban en la escuela de
    Cristo; y si eran estudiantes diligentes en esta escuela, el vicio y la
    inmoralidad serían eliminados de en medio de ellos. Una vez que se lograra
    esto, aumentaría su conocimiento como resultado de lo mismo.
    Nuestro Colegio ha de ocupar una posición más elevada, desde el punto de
    vista educacional, que cualquier otra institución de enseñanza, presentando
    delante de los jóvenes, puntos de vista, blancos y objetivo más nobles en la
    vida, y educándolos para tener un conocimiento correcto del deber humano y
    de los intereses eternos. El gran objeto de establecer nuestro Colegio era
    impartir el punto de vista correcto, mostrando la armonía de la ciencia y la
    religión de la Biblia.
    El Señor me fortaleció y me bendijo en los esfuerzos realizados en favor de
    los jóvenes. Un gran número pasó al frente para que oráramos por ellos.
    Algunos de ellos, debido a la falta de vigilancia y de oración, habían perdido
    la fe y la evidencia de su relación con Dios. 244 Muchos testificaron que, al
    tomar este paso, habían recibido la bendición de Dios. Como resultado de
    las reuniones, un buen número solicitaron el bautismo.
    Reuniones de temperancia
    Pero mi obra no estaba todavía terminada en Battle Creek. Se nos solicitó
    fervientemente que participáramos en una reunión de temperancia de gran
    magnitud, un esfuerzo muy meritorio que estaba en marcha entre la clase
    más alta de ciudadanos de Battle Creek. Este movimiento abarcó el Club de
    Reforma de Battle Creek, que tenía 600 adherentes, y la Unión Femenina de
    Temperancia Cristiana, que contaba con 260 adherentes. Dios, Cristo, el
    Espíritu Santo y la Biblia eran palabras familiares para estos obreros
    fervientes. Ya se había logrado mucho bien, y la actividad de los obreros, el
    sistema que usaban para trabajar y el espíritu de sus reuniones prometían un
    beneficio mayor aún en lo futuro.
    Fue en oportunidad de la visita de la gran colección de animales raros de
    Barnum a la ciudad, el 28 de junio, cuando las damas de la Unión Femenina
    de Temperancia Cristiana dieron un golpe notable en favor de la temperancia
    y la reforma, organizando un inmenso restaurante de temperancia para
    acomodar a las multitudes que se habían reunido desde varios puntos con el
    fin de visitar esa exposición de animales. Así se evitó que visitaran los
    salones y tabernas, donde estarían expuestos a la tentación. Se armó para
    la ocasión la inmensa carpa, con capacidad para cinco mil personas, usada
    por la Asociación de Michigan en los congresos campestres. Debajo de esta
    inmensa tienda se instalaron quince o veinte mesas [largas] para acomodar a
    los huéspedes.
    Por invitación hablé en la tienda el domingo de 245 noche primero de julio,
    sobre el tema de la temperancia cristiana, a cinco mil personas presentes.
    En el congreso campestre de Indiana
    Del 9 al 14 de agosto asistí a un congreso campestre cerca de Kokomo,
    Indiana, acompañada por mi nuera, María K. White. A mi esposo le resultó
    imposible abandonar Battle Creek. En esta reunión el Señor me fortaleció
    para trabajar con el mayor fervor. El me dio claridad y poder al dirigirme a la
    hermandad. Al echar una mirada los hombres y mujeres allí reunidos, de
    apariencia noble y de gran influencia, y compararlos con la pequeña
    compañía reunida seis años antes, que se componía de personas más bien
    pobres e incultas, pude exclamar: «¡Lo que ha hecho Dios!».
    La influencia refinadora que la verdad tiene en la vida y el carácter de los que
    la reciben estaba ejemplificada en forma poderosa allí. Mientras hablaba,
    pedimos que se pusieran de pie los que habían sido adictos al tabaco, pero
    que lo habían abandonado completamente debido a la luz que habían
    recibido por medio de la verdad. En respuesta, entre treinta y cinco y
    cuarenta personas se pusieron de pie, diez o doce de las cuales eran
    mujeres. Entonces pedimos que se pusieran de pie todos aquellos a quienes
    los médicos les habían indicado que sería fatal para ellos suspender el uso
    del tabaco porque se habían acostumbrado a su falso estímulo y que por lo
    tanto no les sería posible vivir sin él. En respuesta, ocho personas, cuyo
    rostro reflejaba salud de mente y de cuerpo, se pusieron en pie. Cuán
    maravillosa es la influencia santificadora que esta verdad tiene en la vida
    humana, convirtiendo en personas estrictamente temperantes a los que
    estaban habituados al tabaco, al vino y a otros tipos de disipaciones
    habituales. 246
    El domingo por la mañana el pastor J. H. Waggoner habló con gran libertad a
    una buena congregación sobre el tema del sábado. Tres trenes de excursión
    volcaron su carga viva de seres humanos en los terrenos. La gente aquí era
    muy entusiasta con respecto a la temperancia. A las 2:30 de la tarde yo
    hablé a ocho mil personas sobre el tema de la temperancia, visto desde el
    ángulo moral y cristiano. Fui bendecida con una claridad notable y con mucha
    libertad, y fui escuchada con la mejor atención por el gran auditorio presente.
    Dejamos a un lado el trillado camino que seguían los oradores populares, y
    rastreamos el origen de la intemperancia prevaleciente en el hogar, en la
    mesa familiar y en la complacencia del apetito en la niñez. Los alimentos
    estimulantes crean un deseo por estimulantes aún mayores. El muchacho
    cuyo gusto resulta así viciado, y a quien no se le enseña el dominio propio, es
    el ebrio o el esclavo del tabaco de años más tarde. Se señaló el deber de los
    padres de educar a sus hijos en los conceptos correctos de vida y en las
    responsabilidades, y de echar el fundamento para la formación de caracteres
    cristianos rectos. La gran obra de reforma en pro de la temperancia, a fin de
    ser plenamente exitosa, debe empezar en el hogar.
    Por la tarde el pastor Waggoner habló sobre las señales de los tiempos, a un
    auditorio grande y atento. Muchos señalaron que este discurso, y su sermón
    sobre el sábado, habían despertado nuevos pensamientos en su mente, y
    que estaban determinados a investigar estos temas.
    El lunes exhorté a la gente a que entregara su corazón a Dios. Unas
    cincuenta personas pasaron adelante para que oráramos por ellas. Se
    manifestó el más profundo interés. Quince fueron bautizadas con Cristo como
    resultado de la reunión. 247
    Andando por fe
    Habíamos hecho planes de asistir a los congresos campestres de Ohio y del
    Oeste pero nuestros amigos pensaron que, considerando mi estado de salud,
    sería imprudente hacer tal cosa; de manera que decidimos permanecer en
    Battle Creek. Como sufría dolores una gran parte del tiempo, me puse en
    tratamiento en el sanatorio.
    Mi esposo trabajaba incesantemente para hacer progresar los intereses de la
    causa de Dios en los varios departamentos de la obra que tenían su centro
    en Battle Creek. Antes que nos diéramos cuenta de ello, él estaba muy
    gastado físicamente. Una mañana temprano empezó a sentir vértigos y
    desvanecimientos, y estaba amenazado por la parálisis. Teníamos mucho
    temor de esta terrible enfermedad; pero el Señor fue misericordioso, y nos
    ahorró está aflicción. Sin embargo, su ataque fue seguido de una postración
    física y mental muy grande; y ahora, por cierto, parecía imposible que
    asistiéramos a los congresos campestres del Este, o que yo estuviera
    presente en ellos, dejando a mi esposo deprimido en espíritu y con una salud
    débil.
    Sin embargo yo no podía encontrar descanso y libertad en el pensamiento de
    permanecer ausente del campo de trabajo. Presentamos el asunto al Señor
    en oración. Sabíamos que el poderoso Sanador podía restaurar a ambos, a
    mi esposo y a mí, para que tuviéramos salud, si era para su gloria hacerlo.
    Ambos decidimos marchar por fe, y aventuramos amparados por las
    promesas de Dios.
    Los congresos campestres del este
    Cuando llegamos al campo donde se realizaba el congreso de Groveland,
    Massachusetts, encontramos una excelente reunión. Había 47 carpas en los
    terrenos, 248 además de tres grandes tiendas. La que se usaba para la
    congregación era de unos 27 metros de ancho por 42 de largo. Las
    reuniones del sábado revistieron el más profundo interés. La iglesia revivió y
    fue fortalecida, mientras los pecadores y los que se habían apartado
    despertaban a la sensación del peligro en que se hallaban.
    El domingo por la mañana, barcos y trenes volcaron su carga viva en el
    campo por millares. El pastor Smith habló por la mañana sobre la cuestión
    del Oriente. El tema era de especial interés, y la gente escuchó con la más
    ferviente atención.
    Por la tarde me fue difícil abrirme paso hasta el púlpito por entre la multitud
    de los que estaban de pie. Cuando llegué a la plataforma, tenía frente a mí un
    mar de cabezas. La gigantesca carpa estaba llena; los miles que estaban de
    pie afuera constituían un muro viviente de varios metros de espesor. Me
    dolían mucho los pulmones y la garganta. Sin embargo yo creía que Dios me
    ayudaría en esta importante ocasión. El Señor me dio gran soltura al dirigirme
    a esa inmensa multitud sobre el tema de la temperancia cristiana. Mientras
    hablaba, me olvidé de mi fatiga y mi dolor, al darme cuenta de que estaba
    hablando a gente que no consideraba mis palabras como fábulas ociosas. El
    discurso se extendió por más de una hora, y a través de todo este tiempo el
    público escuchó con gran atención.
    El lunes por la mañana tuvimos una sesión de oración en nuestra tienda en
    favor de mi esposo. Presentamos su caso al gran Médico. Era una
    oportunidad preciosa; la paz del cielo descansaba sobre nosotros. Estas
    palabras acudieron con fuerza a mi mente: «Esta es la victoria que vence al
    mundo, nuestra fe» (1 Juan 5: 4). Todos sentimos la bendición de Dios que
    descansaba sobre nosotros.
    Entonces nos reunimos en la gran carpa. mi esposo 249 se reunió con
    nosotros, y habló por un corto tiempo, pronunciando palabras preciosas que
    procedían de un corazón suavizado y encendido con un profundo sentido de
    la misericordia y la bondad de Dios.
    Reanudamos, a continuación, la obra que habíamos dejado el sábado, y la
    mañana fue empleada en trabajar especialmente por los pecadores y los
    apóstatas, de los cuales doscientos pasaron al frente pidiendo oraciones.
    Sus edades variaban: desde el niño de diez años hasta hombres y mujeres
    de cabello cano. Más de una veintena de éstos eran personas que ponían
    sus pies por primera vez en el camino de la vida. Por la tarde fueron
    bautizadas treinta y ocho personas; y un buen número demoró su bautismo
    hasta su regreso a sus casas.
    El lunes de noche ocupé el púlpito en una reunión de carpa que estaba
    realizándose en Danvers, Massachusetts. Tenía frente a mí una gran
    congregación. Yo estaba muy cansada para ordenar mis pensamientos en
    palabras bien hiladas; sentí que debía tener ayuda, y la pedí con todo mi
    corazón. Sabía que si había de tener algún grado de éxito en mi trabajo,
    habría de ser por medio de la fuerza del poderoso Dios.
    El Espíritu del Señor descansó sobre mí al intentar hablar. Sentí como un
    choque eléctrico en mi corazón, y todo dolor fue instantáneamente quitado.
    Había sentido mucho dolor en los nervios de la cabeza; esto también fue
    totalmente quitado. Mi garganta irritada y mis pulmones inflamados fueron
    aliviados. Mi brazo y mi mano izquierdos estaban casi inútiles como
    consecuencia de un dolor en mi corazón; pero ahora fui restablecida a la
    normalidad. Mi mente estaba clara. Mi alma estaba llena de luz y del amor
    de Dios. Los ángeles de Dios parecían estar a mi lado, como un muro de
    fuego. 250
    Tenía delante de mí a un pueblo a quien tal vez no volvería a encontrar hasta
    el juicio, y el deseo de lograr su salvación me indujo a hablar con fervor y con
    el temor de Dios, para estar libre de su sangre. Sentí gran soltura en mis
    esfuerzos, y el discurso ocupó una hora y diez minutos. Jesús fue mi
    ayudador, y su nombre tendrá toda la gloria. El auditorio estaba muy atento.
    Regresamos a Groveland el martes para encontrar que el congreso
    campestre de ese lugar estaba terminando. Se estaban plegando las
    tiendas, y los hermanos estaban diciendo adiós y se hallaban listos para subir
    a los carruajes y regresar a sus hogares. Este fue uno de los mejores
    Congresos campestres a los cuales asistí.
    Por la tarde el pastor Haskell nos llevó en su carruaje, y viajamos hacia South
    Lancaster para descansar en su hogar durante un tiempo.
    Decidimos viajar en un vehículo privado parte del camino al congreso
    campestre de Vermont, pues pensamos que esto sería de beneficio para mi
    esposo. A mediodía nos deteníamos a un costado del camino, encendíamos
    el fuego, preparábamos nuestro almuerzo y teníamos unos momentos de
    oración. Estas horas preciosas pasadas en compañía del Hno. y la Hna.
    Haskell, de la Hna. Ings, y la Hna. Huntley, nunca serán olvidadas. Nuestras
    oraciones ascendían a Dios en todo el camino desde South Lancaster hasta
    Vermont. Después de viajar tres días, tomamos los vehículos públicos y
    completamos nuestro viaje.
    Esta reunión tuvo un beneficio especial para la causa en Vermont. El Señor
    me dio fuerza para hablar a la gente todos los días.
    Viajamos directamente desde Vermont hasta el congreso campestre de
    Nueva York. El Señor me dio gran soltura al hablar a los hermanos. Pero
    algunos no estaban preparados para recibir el beneficio de la reunión.
    251 No se daban cuenta de su condición, y no buscaban al Señor con fervor,
    confesando su apostasía y apartándose de sus pecados. Uno de los grandes
    objetos de tener un congreso campestre es que nuestros hermanos puedan
    sentir el peligro de verse sobrecargados con los cuidados de esta vida. Se
    experimenta una gran pérdida cuando no se aprovechan estos privilegios.
    Regreso a Michigan y California
    Regresamos a Michigan, y después de unos pocos días fuimos a Lansing
    para asistir al congreso campestre que allí se hacía, que continuó por dos
    semanas. Aquí trabajé con todo fervor, y fui sostenida por el Espíritu del
    Señor. Fui grandemente bendecida al hablar a los alumnos y trabajar por su
    salvación. Esta fue una reunión notable. El Espíritu de Dios estuvo presente
    desde el comienzo hasta el fin. Como resultado de la reunión, ciento treinta
    fueron bautizados. Una gran parte de éstos eran estudiantes de nuestro
    colegio. Nos regocijamos al ver la salvación de Dios en esta reunión.
    Después de pasar unas pocas semanas en Battle Creek, decidimos cruzar
    las llanuras hacia California. 252
  38. Visita a Oregon
    HACIA el final del invierno de 1877-78, que pasamos en California, mi esposo
    había mejorado en su salud; y como el tiempo en Michigan se había puesto
    templado, él regresó al Battle Creek, para que pudiera tener el beneficio de
    los tratamientos en el sanatorio.
    No me atreví a acompañar a mi esposo a través de las llanuras; pues el
    constante cuidado y la ansiedad, así como la dificultad para dormir, me
    habían traído problemas del corazón que eran alarmantes. Sentimos
    hondamente que tuviéramos que separarnos. No sabíamos si íbamos a
    volver a vernos en este mundo. Mi esposo regresaba a Michigan; y habíamos
    decido que era aconsejable que yo visitara Oregon y presentara mi testimonio
    allí a los que nunca me habían escuchado.
    El viaje
    En compañía de una amiga y del pastor J. N. Loughborough, salí de San
    Francisco en la tarde del 10 de junio de 1878, a bordo del Oregon. El capitán
    Conner, que estaba a cargo de este espléndido barco, era muy atento con los
    pasajeros. Al pasar por el Golden Gate y salir al amplio océano, el mar
    estaba muy picado. El viento soplaba en contra de nosotros, y el buque
    comenzó a inclinarse peligrosamente, mientras el océano era azotado por la
    furia del viento. Observé el cielo nublado, las rugientes olas que alcanzaban
    la 253 altura de montañas, y las gotas de agua que reflejaban los colores del
    arco iris. El espectáculo era terriblemente grandioso, y yo me sentí llena de
    pavor mientras contemplaba los misterios del abismo, terrible en su furia.
    Había una tremenda belleza en la elevación de aquellas orgullosas olas
    rugientes, que luego caían en sollozos de congoja. Podía ver la exhibición del
    poder de Dios en el movimiento de las aguas inquietas, que gemían bajo la
    acción de los vientos inmisericordes, los cuales arrojaban las olas hacia la
    altura como si fuera en convulsiones de agonía.
    Al observar las ondas espumosas y gimientes recordé la escena de la vida de
    Cristo cuando los discípulos, en obediencia al mandato de su Maestro, fueron
    al extremo más lejano del mar.
    Cuando casi todos se habían retirado a sus camarotes, yo continuaba sobre
    la cubierta. El capitán me había provisto de una silla de cubierta, y de
    frazadas para protección contra el aire helado. Yo sabía que si iba a la
    cabina me marearía. Llegó la noche, la oscuridad cubrió el mar y las olas
    furibundas hacían inclinar la embarcación en forma terrible. Este gran buque
    era una mera astilla sobre las inclementes aguas; pero estaba guardado y
    protegido en su camino por los ángeles celestiales, comisionados por Dios
    para cumplir sus mandatos. Si no hubiera sido por esto, habríamos sido
    tragados en un momento de manera que no hubiera quedado ni rastro de ese
    espléndido barco. Pero el Dios que alimenta a los cuervos, que sabe el
    número de los cabellos de nuestra cabeza, no nos olvida.
    La última noche que estuvimos en el barco sentí la mayor gratitud a mi Padre
    celestial. Aprendí una lección que nunca olvidaré. Dios había hablado a mi
    corazón en la tormenta y en las olas, y en la calma que siguió después. ¿Y
    no lo adoraremos? ¿Opondrá el hombre 254 su voluntad a la voluntad de
    Dios? ¿Seremos desobedientes a los mandamientos de un Gobernante tan
    poderoso? ¿Contenderemos con el Altísimo, que es la fuente de todo poder,
    y de cuyo corazón fluye amor y bendición infinitos hacia las criaturas, objeto
    de su cuidado?
    Reuniones de un interés especial
    Mi visita a Oregon fue de un interés especial. Aquí me encontré, después de
    una separación de cuatro años, con mis queridos amigos el Hno. y la Hna.
    Van Horn, a quien reconocemos como nuestros hijos. En cierta forma yo
    estaba sorprendida y muy alegre de encontrar la causa de Dios en una
    condición tan próspera en Oregon.
    El martes 18 de junio, por la noche, me reuní con un buen número de
    observadores del sábado de ese Estado. Di mi testimonio por Jesús, y
    expresé mi gratitud por el dulce privilegio que él nos concede de confiar en su
    amor, y de reclamar su poder para que se una con nuestros esfuerzos para
    salvar a los pecadores de su condición perdida. Si queremos ver prosperar la
    obra de Dios, debemos tener a Cristo morando en nosotros; en suma,
    debemos obrar las obras de Cristo. A dondequiera que dirijamos la mirada,
    aparece la blanca cosecha; pero los obreros son pocos. Sentí mi corazón
    lleno de la paz de Dios, y de un profundo amor hacia su querido pueblo con
    quien estaba adorando por primera vez.
    El domingo 23 de junio hablé en la iglesia metodista de Salem sobre el tema
    de la temperancia. El próximo martes de noche hablé de nuevo en esta
    iglesia. Se me extendieron muchas invitaciones para hablar acerca de la
    temperancia en varias ciudades y pueblos de Oregon, pero el estado de mi
    salud me 255 impidió cumplir con estos pedidos.
    Llegamos al congreso campestre con un sentimiento del más profundo
    interés. El Señor me dio fuerza y gracia al presentarme delante del pueblo.
    Al echar una mirada al auditorio inteligente, mi corazón se quebrantó delante
    de Dios. Este era el primer congreso campestre realizado por nuestro pueblo
    en el Estado. Traté de presentar ante los hermanos la gratitud que debemos
    sentir por la tierna misericordia y el gran amor de Dios. Su bondad y su gloria
    impresionaban mi mente de una manera especial.
    Me había sentido muy ansiosa acerca de mi esposo, debido a su salud pobre.
    Mientras hablaba, mi mente concibió en forma vívida una reunión en la iglesia
    de Battle Greek, en medio de la cual estaba mi esposo, con la suave luz del
    Señor que descansaba sobre él y a su alrededor. Su rostro mostraba
    señales de buena salud, y aparentemente estaba muy feliz.
    Me sentí abrumada con el sentimiento de la incomparable misericordia de
    Dios, y de la obra que él estaba haciendo, no solamente en Oregon, y en
    California y Michigan, donde estaban establecidas nuestras importantes
    instituciones, sino también en los países extranjeros. Nunca podré presentar
    a otros el cuadro que impresionó vívidamente mi mente en esa oportunidad.
    Por un momento se presentó delante de mí la extensión de la obra, y perdí la
    noción de lo que me rodeaba. La ocasión y la gente a quien me dirigí
    desapareció de mi mente. La luz, la preciosa luz del cielo, estaba brillando
    con gran esplendor sobre esas instituciones empeñadas en la obra solemne y
    elevada de reflejar los rayos de luz que el cielo ha permitido que brillaran
    sobre ella.
    Parecía que el Señor estaba muy cerca de mí a través de todo este
    congreso. Cuando terminó, estaba 256 excesivamente cansada, pero libre
    en el Señor. Fue una época de trabajo productivo, y el continuar su lucha en
    favor de la verdad fortaleció a la iglesia.
    El domingo que siguió al congreso campestre hablé por la tarde en la plaza
    pública sobre la sencillez de la religión del Evangelio.
    Un culto en una cárcel
    Durante mi estancia en Oregon, visité la cárcel de Salem, en compañía del
    Hno. y la Hna. Carter y del Hno. Jordan. Cuando llegó la hora del servicio, se
    nos condujo a la capilla, que habían alegrado con una abundancia de luz y
    aire fresco y puro. Al toque de la campana, dos hombres abrieron las
    grandes puertas de hierro, y los reclusos entraron. Las puertas se cerraron
    con seguridad detrás de ellos, y por primera vez en mi vida me vi encerrada
    dentro de los muros de una prisión.
    Yo hubiera esperado ver a una cantidad de hombres de aspecto repulsivo,
    pero me llevé una agradable sorpresa; muchos de ellos parecían ser
    inteligentes, y algunos parecían hombres capaces. Estaban vestidos con los
    uniformes toscos pero limpios de la cárcel, el cabello peinado y las botas
    lustradas. Al mirar las distintas fisonomías que tenía delante de mí, pensé:
    «A cada uno de estos hombres se le han encomendado dones peculiares, o
    talentos, para ser usados para la gloria de Dios y beneficio del mundo; pero
    han despreciado estos dones del cielo, han abusado de ellos y los han
    aplicado mal». Al ver a jóvenes de dieciocho a veinte años y a otros de
    treinta años de edad, pensé en sus madres desdichadas, y en la pena y el
    remordimiento que debía amargarlas. Muchos corazones de madres habían
    sido quebrantados por la conducta impía seguida por sus hijos. 257
    Cuando todo el grupo se hubo reunido, el Hno. Carter leyó un himno; todos
    tenían himnarios, y se unieron en el canto de todo corazón. Uno de ellos, que
    era un músico consumado, tocó el órgano. Yo entonces inicié la reunión con
    una oración, y de nuevo todos se unieron en el canto. Al hablar me basé en
    las palabras de Juan: «Mirad cuál amor nos ha dado el padre, para que
    seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo: no nos conoce, porque no
    le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha
    manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se
    manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1
    Juan 3: 1-2).
    Exalté delante de ellos el infinito sacrificio hecho por el Padre al dar a su
    querido hijo para rescatar a hombres caídos, a fin de que pudieran ser
    transformados mediante la obediencia y llegaran a ser reconocidos como
    hijos de Dios.
    El viaje de regreso
    Mientras estaba en Salem, llegué a conocer al Hno. y la Hna. Donaldson, que
    querían que su hija volviera a Battle Creek con nosotros, y asistiera al
    colegio. La salud de ésta era pobre, y era una gran lucha para ellos
    despedirse de ella, pues era hija única; pero las ventajas espirituales que
    tendría allí los animaba a hacer el sacrificio. No mucho después, en un
    congreso campestre realizado en Battle Creek, ella fue sepultada con Cristo
    en las aguas del bautismo. Esta fue otra prueba de la importancia de que los
    adventistas envíen sus hijos a nuestros colegios, donde pueden ser puestos
    directamente bajo una influencia salvadora.
    En nuestro viaje desde Oregon nos relacionamos con muchas personas
    agradables, y distribuimos nuestras publicaciones poniéndolas en manos de
    diferentes 258 personas, lo cual nos permitió realizar provechosas
    conversaciones.
    Cuando llegamos a Oakland encontramos que la tienda ya estaba armada y
    que un buen número había abrazado la verdad gracias a las labores del
    pastor Guillermo Healy. Hablamos varias veces en esa tienda. El sábado y
    el primer día las iglesias de San Francisco y Oakland se reunieron allí, y
    tuvimos asambleas interesantes y provechosas. 259
  39. De un Estado a Otro
    YO ESTABA muy ansiosa de asistir al congreso campestre de California;
    pero había pedidos urgentes de que asistiera a los congresos del este.
    Según me fueron presentadas las cosas en relación con la condición en el
    este, yo sabía que tenía un testimonio que presentar, especialmente a
    nuestros hermanos de la Asociación de Nueva Inglaterra; y no podía sentirme
    con la libertad de permanecer por más tiempo en California.
    El 28 de julio de 1878, acompañada por mi nuera, la Sra. Emma L. White, y
    Edith Donaldson, salí de Oakland, California, hacia el este. En camino, el
    domingo hablé en Sacramento a una congregación muy atenta, y el Señor
    me dio libertad para hablarles acerca de su Palabra. El lunes tomamos de
    nuevo los carruajes, y nos detuvimos en Reno, Nevada, donde hablé el
    viernes de noche.
    En Colorado
    En el camino de Denver a Walling’s Mills -el descanso en la montaña donde
    mi esposo estaba pasando los meses de verano-, nos detuvimos en Boulder
    City. Allí contemplé con gozo la carpa que servía como lugar de reuniones,
    donde el pastor Cornell estaba realizando una serie de reuniones. Hallamos
    un tranquilo descanso en el cómodo hogar de la Hna, Dartt. La 260 carpa
    había sido prestada para realizar en ella reuniones en pro de la temperancia;
    y por invitación especial hablé en una tienda llena de oidores atentos.
    El lunes 8 de agosto me reuní con mi esposo, y lo encontré muy mejorado en
    su salud, alegre y activo, por lo cual me sentí muy agradecida a Dios.
    Toda nuestra familia estaba presente en las montañas con excepción de
    nuestro hijo Edson. Mi esposo y los niños pensaron que, como yo estaba
    muy cansada por haber trabajado casi constantemente desde el campamento
    de Oregon, ahora tendría el privilegio de descansar. Pero mi mente estaba
    impresionada con la idea de que debía asistir a los congresos campestres del
    este, especialmente al de Massachussetts.
    Recibimos una carta del Hno. Haskell en la cual nos instaba a ambos a
    asistir al congreso campestre, pero que si mi esposo no podía venir, el
    deseaba que, de ser posible, fuera yo. Le leí la carta a mi esposo, y después
    de unos pocos momentos de silencio, dijo: «Elena, tú tendrás que asistir al
    congreso de Nueva Inglaterra».
    Al día siguiente Edith Donaldson y yo prepararnos nuestros baúles. A las dos
    de la madrugada, favorecidos por la luz de la luna, comenzamos el viaje en
    carruaje, y a las seis y media abordamos el tren en Black Hawk. El viaje fue
    todo menos agradable, pues el calor era intenso.
    Al llegar a Battle Creek supe que habían hecho arreglos para que yo hablara
    el domingo de noche en la tienda gigantesca levantarla en los terrenos del
    Colegio. La carpa estaba llena y desbordante, y de mi corazón surgieron
    fervientes llamamientos al pueblo.
    Me detuve en Battle Creek sólo poco tiempo, y entonces, acompañada por la
    Hna. Mary Smith Abbey y el pastor E. W. Farnsworth, estaba otra vez de
    viaje rumbo al este. 261
    En la Asociación de Nueva Inglaterra.
    Cuando llegamos a Boston, los Hnos. Wood y Haskell nos fueron a recibir, y
    nos acompañaron hasta Ballard Vale, el lugar de las reuniones. Allí nos
    dieron la bienvenida nuestros antiguos amigos con una cordialidad que nos
    produjo descanso. Se necesitaba hacer mucho trabajo en esa reunión.
    Habían surgido nuevas iglesias desde nuestro último congreso. Almas
    preciosas habían aceptado la verdad y ellas necesitaban que alguien las
    llevara a un conocimiento más profundo y más acabado de la piedad práctica.
    En una ocasión hablé con respecto a la genuina santificación, que no es otra
    cosa que una muerte cotidiana al yo y una conformidad diaria con la voluntad
    de Dios. Mientras estaba en Oregon se me había mostrado que algunas de
    las iglesias, jóvenes en la Asociación de Nueva Inglaterra estaban en peligro,
    debido a la agostadora influencia de lo que se llama santificación. Algunos se
    engañaban con esta doctrina, mientras que otros, conociendo su influencia
    engañosa, se daban cuenta de su peligro y le daban la espalda. La
    santificación de Pablo es un constante conflicto con el yo. Dijo él: «Cada día
    muero» (1 Cor. 15: 31). La voluntad y los deseos de Pablo estaban en
    conflicto cada día con el deber y con la voluntad de Dios. En lugar de seguir
    sus inclinaciones, él hacía la voluntad de Dios, por desagradable y
    martirizante que fuera para su índole natural.
    Hicimos un llamamiento a los que deseaban bautizarse, y a los que
    guardaban el sábado por primera vez para que pasaran adelante. Veinticinco
    respondieron. Estos presentaron excelentes testimonios; y antes del fin del
    congreso veintidós fueron recibidos por el bautismo. 262
    Nos alegró encontrarnos aquí con nuestros antiguos amigos de la causa con
    quienes nos habíamos relacionado treinta años atrás. Nuestro muy estimado
    Hno. Hastings estaba tan profundamente interesado en la verdad como
    siempre. Estábamos contentos de encontrarnos con la Hna. Temple, y la
    Hna. Collins de Dartmouth, Massachusetts, y con el Hno. y la Hna.
    Wilkinson, en cuya casa fuimos alojados durante nuestras primeras labores
    en relación con el mensaje del tercer ángel.
    Reunión en Maine.
    Salimos de Ballard Vale el martes 3 de septiembre, por la mañana, para
    asistir al congreso campestre de Maine. Disfrutamos de un tranquilo
    descanso en el hogar del Hno. Morton, cerca de Portland. El y su buena
    esposa hicieron que nuestra estancia fuera muy placentera. Estuvimos en el
    campo donde se realizaba el congreso de Maine antes del sábado, y nos
    alegramos de encontrarnos aquí con algunos de los probados amigos de la
    causa. Hay algunos que están siempre en su puesto del deber, haya sol o
    tormenta. Hay también una clase de cristianos que brillan como el sol.
    Cuando todas las cosas van bien y ello resulta agradable, son fervientes y
    celosos; pero cuando hay nubes y las cosas son desagradables, no tienen
    nada que decir o que hacer. La bendición de Dios descansó sobre los
    obreros activos, mientras que los que no hicieron nada no salieron
    beneficiados por la reunión como debían. El Señor acompañó a sus
    ministros, quienes trabajaron fielmente en la presentación, tanto de los temas
    doctrinales como de los prácticos.
    En Battle Creek.
    El congreso de la Asociación General se realizó en 263 Battle Creek, del 2 al
    14 de octubre de 1878. Había presentes más de cuarenta pastores. Todos
    estábamos muy felices de encontrar aquí a los pastores Andrews y
    Bourdeau, que volvían de Europa, y al pastor Loughborough, de California.
    En esta reunión estaba representada la causa en Europa, California, Texas,
    Alabama, Virginia, Dakota, Colorado y en todos los Estados del norte, desde
    Maine hasta Nebraska.
    Aquí me alegré de unirme con mi esposo en el trabajo. Mientras las
    reuniones iban en progreso, mi fuerza aumentaba.
    El miércoles de la segunda semana de reuniones, unos pocos de nosotros
    nos unimos en oración por una hermana que estaba afligida, en estado de
    desánimo. Mientras orábamos, yo fui grandemente bendecida. El Señor
    parecía estar muy cerca. Fui arrebatada en visión, y observé la gloria de
    Dios y muchas cosas que el Señor me reveló.
    Estas fueron reuniones en que se manifestó un poder solemne y el más
    profundo interés. Varias personas relacionadas con nuestra oficina de
    publicaciones fueron convencidas y convertidas a la verdad, y presentaron
    testimonios claros e inteligentes. Incrédulos fueron convencidos, y echaron su
    suerte bajo la bandera del Príncipe Emmanuel. Esta reunión fue
    decididamente una victoria. Antes de que terminara, ciento doce personas
    fueron bautizadas.
    El congreso de Kansas
    El 23 de octubre salí de Battle Creek acompañada por mi nuera, Emma
    White, hacia el congreso de Kansas. En Topeka dejamos los carruajes
    públicos y nos trasladamos usando medios privados. Así recorrimos unos
    veinte kilómetros hasta Richland, el lugar de las reuniones. Hallamos que el
    lugar donde estaban erigidas 264 las carpas era un bosque. Ya era tarde en
    la estación, y se había hecho una fiel preparación para hacer frente a un
    tiempo frío. Cada carpa tenía una estufa.
    El sábado de mañana empezó a nevar; pero ni una sola reunión fue
    suspendida. Cayeron aproximadamente tres centímetros de nieve, y el aire
    era penetrante y frío. Mujeres con niños pequeños se amontonaban en torno
    a las estufas. Fue conmovedor ver ciento cincuenta personas reunidas para
    esta convocación en circunstancias tales. Algunos habían venido desde una
    distancia de más de trescientos kilómetros en carruajes privados Todos
    parecían hambrientos del pan de vida, y sedientos del agua de la salvación.
    El pastor Haskell habló el viernes de tarde y de noche. El sábado de mañana
    yo hablé palabras de ánimo a los que habían hecho un esfuerzo tan grande
    para asistir a la reunión. Les dije que cuanto más inclemente fuera el tiempo,
    mayor es nuestra necesidad de que obtengamos el brillo del sol de la
    presencia de Dios. Esta vida, aun en su mejor expresión, es solamente el
    invierno del cristiano; y los fríos vientos del invierno -chascos, pérdidas, dolor
    y angustia- son nuestra suerte aquí; pero nuestras esperanzas están puestas
    en el verano del cristiano, cuando cambiaremos de clima; dejaremos todas
    las ráfagas invernales y las fieras tormentas detrás, y seremos llevados a las
    mansiones que Jesús ha ido a preparar para aquellos que lo aman.
    El martes por la mañana terminaron las reuniones, y viajamos a Sherman,
    Kansas, donde iba a realizarse otro congreso. Esta fue una reunión
    interesante y provechosa, aunque había sólo unos cien hermanos y
    hermanas presentes. El propósito era tener una reunión general de todos los
    hermanos y hermanas aislados. Había algunos procedentes del sur de
    Kansas, 265 Arkansas, Kentucky, Missouri, Nebraska, y Tennessee. En esta
    reunión mi esposo se unió conmigo, y desde aquí, con el pastor Haskell y
    nuestra nuera, fuimos a Dallas, Texas.
    Visita a Texas
    El jueves fuimos a la casa del Hno. McDearman en Grand Prairie. Aquí
    nuestra nuera, se encontró con sus padres y su hermano y hermana, quienes
    habían estado muy cerca de la muerte por la fiebre que había prevalecido en
    el Estado durante el verano anterior. Fue para nosotros un gran placer
    ministrar a las necesidades de esta afligida familia, que en los años
    anteriores nos ayudó liberalmente en nuestra aflicción. Había mejorado un
    poco su salud cuando los dejamos para asistir al congreso de Plano,
    realizado del 12 al 19 de noviembre. También estábamos felices de
    encontrar a nuestros antiguos amigos el pastor R. M. Kilgore y su esposa. Y
    también muy contentos de hallar a un cuerpo grande e inteligente de
    hermanos en el campamento. Mi testimonio nunca fue recibido con mejor
    disposición y con un corazón más abierto que por estos hermanos. Llegué a
    interesarme profundamente en la obra que se hace en el gran Estado de
    Texas.
    266
  40. Una Visión del Juicio
    EN LA mañana del 23 de octubre de 1879, más o menos a las dos, el Espíritu
    de Dios descansó sobre mí, y contemplé escenas relativas al juicio venidero.
    Carezco de un lenguaje adecuado para dar una descripción de las cosas que
    pasaron delante de mí, y del efecto que tuvieron sobre mi mente.
    El gran día de la ejecución del juicio divino parecía haber llegado. La gente
    reunida delante del trono era diez mil veces diez mil en número, y sobre el
    trono estaba sentado un Personaje de apariencia majestuosa. Había varios
    libros delante de él, y sobre la tapa de cada uno estaba escrita la frase «Libro
    mayor del cielo», con letras de oro que parecían una llama ardiente.
    Uno de estos libros contenía los nombres de los que pretendían haber creído
    la verdad. Este fue abierto. Inmediatamente yo perdí de vista a los
    incontables millones que rodeaban el trono, y únicamente los que habían
    profesado ser hijos de la luz y de la verdad ocupaban mi atención. Mientras
    éstos eran nombrados, uno por uno, y mencionadas sus buenas acciones,
    sus rostros brillaban con un gozo santo que se reflejaba en todas direcciones.
    Pero esto no parecía ser lo que impresionaba con mayor fuerza mi mente.
    Otro libro fue abierto, en el cual estaban registrados los pecados de los que
    profesaron la verdad. Bajo el encabezamiento general «egoísmo» venían
    todos los 267 otros pecados. Había también encabezamientos en cada
    columna, y debajo de éstos, frente a cada nombre estaban anotados, en sus
    respectivas columnas, los pecados menores. Bajo el título de «codicia»
    venían el engaño, el robo, el fraude y la avaricia; bajo el título «ambición»
    venían el orgullo y la extravagancia; bajo «celos» estaban la malicia, la
    envidia, el odio; y la palabra «intemperancia» encabezaba una larga lista de
    terribles crímenes, como la lascivia, el adulterio, la complacencia de pasiones
    animales, etc. Mientras contemplaba todo esto, estaba llena de inexpresable
    angustia, y exclamaba: «¿Quién puede ser salvo? ¿Quién aparecerá
    justificado delante de Dios? ¿Los mantos de quiénes estarán inmaculados?
    ¿Quiénes son sin falta a la vista de un Dios puro y santo?»
    Mientras el Santo sentado en el trono daba vuelta con lentitud las páginas del
    Libro mayor y sus ojos descansaban por un momento en los individuos, su
    mirada parecía quemar sus mismas almas, al tiempo que toda palabra y
    acción de la vida de ellos pasaban delante de sus mentes tan claramente
    como si estuvieran grabadas delante de su vista con letras de fuego. El
    temblor se posesionaba de ellos, y sus rostros palidecían…
    Una clase de personas estaban registradas como los opresores de la tierra.
    Cuando el ojo penetrante del juez descansaba sobre ellas, sus pecados de
    descuido eran distintamente revelados. Con labios pálidos y temblorosos
    ellos reconocían que habían sido traidores de su sagrado cometido. Habían
    tenido advertencias y privilegios, pero no les habían prestado atención ni los
    habían aprovechado. Podían ver ahora que habían presumido demasiado en
    cuanto a la misericordia de Dios…
    Fueron mencionados los nombres de todos los que 268 profesaban la
    verdad… En una página del Libro mayor, bajo el encabezamiento de
    «fidelidad», estaba el nombre de mi esposo. Su vida, su carácter y todos los
    incidentes de nuestra experiencia, parecían ser traídos con vividez a mi
    mente. Mencionaré unos pocos hechos que me impresionaron. Se me
    mostró que Dios había calificado a mi esposo para una obra específica, y en
    su providencia nos había unido para que hiciéramos avanzar esta obra. Por
    medio de los Testimonios de su Espíritu, él le había impartido una gran luz.
    Mi esposo había pronunciado palabras de cautela, de advertencia, de
    reprobación y de ánimo; y era debido al poder de la gracia de Dios por lo que
    nosotros habíamos sido capacitados para realizar una parte en la obra desde
    su mismo comienzo. Dios había preservado sus facultades mentales
    milagrosamente, a pesar de que sus facultades físicas se gastaban cada vez
    más.
    Dios debe recibir la gloria por la integridad inquebrantable y el noble valor que
    mi esposo había tenido para vindicar lo recto y condenar lo erróneo. Tal
    firmeza y decisión eran necesarias en el comienzo de la obra, y se han
    necesitado también durante todo el tiempo, mientras ésta progresaba paso a
    paso. El ha actuado en defensa de la verdad sin ceder en un solo principio
    para agradar al mejor amigo. Había tenido un temperamento ardiente, había
    sido valiente y atrevido para hablar. Esto a menudo lo había puesto en
    dificultades que frecuentemente podría haber evitado. El se había visto
    obligado a demostrar mayor firmeza, a ser más decidido, a hablar más
    fervientemente y con mayor valor, debido a los temperamentos tan diferentes
    de los hombres relacionados con él en su trabajo.
    Dios le ha dado el poder de idear y ejecutar planes con la necesaria firmeza,
    porque él no rehusaba ejercer estas facultades mentales y aventurarse a fin
    de hacer 269 progresar la obra de Dios. El yo a veces se había mezclado
    con la obra; pero cuando el Espíritu Santo dominó su mente, él fue un
    instrumento del mayor éxito en las manos de Dios, para la edificación de su
    obra. El ha tenido un elevado concepto de lo que el Señor espera de todos
    los que profesan su nombre: de su deber de defender a la viuda y al
    huérfano, de ser bondadoso con el pobre, y de ayudar al necesitado. El
    cuidaba celosamente los intereses de los hermanos, a fin de que no se
    tomara injusta ventaja en contra de ellos.
    También vi registrados en el Libro mayor del cielo los esfuerzos fervientes de
    mi esposo para edificar las instituciones que hay en nuestro medio. La verdad
    difundida por la prensa era como rayos de luz que emanaban del sol en todas
    direcciones. Esta obra se comenzó y se desarrolló con gran sacrificio de
    fuerzas y de medios.
    Tiempos de prueba
    Cuando llegó la aflicción en la vida de mi esposo, otros hombres fueron
    elegidos para ocupar su lugar. Ellos comenzaron con un buen propósito,
    pero nunca habían aprendido la lección de la abnegación. Si hubieran
    sentido la necesidad de agonizar con fervor delante de Dios diariamente, y de
    arrojar sus almas en la obra con abnegación no dependiendo del yo sino de
    la sabiduría de Dios, habrían mostrado que sus obras eran realizadas en
    Dios. Si cuando ellos no satisficieron la mente del Espíritu de Dios, hubieran
    escuchado los reproches y consejos dados, habrían sido salvados del
    pecado.
    Un hombre que es honesto delante de Dios tratará con justicia a sus
    semejantes, ora sea que esto favorezca sus propios intereses personales o
    no. Los actos exteriores 270 son un reflejo claro de los principios interiores.
    Muchos a quienes Dios llamó a su obra han sido probados; y muchos otros
    hay a quienes Dios está probando actualmente.
    Después que Dios nos hubo probado en el horno de aflicción, él levantó a mi
    esposo y le dio mayor claridad de mente y poder de intelecto para planear y
    ejecutar que los que había tenido antes de su aflicción. Cuando mi esposo
    sentía su propia debilidad y avanzaba en el temor de Dios, el Señor era su
    fortaleza. Pronto en la palabra y en la acción, él ha impulsado las reformas
    en momentos en que, de no hacerlo, el pueblo habría languidecido. El ha
    hecho donativos muy generosos, temiendo que sus medios resultaran una
    trampa para él.
    Un llamamiento a los que llevan cargas
    En tanto que Dios nos ha dado una obra que hacer para presentar nuestro
    testimonio al pueblo por la pluma y de viva voz, otros deben disponerse a
    llevar cargas en relación con la causa. No deben desanimarse, sino que
    deben tratar de aprender mediante cada aparente fracaso cómo hacer un
    éxito del próximo esfuerzo. Y si están relacionados con la Fuente,
    seguramente tendrán éxito.
    Dios está colocando cargas sobre hombros de menos experiencia. El los
    está capacitando para llevar cargas, para aventurarse en la obra y para correr
    riesgos.
    Todos los que ocupan puestos de responsabilidad deben darse cuenta de
    que primero deben tener un poder con Dios, a fin de que puedan tener poder
    con los hombres. Los que idean y ejecutan planes para nuestras
    instituciones deben relacionarse con el cielo si quieren tener sabiduría,
    previsión, discernimiento y 271 aguda percepción. El Señor muchas veces
    es dejado completamente fuera de la cuenta cuando en realidad todo
    depende de su bendición. Dios escucha los llamados de sus obreros
    abnegados que trabajan para hacer progresar su causa y hasta ha
    condescendido en hablar cara a cara con débiles mortales.
    Las estrechas relaciones que Moisés tuvo con Dios, y la gloriosa
    manifestación que le fue dada, hizo que su rostro brillara en forma tan
    resplandeciente con el lustre celestial que el pueblo de Israel no podía mirarlo
    en la cara. Parecía un ángel brillante del cielo. Esta experiencia personal del
    conocimiento de Dios era de más valor para él como hombre que llevaba
    responsabilidades, y como dirigente, que toda su educación anterior y que la
    ciencia y el conocimiento de los egipcios. El intelecto más brillante, el estudio
    más fervoroso, la más alta elocuencia, nunca podrán sustituir la sabiduría y el
    poder de Dios en aquellos que llevan responsabilidades en relación con su
    causa. Nada puede ocupar el lugar de la gracia de Cristo y del conocimiento
    de la voluntad de Dios.
    Dios ha hecho toda provisión para que el hombre tenga la ayuda que
    solamente él puede dar. Si el hombre permite que su trabajo lo apremie,
    empuje y confunda, de manera que no tenga tiempo para el pensamiento
    devocional o para la oración, cometerá errores. Si Cristo no levanta el
    estandarte contra Satanás, el enemigo vencerá a los que están empeñados
    en la obra importante para este tiempo.
    Es el privilegio de cada uno de los que están relacionados con nuestras
    instituciones denominacionales vincularse en estrecha relación con Dios; y si
    dejan de hacerlo, son incompetentes para la obra que se les ha confiado. La
    provisión que se ha hecho en favor de todos nosotros, por medio de Cristo,
    es un sacrificio 272 pleno y perfecto: una ofrenda inmaculada. Su sangre
    puede limpiar la mancha más sucia. Si él hubiera sido solamente un hombre,
    nuestra falta de fe y obediencia sería excusable. Pero él vino a salvar lo que
    se había perdido. Nosotros no estaremos calificados para la gran tarea para
    este tiempo, a menos que trabajemos en Dios, y que nuestras oraciones,
    fervientes y sinceras, estén continuamente ascendiendo al trono de la gracia.
    Dios está capacitando a hombres para llevar cargas, hacer planes y
    ejecutarlos, y mi esposo no debe interceptar su camino. El no puede abarcar
    toda la causa de Dios con sus brazos; es demasiado amplia. Se necesitan
    muchas cabezas y muchas manos para planear y trabajar sin reservas. Por
    falta de experiencia, se harán errores; pero si los obreros se unen con Dios,
    él les dará aumento de sabiduría. Nunca, desde la creación, han estado en
    juego intereses tan importantes como los que ahora dependen de la acción
    de hombres que creen en el último mensaje de amonestación al mundo y lo
    están dando a conocer. 273
  41. La Muerte del Pastor Jaime White
    A PESAR de las labores, los cuidados y las responsabilidades que llenaban
    la vida de mi esposo, su sexagésimo año lo encontró activo y vigoroso de
    mente y de cuerpo. Tres veces había caído bajo el golpe de la parálisis; y sin
    embargo, por la bendición de Dios, gracias a una constitución naturalmente
    fuerte, y a la atención estricta de las leyes de la salud, pudo regresar a la
    actividad. De nuevo viajó, predicó y escribió con su celo y energía
    acostumbrados. Habíamos trabajado lado a lado en la causa de Cristo por
    treinta y cinco años; y esperábamos permanecer juntos para presenciar la
    finalización triunfante de la obra. Pero tal no fue la voluntad de Dios. El
    protector elegido de mi juventud, el compañero de mi vida, el copartícipe de
    mis labores y aflicciones, fue arrebatado de mi lado, y fui dejada sola para
    terminar mi obra y para continuar peleando la batalla.
    La primavera y la primera parte del verano de 1881 las pasamos juntos en
    nuestro hogar de Battle Creek. Mi esposo esperaba arreglar sus asuntos de
    tal manera que pudiéramos ir a la costa del Pacífico y dedicarnos a escribir.
    El creía haber hecho un error al permitir que las aparentes necesidades de la
    causa y los pedidos de nuestros hermanos nos urgieran a realizar un trabajo
    274 activo en la predicación cuando debiéramos haber estado escribiendo.
    Mi esposo quería presentar en forma mas plena el tema glorioso de la
    redención, y por años yo había contemplado el plan de preparar libros
    importantes. Ambos sentíamos que mientras nuestras facultades mentales
    estuvieran vigorosas debíamos completar esos libros; que era un deber que
    teníamos, con nosotros mismos y con la causa de Dios, el descansar del
    ardor de la batalla y dar a nuestro pueblo la luz preciosa de la verdad que
    Dios había abierto ante nuestras mentes.
    Algunas semanas antes de la muerte de mi esposo, yo le hablé con
    insistencia de la importancia de buscar un campo de trabajo en que nos
    viéramos libres de las cargas que necesariamente caían sobre nosotros
    estando en Battle Creek. En respuesta, él habló acerca de varios asuntos
    que requerían nuestra atención antes de poder partir: deberes que nos
    correspondían. Entonces, con un profundo sentimiento preguntó: «¿Dónde
    están los hombres para hacer esta obra? ¿Dónde están aquellos que tengan
    un interés abnegado en nuestras instituciones, y que se mantengan de parte
    de lo recto, sin dejarse afectar por ninguna influencia que puedan sentir?»
    Con lágrimas expresó su ansiedad por nuestras instituciones de Battle Creek.
    Dijo él: «Mi vida la he dado para la edificación de estas instituciones. El
    dejarlas ahora es como la muerte. Ellas son mis hijos, y no puedo separar
    mis intereses de ellas. Estas instituciones son los instrumentos del Señor
    para hacer una obra específica. Satanás trata de estorbar y anular todos los
    medios por los cuales el Señor está trabajando por la salvación de los
    hombres. Si el gran adversario pudiera dar a estas instituciones un molde de
    acuerdo con las normas del mundo, lograría su objeto. Mi 275 mayor
    ansiedad consiste en encontrar al mejor hombre para desempeñar cada
    tarea. Si en puestos de responsabilidad hay personas moralmente débiles,
    vacilantes en sus principios, e inclinadas a desviarse hacia el mundo, siempre
    habrá quienes se dejarán descarriar. No deben prevalecer las influencias
    perversas. Antes preferiría morir que vivir para ver a estas instituciones mal
    dirigidas, o desviadas del propósito por el cual fueron traídas a la existencia.
    «En mis relaciones con la causa he estado por largo tiempo conectado muy
    estrechamente con la obra de publicaciones. Tres veces he caído, herido por
    la parálisis, debido a mi devoción a esta rama de la causa. Ahora que Dios
    me ha renovado fuerza física y mental, siento que puedo servir a su causa
    como nunca antes. Debo ver prosperar la obra de publicaciones. Está
    entretejida en mi propia existencia. Si olvido los intereses de esta obra,
    pierdo toda mi capacidad».
    Teníamos un compromiso para asistir a un congreso campestre en Charlotte,
    el sábado y el domingo 23 y 24 de julio. Decidimos viajar en carruaje privado.
    En el camino, mi esposo parecía alegre, y sin embargo un sentimiento de
    solemnidad descansaba sobre él. Repetidamente alababa a Dios por su
    misericordia y por las bendiciones recibidas, y expresaba libremente sus
    propios sentimientos concernientes al pasado y al futuro: «El Señor es bueno,
    digno de ser alabado. El es una ayuda presente en tiempo de necesidad. El
    futuro parece ser nublado e incierto, pero el Señor no quiere que nos
    aflijamos acerca de estas cosas. Cuando vengan las pruebas, él nos dará la
    gracia para soportarlas. Lo que el Señor ha sido para nosotros, y lo que él ha
    hecho por nosotros, debe hacernos sentir tan agradecidos que nunca
    murmuremos ni nos quejemos.
    «Me ha parecido duro que se juzgaran mal mis 276 motivos, y que mis
    mejores esfuerzos para ayudar, animar y fortalecer a mis hermanos, una y
    otra vez se hayan usado contra mí. Pero debía haber recordado a Jesús y
    sus chascos. Su alma fue agraviada al no ser apreciado por aquellos por
    quienes había venido a bendecir. Debía haberme espaciado en la
    misericordia y la bondad de Dios, alabándolo más, y quejándome menos de
    la ingratitud de mis hermanos. Si alguna vez hubiera dejado todas mis
    perplejidades con el Señor, pensando menos en lo que otros decían y hacían
    contra mí, habría tenido más paz y gozo. Ahora trataré de guardarme para
    no ofender ni de palabra ni con acciones, y luego trataré de ayudar a mis
    hermanos a dar pasos en la dirección correcta. No me detendré a lamentar
    ningún mal que se me haya hecho. He esperado de los hombres más de lo
    que debía. Amo a Dios y a su obra, y amo también a mis hermanos».
    Poco me imaginaba yo, mientras viajábamos, que éste había de ser el último
    viaje que haríamos juntos. El tiempo cambió repentinamente de un calor
    opresivo a un frío cortante. Mi esposo tomó frío, pero pensó que su salud era
    tan buena que no recibiría daño permanente. Trabajó en las reuniones que
    se realizaron en Charlotte, presentando la verdad con gran claridad y poder.
    Habló del placer que sentía de dirigirse a hermanos que manifestaban un
    interés tan profundo en los temas más queridos para él. «El Señor
    ciertamente ha refrigerado mi alma -dijo él- mientras he estado compartiendo
    con otros el pan de vida. Desde todas partes de Michigan los hermanos
    están pidiendo ansiosamente que los ayudemos. ¡Cómo anhelo consolar,
    animar y fortalecer a los hermanos en las preciosas verdades aplicables a
    este tiempos»
    A nuestro regreso a casa, mi esposo se quejó de una ligera indisposición, y
    sin embargo se entregó a su 277 trabajo como de costumbre. Cada mañana
    íbamos al bosquecillo cercano a nuestra casa, y nos uníamos en oración.
    Estábamos ansiosos por conocer nuestro deber. Constantemente llegaban
    cartas desde diferentes lugares, instándonos a asistir a congresos
    campestres. A pesar de nuestra determinación de dedicarnos a escribir, era
    difícil rechazar el reunirnos con nuestros hermanos en estas asambleas
    importantes. Con fervor rogábamos recibir sabiduría para conocer cuál era el
    proceder más correcto.
    El sábado de mañana, como de costumbre, fuimos al bosquecillo, y mi
    esposo oró con todo fervor tres veces. No parecía dispuesto a cesar de
    interceder delante de Dios por una dirección y una bendición especiales. Sus
    oraciones fueron oídas, y recibimos paz y luz en nuestros corazones. El
    alabó a Dios y dijo: «Ahora le entrego todo a Jesús. Siento una paz dulce y
    celestial, una seguridad de que el Señor nos mostrará nuestro deber, porque
    nosotros deseamos hacer su voluntad». Me acompañó al Tabernáculo [la
    iglesia adventista de Battle Creek], e inició los servicios con canto y oración.
    Era la última vez que había de ponerse en pie a mi lado en el púlpito.
    El lunes siguiente comenzó a sufrir severos escalofríos, y al día siguiente
    también yo fui atacada. Fuimos llevados juntos al sanatorio para recibir
    tratamiento. El médico entonces me informó que mi esposo tenía la
    tendencia a dormirse y que estaba en peligro. En seguida me llevaron a su
    cuarto, y tan pronto como observé su rostro me di cuenta de que se estaba
    muriendo. Traté de despertarlo. El entendía todo lo que se le decía, y
    respondía a todas las preguntas que podían ser contestadas con sí o con no,
    pero parecía que era imposible que pudiera decir nada más. Cuando le dije
    que yo creía que se estaba muriendo, no manifestó 278 ninguna sorpresa.
    Le pregunté si Jesús era precioso para él. Dijo: «Sí, oh sí». «¿No tienes
    deseos de vivir?», le pregunté entonces, El contestó: «No». Entonces no
    arrodillamos junto a su cama, y oramos por él. Un expresión de paz
    descansaba en su rostro. Le dije: «Jesús te ama. Debajo de ti están sus
    brazos eternos». Contestó: «Sí, sí».
    El Hno. Smith y otros hermanos oraron entonces en torno a su cama, y se
    retiraron para pasar gran parte de la noche en oración. Mi esposo dijo que no
    sentía ningún dolor; pero evidentemente estaba decayendo con rapidez. El
    Dr. Kellogg y sus ayudantes hicieron todo lo que estaba a su alcance para
    arrebatarlo de la muerte. Revivió con lentitud, pero continuó muy débil.
    A la mañana siguiente pareció revivir débilmente pero cerca del mediodía
    tuvo unos escalofríos que lo dejaron inconsciente. A las cinco de la tarde del
    sábado 6 de agosto de 1881, en forma reposada, exhaló último suspiro, sin
    lucha ni gemido alguno.
    El choque de la muerte de mi esposo tan repentino, tan inesperado cayó
    encima de mí como peso aplastador. En mi condición débil había reunido
    todas mis fuerzas para permanecer junto a su cama hasta el final; pero
    cuando vi sus ojos cerrados de muerte, la naturaleza exhausta cedió y quedé
    completamente postrada. Por algún tiempo estuve oscilando entre la vida y
    la muerte. La llama vital ardía en forma tan baja que un soplo podía
    extinguirla. De noche mi pulso se debilitaba; y respiraba en forma más y
    débil hasta que mi respiración parecía cesar. Sólo la bendición de Dios y los
    cuidados ininterrumpidos del médico y sus ayudantes mi vida fue preservada.
    Aunque no me había levantado de mi lecho de enferma después de la muerte
    de mi esposo, fui llevada 279 al Tabernáculo el sábado siguiente para asistir
    a su funeral. Al final del sermón sentí mi deber de testificar del valor de la
    esperanza cristiana en la hora de dolor y aflicción. Al levantarme, me fueron
    dadas fuerzas, y hablé unos diez minutos, exaltando la misericordia y el amor
    de Dios ante aquella nutrida asamblea. Al final del servicio seguí a mi esposo
    al cementerio de Oak Hill, donde fue puesto a descansar hasta la mañana de
    la resurrección.
    Mi fuerza física había sido postrada por el golpe, y sin embargo el poder de la
    gracia divina me sostuvo en mi gran aflicción. Cuando vi a mi esposo exhalar
    el último suspiro, sentí que Jesús era más precioso para mí que en ningún
    momento anterior de mi vida. Cuando estaba de pie junto a mi primogénito, y
    le cerré los ojos, pude decir: «El Señor dio, el Señor quitó; sea el nombre de
    Jehová bendito». Y sentí entonces que tenía un consolador en Jesús. Y
    cuando mi último hijo fue arrebatado de mis brazos, y no podía ver más su
    cabecita, sobre la almohada a mi lado, pude decir: «El Señor dio, el Señor
    quitó; sea el nombre de Jehová bendito». Y cuando aquel sobre el cual se
    habían apoyado mis grandes afectos, aquel con quien había trabajado por 35
    años, me fue arrebatado, pude poner mis manos sobre sus ojos y decir: «Te
    encomiendo mi tesoro, oh Señor, hasta la mañana de la resurrección».
    Cuando lo vi morirse, y vi a muchos amigos simpatizando conmigo, pensé:
    ¡Qué contraste con la muerte de Jesús cuando él colgaba de la cruz! ¡Qué
    contraste! En la hora de su agonía, los burladores se mofaban de él y lo
    ridiculizaban. Pero él murió, y pasó por la tumba para alegrarla, para hacerla
    más liviana, para que tuviéramos gozo y esperanza, aun en ocasión de la
    muerte; para que pudiéramos decir, al poner a nuestros 280 amigos a
    descansar en Jesús: «Nos volveremos a ver».
    A veces me parecía que no podría soportar la muerte de mi esposo. Pero
    estas palabras parecían impresionar mi mente: «Estad quietos, y conoced
    que yo soy Dios» (Sal. 46: 10). Siento hondamente la pérdida, pero no me
    atrevo a entregarme a una congoja inútil. Esto no traería de regreso al
    muerto. Y no soy tan egoísta que, aunque pudiera hacerlo, lo sacara de su
    pacífico sueño para que de nuevo se empeñara en las batallas de la vida.
    Como un cansado guerrero, se acostó a descansar. Miraré con placer su
    lugar de reposo. La mejor manera en que yo y mis hijos podemos honrar la
    memoria del que ha caído es asumir la obra que él dejó y, con el poder de
    Jesús, llevarla hasta su terminación. Estaremos agradecidos por los años de
    utilidad que se nos han concedido; y por causa de mi esposo, y por causa de
    Cristo, aprenderemos de su muerte una lección que nunca olvidaremos.
    Permitiremos que esta aflicción nos haga más bondadosos y amables, más
    tolerantes, pacientes y considerados hacia los que viven.
    Asumo la tarea de mi vida sola, con la plena confianza de que mi Redentor
    estará conmigo. Tendremos tan sólo un corto momento para proseguir la
    lucha; entonces Cristo vendrá, y esta escena de conflicto terminará.
    Entonces habremos realizado nuestros últimos esfuerzos para trabajar con
    Cristo y hacer progresar su reino. Algunos que han estado en el frente de
    batalla, resistiendo celosamente al enemigo que avanzaba, caen en el puesto
    del deber. Los vivos observan con lágrimas a los héroes caídos, pero no es
    tiempo de cesar en la obra. Ellos deben cerrar filas, tomar el estandarte de la
    mano paralizada por la muerte, y con energía renovada vindicar la verdad y el
    281 honor de Cristo.
    Como nunca antes debe hacerse una decidida resistencia contra el pecado,
    contra los poderes de las tinieblas. El tiempo, exige una actividad enérgica y
    determinada de parte de los que creen en la verdad presente. Si parece
    largo el tiempo de espera hasta que venga nuestro Libertador; si, doblegados
    por la aflicción y gastados por el trabajo, nos mostramos impacientes para
    recibir un retiro honorable de la guerra, recordemos -y que este recuerdo
    ahogue todo murmullo- que quedamos en la tierra para encontrar tormentas y
    conflictos, para perfeccionar un carácter cristiano, para familiarizarnos mejor
    con Dios nuestro Padre y con Cristo nuestro Hermano mayor, y para hacer la
    obra del Maestro en la salvación de muchas almas para Cristo.»Los
    entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que
    enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad,»
    (Dan. 12: 3). 282
  42. Fortaleza Bajo la Aflicción
    EL SÁBADO 20 de agosto de 1881 por la tarde, dos semanas después de la
    muerte de su esposo, la Sra. White se reunió con la iglesia de Battle Creek, y
    habló a la congregación por cerca de una hora. Con respecto a este servicio,
    el pastor Urías Smith escribió:
    «Su tema versó acerca de la lección que debemos aprender de la experiencia
    reciente por la cual hemos pasado. La incertidumbre de la vida es el
    pensamiento que trató de impresionar sobre nosotros. . . Debemos también
    considerar qué clase de persona debemos ser mientras vivimos. . .
    «La mente de la oradora entonces se volvió a las benditas exhortaciones de
    los apóstoles con referencia a la relación que los miembros del cuerpo de
    Cristo deben tener mutuamente el uno con el otro, y su conducta, sus
    palabras y sus acciones en sus relaciones mutuas. Se nos señaló pasajes
    tales como éstos: ‘Estad en paz los unos con los otros’; ‘Amaos los unos a los
    otros con amor fraternal’; ‘Sed bondadosos los unos con los otros’; ‘Sed todos
    de un mismo sentir, compasivos’; ‘Os ruego . . . que habléis todos una misma
    cosa’; ‘Os ruego . . . que estéis perfectamente unidos en una misma mente y
    en un mismo parecer’; ‘No murmuréis los unos de los otros’; ‘Vivid en paz; y el
    Dios de paz y de amor estará con vosotros’ «.* (19)283
    Reflexiones personales
    Con respecto a su viaje al oeste, en su ruta por California, y con relación a
    sus reflexiones mientras se demoraba unas pocas semanas en su retiro
    veraniego de las montañas rocosas, la Sra. White escribió:
    «El 22 de agosto, en compañía de mis nueras Emma y María White, salí de
    Battle Creek hacia el oeste, esperando recibir el beneficio de un cambio de
    clima. Aunque estaba sufriendo todavía los efectos de un ataque severo de
    paludismo, así como del choque de la muerte de mi esposo, soporté el viaje
    mejor de lo que había esperado. Llegamos a Boulder, Colorado, el jueves 25
    de agosto, y al siguiente domingo salimos de ese lugar en un carruaje privado
    hacia nuestro hogar en las montañas.
    «Desde nuestra casa de campo podía mirar los bosques de pinos jóvenes,
    tan frescos y fragantes que perfumaban el aire con su aroma delicioso. En
    años anteriores, mi esposo y yo hicimos de este bosque nuestro santuario.
    En estas montañas a menudo nos arrodillamos juntos en adoración y súplica.
    Me rodeaban por todas partes los lugares que habían sido bendecidos de
    esta manera; y al observarlos, podía recordar muchos casos en los cuales
    recibimos bendiciones directas y notables en respuesta a la oración. . .
    «¡Cuán cerca parecíamos estar de Dios, cuando a la luz brillante de la luna
    nos postrábamos en la ladera de alguna montaña solitaria para pedir las
    bendiciones necesarias de manos del Señor! ¡Qué fe y qué confianza eran
    las nuestras! Los propósitos de amor y misericordia de Dios parecían
    revelarse más plenamente, y sentíamos la seguridad de que nuestros
    pecados y errores eran perdonados. En tales oportunidades veía el rostro de
    mi esposo iluminado con una luz 284 radiante que parecía reflejarse del trono
    de Dios, mientras que con una voz cambiada alababa al Señor por las ricas
    bendiciones de su gracia. En medio de las tinieblas de la tierra, todavía
    podíamos discernir por todas partes los rayos brillantes de la fuente de la luz.
    Por medio de las obras de la creación comulgábamos con Aquel que habita la
    eternidad. Al mirar las rocas enhiestas y las altas montañas,
    exclamábamos:’¿ Dónde hay un Dios tan grande como nuestro Dios?’
    «Rodeados, como siempre lo estábamos, de dificultades, cargados de
    responsabilidades, finitos, débiles, y en el mejor de los casos, mortales
    errantes, a veces estábamos por ceder a la desesperación. Pero cuando
    considerábamos el amor de Dios y su cuidado por sus criaturas, tal como se
    revelan en el libro de la naturaleza y en las páginas de la inspiración,
    nuestros corazones se consolaban y fortalecían. Rodeados por las
    evidencias del poder de Dios y por su presencia, no podíamos albergar
    ninguna desconfianza o incredulidad. ¡Oh, cuán a menudo la paz, la
    esperanza y el gozo nos inundaron en nuestra experiencia en medio de estas
    rocosas soledades!
    «He estado otra vez entre las montañas, pero sola. ¡Nadie para compartir mis
    pensamientos y sentimientos mientras observaba una vez más aquellas
    grandiosas y terribles escenas! ¡Sola, sola! Los caminos de Dios parecen
    misteriosos, sus propósitos inescrutables. Sin embargo yo sé que deben ser
    justos, sabios y misericordiosos. Es mi privilegio y mi deber esperar
    pacientemente en él, y el lenguaje de mi corazón en todo el tiempo es el
    siguiente: ‘Dios hace todas las cosas bien’. . .
    «La muerte de mi esposo fue un duro golpe para mí. Lo sentí más
    agudamente porque fue repentino. Al ver el sello de la muerte sobre su
    rostro, mis sentimientos eran casi insoportables. Anhelaba llorar en voz alta
    285 en mi angustia. Pero sabía que esto no salvaría la vida de mi amado, y
    creía que no era cristiano entregarme al dolor. Busqué ayuda y consuelo de
    arriba, y las promesas de Dios se cumplieron en mi caso. La mano del Señor
    me sostuvo. . .
    «Aprendamos una lección de valor y fortaleza de la última entrevista de Cristo
    con sus apóstoles. Estaban por separarse. Nuestro Salvador estaba
    entrando en el sendero ensangrentado que lo conduciría al Calvario. Nunca
    hubo una escena más probadora que aquella por la cual pronto había de
    pasar. Los apóstoles habían oído las palabras de Cristo en las que predecía
    sus sufrimientos y su muerte, y sus corazones estaban apesadumbrados por
    el dolor, pero sus mentes estaban distraídas con la duda y el temor. Sin
    embargo no hubo llanto en voz alta; nadie se abandonó a la aflicción.
    Aquellas horas finales, solemnes y decisivas, fueron empleadas por nuestro
    Salvador para hablar palabras de consuelo y seguridad a sus discípulos, y
    entonces todos se unieron en un himno de alabanza. . . ¡Qué preludio a la
    agonía del Getsemaní, al abuso y escarnio de la sala de juicio y a las terribles
    escenas del Calvario, fueron aquellas últimas horas empleadas en cánticos
    de alabanza al Altísimo!
    «Cuando Martín Lutero recibía noticias desanimadoras a menudo decía:
    ‘Venid, vamos a cantar el Salmo 46’. Este salmo comienza con las palabras:
    ‘Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las
    tribulaciones. Por tanto, no temeremos, a un que la tierra sea removida, y se
    traspasen los montes al corazón del mar’. En lugar de lamentos, lloro y
    desesperación, cuando las pruebas se acumulan sobre nosotros y nos
    amenazan como una inundación que quisiera abrumarnos, si no solamente
    oráramos pidiendo ayuda a Dios, sino que alabáramos al Señor por tantas
    286 bendiciones que nos ha dado -alabando a Aquel que es capaz de
    ayudarnos-, nuestra conducta sería más agradable a sus ojos, y veríamos
    más su salvación».(20) Encontrando alivio en el trabajo por las almas Apenas había pasado una semana desde su llegada al hogar de su hijo, el pastor W. C. White, en Oakland, California, cuando la Sra. White asistió a un congreso que se realizó en Sacramento, del 13 al 25 de octubre. Casi cada día ella habló al pueblo, y durante el último sábado de tarde dio una conferencia sobre temperancia a un auditorio de unas cinco mil personas. A menudo, durante los meses del invierno de 1881-82, la Sra. White se reunía con iglesias locales y pequeños grupos de creyentes en los valles de Sonoma, Napa, y en su vecindario. «Estaba débil de salud -escribió en su primer informe de aquellos trabajos entre las iglesias-; pero la evidencia preciosa del favor de Dios pagó con creces el esfuerzo realizado. «Ojalá que nuestras iglesias más pequeñas pudieran ser visitadas más a menudo. Los fieles, que se mantienen firmemente en defensa de la verdad, serían alegrados y fortalecidos por el testimonio de sus hermanos. «Quiero animar a los que se reúnen en pequeños grupos a adorar a Dios. Hermanos y hermanas, no os sintáis desanimados porque sois pocos en número. El árbol, que se sostiene solo en la llanura, esparce sus raíces más profundamente en la tierra, envía sus ramas con más amplitud en todas direcciones, y se desarrolla más fuerte y más simétrico mientras él solo combate contra la tempestad y se regocija con la luz del sol. Así el cristiano, cuando no tiene el apoyo de la dependencia 287 terrenal, puede aprender a confiar en Dios y puede ganar fuerza y valor con todo conflicto. «Quiera el Señor bendecir a los hermanos esparcidos y solitarios, y hacerlos eficientes obreros para él. . . Hermanos, no olvidéis las necesidades de estas compañías pequeñas y aisladas. Se hallará que Cristo es un huésped en sus pequeñas reuniones».(21)
    Esfuerzos especiales en favor de la juventud
    En un informe relativo a sus actividades en la Iglesia de Healdsburg, donde
    unas pocas semanas más tarde se dio comienzo al establecimiento del
    Colegio de Healdsburg, la Sra. White escribió en forma particular acerca de
    sus esfuerzos por alcanzar los corazones de los niños y los jóvenes, un
    detalle notable de sus labores en las iglesias de California en este período de
    su experiencia. He aquí sus palabras:
    «El sábado asistí a la reunión confiando en el sostén de Dios. Al hablar a la
    iglesia, resulté consolada y refrigerada. El Señor me dio paz y descanso en
    él. Sentí una preocupación especial por la juventud, y mis palabras fueron
    dirigidas especialmente a ella. Los jóvenes escucharon atentamente, con
    rostros serios y ojos arrasados por las lágrimas. Al final de mis
    observaciones pedí que todos los que querían llegar a ser cristianos pasaran
    al frente. Trece respondieron. Todos éstos eran niños y jóvenes, de ocho a
    quince años de edad, que de esta manera manifestaron su determinación de
    comenzar una nueva vida. Tal espectáculo era suficiente para enternecer el
    corazón más duro. Los hermanos y hermanas, especialmente los padres de
    los niños, parecían profundamente conmovidos. Cristo nos ha dicho que hay
    gozo en el cielo por un pecador
    288 que se arrepiente. Los ángeles miraban con alegría esta escena. Casi
    todos los que vinieron al frente expresaron en pocas palabras su esperanza y
    determinación. Tales testimonios ascienden como incienso al trono de Dios.
    Todos los corazones sintieron que ésta era una oportunidad preciosa. La
    presencia de Dios estaba con nosotros» .* (22)289
  43. Restauración de la Salud
    EN ABRIL de 1882, la Asociación de California abrió una escuela en
    Healdsburg, que pronto fue incorporada con el nombre de Colegio de
    Healdsburg. Anhelando estar cerca de esta institución la Sra. White compró
    una casa en las afueras de la ciudad, y allí estableció su residencia por varios
    años. Un año después de la muerte de su esposo, estaba ya en este nuevo
    hogar, y los amigos hablaban de cuán bien se la veía entonces, y se refirieron
    a sus actividades constantes.
    El 22 de agosto viajó a Oakland para dar la bienvenida al pastor Urías Smith,
    que venía del este, al pastor William Ings y esposa y al profesor C. C.
    Ramsey y su familia. Tres días más tarde, en el hogar de su hijo W. C.
    White, sintió un severo escalofrío seguido de fiebre, y a pesar de los buenos
    tratamientos que le diera la Sra. C. F. Young, y de los fieles cuidados que le
    prodigaran la Sra. Ings y María Chinnock, los escalofríos de paludismo
    continuaron hasta el 10 de septiembre. Aunque estaba muy débil, deseaba
    que la llevaran al Sanatorio de Santa Elena. Creía que el clima mejor de la
    montaña sería favorable para su recuperación.
    El 15 de septiembre realizó el viaje en una silla de ruedas, que fue levantada
    y colocada en el carruaje de carrera que pasaba por la estación. Después de
    unos pocos días de tratamiento en el sanatorio sin ningún aparente beneficio,
    rogó que la llevaran a su hogar de Healdsburg. Se arregló una cama sobre
    un colchón en
    290 el carruaje, y acompañada por su hijo y por la Sra. Ings, realizó el
    cansador viaje, de unos 50 kilómetros.
    El congreso anual de la Asociación de California se realizaría del 6 al 16 de
    octubre. En esta reunión se tomarían importantes decisiones con respecto a
    la obra del Colegio de Healdsburg. ¿Responderían nuestros hermanos al
    llamado a sostener el proyecto, y liarían donativos liberales para la edificación
    de un hogar para los estudiantes? ¿O la obra de la escuela quedaría
    truncada por falta de facilidades adecuadas?
    La Sra. White anhelaba grandemente tener salud y vigor para poder asistir a
    la reunión y presentar su testimonio, pero la perspectiva era desanimadora,
    Tenía un resfrío muy malo, y su pulmón izquierdo estaba muy dolorido. Se
    hallaba débil, y sin energía ni valor. Sin embargo, dijo: «Prepárenme un lugar
    en la reunión, pues yo asistiré, si es posible», y expresó la esperanza de que
    cuando llegara al campo donde se realizaba el congreso sentiría una
    influencia vivificante.
    El sábado por la mañana estaba muy débil, y apenas podía dejar su lecho de
    enferma. Pero a medio día dijo: «Prepárenme un lugar en la carpa grande
    donde yo pueda escuchar al predicador. Posiblemente el sonido de la voz
    del predicador resulte una bendición para mí. Espero que algo me traiga
    nueva vida».
    Se arregló un sofá para ella cerca de la plataforma, de espaldas a la
    congregación. El pastor Waggoner habló acerca del surgimiento y de la obra
    del mensaje de los primeros tiempos, y relató sus progresos hasta 1882.
    Había una gran congregación, y muchos de los hombres de negocio de
    Healdsburg estaban presentes. Cuando el pastor Waggoner terminó de
    hablar, la Sra. White dijo: «Ayúdenme a ponerme de pie». La Hna. Ings y su
    hijo la levantaron, y fue conducida hasta el 291 púlpito. Se asió del púlpito
    con ambas manos, comenzó, en forma débil, a decir a la gente que ésta
    podría ser la última vez que ellos escucharan su voz en un congreso.
    Después de pronunciar unas pocas frases, hubo un cambio en su voz y en su
    actitud. Sintió la conmoción de un poder sanador. Su voz se fortaleció, y sus
    frases salieron claras y completas. Al proseguir con su discurso, su fortaleza
    era manifiesta. Estaba firmemente en pie, y no necesitaba usar el púlpito
    como soporte.
    La gran congregación presenció la manifestación sanadora. Todos notaron el
    cambio en su voz y muchos lo observaron en su semblante. Vieron la
    transición rápida de una palidez de muerte al color rosado de la vida, al notar
    el tinte natural de su piel primeramente en la nuca y luego en la parte baja de
    la cara, y más tarde en la frente. Uno de los hombres de negocios de
    Healdsburg exclamó: «¡Se está realizando un milagro a la vista de toda esta
    congregación!» Después de la reunión ella testificó ante los amigos que la
    interrogaban en cuanto a su curación. Con el sanamiento vino la fuerza y el
    valor para trabajar, y durante el resto del congreso habló cinco veces.
    En Signs of the Times, de octubre 26 de 1882, el director, pastor J. H.
    Waggoner, escribió:
    «Al final del discurso del sábado por la tarde, . . . ella se puso en pie y
    comenzó a hablar a la gente. Su voz y su apariencia cambió, y habló durante
    algún tiempo con claridad y energía. Entonces invitó a los que deseaban
    comenzar una experiencia en servir a Dios, y a los que se habían apartado, a
    venir al frente, y un buen número respondió a la invitación…
    «Como se nota más arriba, después de la primera tentativa que hizo la Hna.
    White para hablar, su restauración fue completa». 292
    Con respecto a su milagrosa curación, la Sra. White misma testificó en Signs
    del 2 de noviembre de 1882:
    «Durante dos meses mi pluma ha estado descansando; pero estoy
    profundamente agradecida de que ahora puedo reasumir mi tarea de escribir.
    El Señor me ha dado una evidencia adicional de su misericordia y de su
    amante bondad restaurándome de nuevo la salud. Debido a mi reciente
    enfermedad llegué muy cerca de la tumba; pero las oraciones del pueblo de
    Dios en mi favor fueron fructíferas.
    «Cerca de dos semanas antes de nuestro campamento la enfermedad de la
    cual había estado sufriendo fue detenida, y sin embargo recuperé muy poco
    mis fuerzas. Al acercarse el tiempo de las reuniones, parecía imposible que
    yo pudiera participar en las mismas. . . Oré mucho, acerca del asunto, pero
    continuaba todavía muy débil. . . En mi condición de sufrimiento lo único que
    podía hacer era caer inerme en los brazos de mi Redentor, y allí descansar.
    «Cuando llegó el primer sábado de la reunión, sentí que debía estar en el
    campamento, pues allí podría encontrar al Sanador divino. Por la tarde me
    recosté en un sofá debajo de la gran tienda, mientras el pastor Waggoner se
    dirigía a los hermanos, presentando las señales que testificaban de que el día
    de Dios estaba muy cerca. Al final de ese discurso, decidí levantarme y
    ponerme en pie, esperando que si así me aventuraba por fe, haciendo todo lo
    que estaba en mi poder, Dios me ayudaría a decir unas pocas palabras al
    pueblo. Al comenzar a hablar el poder de Dios vino sobre mí, y mi fuerza fue
    instantáneamente restaurada.
    «Había esperado que mi debilidad iría pasando gradualmente, pero no
    esperaba un cambio inmediato. La obra instantánea que se hizo en mi favor
    era inesperada. No puede ser atribuida a la imaginación. 293
    La gente me vio en mi debilidad, y muchos señalaron que, según todas las
    apariencias, yo era un candidato para la tumba. Casi todos los presentes
    observaron el cambio que se verificó en mí mientras me dirigía a ellos.
    Declararon que mi rostro cambió, y que la palidez de la muerte dio lugar a un
    color saludable.
    «Testifico delante de todos los que leen estas palabras, que el Señor me ha
    sanado. El poder divino ha hecho una gran obra en mí, por lo cual estoy
    gozosa. Pude trabajar todos los días durante el congreso campestre y varias
    veces hablé más de una hora y media. Todo mi sistema resultó imbuido de
    nuevo vigor y fortaleza. Una nueva ola de emociones, una fe nueva y
    elevada, tomó posesión de mi alma.
    «Durante mi enfermedad aprendí algunas lecciones preciosas: Aprendí a
    confiar donde no puedo ver. Aunque incapaz de hacer nada, aprendí a
    descansar tranquilamente, con calma, en los brazos de Jesús. No ejercemos
    fe como debemos. Tenemos miedo de aventurarnos respaldados en la
    Palabra de Dios. En la hora de la prueba, debemos fortalecer nuestras almas
    en la seguridad de que las promesas de Dios nunca pueden fallar. Lo que él
    ha hablado, se cumplirá…
    «Antes de mi enfermedad, yo pensaba que tenía fe en las promesas de Dios;
    sin embargo me sorprendí del gran cambio obrado en mí, que excedió a mi
    expectativa. No merezco esta manifestación del amor de Dios. Tengo
    razones para alabar a Dios en forma más ferviente, para andar con mayor
    humildad delante de él y para amarlo con más fervor que nunca antes. He
    contraído la renovada obligación de dar al Señor todo lo que hay en mí.
    Debo irradiar a otros el brillo bendito que el Señor ha permitido que brille
    sobre mí.
    «No espero ser librada de toda enfermedad y tribulación, y tener un mar
    sereno en mi viaje hacia el cielo. 294 Espero pruebas, pérdidas, chascos y
    dolores; pero tengo la promesa del Salvador: ‘Bástate mi gracia’. No debemos
    considerarlo como algo extraño si somos: asaltados por el enemigo de toda
    justicia. Cristo ha prometido ser una ayuda presente en todo tiempo de
    necesidad; pero él no nos ha dicho que estaremos exentos de las pruebas.
    Por el contrario, nos ha informado claramente que tendremos tribulación. El
    ser probados y tener dificultades es una parte de nuestra disciplina moral.
    Aquí podemos aprender las lecciones más valiosas y tener la gracia más
    preciosa, si nos acercamos al Señor, y lo soportamos todo con su fortaleza.
    «Mi enfermedad me ha mostrado mi propia debilidad, y la paciencia y amor de
    mi Salvador y su poder para salvar. Cuando he pasado noches de insomnio,
    he encontrado esperanza y consuelo en considerar la tolerancia y la ternura
    de Jesús hacia sus discípulos débiles y errantes, y en recordar que él todavía
    es el mismo, inalterable en su misericordia, en su compasión y en su amor.
    El conoce nuestra debilidad, sabe que nos falta fe y ánimo y sin embargo no
    nos desecha. Es piadoso y manifiesta tierna compasión hacia nosotros.
    «Yo puedo caer en mi puesto antes que el Señor venga; pero cuando todos
    los que están en la tumba se levanten, yo veré a Jesús si soy fiel, y seré
    como él. ¡Oh, qué gozo insuperable ver a Aquel a que amamos, ver en su
    gloria a Aquel que nos amó tanto que se dio a sí mismo por nosotros;
    contemplar aquellas manos que fueron horadadas por nuestra redención,
    extendidas hacia nosotros para bendecirnos y darnos la bienvenida! ¡Qué
    importa que tengamos que trabajar duramente y sufrir aquí, si tan sólo
    logramos la resurrección! Esperaremos pacientemente hasta que termine
    nuestro tiempo de prueba, y entonces elevaremos el cántico alegre de
    triunfo». 295
  44. Trabajo con la Pluma y la Palabra
    «DESDE el territorio de Washington y desde el este -escribió la Sra. White
    desde su hogar, ubicado en Healdsburg, California, el 26 de marzo de 1883-,
    vienen urgentes pedidos de que yo asista a los congresos campestres. . .
    Ahora estoy empeñada en redactar un importante material, tarea que he
    estado tratando de realizar por seis años. Año tras año he postergado este
    trabajo para asistir a los congresos. . .
    «Los últimos dos veranos llegué muy cerca de los portales de la muerte, y
    como pensé que placería al Señor permitirme descansar en la tumba, tenía
    muy penosos remordimientos de que mis escritos no hubieran sido
    completados. En la providencia de Dios, mi vida fue prolongada, y mi salud
    una vez más está restaurada. Agradezco a Dios por su misericordia y por su
    amorosa bondad hacia mí. He estado dispuesta a ir al este o al oeste, si mi
    deber en ese sentido resultara claro para mí. Pero en respuesta a mi oración,
    ‘Señor, ¿qué quieres que haga?’, el Señor me ha contestado: ‘Descansa en
    paz hasta que el Señor te pida que vayas’.
    «No he estado ociosa. Desde que el Señor me levantó en el congreso de
    Healdsburg, he visitado Santa Rosa, Oakland, San Francisco, Petaluma,
    Forestville y Ukiah, y también trabajé en Healdsburg, hablando 296
    frecuentemente el sábado y el domingo de noche. En cuatro semanas di diez
    discursos, viajé trescientos treinta kilómetros, y escribí doscientas páginas. . .
    «Mis hermanos que me urgen a asistir a diversos congresos y a que los visite
    están preguntando ansiosamente: ‘¿Cuándo tendremos el tomo cuatro de
    Spirit of Prophecy (El espíritu de profecía)?’ Esta pregunta la puedo contestar
    ahora. Dentro de unas pocas semanas mi trabajo con respecto a este libro
    quedará terminado. Pero hay otras obras importantes que requieren atención
    tan pronto como ésta termine. . . Mientras tenga capacidad física y mental
    haré la obra que es más necesaria para nuestro pueblo. . . Mientras viajaba
    he trabajado con grandes desventajas. He escrito en la estación de los
    carruajes, en los carruajes mismos, y en mi tienda en el congreso campestre,
    hablando a veces hasta que quedaba exhausta, y levantándome luego a las
    tres de la mañana para escribir de seis a quince páginas antes del desayuno.
    . .
    «Me resultaría muy agradable encontrarme con nuestros queridos hermanos
    y hermanas en diversos congresos. Siento arder el amor de Jesús en mi
    alma. Me gusta mucho hablar y escribir acerca de esto. Mis oraciones serán
    que Dios os bendiga en vuestros congresos, y que vuestras almas puedan
    ser refrigeradas por su gracia. Si Dios me pide que abandone mi tarea de
    escribir, para asistir a estas reuniones o para hablar al pueblo en diferentes
    lugares, espero escuchar y obedecer su voz».(23) Durante la primavera y el verano de 1883, la Sra. White pasó mucho tiempo en un esfuerzo para completar el tomo cuatro de la serie Spirit of Prophecy, conocido años más tarde como El conflicto de los siglos. 297 No fue sino hasta los primeros días de agosto cuando ella detuvo su tarea de escribir para asistir a algunos de los congresos del otoño en el este, y a la sesión de la Asociación General que siguió. Acerca de estas labores públicas en 1883 escribió: Visita a Battle Creek «El domingo 12 de agosto, en compañía de la Hna. Sara McEnterfer dejé la costa del Pacífico rumbo al este. Aunque sufrimos considerablemente por el calor y el polvo, tuvimos un viaje agradable a través de las llanuras. Encontramos conductores y mozos de cordel listos para hacer cuanto podían por nuestra comodidad y conveniencia. «Desde el tiempo que abordamos el tren, yo me sentí perfectamente satisfecha de que estaba cumpliendo con mi deber. Había tenido dulce comunión con mi Salvador, y había sentido que él es mi refugio y fortaleza, y que no me podía acontecer ningún daño mientras estuviera empeñada en la obra que él me ha dado para hacer. Tengo una permanente confianza en las promesas de Dios, y disfruto de la paz que viene solamente de Jesús… «Llegamos a Battle Creek el 17 de agosto, un viernes. La noche siguiente me resultó imposible dormir. No había visitado este lugar desde que saliera de aquí, cuando estaba muy débil, después del servicio fúnebre de mi esposo. Ahora la gran pérdida que la causa había sufrido con su muerte, la gran pérdida que yo sufrí al verme privada de la asociación con él y de su ayuda en mi trabajo me angustiaron vívidamente, y no podía dormir. Recordé el pacto que había hecho con Dios cuando mi esposo estaba en el lecho de muerte: que no me desanimaría bajo la carga, sino que trabajaría más fervorosamente y en forma más devota que nunca 298 antes para presentar la verdad, tanto por la pluma como de viva voz; que presentaría delante del pueblo la excelencia de los estatutos y los preceptos de Jehová y que señalaría a los oyentes la fuente purificadora donde podemos lavar toda mancha de pecado. «Toda la noche luché con Dios en oración para que él me diera fuerza para mi tarea, y que me imbuyera con su Santo Espíritu, a fin de que pudiera cumplir con mi solemne pacto. Lo que más deseaba era emplear mi tiempo en urgir a los que profesaban la verdad a que tuvieran una relación más estrecha con Dios, para que pudieran gozar de más perfecta comunión con él de la que gozó el Israel de antaño en sus días de mayor prosperidad. «El sábado de mañana hablé a la gran congregación reunida en el Tabernáculo. El Señor me dio fuerza y soltura al presentar las palabras que se encuentran en Apoc. 7: 9-17… La senda de la obediencia «El domingo de mañana hablé a unos 75 obreros relacionados con la oficina de la Review and Herald. Una semana antes, el 12 de agosto, me había presentado delante de un grupo similar en la Pacific Press, y les mostré la importancia de actuar según los principios. Ahora presenté el mismo tema, amonestando a todos a que no permitieran que nada los desviara de lo correcto. Les advertí que tendrían que hacer frente a influencias opositoras, y que se verían presionados por tentaciones. Les dije que todo el que no estuviera arraigado y fundado en la verdad sería movido de su fundamento… «El domingo de tarde, 19 de agosto, hablé por invitación en el Sanatorio… Ante esa numerosa congregación me referí a las palabras: ‘El que quiere amar 299 la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal ‘ (1 Ped. 3: 1012)… «La senda de la obediencia a Dios es la senda de la virtud, la salud y la felicidad. El plan de salvación, como está revelado en las Sagradas Escrituras, abre ante nosotros un camino por el cual el hombre puede asegurarse la felicidad y prolongar sus días en la tierra, así como gozar del favor del cielo, y asegurarse la vida futura que se mide con la vida de Dios. . . «La seguridad de la aprobación de Dios promoverá la salud física. Esta seguridad fortalece el alma contra la duda, la perplejidad y la excesiva congoja, que tan a menudo carcomen las fuerzas vitales e inducen a contraer enfermedades nerviosas de la índole más debilitante y angustiosa. El Señor ha comprometido su infalible palabra en el sentido de que su ojo estará sobre los justos, y su oído estará abierto a su oración. . . «El lunes 20 de agosto de tarde hablé de nuevo a los empleados de la oficina de la Review. . . «Hay algunos, aun de aquellos que están relacionados con nuestras instituciones, cuya fe se halla en grave peligro de naufragar. Satanás trabajará disfrazado en la manera más engañosa posible, en estas ramas de la obra de Dios. El hace de estos importantes instrumentos sus puntos especiales de ataque, y él no dejará de probar ningún medio para anular su utilidad. . . En estos días de peligro debemos tener extremo cuidado de no rechazar los rayos de luz que el cielo con misericordia nos envía; porque es por medio de estos rayos como hemos de discernir los ardides del enemigo. Necesitamos luz del cielo a toda hora, a fin de poder 300 distinguir entre lo sagrado y lo común, lo eterno y lo temporal. «Todos los que permanezcan puros e incorruptos, y se mantengan a cubierto del espíritu y de la influencia prevaleciente en este tiempo, tendrán serios conflictos. Pasarán por grandes tribulaciones; lavarán las ropas de su carácter, y las emblanquecerán en la sangre del Cordero. Estos cantarán el cántico de triunfo en el reino de gloria. Los que sufran con Cristo serán participantes de su gloria».(24)
    Recogiendo frutos para la cosecha
    «El congreso campestre de Worcester, Massachusetts, que se realizó del 22
    al 28 de agosto, . . . fue una ocasión de especial interés para mí. Allí
    encontré a una gran cantidad de creyentes, algunos de los cuales habían
    estado relacionados con la obra desde el mismo comienzo del mensaje del
    tercer ángel. Desde nuestro último congreso, el Hno. Hastings, uno de los
    fieles portaestandartes, había caído en su puesto. Me entristecí de ver a
    otros cargados por los achaques de la edad. Y sin embargo me alegré al ver
    que escuchaban ansiosamente las palabras de vida. El amor de Dios y su
    verdad parecía brillar en sus corazones e iluminar su semblante. Sus ojos a
    menudo se llenaban de lágrimas, no de dolor, sino de gozo, mientras
    escuchaban el mensaje de Dios por boca de sus siervos. Estos peregrinos
    entrados en años estaban presentes casi en todas las reuniones, como si
    temieran, como Tomás, estar ausentes cuando Jesús viniera y dijera: ‘Paz a
    vosotros’.
    «Como granos maduros, estos preciosos, probados y fieles hijos de Dios
    están listos para la cosecha. Su obra está casi terminada. Tal vez se les
    permita permanecer 301 hasta que Cristo sea revelado en las nubes del cielo
    con poder y grande gloria. Pero pueden desaparecer de las filas en cualquier
    momento, y dormir en Jesús. Pero aunque las tinieblas cubren la tierra y
    densa oscuridad los pueblos, estos hijos de la luz pueden levantar sus
    cabezas y regocijarse, sabiendo que su redención está cerca…
    Los miembros laicos como misioneros para Dios
    «Al mirar la congregación de creyentes, y al notar la expresión seria y
    fervorosa de sus rostros, . . . mis ojos descansaron sobre no pocos que
    tenían un conocimiento de la verdad, y que, si este conocimiento sólo fuera
    santificado, realizaría una obra para Dios. Pensé: si todos estos hermanos se
    dieran cuenta de que Dios les pedirá cuentas, y comprendieran su deber
    hacia sus semejantes, y si trabajaran según la capacidad que el Señor les
    concedió, ¡qué luz brillaría de ellos en Massachusetts, y aun se extendería a
    otros Estados! Si cada uno de los que profesan tener fe en el mensaje del
    tercer ángel hiciera de la Palabra de Dios su regla de conducta, y con estricta
    fidelidad realizara su tarea como un siervo de Cristo, sería un poder en el
    mundo.
    «No son solamente los que trabajan por medio de la palabra y la doctrina los
    responsables por las almas. Todo hombre y mujer que tiene un conocimiento
    de la verdad debe ser un colaborador con Cristo. . . El pide que los miembros
    laicos trabajen como misioneros. Hermanos, salid con vuestras Biblias,
    visitad a la gente en sus hogares, leed la Palabra de Dios a la familia y a
    todas las personas que vengan. Id con un corazón contrito y una confianza
    permanente en la gracia y la misericordia de Dios, y haced lo que podáis. . .
    «Hay hombres que nunca han dado un discurso en su vida, y que sin
    embargo, deberían estar trabajando 302 para salvar almas. No se requiere ni
    grandes talentos ni una elevada posición. Pero existe una urgente necesidad
    de hombres y mujeres que conozcan a Jesús, y que estén familiarizados con
    la historia de su vida y de su muerte. . .
    «No necesitamos tanto hombres eminentes sino buenos, veraces y humildes.
    Dios pide que trabajen en su causa personas de todas clases y de todos los
    oficios. Se necesitan hombres que empiecen en los peldaños más bajos de
    la escalera; hombres que, si fuera necesario, coman su propio pan y realicen
    silenciosamente su deber; hombres que no le teman al trabajo diligente para
    adquirir los medios y que practiquen una rígida economía en sus gastos,
    dedicando tiempo y recursos a la obra en favor del Maestro en el seno de sus
    familias y de sus propios vecindarios. Si la obra de reforma comenzara y
    progresara en cada familia, habría una iglesia viva y próspera. Las cosas
    deben ponerse en orden primeramente en el hogar. La causa necesita
    personas que puedan trabajar en sus propios hogares, que estudien la Biblia
    y practiquen sus enseñanzas, y que eduquen a sus hijos en el temor de Dios.
    Entonces podrán realizarse diligentes esfuerzos perseverantes en favor de
    otros, con oraciones fervientes en procura de la gracia y el poder divinos, y
    así se obtendrían grandes resultados de la labor misionera.
    «No importa de quién se trate, es la mente, el corazón, el sincero propósito y
    la vida diaria lo que determina el valor del hombre. Los hombres inquietos,
    que hablan mucho, dictatoriales, no se necesitan en la obra. Hay muchos de
    esta clase que surgen por doquiera. Muchos jóvenes que tienen sólo poca
    experiencia, se colocan a sí mismos en las primeras filas, no manifiestan
    ninguna reverencia por la edad o por la posición, y se ofenden si se los
    aconseja o se los reprueba. De las 303 personas que se creen muy
    importantes tenernos ya más de las que se necesitan. Dios está llamando a
    jóvenes modestos, silenciosos, de mente sobria, y hombres de edad madura
    bien equilibrados en sus principios, que puedan orar y también hablar, que se
    pongan en pie delante de los de más edad y traten con respeto a las canas.
    «La causa de Dios está sufriendo por falta de obreros que tengan
    comprensión y poder mental. Hermanos y hermanas, el Señor os ha
    bendecido con facultades intelectuales capaces de vasto desarrollo. Cultivad
    vuestros talentos con fervor perseverante. Educad y disciplinad la mente por
    el estudio, la observación y la reflexión. No podéis encontramos con la mente
    de Dios a menos que pongáis en uso toda facultad. Las capacidades
    mentales se fortalecerán y desarrollarán si salís a trabajar con el temor de
    Dios, con humildad, y con una ferviente oración. Un propósito resuelto
    realizará milagros. Sed cristianos abiertos, firmes y decididos. Exaltad a
    Jesús, hablad con amor, referid su poder, y así permitiréis que vuestra luz
    brille sobre el mundo».*(25)
    Un ejemplo de abnegación
    «Me alegré por el privilegio que tuve de asistir al congreso de Vermont, que
    se realizó en Montpelier del 30 de agosto al 4 de septiembre. . . Mi mente
    retrocedió treinta años al tiempo en que, en compañía de mi hermana, visité a
    Fairhaven, Massachusetts, para presentar mi mensaje al grupito de ese lugar.
    El pastor Bates vivía entonces allí, y expresó su convicción de que era su
    deber visitar Vermont, y predicar la verdad en ese Estado. Pero agregó: ‘No
    tengo medios, y no sé 304 de dónde vendrá el dinero para viajar allí. Creo
    que andaré por fe, empezando el viaje a pie, y yendo hasta donde el Señor
    me dé fuerzas’. Mi hermana me dijo: ‘Yo creo que el Señor me ayudará a
    abrirle el camino al pastor Bates para ir a Vermont. La Hna. F. está
    buscando una niña para realizar el trabajo de la casa, y . . . yo ganaré el
    dinero necesario’. Realizó su propósito, y, al solicitar el pago por adelantado,
    colocó el dinero en manos del pastor Bates. El salió a la mañana siguiente, y
    mi hermana quedó para trabajar por un dólar y cuarto por semana. Un buen
    número fue traído a la verdad en Vermont, y el pastor Bates regresó con gran
    gozo porque el Señor seguramente había bendecido sus labores…
    Llenando las filas de los obreros
    «Al mirar los rostros de hermanos probados que son preciosos a la vista del
    Señor, y al ver que algunos de ellos estaban casi a punto de deponer la
    armadura, . . . se despertó la siguiente pregunta en mi mente: ¿Quién vendrá
    a ocupar los lugares de estos maduros y gastados soldados de la cruz?
    ¿Quién se consagrará a la obra del Señor?. . . ¿Quiénes son los que tienen
    el conocimiento de la verdad, y que aman tanto a Jesús y a las almas por las
    cuales él murió como para negarse a sí mismos, para elegir el sufrimiento
    como parte de la religión, y para salir fuera del campamento, llevando el
    reproche de Cristo?. . .
    «¿Quién pondrá en uso los talentos que le fueron prestados por Dios, sean
    grandes o pequeños, y trabajará con humildad, aprendiendo diariamente en
    la escuela de Cristo, e impartiendo ese precioso conocimiento a los demás?
    ¿Quiénes verán lo que debe ser hecho y lo harán? ¿Y cuántos presentarán
    excusas, y se sentirán atados con intereses mundanos? Cortad las 305
    cuerdas que os atan, e id a la viña a trabajar por el Maestro.
    «En todo departamento de la causa de Dios se necesitan ayudadores
    consagrados, que teman a Dios y se dispongan a trabajar; hombres de
    cerebro, hombres de intelecto, que salgan como ministros y colportores.
    Hermanos y hermanas, ascienda de vuestras labios la oración de fe a Dios
    para que el Señor levante obreros y los envíe a los campos de la mies; pues
    la cosecha es grande y los obreros pocos.» *(26)
    Estableciendo la fe en la verdad bíblica
    «Asistí al campamento realizado en Waterville, Maine, del 6 al 11 de
    septiembre. Aquí, en mi Estado natal, me encontré con hermanos y
    hermanas queridos, cuyo interés ha estado identificado con la causa y la obra
    de la verdad presente durante años. . . Tuvimos oportunidades preciosas en
    este congreso. Se presentaron muchos testimonios gozosos; pero no se
    realizó la obra completa que deseábamos grandemente haber realizado…
    Hay una clase de fe que da por sentado que tenemos la verdad; pero la fe
    que acepta plenamente lo que Dios ha dicho, la fe que obra por amor y
    purifica el corazón, se da muy raramente.
    «Dios ha revelado verdades salvadores en su Palabra. Como pueblo
    debemos ser estudiantes fervorosos de la profecía; no debemos descansar
    hasta que entendamos bien el tema del santuario que les fue presentado en
    visiones a Daniel y a Juan. Este tema arroja gran luz sobre nuestra posición
    y nuestra obra actual y nos presenta una prueba inequívoca de que Dios nos
    ha guiado en nuestra pasada experiencia. Explica nuestro chasco de 1844,
    mostrándonos que el santuario 306 que había de ser limpiado no era la tierra,
    como habíamos supuesto, sino que Cristo entonces entró en el lugar
    santísimo del santuario celestial, y está allí realizando la obra final de su
    oficio sacerdotal, en cumplimiento de las palabras que el ángel le dirigió al
    profeta Daniel:’Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario
    será purificado ‘(Dan.8:14).
    «Nuestra fe con referencia al mensaje del primero, el segundo y el tercer
    ángel era correcta. Los grandes postes señaladores que hemos pasado son
    inconmovibles. Aunque las huestes del infierno quieran derribarlos de su
    fundamento, y triunfar con el pensamiento de que han tenido éxito, no lo
    lograrán. Estos pilares de la verdad se mantienen tan inconmovibles como
    las colinas eternas, y no pueden ser movidos ni por todos los esfuerzos de
    los hombres combinados con los de Satanás y su hueste. Podemos
    aprender mucho y debemos estar constantemente investigando las Escrituras
    para ver si estas cosas son así. El pueblo de Dios debe tener ahora sus ojos
    fijos en el santuario celestial, donde se está realizando la ministración final de
    nuestro gran Sumo Sacerdote en la obra del juicio: donde él está
    intercediendo por su pueblo».*(27)
    La sesión de la Asociación General de 1883
    Los congresos del otoño fueron seguidos por la vigesimosegunda sesión
    anual de la Asociación General, durante la cual la Sra. White presentó
    muchas de las «pláticas matutinas» a los ministros. Estas fueron publicadas
    en la Review y más tarde en la edición inglesa de Obreros evangélicos de
  45. Con respecto al congreso la Sra. White informó: 307
    «Las reuniones realizadas en Battle Creek estaban cargadas de un interés
    más profundo que cualquier otra reunión similar que jamás haya sido
    realizada por nuestros hermanos. Muchas oraciones ascendieron al cielo en
    favor de esta sesión de la Asociación General; y podemos testificar que
    Jesús vino a la fiesta, y fue un huésped honrado en esta importante reunión.
    Los estudios de la Biblia prestaron valiosa instrucción a los ministros
    ordenados y licenciados y a la hermandad en general. Las reuniones de la
    mañana, destinadas especialmente al beneficio de los ministros y otros
    obreros en la causa, fueron intensamente interesantes. Se despertaron la fe y
    el amor en muchos corazones. Las cosas espirituales y eternas llegaron a
    ser una realidad, y no un mero sentimiento; se convirtieron en una gloriosa
    sustancia, y no en una sombra espasmódico. Esta preciosa reunión está ya
    en el pasado, pero sus resultados han de verse en el futuro. Nunca
    llegaremos a conocer el bien realizado durante los veinte días que estuvimos
    juntos, hasta que nos reunamos en torno al gran trono blanco» .(28) Actividades finales en el este Se había fijado la fecha para unas reuniones de diez días en el Instituto Bíblico y Misionero, que se realizaría en la ciudad de South Lancaster, Massachusetts, y para una reunión general dedicada a los creyentes de la Asociación de Pennsylvania, en Wellsville, Nueva York. Se logró que la Sra. White asistiera a estas reuniones, y a su regreso a Battle Creek habló, el viernes de noche, a los ayudantes que trabajaban en el Sanatorio, y el sábado, a una gran congregación en el Tabernáculo. 308 «Estas fueron mis labores finales en el este en este viaje -escribió la Sra. White, refiriéndose a los institutos bíblicos a los cuales asistió-; y tengo que decir, para la alabanza de Dios, que él me ha sostenido en todo momento. He orado durante la noche; y de día, mientras viajaba, he estado rogando a Dios que me diera la fuerza, la gracia y la luz de su presencia; y yo sé en quién he creído. Regreso a California con más fuerza y con más valor que los que tenía cuando salí de Oakland el 12 de agosto.(29)
    «Anhelo como nunca antes tener el amor de Jesús. Veo razones para alabar
    a Dios por su bondad, su cuidado protector y la dulce paz, el gozo y el ánimo
    que él me dio en este viaje. Empecé por fe, y no por vista; y he visto la mano
    de Dios en el trabajo de cada día, y diariamente su alabanza ha estado en mi
    corazón y en mis labios. Su Espíritu me ha ayudado en mis enfermedades de
    una manera señalada, que no puedo temer encomendarme a su cuidado.
    Tengo la perfecta seguridad de su amor. El ha escuchado y contestado mis
    oraciones, y yo lo alabaré».* (30)309
  46. Actividades en el Centro de Europa
    LA SEGUNDA sesión del concilio misionero europeo se realizó en Basilea,
    Suiza, del 28 de mayo al 1º de junio de 1884; el pastor George I. Butler, de
    los Estados Unidos, la presidió. En esta reunión se adoptaron resoluciones
    por las que se solicitaba a la Asociación General que pidiera a la Sra. White y
    al pastor W. C. White, su hijo, que visitaran las misiones europeas. En la
    sesión de la Asociación General realizada en Battle Creek, Michigan, el
    siguiente mes de noviembre, se dio curso a este pedido, y se les recomendó
    a estas personas que fueran.
    Cumpliendo con este pedido la Sra. White y su secretaria, la Srta. Sara
    McEnterfer, junto con W. C. White y familia, salieron de los Estados Unidos el
    8 de agosto de 1885, navegando desde Boston en el barco Cephalonia, y
    llegaron a Liverpool el 19 de agosto. Pasaron dos semanas en Inglaterra,
    visitando grupos de observadores del sábado en Grimsby, Ulceby, Riseley y
    Southampton. Se dieron varios sermones en salones públicos.
    El grupo salió de Londres el 2 de septiembre, y llegó a Basilea, Suiza, a la
    mañana siguiente. Aquí iba a realizarse pronto la sesión anual de la
    Asociación Suiza y la tercera del concilio misionero europeo. 310
    La Casa Editora «Imprimerie Polyglotte»
    Acababa de completarse la instalación de la casa editora de Basilea, más
    tarde denominada «Imprimerie Polyglotte» (Casa Publicadora Políglota). Se
    había comprado el terreno y planeado el edificio durante la visita del pastor
    Butler en la primera parte de 1884. El edificio se había levantado bajo la
    vigilante supervisión del pastor B. L. Whitney, director de la Misión Europea; y
    su equipo había sido comprado e instalado por el Hno. H. W. Kellogg, quien
    por muchos años fue gerente de la Review and Herald Publishing Association
    de Battle Creek, Michigan.
    La nueva casa editora se componía de un edificio grande e importante de
    unos 15 metros por 25, que tenía cuatro pisos además del piso bajo. Los
    pisos superiores estaban construidos de tal manera que, hasta que lo
    requiriera el progreso de la empresa, podían ser usados como residencias
    para familias. Fue en uno de estos departamentos donde la Sra. White se
    instaló durante la mayor parte de los dos años que pasó en Europa.
    Casas editoras en muchos países
    Cuando la Sra. White y sus acompañantes llegaron a la casa editora, el
    pastor Whitney dijo: «Observen nuestra sala de reuniones antes de ir a los
    pisos superiores». Era una hermosa sala que estaba en el piso bajo, bien
    iluminada y bien amueblada. La Sra. White miró atentamente todos los
    detalles del lugar, y entonces dijo: «Es un buen salón de reuniones. Yo creo
    que he visto antes este lugar».
    No mucho después de esto, se visitaron las partes del edificio ocupadas por
    la editorial. Cuando el grupo llegó al departamento de prensas, la prensa
    estaba 311 marchando, y la Sra. White dijo: «He visto esta prensa antes.
    Este ambiente me parece muy familiar». Pronto se adelantaron los dos
    jóvenes que trabajaban en las prensas, y éstos fueron presentados a los
    visitantes. La Sra. White les estrechó la mano y entonces preguntó: «¿Dónde
    está el otro?»
    «¿Cuál otro?» preguntó el pastor Whitney.
    «Hay un hombre de más edad aquí -replicó la Sra. White-, y tengo un
    mensaje para él».
    El pastor Whitney explicó que el encargado de las prensas estaba en la
    ciudad haciendo diligencias. Hacía poco más de diez años que la Sra. White,
    al relatar delante de un gran auditorio reunido en la iglesia de Battle Creek lo
    que le había sido mostrado en su visión con respecto a la obra que había de
    hacerse en muchos países extranjeros, había dicho que había visto prensas
    funcionando en muchos países, e imprimiendo periódicos, folletos y libros
    que contenían la verdad presente para los pueblos de esas naciones. En
    este punto de su narración el pastor Jaime White la interrumpió,
    preguntándole si podía mencionar algunos de estos países. Ella dijo que no
    podía hacerlo, porque no le habían sido mencionados por nombre, «excepto
    uno -afirmó-; recuerdo que el ángel dijo: Australia». Pero ella declaró que
    aunque no podía nombrar los países, podía recordar los lugares si alguna vez
    los viera, porque la escena había quedado grabada con mucha claridad en su
    mente.
    En el departamento de prensas de la nueva editora de Basilea reconoció uno
    de estos lugares. Pocos meses más tarde, durante su visita a Noruega,
    reconoció en el departamento de prensas de la ciudad de Cristianía (hoy
    Oslo) otro de estos lugares; y seis años más tarde, durante su visita a
    Australia, ella vio, en la oficina del Bible Echo de Melbourne, otro
    departamento de prensas. 312 En él reconoció el lugar y las prensas como
    pertenecientes al grupo que había visto en su visión de Battle Creek el 3 de
    enero de 1875.
    La venta de publicaciones
    El congreso de la Asociación Suiza se realizó del 10 al 14 de septiembre de
  47. Asistieron más o menos doscientas personas. A esta reunión siguió
    inmediatamente el concilio misionero europeo, que continuó por dos
    semanas. En estas reuniones se recibieron informes muy interesantes de
    Escandinavia, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia y Suiza, países en los
    cuales la causa de la verdad presente había empezado a operar. Los
    informes produjeron algunas discusiones animadas de temas como éstos: los
    planes más eficaces para la circulación de nuestras publicaciones; la
    ilustración de nuestros periódicos y libros; el uso de carpas, y el de portar
    armas.
    Los hermanos de Escandinavia informaron que la venta de publicaciones en
    sus asociaciones durante el año fiscal anterior había alcanzado la suma de
    1.033 dólares. Los delegados de Gran Bretaña informaron que las ventas
    alcanzaron 550 dólares. La oficina de Basilea había recibido 1.010 dólares
    por sus periódicos en alemán y francés.
    Los colportores que trabajaban en la Europa católica pasaron mucho tiempo
    relatando sus incidentes y refiriendo ante el concilio las causas por las cuales
    nuestras publicaciones no podían venderse en Europa siguiendo los planes
    que se usaban con mucho éxito en los Estados Unidos; e instaban a que al
    colportor se le diera un sueldo, como lo hacían las sociedades evangélicas
    importantes que operaban en países católicos.
    Durante los diecinueve días cubiertos por la conferencia y el concilio, la Sra.
    White escuchó con atención 313 los informes, que se dieron mayormente en
    inglés. Pronunció palabras de ánimo y de alegría en las reuniones
    administrativas, y en las reuniones que se hacían temprano por la mañana
    dio una serie de discursos instructivos sobre temas como el amor, la
    tolerancia entre los hermanos; el valor y la perseverancia en el ministerio, y
    cómo trabajar en nuevos países. Al dirigirse a los obreros misioneros les dijo:
    «En toda perplejidad, recordad, hermanos, que Dios tiene todavía sus
    ángeles. Podréis hacer frente a la oposición; sí, aun a la persecución. Pero si
    os mantenéis leales a los principios, encontraréis, como lo hizo Daniel, una
    ayuda presente y un libertador en el Dios a quien servís. Ahora es el tiempo
    de cultivar la integridad de carácter. La Biblia está llena de preciosas
    promesas para los que aman y temen a Dios.
    «A todos los que están empeñados en la obra misionera quiero decirles:
    Refugiaos en Jesús. No permitáis que nada del yo aparezca en todas
    vuestras labores, sino que se vea solamente a Cristo. Cuando la obra sea
    difícil, y os desaniméis y estéis tentados a abandonarla, tomad vuestra Biblia,
    doblad vuestras rodillas delante de Dios y decid: ‘He aquí, Señor, tu Palabra
    que lo ha prometido’. Echad vuestro peso sobre las promesas del Señor, y
    cada una de ellas se cumplirá».(31) Cuando los informes desanimadores de los colportores habían alcanzado su punto culminante, ella instó a los obreros a que, frente a todas estas dificultades, tuvieran fe en que el éxito coronaría sus labores. Repetidamente aseguró a los descorazonados colportores que se le había mostrado a ella que los libros podían venderse en Europa en forma tal que permitiera que los obreros se sostuvieran y produjeran suficientes entradas 314 a la casa editora como para hacer posible la publicación de más libros. La preparación de colportores Animados por la seguridad que ella dio de que los que perseveraran en la fe recibirían una ayuda especial, un número de jóvenes fueron persuadidos a hacer otro esfuerzo para realizar obra de sostén propio en la venta de las publicaciones, pero ellos señalaron que debían ser equipados con una provisión mejor de libros vendibles. El pastor J. G. Matteson relató que había hecho todo esfuerzo posible para animar y preparar colportores, y que ellos habían tenido éxito en la venta de periódicos y libros pequeños, pero que las entradas no eran suficientes para sostenerlos debidamente. Dijo que estaba muy ansioso por saber qué debía hacerse para lograr resultados mejores. Dijo que, con el ánimo recibido de la Sra. White, él estaba resuelto a intentarlo una vez más. De acuerdo con esto, durante el invierno de 1885 a 1886 se hicieron esfuerzos especiales en Escandinavia para entrenar y preparar colportores. Se realizaron cursos de preparación en Suecia, Noruega y Dinamarca. El curso realizado en Estocolmo continuó por cuatro meses. Asistieron 20 personas. Usaban seis horas del día para colportar; las mañanas y las tardes se empleaban en el estudio. En 1886, la venta de libros y folletos en Escandinavia ascendió a 5.385 dólares, y las suscripciones a periódicos a 3.146 dólares. Años después, el pastor Matteson declaró que en su esfuerzo en favor de la obra del colportaje inmediatamente después de su regreso de la conferencia de Basilea, él estaba tan plenamente convencido de que sus obreros debían vivir a base de una entrada tan escasa, que 315 persuadió a cada uno a guardar una estricta cuenta de los gastos, y a que le permitieran examinar esta lista una vez por semana para que pudiera aconsejarles sobre la forma de hacer economías. Pronto las cosas cambiaron, pues los colportores estaban gastando menos y ganando más, y un número de ellos ganaban lo suficiente como para sostenerse sin recibir nada de la tesorería de la asociación .(32)
    En la Europa Central la obra de publicaciones necesitaba libros, y también un
    maestro y un director. El libro Life of Christ (Vida de Cristo), que estaba
    demostrando ser un libro popular en los países escandinavos, fue traducido
    al alemán y al francés, y estaba listo para ser usado en la primera parte del
    año 1887.
    El pastor L. R. Conradi había ido a los Estados Unidos a principios de 1886, y
    después de visitar las iglesias y grupos de observadores del sábado de
    Alemania, Rusia y Suiza, informó que una de las necesidades más urgentes
    en los campos europeos eran libros sobre la verdad presente, que fueran
    llevados a los hogares de las gentes por colportores consagrados y bien
    preparados. Vio claramente que deben usarse nuestras publicaciones para
    llevar el mensaje adventista 316 a las multitudes de Europa, y que debido a
    que los fondos misioneros no permitían siquiera pagar un pequeño salario a
    los colportores, debía hacerse un esfuerzo para inaugurar en Europa Central
    lo que había empezado en Escandinavia: la preparación de colportores para
    vender las publicaciones y para que vivieran a base de su comisión, sin
    sueldo. También vio que nuestros jóvenes necesitaban un empleo de tal
    carácter que los educara y los preparara para llegar a ser obreros eficientes
    en la causa de Cristo.
    Comenzando en Basilea, el pastor Conradi reunió a un grupo de seis u ocho
    jóvenes, y empezó a prepararlos para que tuvieran éxito. El declaró que la
    gente necesitaba las verdades salvadores que había en nuestros libros; que
    la Sra. White dijo que con esfuerzos bien realizados estos libros podían
    venderse; que el pastor Matteson había comprobado que esto era cierto; y
    que tanto él como sus jóvenes asociados debían encontrar la manera de
    lograrlo. Estudiaban su libro hasta que se volvían entusiastas con respecto a
    sus grandes verdades, y entonces, al salir con este ánimo e instrucción,
    tenían éxito.* (33)317
    Desarrollo debido a un servicio fiel
    El acuerdo de la junta directiva de la Asociación General por el cual se hacían
    subvenciones liberales para la traducción y publicación en Basilea, de varios
    libros grandes en alemán y francés, le había dado mucho trabajo a la
    Imprimerie Polyglotte. Esto abrió el camino para el empleo de una veintena
    de jóvenes y señoritas que estaban muy contentos de relacionarse con la
    obra educacional.
    Viendo que los jóvenes estaban muy ansiosos de estudiar la Biblia y los
    idiomas, la gerencia organizó clases de Biblia, historia, doctrinas bíblicas y
    gramática inglesa, para los que quisieran asistir. Estas clases se tenían
    normalmente desde las seis y media hasta las siete y media de la mañana.
    Con admirable rapidez los jóvenes franceses dominaban tanto el alemán
    como el inglés, y los muchachos alemanes tanto el francés como el inglés. Al
    mismo tiempo progresaban en estatura y sabiduría.
    Varias veces las clases matutinas fueron reemplazadas por una semana o
    diez días de reuniones religiosas. En éstas la Sra. White tomaba una parte
    importante, y parecía que nunca se cansaba en sus esfuerzos de animar a
    los jóvenes a capacitarse para un servicio eficiente en la causa de Cristo.
    Los urgía a aprovechar las oportunidades, a ser diligentes en el trabajo y en
    el estudio; y les decía que a ella se le había mostrado que, si ellos eran fieles,
    Dios los usaría para llevar la verdad a muchas personas que estaban cerca y
    lejos; que si ellos se mantenían cerca del Señor, llegarían a ser poderosos en
    su obra, y que algunos de ellos serían llamados a puestos de mayor
    responsabilidad.
    Hay muchos que pueden dar testimonio del notable cumplimiento de esta
    predicción. En años posteriores,
    318 uno de estos jóvenes ejerció durante varios términos la presidencia de la
    Unión Latina; otro la presidencia de la Asociación Suiza; y otro fue director de
    la Unión del Levante. Otros han sido predicadores, traductores, redactores,
    maestros, y gerentes de grandes empresas editoriales. *(34)
    Visitas a Italia
    El 26 de noviembre de 1885, la Sra. White salió de Basilea rumbo a Torre
    Péllice, Italia. Fue acompañada por su nuera, María K. White, y por el pastor
    B. L. Whitney. Con respecto a este viaje ella escribió:
    «Yo cumplía 58 años, y por cierto que el suceso había de celebrarse de una
    manera y en un lugar con los cuales poco había soñado. Parecía difícil
    darme cuenta que estaba en Europa; que había presentado mi testimonio en
    Inglaterra, Suiza, Dinamarca, Noruega y Suecia, y que me hallaba en camino
    a Italia.
    «Nuestro viaje por los Alpes tenía que atravesar el gran paso de San Gotardo.
    Llegamos a Torre Péllice el viernes, cerca de las nueve de la mañana, y nos
    dieron la bienvenida en el hospitalario hogar del pastor A. C. Bourdeau. Al
    día siguiente, sábado, hablé a los hermanos y hermanas en el salón alquilado
    en que realizaban sus reuniones regulares los sábados». 319
    La Sra. White permaneció en Torre Péllice por tres semanas, habló a la
    gente diez veces y visitó algunos de los lugares donde los valdenses,
    huyendo de sus perseguidores, habían sido seguidos y capturados,
    torturados y muertos. Refiriéndose a estos incidentes, ella escribió:
    «Si sus voces pudieran escucharse, ¡qué historia contarían las montañas
    eternas que rodean estos valles, acerca de los sufrimientos del pueblo de
    Dios, debido a su fe! ¡Qué historia de la visita de ángeles no reconocidos por
    estos fugitivos cristianos! Una y otra vez los ángeles han hablado con
    hombres, como un hombre habla con su amigo, y los han guiado a lugares de
    seguridad. Repetidamente las palabras animadoras de ángeles han
    renovado los espíritus caídos de los fieles, y conducido sus mentes por
    encima de las cumbres de las más elevadas montañas, haciéndoles
    contemplar por la fe los mantos blancos, las coronas y las palmas de victoria
    que los vencedores recibirán cuando rodeen el gran trono blanco».
    Dos veces después de esto, la Sra. White visitó los valles de los valdenses:
    una vez en abril de 1886, cuando, en compañía de su hijo y de la esposa de
    éste, dedicó dos semanas a hablar a pequeñas congregaciones en muchos
    lugares; y de nuevo, en compañía del pastor Guillermo Ings y su esposa, en
    noviembre, mientras estaban ellos de regreso a Basilea después de trabajar
    por dos semanas en Nimes, Francia. 320
  48. Actividades en Gran Bretaña y Escandinavia
    EL CUARTO concilio Misionero Europeo se realizó en Great Grimsby,
    Inglaterra, del 27 de septiembre al 4 de octubre de 1886. Los informes de los
    obreros muestran las grandes dificultades con que tropezaba cada ramo de la
    obra. Una mañana, antes de la reunión, un grupo de obreros se reunió en
    torno a la estufa en el salón de reuniones para relatar algunas de sus
    experiencias y de sus chascos. Los buenos salones para reuniones públicas
    eran muy costosos. La clase de gente que se deseaba alcanzar no asistiría a
    los salones más baratos. Las carpas pronto se gastaban en el clima húmedo.
    Las puertas de los mejores hogares no se abrían al obrero bíblico en sus
    esfuerzos por hacer obra de casa en casa; y en las casas donde las puertas
    se abrían fácilmente, las mentes eran lentas para comprender la importancia
    de la obediencia a verdades impopulares. «¿Qué se puede hacer?», era la
    pregunta.
    Consagración, valor, confianza
    Durante una serie de reuniones realizadas en Great Grimsby, precisamente antes del
    Concilio, la Sra. White había dado varios discursos para señalar la importancia de la
    consagración, el valor y la confianza. Al 321terminar un sermón sobre la experiencia
    de los discípulos en relación con la resurrección de Jesús, ella dijo:
    «Debemos aprovechar toda oportunidad que tengamos día tras día para
    vencer las tentaciones del enemigo. La vida es un conflicto, y tenemos a un
    enemigo que nunca duerme. El está vigilando constantemente para destruir
    nuestras mentes y desviarnos de nuestro precioso Salvador, quien dio su
    vida por nosotros. ¿Elevaremos la cruz que se nos ha dado? ¿O
    permitiremos que nos domine una complacencia egoísta, y perderemos una
    eternidad de bendición? No podemos consentir en pecar; no podemos
    aceptar la idea de quebrantar la ley de Dios.
    «La pregunta que nos confronta no es: ¿Cómo ganaré más dinero en
    este mundo? La pregunta no debe ser: ¿Serviré a Dios? ¿Serviremos a Dios, o a
    Baal? ‘Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a
    los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado
    del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi
    casa serviremos a Jehová ‘ (Jos. 24: 15).
    «Yo no espero recibir toda mi felicidad en el más allá. Experimento felicidad ya a lo largo de
    mi camino. Sin embargo tengo pruebas y aflicciones; pero fijo la mirada en Jesús. Es en los
    lugares estrechos y difíciles donde él está precisamente a mi lado, y podemos comulgar con
    él, y colocar todas nuestras cargas sobre Aquel que las lleva todas y decir: ‘Oh Señor, no
    puedo llevar por más tiempo estas cargas’. Entonces él nos dice: ‘Mi yugo es fácil, y
    ligera mi carga’ (Mat. 11: 30). ¿Lo creéis? Yo lo he probado. Yo lo amo; lo amo. Veo en
    él un encanto inigualable. Y deseo alabarlo en el reino de Dios.
    «¿Quebrantaremos nuestro corazón de piedra? ¿Recorreremos toda la
    trayectoria de la espinosa senda
    322 que Jesús transitó desde el pesebre hasta la cruz? Vemos las manchas
    de sangre. ¿ Albergaremos el orgullo del mundo? ¿Trataremos de hacer del
    mundo nuestra norma? ¿O saldremos de en medio de ellos? La invitación
    es:’Salid de en medio de ellos, y apartaos … y no toquéis lo inmundo; y yo os
    recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas’ (2
    Cor. 6: 17, 18).
    «¡Oh, qué exaltación es ésta, la de ser miembros de la familia real, hijos del
    Rey celestial; la de tener al Salvador del universo como nuestro Rey de
    reyes, que nos conoce por nombre! ¡Qué dicha la de que seamos herederos
    de Dios y aspiremos a la herencia inmortal, la sustancia eterna! Este es
    nuestro privilegio. ¿Lograremos el premio? ¿Lucharemos la batalla del
    Señor? ¿Continuaremos batallando hasta las mismas puertas? ¿Seremos
    victoriosos?
    «Yo he decidido que debo obtener el cielo, y quiero que vosotros lo tengáis.
    Nunca habría venido desde California a Europa, si no hubiera querido deciros
    cuán precioso es el Salvador, y cuán preciosa es la verdad que tenemos.
    «Debéis estudiar la Biblia, porque ella os habla de Jesús. Al leerla,
    observaréis los encantos incomparables de Jesús. Quedaréis prensados del
    Hombre del Calvario, y a cada paso podréis decirle al mundo: ‘Sus caminos
    son caminos deleitosos, y todas sus veredas paz’. Habéis de representar a
    Cristo ante el mundo. Podéis mostrar al mundo que tenéis una esperanza
    grande junto con la inmortalidad. Podéis beber de las aguas de salvación.
    Enseñad a vuestros hijos a amar y temer a Dios. Anheláis que los ángeles
    celestiales estén en vuestras moradas. Anheláis que el Sol de justicia brille
    en las cámaras oscuras de vuestra mente. Entonces vuestros labios
    expresarán alabanzas a Dios. 323
    «Jesús ha ido a preparar mansiones para nosotros. El dijo: ‘No se turbe
    vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi
    Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy,
    pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparara lugar,
    vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros
    también estéis’ (Juan 14: 1-3). Tengo la mirada puesta en esas mansiones;
    no en las mansiones terrenales, porque éstas antes de mucho serán
    derribadas por el violento terremoto. Anhelo las mansiones celestiales que
    Cristo ha ido a preparar para los fieles.
    «No tenemos hogar aquí; sólo somos peregrinos y extranjeros, y estamos en
    marcha hacia un país mejor, el celestial. Poned la mira en estas cosas, y
    mientras lo hacéis, Cristo estará precisamente a vuestro lado. Que Dios nos
    ayude a ganar el don precioso de la vida eterna».
    Algunos de los obreros respondieron con testimonios que manifestaban su fe
    y determinación. Algunos creían que ella no comprendía las dificultades del
    campo. Otros buscaban algo en que basar sus esperanzas de un éxito
    futuro.
    Dispersando las tinieblas.
    Durante los primeros días del concilio, uno de los oradores, después de
    referirse a algunas de las barreras que se oponían al progreso del mensaje,
    solicitó que la Sra. White expresara sus puntos de vista para indicar qué más
    podría hacerse, y si podían esperarse cambios en las condiciones en las
    cuales los obreros estaban luchando.
    En respuesta a esta pregunta, la Sra. White declaró que vendrían cambios
    que abrirían puertas hasta entonces cerradas, cambios en muchas cosas que
    alterarían 324 las condiciones y despertarían las mentes del pueblo para
    comprender y apreciar la verdad presente. Se producirían tumultos políticos,
    y cambios en el mundo industrial, y un gran despertar religioso, que
    prepararía las mentes para escuchar el mensaje del tercer ángel. «Sí, habrá
    cambios -ella les aseguró-, pero no hay razón para que esperéis. Vuestra
    obra ha de seguir adelante, presentando la verdad con sencillez, levantando
    la luz de la verdad ante el pueblo».
    Entonces les dijo cómo el asunto le había sido presentado en visión. A veces
    le fueron presentadas las multitudes de nuestro mundo a quienes va dirigido
    el mensaje divino de amonestación de que Cristo viene pronto, como
    envueltas en una neblina y en nube de densas tinieblas, tal como lo describe
    Isaías, quien escribió: «Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y
    oscuridad las naciones» (Isa. 60: 2).
    Mientras en la visión estaba observando esta escena con intenso pesar, su
    ángel acompañante dijo: «Observa», y al mirar ella de nuevo, aparecieron
    pequeños rayos de luz, como las estrellas que brillan débilmente en la
    oscuridad. Al aguzar la vista, la luz se fue haciendo más brillante, y el
    número de luces aumentaba, porque cada luz encendía otras luces. A veces
    estas luces se reunían como para animarse mutuamente; y de nuevo se
    separaban, yendo cada vez más lejos y encendiendo más luces. Así la obra
    avanzaba hasta que todo el mundo fue iluminado con su brillo.
    En conclusión ella dijo: «He aquí una descripción de la obra que habréis de
    hacer.’Vosotros sois la luz del mundo’ (Mat. 5: 14). Vuestra obra ha de elevar
    la luz para ser vista por aquellos que os rodean. Mantenedla con firmeza.
    Levantadla un poco más alto. Encended otras luces. No os desaniméis si la
    vuestra no es una gran luz. Aunque sea pequeña, mantenedla en alto. 325
    Permitid que brille. Haced lo mejor, y Dios bendecirá vuestros esfuerzos».
    *(35)
    Primera visita a Escandinavia
    Durante los dos años que la Hna. White pasó en Europa, visitó Dinamarca,
    Suecia y Noruega tres veces. Al final del concilio misionero realizado en
    Basilea durante el mes de septiembre de 1885, los delegados de
    Escandinavia rogaron que ella visitara su campo tan pronto como le fuera
    posible; y aunque sus amigos de Suiza le dijeron que el verano era un tiempo
    mejor 326 para viajar por el norte de Europa, ella decidió aventurarse por fe,
    confiando en que Dios le daría fuerzas para soportar las penurias del viaje.
    El mes de octubre y la primera mitad de noviembre lo pasó en Copenhague,
    Estocolmo, Grythyttehed, Orebro y Cristianía. La Sra. White estaba
    acompañada por su secretaria, la Srta. Sara McEnterfer, por su hijo, W. C.
    White, y por el pastor J. G. Matteson, que era el guía, intérprete y
    colaborador. En los diversos lugares donde se reunían creyentes para
    escuchar su mensaje, éste era recibido con un interés reverente. Excepto en
    Cristianía, donde la feligresía de la iglesia era de 120, las congregaciones no
    eran grandes. El sábado 31 de octubre, ocasión en que hermanos de otras
    iglesias llegaron a la reunión, había como 200 presentes. Un domingo ella
    habló en el salón de los trabajadores a un auditorio de 800. El próximo
    domingo, por pedido del presidente de una poderosa sociedad de
    temperancia, habló a un grupo de 1.300 personas reunidas en el gimnasio
    militar, sobre la importancia de enseñar en cada hogar los principios de
    temperancia. Este tema fue presentado desde un punto de vista bíblico, e
    ilustrado con experiencias de caracteres bíblicos.
    Segunda visita a Escandinavia.
    La Sra. White realizó la segunda visita a Escandinavia durante el verano de
    1886, en compañía de su hijo y de la Srta. McEnterfer. Durante la primera
    parte de su viaje, la Srta. Christina Dahl actuó como guía e intérprete.
    La más importante de las reuniones a las cuales asistió durante este viaje fue
    la de Orebro, Suecia. Aquí la Asociación Sueca realizó su sesión anual, del
    23 al 28 de junio, y durante ella se organizó una sociedad de publicaciones y
    una asociación de escuela sabática. 327 Cada una de estas entidades
    abarcaba la obra de Dinamarca, Suecia y Noruega.
    Una semana antes de iniciarse esta conferencia, el pastor Matteson había
    comenzado un curso de instrucción para colportores y obreros bíblicos. En la
    realización de este curso recibió la ayuda del pastor A. B. Oyen, de Cristianía,
    y del pastor 0. H. Olsen, que acababa de llegar de los Estados Unidos.
    «Educación» era el santo y seña entre los dirigentes en aquellos días, y el
    pueblo estaba ávido de aprender. Este curso para obreros se iniciaba cada
    mañana a las seis y media con oración y reunión de testimonios. A las nueve
    se daba una clase de contabilidad; a las once y treinta se daba instrucción
    acerca de cómo hacer obra misionera local. La instrucción relativa a cómo
    dar estudios bíblicos se daba a las cuatro de la tarde; y a las ocho de la
    noche había un servicio de predicación. Toda hora del día era considerada
    preciosa tanto por los maestros como por los alumnos.
    A la sesión de la Asociación que siguió asistieron regularmente unos 65
    observadores del sábado. De las diez iglesias de Suecia, nueve estaban
    representadas por 23 delegados. La Sra. White habló seis veces en las
    reuniones de la primera hora de la mañana, y cinco veces en otras
    oportunidades. Dirigiéndose a un grupo de creyentes, pequeño pero
    resuelto, dijo:
    «Al principio, la obra es dura y lenta. Ahora es cuando todos deben poner el
    hombro para levantar la carga y llevarla adelante. Debemos avanzar, aunque
    tengamos delante el mar Rojo y montañas inaccesibles del otro lado. Dios ha
    sido con nosotros y ha bendecido nuestros esfuerzos. Debemos trabajar con
    fe. ‘El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan’ (Mat. 11:
    12). Hemos de orar, creer que nuestras oraciones son escuchadas, y
    entonces trabajar. 328
    «Ahora la obra puede parecernos pequeña; pero debe haber un comienzo
    antes de que haya progresado. ‘Primero hierba, luego espiga, después grano
    lleno en la espiga’. La obra puede comenzar débilmente y su progreso por un
    tiempo puede ser lento; sin embargo, si se empieza de una manera
    saludable, habrá un progreso firme y, sustancial. *(36) Debe ponerse una
    norma elevada delante de aquellos que acaban de aceptar la fe. Ellos deben
    ser educados a ser cuidadosos en su habla y circunspectos en su conducta,
    dando evidencia de que la verdad ha hecho algo por ellos, y esparciendo así
    por su ejemplo la luz sobre los que están en tinieblas. . .
    «Los que han recibido la verdad pueden ser pobres, pero no deben
    permanecer ignorantes o seguir teniendo un carácter defectuoso, para dar el
    mismo molde, por su influencia, a los demás. Cuando la iglesia recibe
    plenamente la luz, las tinieblas serán disipadas; y si en santidad de carácter
    ellos guardan paso con la verdad revelada, su luz resplandecerá con un brillo
    cada vez mayor. La verdad hará su obra de refinamiento, restaurando la
    imagen moral de Dios en el hombre, y cesarán entonces las tinieblas y las
    confusiones y la lucha de las lenguas, que es una maldición en muchas
    iglesias. Apenas se concibe el poder que Dios dará a su iglesia, si sus
    miembros andan en la luz tan rápidamente como ésta brilla sobre ellos.
    «El Señor ha de venir pronto, y el mensaje de amonestación ha de ir a todas
    las naciones, lenguas y pueblos. Mientras la causa de Dios requiere medios
    y obreros, ¿qué están haciendo los que viven bajo la luz 329 plena de la
    verdad presente?». * (37)
    Una vez que terminó la sesión de la Asociación Sueca, se emplearon dos
    semanas en Cristianía, trabajando con fervor por la iglesia y por los obreros
    de la casa editora. Por entonces se había terminado una nueva casa editora,
    y los diversos departamentos de la misma se habían instalado ya y estaban
    trabajando.
    Cuando la Sra. White vio los diversos departamentos de la nueva planta
    publicadora, expresó gran gozo de que, con las facilidades que de esta
    manera se habían provisto, podían imprimirse periódicos y libros adecuados
    para el campo en forma aceptable, y podían enviarse para que realizaran su
    misión. Fue en ocasión de esta visita cuando, al llegar al departamento de
    prensas, ella declaró que se le había mostrado en una visión, años antes, ese
    mismo ambiente con sus prensas en marcha como ella las veía ese día.
    Las reuniones de Cristianía fueron seguidas por diez días de trabajo en
    Copenhague, después de lo cual la partida regresó a Basilea.
    Quinto Concilio Misionero en Europa.
    De nuevo, en 1887 la Sra. White pasó el mes de junio en Escandinavia. En
    compañía de la Sra. Ings había asistido a reuniones muy interesantes de
    pequeños grupos de observadores del sábado en Voh-winkel y Gladbach,
    Alemania. En estas reuniones el pastor L. R. Conradi había actuado como
    guía, traductor y colaborador.
    En Copenhague se había visto un crecimiento animador en la iglesia desde la
    última visita. Allí la sierva de Dios pasó una semana muy ocupada.
    La quinta sesión anual del Concilio Europeo de 330 Misiones Adventistas
    había de realizarse del 14 al 21 de junio en Noruega. El lugar elegido para
    esa reunión fue Moss, una hermosa ciudad de 8.000 habitantes, a unas dos
    horas de viaje de Cristianía. Los delegados eran los siguientes:
    Europa Central: B. L. Whitney, Sra. E. G. White, W. C. White y L. R. Conradi.
    Inglaterra: S. H. Lane, Guillermo Ings y J. H. Durland.
    Noruega: 0. A. Olsen, K. Brorsen y N. Clausen.
    Dinamarca: E. G. Olsen.
    Suecia: J. G. Matteson.
    Rusia: J. Laubhan.
    Estados Unidos: S. N. Haskell, J. H. Waggoner, D. A. Robinson y C. L. Boyd.
    En relación con el Concilio Misionero, se tuvo el primer congreso campestre
    de la Asociación Noruega. Se erigieron diez tiendas en un hermoso bosque,
    en las cuales podía acomodarse a unas cien personas. Además, otras
    cincuenta personas encontraron alojamiento en las casas vecinas. Los
    delegados de los Estados Unidos y de Europa Central se establecieron en
    una casa grande y cómoda con vista al fiordo de Cristianía.
    En la reunión campestre el idioma prevaleciente fue el noruego, y se siguió el
    programa normal de un congreso local. En la casa grande el idioma
    prevaleciente era el inglés, y se realizaron preciosas reuniones de oración.
    También se celebraron una serie de reuniones administrativas en que se
    estudiaron los medios que debían usarse para ampliar y fortalecer la obra en
    todos los países de Europa.
    El martes 14 de junio se presentaron animados informes relativos al
    maravilloso desarrollo de la obra de colportaje durante el año. El pastor
    Matteson relató 331 incidentes admirables ocurridos durante el invierno
    anterior en el curso desarrollado para colportores e instructores bíblicos; el
    pastor Conradi informó de los éxitos de obreros en Alemania y Suiza; el
    pastor Olsen dio informes animadores de Noruega, y el pastor Hendrickson,
    de Dinamarca. El pastor Lane informó buenos progresos de parte de los
    colportores en Inglaterra.
    El Concilio Misionero continuó activamente con su obra por varios días
    después que los hermanos de las iglesias de Noruega habían regresado a
    sus hogares. Se trazaron planes y se tomaron resoluciones tendientes a
    lograr la educación de hombres para el ministerio, y para el establecimiento
    de una misión para marinos en Hamburgo. El tema que despertó la más
    entusiasta atención fue el desarrollo de escuelas en cada asociación para
    preparar colportores. Lo que requirió el estudio más ansioso fue el asunto de
    preparar e imprimir las publicaciones más adecuadas.
    La presencia de los pastores C. L. Boyd y D. A. Robinson, quienes estaban
    de viaje de los Estados Unidos al gran campo sudafricano añadió mucho
    interés a las reuniones del Concilio. Ellos se unieron de todo corazón en el
    estudio de los difíciles problemas de la obra en Europa; y a la vez trajeron
    muchos de los problemas sudafricanos para una consideración informal.
    Eficiencia en el servicio misionero
    Al escribir a estos hermanos concerniente a la gran tarea que tenían delante,
    la Sra. White destacó la importancia de comenzar bien desde el propio
    comienzo de la obra. Ella habló de campos donde se podía haber hecho
    mucho más si la obra no hubiera sido impedida por haberse practicado
    economías con falta de sabiduría; 332 y declaró que si la obra hubiera
    comenzado de la debida manera, se habrían empleado menos recursos. Dijo
    ella:
    «Tenemos un cometido grande y sagrado en las elevadas verdades que nos
    fueron encomendadas. Nos alegramos de que hay hombres que entran en
    nuestros campos misioneros dispuestos a trabajar con una pequeña
    remuneración. El dinero no tiene peso en su ánimo frente a los clamores de
    la conciencia y del deber, a fin de presentar la verdad a los que están en las
    tinieblas del error en países lejanos, por amor a Cristo y a sus semejantes.
    «Los hombres que se dan a sí mismos a la gran obra de enseñar la verdad no
    son los que pueden ser sobornados con la riqueza o asustados por la
    pobreza. Pero Dios hará que sus siervos delegados experimenten un
    constante progreso. A fin de que la obra pueda ser llevada adelante con
    eficacia, el Señor envió a sus discípulos de dos en dos… Ninguna idea
    proveniente de un solo hombre, ningún plan de un solo hombre, ha de
    predominar y controlar la tarea de hacer progresar la obra. . . El uno no debe
    separarse del otro, invocando la bondad de sus propios medios y planes. El
    puede haber sido educado en una cierta dirección, y poseer ciertos rasgos de
    carácter que resulten perjudiciales para los intereses de la obra si se le
    permitiera ser el poder dominante.
    «Los obreros no han de separarse el uno del otro, sino trabajar juntos en
    cualquier cosa que interese a la causa de Dios. Y una de las cosas más
    importantes que debe considerarse es la cultura propia. Se da demasiado
    poca atención a este asunto. Deben cultivarse todas las facultades a fin de
    hacer una obra elevada y honorable para Dios. Debe obtenerse sabiduría en
    mucho mayor medida de lo que suponen muchos de 333 los que han estado
    trabajando por años en la causa de Dios…
    «Mantened el carácter elevado de la obra misionera. Que la pregunta tanto
    de los hombres como de las mujeres asociados en la labor misionera sea:
    ¿Qué soy yo? ¿Qué es lo que debo ser yo, y qué es lo que debo hacer? Que
    cada obrero considere que él no puede dar a otro lo que él mismo no posee.
    Por lo tanto no, debe encastillarse en sus propios métodos y hábitos, sin
    hacer ningún cambio en procura de lo mejor. Pablo dice: No lo he logrado,
    pero prosigo al blanco. Los individuos deben lograr un constante progreso,
    un avance y una reforma para perfeccionar un carácter simétrico y bien
    equilibrado. . .
    «Hay poco que pueda hacer ninguno de vosotros trabajando solo. Dos o más
    son mejores que uno si cada uno estima al otro mejor que él mismo. Si
    alguno de vosotros considera sus planes y modos de trabajo como perfectos,
    se engaña grandemente. Tomad consejo juntos con mucha oración y
    humildad mental, dispuestos a ser aconsejados y guiados. Esto os colocará
    donde Dios será vuestro Consejero. . .
    «No hemos de hacer de las maneras del mundo las nuestras. Hemos de dar
    al mundo un ejemplo más noble, manifestando que nuestra fe es de un
    carácter elevado. Tratad a otros como vosotros mismos quisierais ser
    tratados. Que cada acción revele la nobleza de la verdad. Sed fieles a
    vuestra fe, y seréis fieles a Dios. Recurrid a la palabra, a fin de descubrir sus
    instrucciones. Cuando Dios habla, es nuestro deber escuchar y obedecer…
    «Desde el principio del establecimiento de vuestra obra, comenzad de una
    manera digna, como Dios quiere, a fin de que deis carácter a la influencia de
    la verdad, la cual vosotros sabéis que es de origen 334 celestial. Pero
    recordad que ha de ejercerse mucho cuidado con respecto a la presentación
    de la verdad. Conducid las mentes en forma cuidadosa. Espaciaos en la
    piedad práctica, tejiéndola dentro de la trama de los discursos doctrinales.
    Las enseñanzas del amor de Cristo subyugarán y someterán el terreno del
    corazón y lo prepararán para el nacimiento de la simiente de la verdad.
    Obtendréis la confianza de las personas al hacer esfuerzos por conocerlas.
    Pero mantened el carácter elevado de la obra. Permitid que las
    publicaciones, las revistas, los folletos, hagan su obra entre la gente,
    preparando las mentes de la clase lectora para la predicación de la verdad.
    No escatiméis esfuerzos en este sentido, y la obra, si comienza sabiamente y
    prosigue sabiamente, tendrá éxito. Pero sed humildes y estad dispuestos a
    ser enseñados, si queréis enseñar a otros y guiarlos en el camino de la
    verdad y la justicia».
    «¡Avanzad!»
    Al pasar en revista el progreso logrado hasta la terminación del año 1887, la
    Sra. White escribió libremente concerniente a las providencias de Dios en
    Europa, y a las oportunidades del futuro. Dijo ella:
    «Se ha encomendado una gran obra a aquellos que presentan la verdad en
    Europa.. Están Francia y Alemania, con grandes ciudades y enormes
    poblaciones. Están Italia, España y Portugal, después de tantos siglos de
    tinieblas, . . . abiertos a la Palabra de Dios, abiertos para recibir el último
    mensaje de amonestación al mundo. Están Holanda, Austria, Rumania,
    Turquía, Grecia y Rusia, que son el hogar de millones y millones, cuyas
    almas son tan preciosas a la vista de Dios como las nuestras, y que no saben
    nada de las verdades especiales para este tiempo.
    «Ya se ha hecho una buena obra en estos países.335 Existen personas que
    han recibido la verdad, esparcidas como portadores de luz en casi cada país.
    . . ¡Pero cuán poco se ha hecho en comparación con la gran obra que
    tenemos delante! Los ángeles de Dios están conmoviendo las mentes del
    pueblo, y preparándolas para recibir la amonestación. Se necesitan
    misioneros en campos en los cuales hasta hoy apenas ha empezado la tarea.
    Nuevos campos están abriéndose constantemente. La verdad debe ser
    traducida a diferentes lenguas, para que todas las naciones disfruten de sus
    influencias puras y vivificantes. . .
    «Los colportores están teniendo un éxito animador en la venta de nuestros
    libros. Así la luz se está llevando a la gente, en tanto que el colportor -que en
    muchos casos es alguien que ha perdido su empleo por aceptar la verdadpuede
    sostenerse con su trabajo. Además, las ventas son una ayuda para la
    oficina de publicaciones. En los días de la Reforma, monjes que habían
    abandonado los conventos, y que no tenían ningún otro medio de sostén,
    viajaban por el país, vendiendo las obras de Lutero, que circularon así
    rápidamente por toda Europa. La obra del colportaje fue uno de los medios
    más eficientes para esparcir la luz entonces, y así resultará también hoy. . .
    «Habrá obstáculos que retardarán la obra. . . Hemos tenido que hacerles
    frente en todo lugar donde se han establecido misiones. Ha tenido que
    vencerse la falta de experiencia, las imperfecciones, los errores y las
    influencias no consagradas. ¡Cuán a menudo estas cosas han obstaculizado
    el progreso de la causa en los Estados Unidos! No esperamos tener que
    afrontar menos dificultades en Europa. Algunos de los que estaban
    relacionados con la obra en estos campos extranjeros, así como en
    Norteamérica, se han desanimado y, siguiendo la conducta de los espías
    indignos, 336 han traído un informe descorazonador. Como el tejedor
    descontento, ellos están mirando del lado erróneo de la tela. No pueden
    entender el plan del Diseñador; para ellos todo es confusión, y en vez de
    esperar hasta poder discernir el propósito de Dios, rápidamente comunican a
    otros su espíritu de duda y oscuridad.
    «Pero no es ése el informe que traemos ahora. Después de una estancia de
    dos años en Europa no vemos más razón de desánimo en la condición de la
    causa allí que cuando ésta empezó en los diferentes campos de Estados
    Unidos. Allí vimos cómo el Señor estaba probando el material que había de
    ser usado. Algunos no soportaron la prueba de Dios. No querían ser
    labrados y modelados. Todo golpe del buril, toda aplicación del martillo,
    despertaba su enojo y resistencia. Ellos fueron puestos a un lado, y otro
    material fue traído para ser probado de la misma manera. Todo esto
    ocasionó demora. Todo fragmento roto y desprendido causó lamentos.
    Algunos pensaron que estas pérdidas arruinarían el edificio, pero por el
    contrario, éste se hizo más fuerte al ser quitados los elementos de debilidad.
    La obra avanzó en forma segura. Cada día hacía más claro el hecho de que
    la mano del Señor lo estaba guiando todo, y que un gran propósito corría a
    través de la obra desde el comienzo hasta el fin. Vemos que también la obra
    se está estableciendo en Europa.
    «Una de las grandes dificultades es la pobreza que afrontamos a todo paso.
    Esto demora el progreso de la verdad, la cual, como en los siglos anteriores,
    normalmente encuentra sus primeros conversos entre las clases más
    humildes. Sin embargo hemos tenido una experiencia similar en nuestro
    propio país, tanto al este como al oeste de las Montañas Rocosas. Los que
    primero aceptaron el mensaje eran pobres, pero al disponerse ellos a trabajar
    con fe para realizar lo que podían 337 con sus talentos, habilidades y medios,
    el Señor acudió en su ayuda. En su providencia él trajo a la verdad a
    hombres y mujeres de corazón dispuesto; tenían recursos, y anhelaban
    enviar la luz a otros. Así ocurrirá ahora. Pero el Señor quiere que trabajemos
    fervientemente con fe hasta que llegue el tiempo.
    «Se ha dado la orden en Europa: ‘¡Avanzad!’ El más humilde de los que
    trabajan con ahínco por la salvación de las almas es un colaborador con Dios
    y con Cristo. Ángeles ministran en su favor. A medida que avanzamos
    siguiendo las oportunidades que nos abre su Providencia, Dios continuará
    abriendo el camino delante de nosotros. Cuanto mayores sean las
    dificultades que tengamos que vencer, mayor será la victoria obtenida» .(38) Un notable desarrollo La Sra. White vivió para ver el día en que había surgido una numerosa feligresía de creyentes adventistas del séptimo día en Europa gracias a los incansables esfuerzos de muchos obreros. Ella se regocijó por la prosperidad que acompañaba a muchos ramos de la obra en diversos países, y por los informes de cantidades de creyentes que aumentaban rápidamente, hasta llegar en 1914 a más de 33.000, número mayor que el total de observadores del sábado que había en todo el mundo cuando ella viajó a Europa. Y grande fue el regocijo de la Sra. White cuando se le presentaron ejemplares de libros y otras publicaciones en diversos idiomas del campo europeo, producidos por muchos centros publicadores, donde se preparaban impresos denominacionales con una venta total anual de $ 482.000 en 1913. 338 Mensajes de esperanza y valor Los mensajes que la Sra. White envió de tiempo en tiempo a los obreros de Europa han estimulado el desarrollo de amplios planes que han traído fortaleza y prosperidad a todos los ramos de la obra. En 1902 ella escribió: «Hermanos míos, uníos con el Señor Dios de los ejércitos. Sea él vuestro temor y vuestro temblor. Ha llegado el tiempo en que su obra debe ampliarse. Tenemos delante tiempos llenos de problemas; pero si andamos unidos en camaradería cristiana, sin que nadie esté luchando por la supremacía, Dios obrará poderosamente por nosotros. «Tengamos esperanza y valor. El desánimo en el servicio de Dios es pecaminoso e irrazonable. El conoce cada una de nuestras necesidades. El tiene todo el poder. El puede otorgar a sus siervos la medida de eficacia que requieran sus necesidades. Su amor y compasión infinitos nunca se agotan. El une a la majestad de la omnipotencia la bondad y el cuidado de un tierno pastor. No necesitamos tener ningún temor de que no cumpla sus promesas. Su verdad es eterna. Nunca cambiará el pacto que ha hecho con los que lo aman. Sus promesas a su iglesia son firmes para siempre. El hará de ella una eterna excelencia, un gozo de muchas generaciones». (39)339
  49. En Confirmación de la Confianza
    DURANTE el verano de 1890, la Sra. White dedicó mucho de su tiempo a
    escribir. En octubre se la instó a que asistiera a las reuniones generales de
    Massachusetts, Nueva York, Virginia y Maryland. Después de unos pocos
    días pasados en Adams Center, Nueva York, ella asistió a la reunión general
    que se realizó en South Lancaster, Massachusetts. En el viaje de South
    Lancaster a Salamanca, Nueva York, contrajo un severo resfrío, de manera
    que al comienzo de las reuniones de Salamanca se hallaba muy cansada
    debido a los diez días de arduo trabajo en South Lancaster. La afligían
    mucho la ronquera y el dolor de garganta.
    Alrededor de 200 personas se habían reunido de todas partes de
    Pennsylvania y de la parte sudoeste de Nueva York. Las reuniones se
    realizaban mayormente en la Casa de la Opera, pero el sábado por la tarde y
    por la noche se realizaron en la iglesia congregacional. La Sra. White habló
    el sábado de tarde sobre la necesidad de un gran esfuerzo de parte de todas
    nuestras iglesias para fortalecer la fe y el amor. El domingo de mañana habló
    en el teatro. Había un gran auditorio, que llenaba todos los asientos y todos
    los pasillos, y también la plataforma hasta cerca de la oradora. Su tema fue
    la temperancia. Ella se espació mayormente340 en el deber de los padres de
    educar a sus hijos en hábitos de fidelidad y abnegación, de manera que no
    fueran vencidos cuando resultaran tentados a beber licores intoxicantes.
    Después de esta reunión, la Sra. White estaba tan completamente exhausta
    que su secretaria, la Srta. McEnterfer, la instó a que regresara a su hogar en
    Battle Creek, y tomara tratamientos en el sanatorio. El pastor A. T. Robinson,
    y otros que se hallaban interesados en las reuniones restantes a las cuales
    había prometido asistir, le rogaron que no abandonara la esperanza de
    recobrar la salud y la fuerza para continuar con sus labores.
    Con gran dificultad ella cumplió un compromiso el lunes por la tarde, y
    entonces sintió que debía decidir qué hacer con respecto a asistir a la reunión
    de Virginia, que seguía inmediatamente después.
    En el hogar del Hno. Hicks, donde estaba alojada, recibió la visita de una
    señora de edad que sufría una violenta oposición en su vida cristiana por
    parte de su esposo. Esta entrevista duró una hora. Después de esto,
    cansada, débil y perpleja, quiso retirarse a su habitación para orar. Subió las
    escaleras, se arrodilló junto a su cama, y antes de que elevara la primera
    palabra de petición sintió que la pieza estaba llena de fragancia de rosas.
    Mirando hacia arriba para ver de dónde venía esa fragancia, vio que la
    habitación estaba inundada de una luz suave y plateada. Instantáneamente
    su dolor y su cansancio desaparecieron. La perplejidad y el desánimo mental
    se disiparon, y la esperanza, el consuelo y la paz llenaron su corazón.
    Entonces, perdiendo toda conciencia de lo que la rodeaba, recibió una visión
    en la que se le mostraban muchas cosas relativas al progreso de la causa en
    diferentes partes del mundo, y a las condiciones que estaban 341 ayudando
    u obstaculizando la obra.
    Entre las muchas cosas que se le presentaron, estaban las condiciones que
    existían en Battle Creek. Estas le fueron presentadas de una manera muy
    completa y vívida.
    El martes 4 de noviembre por la tarde, era el tiempo establecido para la
    partida de Salamanca. Por la mañana los pastores A. T. Robinson y W. C.
    White vinieron a ver lo que la Sra. White había decidido hacer. Entonces
    ella les contó su experiencia de la tarde anterior, y de la paz y el gozo que
    había sentido por la noche. Dijo que durante la noche no había tenido ningún
    deseo de dormir, pues su corazón estaba muy lleno de gozo y alegría.
    Muchas veces había repetido las palabras de Jacob: «Ciertamente Jehová
    está en este lugar, y yo no lo sabía». «No es otra cosa que casa de Dios y
    puerta del cielo» (Gén. 28: 16-17).
    Estaba totalmente decidida a asistir a las reuniones, de acuerdo con el
    compromiso hecho. Entonces se propuso contar a los hermanos lo que
    había visto con respecto a la obra de Battle Creek; pero su mente se volvió
    de inmediato a otros asuntos, y no relató la visión. Y no lo hizo sino hasta
    que se reunió la sesión de la Asociación General en Battle Creek el siguiente
    mes de marzo.
    El tiempo restante del mes de noviembre y del mes de diciembre fue
    empleado en los Estados del este, en reuniones en Washington y Baltimore,
    en Norwich, Lynn y Danvers, Massachusetts. El mes de enero y febrero
    fueron empleados en actividades en Battle Creek, y en preparación para el
    congreso de la Asociación General.
    Propuestas relativas a la centralización
    Durante el año 1890, los hermanos dirigentes habían 342 dedicado mucho
    tiempo a pensar en la manera de administrar la Review and Herald Publishing
    Association, y a una propuesta de consolidación de la obra de las casas
    publicadoras bajo una sola junta controladora. La unión propuesta de los
    intereses de la obra de publicación era defendida como un medio de asegurar
    la unidad, la economía y la eficiencia. Al mismo tiempo se expresó la
    esperanza de que en un día no muy distante todos los sanatorios fueran
    puestos bajo un solo gobierno y un solo control. Los mismos que defendían
    la consolidación de las casas editoras y las instituciones médicas,
    presentaron la teoría de que la forma más segura de establecer confianza en
    la obra que hacían los adventistas del séptimo día era fortalecer las
    instituciones en el centro administrativo, proporcionándole edificios mayores y
    más importantes con amplias facilidades.
    Pero los que estaban personalmente familiarizados con las condiciones
    existentes en los Estados Unidos y en el campo misionero extranjero, sentían
    que había mayor necesidad de ampliar el campo y establecer muchos
    centros de influencia. Ellos creían que ya una cantidad desproporcionado de
    recursos había sido invertida en la sede central. Por otra parte, los hombres
    que llevaban la responsabilidad de la casa editora de California no aprobaban
    ningún plan de consolidación que resultara en el desmedro de la obra en la
    costa del Pacífico.
    Una propuesta que sugería cambios
    Entre los que trabajaban en la causa de la libertad religiosa se habían
    despertado serias diferencias de opinión con respecto a la mejor manera de
    conducir esa obra, la cual se desarrollaba rápidamente. Durante varios años
    la entidad de la obra llamada American 343 Sentinel y los ministros de la
    denominación, habían tratado el asunto de la libertad religiosa como una
    parte vital del mensaje del tercer ángel. Pero durante el año de 1890 los
    oradores principales de la Asociación Nacional Pro Libertad Religiosa habían
    descubierto una puerta abierta para presentar los principio que ellos
    defendían y su protesta en contra de la legislación religiosa, ante grandes
    auditorios de personas del mundo no cristiano. Les parecía que sería un plan
    sabio aprovechar estas oportunidades, y también que resultaría consecuente
    con estos principios pronunciarse con mucha claridad, sin relacionarlos con
    las enseñanzas de las Escrituras sobre la santidad del sábado y la cercanía
    de la segunda venida de Cristo. Ellos instaron a que se cambiaran los planes
    relativos a la revista Sentinel, y declararon que si esto no podía realizarse,
    propondrían que se publicara otro periódico en Battle Creek, cuyas directivas
    editoriales estuvieran más en armonía con su manera de presentar la verdad.
    Consideración formal de cambios propuestos
    El congreso de la Asociación General de 1891 se realizó en Battle Creek del
    5 al 25 de marzo. El domingo 15 de marzo, de tarde, la comisión de veintiuna
    personas nombrada en el congreso anterior de la Asociación General para
    considerar la consolidación de los intereses publicadores, presentó su
    informe. La comisión habló favorablemente de los objetivos que se lograrían
    mediante la consolidación, pero aconsejaron que la Asociación General
    actuara con cautela. Entonces propusieron qué la Asociación Legal de la
    Conferencia General fuera organizada con la idea de que, en última instancia,
    ella pudiera controlar toda la obra de publicaciones de la denominación.
    En armonía con el consejo de esta comisión, la 344 entidad legal de la
    Asociación General, que al principio tenía la intención de ser una
    organización que poseyera a su nombre las propiedades de la iglesia, fuera
    reorganizada con una comisión de veintiún miembros, y que se le diera a la
    misma el control de muchos ramos, de la obra, entre los cuales figuraban los
    intereses de la obra de publicaciones en primer lugar.
    Reunión de una comisión especial
    En la primera parte de la reunión los funcionarios de la Asociación Nacional
    de Libertad Religiosa habían hecho un esfuerzo, junto con los representantes
    del periódico American Sentinel (Centinela Americano), para llegar a un
    entendimiento con respecto a los planes. Con este propósito se arregló un
    concilio combinado para que sesionara el sábado por la noche, 7 de marzo,
    después de las reuniones regulares en el tabernáculo.
    En esta reunión, hombres con convicciones y una determinación fija
    expresaron sus puntos de vista y sus sentimientos en forma perfectamente
    libre y por fin los representantes de la Asociación Nacional de Libertad
    Religiosa votaron que, a menos que se cambiaran las normas y directivas del
    periódico American Sentinel, la asociación creara otro periódico para que
    fuera su órgano. Esta reunión conjunta continuó hasta después de la una de
    la madrugada del domingo.
    El servicio del sábado
    El sábado 7 de marzo era un día de gran solemnidad. Por la mañana el
    pastor Haskell habló acerca de la proclamación mundial del Evangelio. Como
    en la era apostólica el Evangelio fue proclamado en su pureza, con un poder
    que lo llevó por todo el mundo, así también en los últimos días Dios había de
    hacer brillar 345 todo rayo de luz del Evangelio eterno, para enviarlo con el
    poder de su Espíritu a toda la tierra.
    Por la tarde la Hna. White habló de la importancia de predicar la Palabra y el
    peligro de cubrir y mantener semiocultos los rasgos distintivos de nuestra fe,
    con la idea de que de esta manera podrían evitarse prejuicios. Si hay un
    mensaje especial que nos fue encomendado, como creemos, ese mensaje
    debe presentarse sin temor a las costumbres y a los prejuicios del mundo, y
    no debiera restringirse por directivas que obedecieran a temor o favor.
    Aunque multitudes se opondrán y lo rechazarán, algunos lo recibirán y serán
    santificados por él. Pero debe ir a todas partes hasta que toda la tierra sea
    alumbrada con su gloria. Ella se espació especialmente en el peligro de
    abandonar nuestro primer amor, y en la importancia de que todos,
    especialmente los que estaban relacionados con nuestras instituciones
    principales, tuvieran una vital relación con Cristo, la vid verdadera. Debemos
    evitar el tratar de amoldar las cosas al mundo y adoptar directivas mundanas.
    Hombres que están en posiciones de responsabilidad deben ir a Dios, tan a
    menudo como lo hacía Daniel, en ferviente súplica en procura de ayuda
    divina.
    Dos o tres veces durante el discurso ella comenzó a referir la historia de su
    experiencia de Salamanca, pero cada vez titubeó en hacerlo, y dejando la
    historia sin relatar dirigió su pensamiento en otra dirección. Este discurso
    hizo una profunda impresión en la gran congregación.
    En la última parte de esa tarde se tuvo una reunión de ministros en la sala
    este del Tabernáculo. La Sra. White estaba presente, y rogó que hubiera
    una mayor consagración. Al final de esta reunión especial el pastor O. A.
    Olsen le preguntó si ella asistiría a la reunión 346 de ministros el domingo por
    la mañana. Ella respondió que ya había hecho su parte, y que dejaría la
    carga con él. Entonces se planeó que los pastores Olsen y Prescott dirigieran
    la reunión.
    El domingo por la mañana, aproximadamente a las 5: 20, el Hno. A. T.
    Robinson, W. C. White y Ellery Robinson estaban pasando por la residencia
    de la Sra. White en camino a la reunión temprana. Como vieron una luz en
    su habitación, su hijo se apresuró a ir a averiguar cómo estaba su salud.
    La encontró activamente ocupada en escribir. Ella le contó entonces que un
    ángel del Señor la había despertado como a las tres de la mañana, y le había
    pedido que fuera a la reunión de ministros y relatara algunas de las cosas
    que se le habían mostrado en Salamanca. Y añadió que se había levantado
    inmediatamente, y que había estado escribiendo por unas dos horas.
    Había terminado una ferviente sesión de oración en la reunión de ministros
    cuando la Sra. White entró con un paquete de manuscritos en la mano. Con
    evidente sorpresa el pastor Olsen dijo: «Nos alegramos de verla, Hna. White.
    ¿Tiene Ud. un mensaje para nosotros esta mañana?»
    «Por cierto que lo tengo», fue su respuesta. Entonces explicó ella que no
    había sido su plan asistir a la reunión de la mañana, pero que había sido
    despertado muy temprano, y que había recibido la instrucción de que se
    preparara para relatar a los hermanos algunas cosas que se le habían
    mostrado en Salamanca.
    Contó brevemente la historia de su experiencia en la reunión de Salamanca,
    y dijo que en la visión que allí recibió, el Señor había descubierto delante de
    ella la condición y los peligros de la obra en muchos lugares. Le fueron
    dadas advertencias y se le ordenó que las 347 presentara a los hombres que
    ocupaban puestos de responsabilidad. Grandes peligros amenazan la obra
    especialmente en Battle Creek, y los hombres no lo sabían, porque la
    impenitencia cegaba sus ojos.
    En una ocasión su guía le dijo: «Sígueme», y ella fue dirigida a una reunión de
    concilio donde los hombres estaban defendiendo sus puntos de vista y sus
    planes con gran celo y fervor, pero no conforme a ciencia. Un hermano se
    puso de pie con un periódico en la mano y criticó el carácter de su contenido.
    La revista era el American Sentinel. Señalando ciertos artículos, dijo él: «Esto
    debe sacarse, y esto debe cambiar. Si el Sentinel no contuviera artículos
    como éstos, podríamos usarlo». Los artículos señalados como objetables
    tenían que ver con el sábado y con la segunda venida de Cristo.
    Con claridad la Sra. White habló de las actitudes y los puntos de vista de los
    principales oradores de esa reunión de consejo. Se refirió al espíritu duro
    manifestado por algunos, y a la posición errónea tomada por otros. Clausuró
    sus observaciones con el más ferviente llamado a que todos sostuvieran la
    verdad en su perfección, y que los centinelas dieran un sonido certero a la
    trompeta. Una convicción solemne descansó sobre la asamblea, y todos
    sintieron que habían estado escuchando un mensaje del cielo.
    El pastor Olsen estaba perplejo, y no sabía qué decir. El no había sabido
    nada de la reunión de la comisión especial que había continuado hasta las
    horas de la madrugada esa misma mañana, y que había terminado menos de
    dos horas antes que el ángel le pidiera a la Sra. White que relatara la visión
    que le fuera dada a ella cuatro meses antes, en la que precisamente le había
    sido descrita en detalles esa reunión. Pero él no necesitó esperar mucho
    tiempo para obtener una explicación. Pronto los hombres que habían estado
    en la 348 reunión de la noche se levantaron y testificaron con respecto a la
    sesión de su comisión
    Uno dijo: «Yo estaba en la reunión anoche, y lamento decir que me considero
    del lado erróneo. Y aprovecho esta primera oportunidad para colocarme del
    lado correcto».
    El presidente de la Asociación Nacional de Libertad Religiosa presentó un
    claro testimonio. Dijo que la noche anterior, un número de hermanos se
    habían reunido en su habitación en la oficina de la Review, y allí discutieron
    precisamente los asuntos a los cuales la Sra. White se refirió. Sus
    deliberaciones habían continuado hasta la una de la madrugada. Afirmó él
    que no trataría de describir la reunión. Eso era innecesario, porque la
    descripción dada por la Sra. White era correcta, y más exacta de lo que él
    podía darla. Reconoció libremente que la posición que él había sostenido no
    era correcta, y que ahora él podía ver su error.
    Otro hermano declaró que había estado en la reunión, y que la descripción
    dada por la Sra. White era cierta y correcta en todos los detalles. Se
    manifestó profundamente agradecido de que se había recibido esa luz,
    porque las diferencias de opinión habían creado una situación seria. El creía
    que todos eran honrados en sus convicciones, y sinceramente anhelaban
    hacer lo que era correcto, a pesar de que sus puntos de vista estaban en
    conflicto, y no podían ponerse de acuerdo. Otros que habían estado
    presentes en esa reunión de la madrugada sobre el Sentinel, presentaron un
    testimonio de que la reunión había sido correctamente descrita por la Sra.
    White.
    Se dieron otros testimonios, expresando gratitud de que se había recibido luz
    sobre este asunto que causaba tanta perplejidad. También expresaron su
    gratitud de que el mensaje había llegado de tal manera, 349 que todos
    podían ver no solamente la sabiduría de Dios en el mensaje, sino también la
    bondad de Dios en enviarlo en una oportunidad tal, de manera que nadie
    podía dudar de que fuera un mensaje del cielo.
    Esta experiencia confirmó la fe de aquellos que creían, e impresionó
    profundamente a aquellos que habían creído que, en materia administrativa,
    era más seguro seguir su propio juicio, fruto de la experiencia, que seguir los
    planes par a la distribución de responsabilidades y, el establecimiento de
    muchos centros de influencia, los cuales habían sido defendidos por sus
    hermanos en el campo y por los Testimonios. 350
  50. Peligro de Adoptar Directivas Mundanas en la Obra
    de Dios
    CON respecto a algunos de los consejos dados durante la visión de
    Salamanca, y las experiencias y amonestaciones que recibieron diversos
    obreros en la causa de Dios durante las próximas semanas, la Sra. White
    escribió:
    «El 3 de noviembre de 1890, mientras trabajaba en Salamanca, Nueva York,
    estando en comunión con Dios durante la noche, fui arrebatada y conducida
    para presenciar reuniones en diferentes Estados, donde presenté un decidido
    testimonio de reprobación y advertencia. En Battle Creek se hallaba en
    sesión un concilio de ministros y hombres responsables de la casa editora y
    otras instituciones. Escuché como, los que allí estaban reunidos, con un
    espíritu amable, presentaron puntos de vista e instaron a que se tomaran
    medidas que me llenaron de aprehensión y de angustia.
    Años antes, había sido llamada a pasar por una experiencia similar, y el
    Señor entonces me reveló muchas cosas de vital importancia, y me advirtió
    que éstas debían ser comunicadas a los que estaban en peligro. En la noche
    del 3 de noviembre, estas advertencias 351 fueron traídas a mi mente, y se
    me ordenó que las presentara ante aquellos que tenían puestos de
    responsabilidad y confianza, sin falta y sin desánimo. Se me presentaron
    cosas que yo no podía entender; pero se me dio la seguridad de que el Señor
    no permitiría que su pueblo se viera inmerso en las tinieblas del escepticismo
    y la incredulidad mundana, ligadas con el mundo, y que si solamente
    prestaban atención y seguían su voz, obedeciendo su mandamiento, él los
    conduciría por encima de la niebla del escepticismo y la falta de fe, y
    colocaría sus pies sobre la roca, donde podrían respirar la atmósfera de
    seguridad y triunfo.
    «Mientras estaba en ferviente oración, perdí toda conciencia de lo que me
    rodeaba; la pieza se llenó de luz, y empecé a presentar un mensaje a una
    asamblea que parecía ser de la Asociación General. Yo era dirigida por el
    Espíritu de Dios para hacer un ferviente llamado; porque yo estaba
    impresionada de que había delante de nosotros un gran peligro en el propio
    corazón de la obra. Había estado yo, y todavía lo estoy, agobiada de
    perplejidad mental y física, abrumada con el pensamiento de que debía
    presentar un mensaje a nuestros hermanos de Battle Creek, para advertirles
    en contra de una línea de conducta que separaría a Dios de la casa
    publicadora.
    «Los ojos del Señor estaban fijos sobre el pueblo con dolor mezclado con
    desagrado, y se pronunciaron las siguientes palabras: ‘Tengo contra ti, que
    has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y
    arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y
    quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubiereis arrepentido’ (Apoc. 2: 4-5).
    «El que lloró sobre el Israel impenitente al ver cómo ese pueblo desconocía a
    Dios y a Cristo su Redentor, observaba el corazón de la obra en Battle Creek.
    352 Un gran peligro se cernía sobre el pueblo, pero algunos no lo sabían. La
    incredulidad y la impenitencia habían cegado sus ojos, y confiaban en la
    sabiduría humana para conducir los intereses más importantes de la causa
    de Dios con respecto a la obra de publicaciones. Con la debilidad del juicio
    humano, algunos hombres estaban juntando en sus manos finitas las riendas
    de control, mientras que la voluntad de Dios, el método y el consejo de Dios,
    no eran considerados y buscados como cosa indispensable. Hombres de
    una voluntad empecinada y férrea, tanto pertenecientes a la casa publicadora
    como fuera de ella, se estaban confederando, y estaban determinados a que
    se tomaran ciertas medidas de acuerdo con su propio juicio.
    «Yo les dije: ‘No podéis hacer esto. El gobierno de estos grandes intereses
    no puede ser colocado totalmente en manos de aquellos que manifiestan
    tener poca experiencia en las cosas de Dios, y que no tienen discernimiento
    espiritual. El pueblo de Dios en todas nuestras filas no debe, por causa de
    una mala conducción de parte de hombres errados, ver su confianza
    sacudida en los intereses importantes en el gran corazón de la obra, lo cual
    tiene una decidida influencia sobre nuestras iglesias en los Estados Unidos y
    en los países extranjeros. Si tomáis el control de la obra de publicaciones,
    este gran instrumento de Dios, a fin de imponerle vuestro molde y vuestras
    normas para regirla, hallaréis que esto es peligroso para vuestras propias
    almas, y desastroso para la obra de Dios. Será un pecado tan grande a la
    vista de Dios como fue el pecado de Uzías cuando puso su mano para
    sostener el arca. Hay personas que han entrado en las labores de otros
    hombres, y todo lo que Dios pide de ellos es que hagan justicia, que amen
    misericordia y anden humildemente con Dios, para trabajar
    concienzudamente 353 como personas empleadas por el pueblo a fin de
    hacer la obra confiada a sus manos. Algunos no han hecho esto, y su obra lo
    testifica. Cualquiera sea su posición, cualquiera su responsabilidad, aunque
    tengan tanta autoridad como la tuvo Acab, hallarán que Dios está por encima
    de ellos, y que la soberanía del Señor es suprema’. . .
    «No debe formarse ninguna confederación con los no creyentes, ni debéis
    reunir a un cierto número escogido de hombres que piense como vosotros, y
    que dirán amén a todo lo que proponéis, mientras que otros estén excluidos
    porque pensáis que no están en armonía con vosotros. Se me mostró que
    hay un gran peligro en que esto ocurra.
    » ‘Porque Jehová me dijo de esta manera con mano fuerte, y me enseñó que
    no caminase por el camino de este pueblo, diciendo: No llaméis conspiración
    a todas las cosas que este pueblo llama conspiración; ni temáis lo que ellos
    temen, ni tengáis miedo. A Jehová de los ejércitos, a él santificad, sea él
    vuestro temor, y él sea vuestro miedo. ¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren
    conforme a esto, es porque no les ha amanecido’ (Isa. 8: 11-13, 20). El
    mundo no ha de ser nuestro criterio. Permitid que el Señor obre. Permitid
    que su voz sea escuchada.
    «Los que están empleados en cualquier departamento de la obra gracias al
    cual el mundo puede ser transformado, no deben entrar en alianza con los
    que no conocen la verdad. El mundo no conoce al Padre o al Hijo, y no tiene
    discernimiento espiritual con respecto al carácter de nuestra obra, respecto
    de lo que debemos hacer o no hacer. Debemos obedecer las órdenes que
    vienen de arriba. No debemos escuchar el consejo o seguir los planes
    sugeridos por los no creyentes. Las sugestiones hechas por los que no
    conocen la 354 obra que Dios está haciendo en este tiempo, tendrán el
    efecto de debilitar el poder de los instrumentos de Dios. Aceptando sus
    sugerencias, el consejo de Cristo es anulado…
    «El ojo del Señor está sobre la obra, sobre todos sus planes, y sobre las
    imaginaciones de toda mente; el ve debajo de la superficie de las cosas,
    discerniendo los pensamientos e intenciones del corazón. No existe un solo
    hecho propio de las tinieblas, ni un solo plan, ni una sola imaginación del
    corazón, ni un solo pensamiento de la mente, que él no lea como si fuera en
    un libro abierto. Todo acto, toda palabra, todo motivo, es fielmente anotado
    en los registros del gran Dios que investiga el corazón, y que dijo: ‘Yo
    conozco tus obras’.
    «Se me mostró que las insensateces de Israel en los días de Samuel serán
    repetidas entre el pueblo de Dios de hoy, a menos que haya mayor humildad,
    menor confianza en el yo, y más confianza en el Señor Dios de Israel, el
    Gobernante del pueblo. Es solamente cuando el poder divino se combina
    con el esfuerzo humano cuando la obra soportará la prueba. Cuando los
    hombres no se fíen más de los hombres o en su propio juicio, sino que hagan
    de Dios su confianza, esto se manifestará en todos los casos en una
    mansedumbre de espíritu, en hablar menos y orar más, en ejercer el cuidado
    necesario en los planes y movimientos. Tales hombres revelarán el hecho de
    que su dependencia de Dios, y que tienen la mente de Cristo.
    «Una y otra vez se me mostró que el pueblo de Dios de estos últimos días no
    puede estar seguro al confiar en hombres, y al hacer de la carne su brazo.
    La palanca poderosa de la verdad los ha sacado del mundo como piedras
    ásperas que han de ser recuadradas y pulidas para ser usadas en el edificio
    celestial. Deben ser trabajados por los profetas por medio de reproches,
    advertencias, 355 amonestaciones y avisos, a fin de que puedan ser
    amoldados de acuerdo con el modelo divino; esta es la obra específica que
    hará el Consolador, para transformar el corazón y el carácter, a fin de que los
    hombres se mantengan en el camino del Señor. . .
    «Desde 1845, de tiempo en tiempo han sido presentados delante de mí los
    peligros del pueblo de Dios, y he visto los peligros que se agolparían en torno
    al remanente en estos últimos días. Estos peligros me han sido revelados
    hasta el tiempo presente. Pronto grandes escenas han de desenvolverse
    delante de nosotros. El Señor viene con gran poder y gloria. Y Satanás sabe
    que la autoridad que él ha usurpado terminará para siempre. Su última
    oportunidad de dominar al mundo está ahora en sus manos, y él realizará los
    más decididos esfuerzos para llevar a cabo la destrucción de los habitantes
    de la tierra. Los que creen en la verdad deben ser fieles centinelas que
    monten guardia en la torre, o de otra manera Satanás les sugerirá
    razonamientos espaciosos, de tal manera que ellos expresarán opiniones que
    traicionen su santo y sagrado legado. La enemistad de Satanás contra Dios
    se manifestará más y más a medida que traiga sus fuerzas y las ponga en
    actividad en su obra final de rebelión; y toda alma que no esté plenamente
    rendida a Dios, y guardada por el poder divino, formará una alianza con
    Satanás en contra del cielo, y se unirá en la batalla contra el Gobernante del
    universo.
    «En la visión de 1880 yo pregunté: ‘¿Dónde está la seguridad para el pueblo
    de Dios en estos días de peligro?’ La respuesta fue: ‘Jesús ha de interceder
    por su pueblo, aunque Satanás está a su mano derecha para acusarlo’. ‘Y
    dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha
    escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del 356
    incendio?’ Como Intercesor y Abogado del hombre, Jesús conducirá a todos
    los que están dispuestos a ser dirigidos diciendo: ‘Seguidme en vuestra
    marcha hacia arriba, paso a paso, hasta llegar a donde brilla la clara luz del
    Sol de justicia’.
    «Pero no todos están siguiendo la luz. Algunos están apartándose del
    sendero seguro, que a cada paso es el sendero de la humildad. Dios ha
    encomendado a sus siervos un mensaje para este tiempo; pero este mensaje
    no coincide en todo respecto con las ideas de todos los dirigentes, y algunos
    critican el mensaje y a los mensajeros. Aun se atreven a rechazar las
    palabras de reprobación enviadas a ellos por Dios por medio de su Espíritu
    Santo.
    «¿Qué reserva adicional de poder tiene el Señor para alcanzar a los que han
    desoído sus advertencias y reprobaciones y han atribuido a los testimonios
    del Espíritu de Dios una fuente no más elevada que la sabiduría humana?
    En el juicio vosotros que habéis hecho esto, ¿qué podéis ofrecer a Dios como
    excusa por haber dejado de lado las evidencias que él os ha dado de que
    Dios estaba en la obra? ‘Por sus frutos los conoceréis’. No repetiréis delante
    de vosotros las evidencias dadas en los dos años pasados en la forma en
    que Dios ha tratado a sus siervos escogidos; pero la presente evidencia de la
    forma en que él opera os es revelada, y ahora estáis en la obligación de
    creer. No podéis descuidar los mensajes de amonestación de Dios; no
    podéis rechazarlos o tratarlos con liviandad, sino con peligro de una pérdida
    infinita.
    «El cavilar, el ridiculizar y la falsa presentación pueden realizarse sólo a
    expensas de rebajar vuestras propias almas. El uso de tales armas no gana
    preciosas victorias para vosotros, sino que rebaja la mente, y separa el alma
    de Dios. Las cosas sagradas son degradadas 357 hasta el nivel de las
    comunes, y se crea una condición que agrada al príncipe de las tinieblas, y
    agravia y aleja al Espíritu de Dios. El cavilar y criticar deja al alma tan
    desprovista de gracia como los montes de Gilboa estaban desprovistos de
    lluvia. No puede ponerse ninguna confianza en el juicio de los que se
    complacen en ridiculizar y representar falsamente. Ningún peso puede
    asignarse a su consejo o resolución. Debéis llevar la imagen divina antes de
    hacer movimientos decididos para dar un molde diferente a los
    procedimientos en la causa de Dios.
    «El acusar y criticar a aquellos a quienes Dios está usando, es acusar y
    criticar al Señor que los ha enviado. Todos necesitan cultivar sus facultades
    religiosas, a fin de tener el discernimiento correcto de las cosas religiosas.
    Algunos han dejado de distinguir entre lo que es oro puro y mero oropel,
    entre la sustancia y la sombra.
    «Los prejuicios y opiniones que prevalecieron en Minneápolis no están
    muertos de manera alguna; las semillas sembradas allí en algunos corazones
    están listas para brotar en la vida y llevar su cosecha. Las plantas han sido
    cortadas, pero las raíces nunca han sido erradicadas, y ellas llevarán su fruto
    no santificado para envenenar el juicio, pervertir las percepciones y cegar el
    entendimiento de aquellos con los cuales os relacionáis, con respecto al
    mensaje y a los mensajeros. Cuando, mediante una confesión plena,
    destruyáis las raíces de amargura, veréis la luz en la luz de Dios. Sin esta
    obra completa nunca libraréis vuestras almas. Necesitáis estudiar la Palabra
    de Dios con un propósito, no para confirmar vuestras propias ideas, sino para
    probarlas, a fin de condenarlas o aprobarlas, según estén de acuerdo o no
    con la Palabra de Dios. La Biblia debe ser vuestra constante compañera.
    Debéis estudiar los Testimonios, no para extraer ciertas frases 358 con el fin
    de emplearlas como os parezca mejor, para fortalecer vuestras
    declaraciones, mientras desatendéis las instrucciones más claras dadas para
    corregir vuestra conducta.
    «Ha habido un apartamiento de Dios entre vosotros, y la obra de celoso
    arrepentimiento y regreso a vuestro primer amor, esencial para la
    restauración y la regeneración del corazón, todavía no está realizada. La
    incredulidad ha estado haciendo sus incursiones en nuestras filas; porque
    está de moda apartarse de Cristo, y dar lugar al escepticismo. En el caso de
    muchos el clamor del corazón ha sido: ‘No queremos que éste reine sobre
    nosotros’. Baal, Baal es la elección. La religión de muchos entre nosotros
    será la religión de muchos entre nosotros será la religión del apóstata Israel,
    porque aman su propia manera de ser, y abandonan el camino del Señor. La
    verdadera religión, la única religión de la Biblia que enseña perdón solamente
    mediante los méritos de un Salvador crucificado y resucitado, que aboga por
    justicia por fe en el Hijo de Dios, ha sido considerada livianamente, se ha
    hablado contra ella, se la ha ridiculizado y se la ha rechazado. Ha sido
    denunciada como culpable de inducir al entusiasmo y al fanatismo. Pero es
    la vida de Jesucristo en el alma, es el principio activo del amor impartido por
    el Espíritu Santo, lo único que hace que el alma sea fructífera en buenas
    obras. El amor de Cristo es la fuerza y el poder de todo mensaje divino que
    brotó alguna vez de labios humanos. ¿Qué clase de futuro nos espera, si
    dejamos de venir a la unidad de la fe?
    «Cuando estamos unidos en la unidad por la cual Cristo oró, esta larga
    controversia que se ha mantenido viva por la agencia satánica, terminará, y
    no veremos a hombres que arman planes de acuerdo con el mundo, porque
    no tienen visión espiritual para discernir las 359 cosas espirituales. Ahora
    ven a los hombres como árboles andando, y necesitan el toque divino, para
    ver como Dios ve, y trabajar como Cristo trabajó. Entonces los atalayas de
    Sión harán sonar la trompeta en forma unida, con notas más claras y más
    resonantes; verán venir la espada, y se darán cuenta del peligro en el cual se
    halla el pueblo de Dios.
    «Necesitaréis hacer senderos rectos para vuestros pies, de modo que el cojo
    no se salga fuera del camino. Estamos rodeados por cojos y vacilantes en la
    fe, y habéis de ayudarlos, no haciéndoos cojos a vosotros mismos, sino
    manteniéndoos firmes, como hombres que han sido probados, firmes en los
    principios como una roca. Sé que debe hacerse una obra en favor del
    pueblo, o de otra manera muchos no estarán preparados para recibir la luz
    del ángel que baja del cielo para iluminar toda la tierra con su gloria. No
    penséis que seréis hallados como vasos para honra en el tiempo de la lluvia
    tardía, listos para recibir la gloria de Dios, si estáis elevando vuestras almas a
    la vanidad, hablando cosas perversas y acariciando en secreto raíces de
    amargura. El desagrado de Dios estará ciertamente sobre cada alma que
    guarda estas raíces de disensión y posee un espíritu que es muy diferente
    del Espíritu de Cristo.
    «Cuando descansó el Espíritu del Señor sobre mí, parecía que yo estaba
    presente en uno de vuestros concilios. Uno de entre vosotros se puso en pie;
    su manera de hablar era muy decidida y ferviente mientras tenía un periódico
    en la mano. Pude leer claramente el título del periódico; era de American
    Sentinel. Se expresaron críticas con respecto a la revista y al carácter de los
    artículos allí publicados. Los que estaban en el concilio señalaron ciertos
    pasajes, declarando que esto debía quitarse, y aquello debía cambiarse. Se
    360 pronunciaron palabras fuertes de crítica acerca de los métodos de la
    revista, y prevaleció un fuerte espíritu diferente del Espíritu de Cristo. Las
    voces eran decididas y desafiantes.
    «Mi guía me dio palabras de advertencia y reproche para hablar a aquellos
    que tomaron parte en este procedimiento y no fueron lentos en expresar sus
    acusasiones y condenación. En sustancia, éste fue el reproche dado: el
    Señor no presidió en ese concilio, y hay un espíritu de lucha entre los
    consejeros. La mente y los corazones de estos hombres no están bajo la
    influencia dominante del Espíritu de Dios. Dejad que los adversarios de
    nuestra fe sean los que sugieran y desarrollen tales planes como los que
    ahora estáis discutiendo. Desde el punto de vista mundano algunos de estos
    planes no son objetables; pero ellos no deben ser adoptados por aquellos
    que tienen la luz del cielo. La luz que Dios ha dado debe ser respetada, no
    solamente para nuestra propia seguridad, sino también para la seguridad de
    la iglesia de Dios. Los pasos que ahora están tomando unos pocos no
    pueden ser seguidos por el pueblo remanente de Dios. Vuestra conducta no
    puede ser sostenida por el Señor. Esa conducta hace evidente que habéis
    trazado vuestros planes sin la ayuda de Aquel que es poderoso en consejo.
    Pero el Señor obrará. Los que han criticado la obra de Dios necesitan tener
    los ojos ungidos, pues se han creído poderosos en su propia fuerza; pero hay
    Uno que puede detener el brazo del poderoso, y reducir a la nada los
    consejos de los prudentes.
    «El mensaje que tenemos que presentar no es un mensaje que los hombres
    necesiten titubear en declarar. No han de tratar de cubrirlo ni ocultar su
    origen y propósito. Los que lo defienden deben ser hombres que no guarden
    silencio ni de día ni de noche. Como 361 personas que han hecho un
    solemne voto delante de Dios han sido comisionados como mensajeros de
    Cristo, y como mayordomos de los misterios de la gracia de Dios, estamos
    bajo la obligación de declarar con fidelidad todo el consejo del Señor. No
    hemos de hacer menos prominentes las verdades especiales que nos han
    separado del mundo y que nos han hecho lo que somos, porque ellas están
    cargadas de intereses eternos. Dios nos ha dado luz con respecto a las
    cosas que ahora están ocurriendo en el último remanente del tiempo, y con la
    pluma y de viva voz hemos de proclamar la verdad al mundo, no de una
    manera temerosa sin vida, sino con demostración del Espíritu y el poder de
    Dios. Los más serios conflictos están envueltos en la presentación del
    mensaje, y los resultados de su promulgación son de gran importancia tanto
    para el cielo como para la tierra.
    «El conflicto que se viene desarrollando entre los dos grandes poderes del
    bien y del mal pronto habrá de terminar. Pero hasta el tiempo de su
    finalización habrá encuentros continuos y agudos. Debemos proponernos
    ahora, como lo hicieron Daniel y sus compañeros en Babilonia, que seremos
    leales a los principios, venga lo que viniere. El horno de fuego ardiente
    calentado siete veces más que de ordinario, no hizo que estos fieles siervos
    de Dios se apartaran de la lealtad a la piedad. Ellos permanecieron firmes en
    el tiempo de prueba, y fueron arrojados al horno; pero no fueron
    abandonados por Dios. Vieron a un cuarto personaje que caminaba con ellos
    entre las llamas, y salieron del horno sin que se sintiese ni siquiera olor de
    fuego en sus vestimentas.
    «Hoy día el mundo está lleno de aduladores y disimuladores; pero no permita
    Dios que quienes profesan ser guardianes de los sagrados cometidos
    traicionen 362 los intereses de la causa de Dios insinuando ideas y métodos
    propios del enemigo de toda justicia.
    «No tenemos tiempo ahora de colocarnos del lado de los transgresores de la
    ley de Dios, de mirar con sus ojos, de oír con sus oídos, de entender con sus
    sentidos. Debemos avanzar juntos y unidos. Debemos trabajar para llegar a
    ser una unidad, para ser santos en vida, y puros en carácter. Que los que
    profesan ser siervos del Dios vivo no se inclinen más ante el ídolo de las
    opiniones de los hombres, que no sean más esclavos de ninguna licencia
    vergonzosa, ni le sigan trayendo una ofrenda contaminada al Señor, es decir
    un alma manchada de pecado». 363
  51. Allende el Pacífico
    EN LOS informes y discursos presentados en la sesión de la Asociación
    General en 1891, el pastor S. N. Haskell hizo fervientes llamados en procura
    de obreros para ser enviados a países distantes que recientemente él había
    visitado; e hizo especial hincapié en lo urgente que era establecer un colegio
    en Australia para preparar obreros cristianos. El estaba profundamente
    impresionado con la importancia de tener, en todas las grandes divisiones del
    mundo, jóvenes educados en su propio país, para servir como colportores,
    maestros y predicadores. Rogó que se seleccionaran maestros para abrir un
    colegio en Australasia; y también instó a la Sra. White y a su hijo W. C. White,
    a que pasaran algún tiempo en ese campo.
    La junta misionera tomó un acuerdo, inmediatamente después de la sesión,
    invitándolos a viajar en el otoño. Esto los llevaría a un nuevo campo de
    trabajo durante el verano de Australia. El barco que viajaría en octubre
    estaba ya sobrecargado de pasajeros, por lo que su partida de San Francisco
    se demoró hasta la salida del barco Alameda, el 12 de noviembre.
    El pastor George B. Starr y su esposa, que fueron elegidos para desempeñar
    una parte en el funcionamiento del propuesto colegio australiano, habían ido
    de antemano a las islas Hawai, donde emplearon siete semanas muy
    ocupadas antes de la llegada del Alameda. 364 Los otros miembros de la
    partida eran W.C. White, María A. Davis, May Walling, Fannie Bolton y Emily
    Campbell.
    El viaje
    Hubo un tiempo durante la mayor parte de los 25 días de navegación.
    En Honolulu el barco permaneció 19 horas, y ¡qué horas gozosas fueron
    aquéllas! Aquí la partida fue recibida por varios de los hermanos y hermanas,
    quienes le mostraron a los viajeros las bellezas del hogar, y les hicieron una
    fiesta en casa de la Hna. Kerr. Mientras tanto había circulado la noticia, y por
    la tarde la Sra. White habló a un gran auditorio en el salón de la Asociación
    Cristiana de Jóvenes.
    El día que cumplía 64 años de edad, un día antes de que el barco llegara a
    Samoa, la Sra. White escribió:
    «Al contemplar el año pasado, estoy llena de gratitud a Dios por su cuidado
    preservador y por su amorosa bondad. Estamos viviendo en un tiempo
    peligroso, cuando todas nuestras facultades deben consagrarse a Dios.
    Hemos de seguir a Cristo en su humillación, su abnegación, sus sufrimientos.
    Le debemos todo a Jesús, y nuevamente me consagro a su servicio, para
    exaltarlo ante la gente y para proclamar su amor incomparable».
    Cerca del mediodía el 3 de diciembre, el Alameda atracó en el muelle de
    Auckland. Muy pronto una cantidad de miembros influyentes de la iglesia de
    Auckland se hallaban a bordo, dando la bienvenida al grupo que había ido a
    visitar Nueva Zelanda. Todos fueron invitados al hogar del Hno. Eduardo
    Hare. Durante la comida se relataron muchos incidentes de la primera visita
    del pastor Haskell. Por la tarde se hizo una inspección de la ciudad y de sus
    hermosos suburbios. 365 Por la noche la Sra. White habló a una
    congregación ávida acerca del amor de Jesús, en la primera iglesia
    adventista del séptimo día edificada al sur del ecuador.
    Temprano por la mañana siguiente el Alameda prosiguió su camino y entró
    en el puerto de Sidney a las siete de la mañana del 8 de diciembre. El pastor
    A. G. Daniells y señora estaban esperando en el muelle. Durante la semana
    que la Sra. White pasó en casa de ellos, habló dos veces a la iglesia de
    Sidney.
    El 16 de diciembre la partida llegó a Melbourne, donde el pastor George C.
    Tenney y sus asociados de la casa editora le dieron una cálida bienvenida.
    Antes de la llegada de la Sra. White, el pastor Tenney había dejado su nueva
    casa e insistió en que ella y sus ayudantes entraran y se acomodaran en ella.
    La reunión de la Asociación Australiana
    Faltaba sólo una semana para la iniciación de las reuniones de la Asociación
    Australiana, que habían de realizarse en el Federal Hall, Fitzroy Norte,
    Melbourne, comenzando el 24 de diciembre. Asistían a la misma unos cien
    representantes de las compañías de observadores del sábado de Victoria,
    Tasmania, el sur de Australia y Nueva Gales del Sur.
    En ese tiempo había 450 observadores del sábado en toda Australia y
    Tasmania. En la capital de cada una de las colonias en que se había
    empezado la obra, se había establecido una iglesia; y era en estas ciudades
    más importantes donde el grueso de los hermanos se hallaba establecido.
    Durante la conferencia se habló mucho de cómo los pocos creyentes sobre
    los cuales descansaba la responsabilidad de mantener en alto la luz del
    mensaje, debían llevarlo a todas partes del gran continente australiano. 366
    Los fieles colportores habían colocado miles de libros de la verdad en los
    hogares de la gente, y ahora se hacían planes para el empleo de instructores
    bíblicos que atendieran el interés despertado por la lectura de estos libros.
    Consideración de los intereses de la escuela
    La mayoría de los que habían abrazado la verdad en Australia eran
    comerciantes que vivían en las ciudades. Cuando sus hijos llegaban a la
    edad en que terminaban su curso en las escuelas públicas y se preparaban
    para ayudar a sostener la familia, se halló que era extremadamente difícil que
    encontraran empleo o que aprendieran diversos oficios, debido a la
    observancia del sábado.
    Algunos anhelaban que sus hijos se prepararan para ser obreros en la causa.
    ¿Pero cómo podía lograrse esto? Las colonias estaban pasando por una
    seria depresión financiera; y muchos de los observadores del sábado, junto
    con millares de otros, se hallaban grandemente perplejos y muy
    sobrecargados con la tarea de proporcionar a sus familias los medios para
    las necesidades de la vida. ¿Cómo podían entonces ellos, en un tiempo tal,
    abordar la costosa empresa de establecer y sostener un colegio
    denominacional?
    Los colportores rogaban que se organizara la escuela sin demora. Muchos
    de ellos habían tenido que depender de sus propios recursos en la primera
    parte de su vida. Tenían poca educación escolar, y su obra los había
    inducido a sentir que debían tener la oportunidad de capacitarse para un
    servicio más eficiente. Ellos indicaron con insistencia que si no se establecía
    pronto una escuela en Australia, se verían obligados a afrontar el gran gasto
    de ir a los Estados Unidos para adquirir la educación necesaria con el
    propósito de obtener el 367 mejor éxito en su trabajo. También afirmaron que
    aunque unos pocos de ellos podrían hacer esto, habría veintenas que
    asistirían a un colegio en Australia, pero que no podían hacer lo propio
    allende los mares.
    La Asociación nombró una comisión para delinear planes y a otra comisión
    para estudiar el problema del sitio; y autorizó la conducción de un curso de
    preparación para obreros mientras se realizara la selección del lugar y la
    erección de los edificios.
    Enfermedad y cambio de planes
    Se había planeado que la Sra. White con su hijo y los pastores Daniells y
    Starr asistieran a la conferencia de Nueva Zelanda que debía celebrarse en
    abril de 1892. Pero poco tiempo después de finalizar la reunión de
    Melbourne, ella sufrió un severo ataque de neuritis. Cuando se hizo evidente
    que no podía asistir a la reunión de Nueva Zelanda, la Sra. White alquiló una
    casa espaciosa en Preston, suburbio norteño de Melbourne, y dijo que haría
    lo posible para completar su libro sobre la vida de Cristo, por tanto tiempo
    prometido.
    De tiempo en tiempo, cuando el clima era favorable, la Sra. White hablaba en
    las reuniones del sábado en la iglesia de Melbourne. A veces, cuando no
    podía ascender los escalones que llevaban al Salón Federal, era llevada a la
    plataforma; y en dos o tres ocasiones, cuando no pudo estar de pie, habló
    sentada en un sillón.
    Apertura de la Escuela Bíblica Australiana
    Durante el invierno de 1892, la Sra. White observó con ávido interés los
    esfuerzos que se hacían para iniciar la propuesta escuela. En abril rogó a los
    hermanos que tenían responsabilidad en los Estados Unidos que
    reconocieran las posibilidades del futuro, y proveyeran 368 facilidades para la
    preparación de una gran fuerza de obreros: éstos podrían entrar en territorio
    hasta allí no trabajado. «¡Oh, qué vasto número de personas que nunca han
    sido amonestadas! -escribió ella-. ¿Está bien que se proporcione una gran
    super abundancia de oportunidades y privilegios para la obra en los Estados
    Unidos, mientras se nota una gran carencia de la debida clase de obreros
    aquí en este campo? ¿Dónde están los misioneros de Dios?»
    «Nuestro campo es el mundo -escribió-. El Salvador indujo a los discípulos a
    empezar su obra en Jerusalén, y les indicó que luego debían pasar a Judea y
    Samaria y llegar finalmente hasta lo último de la tierra. Tan sólo una
    pequeña proporción de la gente aceptaba las doctrinas; pero los mensajeros
    conducían el mensaje rápidamente de lugar en lugar, pasando de un país a
    otro, levantando el estandarte del Evangelio en todos los lugares cercanos y
    lejanos de la tierra».
    En junio, la comisión que estaba a cargo de este asunto anunció que en el
    camino de Santa Kilda, Melbourne, se habían rentado para la escuela dos
    casas en la Terraza de George.
    En la primera parte de agosto, el pastor L. J. Rousseau y señora llegaron de
    los Estados Unidos, y el 24 de agosto comenzó un período de estudios de 16
    semanas. Los maestros eran: el pastor Rousseau, director; el pastor Starr,
    profesor de Biblia; W. L. H. Baker y la Sra. Rousseau realizaba trabajos
    varios, y la Sra. Starr era la preceptora. Muy pronto había 24 alumnos que
    asistían a la escuela. Casi todos eran adultos. Doce habían sido colportores
    o se estaban preparando para esa obra. La mitad de los restantes doce
    habían sido obreros en una u otra rama del servicio cristiano.
    El día de la apertura los pastores Daniells, Tenney, Starr, White y Rousseau
    pronunciaron breves discursos.
    369 También la Sra. White habló, y en el curso de sus observaciones delineó
    con claridad el amplio ámbito de un colegio denominacional, y la relación vital
    que éste tiene con la tarea de terminar la obra de Dios en la tierra sin
    demora. Pero la carga especial que ella sentía era la de impresionar la
    mente de los profesores y estudiantes de que Dios, por medio de su
    providencia, estaba abriendo un país tras otro a los heraldos de la cruz, y de
    que en esos países que tenían la oportunidad de recibir el Evangelio, los
    honestos de corazón estaban andando a tientas en la oscuridad con avidez
    para hallar la luz de la verdad salvadora.
    «Los planes y la obra de los hombres -dijo ella- no están guardando paso con
    las providencias de Dios; porque aunque algunos en esas naciones que
    pretenden creer la verdad declaran con su actitud: ‘No queremos seguir tus
    planes, oh Señor, sino los nuestros’, hay muchos que están rogando a Dios
    que les conceda la capacidad de entender cuál es la verdad. En lugares
    secretos están llorando y orando para poder ver la luz en las Escrituras, y el
    Señor del cielo ha comisionado a sus ángeles para cooperar con los agentes
    humanos a fin de llevar adelante sus amplios designios, de manera que todos
    los que deseen la vida puedan contemplar la gloria de Dios».
    «Hemos de avanzar donde la providencia de Dios abre el camino -continuó la
    oradora-; y al avanzar encontraremos que el cielo se nos ha adelantado,
    ampliando el campo de trabajo mucho más allá de los límites de nuestros
    medios y nuestra habilidad. La gran necesidad del campo abierto delante de
    nosotros debe ser un llamado para que todos aquellos a quienes Dios ha
    confiado recursos o habilidades se dediquen ellos mismos y todo lo que
    tienen a Dios».
    Por otra parte, los que han de recibir preparación 370 no deben ser limitados
    en sus esfuerzos misioneros por barreras raciales o nacionales. Dondequiera
    que trabajen, sus esfuerzos han de ser coronados con un triunfo acelerado.
    «El propósito y los fines que han de lograrse por parte de misioneros
    consagrados -declaró la Sra. White- son muy abarcantes. El campo de
    operación misionera no está limitado por castas o por nacionalidades. El
    campo es el mundo, y la luz de la verdad ha de ir a todos los lugares oscuros
    de la tierra en un tiempo mucho más corto de lo que muchos piensan que es
    posible».*(40)
    Fue en esta misma ocasión de la apertura de la Escuela Bíblica
    Australasiana, la cual más tarde llegó a ser el Colegio Misionero
    Australasiano, cuando la Sra. White dijo: «La obra misionera de Australia y
    Nueva Zelanda está todavía en su infancia. Pero debe realizarse en
    Australia, Nueva Zelanda, África, la India, la China y las islas del mar la
    misma obra que se ha hecho en los Estados Unidos» . *(41)
    Acosada por la enfermedad
    Los sufrimientos de la Sra. White debidos a su neuritis, que comenzaron en
    enero, continuaron hasta noviembre de ese año. Su enfermera y sus
    secretarias le administraron fielmente vigorosos tratamientos para dominar la
    enfermedad, pero durante los meses del invierno ésta avanzó en forma
    constante. Ella continuó, sin embargo, su tarea de escribir. Sostenida en la
    cama, escribió cartas a amigos, testimonios a los obreros dirigentes de la
    causa, y muchos capítulos de El Deseado de todas las gentes.
    Al acercarse la primavera experimentó un poco de 371 mejoría; y en octubre
    decidió probar el clima más seco de Adelaida, al sur de Australia. Allí pasó
    seis semanas, con benéficos resultados.
    Una revisión de su experiencia
    En una carta escrita desde Melbourne, el 23 de diciembre de 1892, a los
    hermanos reunidos en el congreso de la Asociación General, la Sra. White
    pasó revista a su experiencia durante esta larga enfermedad en los
    siguientes términos:
    «Me regocijo en informaros de la bondad, la misericordia y las bendiciones
    que el Señor me otorgó. Todavía estoy rodeada de dolencias, pero estoy
    mejorando. El gran Restaurador está trabajando en mi favor, y alabo su
    santo nombre. Mis miembros están aumentando en fuerza, y aunque tengo
    dolores, no son tan severos como lo fueron durante los pasados diez meses.
    Estoy restaurada hasta el punto de que, tomándome de la baranda, puedo
    subir y bajar las escaleras sin ayuda. Durante todo el tiempo de mi aflicción
    he sido bendecida por Dios de la manera más señalada. En los conflictos
    más severos, con intenso dolor, yo comprendía la certeza de la promesa:
    ‘Bástate mi gracia’. A veces, cuando parecía que no podía resistir el dolor,
    cuando no podía dormir, miraba a Jesús en procura de fe, y su presencia
    estaba conmigo, toda sombra de oscuridad era disipada, una luz bendita me
    rodeaba y toda la habitación se llenaba con la luz de su divina presencia.
    «He sentido que podía dar la bienvenida al sufrimiento si esta preciosa gracia
    me habría de acompañar. Yo sabía que el Señor es bueno y lleno de gracia,
    de misericordia y compasión, y de un amor tierno y piadoso. En mi condición
    indefensa y sufriente, su alabanza ha llenado mi alma y ha estado en mis
    labios. Mi 372
    meditación ha sido muy consoladora y fortalecedora al pensar en cuánto peor
    podría ser mi condición sin la gracia sostenedora de Dios. Mi vista me ha
    sido preservada, y también mi memoria, y mi mente nunca ha estado más
    clara y activa para ver la belleza y el carácter precioso de la verdad.
    «¡Cuán ricas son las bendiciones que disfruto! Con el salmista puedo
    decir:’¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es
    la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena; despierto,
    y aún estoy contigo'(Sal. 139: 17-18). Estas últimas palabras expresan mis
    sentimientos y mi experiencia. Cuando me despierto, el primer pensamiento y
    la primera expresión de mi corazón es: ‘¡Alaba al Señor! Te amo, oh Señor.
    Tú sabes que te amo. Precioso Salvador, me has comprado con el precio de
    tu propia sangre. Me has considerado de valor, o de otra manera no habrías
    pagado un precio tan infinito por mi salvación. Tú, mi Redentor, has dado tu
    vida por mí, y no habrás muerto en vano por mí’. . .
    «Desde las primeras semanas de mi aflicción no he tenido dudas con
    respecto a mi deber de venir hasta este campo distante; y aún más, mi
    confianza en los planes de mi Padre celestial ha sido grandemente
    aumentada con motivo de mi aflicción. No puedo ver ahora todo el propósito
    de Dios, pero tengo la confianza de que era parte de su plan que yo fuera
    afligida de esta manera, y me siento contenta y perfectamente cómoda sobre
    este asunto. Con los escritos que irán en este correo, he escrito desde que
    salí de los Estados Unidos dos mil páginas de cartas. No podía haber hecho
    todo esto si el Señor no me hubiera fortalecido y bendecido en gran manera.
    Ni una sola vez me ha fallado la mano derecha. Mi brazo y mi hombro han
    sufrido mucho, un sufrimiento duro de llevar, pero mi 373 mano ha podido
    sostener la pluma y trazar las palabras que he recibido del Espíritu del Señor.
    «He tenido la más preciosa experiencia y testifico ante mis colaboradores en
    la causa de Dios: ‘Grande es Jehová, y digno de suprema alabanza'»*(42)
    El congreso de la Asociación Australiana de enero de
    1893
    La quinta sesión de la Asociación Australiana se realizó en Fitzroy,
    Melbourne, del 6 al 15 de enero de 1893. Durante esta reunión la Sra. White
    habló siete veces sobre temas relativos a la piedad práctica.
    Un día ella pasó revista al surgimiento y el progreso de la obra de
    publicaciones denominacional. Instó a los hermanos de Australia a emplear
    sus mejores esfuerzos para desarrollar obreros fuertes en este y en otros
    ramos del esfuerzo cristiano.
    Actividades en Nueva Zelanda
    A la finalización del congreso de la Conferencia Australiana, la Sra. White
    decidió emprender la visita largamente postergada a Nueva Zelanda. La
    acompañó Emilia Campbell, quien la ayudó tanto en calidad de secretaria
    como de enfermera. Su hijo W. C. White, y el pastor Starr y señora,
    estuvieron también con ella durante gran parte del tiempo.
    Al llegar a Auckland, el 8 de febrero, fueron recibidos por el pastor M. C.
    Israel, y conducidos a una casa amueblada que la iglesia de Auckland puso a
    su disposición.
    Durante los doce días empleados en ferviente labor en favor de la iglesia de
    Auckland, la Sra. White habló ocho veces. Después de esto pasó tres
    semanas con los 374 hermanos y hermanas de Kaeo, la iglesia adventista
    más antigua de Nueva Zelanda. Allí encontró un número promisorio de
    jóvenes por los cuales trabajó fervientemente.
    Tanto en Auckland como en Kaeo la Sra. White instó a los hermanos y
    hermanas a asistir, junto con sus familias, al congreso anual que había de
    realizarse en Napier, durante la última parte de marzo. Este iba a ser un
    congreso campestre, el primero que los adventistas del séptimo día
    realizarían al sur del ecuador. Con respecto a esta experiencia ella escribió:
    «Sentíamos que este primer congreso campestre debía ser, tanto como fuera
    posible, un ejemplo de lo que debían ser todas las demás reuniones de esta
    clase que se realizarían en lo futuro. Una y otra vez dije a la gente: ‘Mira, haz
    todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte'(Heb.
    8:5). Jesús dijo a sus discípulos:’Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro
    Padre que está en los cielos es perfecto'(Mat. 5: 48)»
    Pero con respecto a este propuesto congreso campestre parecía imposible
    despertar mucho entusiasmo entre los creyentes. Los campamentos de
    leñadores, y los grupos de tiendas para constructores de camino, eran cosas
    bien conocidas, pero no muy deseadas; pero un campamento cómodo para
    un grupo de gente que se reúne para adorar a Dios era algo enteramente
    nuevo en Nueva Zelanda.
    Debido a la depresión financiera, era extremadamente difícil para muchos
    asistir. Hasta el comienzo de la reunión, había poca promesa de que
    acamparían más de 30 personas en los terrenos. Se proveyeron tiendas
    para ese número. Pero cuando la reunión estaba empezando, comenzaron a
    llegar sin anuncio miembros de diferentes iglesias hasta que hubo el 375
    doble de lo que se había esperado. Durante la última semana de reuniones
    había 18 tiendas en el campamento, ocupadas por 53 personas. Muchos
    otros ocupaban habitaciones en el vecindario. Estos, junto con los miembros
    de la iglesia de Napier, constituían una congregación de buen tamaño
    durante el día. Cada noche la gran tienda estaba bien llena.
    A medida que progresaban las reuniones, el plan de realizar congresos
    campestres iba ganando una aprobación mayor y más entusiasta, y se votó
    que la próxima conferencia anual se realizara en un campamento. Se
    tomaron resoluciones que respaldaban la Escuela Bíblica Australasiana, y se
    recogieron fondos para la misma: 500 dólares para muebles, y 400 para
    ayudar a los alumnos. Como fondo para el campamento, se recogieron 270
    dólares.
    «Después de la finalización del congreso campestre de Napier -escribió la
    Sra. White-, decidimos visitar Wellington, y también pasar unos pocos días en
    Palmerston Norte para trabajar por una pequeña compañía de observadores
    del sábado allí establecida y que pedía ayuda. Aunque las molestias físicas
    todavía me acompañaban de noche y de día, el Señor me dio gracia para
    soportarlas. A veces, cuando me sentía incapaz de cumplir con mis
    compromisos, decía: ‘Con fe me presentaré delante del pueblo’; y cuando lo
    hacía, recibía fuerzas para sobreponerme a mis dolencias y presentar el
    mensaje que el Señor me había dado».
    En Wellington la Sra. White recibió una calurosa bienvenida en el hogar de la
    Sra. M. H. Tuxford, donde pasó varios meses. Desde esta sede temporaria
    ella salía de vez en cuando para hablar a pequeños grupos de creyentes
    establecidos en Petone, Ormondville, Dannevirke, Palmerston Norte y
    Gisborne.
    Antes de regresar a Australia, la Sra. White asistió 376 al segundo congreso
    de Nueva Zelanda, realizado del 30 de noviembre al 12 de diciembre de
    1893, en un suburbio protegido de Wellington. Hubo el doble de la asistencia
    de la que había habido en las reuniones de Napier, El pastor 0. A. Olsen,
    presidente de la Asociación General, llegó en los primeros días del congreso,
    y sus labores y su oportuna instrucción fueron de un valor indecible. Trajo
    informes animadores de los grandes campos misioneros que había visitado
    recientemente; y se dirigió a los jóvenes ungiéndolos a que se capacitaran
    para el servicio en la obra final del Evangelio.
    Desde Wellington la Sra. White, y el pastor Olsen y otros obreros, se
    apresuraron a viajar a Melbourne para asistir al primer congreso campestre
    de Australia. 377
  52. El Primer Congreso Campestre en Australia
    «NOS alegramos de anunciar a nuestro pueblo -escribió el pastor A. G.
    Daniells a fines de septiembre de 1893 a los hermanos y hermanas de
    Australia-, que ha llegado el tiempo en que la junta directiva de la Asociación
    ve preparado el camino para realizar los deseos de muchos de tener un
    congreso campestre». Algunos habían estado esperando ansiosamente un
    anuncio semejante, y éste llegó como una gran noticia a las filas de los
    creyentes esparcidos por todas las colonias australianas.
    Entre los obreros que se había anunciadas que asistirían se encontraban el
    pastor 0. A. Olsen, presidente de la Asociación General; la Sra. Elena G.
    White y algunos hermanos a quienes la junta misionera enviaba desde los
    Estados Unidos para ayudar a la pequeña fuerza de obreros del campo
    australiano . La promesa de tener amplia ayuda indujo al pastor Daniells a
    añadir sus palabras de recomendación: «Esta será una rara ocasión -que tal
    vez no tendremos de nuevo por años- y ciertamente esperamos que sólo
    pocos de nuestros hermanos se nieguen el privilegio de estar presentes».*
    (43)378
    Se requería mucha fe para planear un congreso campestre general al cual
    se invitaba a los hermanos y hermanas de todas las colonias. Sólo los
    gastos de viaje parecían casi prohibitivos debido a las extensas distancias
    que debían recorrerse. Pero la necesidad de reunirse era imperativa, y por lo
    tanto se instó a los creyentes, en forma reiterada, a asistir. «Esta reunión
    -declaró la Sra. White- señalará una nueva era en la historia de la obra de
    Dios en este campo. Es importante que todo obrero de nuestras iglesias esté
    presente, e insto a todos a venir».
    «Temo que algunos digan -continuó-: ‘Es costoso viajar, y sería mejor que yo
    ahorrara el dinero y lo diera para el avance de la obra en donde se lo
    necesite tanto’. No razonéis de esta manera; pues Dios espera que ocupéis
    vuestro lugar en las filas de su pueblo. Habéis de estar aquí en persona, y
    fortalecer la reunión todo lo que podáis. . . Sabemos que los creyentes en la
    verdad están esparcidos ampliamente; pero no presentéis -ninguna excusa
    que os impida obtener toda ventaja espiritual posible. Venid a la reunión, y
    traed a vuestras familias. . .
    «Debemos usar toda facultad que esté a nuestra disposición para hacer de
    esta reunión un éxito, y debemos adecuarla a las necesidades de aquellos
    que asistirán. La obra del Señor está por encima de todo interés temporal, y,
    no debemos representar falsamente su causa. Velar, esperar, trabajar, debe
    ser nuestra divisa. . .
    «Dios ha encomendado a nuestras manos una obra muy sagrada, y
    necesitamos reunirnos para recibir instrucción en cuanto a lo que es la
    religión personal y la piedad familiar; necesitamos entender qué parte
    seremos llamados a desempeñar individualmente en la obra grande e
    importante de edificar la causa y la obra 379 de Dios en la tierra, de vindicar
    su santa ley, y de elevar al Salvador,’el Cordero de Dios, que quita el pecado
    del mundo'(Juan 1: 29). Necesitamos recibir el toque divino, para que
    podamos entender nuestra obra en el hogar. Los padres necesitan entender
    cómo pueden enviar del santuario del hogar hijos cristianos, preparados y
    educados de tal manera que puedan brillar en el mundo. Necesitamos el
    Espíritu Santo, para que no representemos falsamente nuestra fe. . . Es
    ahora harto tiempo de hacer un movimiento de avance en Australia. . .
    Avancemos con un esfuerzo bien concertado, y venzamos toda dificultad».
    (44) Algunos de los hermanos fabricaron de antemano 35 carpas para familias, a fin de ser usadas en el congreso. Se pensó que éstas harían frente a toda la demanda. Pero a medida que los pedidos iban llegando, se compraban más carpas, y se alquilaron otras para las reuniones. Cuando se completó, el campamento tenía más de cien tiendas. Asistieron 511 personas. Los planes fueron bien trazados y fielmente realizados. Muchas de las tiendas estaban amuebladas con las armaduras de las camas, y con sillas y cómodas; y todo el campamento era un modelo de limpieza y buen orden. «Sentimos que Dios había estado con nosotros en todos los arreglos -escribió la Sra. White cuando se refirió más tarde a estos arduos esfuerzos para hacer que los terrenos resultaran atractivos e invitadores-; y se trató de que el orden de nuestro campamento mostrara las alabanzas de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Ped. 2: 9). Los resultados logrados fueron mucho mayores que los que habían trabajado duramente se habían atrevido a esperar. «El campamento impresionó en quienes lo visitaron -escribió 380 la Sra. White también- que la verdad que defendíamos era de gran importancia, y que el espíritu misionero es el verdadero espíritu del Evangelio. «Este era el primer congreso campestre que Melbourne haya visto, y era una maravilla y un milagro para el pueblo. Cerca y lejos se divulgaron las noticias concernientes a esta ciudad de tiendas, y se despertó un admirable interés. Cada tarde y cada noche la tienda estaba llena hasta su máxima capacidad, no de una clase baja de la sociedad, sino de gente inteligente, médicos de nota, ministros y comerciantes. Vimos que, con la bendición de Dios, este congreso haría más para presentar nuestra obra ante la gente, que lo que hubieran hecho años de trabajo. «Miles visitaron el campamento y expresaron su placer y su admiración por el orden de los terrenos, y lo bien que estaban hechos los arreglos en las tiendas, limpias y blancas. No pareció despertarse ninguna terca oposición cuando los hombres y mujeres escuchaban la verdad por primera vez. El poder de Dios estaba entre nosotros. Brighton se hallaba conmovido desde un extremo hasta el otro. Se despertó tanto en Melbourne como en los suburbios circunvecinos, un interés mayor que cualquier cosa que hubiéramos presenciado desde el movimiento de 1844. La verdad era nueva y extraña; sin embargo impresionó a la gente; porque predicábamos la Palabra de Dios, y el Señor la hacía llegar a los corazones de los oyentes. «Muchos visitantes venían desde lejos y, como ocurría en el movimiento de 1843 y 1844, traían consigo su merienda y permanecían todo el día. Una cantidad de ciudadanos del lugar declararon que si no fuera porque vivían cerca, habrían rentado tiendas y acampado con nosotros en los terrenos. Valoraban el privilegio de escuchar la Palabra de Dios tan claramente explicada. 381 Dijeron que la Biblia parecía estar llena de cosas nuevas y preciosas, y que era como un libro nuevo para ellos. De parte de muchos escuchamos expresiones tales como las siguientes: ‘Esto es más de lo que esperábamos’. ‘Nuestra fe es confirmada; nuestra esperanza es más brillante; nuestra creencia en el testimonio de las Escrituras se ha fortalecido’ «. «Yo he asistido a muchos congresos campestres -testificó el pastor 0. A. Olsen, concerniente a las reuniones de Brighton-, pero nunca antes había presenciado tanto interés de parte de la gente de afuera. Esto se parece más que ninguna cosa que haya visto hasta ahora a lo que, en mi imaginación, yo pensaría que es la fuerte voz del mensaje del tercer ángel. Está impresionando profundamente a la ciudad de Melbourne. Dondequiera que uno va, el tema principal de las conversaciones es el congreso y lo que allí se ve y se escucha. Desde todas partes llegan fervientes pedidos de reuniones. . . «Para nuestros hermanos esta reunión ha sido del mayor valor posible. Les ha dado ideas mucho más amplias de la obra para este tiempo, y una experiencia cristiana más profunda. Después que ellos han estado aquí una semana, votaron casi unánimemente continuar todavía otra semana».(45)
    «Como una proyección del congreso campestre de Brighton -testificó más
    tarde la Sra. White-, surgieron varias iglesias. Visité la iglesia de
    Williamstown, y me regocijé al ver que muchos tenían el valor moral de
    manifestar su lealtad a los mandamientos de Dios a pesar de la continua
    oposición que se había acumulado contra ellos y contra la santa ley de Dios.
    «Se levantó una iglesia en Hawthorne, y otra en 382 Brighton. Unas sesenta
    personas pertenecen a estas dos iglesias. Un gran número de nuevos
    miembros se han añadido a la iglesia de Prahan, y a la iglesia de Fitzroy
    Norte. Están llegando continuamente personas que escucharon la verdad en
    el congreso de Brighton.
    «Algunos dirán que estos congresos campestres son muy costosos, y que la
    Asociación no puede sostener otra reunión semejante; pero cuando vemos
    las tres iglesias que han sido organizadas, y que están prosperando en la fe,
    ¿podemos dudar de la respuesta a la pregunta: ‘¿Vale la pena?’ ¿No
    elevaremos nuestras voces en la afirmación decidida de ‘Vale la pena’?» 383
  53. El Colegio de Avondale
    DURANTE los últimos días del congreso campestre de Australia se dedicó
    mucho tiempo al estudio de los problemas educativos. La comisión que
    estaba a cargo de la escuela bíblica australasiana, y la comisión encargada
    de decidir la locación, presentaron sus informes. En general se creía que los
    tres cortos períodos de estudio que funcionaron en casas rentadas habían
    sido de gran valor y debían considerarse como un éxito notable. Al mismo
    tiempo, se vio que si la escuela continuaba en edificios rentados, los gastos
    para los alumnos serían demasiado grandes para hacer posible la gran
    asistencia que era deseable. También era evidente que, con una asistencia
    limitada, los gastos para los promotores de empresa serían muy pesados.
    ¿Cómo podría la escuela ser puesta sobre una base tal que abriera el camino
    para que una gran cantidad de alumnos asistiera a un costo moderado?
    La Sra. White habló a menudo con respecto a la obra educativa, y presentó
    los puntos de vista que le fueron dados de tiempo en tiempo concernientes al
    carácter de la obra que ha de realizarse y de los lugares que deben
    seleccionarse para la preparación de los cristianos. Ella también habló de las
    ventajas que se obtienen combinando el estudio con el trabajo en la
    adquisición de una educación equilibrada.
    Poco tiempo después del congreso campestre, ella 384 preparó para la
    publicación una abarcante declaración al efecto de que es aconsejable
    colocar el colegio fuera de las grandes ciudades. También delineó la clase
    de educación que debe impartirse en la propuesta escuela. Las
    características principales de estos consejos se destacan en los siguientes
    extractos:
    Trabajo y educación
    «Hemos pensado mucho de día y de noche con respecto a nuestras
    escuelas. ¿Cómo deben ser dirigidas? ¿Y cuál será la educación y la
    preparación de nuestra juventud? ¿Dónde deberá estar instalada la Escuela
    Bíblica Australasiana? Me desperté esta mañana a la una de la madrugada
    con una carga pesada sobre mi alma. El tema de la educación me ha sido
    presentado de diferentes maneras, en diversos aspectos, por medio de
    muchas ilustraciones, y con especificaciones directas, a veces sobre un
    punto, y otras sobre otro. Por cierto, creo que tenemos mucho que aprender.
    Somos ignorantes con respecto a muchas cosas.
    «Al escribir y hablar acerca de la vida de Juan el Bautista y de la vida de
    Cristo, he tratado de presentar lo que se me ha mostrado con respecto a la
    educación de nuestra juventud. Estamos bajo la obligación, por parte de
    Dios, de estudiar este tema en forma franca; porque merece un examen
    detenido y crítico en cada uno de sus aspectos. . .
    «Los que pretenden conocer la verdad y entender la gran obra que ha de ser
    hecha para este tiempo han de consagrarse a Dios en alma, cuerpo y
    espíritu. En el corazón, en la vestimenta, en el lenguaje y en todo respecto
    deben separarse de las modas y prácticas del mundo. Han de ser un pueblo
    peculiar y santo. No es su indumentaria lo que los hace peculiares; pero
    debido a que forman un pueblo peculiar y santo, no 385 pueden llevar las
    marcas de identificación del mundo.
    «Muchos que suponen que están en camino al cielo, están cegados por el
    mundo. Sus ideas con respecto a lo que constituye una educación religiosa y
    una disciplina religiosa son vagas, y descansan solamente sobre
    probabilidades. Hay muchos que no tienen una esperanza inteligente, y
    corren gran riesgo de practicar las mismas cosas que Jesús enseñó que no
    deben hacer en el comer, en el beber, en el vestir, uniéndose con el mundo
    en una variedad de asuntos. Todavía tienen que aprender la seria lección,
    tan esencial para el crecimiento en espiritualidad, de salir del mundo y estar
    separados de él. El corazón está dividido; la mente carnal anhela
    conformidad con el mundo y similitud con él en tantos aspectos, que la señal
    de distinción del mundo es apenas perceptible. El dinero, el dios dinero, se
    gasta con el propósito de parecerse al mundo, la experiencia religiosa es
    contaminada de mundanalidad, y la evidencia del discipulado -la semejanza a
    Cristo en la abnegación y en llevar la cruz- no puede ser discernido por el
    mundo o por el universo del cielo. . .
    «Nunca podrá impartiese la debida educación a la juventud en este país o en
    cualquier otro, a menos que estas instituciones estén a gran distancia de las
    ciudades. Las costumbres y prácticas de las ciudades incapacitan las
    mentes de los jóvenes para la recepción de la verdad. El beber bebidas
    alcohólicas, el fumar y los juegos de azar, las carreras de caballos, la
    asistencia a los cines, la gran importancia que se les da a los días feriados,
    todas estas cosas son especies de idolatría, un sacrificio sobre altares
    idólatras. . .
    «No es un plan correcto establecer edificios de escuela donde los estudiantes
    tengan constantemente delante de sus ojos las prácticas erróneas que han
    modelado 386 su educación durante toda su vida, sea este período largo o
    corto. . . Si las escuelas se ubicaran en las ciudades o en el perímetro de
    unos pocos kilómetros de ellas, sería más difícil contrarrestar la influencia de
    la educación anterior que los alumnos han recibido con respecto a estos días
    feriados y las prácticas relacionadas con ellos, tales como carreras de
    caballo, apuestas y ofrecimientos de premios. La misma atmósfera de estas
    ciudades está llena de miasmas ponzoñosas. . .
    «Hallaremos que es necesario establecer nuestros colegios fuera de las
    ciudades y lejos de ellas, y sin embargo no tan lejos que los alumnos no
    puedan estar en contacto con ellas, para hacerles bien, para permitir que la
    luz brille en medio de las tinieblas morales. Los alumnos necesitan ser
    puestos bajo la influencia de circunstancias más favorables para contrarrestar
    mucha de la educación que han recibido. . .
    «Necesitamos escuelas en el campo a fin de poder educar a los niños y a los
    jóvenes para que lleguen a ser señores del trabajo, y no esclavos del trabajo.
    La ignorancia y la holgazanería no elevarán a un miembro de la familia
    humana. La ignorancia no aliviará la suerte del que trabaja duro. Que el
    obrero vea la ventaja que puede obtener en la más humilde ocupación,
    usando la capacidad que Dios le ha dado como una concesión. Así puede
    llegar a ser un educador, y enseñar a otros el arte de hacer la obra
    inteligentemente. Puede entender lo que significa amar a Dios con el
    corazón, el alma, la mente y las fuerzas. Las facultades físicas han de
    consagrarse al servicio por amor a Dios. El Señor necesita las fuerzas
    físicas, y podéis revelar su amor por él mediante el uso debido de vuestras
    facultades físicas, realizando precisamente la obra que necesita hacerse. No
    hay acepción de personas para Dios. . .
    «Hay en el mundo mucho trabajo duro y difícil 387 para hacer; y el que trabaja
    sin ejercitar las facultades que Dios le ha dado, de la mente, del corazón y del
    alma, el que emplea la fuerza física solamente, hace que el trabajo resulte
    una carga pesada y agobiante. Hay personas con una mente, un corazón y
    un alma tales, que consideran el trabajo como una carga pesada, y se aplican
    al mismo con una ignorancia complaciente, laborando sin usar el
    pensamiento, sin emplear las capacidades mentales para hacer un trabajo
    mejor.
    «Hay ciencia en la clase más humilde de trabajo; y si todos tuvieran ese
    concepto, verían nobleza en el trabajo. El corazón y el alma han de ser
    puestos en el trabajo, cualquiera sea la clase, entonces hay alegría y
    eficiencia. En las ocupaciones agrícolas y mecánicas, los hombres pueden
    dar evidencia ante Dios de que aprecian su don en las capacidades físicas,
    como también en las facultades mentales. Empléese la capacidad educada
    en idear mejores métodos de trabajo. Esto es lo que el Señor quiere. Todo
    tipo de trabajo que necesite ser hecho es honorable. Que la ley de Dios se
    convierta en una norma de acción, y entonces ella ennoblecerá y enaltecerá
    todo trabajo. La fidelidad en el desempeño de todo deber hacen del trabajo
    algo noble, y revela un carácter que Dios puede aprobar. . .
    «Las escuelas deben establecerse donde haya tantas cosas como sea
    posible, en la naturaleza, para deleitar los sentidos y dar variedad al
    escenario. Aunque evitamos lo falso y artificial, descartando las carreras de
    caballos, el juego de cartas, las loterías, las peleas por premio, el beber y el
    uso de del tabaco, debemos proporcionar fuentes de placer que sean puras,
    nobles y elevadoras. Debemos escoger una ubicación para nuestra escuela
    lejos de las ciudades, donde los ojos no descansen continuamente sobre las
    moradas de los hombres, sino sobre las obras de Dios; donde haya 388
    lugares de interés que los alumnos puedan visitar fuera de lo que la ciudad
    les otorga. Establézcanse nuestros alumnos en lugares donde la naturaleza
    pueda hablar a los sentidos, y en la voz de ella escucharán la voz de Dios.
    Estén ellos donde puedan mirar las obras maravillosas del Señor y, por
    medio de la naturaleza, contemplar a su Creador. . .
    «La ocupación manual para los jóvenes es esencial. La mente no ha de ser
    constantemente sobrecargada en desmedro de las facultades físicas. La
    ignorancia de la fisiología, y el descuido en la observancia de las leyes de la
    salud, han llevado a la tumba a muchos que podrían haber vivido para
    trabajar y estudiar inteligentemente. El debido ejercicio de la mente y el
    cuerpo desarrollarán y fortalecerán todas las facultades. Tanto la mente
    como el cuerpo serán preservados, y serán capaces de realizar una variedad
    de trabajo. Los ministros y los maestros necesitan aprender lo relativo a
    estas cosas, y también necesitan practicarlas. El debido uso de la fuerza
    física, así como de las facultades mentales, equilibrará la circulación de la
    sangre, y mantendrá todo órgano de la máquina viviente en buena condición.
    A menudo se abusa de la mente, y ella es dirigida hacia la locura
    prosiguiendo una sola línea de pensamiento. El empleo excesivo del poder
    del cerebro y el descuido de los órganos físicos crea una condición de
    enfermedad en el sistema. Toda facultad de la mente puede ejercitarse con
    comparativa seguridad si las facultades físicas son igualmente empleadas y
    el tema de pensamiento es variado. Necesitamos un cambio de ocupación, y
    la naturaleza es un maestro viviente y saludable …
    «Se hallará que el hábito de la laboriosidad es una ayuda importante para que
    la juventud resista la tentación. Aquí hay un campo para dar salida a sus
    energías 389 restringidas que, si no se emplean en forma útil, serán una
    fuente constante de dificultades para ellos mismos y para sus maestros.
    Pueden idearse muchas clases diferentes de trabajo adaptadas a diferentes
    personas, pero el trabajo de la tierra será una bendición especial para el
    obrero. Existe una gran carencia de hombres inteligentes que labren la tierra,
    y que sean cuidadosos. Este conocimiento no será un obstáculo en la
    educación esencial para los negocios o para ser útil en otro ramo. El
    desarrollar la capacidad de cultivar la tierra requiere pensamiento e
    inteligencia. No solamente desarrollará los músculos, sino también la
    capacidad de estudiar, porque la acción del cerebro y del músculo se
    equilibran. Debemos educar a los jóvenes de tal manera que amen el trabajo
    de la tierra y se deleiten en mejorarlo. La esperanza de hacer progresar la
    causa de Dios en este país reside en crear un nuevo gusto moral por el amor
    al trabajo, que transformará la mente y el carácter. . .
    «La escuela que ha de establecerse en Australia debe considerar en primer
    lugar la cuestión de las industrias, y revelar el hecho de que la labor física
    tiene su lugar en el plan de Dios para todo hombre, y que su bendición la
    coronará. Los colegios establecidos por quienes enseñan y practican la
    verdad para este tiempo, deben dirigirse de tal manera que produzcan
    nuevos y frescos incentivos de toda clase de trabajo manual. Habrá muchas
    cosas que pondrán a prueba a los educadores, pero se habrá logrado un
    objetivo grande y noble cuando los estudiantes sientan que el amor de Dios
    ha de revelarse, no sólo en la devoción del corazón, de la mente y del alma,
    sino en el uso útil y sabio de su fuerza física. Sus tentaciones serán mucho
    menores; de ellos irradiará, por precepto y por ejemplo, una luz en medio de
    las teorías erróneas y de las 390 costumbres que están de moda en el
    mundo. . .
    «Puede hacerse esta pregunta: ¿Cómo puede el que maneja los bueyes [para
    arar la tierra] adquirir sabiduría permanente? Buscándola como la plata, y
    como tesoros escondidos. ‘Porque su Dios lo instruye, y le enseña lo recto’.
    ‘También esto salió de Jehová de los ejércitos, para hacer maravilloso el
    consejo y engrandecer la sabiduría’.
    «El que les enseñó a Adán y Eva a cuidar el jardín, instruirá también a los
    hombres hoy en día. Hay sabiduría para el que maneja el arado, y planta y
    siembra la semilla. La tierra tiene sus tesoros escondidos, y el Señor quiere
    que miles y decenas de miles que ahora están apiñados en las ciudades
    esperando la oportunidad de ganar una pitanza, trabajen la tierra. En
    muchos casos la escasa cantidad que ganan no se convierte en pan, sino
    que es puesta en el cajón del publicano [el dueño de una taberna], para
    obtener lo que destruye la razón del hombre formado a la imagen de Dios.
    Los que lleven sus familias al campo las colocan donde hay menos
    tentaciones. Los hijos que están con padres que aman y temen a Dios, están
    en todo respecto mejor situados para aprender del gran Maestro que es la
    Fuente de la sabiduría. Tienen una oportunidad mucho más favorable para
    lograr la capacitación necesaria para el reino de los cielos».(46) En busca de una propiedad adecuada El pastor Olsen permaneció en Australia unas seis semanas después de la terminación del congreso campestre de 1894. Durante ese tiempo se unió de todo corazón en la búsqueda de un lugar adecuado para la escuela. Los administradores de la asociación y la comisión 391 de locación esperaban que se encontrara alguna buena propiedad antes de su regreso a los Estados Unidos, pero en este respecto resultaron chasqueados. La Sra. White visitó muchos de los lugares que estaban bajo consideración. Mientras la búsqueda continuaba, llegó a ser evidente que se experimentaría gran dificultad en obtener, a un precio moderado, una propiedad adecuada para los amplios ramos de trabajo que se creía debían realizarse en el colegio. En mayo, cinco miembros de la comisión visitaron Dora Creek y Cooranbong, y examinaron el terreno que fue más tarde comprado por $4.500 dólares. Esta parcela de tierra comprendía cerca de 600 hectáreas de tierra virgen, la tercera parte de las cuales se creía apta para el cultivo de granos, frutas y hortalizas, y para pasto. Después de comprar el terreno, la propiedad se designó con el nombre de «Avondale», debido a los numerosos arroyos y la abundancia de agua corriente. El lugar elegido para la edificación de la escuela está solamente a cinco kilómetros de la estación de Ferrocarril de Dora Creek, y a unos dos kilómetros al sudeste de la oficina de correos de Cooranbong. En enero y febrero de 1895, los amigos de la escuela se vieron favorecidos con la visita de la Sra. A. E. Wessels, de la ciudad de El Cabo, Sudáfrica, acompañada de tres de sus hijos. Ellos estaban muy contentos con muchas de las características de la propiedad de Avondale, y manifestaban profunda simpatía con los objetivos y blancos de la obra. Su hija Ana donó $5.000 dólares a fin de ayudar en los comienzos de la empresa. Un experimento industrial Desde el tiempo en que la propiedad llegó a estar en plena posesión de la Unión Australasiana, hasta el tiempo de la apertura de las clases, había mucho para 392 hacer. Había que limpiar el terreno, secar por drenaje un lodazal, plantar una huerta, y además había que erigir los edificios. Con ese propósito se reunió a un número de alumnos -jóvenes robustos que estaban contentos de trabajar seis horas por día, y recibir a cambio su alojamiento e instrucción en dos materias. La institución se inauguró el 6 de marzo de 1895, y continuó por 30 semanas. Para el alojamiento de los veinte jóvenes que iniciaron esta obra, se alquiló un viejo hotel en Cooranbong, y se levantaron varias tiendas junto a ese edificio. En abril, el Hno. Metcalfe Hare, que había sido elegido como tesorero y gerente de la empresa, trasladó a su familia a Cooranbong, y, deseando estar cerca de la obra, levantó su tienda cerca del aserradero y el sitio elegido para levantar los edificios. Durante dos años la tienda, cubierta por un techo de cinc galvanizado, sirvió como su casa. Muchos padres anhelosos de enviar a sus hijos al colegio, pensaban que debía establecerse cerca de una de las grandes ciudades donde vivían muchos adventistas. Ellos creían que unas diez o quince hectáreas de terreno que no estuvieran lejos de Sidney o Melbourne serían mucho mejores que una gran parcela de tierra inculta cerca de Newcastle. Otros se oponían a ese lugar porque creían que la tierra era tan pobre que se obtendría poco de su cultivo. La Sra. White tuvo una visión muy animadora del valor de la tierra; y cuando la ofrenda liberal de $5.000 dólares, procedente de los amigos del África, hizo posible el pago de la tierra, ella escribió: «Sentí mi corazón lleno de gratitud cuando supe que en la providencia de Dios la tierra ya estaba en nuestra posesión y sentí deseos de gritar expresando alabanzas a Dios por una situación tan favorable». 393 En julio de 1895, la Sra. White determinó manifestar su interés en la empresa del colegio y su confianza en la propiedad de Avondale comprando un lote de tierra, y estableciendo su hogar en Cooranbong. Ella seleccionó unas 28 hectáreas, y en unas pocas semanas tenía una porción de su familia viviendo en tiendas en los terrenos, que ella denominó «Sunnyside» [lado del sol]. Se comenzó la edificación de una casa de ocho habitaciones; y tan pronto como se pudo hacer la limpieza, el terreno fue arado y se plantaron árboles frutales. Acerca de esta experiencia ella escribió: «Cuando se pusieron los cimientos de la casa, se hicieron los preparativos para cultivar frutas y verduras. El Señor me ha mostrado que la pobreza que existe en torno a Cooranbong no debe existir; porque con laboriosidad el suelo podría cultivarse y hacer que rinda sus tesoros para el servicio del hombre». El entusiasmo ilimitado de la Sra. White con respecto a las mejoras de la propiedad de Avondale hizo mucho para alegrar y animar a otros. Ella insistió particularmente en que los hombres de la escuela no perdieran tiempo en empezar la preparación de la huerta; y se regocijó grandemente cuando en octubre se plantó un centenar de árboles frutales escogidos en un trozo de tierra favorable, ocupado un año antes por una espesa selva de eucaliptos. Cuando se cerró la escuela industrial en noviembre, pasaron varios meses sin que se hiciera ningún progreso material. La gente sentía en forma muy aguda la depresión financiera con la cual luchaban las colonias. Las críticas con respecto al esfuerzo de edificar un colegio en un lugar tan agreste y tan apartado, aumentaron cada vez más. Entonces vino la terminación desfavorable de un pleito al cual la escuela había sido arrastrada por la acción precipitada del hombre 394 que solicitaba los fondos, el cual costó $2.000 dólares además de causar una seria demora en la obra. ¿Qué podría hacerse? La obra parecía estar estancada, y con pocas perspectivas de tener condiciones más favorables. La pérdida de 2.000 dólares habría sido muy desanimadora en cualquier tiempo, pero en una ocasión como esta era desconsoladora. Un hermoso sueño En esta crisis, cuando la fe de muchos era severamente probada, la Sra. White tuvo un sueño que les trajo a ella y a otros la dulce seguridad de que Dios no los había abandonado. Al relatar esta experiencia, ella escribió: «La noche del 9 de julio de 1896 tuve un sueño hermoso. Mi esposo, Jaime Wliite, estaba a mi lado. Nos hallábamos en nuestra pequeña granja en los bosques de Cooranbong, consultando con respecto a la perspectiva de futuros beneficios por la labor realizada. «Mi esposo me dijo: ‘¿Qué estás haciendo tú con respecto al edificio escolar?’ » ‘No podemos hacer nada -le dije-, a menos que tengamos medios, y sepamos de dónde vienen los medios. No tenemos un edificio para la escuela. Todo parece estar estancado. Pero no voy a estimular la incredulidad. Trabajaré con fe. He estado tentada a contarte de un capítulo desanimador de nuestra experiencia; pero hablaré con fe. Si hablamos de las cosas como se ven, nos desanimamos. Hemos de aventurarnos a roturar el suelo, y arar con esperanza y con fe. Veríamos una medida de prosperidad delante de nosotros si todos trabajaran inteligentemente y se esforzaran fervientemente para poner la semilla. Las presentes apariencias no son halagüeñas, pero según toda 395 la luz que puedo obtener, veo que ahora es el tiempo de la siembra. El trabajar el terreno es nuestro libro de texto, pues exactamente de la manera en que tratamos los campos con la esperanza de futuros beneficios, debemos sembrar este suelo misionero con la semilla de la verdad’. «Recorrimos toda la extensión de los terrenos que estábamos cultivando. Entonces regresamos, conversando mientras caminábamos; y vi que las viñas que habíamos pasado llevaban fruto. Dijo mi, esposo: ‘La fruta está lista para ser recogida’. «Cuando llegué a otro sendero, yo exclamé: ‘Mira, mira las hermosas fresas. No necesitamos esperar hasta mañana para verlas’. Al recoger la fruta, dije: ‘Yo pensé que estas plantas eran inferiores, y que apenas valían la molestia de colocarlas en la tierra. Nunca esperé una cosecha tan abundante’. «Mi esposo dijo: ‘Elena, ¿te acuerdas cómo, cuando entramos por primera vez en el campo de Michigan y viajamos en carro a diferentes localidades para encontrarnos con humildes grupos que observaban el sábado, las perspectivas parecían tan prohibitivas? En el calor del verano nuestro dormitorio era a menudo la cocina, donde habíamos cocinado durante el día, y no podíamos dormir. ¿Te acuerdas cómo, en un caso, nos perdimos, y cuando no podíamos encontrar agua, te desmayaste? Con un hacha prestada nos abrimos camino a través de la selva hasta que llegamos a una casucha de troncos, adonde se nos dio un poco de pan y leche y alojamiento para la noche. Oramos y cantamos con la familia, y por la mañana les dejamos nuestros folletos. » ‘Nos sentíamos muy atribulados por esta circunstancia. Nuestro guía conocía el camino, y no podíamos entender que nos perdiéramos. Años después, en un 396 congreso, varias personas nos fueron presentadas y estas nos contaron su historia. Esa visita hecha, según pensábamos, por error, y ese libro que dejamos, era una semilla sembrada. En total veinte fueron convertidos por lo que nosotros pensábamos que era un error. Esta era la obra del Señor, para que la luz fuera dada a los que deseaban conocer la verdad’. «Mi esposo continuó: ‘Elena, estás en un terreno misionero. Has de sembrar con esperanza y fe, y no te verás chasqueada. Un alma vale más que todo lo que fue pagado por este terreno, y tú ya tienes algunas gavillas para traerle al Maestro. La obra comenzada en otros campos -en Rochester (Nueva York), Michigan, Oakland, San Francisco, y en los campos europeos- era tan promisoria como la obra en este campo. Pero la obra que haces con fe y esperanza te proporcionará un compañerismo con Cristo y con sus fieles siervos. Esa obra debe realizarse con sencillez, con fe y esperanza, y se verán resultados eternos como recompensa de tus labores’ «. Ayuda de los amigos del África En abril de 1896 la Sra. White había escrito a los hermanos Wessels de la Ciudad del Cabo, pidiéndoles que le prestaran 5.000 dólares a una tasa baja de interés, para que ella pudiera prestarlos a la junta de la escuela a fin de ayudar y animar en los comienzos de la edificación que se necesitaba. En una de sus cartas a uno de estos amigos de Sudáfrica ella escribió: «Necesitamos edificar una escuela aquí, donde los alumnos sean educados en la formación de caracteres para la vida eterna, y donde reciban una educación tal en las Escrituras que salgan del colegio para educar a otros. Esta es la obra del Señor; y cuando sabemos que estamos haciendo precisamente la obra que él ha especificado, 397 debemos tener fe para creer que él abrirá el camino. . . Los negocios del Rey requieren premura. La juventud de este país está esperando que haya una escuela, y no queremos esperar por más tiempo. «¿Quisierais saber cómo podéis agradar mejor a vuestro Salvador? Pues, colocando vuestro dinero en manos de los cambistas, para ser empleado en el servicio del Señor a fin de hacer avanzar su obra. Realizando esto, hacéis la mejor inversión de los medios que Dios os ha confiado. Yo he consagrado todo lo que poseo al Señor, y he gastado los medios en varias ramas, ayudando a sostener congresos campestres y a edificar casas de culto en los lugares donde la gente había aceptado la verdad. Encuentro muchas oportunidades donde puedo ayudar a salvar a las almas que perecen. . . «Vale la pena trabajar por aquellos por quienes Cristo murió. Nuestra fuerza y nuestros recursos no pueden invertirse de una manera mejor. Si mediante la ayuda del Espíritu de Dios, podemos edificar una estructura que dura por los siglos eternos, ¡qué obra habremos hecho! Cooperando con Dios en esta obra podemos pensar en las palabras de Cristo, tan llenas de seguridad: ‘Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento’. Dios tiene cuidado de las almas humanas por las cuales él dio a su Hijo Unigénito, y debemos mirar a todos los hombres con los ojos de la compasión divina». No mucho tiempo después del sueño relativo a la cosecha de la fruta, llegaron cartas del África, y en ellas se decía que la Sra. A. E. Wessels prestaría a la Hna. White el dinero que ella había solicitado. Gozosamente estas nuevas fueron comunicadas a la junta de la escuela, e inmediatamente se aceleraron los trabajos de 398 cortar los árboles y aserrar la madera para los edificios. El 5 de octubre de 1896, a las cinco y treinta de la tarde, unas 35 personas se reunieron en el colegio, y la Sra. Wliite colocó el primer ladrillo de los cimientos del edificio llamado Bethel Hall, que habría de ser el dormitorio de las señoritas. Ella entonces relató brevemente su experiencia en las siguientes palabras: «A menudo, durante este tiempo de estrecheces financieras, me he despertado en la noche gravemente afligida por la situación. ¿A qué fuente podríamos recurrir por ayuda? Oré con fervor para que el Señor abriera el camino para que pudiéramos construir, y aun cuando parecía no haber perspectivas de medios seguros, él enviara la ayuda necesaria. Una noche me quedé dormida, y soñé que estaba llorando y orando delante del Señor. Una mano me tocó en el hombro, y una voz dijo: ‘Yo tengo recursos en poder de muchas familias del África que están siendo invertidos en empresas mundanas. Escribe a los Hnos. Wessels. Diles que el Señor tiene necesidad de dinero. Les hará bien ayudar a hacer progresar mi obra aquí con los medios que yo les he confiado. Diles que se hagan tesoros en los cielos, donde la polilla no corrompe, y donde no hay ladrones que minen y hurten; porque donde está su tesoro, allí estará también su corazón’ «. La erección de los primeros edificios Durante cuatro meses de trabajo el aserradero y los carpinteros hicieron buen progreso. El dormitorio de las señoritas estaba casi terminado, y se estaban colocando los cimientos para el comedor. De acuerdo con el plan del arquitecto, este edificio debía ser una estructura de un piso, de unos 25 metros de largo por 9 metros de ancho, para acomodar el comedor, las piezas de servir, la despensa, la cocina y el lugar del almacenamiento. 399 Pero la junta de la escuela, temiendo que no sería posible levantar un tercer edificio pronto, planeó añadir un segundo piso, un extremo del cual, que quedaría sin terminar, podría ser usado por un tiempo como capilla, mientras que la porción restante podría usarse para acomodar dormitorios para una docena de jóvenes. Cuando este edificio estaba terminado en sus dos terceras partes, el tesorero informó que los fondos se habían terminado, y que la obra debía progresar lentamente. Pero se acercaba el tiempo en que el colegio debía abrirse, y los amigos de la empresa sentían que el no estar preparados para recibir a los que vendrían al colegio resultaría desastroso. «La escuela debe iniciarse el día anunciado», insistió la Sra. White, cuando se le habló de las dificultades que afligían a la junta de la escuela. A esto los edificadores contestaron: «Es imposible; no puede hacerse». Quedaba un recurso, y éste era la cooperación abnegada y unida de todos en un esfuerzo supremo para hacer posible aquello que parecía totalmente imposible. La Sra. White determinó hablar directamente a la hermandad. «Citarnos a una reunión para el domingo a las seis de la mañana, y convocamos la iglesia -relató más tarde acerca de las experiencias de las semanas que siguieron-. Presentamos la situación delante de los hermanos y hermanas, y pedimos trabajo donado. Treinta hombres y mujeres se ofrecieron para trabajar; y aunque era duro para ellos disponer del tiempo, un grupo fuerte continuó trabajando día tras día hasta que los edificios se vieron completados, limpios y amueblados, y listos para ser usados el día fijado para la apertura de la escuela». Al tiempo señalado, el 28 de abril de 1897, la escuela se abrió, teniendo como maestros al pastor S. N. 400 Haskell y esposa, junto con el profesor H. C. Lacey y esposa. El primer día había solamente diez estudiantes. Cuando se divulgó la noticia de que la escuela había iniciado sus actividades, otros llegaron; y un mes más tarde, cuando el profesor C. B. Hughes y esposa vinieron a unirse al personal docente, asistían casi treinta estudiantes. En el transcurso del período escolar, a medida que se presentaba en las iglesias el carácter de la instrucción dada, otros hicieron grandes esfuerzos para unirse con ellos, y antes de fin del período había sesenta estudiantes en total. Más o menos cuarenta de ellos fueron acomodados en el hogar de la escuela. Otra prueba de fe A medida que avanzaba el período escolar, y las familias se reunían con el fin de que sus hijos pudieran tener las ventajas de la escuela, la congregación de los días sábados se hacía demasiado numerosa para la capilla temporaria, ubicada sobre el comedor. En ella se habían provisto asientos para cien personas. En años anteriores las reuniones sabáticas se habían realizado primero en el comedor del Hotel Healey; y más tarde en el oscuro e incómodo desván del aserradero. La pequeña capilla era un salón de reuniones mucho mejor que el desván del aserradero; pero ahora era demasiado pequeña. Hubo mucha discusión sobre lo que podía hacerse; y finalmente los hermanos decidieron erigir una iglesia bonita y cómoda, suficientemente grande para las necesidades de todos. Refiriéndose a esta experiencia mientras hablaba en la iglesia durante la semana de oración que dirigió en el mes de junio de 1898, la Sra. White dijo: «Cuando llegó el tiempo en que esta casa de reuniones debía erigirse, se presentó otra prueba de lealtad. Tuvimos un consejo para considerar lo que debía 401 hacerse. El camino parecía cargado de dificultades. Algunos dijeron: ‘Hágase un edificio pequeño, y cuando haya más dinero, amplíese; porque no tenemos la capacidad de completar en este tiempo una casa como la que deseamos’. Otros decían: ‘Esperemos hasta tener dinero con el cual edificar una casa cómoda’ Pensamos hacer esto. Pero durante la noche recibí palabra del Señor: ‘Levantaos, y edificad sin demora’. «Entonces decidimos que emprenderíamos la tarea, y avanzaríamos por fe para hacer un comienzo. Precisamente en la noche siguiente vino de Sudáfrica un giro por 200 libras … para ayudarnos a edificar la casa de culto. Nuestra fe había sido probada, habíamos resuelto comenzar la obra, y ahora el Señor ponía en nuestras manos este gran donativo con el cual empezar. Con este ánimo la obra comenzó con fervor. La junta de la escuela dio el terreno y cien libras. Doscientas libras se recibieron de la Unión, y los miembros de la iglesia dieron lo que podían. Amigos que no eran parte de la iglesia ayudaron; y los edificadores donaron parte de su tiempo, lo cual era tan bueno como dinero. Así la obra fue completada, y tenemos esta hermosa casa, capaz de acomodar a cuatrocientas personas».(47)
    Mientras tanto la escuela prosperó, y un buen número de jóvenes y señoritas
    fueron preparados para entrar en el servicio del Maestro. En el congreso
    realizado en Queensland, Brisbane, del 14 al 24 de octubre de 1898, la Sra.
    White pasó en revista este aspecto animador del desarrollo de la escuela en
    las siguientes palabras:
    «Durante el primer año, . . . con una asistencia de 402 sesenta estudiantes,
    había como treinta que tenían más de 16 años; y de este número, diez fueron
    empleados durante la vacación en varios ramos de trabajo religioso. Durante
    el segundo año la matrícula ascendió a cien; y de unos cincuenta que tenían
    más de 16 años de edad se encontró trabajo para 42 durante la vacación.
    Veinticinco de éstos fueron empleados por las asociaciones y las sociedades
    en trabajo religioso».(48) Blancos y objetivos Los gerentes de la escuela de Avondale habían estado planeando durante años, primordialmente con el propósito de dar a los alumnos una preparación práctica para el servicio en muchas ramas de esfuerzo cristiano. En forma clara y enfática, una y otra vez la Sra. White destacó la obra que la escuela debía hacer, y las grandes ventajas que tendrían los estudiantes y maestros en su contacto diario con los asuntos prácticos de la vida cotidiana. En septiembre de 1898 escribió: «Necesitamos más maestros y más talentos para educar a los alumnos en varias ramas, a fin de que muchas personas salgan de este lugar deseosas y capaces de llevar a otros el conocimiento que ellos han recibido. Muchachos y niñas huérfanos han encontrado un hogar aquí. Deben levantarse edificios para un hospital, y deben proveerse embarcaciones para acomodar la escuela. Debe emplearse a un gerente de la granja que sea competente, y también a hombres sabios y enérgicos para actuar como jefes de las diversas empresas industriales, hombres que utilicen sus talentos consagrados para enseñar a los alumnos a trabajar. 403 «Muchos jóvenes que anhelan una preparación en los ramos industriales vendrán a la escuela. La instrucción industrial debe incluir contabilidad, carpintería, y todo lo que tenga que ver con trabajo de granja. También deben hacerse los preparativos para enseñar herrería, pintura, fabricación de zapatos, culinaria, panadería, trabajo de lavandería, el arte de tejer y remendar, dactilografía e imprenta. (49)Toda facultad que está a nuestra
    disposición ha de ser puesta en esta obra de preparar a los alumnos, a fin de
    que salgan equipados para los deberes prácticos de la vida. . .
    La labor misionera es la preparación más elevada
    «El Señor seguramente bendecirá a todos los que tratan de bendecir a otros.
    La escuela ha de ser conducida de tal manera que maestros y alumnos
    aumenten constantemente su capacidad por el uso fiel de los talentos que les
    son dados. Poniendo en uso práctico lo que han aprendido, crecerán
    constantemente en sabiduría y conocimiento. Hemos de aprender del Libro
    de los libros los principios conforme a los cuales debemos 404 vivir y trabajar.
    Consagrando a Dios todas las capacidades que nos fueron dadas por él, que
    es quien tiene el primer derecho de poseerlas, haremos hermosos progresos
    en todo lo que sea digno de nuestra atención. . .
    «Nuestras escuelas deben ser conducidas bajo la supervisión de Dios. Hay
    una obra que debe hacerse por los jóvenes y las señoritas que todavía no se
    ha hecho. Existe un mayor número de jóvenes que necesitan tener las
    ventajas de nuestras escuelas. Ellos necesitan el curso de educación
    manual, que les enseñará a llevar una vida activa y enérgica. Nuestras
    escuelas deben realizar toda clase de trabajo. Los alumnos deben ser
    enseñados por directores sabios, juiciosos y temerosos de Dios. Todo ramo
    de labor ha de ser conducido de la manera más cabal y sistemática en que la
    larga experiencia y la sabiduría puedan capacitarnos a planear y ejecutar.
    «Despierten los maestros a la importancia de este tema, y enseñen
    agricultura y otras industrias, lo cual es esencial que los alumnos entiendan.
    Tratad de obtener en todo departamento de trabajo los mejores resultados.
    Que la ciencia de la Palabra de Dios sea traída al trabajo a fin de que los
    alumnos entiendan los principios correctos, y alcancen las normas más altas
    que sea posible. Ejerced vuestras capacidades dadas por Dios, y contribuid
    con todas vuestras energías al desarrollo de la granja del Señor. Estudiad y
    trabajad, a fin de que, como resultado de la siembra de la semilla, se obtenga
    el máximo beneficio, y así haya abundante provisión de alimento, tanto
    temporal como espiritual, para el número creciente de estudiantes que deben
    reunirse con el objeto de ser preparados como obreros cristianos».* (50)405
    Los campos están blancos para la siega
    A medida que los obreros de las colonias australasianas y los que trabajaban
    en las islas del Pacífico siguieron avanzando hacia nuevos territorios, iba
    aumentando su convicción de que debía realizarse todo esfuerzo posible
    para educar a muchos obreros para la cosecha.
    «Por todo nuestro alrededor -declaró la Sra. White en una ocasión en 1898,
    mientras asistía a un congreso campestre maravillosamente inspirador
    celebrado en la Asociación recientemente formada de Queensland- existen
    campos blancos para la siega; y todos nosotros sentimos un intenso deseo
    de que estos campos sean trabajados, y de que el estandarte de la verdad
    sea levantado en toda ciudad y toda aldea.
    «Al estudiar nosotros la vastedad de la obra y la urgencia de entrar en estos
    campos sin demora, vemos que se necesitan centenares de obreros donde
    ahora hoy sólo dos o tres, y que no debemos perder tiempo antes de edificar
    las instituciones donde deben prepararse y educarse obreros».*(51)
    Y cuando la junta directiva de la Unión Australasiana, a la luz de las
    providencias divinas que abrían puertas, estudió de nuevo su deber de
    ocupar nuevos territorios, «reconoció que la escuela, el sanatorio y la fábrica
    de productos alimenticios eran tres agentes que trabajaban armoniosamente
    en la educación y la preparación de misioneros destinados al campo propio y
    al extranjero, los cuales debían salir preparados para ministrar las
    necesidades físicas, mentales y morales de sus semejantes». En su informe
    a los lectores de la Review con respecto a este paso de progreso dado por
    406 sus hermanos de Australia, la Sra. White escribió: «Todos nosotros
    sentimos que la obra es urgente. No hay ninguna parte de ella que pueda
    esperar. Todo debe progresar sin demora».
    En ocasiones, durante los años de ardua labor invertidos en formar un
    numeroso grupo de creyentes en Australasia, y en establecer centros donde
    los jóvenes pudieran ser preparados como obreros para Dios, la Sra. White y
    sus asociados captaron vislumbres de lo que el futuro tenía en reserva para
    esa porción del amplio campo de la siega. Los pioneros de ese campo los
    -pastores Haskell, Corliss, Israel, Daniells, y otros- habían reconocido muy
    pronto la posibilidad de levantar allí mismo obreros que pudieran entrar en las
    islas circunvecinas de la Polinesia, de la Melanesia y la Micronesia. Pero
    hacia fines de la década del noventa, cuando los diversos ramos de la causa
    de la verdad presente -el ramo de las publicaciones, el educacional y el
    médico-, se estaban estableciendo bien, y muchos jóvenes surgían como
    obreros, los hermanos que estaban a cargo de la Unión Australasiana vieron
    más y más claramente las oportunidades de servicio que los rodeaban.
    Estas posibilidades del futuro fueron bosquejadas ampliamente por la Sra.
    White en comunicaciones dirigidas a los dirigentes de la causa de Dios
    reunidos en el congreso de la Asociación General en la primera parte de
  54. «Nuestros hermanos no han discernido el hecho de que al ayudarnos
    -les escribió ella concerniente al valor de mantener fuertes centros de
    preparación de obreros en Australasia -se están ayudando a sí mismos. Lo
    que se dé para comenzar la obra aquí, resultará en el fortalecimiento de la
    obra en otros lugares. A medida que vuestros donativos nos liberen de
    continuos problemas, permitirán que nuestras labores 407 se extiendan;
    habrá una recolección de almas, se establecerán iglesias, y la obra seguirá
    creciendo en fortaleza financiera. Tendremos suficientes medios no
    solamente para llevar adelante la obra aquí, sino para ayudar a otros
    campos. No se gana nada con retener los medios que nos capacitarían para
    trabajar con ventaja, extendiendo el conocimiento de Dios y los triunfos de la
    verdad en regiones lejanas.(52) Un centro de preparación para campos misioneros En representación de los hermanos y hermanas de Australasia que estaban ansiosos de compartir las cargas del esfuerzo misionero en las regiones lejanas, el pastor A. G. Daniells, en ese tiempo presidente de la Unión Australasiana, informó al congreso de la Asociación General de 1899 el rápido desarrollo que se realizaba, y la sólida fe que todos tenían en su capacidad para unirse con sus colaboradores de los Estados Unidos y Europa a fin de llevar el mensaje del tercer ángel a territorios misioneros. «Nosotros en Australasia -escribió él-, hemos sido lentos en captar el significado de la providencia de Dios al mantener a su sierva, la Hna. White, en este país. Cuando ella vino, todos pensaron que estaba haciéndonos solamente una breve visita. Así también lo pensaba ella. Pero el Señor sabía mejor. El la colocó en este país, y no hace que la nube [que guiaba al pueblo] se levante y se mueva a otra parte. «Desde el momento en que ella llegó, Dios ha estado instruyéndola con respecto a la obra aquí. El ha señalado los errores de nuestros métodos de trabajo. El ha permitido que se coloque otro molde a la obra que 408 se hace en todo el campo. El ha amonestado constantemente a avanzar, a abrirse paso por partes. Todo el tiempo él está dirigiéndonos, e instándonos a ampliar nuestra obra. El ha dado a su sierva una gran preocupación con respecto a la obra educacional. Ha sido terrible la lucha que ha significado realizar lo que Dios ha revelado con sencillez que debía hacerse. Satanás ha disputado cada pulgada de terreno; pero Dios nos ha dado muchas victorias. El ha establecido la escuela de Avondale, y tenemos las más claras evidencias de que él será glorificado en ella. El ha dado detenidas instrucciones con respecto a su ubicación, objeto y dirección. Ahora él nos dice que andamos en la luz que él ha dado, Avondale llegará a ser el centro de preparación para muchos campos misioneros. La mano de Dios está en todas estas cosas. Nos estamos esforzando por despertar a nuestro pueblo para que entienda la situación, y para que haga todo lo que está a su alcance para sostener la obra. Los hermanos están respondiendo con nobleza; pero nuestros recursos visibles son pequeños para la gran obra que se nos insta a realizar. . . «Tenemos un ejército de jóvenes y señoritas inteligentes, ansiosos de prepararse para la obra de Dios. Creemos que en poco tiempo podremos proporcionar un gran número de obreros valiosos para varios campos misioneros que se hallan bajo la bandera británica. El Señor nos está revelando esto por medio del espíritu de profecía, y el hará que esto ocurra».(53)
    En un discurso sobre la escuela de Avondale y su obra, dado el sábado 22 de
    julio de 1899 por la tarde ante el congreso de la Unión Australasiana de ese
    año, la Sra. White destacó considerablemente el carácter 409 misionero de
    la obra que ha de hacerse aquí. Ella dijo:
    «Dios se ha propuesto que este lugar llegue a ser un centro, una lección
    objetiva. Nuestra escuela no ha de establecerse de acuerdo con el modelo de
    cualquier otra escuela que haya sido fundada en los Estados Unidos, o de
    cualquier otra escuela que haya sido establecida en este país. Estamos
    mirando al Sol de justicia, y tratando de captar cada rayo de luz que
    podamos. . .
    «De este centro hemos de enviar misioneros. Aquí han de ser educados y
    preparados, y enviados a las islas del mar y a otros países. El Señor quiere
    que nos preparemos para el trabajo misionero. . .
    «Hay una obra grande y extensa que realizar. Algunos de los que están acá
    pueden sentir que ellos tienen la obligación de ir a la China o a otros lugares
    a proclamar el mensaje. Estos deben en primer lugar asumir la posición de
    quienes aprenden, y así ser probados».(54) Y este ideal la preparación de muchos obreros cristianos para los campos misioneros necesitados y lejanos fue continuamente mantenido delante de los que sostenían la escuela de Avondale, y constituye el ideal que ha caracterizado la obra allí en los años que siguieron, como lo indica el propio nombre que la escuela ahora lleva: «Colegio Misionero Australasiano». «Hemos avanzado por fe y hemos hecho grandes progresos escribió la Sra. White al final de 1899, porque hemos visto lo que debía hacerse, y nos hemos atrevido a no dudar. Pero hemos hecho la mitad de lo que debe hacerse. No estamos todavía en terreno ventajoso. Hay una gran obra delante de nosotros. En todo 410 nuestro derredor hay almas que anhelan la luz y la verdad; ¿y cómo han de ser alcanzadas?. . . «Mis hermanos y hermanas de Australasia, hay una obra en cada ciudad y en cada suburbio que debe hacerse para presentar el mensaje de misericordia al mundo caído. Y mientras tratamos de trabajar en estos campos necesitados, nos llega el clamor de naciones distantes: ‘Venid y ayudadnos. Esos campos no pueden alcanzarse tan fácilmente, y tal vez no estén tan listos para la cosecha como los campos que se hallan ante nuestra vista, pero no deben ser descuidados. Necesitamos impulsar los triunfos de la cruz. Nuestro santo y seña ha de ser: ‘¡Adelante, siempre adelante!’ No podemos deponer nunca nuestra preocupación por las regiones lejanas hasta que toda la tierra sea alumbrada con la gloria del Señor. «Pero ¿qué podemos hacer nosotros? Nos sentamos a considerar el asunto, oramos, y hacemos planes de cómo empezar la obra en los lugares que nos rodean. ¿Dónde están los fieles misioneros que llevarán esta obra adelante? ¿Y cómo será sostenida? «Por encima de todo, ¿Cómo deben educarse esos misioneros? ¿Cómo deben prepararse para entrar en los campos que se abren? Aquí está nuestro mayor problema. Por lo tanto nuestra ansiedad especial se centra en nuestra escuela de Avondale. Debemos proporcionar aquí facilidades adecuadas para educar a obreros en diferentes ramos. Vemos jóvenes que poseen cualidades tales que, si pueden educarse y desarrollarse adecuadamente, los habilitarán para llegar a ser obreros juntamente con Dios. Debemos darles la oportunidad. Algunos están colocando alumnos en nuestra escuela, y están ayudándoles a sufragar sus gastos, a fin de que lleguen a ser obreros en alguna parte de la viña del Señor. Mucho más debe hacerse en 411 este sentido, y deben realizarse esfuerzos e favor de aquellos a quienes nuestros obreros enviaran desde las islas para ser preparados como misioneros. «En lo futuro más que en lo pasado nuestra escuela debe ser un agente misionero activo, como el Señor ha especificado. . . Debemos tener veinte veces más obreros para suplir la necesidad, tanto en nuestro país como en los territorios extranjeros. Por lo tanto, la escuela de Avondale no debe ser restringida en lo que se refiere a edificios y equipo».(55)
    Después de muchos años
    Desde 1901 a 1909 el profesor C. W. Irwin actuó como director de la escuela
    de Avondale. En su informe a la Asociación General de 1909 presentó un
    testimonio del cumplimiento de lo que se había dicho que iba a ocurrir en la
    propiedad de Avondale, como sigue:
    «A medida que el tiempo ha pasado, y al tener la oportunidad de observar el
    desarrollo de la obra, podemos afirmar con absoluta certeza, a base de
    nuestra experiencia, que Dios dirigió la selección de este lugar. Todo lo que
    se dijo acerca de la ubicación de la escuela en este lugar se ha cumplido;
    absolutamente todo».
    El profesor Irwin declaró más adelante: «Los hermanos, en consejo con la
    Hna. White, habían realizado planes tan amplios y liberales para la escuela,
    que a través de mis ocho años de relación con la misma, nunca he
    necesitado cambiar uno solo de los planes que ellos habían trazado. Dios ha
    dirigido el establecimiento de la obra aquí; y todo lo que hemos tratado de
    hacer estos ocho años, ha sido sencillamente el amplio de los planes hechos.
    Yo creo 412 que este desarrollo ha demostrado que la instrucción de Dios es
    cierta.
    » Necesariamente se deduce que al iniciar una escuela de este género en un
    campo donde la feligresía era pequeña, y donde los hermanos habían estado
    pasando por una seria dificultad financiera, se incurriría en una gran deuda
    de unos $23.000 dólares sobre la escuela. Fue aproximadamente en ese
    tiempo cuando se lanzó el plan de vender el libro Palabras de vida del gran
    Maestro, y nuestros hermanos en ese país se abocaron a la tarea con
    ferviente propósito de realizar la instrucción necesaria. Como resultado de
    sus esfuerzos, hasta ahora se han recibido más de $20.000 dólares como
    producto de la venta de ese libro para la escuela. Cuando empezamos,
    prácticamente toda la deuda original de $23.000, había sido liquidada
    mediante la venta de Palabras de vida del gran Maestro. . .
    «Al principio de esta campaña, el valor de la escuela de Avondale era de unos
    $23.000 dólares. El valor actual de la escuela [1909] gira en torno a $67.000.
    Añadiendo $20.00 dólares, la cantidad que se ha recibido, a los $23.000 del
    valor real, se tiene $43.000 dólares. Sustrayendo esta suma, de $67.000
    dólares, que representa el valor real, vemos que la escuela ha ganado,
    durante los ocho años pasados, en torno a $24.000 dólares. Esto prueba que
    vale la pena tener escuelas industriales.
    «Cuando comenzamos nuestra obra en esta escuela, hace ocho años, los
    estudiantes estaban ganando alrededor de $2.000 dólares por año en el
    trabajo industrial; esto es, trabajaban suficiente para recibir un crédito de
    $2.000 dólares por año. Ese trabajo ha crecido en forma constante desde
    ese día hasta hoy, de manera que cuando tuvimos nuestro último informe
    financiero el 30 de septiembre de 1908, se reveló que 413 los estudiantes,
    durante el año anterior, habían ganado $20.000 dólares de su educación».*
    (56) . . . Desde la inauguración del trabajo con Palabras de vida del gran
    Maestro, nunca hemos solicitado un centavo de donativos del campo.
    Creeemos que cuando el Señor dice que una escuela industrial puede
    dirigirse con éxito financiero así como de otro tipo, la única cosa que
    debemos hacer es aceptar y probar lo que él nos ha dicho que es cierto.
    «Me doy cuenta, sin embargo, de que las cifras financieras no son
    necesariamente la mejor señal de progreso en una escuela. Se dijo en ese
    tiempo, también, que esta escuela había de preparar misioneros para ir a
    varios campos y, como sabéis, nosotros en Australia tenemos un amplio
    campo misionero, que representa a muchos millones de personas . . ., entre
    65 y 70 millones. La mayor parte son nativos, que deben ser alcanzados con
    la verdad presente. Hace cinco años no teníamos más que dos o tres
    obreros de la escuela de Avondale en estos campos misioneros, pero
    actualmente hay en éstos casi treinta jóvenes de nuestra escuela que están
    empeñados en una activa labor».(57) Durante el congreso de la Asociación General de 1913, el pastor J. E. Fulton informó concerniente a la escuela de Avondale: «Cada año esta institución proporciona 414 nuevos reclutas para nuestro campo. Muchos que en años anteriores fueron estudiantes en esta escuela están ahora haciendo un trabajo de éxito tanto en nuestro país como en los territorios extranjeros.»(58) 415
  55. A Través del Sur Rumbo al Congreso de la Asociación
    General de 1901
    «NUESTROS esfuerzos en los ramos misioneros deben ser mucho más
    extensos escribió, la Sra. White poco tiempo antes de regresar a los Estados
    Unidos el año 1900. Antes de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo
    debe hacerse una obra más decidida de la que se ha hecho. El pueblo de
    Dios no ha de cesar en sus labores hasta que circuya el mundo».
    «Resuene por nuestras iglesias el mensaje evangélico convocándolas a una
    acción universal. Muestren los miembros de iglesia una fe mayor, obtengan
    celo de sus aliados invisibles y celestiales, por el conocimiento de sus
    interminables recursos, por la grandeza de la tarea en que están empeñados,
    y por el poder de su Líder. Los que se colocan bajo el dominio de Dios, para
    ser dirigidos y guiados por él captarán una visión de la continua sucesión de
    acontecimientos ordenados por él. Inspirados por el Espíritu de Aquel que
    dio su vida por la vida del mundo, no permanecerán inactivos en la
    impotencia, señalando lo que no pueden hacer. Poniéndose la armadura del
    cielo, avanzarán a la lucha, deseosos de hacer y de atreverse a emprender
    trabajos para Dios, sabiendo que su Omnipotencia suplirá sus necesidades».*
    (59)416
    Centros de influencia y de preparación
    Con el rápido desarrollo de las operaciones misioneras en muchos países
    durante la década del noventa, habían surgido problemas administrativos,
    con respecto a la distribución de obreros y de medios que causaban
    perplejidad. Algunos defendían un procedimiento, otros otro. Había personas
    que insistían en la ocupación inmediata de las fortalezas del paganismo por
    grandes fuerzas de obreros, mientras que otros defendían el procedimiento
    de llevar adelante campañas en regiones no ocupadas del país natal, como
    por ejemplo, los Estados del sur de Norteamérica, y los países donde los
    esfuerzos de los obreros eran recompensados con resultados animadores e
    importantes. Estos defendían la idea de que se entrara en los países
    misioneros difíciles tan sólo cuando la providencia de Dios abriera con
    claridad el camino.
    Por varios años la Sra. White habla estado escribiendo con respecto a las
    ventajas que se obtienen estableciendo centros de influencia y de
    preparación en Inglaterra y en algunos de los países continentales de
    Europa, y en otros campos como Australia, donde había buenas perspectivas
    de formar y educar a muchachos obreros para entrar en las regiones
    distantes menos favorecidas. También ella había estado aconsejando a los
    hermanos que condujeran una campaña agresiva en los Estados del sur, y a
    menudo había rogado que esta porción del campo fuera tratada liberalmente.
    «Constituye la verdadera esencia de toda fe correcta escribió ella el hacer lo
    que corresponde al debido tiempo. Dios es el gran Obrero Maestro, y por su
    providencia él prepara el ánimo para que su obra sea realizada. El
    proporciona oportunidades, y abre 417 líneas de influencia y canales de
    trabajo. Si su pueblo está observando las indicaciones de su providencia, y
    está listo para cooperar con él, verá realizarse una gran obra. Los esfuerzos
    de sus hijos, dirigidos en forma correcta, producirán resultados cien veces
    mayores de los que se puede lograr con los mismos medios y facilidades en
    otro canal en el cual Dios no está trabajando manifiestamente. . .
    «Ciertos países tienen ventajas que los señalan como centros de educación e
    influencia. En las naciones de habla inglesa y en los países protestantes de
    Europa es comparativamente fácil encontrar acceso a la gente, y hay mucha
    ventaja al establecer instituciones y hacer progresar nuestra obra en los
    mismos. En algunos países, como la India y la China, los obreros deben
    pasar por un largo curso de educación antes que el pueblo pueda
    entenderlos, o que ellos puedan en tender al pueblo. Y en cada caso existen
    grandes dificultades en la obra. En Estados Unidos, Australia, Inglaterra y
    algunos otros países europeos, muchos de estos impedimentos no
    existe’.(60) Oportunidades especiales en el sur Durante su viaje al congreso de la Asociación General de 1901, la Sra. White tuvo ocasión de pasar por los Estados del sur, y de hablar palabras de ánimo y consejo a los que estaban trabajando allí. En Vicksburg, Mississippi, se puso ella en directo contacto con la obra que se realiza en favor de los negros, con centro en esa ciudad. En Nashville se encontró con un grupo mayor de obreros, que estaban estudiando diligentemente las necesidades de la causa en los Estados del sur, e inaugurando muchas líneas de trabajo. 418 El Gospel Herald, que antes se imprimía en Battle Creek, se había trasladado a Nashville, y se estaban considerando las ventajas de publicar folletos y libros para la zona sur de Nashville. Acerca de esto la Sra. White testificó: «A medida que la obra sea llevada adelante se abrirán muchos ramos de actividad. Hay mucho trabado que hacer en el sur, y con el propósito de realizar esta obra los obreros deben tener publicaciones adecuadas, libros que presenten la verdad en un lenguaje sencillo, y abundantemente ilustrados. Esta clase de publicaciones serán el medio más efectivo de mantener delante de la gente la verdad. Un sermón puede predicarse y olvidarse pronto, pero un libro permanece».(61)
    En comunicaciones escritas pocos meses más tarde sobre la necesidad de
    planear con sabiduría para la conducción de una casa editora en el sur, se
    señaló claramente que los hermanos responsables en ese campo
    cosecharán una rica bendición al preparar y publicar una línea de impresos
    especialmente adaptados a las necesidades particulares de las diversas
    clases que viven en sus límites.
    En mayo de 1901 se organizó la Southern Publishing Association (Casa
    Editora del Sur), y se trazaron planes para el fortalecimiento de la obra del
    colportaje en la Unión del Sur. Pero la publicación y circulación de impresos
    especialmente preparados no sería la única cosa que llenaría la demanda del
    campo. «Necesitamos escuelas en el sur declaró la Hna. White. Estas deben
    establecerse lejos de la ciudad, en el campo. Debe haber escuelas
    industriales y educacionales, donde los negros puedan enseñar a los negros,
    y escuelas donde los blancos enseñen a la gente blanca. 419
    Deben establecerse misiones».(62) También debe emprenderse obra misionera médica, y muchos pequeños centros deben establecerse en puntos estratégicos para llevar adelante este ramo del esfuerzo. Preparación institucional en muchos países No solamente en el sur se necesitaban instituciones para la educación de obreros. Debían establecerse centros de preparación en muchos países: «En Inglaterra, Australia, Alemania, Escandinavia, y otros países continentales, a medida que avance la obra». «En estos países señaló la Sra. White, el Señor tiene obreros capaces, trabajadores de experiencia. Estos pueden guiar en el establecimiento de instituciones, en la preparación de obreros y en la realización de la obra en sus diferentes ramos. Dios se propone que ellos sean provistos de medios y facilidades. Las instituciones establecidas darían carácter a la obra en esas naciones, y brindarían la oportunidad de preparar obreros para los países paganos que están más en tinieblas. De esta manera la eficiencia de nuestros obreros experimentados sería multiplicada cien veces tanto». (63)
    En tanto que habían de colocarse amplios fundamentos en tierras donde
    muchos obreros pudieran ser preparados rápidamente para ir a los extremos
    de la tierra, no habían de descuidarse las regiones menos favorecidas. Al
    respecto la Sra. White escribió: «Nos llega el clamor de campos lejanos:
    ‘Venid y ayudadnos’. Estas regiones no son alcanzadas tan fácilmente, y no
    están listas para la cosecha, como están los campos que se hallan más
    cercanos en el ámbito de nuestra 420 vista. Pero no deben ser
    descuidadas».(64) Fue el gran deseo de ver el mensaje de la verdad presente proclamado en todos los países lo que indujo a la Sra. White durante el congreso de la Asociación General de 1901 a delinear muy claramente el propósito de Dios de edificar su obra en forma amplia en las regiones favorecidas de la tierra. Fue su deseo ver el mensaje proclamado en las tierras paganas lo que la indujo a urgir el establecimiento de centros de preparación institucional en Gran Bretaña, y en el continente europeo, así como en Australia y en los Estados del sur de los Estados Unidos. Ella señaló la necedad de restringir la obra en tales lugares. «No olvidemos los países de habla inglesa aconsejó ella, donde, si se presentara la verdad, muchos la recibirían y la practicarían. Me ha sido presentada la ciudad de Londres reiteradamente como un lugar en el cual debe hacerse una gran obra. . . ¿Por qué no se han enviado obreros allí, hombres y mujeres que podrían haber planificado el avance de la obra?» Misioneros de sostén propio Me he preguntado por qué nuestro pueblo, los que no están ordenados como ministros pero que tienen una relación con Dios, que entienden las Escrituras, no abren la Palabra a otras personas. Si ellos se ocuparan en esta tarea, sus almas recibirían una gran bendición. . . «Nadie suponga que la obra en Londres puede ser realizada por una o dos personas. Este no es el plan correcto. Aunque debe haber personas que puedan supervisar el trabajo, ha de haber un ejército de obreros que luchen para alcanzar las diferentes clases de gente. . . 421 «Dios pide que su pueblo despierte. Hay mucha obra que realizar, y nadie ha de decir: ‘No queremos a éste. El nos obstruirá el camino. El nos será un estorbo’. ¿No puede Dios encargarse de esto? ¿No hay en esta congregación hermanos que se establezcan en Londres para trabajar por el Maestro? ¿No hay personas que vayan a esa gran ciudad como misioneros de sostén propio? Pero aunque los misioneros han de hacer todo lo que puedan para hacer obra de sostén propio, los que permanecen aquí, los que sábado tras sábado asisten al Tabernáculo para escuchar la Palabra de Dios, los que tienen facilidades y ventajas, cuiden cómo les dicen a quienes son enviados a los campos extranjeros, carentes de toda facilidad y ventaja: ‘Debéis sosteneros a vosotros mismos’. . . «El campo europeo debe recibir la atención que debe tener y no hemos de olvidarnos de los campos cercanos. ¡Considerad a Nueva York! ¿Qué representación de la verdad hay en esa ciudad? ¿Cuánta ayuda se ha enviado hacia allí? Debe establecerse allí nuestra obra educacional y médica, y hay que dar ayuda financiera para esta obra. . . «Dios desea que la obra avance en Nueva York. Debe haber millares de observadores del sábado en ese lugar, y los habría si la obra se hiciera avanzar como debiera. Pero surgen prejuicios. Los hombres quieren que la obra marche de acuerdo con los planes [trazados], y rehúsan aceptar otros planes mayores de parte de otros. Así se pierden oportunidades. En Nueva York debería haber varios pequeños grupos establecidos, y deben enviarse obreros allí. El hecho de que un hombre no esté ordenado como predicador no significa que él no puede trabajar para Dios. Enséñese a los tales cómo trabajar, y entonces permítase que vaya a hacer la obra. Al regresar, cuenten ellos lo que han 422 hecho. Alaben al Señor por sus bendiciones, y vayan de nuevo otra vez. Anímeselos. Unas pocas palabras de estímulo serán una inspiración para ellos» .(65)
    Reorganización
    A fin de que la causa de Dios pudiera prosperar, era imperativo que la
    administración fuera de tal naturaleza que permitiera el máximo desarrollo
    posible en todos los ramos de servicio. «Dios desea que su obra sea un poder
    que vaya surgiendo, ampliándose y engrandeciéndose -declaró la Sra. White
    durante una reunión de junta un día antes que se hiciera la apertura oficial del
    congreso de la Asociación General-. Pero la dirección de la obra se está
    haciendo confusa en sí misma. . . Dios pide que haya un cambio».(66) En el primer día del congreso, la Sra. White habló algo más acerca de estos asuntos. «Debe darse más fuerza a la administración de la Asociación. . . Dios no ha colocado ningún poder monárquico en nuestras filas para controlar esta rama o la otra rama de la obra. La obra ha sido grandemente restringida por los esfuerzos para controlarla en todos los ramos. Aquí hay una viña que presenta lugares desiertos en los cuales no se ha trabajado. Y si alguno ha de empezar a labrar estos lugares en el nombre del Señor, a menos que obtenga permiso de los hombres que están en un pequeño círculo de autoridad no recibirá ninguna ayuda. Pero Dios se propone que sus obreros tengan ayuda. Si cien empezaran en una misión a trabajar estos campos destituidos, clamando a Dios, él abriría el camino delante de ellos. . . Si la obra no hubiera sido restringida de esta forma,. . . habría avanzado 423 con majestad. Habría progresado con debilidad al comienzo, pero el Dios del cielo vive; el gran Inspector vive. . . «Debe haber una renovación, una reorganización; deben otorgarse un poder y una fuerza a las juntas directivas, que son necesarios».(67)
    Unos pocos días más tarde, cuando se propuso organizar el campo del sur
    como una unión fuerte, la Sra. White, en otro discurso ante los delegados
    dijo:
    «Los arreglos que se están haciendo para ese campo están de acuerdo con
    la luz que me ha sido dada. Dios desea que el campo del sur tenga una
    asociación propia. La obra debe llevarse a cabo allí en forma diferente de la
    obra que se hace en cualquier otro lugar. Los obreros allí deben trabajar con
    planes propios, y sin embargo la obra será realizada. . .
    «El Señor de Israel nos unirá a todos. La organización de nuevas
    asociaciones no ha de separarnos. Ha de unirnos. Las asociaciones que se
    han formado han de depender poderosamente del Señor, de manera que por
    medio de ellas Dios pueda revelar su poder, haciendo de los hombres
    excelentes ejemplos de cómo llevar frutos».(68) En años posteriores, cuando los hermanos responsables estaban poniendo en práctica en forma más o menos completa estos planes, la Sra. White en muchas ocasiones se regocijó por el éxito que estaba coronando los esfuerzos de un ejército de obreros cuya preparación para el servicio había sido obtenida en fuertes centros de preparación de Norteamérica, Europa y Australasia. Grande fue el regocijo de la Sra. White cuando los 424 informes de nuestros misioneros en la China indicaron que el Señor iba delante de nuestros obreros en ese país de una manera especial, preparando los corazones de los paganos para la recepción de la verdad presente. A medida que Dios abría el camino en campos donde en años anteriores había sido difícil entrar, ella instó a los hermanos responsables de hacer todo lo que estaba a su alcance para cooperar con los agentes celestiales que se hallaban manifiestamente activos en los lugares oscuros de la tierra. Al mismo tiempo ella continuó animando a los que tenían que ver con la obra de las instituciones, a mantener delante de los jóvenes que se preparaban los altos ideales por los cuales nuestras instituciones denominacionales se habían afanado, y a redoblar sus esfuerzos para preparar a muchos obreros a fin de que entraran en los campos que maduraban para la cosecha. De esta manera, el país que servía de base, ora estuviera en América, Europa o Australasia, o en otros países favorecidos, había de estar vinculado estrechamente con las regiones lejanas; y todas las agencias establecidas para el progreso de la causa de Dios habían de cooperar para la realización de un solo propósito: la preparación de un pueblo para la venida del Señor.425 53.En la Capital de Estados Unidos LA DESTRUCCIÓN por fuego, ocurrida en un mismo año, de los principales edificios de dos de las instituciones más importantes de Battle Creek, Michigan, indujeron a los hermanos a estudiar las ventajas que habría para la causa de Dios en el traslado de la sede denominacional y de la casa editora Review and Herald a algún otro lugar. Este problema se presentó ante los delegados reunidos en el congreso de la Asociación General de 1903. Se instó a los hermanos a que expresaran libremente sus convicciones en cuanto a lo que convenía hacer. Mientras estaban en consejo, la Sra. White, que asistía como delegado, presentó un testimonio decidido en favor de adoptar un procedimiento que resultara en una diseminación amplia de las verdades del mensaje del tercer ángel. Ella llamó la atención a los consejos a menudo repetidos de establecer centros de influencia en puntos estratégicos, y de hacer arreglos para una sabia distribución de las fuerzas de obreros, más bien que seguir los planes tendientes a la centralización. Las estacas debían ser fortalecidas sólo para que las cuerdas fueran alargadas. Desde centros establecidos, la influencia de la verdad presente había de extenderse a todo el mundo. La Sra. White dijo, en parte: 426 «¿Querrán los que están reunidos en Battle Creek escuchar la Voz que les habla, y entender que han de esparcirse en diferentes lugares, donde puedan hacer posible que irradie el conocimiento de la verdad, y donde puedan obtener una experiencia diferente de la que han estado obteniendo? «En respuesta a la pregunta que fue hecha con respecto al establecimiento [de la sede y las instituciones de Battle Creek] en otro lugar, yo contesto: Sí. Sean trasladadas las oficinas de la Asociación General y de la obra de publicaciones de Battle Creek a otro lugar. No sé cuál será el lugar, si debiera ser sobre la costa del Atlántico o en alguna otra parte; pero esto es lo que diré: Nunca pongáis una piedra o un ladrillo más en Battle Creek para reedificar la oficina de la Review. Dios tiene un lugar mejor para ella».(69)
    De Battle Creek hacia el este
    Antes de terminar el congreso de la Asociación General del año 1903 los
    delegados habían votado:
    «Que las oficinas de la Asociación General sean trasladadas de Battle Creek,
    Michigan, a algún otro lugar favorable para su obra en los Estados del
    Atlántico».(70) Inmediatamente después de la finalización de la sesión del congreso, la junta directiva de la Asociación General tomó el siguiente acuerdo: «Votado, que favorezcamos el establecimiento de la sede de la Asociación General en las vecindades de la ciudad de Nueva York».(71)
    Y en la cuadragesimotercera reunión anual de la 427 Review and Herald
    Publishing Association, celebrada el 21 de abril de 1903, se adoptaron
    recomendaciones tendientes a la transferencia de la obra de esa asociación a
    algún otro punto de los Estados del este.
    Al discutir estas recomendaciones, se reiteró el propósito señalado durante el
    congreso de la Asociación General: colocar la institución donde pueda dar al
    mensaje del tercer ángel una publicidad mundial. Uno de los miembros de la
    comisión de resoluciones declaró, en apoyo de la recomendación ofrecida:
    «¿Por qué hablamos del traslado de esta institución? ¿No es acaso para
    establecernos donde podamos hacer la obra confiada a nosotros en forma
    más ventajosa? ¿No es para ubicarnos donde . . . podamos acelerar el
    avance de nuestro mensaje por todo el mundo, y llevar nuestra obra a una
    gloriosa consumación?»(72) En busca de un lugar Como paso preliminar de la tarea de poner en efecto las recomendaciones del congreso y de los accionistas de la Review and Herald, hombres representativos fueron elegidos para servir como miembros de una comisión de locación. Antes de comenzar con su trabajo, escribieron ellos a la Sra. White, pidiéndole que les comunicara cualquier luz definida que ella tuviera con respecto al lugar exacto a donde debieran mudar los intereses de la obra de publicaciones. En su primera respuesta a su pedido, la Sra. White escribió: «No tengo ninguna luz especial, salvo lo que habéis recibido, con referencia a Nueva York y las otras grandes ciudades que no han sido trabajadas. Deben hacerse esfuerzos decididos en Washington, D. C. Es triste el informe que tenemos actualmente, que muestra 428 cuán poco se ha realizado allí. Será mejor considerar lo que puede hacerse por esta ciudad, y ver qué procedimiento sería el más apropiado. «Ya se han presentado claros testimonios en cuanto a la necesidad de hacer esfuerzos resueltos para presentar la luz a los habitantes de Washington. . . «Quiera el Señor ayudarnos a movernos inteligentemente y con oración. Yo estoy segura de que él anhela que sepamos, y bien pronto dónde debemos colocar nuestra casa editora. Estoy satisfecha con el hecho de que nuestra única conducta segura es estar listos para movernos en el preciso momento cuando se mueve la nube. Oremos porque el Señor nos dirija. El nos ha indicado, por su providencia, que quiere que abandonemos Battle Creek… «Se debe trabajar en Nueva York, pero si nuestra casa editora debe establecerse allí, no lo sé. No considero la luz que he recibido lo suficientemente definida como para favorecer ese movimiento. «Elevemos todos nuestro corazón a Dios en oración, teniendo fe de que él nos guiará. ¿Qué más podemos hacer? Dejemos que él nos indique dónde establecer la casa editora. Que no prevalezca nuestra propia voluntad, sino que hemos de buscar al Señor, y seguir en pos de él donde él abra el camino».(73)
    La comisión se reunió en la ciudad de Nueva York el 18 de mayo de 1903,
    trazó sus planes, y empezó de inmediato una inspección de las propiedades
    disponibles que había en los lugares suburbanos, y a lo largo del estrecho y
    del río Hudson. Día tras día continuaron su búsqueda, hasta que finalmente
    comenzaron a perder la esperanza de encontrar alguna cosa adecuada para
    sus necesidades. Dos o tres miembros del grupo 429 habían regresado ya a
    Battle Creek cuando se recibió una segunda carta de la Sra. White en la cual
    ella daba los siguientes consejos adicionales:
    «Anoche me fueron presentadas muchas cosas con respecto a nuestros
    actuales peligros, y algunas cosas relativas a la obra de publicaciones fueron
    traídas muy distintamente a mi mente.
    «Mientras nuestros hermanos buscan dónde ubicar la casa editora Review
    and Herald, han de buscar fervientemente al Señor, actuar con cuidado,
    vigilancia y oración, y con un sentido constante de su propia debilidad. No
    debemos depender del juicio humano. Debemos buscar la sabiduría que
    Dios da. . .
    «Con respecto a establecer la institución en Nueva York, debo decir: tened
    cuidado. No estoy en favor de que sea allí. No puedo dar todas las razones,
    pero estoy segura de que cualquier lugar a menos de cuarenta y cinco
    kilómetros de esa ciudad sería demasiado cercano. Estudiad los alrededores
    de otros lugares. Estoy segura de que debemos investigar cuidadosamente
    las ventajas de Washington, D. C.
    «Los obreros relacionados con la casa editora deben tener mucho cuidado.
    Nuestros jóvenes y señoritas no deben ser colocados donde estarían en
    peligro de ser entrampados por Satanás.
    «No debemos establecer esta institución en una ciudad, ni en los suburbios
    de una ciudad. Debe establecerse en un distrito rural, donde pueda estar
    rodeada de terreno. En los arreglos hechos para su establecimiento debe
    considerarse el clima . La institución debe estar ubicada donde la atmósfera
    sea saludable. A este asunto debemos darle un importante lugar en nuestras
    consideraciones, pues cualquiera sea el lugar donde se establezca la oficina
    de publicaciones, también debe ser adecuado para un pequeño sanatorio o
    430 para establecer una pequeña escuela agrícola. Por lo tanto, debemos
    encontrar un lugar que tenga suficiente terreno para estos propósitos. No
    debemos establecernos en un centro congestionado.
    «Hermanos míos, iniciad la obra en forma inteligente. Cada punto sea
    considerado cuidadosamente y con oración. Después de mucha oración y
    frecuente consulta los unos con los otros, actuad de acuerdo con el mejor
    juicio de todos. Que cada obrero sostenga a los demás. No desmayéis ni os
    desaniméis. Mantened vuestras facultades perceptivas agudas y claras,
    aprendiendo constantemente de Cristo, el Maestro que no puede errar».(74) Siendo que la comisión no había encontrado nada en la vecindad de Nueva York que llenara los requerimientos necesarios, y en vista de que en ambas cartas se aconsejaba que la comisión estudiara las ventajas de Washington, algunos miembros de la misma decidieron ir a esa ciudad, pero con poca esperanza de encontrar las ventajas deseadas. Sin embargo resultaron agradablemente sorprendidos. «No habíamos buscado lugar mucho tiempo -escribió uno de los miembros de la comisión-, antes de que comenzara a dominarnos la convicción de que, después de todo, Washington podía ser el lugar para nuestra sede. A medida que avanzábamos, esta convicción se hacía más profunda. Hemos encontrado condiciones aquí mucho más de acuerdo con el consejo recibido, que las que hallamos en ningún otro lugar».(75)
    Poco tiempo después de que los hermanos llegaran a esta convicción,
    recibieron una tercera carta de la 431 Sra. White, en la que ella decía:
    «Hemos estado orando por luz con respecto al lugar de nuestra obra en el
    este y hemos recibido esa luz de una manera muy decidida. Me fue dada luz
    positiva en el sentido de que nos serán ofrecidos en venta lugares en los
    cuales se ha gastado mucho dinero por parte de hombres que tenían dinero
    para usarlo con liberalidad. Los propietarios de estos lugares mueren, o su
    atención es llamada a algún otro objeto, y su propiedad se ofrece a la venta a
    un precio muy bajo.
    «Con respecto a Washington, diré que hace veinte años deberían haberse
    establecido monumentos conmemorativos para Dios en esa ciudad, o más
    bien en sus suburbios. . .
    «Estamos muchos años atrasados en dar el mensaje de advertencia en la
    ciudad que es la capital de nuestra nación. Una y otra vez el Señor me ha
    presentado a Washington como un lugar que ha sido extrañamente
    descuidado. . . Si hay un lugar en donde, por encima de otros, debe
    establecerse un sanatorio, y donde debe realizarse obra evangélica, es
    Washington. . .
    «Os presento este asunto como algo que me conmueve poderosamente. Una
    cosa es cierta: no nos veremos libres de cargo a menos que inmediatamente
    hagamos algo en Washington para representar a nuestra obra. No podré
    descansar hasta que no vea la verdad avanzando como una lámpara que
    arde. . .
    «Por la luz que me ha sido dada sé que, en este momento, la sede de la
    Review and Herald debe estar cerca de Washington. Si en nuestros libros y
    periódicos nuestro sello editorial tiene la dirección de Washington, D. C., se
    verá que no tenemos temor de permitir que nuestra luz brille. Establézcase la
    obra publicadora cerca de Washington. De esta manera mostraremos que
    estamos tratando de hacer lo que Dios nos ha pedido 432 para proclamar el
    último mensaje de misericordia a un mundo que perece».(76) Condiciones favorables en Takoma Park, D. C. Durante la parte final de julio de 1903, se reunieron en Washington, D. C., hermanos que representaban muchas partes del campo , y procedieron de inmediato a inspeccionar los alrededores alejados del distrito de Columbia para encontrar propiedades adecuadas. Mañana tras mañana, antes de salir, se reunían para orar con fervor en procura de dirección divina. Y sus oraciones fueron señaladamente contestadas. En Takoma Park, una de las ciudades más atractivas y saludables que hay cerca de Washington, se encontró una propiedad de 50 acres (unas 20 hectáreas), que parecía reunir todos los requisitos. El terreno, que se elevaba a unos 300 metros, distaba solamente unos 13 kilómetros del edificio del Capitolio y, como estaba en los límites de Takoma Park, tenía las ventajas de los servicios postales, de gas, agua, cloacas y calles. Al mismo tiempo estaba suficientemente aislado por tupidas arboledas para tener las ventajas adicionales de una propiedad de campo más bien retirada. La propiedad estaba cubierta por centenares de árboles silvestres, y a un costado de la misma y sin embargo dentro de sus límites, corría un pintoresco arroyo alimentado por fuentes vivas. En años anteriores esta propiedad había sido elegida por un médico de Boston para establecer un sanatorio, y en ella había gastado, incluyendo el precio de compra, unos 60.000 dólares. Con un costo elevado había limpiado la zona de malezas, troncos y desperdicios; pero no pudo financiar la empresa que se había 433 propuesto, y después de su muerte la propiedad había caído en manos de un caballero que tenía una hipoteca de 15.000 dólares garantizada por ese terreno, y estaba ahora ofreciéndolo por 6.000 dólares. Los hermanos sintieron que era su deber comprar sin demora esta hermosa propiedad, para hacer de esta manera factible el establecimiento de un sanatorio y una escuela cerca de la sede denominacional propuesta. Aunque la propiedad de Takoma Park, de unas 20 hectáreas, estaba situada a más de un kilómetro y medio fuera del límite del Distrito de Columbia, la comisión pudo comprar en la misma villa suficiente terreno dentro de la línea del distrito federal para servir como sede de la fábrica de la Review and Herald. Se obtuvieron lotes adyacentes para la administración de la Asociación General y para el edificio de la iglesia local, así como para el edificio de la escuela primaria. Así se estaba abriendo el camino, paso a paso, para el rápido traslado de la Review and Herald y de las oficinas de la Asociación General, desde Michigan a la capital de la nación. No pasaron más de unas pocas semanas antes que se hiciera la transferencia, y los hermanos se establecieron en edificios alquilados temporariamente en el corazón de la ciudad, hasta la erección de los edificios de Takoma Park. Un paso adelante «El traslado a Washington de la obra que hasta aquí se había hecho desde Battle Creek -escribió la Sra. White a los que se habían aventurado a hacer el traslado- es un paso en la debida dirección. Hemos de continuar avanzando hacia las regiones lejanas, donde el pueblo está en tinieblas espirituales».(77) 434
    Los que avanzaron por fe fueron recompensados ricamente; y a medida que
    trabajaban veían cada vez más claramente la sabiduría del paso que habían
    tomado. «A medida que pasan los meses -escribió el redactor de la Review
    en una nota, el 25 de febrero de 1904-, podemos ver con más claridad el
    significado del traslado de la sede de nuestra obra a Washington, y apreciar
    la oportunidad que se nos ofrece aquí de establecer monumentos
    conmemorativos de la verdad tales que ejerzan una amplia influencia en favor
    de este mensaje. Por la instrucción dada por el espíritu de profecía, es claro
    que todo ramo de la obra institucional -la obra de publicaciones, la
    educacional, y la médica- debe establecerse aquí de una manera
    representativa, y que ha de llevarse a cabo una obra de evangelismo
    continuo, de manera que pueda haber una representación adecuada de este
    mensaje como movimiento misionero en la capital de la nación y en la sede
    de nuestra obra denominacional».
    Palabras de ánimo
    En la primera parte de 1904 la Sra. White decidió ir a Washington, en
    persona, para pasar algunos meses allí mientras se echaran los cimientos.
    En el curso de su primer sermón, el sábado 30 de abril de 1904, ella dijo:
    «En la ciudad de Washington hay mucho que hacer. Estoy agradecida a Dios
    por el privilegio de ver la tierra que se ha comprado para nuestra obra
    institucional en este lugar. La adquisición de estos terrenos estaba en la
    providencia del Señor, y alabo a Dios porque nuestros hermanos han tenido
    la fe de dar este paso de avance. Al observar esta ciudad me doy cuenta de
    la magnitud de la obra que ha de hacerse. . .
    «Dios pide ahora que todo creyente que está en este centro realice su parte
    individual en ayudar a construir 435 la obra que debe hacerse».(78) Pocos días más tarde, la Sra. White; escribió: «El lugar que se ha obtenido para nuestra escuela y sanatorio es todo lo que podría desearse. La tierra se parece a las presentaciones que me ha mostrado el Señor. Está adecuada para su propósito. Hay amplio lugar para una escuela y un sanatorio, sin que ninguna de estas instituciones se vea limitada. . . «Se ha elegido para la oficina de publicaciones un buen sitio a una distancia prudencial del correo; y ha de encontrarse también un lugar de reuniones. Pareciera que Takoma Park ha sido especialmente preparada para nosotros, y que ha estado esperando ser ocupada por nuestras instituciones y sus obreros. «Mis esperanzas para este lugar son grandes. El territorio que rodea a Washington por kilómetros y kilómetros ha de ser trabajado desde aquí. Estoy tan agradecida de que la obra se va a establecer en este lugar. Si Cristo estuviera en este terreno, él diría: ‘Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega’ (Juan 4: 35)».(79)
    «Levantaos y edificad»
    Con el propósito de establecer un fuerte centro educacional en la sede de la
    denominación, los hermanos hallaron necesario hacer planes para reunir un
    fondo de 100.000 dólares. «La palabra de Dios a sus obreros de Washington
    es ésta: ‘Levantaos, y edificad’ -escribió la Sra. White en uno de sus
    llamamientos publicados en favor de este fondo-; y la palabra de Dios a este
    pueblo en todas las asociaciones es: ‘Fortaleced las manos de los que
    edifican’. La obra en Washington ha de avanzar en línea recta, sin demora ni
    obstáculo. 436 No se la detenga por falta de recursos».(80) Noblemente los hermanos y hermanas del mundo entero respondieron a los pedidos de fondos para establecer un centro fuerte para la preparación de obreros en la capital de la nación; tan noblemente, de hecho, que cuando los delegados al congreso de la Asociación General de 1905 se reunieron en el hermoso bosque que había sido comprado en Takoma Park, y presentaron los donativos de las asociaciones para el cierre del fondo, hallaron que la suma fijada había sido sobrepasada, y que disponían de un superávit para usarlo como subvenciones a las misiones. «Nos sentimos muy agradecidos a nuestro Padre celestial -declaró la Sra. White durante el congreso de 1905 en que se presentó el fondo- porque ha conmovido, mediante su Santo Espíritu, las mentes de los hermanos para dar tan liberalmente a favor del establecimiento de su obra en Washington. . . El pondrá su aprobación sobre los esfuerzos para adelantar su obra según los lineamientos que él mismo ha señalado». (81)437
  56. En el Sur de California
    «TODAS nuestras instituciones médicas se hallan establecidas como
    instituciones adventistas del séptimo día, para representar los diversos
    aspectos de la obra médico-misionera y evangélica, y así preparar el camino
    para la venida del Señor»,(82) escribió la Sra. White en 1903, cuando se estaba considerando el desarrollo de la obra médico-misionera en el sur de California. «Si hemos de incurrir en los gastos de edificar sanatorios con el propósito de que podamos trabajar en la salvación de los enfermos y afligidos, debemos planear nuestra obra de tal manera, que los que deseen ayuda reciban la ayuda que necesitan. Hemos de hacer todo lo que está a nuestro alcance en favor del cuerpo, pero hemos de hacer del sanamiento del alma el asunto de máxima importancia. A los que vienen a nuestros sanatorios como pacientes ha de mostrárseles el camino de la salvación, para que puedan arrepentirse, y escuchar las palabras: Tus pecados te son perdonados; ve en paz y no peques más».(83)
    Debido a las extraordinarias oportunidades que se presentaban para la
    salvación de almas, la Sra. White ofreció un testimonio decidido en favor del
    establecimiento 438 de un grupo de instituciones médicas en el sur de
    California. «Por la luz que me ha sido dada cuando estaba en Australia, y que
    me ha sido renovada desde que volví a los Estados Unidos -escribió ella en
    1902-, yo sé que la obra en el sur de California debe avanzar más
    rápidamente. La gente que afluye a ese lugar en procura de salud debe
    escuchar el último mensaje de misericordia. . .
    «Desde muchos lugares del sur de California la luz debe brillar para alumbrar
    a las multitudes. La verdad presente ha de ser una ciudad asentada sobre un
    monte, que no se puede esconder.
    «En el sur de California hay muchas propiedades para la venta, en las cuales
    ya se han levantado edificios adecuados para sanatorios. Algunas de estas
    propiedades deben ser compradas, y la obra médico-misionera debe ser
    llevada adelante según planes inteligentes y racionales. Han de establecerse
    varios sanatorios pequeños en el sur de California para el beneficio de las
    multitudes que acuden allí con la esperanza de encontrar salud. Me ha sido
    dada instrucción en el sentido de que ahora es nuestra oportunidad de
    alcanzar a los inválidos que acuden a los centros de salud del sur de
    California, y de que debe hacerse una obra en favor de los que asisten a
    ellos. . .
    «En vez de invertir en una sola institución médica todos los recursos que se
    pueden lograr, debemos establecer sanatorios menores en muchos lugares.
    Muy pronto la reputación de los centros de salud del sur de California será
    mayor que al presente. Ahora es el tiempo en que debemos entrar en ese
    campo con el propósito de llevar adelante la obra médico-misionera».*
    (84)439
    Durante los años en que se dieron consejos similares a éstos, la Sra. White
    visitó el sur de California en varias ocasiones, con la esperanza de animar a
    los hermanos a perseverar en la búsqueda de propiedades adecuadas para
    ser empleadas como instituciones médicas. A veces, en visiones de la
    noche, se le daban cuadros rápidos de sanatorios que estaban funcionando.
    Ella trataba de poner por escrito y pasar a los hermanos estas
    presentaciones. En otras oportunidades se traía delante de ella una vívida
    instrucción que le fuera dada en años anteriores con respecto al propósito y
    objetivo de la obra médico-misionera y en cuanto al modelo que debía
    seguirse al establecer y mantener sanatorios en diferentes partes del mundo.
    Mientras que los ojos de algunos hermanos estaban dirigidos hacia las
    ciudades, la Sra. White llamó la atención a las ventajas de un sitio en el
    campo, y a los beneficios que recibirían los pacientes en lugares distantes de
    las influencias de la vida moderna de la ciudad. Porciones considerables de
    esta instrucción fueron publicadas en Testimonies for the Church, tomo
    7.(85) Entre las presentaciones referidas están las siguientes: «En las horas de la noche observé el cuadro de un sanatorio en el campo. La institución no era grande, pero estaba completa. Se hallaba rodeada de árboles hermosos y de arbustos, más allá de los cuales había huertas y bosquecillos. Había, en relación con el lugar, jardines en los cuales las pacientes, cuando así lo deseaban, podían cultivar flores de toda clase; cada paciente seleccionaba un sector especial para cuidar. El ejercicio al aire libre en estos jardines era prescrito 440 como parte del tratamiento regular. «Pasó delante de mí una escena tras otra. En una escena un número de pacientes afligidos acababa de llegar a uno de nuestros sanatorios de campo. En otra escena vi al mismo grupo, pero, ¡oh, cuán transformada estaba su apariencia! La enfermedad se había ido, la piel era clara, y el semblante alegre; el cuerpo y la mente parecían animados de nueva vida. . . «Muchos de los pacientes afligidos vendrán de las ciudades al campo, rehusándose a conformarse con los hábitos, costumbres y modas de la vida de la ciudad; ellos tratarán de volver a obtener la salud en algunos de nuestros sanatorios del campo. Así, aunque estemos lejos de la ciudad 40 ó 50 kilómetros, podremos alcanzar a la gente, y los que desean salud tendrán oportunidad de volver a obtenerla en condiciones más favorables. «Dios obrará maravillas por nosotros si cooperamos con él con fe. Sigamos, pues, una conducta razonable como para que nuestros esfuerzos puedan ser bendecidos por el cielo y coronados de éxito».(86)
    Los consejos relativos a la extensión de la obra médico-misionera no se
    limitaban a una sección favorecida. «Dios calificó a su pueblo para iluminar al
    mundo -escribió la Sra. White mientras estaba pensando especialmente con
    respecto a las oportunidades que los adventistas del séptimo día tenían en el
    sur de California-. El les ha confiado facultades mediante las cuales han de
    extender su obra hasta que ésta circunde el globo. En todas partes de la
    tierra han de establecer sanatorios, escuelas, casas editoras y facilidades
    parecidas para la realización de su obra. . . Han de establecerse misiones
    médicas en muchos países, 441 para actuar como mano ayudadora de Dios
    en el ministerio a los afligidos.
    «Cristo coopera con los que se empeñan en la obra médico-misionera. Los
    hombres y mujeres que hacen abnegadamente lo que pueden para
    establecer sanatorios y salas de tratamiento en muchos países, resultarán
    ricamente recompensados. Los que visitan estas instituciones se
    beneficiarán física, mental y espiritualmente; los cansados serán refrescados,
    el enfermo será, restaurado a la salud, y el hombre cargado de pecado será
    aliviado. En países lejanos se oirán acciones de gracias y voces de melodía
    de parte de aquellos cuyos corazones, han sido conducidos del pecado a la
    justicia por medio de estas agencias. Por sus cantos de agradecida alabanza
    se presentará un testimonio que ganará a otros a la lealtad a Cristo y al
    compañerismo con él».(87) En ocasión de la dedicación del Sanatorio de Loma Linda, el 15 de abril de 1906, la Sra. White revivió algunas de las notables providencias que había coadyuvado con los esfuerzos de los hermanos para comprar las propiedades para ese sanatorio en el sur de California. También delineó ella brevemente el propósito divino que habría de lograrse por medio de estas agencias. En el curso de sus observaciones declaró: «Solemne es la responsabilidad que descansa sobre los misioneros médicos. Han de ser misioneros en el verdadero sentido del término. Los enfermos sufrientes que son confiados al cuidado de los ayudantes en nuestras instituciones médicas, no deben sentirse chasqueados. Enséñeseles a vivir en armonía con el cielo. Al aprender a obedecer las leyes de Dios, serán ricamente bendecidos física y espiritualmente. 442 «La ventaja de la vida al aire libre no debe perderse nunca de vista. ¡Cuán agradecidos debemos estar de que Dios nos haya dado hermosas propiedades para sanatorios en Paradise Valley, en Glendale y en Loma Linda! ‘¡Fuera de las ciudades! ¡Fuera de las ciudades!’, éste ha sido mi mensaje por años. No podemos esperar que el enfermo se recobre rápidamente cuando está encerrado entre cuatro paredes, en alguna ciudad, sin ninguna vista hacia afuera, a excepción de casas, casas y casas, sin nada para animarlo, nada para aliviarlo. Y sin embargo, ¡cuán lentamente algunos se han de dar cuenta de que las ciudades tan atestadas no son lugares favorables para la obra de un sanatorio! «Aún en el sur de California, no hace muchos años, había algunos que favorecían la erección de un gran edificio de sanatorio en el corazón de Los Ángeles. A la luz de la instrucción que Dios ha dado, no podíamos consentir en la realización de un plan semejante. En visiones de la noche el Señor me había mostrado propiedades no ocupadas en el campo, adecuadas para el propósito de un sanatorio, que estaban a la venta a un precio muy inferior a su costo original. «Esto ocurrió un tiempo antes que encontráramos estos lugares. Primero compramos el sanatorio de Paradise Valley, cerca de San Diego. Unos pocos meses más tarde, en la buena providencia de Dios, descubrimos la propiedad de Glendale, y ésta fue comprada y preparada para el servicio. Pero se nos instruyó en él sentido de que nuestra obra de establecer sanatorios en el sur de California no estaba completa; y en varias ocasiones diferentes; recibimos testimonios de que debía realizarse obra médico-misionera en alguna parte de las vecindades de Redlands. «En un artículo publicado en la Review, el 6 de abril 443 de 1905, yo escribí lo siguiente: » ‘En nuestro camino de vuelta a Redlands, cuando nuestro tren recorrió muchos kilómetros de plantaciones de naranjos, yo pensé en los esfuerzos que debían hacerse en este hermoso valle para proclamar la verdad en este tiempo. Reconocí esta sección del sur de California como uno de los lugares que me habían sido presentados con la instrucción de que allí debía haber un sanatorio plenamente equipado. » ‘¿Por qué se han dejado sin trabajar campos como Redlands y Riverside?. . . El Señor quiere tener a hombres y mujeres valientes y fervorosos que asuman la obra en estos lugares. La causa de Dios ha de hacer progresos más rápidos en el sur de California que lo que ha hecho en lo pasado. Cada año miles de personas visitan el sur de California para encontrar salud, y por diferentes métodos debemos tratar de alcanzarlos con la verdad. Deben escuchar la amonestación a prepararse para el gran día del Señor, que es inminente. . . Obreros que puedan hablar a las multitudes han de establecerse donde puedan encontrar al público, para darle el mensaje de amonestación. . . Sean ellos rápidos en aprovechar las oportunidades para hablar de la verdad presente a quienes no la conocen. Den ellos el mensaje con claridad y poder, para que los que tengan oídos para oír oigan’. «Estas palabras fueron escritas antes que yo tuviera ninguna noticia acerca de la propiedad de Loma Linda. Todavía la carga de establecer otro sanatorio descansaba sobre mí. En el otoño de 1903 tuve la visión de un sanatorio en medio de campos hermosos, en alguna parte del sur de California, y ninguna de las propiedades que yo había visitado respondía a la presentación dada en esa visión. En ese tiempo, escribí acerca de la visión a nuestros hermanos y hermanas 444 reunidos en el congreso campestre de Los Ángeles, en la primera parte de septiembre de 1903. «Mientras asistía al congreso de la Asociación General de 1905, en Washington, D. C., recibí una carta del pastor J. A. Burden, en la cual él describía una propiedad que había encontrado a unos siete kilómetros al oeste de Redlands, nueve kilómetros al oeste de San Bernardino, y a unos quince kilómetros al noroeste de Riverside. Al leer la carta, tuve la impresión de que éste era uno de los lugares que había visto en visión. . . «Más tarde, cuando visité esta propiedad, la reconocí como uno de los lugares que, hacía dos años, había visto en visión. ¡Cuán agradecida estoy al Señor nuestro Dios por este lugar completamente preparado para que nosotros lo usemos para el honor y la gloria de su nombre!»(88)
    Ante los delegados reunidos en el congreso general de 1909, la Sra. White
    describió algunas de las experiencias relacionadas con el establecimiento de
    la obra médico-misionera, sobre una base sólida, en el sur de California, y se
    refirió particularmente a la mano prosperadora de Dios al proveernos
    facilidades para la preparación de muchos médicos misioneros evangelistas
    para un servicio mundial. En este sentido ella dijo:
    «Una de las principales ventajas de Loma Linda es la agradable variedad de
    las escenas encantadoras que hay por todas partes. La extensa vista del
    valle y de la montaña es magnífica. Pero más importante que la
    magnificencia de la escena y la belleza de los edificios y terrenos espaciosos,
    es la estrecha proximidad de esta institución a un distrito densamente
    poblado, y la oportunidad que así se ofrece de comunicar a muchísima 445
    gente un conocimiento del mensaje del tercer ángel. Debemos tener claro
    discernimiento espiritual, o de otra manera dejaremos de discernir las
    providencias de Dios que abren puertas y que están preparando el camino
    para nosotros a fin de que iluminemos al mundo.
    «Con la posesión de este lugar viene la pesada responsabilidad de hacer que
    la obra de la institución sea de carácter educacional. Loma Linda ha de ser
    no solamente un sanatorio, sino también un centro educacional. Ha de
    establecerse una escuela aquí para la preparación de misioneros médicos
    evangelistas. . .
    «En Loma Linda tenemos un centro ventajoso para la realización de varias
    empresas misioneras. Podemos ver que estaba en la providencia de Dios
    que este sanatorio fuera puesto en posesión de nuestros hermanos.
    Debemos apreciar a Loma Linda como un lugar que el Señor previó que
    necesitaríamos y que nos dio. Hay una preciosa obra que debe hacerse en
    relación con el sanatorio y la escuela de Loma Linda, y esta obra será hecha,
    cuando todos nosotros trabajemos con ese propósito, moviéndonos en forma
    unida según los planes de Dios».* (89)446
  57. El Terremoto de San Francisco
    EL JUEVES 12 de abril de 1906 por la tarde, la Sra. White salió de su casa
    para asistir a la reunión anual de la Asociación del Sur de California, en Los
    Ángeles, y a los ejercicios de dedicación de dos sanatorios: el de Paradise
    Valley, cerca de San Diego, y el de Loma Linda, en el valle de San
    Bernardino. Pasó los primeros pocos días en Loma Linda, y durante todo
    este tiempo tuvo una notable experiencia, que describió brevemente en estas
    palabras:
    Juicios retributivos
    «Mientras estaba en Loma Linda, California, el 16 de abril de 1906, pasó
    delante de mí una maravillosa representación. Durante una visión nocturna,
    estaba yo de pie en un lugar alto, desde el cual podía ver casas sacudidas
    como una paja por el viento. Edificios, grandes y pequeños, eran derribados.
    Lugares de placer, teatros, hoteles y hogares de gente rica eran sacudidos y
    destrozados. Muchas vidas eran destruidas, y el aire estaba lleno de los
    gritos de los heridos y aterrorizados.
    «Los ángeles destructores de Dios estaban trabajando. Un toque, y edificios
    tan sólidamente construidos que los hombres consideraban seguros contra
    todo peligro, rápidamente se convertían en un montón de 447 ruinas. No
    había certeza de seguridad en lugar alguno. Yo no me sentía en ningún
    peligro especial, pero no encuentro palabras para describir lo terrible de las
    escenas que pasaron delante de mí. Parecía que la tolerancia de Dios se
    había acabado, y que el día del juicio había llegado.
    «El ángel a mi lado entonces me dijo que solamente pocos tienen algún
    concepto de la maldad que existe en nuestro mundo hoy, y especialmente la
    maldad que hay en las grandes ciudades. Declaró que el Señor había
    señalado un tiempo cuando visitaría a los transgresores con ira por el
    descuido persistente de su ley.
    «Por terrible que fuera la representación que pasó delante de mí, lo que me
    impresionó más vívidamente fue la instrucción que se me dio en relación con
    esto. El ángel que estaba a mi lado declaró que el gobierno supremo de
    Dios, y el carácter sagrado de su ley, debían ser revelados a aquellos que
    rechazaban persistentemente prestar obediencia al Rey de reyes. Los que
    deciden permanecer desleales, deben ser visitados, por misericordia, con
    juicios, a fin de que, si es posible, sean despertados para comprender la
    pecaminosidad de su conducta.
    «Todo el día siguiente estuve pensando en las escenas que habían pasado
    delante de mí, y en la instrucción que había recibido. Por la tarde viajé a
    Glendale, cerca de Los Ángeles: y en la noche siguiente … parecía estar yo
    en una asamblea presentando delante de la gente los requisitos de la ley de
    Dios. Leí las Escrituras con respecto a la institución del sábado en el Edén al
    fin de la semana de la creación, y con respecto a la entrega de la ley en el
    Sinaí; y entonces declaré que el sábado ha de ser observado ‘por pacto
    perpetuo’, como señal entre Dios y sus hijos para siempre, para que sepan
    que son santificados por Dios su Creador. 448
    «Entonces me espacié en el gobierno supremo de Dios por encima de todos
    los gobiernos terrenales. Su ley ha de ser la norma de acción. A los
    hombres se les prohíbe pervertir sus sentidos por la intemperancia, o ceder
    su mente a la influencia satánica; porque esto les impide guardar la ley de
    Dios. Aunque el Gobernante divino tiene mucha paciencia con la
    perversidad, él no se engaña, y no permanecerá en silencio para siempre. Su
    supremacía, su autoridad como gobernante del universo, debe finalmente ser
    reconocida y la justa reclamación de su ley debe ser vindicada.
    «He repetido al pueblo mucha más instrucción, que he recibido de mi
    Instructor, relativa a la longanimidad de Dios y a la necesidad de que los
    transgresores despierten a una comprensión de su estado peligroso a la vista
    del cielo».(90) «Me ha tomado muchos días el escribir una porción de lo que me fue revelado aquellas dos noches en Loma Linda y Glendale».(91)
    «El 18 de abril, dos días después que la escena de la caída de los edificios
    pasó delante de mí, salí a cumplir con un compromiso de hablar en la iglesia
    de la calle Carr, en Los Ángeles. A medida que nos acercamos a la iglesia,
    oímos a los niños que vendían diarios gritando: ‘¡San Francisco destruido por
    un terremoto!’ Con un corazón cargado, leí las primeras noticias, impresas
    con apresuramiento, relativas al terrible desastre».(92) Trabajando las ciudades desde centros establecidos fuera En el curso de su discurso ante la conferencia, la 449 Sra. White exaltó el carácter sagrado de la ley de Dios, y habló decididamente de la necesidad de una acción rápida y de instruir a la gente acerca del significado de las cosas que estaban ocurriendo en la tierra. Se refirió particularmente a las ventajas que se obtendrían al trabajar las ciudades desde centros establecidos afuera.. «¡Fuera de las ciudades, fuera de las ciudades! -declaró ella-; éste es el mensaje que Dios me ha estado dando. Vendrán terremotos; vendrán inundaciones, y no hemos de establecernos en las ciudades malvadas, donde el enemigo es servido a todo paso, y donde Dios es a menudo olvidado. El Señor desea que tengamos una clara visión espiritual. Debemos ser rápidos para discernir el peligro que habrá en establecer instituciones en estas ciudades malvadas. Debemos hacer planes sabios para amonestar a las ciudades, y al mismo tiempo vivir donde podamos proteger a nuestros hijos y protegernos a nosotros mismos de las influencias contaminantes y desmoralizadoras tan prevalecientes en esos lugares» .(93)
    Escenas de destrucción
    Dos semanas más tarde la Sra. White regresó a su hogar de Santa Elena vía
    San José, Mountain View y San Francisco. «Mientras viajábamos hacia el
    norte -escribió en un relato de su viaje-, vimos algunos de los aspectos del
    terremoto; y cuando entramos en San José, pudimos ver que había grandes
    edificios destruidos, y que otros habían sido seriamente dañados.
    «En Mountain View la nueva oficina de correos y algunos de los negocios más
    grandes de la ciudad habían 450 desaparecido. Otros edificios estaban
    parcialmente destruidos y malamente dañados».(94) «En nuestro camino a casa pasamos por San Francisco, y alquilando un coche, pasamos una hora y media viendo la destrucción obrada en esa gran ciudad. Edificios que se creía eran a prueba de cualquier desastre, yacían en ruinas. En algunos casos, los edificios estaban parcialmente hundidos en la tierra. La ciudad presentaba un espectáculo de lo más terrible, lo cual hablaba de la ineficacia del ingenio humano para idear estructuras a pruebas de fuego y terremotos» .(95)
    Advertencias y exhortaciones
    Con respecto a sus enseñanzas y amonestaciones concernientes a la
    necesidad de un esfuerzo fervoroso para proclamar el mensaje del tercer
    ángel en las ciudades, en vista de las calamidades que han de ocurrir en los
    grandes centros de población a medida que se acerca el fin del tiempo, la
    Sra. White escribió lo siguiente:
    «Desde que ocurrió el terremoto de San Francisco han circulado muchos
    rumores concernientes a declaraciones que yo he hecho. Algunos han
    informado que mientras estaba en Los Ángeles, yo pretendí haber predicho el
    terremoto y el incendio de San Francisco, y que Los Ángeles sería la próxima
    ciudad en sufrir. Esto no es cierto. La mañana después del terremoto, yo no
    dije otra cosa sino que ‘vendrán terremotos; vendrán inundaciones’; y que el
    mensaje de Dios a nosotros es que no debemos ‘establecernos en las
    ciudades malvadas’.
    «No hace muchos años, un hermano que trabajaba 451 en la ciudad de
    Nueva York publicó algunas noticias alarmantes con respecto a la
    destrucción de esa ciudad. Yo escribí inmediatamente a quien estaba a
    cargo de la obra allí diciéndole que no era sabio publicar tales noticias; que
    ello haría surgir una excitación que resultaría en un movimiento fanático, y
    que esto perjudicaría a la causa de Dios. Es suficiente presentar la verdad
    de la Palabra de Dios al pueblo. Las noticias alarmantes son perjudiciales
    para el progreso de la obra».(96) El 3 de agosto de 1903, la Sra. White escribió además con respecto a este informe sensacional: «¿De dónde vino la noticia de que yo declaré que Nueva York ha de ser barrida por una ola gigantesca? Nunca lo he dicho. Yo he dicho, cuando veía los grandes edificios levantarse allí, piso tras piso: ‘¡Qué terribles escenas ocurrirán cuando el Señor se levante para sacudir terriblemente la tierra! Entonces se cumplirán las palabras de Apocalipsis 18: 1-3’. Todo el capítulo 18 de Apocalipsis es una advertencia de lo que ha de suceder en la tierra. Pero yo no tengo luz en particular con respecto a lo que ha de venir sobre Nueva York, y lo único que sé es que algún día los grandes edificios de esa ciudad serán derribados por el poder trastornador de Dios. Por la luz que me ha sido dada, sé que la destrucción está en el mundo. Una palabra del Señor, un toque de su poder terrible, y estas masivas estructuras caerán. No podemos imaginarnos el carácter terrible de las escenas que ocurrirán». El 1º de septiembre de 1902, la Sra. White escribió: «En las grandes ciudades, tales como San Francisco, deben realizarse reuniones en carpas bien equipadas, 452 porque de aquí a no mucho tiempo estas ciudades sufrirán bajo los juicios de Dios. San Francisco y Oakland están llegando a ser como Sodoma y Gomorra, y el Señor las visitará con ira». El 20 de junio de 1903 escribió: «Los juicios de Dios están en nuestro país. El Señor pronto vendrá. Con fuego, con inundación y con terremotos, él está advirtiendo a los habitantes de esta tierra de su próxima aparición. ¡Ojalá que el pueblo conozca el tiempo de su visitación! No tenemos tiempo que perder. Debemos hacer esfuerzos determinados para inducir a la gente del mundo a ver que el día del juicio está cercano». El 3 de junio de 1903 escribió: «Hay muchos con los cuales está luchando el Espíritu de Dios. El tiempo de los juicios destructivos de Dios es el tiempo de misericordia para aquellos que no tienen ninguna oportunidad para enterarse de la verdad. El Señor los considerará con ternura. Su corazón de misericordia es tocado; su mano está todavía extendida para salvar». El 12 de noviembre de 1902 escribió: «Está llegando el tiempo cuando vendrá la gran crisis de la historia, cuando todo movimiento en el gobierno de Dios será observado con intenso interés e inexpresable aprensión. En rápida sucesión los juicios de Dios caerán uno después de otro: fuego e inundación y terremotos, con guerra y derramamiento de sangre. Algo grande y decisivo tendrá necesariamente que ocurrir pronto».(97)
    En febrero 15 de 1904 leemos: «Cuando estuve la última vez en Nueva York,
    fui llamada a presenciar de noche como se levantaban los edificios, piso
    sobre piso, hacia el cielo. Estos edificios tenían garantía contra el fuego y
    eran erigidos para glorificar a los propietarios. 453 Estas estructuras se
    levantaban más y más alto, y en ellas se usaba el material más costoso. . .
    «Mientras subían estos altos edificios, los propietarios se regocijaban, con un
    orgullo ambicioso, de que tenían dinero que invertir en glorificar el yo. . .
    Mucho del dinero que era invertido había sido obtenido por exacción,
    oprimiendo a los pobres. En los libros del cielo se guarda un registro de toda
    transacción comercial. Allí se registra todo trato injusto, toda acción
    fraudulenta. Viene el tiempo cuando los hombres en su fraude y en su
    insolencia llegarán a un punto que el Señor no les permitirá pasar, y ellos
    sabrán que hay un límite a la tolerancia de Jehová.
    «La escena que en seguida pasó delante de mí era de un fuego alarmante.
    Los hombres miraban los edificios elevadísimos, pretendidamente a prueba
    de fuego, y decían: ‘Están perfectamente seguros’. Pero estos edificios eran
    consumidos como si estuvieran hechos de resina. Las bombas de incendio
    no podían hacer nada para detener la destrucción. Los bomberos eran
    incapaces de hacerlas funcionar. Se me ha instruido en el sentido de que,
    cuando venga el tiempo del Señor, si no ha ocurrido un cambio en los
    corazones de los hombres orgullosos y de los ambiciosos seres humanos,
    hallarán que la mano que ha sido poderosa para salvar será poderosa para
    destruir. Ningún poder terrenal es capaz de detener la mano de Dios.
    Ningún material puede ser usado en la erección de edificios que los preserve
    de la destrucción cuando llegue el tiempo señalado por Dios para mandar
    retribución a los hombres por su insolencia y el descuido de su ley».* (98)454
    Llamados al arrepentimiento
    La misericordia de Dios al salvar la vida de muchos durante la terrible
    calamidad ocurrida en San Francisco y las ciudades cercanas, fue señalada
    por la Sra. White como un poderoso llamamiento a todas las clases a
    reconocer la supremacía del gobierno de Jehová y el carácter obligatorio de
    su ley. Ella instó a que se hicieran esfuerzos evangelísticos en las ciudades
    de la Bahía, para que la gente tuviera todas las oportunidades posibles de
    informarse acerca del significado de los juicios que vendrán sobre los
    habitantes de la tierra.
    En consecuencia, durante muchos meses después del terremoto, se
    realizaron esfuerzos especiales continuados para proclamar el mensaje del
    tercer ángel en San Francisco, en Oakland y en otras ciudades de la Bahía.
    La Sra. White hizo lo que pudo para animar a los obreros estacionados en
    otros lugares, y realizó varias visitas ella misma a los grupos de obreros
    activamente empeñados en enseñar a la gente. Cuando se encontraba con
    los que estaban familiarizados con las verdades de la Palabra de Dios, ella
    los instaba a prestar ayuda voluntaria a los esfuerzos de los obreros. Al
    mismo tiempo escribió también acerca de la obra más amplia que ha de
    hacerse en todos los países.
    «El mundo está lleno de transgresión -declaró ella-. Un espíritu de ilegalidad
    prevalece en todos los países, y se hace especialmente manifiesto en las
    grandes ciudades. El pecado y el crimen que se ven en nuestras ciudades es
    alarmante. Dios no puede soportar esto por mucho más tiempo. Ya sus
    juicios están empezando a caer sobre algunos lugares, y pronto su señalado
    desagrado se sentirá en otros lugares.
    «Habrá una serie de acontecimientos que revelarán que Dios gobierna la
    situación. La verdad será proclamada 455 en lenguaje claro e inequívoco.
    Como pueblo debemos preparar el camino del Señor bajo la dirección
    poderosa del Espíritu Santo. El Evangelio ha de ser dado en su pureza. La
    corriente de agua viva ha de profundizarse y ampliarse mientras corra. En
    todos los campos cercanos y lejanos, serán llamados hombres a dejar el
    arado y las vocaciones comerciales comunes que mayormente ocupan la
    mente, y será educados en relación con hombres de experiencia. A medida
    que aprendan a trabajar con eficacia, proclamarán la verdad con poder.
    Mediante la operación poderosa de la divina Providencia, montañas de
    dificultades serán quitadas y echadas en el mar. El mensaje que significa
    tanto para los habitantes de la tierra, será escuchado y entendido. Los
    hombres sabrán cuál es la verdad. La obra ha de progresar siempre y seguir
    avanzando, hasta que la tierra entera haya sido amonestada; y entonces
    vendrá el fin».* (99)456
  58. En el Congreso de la Asociación General de 1909
    EN LA tarde del jueves 9 de septiembre de 1909, la Sra. White regresó a su
    hogar cerca de Santa Elena, California, después de una ausencia de cinco
    meses y cuatro días, durante los cuales había viajado unos quince mil
    kilómetros y, frente a auditorios grandes y pequeños, había hablado setenta y
    dos veces, en veintisiete lugares, desde California hasta Maine, y desde
    Alabama hasta Wisconsin.
    El principal propósito de este viaje fue asistir a la Sesión Cuadrienal de la
    Asociación General, que se reunió en Washington D. C., en la primavera de
  59. Sus visitas a otros lugares las hizo en respuesta a urgentes
    invitaciones, y las pudo hacer gracias a la misericordiosa provisión de fuerza
    y valor que Dios le otorgaba, mientras proseguía de lugar en lugar.
    Unos pocos días antes de empezar su viaje, ella señaló que, siendo que
    tenía 81 años de edad y que se encontraba con poca salud, indudablemente
    sería mejor para ella tomar la ruta más directa a Washington; pero que no
    podía desatender los llamados para visitar Los Ángeles, Loma Linda y
    Paradise Valley, en el sur de California, ni la invitación a ir a College View,
    Nebraska, para hablar a los quinientos estudiantes del Unión College. Y
    agregó: «También debo visitar a mi 457 hijo Edson, en Nashville, Tennessee,
    y si el Señor me da fuerza, me gustaría visitar a los Hnos. Sutherland y
    Magan en la escuela de Madison». Por otra parte, expresó el deseo de
    detenerse un día en Asheville, Carolina del Norte, donde vivía el profesor S.
    Brownsberger, y donde la Hna. Rumbaugh había edificado y donado a la
    Asociación una cómoda casa de culto y una casa para el pastor.
    Durante las cuatro semanas ocupadas en el viaje a Washington, la Sra. White
    pudo hablar cuatro veces en College View, y dos veces en los siguientes tres
    lugares: Loma Linda, Nashville, y Asheville; y una vez en cada uno de los
    siguientes lugares: Paradise Valley, Madison, Hillcrest y Huntsville, y en la
    escuela misionera de Alden, cerca de Hilltop. A su llegada a Washington fue
    de inmediato a Takoma Park, donde fue alojada en el hogar del pastor G. A.
    Irwin.
    Una reunión representativa
    El congreso de la Asociación General de 1909 tuvo la asistencia de
    representantes de muchos países. Las delegaciones extranjeras eran
    desacostumbradamente numerosas, pues las asociaciones y misiones de
    ultramar tenían el número completo de delegados o casi ese número. La
    asistencia de delegados de los Estados Unidos era también grande.
    Desde el comienzo de la sesión la Sra. White sintió una pesada
    responsabilidad por los intereses espirituales de varias clases de creyentes
    acampados en los terrenos. En varias de sus pláticas públicas instó a los
    hermanos y hermanas a echar mano de Dios y a buscarlo con más fervor en
    procura de dirección y bendición. Los que asistían habían de recibir ánimo e
    inspiración para hacer avanzar una obra poderosa en todo el mundo. En
    todos sus planes, habían de mantener 458 constantemente en cuenta las
    necesidades de las almas que perecían y la importancia de ocupar lugares
    donde Dios abriera maravillosamente el camino para la entrada de la verdad
    presente.
    La obra en las ciudades
    Particularmente señaló la importancia de la obra en las grandes ciudades de
    las diversas naciones. «He aquí nuestras ciudades -dijo ella-, y la necesidad
    que tienen del Evangelio. Por más de veinte años ha sido mantenida delante
    de mí la necesidad de realizar un trabajo fervoroso entre las multitudes de las
    ciudades. ¿Quién está llevando la carga por nuestras grandes ciudades?
    Algunos dirán: Necesitamos todo el dinero que podamos obtener para llevar
    adelante la obra en otros lugares. ¿No sabéis que a menos que llevéis la
    verdad a las ciudades se producirá una carencia de medios? Cuando llevéis
    este mensaje a los que están en las ciudades y tienen hambre de la verdad, y
    ellos acepten la luz, irán fervorosamente a trabajar a fin de llevar la luz a
    otros. Almas que tienen medios traerán a otros a la verdad, y darán de sus
    medios para hacer progresar la causa de Dios».*(100)
    La necesidad de hacer planes extraordinarios para la predicación del
    mensaje del tercer ángel en los centros muy poblados constituyó una de las
    principales preocupaciones de los discursos de la Sra. White en el congreso.
    «Un poco se está haciendo en nuestro medio -declaró ella-; ¡pero ojalá la
    buena obra se esparza y alcance toda alma necesitada! ¡Ojalá que la verdad
    presente sea proclamada en toda ciudad! Esta gran necesidad la tengo
    presente día y noche… 459
    «Hombres y mujeres han de avanzar más y más para llevar el mensaje
    evangélico. Agradecemos a Dios por esto, pero necesitamos un despertar
    mayor… Es nuestro privilegio ver la obra de Dios avanzando en las ciudades.
    Cristo está esperando; está esperando que entremos en distintos lugares.
    ¿Quién se está preparando para esta obra? No diremos que carecemos de
    obreros. Nos alegramos de que hay algunos; pero hay una obra mayor,
    mucho mayor que hacer en nuestras ciudades». *(101)
    Esfuerzos especiales en Nueva Inglaterra
    «La obra que hemos de hacer es una obra maravillosamente grande -dijo en
    otro de sus discursos durante la sesión-. Hay un mundo que salvar». En
    relación con esto se refirió especialmente a la bendición que sobrevendría a
    la causa de Dios como resultado de un esfuerzo vigoroso y unido para
    proclamar el mensaje en las ciudades de Nueva Inglaterra, donde los
    mensajes del primero y el segundo ángeles habían sido dados con gran
    poder. «Debemos traer a estas mismas ciudades la gloria del mensaje del
    tercer ángel -dijo ella-. ¿Quién entre nosotros está tratando de esparcir los
    rayos de luz en el lugar donde la verdad fue tan favorablemente recibida en
    los primeros días del mensaje?.(102) En uno de sus llamamientos con respecto a la obra que debía hacerse en las ciudades de Nueva Inglaterra y de los Estados del Atlántico, dijo ella: «¿Qué se está haciendo en las ciudades del este, que fueron las primeras en las cuales se predicó el mensaje del advenimiento? Las ciudades del oeste han tenido 460 ventajas, pero ¿quién en el este ha tenido la preocupación de emprender la obra de ir al territorio que en los primeros días del mensaje fue bautizado con la verdad del pronto regreso del Señor? Me ha sido dada la indicación de que la verdad debe ir de nuevo a los Estados del este, donde empezamos nuestra obra, y donde tuvimos nuestras primeras experiencias. Debemos hacer todo esfuerzo para esparcir el conocimiento de la verdad a todos cuantos escuchen, y habrá muchos que escucharán. Por todas partes en nuestras grandes ciudades hay almas honradas que están interesadas en conocer la verdad. Hay una obra ferviente que debe hacerse en los Estados del este. ‘Repetid el mensaje, repetid el mensaje -fueron las palabras que me fueron dichas una y otra vez-. Decid a mi pueblo que repita el mensaje en los lugares donde fue predicado por primera vez, y donde una iglesia tras otra se decidió en favor de la verdad, donde el poder de Dios testificaba en favor del mensaje de una manera notable».(103)
    Delegaciones del exterior
    La presencia, en el congreso de 1909, de más de cien delegados del exterior,
    dio a la Sra. White la oportunidad de encontrarse con viejos amigos con los
    cuales en años pasados había estado asociada en el trabajo. A menudo
    durante el congreso la visitaban grupos de hermanos de algunas
    asociaciones del extranjero o del campo misionero, que le traían sus saludos
    personales, y que le daban informes del progreso del mensaje del tercer
    ángel en los campos que ellos representaban. Así, casi todos los que venían
    del extranjero tuvieron esta oportunidad, tanto viejos amigos 461 como
    aquellos que nunca la habían conocido, para asegurarle su valor en Dios y su
    determinación de hacer su parte en la finalización de la obra.
    La Sra. White dijo públicamente después de una de estas ocasiones: «Tuve
    un profundo sentimiento de satisfacción cuando nuestros hermanos que
    habían venido de los campos extranjeros me contaron un poco de sus
    experiencias y de lo que el Señor está haciendo para traer almas a la
    verdad».* (104)Y en otra ocasión, dirigiéndose especialmente a ellos
    mientras hablaba ante el congreso, dijo:
    «Aquí hay obreros que han venido de los campos extranjeros. Han venido a
    ver y a entender. Están determinados a aprovechar todo privilegio, para
    poder ir de vuelta a sus campos de labor con una provisión renovada de la
    gracia y el poder del Espíritu de Dios. Como maestros y directores en la
    obra, han de reunir preciosas verdades para presentar, si son fieles, a sus
    colaboradores que están trabajando en muchos lugares y de diversas
    maneras a fin de llevar a las almas al conocimiento de la verdad. Hermanos
    míos, en vuestros campos de labor podréis estar rodeados de circunstancias
    desfavorables; pero el Señor conoce todo lo que os concierne, y él suplirá
    vuestra carencia por medio de su Santo Espíritu. Necesitamos tener mucho
    más fe en Dios». (105) Luchas entre las naciones La Sra. White solemnemente pidió a los hermanos que habían venido a la reunión como representantes de la causa de la verdad presente desde todas partes de Europa, Asia, África, Sudamérica, Australasia y las 462 Islas del Mar, que prepararan sus corazones para escenas terribles de lucha y opresión superiores a todo lo que se conocía hasta entonces, y que pronto habían de ser presenciadas entre las naciones de la tierra. «Muy pronto -declaró- ella la lucha y la opresión de las naciones extranjeras se producirá con una intensidad que ahora no anticipáis. Necesitáis comprender la importancia de conocer a Dios en oración. Cuándo tengáis la seguridad de que él os escucha, estaréis gozosos en la tribulación; os elevaréis por encima del desánimo, porque experimentaréis la influencia revivificante del poder de Dios en vuestros corazones. Lo que necesitamos es la verdad. Nada puede ocupar su lugar, el lugar de la sagrada, la solemne verdad que ha de capacitarnos para afrontar la prueba así como la afrontó Cristo».(106)
    Y en el servicio de despedida que señaló la finalización del congreso, ella una
    vez más instó a los delegados reunidos de todas partes del mundo, a resistir
    como viendo al Invisible. Exhortó a todo obrero a seguir adelante con la
    fuerza del Todopoderoso de Israel. Declaró que aunque ella nunca tuviera el
    privilegio de ver a sus hermanos en otro congreso similar, oraría por ellos y
    se prepararía para encontrarlos en el reino de gloria.
    Consejos importantes
    Fue durante el congreso de 1909 cuando la Sra. White leyó un manuscrito
    instando a la lealtad a los principios de la reforma pro salud;(107) y también habló a los delegados sobre el mismo tema. (108)Otro manuscrito
    463 que fue leído se titula: «Un llamado para conseguir misioneros médicos
    evangelistas». Y aun otro titulado «El colegio de evangelistas de Loma
    Linda».(109) Después de la sesión del congreso, la Sra. White se reunió dos veces con los miembros de la junta directiva de la Asociación General, antes de partir para Filadelfia y otras ciudades del Este, y de allí viajar a congresos campestres y a instituciones en los Estados centrales y en el Medio Oeste, en ruta a su hogar de California. En su entrevista con la junta directiva de la Asociación General, la Sra. White leyó manuscritos que tenían que ver con algunos de los problemas que preocupaban a los hermanos. El llamamiento a hacer una obra mucho mayor en las ciudades, -tanto del país como del extranjero- de la que hasta entonces se había intentado, podía responderse solamente en la medida en que se encontraran hombres y medios para emplear en el adelanto de una obra tal. Con el objeto de que se pudiera inaugurar en forma rápida y efectiva una campaña mucho más amplia, la Sra. White sugirió que sería conveniente dejar en libertad a algunos de los obreros que llevaban pesadas cargas en los centros institucionales, a fin de que realizaran reuniones de evangelización. Ella dijo: «Para la conducción de los asuntos en los varios centros de nuestra obra, debemos tratar, tanto como sea posible, de encontrar hombres consagrados que hayan sido preparados en las ramas comerciales. Debemos cuidar, en estos centros de influencia, de no atar a hombres que podrían hacer una obra más importante en la plataforma pública, presentando delante de los incrédulos las verdades de la Palabra de Dios… «A nosotros, como siervos de Dios, nos ha sido 464 confiado el mensaje del tercer ángel, el mensaje que nos une, que ha de preparar a un pueblo para la venida de nuestro Rey. El tiempo es corto. El Señor desea que todo lo relacionado con su causa sea puesto en orden. El desea que el solemne mensaje de amonestación y la invitación sean proclamados tan ampliamente como sus mensajeros puedan hacerlo. Los medios que vengan a la tesorería han de ser usados sabiamente para sostener a los obreros. Nada que impida el progreso del mensaje, debe ser permitido en nuestros planes… «Por años los pioneros de nuestra obra lucharon contra la pobreza y contra muchas vicisitudes, a fin de colocar la causa de la verdad presente en terreno ventajoso. Con escasas facilidades trabajaron incansablemente. Y el Señor bendijo sus humildes esfuerzos. El mensaje avanzó con poder en el este y se extendió al oeste, hasta que se establecieron centros de influencia en muchos lugares. Los obreros de hoy tal vez no soporten todas las durezas de aquellos primeros días. Las nuevas condiciones, sin embargo, no deben inducir a nadie a debilitar sus esfuerzos. Ahora, cuando el Señor nos pide que proclamemos el mensaje una vez más con poder en el este; cuando él nos pide que entremos en las ciudades del este, del sur, del oeste y del norte, ¿no responderemos como un solo hombre para realizar su mandato? ¿No haremos planes para enviar a nuestros mensajeros por todos estos campos y para sostenerlos liberalmente?. . . «¿Para qué están nuestras asociaciones, sino para llevar adelante esta misma obra? En un tiempo como éste, toda mano debe ser empleada. El Señor viene. ¡El fin está cerca l ¡Sí, se apresura grandemente! ¡Dentro de poco no podremos trabajar con la libertad que ahora gozamos. Escenas terribles están delante de nosotros, y lo que hacemos, debemos hacerlo pronto. Debemos 465 ahora edificar la obra en todo lugar posible. Y para la realización de esta obra necesitamos grandemente en el campo la ayuda que pueda ser dada por nuestros ministros de experiencia que sean capaces de obtener la atención de grandes congregaciones… «Antes de salir de mi hogar prometí al Señor que si él me daba vida, y me permitía llegar a este congreso, entregaría el mensaje que él me había dado repetidamente respecto a las ciudades, en las cuales millares y millares están pereciendo sin el conocimiento de la verdad. Al presentar este mensaje al pueblo, la bendición de Dios ha descansado ricamente sobre mí. Y ahora, mis hermanos, os insto en el nombre del Señor a que hagáis lo mejor, y a que planeéis para el progreso de la obra de acuerdo con los planes de Dios… «Al hacer esta obra, hallaremos que los medios fluirán a nuestras tesorerías, y tendremos recursos con los cuales realizar una obra más amplia y de mayor alcance. ¿No avanzaremos con fe, como sí tuviéramos miles de dólares? No tenemos ni la mitad de la fe necesaria. Hagamos nuestra parte en amonestar a estas ciudades. El mensaje de amonestación debe llegar a muchos que están por perecer sin ser amonestados, sin ser salvos. ¿Cómo podemos demorar? Al avanzar, los medios vendrán. Pero debemos avanzar con fe, confiando en el Señor Dios de Israel». (110)466
  60. Labores Finales
    LA SRA. White escribió libremente a los hermanos reunidos en el congreso
    de la Asociación General de 1913 acerca de algunas de sus experiencias
    durante los cuatro años que habían pasado desde que tuviera ella la
    oportunidad, en el congreso de 1909, de hablarles personalmente.
    «Por meses después de la finalización de esa reunión -escribió ella-, llevé una
    carga pesada, y llamé con insistencia la atención de los hermanos
    responsables a aquellas cosas que el Señor me estaba pidiendo que
    presentara delante de ellos en forma clara… Y aunque todavía siento la
    profunda ansiedad con respecto a la actitud que algunos están tomando
    hacia importantes medidas relacionadas con el desarrollo de la causa de Dios
    en la tierra, tengo sin embargo una fuerte fe en los obreros de todo el campo,
    y creo que al reunirse y humillarse delante del Señor, y al consagrarse de
    nuevo a su servicio, se capacitarán para hacer su voluntad. Hay algunos que
    ni siquiera ahora ven las cosas en la debida luz, pero éstos pueden aprender
    a ver las cosas en forma unánime con sus colaboradores, y pueden evitar
    cometer serios errores buscando fervientemente al Señor en este tiempo y
    sometiendo su voluntad completamente a la voluntad de Dios.
    «He sido profundamente impresionada por escenas que pasaron delante de
    mí recientemente durante 467 la noche. Parecía haber un gran movimiento
    -una obra de reavivamiento- que se estaba realizando en muchos lugares.
    Nuestros hermanos acudían al llamado, respondiendo a la invitación de Dios.
    Hermanos míos, el Señor nos está hablando. ¿No escucharemos su voz?
    ¿No aderezaremos nuestras lámparas, y actuaremos como hombres que
    esperan que su Señor venga? El tiempo exige que los portaluces estén
    activos.
    » ‘Yo pues,. . . os ruego que andéis como es digno de la vocación con que
    fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con
    paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del
    Espíritu en el vínculo de la paz ‘ «.(111) Actividades personales Con respecto a sus actividades en la labor pública y en el hogar, la Sra. White escribió en 1913: «Anhelo personalmente empeñarme con fervor en la obra en el campo, y con toda seguridad estaría involucrada en una obra pública mayor, si no creyera que a mi edad no es sabio presumir con respecto a las fuerzas físicas de uno. Tengo una obra que hacer en comunicar a la iglesia y al mundo la luz que me ha sido confiada, de tiempo en tiempo, a través de todos los años durante los cuales el mensaje del tercer ángel ha sido proclamado. Mi corazón está lleno del más ferviente deseo de poner la verdad delante de todos aquellos que puedan ser alcanzados. Y todavía estoy desempeñando una parte en preparar material para la publicación. Pero tengo que moverme con mucho cuidado, no sea que me coloque en donde de ninguna manera pueda escribir. Yo no sé por cuánto tiempo 468 viviré, pero no estoy sufriendo tanto desde el punto de vista de la salud, como podría esperarse. «Después del congreso general de 1909, pasé varias semanas asistiendo a congresos campestres y a otras reuniones generales, y visitando diversas instituciones en Nueva Inglaterra, los Estados centrales y el medio oeste. «Al regresar a mi hogar de California, emprendí de nuevo la tarea de preparar material para la prensa. Durante los cuatro años pasados he estado escribiendo comparativamente pocas cartas. La fuerza que he tenido ha sido mayormente dedicada a la terminación de importantes libros. «Ocasionalmente he asistido a algunas reuniones, y he visitado instituciones en California, pero la mayor porción de mi tiempo … ha sido empleado en preparar manuscritos en mi hogar de campo, ‘Elmshaven’, cerca de Santa Elena. «Estoy agradecida de que el Señor me sigue dando vida para trabajar un poco más en mis libros. Ojalá tuviera fuerza para hacer todo lo que veo que debiera hacerse. Oro porque él me imparta sabiduría, a fin de que las verdades que nuestro pueblo necesita tanto puedan ser presentadas en forma clara y aceptable. Estoy animada a creer que Dios me permitirá hacerlo. Mi interés en la obra en general es tan profundo como siempre, y anhelo grandemente que la causa de la verdad presente progrese en forma sostenida en todas partes del mundo. Pero hallo que es aconsejable no intentar mucho trabajo en público mientras la obra de mis libros demanda mi supervisión… «Estoy más agradecida de lo que pueda expresarlo, por el Espíritu elevador del Señor, por el consuelo y la gracia que él continúa dándome y porque él me concede la fuerza y la oportunidad de impartir valor y 469 ayuda a su pueblo. Por tanto tiempo como el Señor me dé vida, seré fiel a él y veraz, tratando de hacer su voluntad y de glorificar su nombre. Quiera el Señor aumentar mi fe, para que continúe conociéndolo, y haciendo su voluntad más perfectamente. Bueno es el Señor, y grande para ser alabado».(112)
    Los pioneros del mensaje
    En una de sus comunicaciones a los hermanos reunidos en el congreso de la
    Asociación General de 1913, la Sra. White se refirió al valor creciente de la
    experiencia del pasado con la cual estaban familiarizados los pioneros del
    mensaje del tercer ángel y concerniente a la cual ellos podían dar un
    testimonio positivo.
    «Deseo grandemente -escribió ella- que los viejos soldados de la cruz,
    aquellos que han encallecido en el servicio del Maestro, continúen
    presentando su testimonio directo para que los más jóvenes en la fe
    entiendan que los mensajes que el Señor nos dio en lo pasado son muy
    importantes en esta etapa de la historia de la tierra. Nuestra experiencia
    pasada no ha perdido una jota de su fuerza.
    «Tengan todos cuidado de no desanimar a los pioneros, o de hacer que
    sientan que es poco lo que ellos pueden hacer. Su influencia puede
    ejercerse todavía poderosamente en la obra de Dios. El testimonio de los
    ministros de edad siempre será una ayuda y una bendición para la iglesia.
    Dios velará por sus fieles y probados portaestandartes, de noche y de día,
    hasta que venga el tiempo en que depongan su armadura. Asegúreseles que
    están bajo el cuidado protector de Aquel que nunca está adormecido o
    duerme; y que centinelas que no se cansan están a su lado para guardarlos.
    470 Sabiendo esto, y comprendiendo que moran en Cristo, ellos pueden
    descansar con confianza en las providencias de Dios».(113) Dando a la trompeta un sonido certero Durante la obra de su vida, la fe de la Sra. White en las providencias directoras de Dios relacionadas con el desarrollo de las verdades de los mensajes de los tres ángeles permaneció incólume. A menudo en su testimonio expresó la convicción de que, desde el comienzo, Dios ha sido el Maestro y el Director de su pueblo. Y esta convicción con respecto a la dirección divina en el pasado, a través de todo el movimiento adventista, le daba confianza para el futuro. Veamos la siguiente declaración, escrita por ella en 1890 al pasar en revista su propia experiencia, y teniendo pleno conocimiento de que en los días futuros surgirían controversias y diferencias doctrinales: «He tenido preciosas oportunidades de obtener una experiencia. He tenido una experiencia en el mensaje del primer ángel, del segundo y del tercero. Los ángeles son representados volando en medio del cielo mientras proclaman al mundo un mensaje de amonestación, un mensaje que tiene relación directa con la gente que vive en los últimos días de la historia de esta tierra. Nadie escucha la voz de estos ángeles, porque son símbolos que representan al pueblo de Dios que está trabajando en armonía con el universo del cielo. Hombres y mujeres, iluminados por el Espíritu de Dios, santificados por la verdad, proclaman los tres mensajes en su orden. «He desempeñado una parte en esta obra solemne. Casi toda mi experiencia cristiana está entretejida con 471 ella. Hay algunos que todavía viven y que tienen una experiencia similar a la mía. Ellos han reconocido la verdad que se revelaba para nuestro tiempo; se han mantenido al paso con el gran Director, el Capitán de las huestes del Señor. En la proclamación de los mensajes, toda especificación de la profecía se ha cumplido. Aquellos que tuvieron el privilegio de desempeñar una parte en proclamar estos mensajes han obtenido una experiencia que es del más alto valor para ellos; y ahora, cuando estamos en medio de los peligros de estos últimos días, cuando se oirán voces por todas partes diciendo: ‘He aquí el Cristo’, ‘Aquí está la verdad’; cuando la ocupación principal de muchos es la de trastornar el fundamento de nuestra fe que nos ha guiado desde las iglesias y del mundo para ser ahora un pueblo peculiar en el mundo, a semejanza de Juan, nuestro testimonio será el siguiente: » ‘Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida . . . lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros ‘. «Yo quiero testificar de las cosas que yo he visto, de las cosas que yo he oído, de las cosas que mis manos palparon tocante al Verbo de vida. Y éste testimonio yo sé que es del Padre y del Hijo. Hemos visto y testificamos que el poder del Espíritu Santo ha acompañado la presentación de la verdad, las amonestaciones dadas con la pluma y de viva voz, y la presentación de los mensajes en su orden. Negar esta obra sería negar el Espíritu Santo, y nos colocaría entre el grupo que se ha apartado de la fe, dando oído a espíritus seductores. «El enemigo utilizará todos los medios para desarraigar la confianza de nuestros creyentes en los pilares 472 de nuestra fe, en los mensajes del pasado, que nos han colocado sobre la elevada plataforma de la verdad eterna y que han establecido y han dado carácter a la obra. El Señor Dios de Israel ha conducido a su pueblo, revelándole la verdad de origen celestial. Se ha oído su voz, y todavía sigue oyéndose: Avanzad de fuerza en fuerza, de gracia en gracia, de gloria en gloria. La obra se fortalece y se amplía, pues el Señor Dios de Israel es la defensa de su pueblo. «Aquellos que sostienen en forma teórica la verdad, con la punta de los dedos, por así decirlo, que no han introducido sus principios en el santuario íntimo del alma, sino que han mantenido la verdad vital en el atrio exterior, no verán nada sagrado en la historia pasada de este pueblo, que ha hecho de ellos lo que son, y los ha establecido como obreros misioneros fervientes y determinados en el mundo. La verdad para este tiempo es preciosa; pero aquellos cuyos corazones no han sido quebrantados sobre la roca, Cristo Jesús, no verán ni entenderán lo que es la verdad. Ellos aceptarán lo que agrada a sus ideas, y comenzarán a fabricar otros fundamentos que los que han sido colocados. Ellos halagarán su propia vanidad y amor propio, pensando que son capaces de quitar los pilares de nuestra fe, y reemplazarlos por pilares que ellos han ideado. «Esto continuará ocurriendo mientras dure el tiempo. Todo el que haya sido un estudiante concienzudo de la Biblia verá y entenderá la posición solemne de los que están viviendo en las últimas escenas de la historia de esta tierra. Ellos sentirán su propia ineficiencia y debilidad, y harán que su primera ocupación sea no solamente una forma de piedad sino una conexión vital con Dios. No osarán descansar hasta que Cristo, la esperanza de gloria, sea formado en ellos. El 473 yo morirá; el orgullo será eliminado del alma, y ellos tendrán la mansedumbre y la bondad de Cristo».(114)
    Trabajo con manuscritos para libros
    La correspondencia personal de la Sra. White está llena de muchas
    referencias a manuscritos de libros en los cuales estaba trabajando
    incansablemente y con amor. Mientras estaba en Europa, ella trabajaba en
    la ampliación de El conflicto de los siglos y la Vida de Cristo. Después que
    se publicó la edición del Conflicto para el colportaje en 1888, ella completó el
    volumen acompañante, Patriarcas y profetas, en 1890. El camino a Cristo
    apareció en 1892, Obreros evangélicos en 1893, y el Discurso maestro de
    Jesucristo (Thoughts From the Mount of Blessing) en 1896. Su mayor obra
    literaria, El Deseado de todas las Gentes, ocupó mucho de su tiempo durante
    el viaje por Australia, y apareció en 1898.
    Cuando aparecieron Palabras de vida del gran Maestro (Christ’s Object
    Lessons) y Testimonies for the Church, tomo 6, en 1900, algunos de sus
    amigos pensaron que sus laboriosos trabajos para preparar manuscritos para
    la publicación en forma de libros casi habían terminado. Pero no era así. La
    preocupación por escribir todavía la estaba presionando pesadamente. Un
    sentimiento compulsor acerca de las necesidades de un mundo que perece, y
    de muchos que profesan ser súbditos del Rey Emanuel, la indujo a trabajar
    más y más, en un esfuerzo fervoroso para dar a los demás aquello que
    llenaba su propia alma de gozo y de paz. Escuchad su declaración cuando,
    en 1902, ella le escribía a un amigo sobre la alta norma a que debían aspirar
    los creyentes cristianos:
    «Oh, ¿qué cosa podría darles una conciencia de la 474 responsabilidad que
    descansa sobre ellos de ser semejantes a Cristo en palabras y hechos?
    Trataré de despertar sus sentidos dormidos, si no por la palabra hablada,
    escribiendo. El terrible sentimiento de mi responsabilidad se posesiona de mí
    de tal manera que me siento cargada como un carro lleno de gavillas. No
    deseo sentir menos intensamente mi obligación hacia el Poder Superior. La
    Presencia divina está siempre conmigo, asegurándome su suprema
    autoridad, y tomando nota del servicio que presto o que dejo de
    realizar».(115) «El Señor me ordena que hable, y esto es lo que haré -declaró la Sra. White más adelante cuando se sentía de esta manera cargada con su responsabilidad como mensajera escogida-. Se me instruyó que presentara mi testimonio con la decisión de la autoridad». (116)Y en otra comunicación,
    escrita el mismo mes, escribió:
    «Tengo todas las razones para alabar a mi Padre celestial por la claridad de
    pensamiento que él me ha dado con respecto a los temas de la Biblia.
    Anhelo presentar estas cosas preciosas, de tal manera que las mentes de los
    ministros y del pueblo puedan, si es posible, ser atraídas de las contenciones
    y las luchas a algo que es vivificante para el alma: alimento que dará salud,
    esperanza y valor…
    «Durante la noche están pasando muchas cosas delante de mí. Me son
    presentadas las Escrituras, llenas de gracia y de riqueza. La palabra del
    Señor a mí es: ‘Mira estas cosas, y medita en ellas. Puedes reclamar la rica
    gracia de la verdad, que nutre el alma. No tengas nada que ver con
    controversias y disensiones y luchas, que traen oscuridad y desánimo a tu
    alma. La verdad 475 es clara, pura, llena de sabor… Habla la verdad con fe y
    con amor, dejando los resultados con Dios. La obra no es tuya, sino del
    Señor. En todas tus comunicaciones, habla como alguien a quien ha hablado
    el Señor. El es tu autoridad, y te dará su gracia sostenedora» ‘.*(117)
    Estas palabras fueron escritas más o menos en el tiempo en que Testimonies
    for the Church, tomo 7, estaba en manos de los impresores. Poco después
    de su aparición, ella escribió con respecto a los tomos 6 y 7:
    «He sido impresionada a llamar la atención de los miembros de nuestra
    iglesia al estudio de los últimos dos tomos de Testimonies for the Church.
    Cuando estaba escribiendo estos libros, sentí la acción profunda del Espíritu
    de Dios… Ellos están llenos de material precioso. En visiones de la noche el
    Señor me dijo que la verdad contenida en estos libros debía ser dada a los
    miembros de nuestras iglesias, porque hay muchos que son indiferentes con
    respecto a la salvación de sus almas» ‘ *(118)
    Pero estos tomos no iban a ser los últimos. Había mucho que hacer
    todavía.»Debo preparar libros -escribió en mayo de 1903- y así dar a otros la
    luz que el Señor me da. No quiero dejar una obra sin terminar». Y durante el
    mismo mes escribió de nuevo: «Estoy tratando de preparar material para
    publicar que guardará la obra por todos lados, de manera que no se haga
    desproporcionada. Tenemos muchas cosas en preparación para su
    publicación… La verdad debe aparecer tal como es».
    En agosto de 1903, la Sra. White escribió a un antiguo amigo: «Mi salud es
    buena, y puedo escribir mucho. Agradezco a Dios por esto. He decidido no
    476 asistir a tantos congresos, sino dedicar mi tiempo a escribir… Anhelo
    grandemente escribir sobre la vida de Salomón y la historia siguiente de su
    reino, y deseo también escribir sobre la vida de Pablo y su obra en relación
    con los otros apóstoles. A veces el pensamiento de esta obra descuidada me
    mantiene despierta durante la noche».
    La Sra. White vivió para ver sus deseos cumplidos con respecto a mucho de
    lo que había planeado hacer. Su obra Educación fue completada en 1903;
    Testimonies for the Church, tomo 8, en 1904; y Ministerio de curación en
  61. Muchos testimonios especiales (Special Testimonies) fueron
    preparados para la circulación en forma de folletos; y en 1909 se publicó
    también Testimonies for the Church, tomo 9, el último de la serie. Al final de
    1910 la Sra. White había dado plena consideración a todos los problemas
    relacionados con la reedición de El conflicto de los siglos. Habiendo
    terminado la tarea, halló tiempo para supervisar la revisión de Sketches from
    the Life of Paul (Bosquejos de la vida de Pablo), y para añadir varios
    capítulos relativos a la obra de la vida y a los escritos de los apóstoles de la
    iglesia cristiana primitiva. Esto se publicó en 1911, bajo el título Los hechos
    de los apóstoles. El próximo volumen en aparecer fue Consejos para
    maestros, padres y alumnos sobre educación cristiana (conocido como
    Consejos para los maestros), en 1913; e inmediatamente después la Sra.
    White comenzó la lectura de manuscritos que eran enviados a los impresores
    en 1914 para una nueva edición de Obreros evangélicos.
    Al publicar Facts of Faith en 1864, en ese pequeño volumen la Sra. White
    incluyó material que llevó la historia de Israel más allá de los días de David.
    En la década del setenta escribió bastante sobre el regreso de los israelitas
    de Babilonia, espaciándose en detalles en 477 las experiencias de
    Nehemías. En artículos y en tomos encuadernados de Testimonies for the
    Church, a menudo contó y volvió a contar la historia de Salomón, Elías y
    Eliseo, de Isaías y Jeremías, de Daniel y los jóvenes hebreos, y del regreso
    de los exiliados bajo Zorobabel, Josué y Esdras.
    Facts of Faith ha estado por mucho tiempo agotado, pues el material
    contenido en él ha sido mayormente incorporado, con muchas adiciones, en
    el último volumen, Spirit of Prophecy, t. 1 (1870), y finalmente en Patriarcas y
    profetas (1890). Cuando se completó Patriarcas, la Sra. White esperaba
    continuar pronto con la historia desde el final del reino de David y publicar en
    una forma ordenada aquello que le había sido posible escribir a través de los
    años concerniente a la experiencia de Salomón y el reino dividido, y la final
    restauración al favor divino como un pueblo unido, es decir un tipo de Israel
    espiritual, la actual iglesia de Dios en la tierra, en el seno de la cual
    finalmente serán cumplidas todas las promesas del pacto.
    Era su propósito preparar en forma adecuada, para la publicación, la historia
    de los profetas y reyes del Antiguo Testamento, lo cual la indujo a reunir
    algún material al efecto para una serie de artículos. Estos fueron publicados
    en las columnas de la Review, del Signs y del Watchman.
    No mucho después que la Sra. White regresó de Australia, comenzó de
    nuevo con la historia del Antiguo Testamento, y continuó en forma
    intermitente por más de diez años. Así se dio consideración a los muchos
    manuscritos que trataban de este período de la historia de la Biblia y que no
    estaban incluidos en sus otros volúmenes de la serie «Conflicto».
    Durante 1913 y 1914 la Sra. White dedicó mucho pensamiento a la
    terminación de esta obra. En el 478 tiempo de su accidente, en febrero de
    1915, se habían completado todos los capítulos, menos los últimos dos, de
    un volumen que llevaba por título La cautividad y la restauración de Israel, y
    que cubría los períodos inconclusos. Estos capítulos finales habían sido
    suficientemente esbozados para que pudieran terminarse, con la inclusión de
    un material adicional de su archivo de manuscritos
    Durante el año último empleado por la Sra. White en un tranquilo descanso y
    en la finalización de su obra de preparar manuscritos, una de sus copistas le
    escribió a su hijo W. C. White, con fecha 23 de diciembre de 1914:
    «Aunque está excesivamente cansada mentalmente, su madre parece
    encontrar gran consuelo en las promesas de la Palabra, y a menudo halla
    citas y las completa cuando comenzamos a mencionar algún texto familiar…
    No la encuentro desanimada … ante la perspectiva general del campo de la
    siega, donde sus hermanos están trabajando. Ella parece poseer una fe
    sólida en el poder de Dios para ejercer su suprema dirección, y realizar su
    propósito eterno por medio de los esfuerzos de los que él ha llamado para
    desempeñar una parte en su gran obra. Se eleva por encima de las
    pequeñas críticas, por encima de los pasados fracasos de aquellos que han
    sido reprobados, y expresa la convicción, nacida aparentemente de una fe
    innata en la iglesia del Dios vivo, de que sus hermanos permanecerán fieles a
    la causa que han sostenido, y de que el Señor continuará con ellos hasta el
    fin, y les concederá la victoria completa sobre toda invención del enemigo.
    «La fe en el poder de Dios para sostenerla a través de las muchas debilidades
    propias de una edad avanzada; la fe en las preciosas promesas de la Palabra
    de Dios; la fe en sus hermanos que llevan la carga de la 479 obra; la fe en el
    triunfo final del mensaje del tercer ángel, es la fe completa que su madre
    parece disfrutar cada día y cada hora. Esta es la fe que llena su corazón de
    gozo y paz, aun cuando sufre gran debilidad física, y no puede continuar
    escribiendo. Una fe semejante inspira a cualquiera que la observe».
    Un encargo solemne
    El espíritu que caracterizó la vida y las labores de la Sra. White durante los
    años finales de su ministerio se refleja en una comunicación titulada «Valor en
    el Señor», dirigida a sus hermanos reunidos en el congreso general de 1913.
    Sus palabras de exhortación eran en realidad una oración y una bendición:
    «Oro fervientemente porque la obra que hacemos en este tiempo impresione
    profundamente el corazón, la mente y el alma. Las perplejidades
    aumentarán; pero como creyentes en Dios, animémonos unos a otros. No
    rebajemos la norma. Mantengámosla elevada, poniendo nuestros ojos en
    Aquel que es el autor y consumador de nuestra fe. Cuando durante la noche
    no puedo dormir, elevo mi corazón en oración a Dios, y él me fortalece, y me
    da la seguridad de que está con sus siervos que ministran en este país y en
    los países distantes. Me siento animada y bendecida cuando me doy cuenta
    de que el Dios de Israel está todavía guiando a su pueblo, y que continuará
    estando con él, aún hasta el fin.
    «Se me ha instruido a decir a nuestros hermanos que ministran: Que los
    mensajes que broten de vuestros labios estén cargados con el poder del
    Espíritu Santo. Si hubo alguna vez un tiempo cuando necesitamos la
    dirección especial del Espíritu Santo es ahora. Necesitamos una
    consagración completa. Es harto tiempo de que demos al mundo una
    demostración del 480 poder de Dios en nuestras propias vidas y en nuestro
    ministerio.
    «El Señor anhela ver llevada adelante con eficiencia creciente la obra de
    proclamar el mensaje del tercer ángel. Como él ha obrado en todos los siglos
    para dar victorias a su pueblo, así en este tiempo anhela llevar a un triunfante
    cumplimiento las promesas que ha hecho a su iglesia. El pide a sus santos
    creyentes que avancen en forma unida, yendo de una fuerza a una fuerza
    mayor, de la fe a una seguridad y a una confianza acrecentada en la verdad y
    la justicia de su causa.
    «Hemos de mantenernos firmes como una roca a los principios de la Palabra
    de Dios, recordando que Dios está con nosotros para darnos fortaleza a fin
    de hacer frente a cada nueva experiencia. Mantengamos siempre en
    nuestras vidas los principios de la justicia, para que avancemos de fortaleza
    en fortaleza en el nombre del Señor. Hemos de considerar como muy
    sagrada la fe que ha sido sostenida por la instrucción y la aprobación del
    Espíritu de Dios desde nuestra primera experiencia hasta el tiempo presente.
    Hemos de considerar como preciosa la obra que el Señor ha estado llevando
    adelante por medio de su pueblo que guarda sus mandamientos, y que,
    mediante el poder de su gracia, aumentará en fuerza y en eficiencia a medida
    que avanza el tiempo. Los enemigos están tratando de nublar el
    discernimiento de los hijos de Dios, y debilitar su eficacia; pero si éstos
    trabajan de acuerdo con la dirección del Espíritu Santo, el abrirá puertas de
    oportunidades delante de ellos, para la obra de edificar los antiguos lugares
    desolados. Su experiencia será una experiencia de constante crecimiento,
    hasta que el Señor descienda del cielo con poder y grande gloria para poner
    su sello de triunfo final sobre sus fieles.
    «La obra que está delante de nosotros pondrá a 481 prueba toda la
    capacidad del ser humano. Exigirá el ejercicio de una fe fuerte y de
    constante vigilancia. En ocasiones, las dificultades que encontraremos serán
    muy desalentadoras. La misma grandeza de la tarea nos abrumará. Y sin
    embargo, con la ayuda de Dios sus siervos triunfarán finalmente. Por lo cual
    pido hermanos míos, que no desmayéis a causa de las tribulaciones que os
    esperan. Jesús estará con vosotros. El irá delante de vosotros por medio de
    su Santo Espíritu, preparando el camino. Y él será vuestro ayudador en toda
    emergencia.
    «‘Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
    de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé,
    conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el
    hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros
    corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente
    capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud,
    la profundidad y la altura; y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo
    conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. «Y a Aquel
    que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de
    lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él
    sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de
    los siglos. Amén’ «.* (119)482
  62. La Ultima Enfermedad
    DURANTE los dos años anteriores al accidente que aceleró su muerte, la
    Sra. White se vio más libre de sufrimientos y de los achaques comunes que
    durante ningún otro período de su vida. Una vez su fuerza decayó en forma
    pronunciada, pero pronto recobró sus energías, y de nuevo fue capaz de
    continuar con sus tareas con comparativa comodidad. Su ayudante
    acostumbraba sacarla para que diera un paseo en coche cada día agradable,
    y esto le proporcionaba un cambio que le reportaba descanso. Por lo común
    ella podía ir de su pieza, ubicada en el piso superior, hasta el coche, sin
    ayuda. Pero con el peso de los años su postura se encorvaba más y más, y
    sus amigos no podían esperar que su vida se prolongara por mucho más
    tiempo.
    En la primavera de 1914, la Sra. White tuvo el placer de verse de nuevo con
    su hijo, el pastor Jaime Edson pasó algunas semanas en su casa. No mucho
    después de su regreso, su madre sufrió una gran debilidad a raíz de una
    complicación de dificultades, y como resultado, mayormente dejó de leer. En
    los meses que siguieron, a menudo tenía alguna otra persona que le leía.
    El cese en sus actividades ordinarias, sin embargo, no la indujo a disminuir
    su interés en el progreso de la causa de Dios en todo el mundo. Las páginas
    de la Review and Herald y de otros periódicos denominacionales 483 eran
    tan preciosas para ella como siempre, y continuó gozando de las cartas de
    los viejos amigos, y a menudo volvía a contar con ánimo las experiencias de
    los días primeros.
    En el curso de una conversación que tuvo el 2 de diciembre de 1914, se
    refirió a un incidente que había ocurrido muchos años antes. Un cierto
    hermano había expresado desánimo frente a la perspectiva de una obra larga
    y difícil que necesitaba hacerse antes que el mundo estuviera preparado para
    la segunda venida de Cristo. Otro hermano, que tenía mucha fe, se volvió a
    él, con su rostro emblanquecido por una gran emoción, y le dijo: «Hermano
    mío, ¿permite Ud. que esta perspectiva lo desanime? ¿No sabe Ud. que Dios
    quiere que continuemos la batalla hasta los portales? ¿No sabe Ud. que él
    quiere que continuemos luchando más y más y más, sabiendo que la victoria
    está delante?»
    Fue en la primera parte de diciembre de 1914, cuando ella testificó del hecho
    de que había oído voces durante la noche que clamaban: » ¡Avanzad!
    ¡Avanzad! ‘Avanzad! ¡Continuad la batalla hasta los portales!»
    Aunque ansiosa de continuar su trabajo, y especialmente deseosa de hablar
    en público, la Sra. White sabía que sus fuerzas la estaban abandonando
    gradualmente, y que no debía abusar de sus energías declinantes. Esta era
    una verdadera prueba para ella, y sin embargo se sentía resignada a la
    voluntad del Señor. Escuchadla orando en el altar familiar a la puesta del sol
    el sábado 26 de diciembre de 1914, después de las peticiones ofrecidas por
    el pastor E. W. Farnsworth y otros:
    «Tú escucharás nuestras peticiones, y te pedimos, Señor, en el nombre de
    Cristo, que si ésta es tu voluntad, me des fuerza y gracia para continuar; o de
    otra manera, estoy perfectamente lista a dejar mi carga en 484 cualquier
    tiempo que te parezca mejor. Oh Señor, anhelo grandemente hacer algunas
    cosas, tú lo sabes, y quisiera hacerlas si me das la fuerza; pero no nos
    quejaremos, porque tú has conservado mi vida por más tiempo de lo que
    muchos habían anticipado y de lo que yo misma pensaba… Danos luz.
    Danos gozo. Danos la gran medida de gracia que tienes en reserva para los
    necesitados. Lo pedimos en el nombre de Jesucristo de Nazaret».
    Su constitución física se hizo más y más débil; pero el espíritu continuaba
    animado. En conversación con el Dr. David Paulson el 25 de enero de 1915,
    la Sra. White dijo: «El Señor ha sido mi ayudador. El Señor ha sido mi Dios,
    y no tengo ninguna duda de ello. Si yo no pudiera darme cuenta de que él ha
    sido mi guía y mi sostén, decidme en qué podría confiar. Tengo una
    confianza tan firme de que Dios colocará mis pies sobre el monte Sión como
    que vivo y respiro; y voy a conservar esa confianza hasta que muera».
    Cuando, el 27 de enero de 1915, su hijo, W. C. White, regresó a casa
    después de cuatro meses de ausencia en el este y en el sur, ella estaba
    aparentemente tan fuerte como cuando él se fue. Todavía gozaba ella de
    comodidad en alto grado, del punto de vista de la salud, y podía caminar de
    aquí para allá. Unas dos semanas más tarde, tan sólo el día antes de que
    sufriera el accidente, empleó un poco de tiempo caminando por el patio con
    él, y conversando de los intereses generales de la causa de Dios.
    Fue el sábado 13 de febrero de 1915 cuando la Sra. White sufrió el
    accidente que la confinó a su sillón de allí en adelante y que aceleró su
    muerte. Mientras estaba entrando en su estudio desde el pasillo, cerca del
    mediodía, aparentemente tropezó y cayó. Su sobrina, la Srta. May Walling,
    quien por algún tiempo 485 había actuado como su enfermera, estaba cerca
    del pasillo, y se apresuró a asistirla. Como los esfuerzos hechos para
    ayudarle a ponerse en pie resultaron inútiles, la Srta. Walling la sentó en una
    silla, arrastró la silla por el pasillo hasta el dormitorio, y finalmente la puso en
    cama. Luego, llamó al médico del sanatorio de Santa Elena.
    Un examen preliminar que hizo el Dr. G. E. Klingerman fue seguido por un
    examen más detenido por medio de los Rayos X, y éste reveló en forma
    inequívoca una fractura intracapsular del fémur izquierdo. Naturalmente fue
    imposible determinar cuándo se había producido la fractura del hueso, si
    antes de la caída, causándole de esta manera su caída al suelo, o como
    resultado de la misma.
    La nerviosidad de los próximos días y noches siguientes fue acompañada
    con un poco de dolor. De hecho, desde el comienzo el Señor
    misericordiosamente le ahorró a su anciana sierva los dolores serios que
    ordinariamente vienen con tales traumatismos. Tampoco tenía los síntomas
    usuales de shock. La respiración, la temperatura y la circulación eran casi
    normales. El Dr. Klingerman y el Dr. G. F. Jones, su asociado, hicieron todo
    lo que la ciencia médica podía sugerir para hacer sentir cómoda a su
    paciente; pero a su edad avanzada podían tener poca esperanza de una
    recuperación final.
    A través de las semanas y meses de su última enfermedad, la Sra. White se
    reanimaba con la misma fe, esperanza y confianza que habían caracterizado
    su vida en los días de su dolor. Su testimonio personal era uniformemente
    alegre y su valor era notable. Sentía que sus días estaban en las manos de
    Dios, y que la presencia del Señor estaba con ella continuamente. No mucho
    después de haber quedado imposibilitada debido 486 al accidente, testificó
    acerca del Salvador: «Jesús es mi bendito Redentor, y yo lo amo con todo mi
    ser». Y de nuevo dijo: «Veo luz en su luz. Tengo gozo en su gozo, y paz en
    su paz. Veo misericordia en su misericordia, y amor en su amor». A la Srta.
    Sara McEnterfer, que por muchos años fue su secretaria, le dijo: «Si
    solamente pudiera ver a mi Salvador cara a cara, estaré plenamente
    satisfecha».
    En una entrevista con otra persona ella dijo: «Mi ánimo está cimentado en mi
    Salvador. Mi obra casi ha terminado. Mirando el pasado, no tengo el menor
    asomo de desconsuelo o desánimo. Me siento muy agradecida al Señor
    porque él me ha salvado de la desesperación y el desaliento, y porque
    todavía puedo sostener la bandera. Yo conozco a Aquel a quien amo y en
    quien tiene confianza mi alma».
    Refiriéndose a la perspectiva de su muerte, declaró: «Yo creo que cuanto
    antes se produzca, tanto
    mejor. Todo el tiempo pienso de esta manera: cuanto antes, tanto mejor. No
    tengo un solo pensamiento de desaliento o de tristeza… No tengo nada de
    qué quejarme. Que el Señor haga lo que le plazca, que haga su obra en mí,
    de manera que yo sea refinada y purificada; eso es todo lo que deseo. Sé
    que mi obra está hecha; no hay por qué decir otra cosa; me regocijaré,
    cuando llegue mi tiempo, de que se me permita descanzar en paz. No tengo
    ningún deseo de que mi vida sea prolongada».
    Después de que hubo orado la persona que estaba tomando estas notas de
    su conversación, la Sra. White oró:
    «Padre celestial, vengo a ti, débil como una caña quebrada, y sin embargo
    confiando que, por la vindicación del Espíritu Santo, la justicia y la verdad
    prevalecerá. Te doy gracias, Señor, y no eludiré nada que tú 487 quieras que
    yo soporte. Que tu luz, tu gozo y tu gracia sean sobre mí, en mis últimas
    horas, para que pueda glorificarte, es mi gran deseo; y esto es todo lo que
    pediré de ti. Amén».
    Esta oración humilde y llena de confianza, hecha por una persona que hacía
    mucho tiempo había sido escogida como un vaso para el servicio del
    Maestro, fue plenamente contestada. El suyo era un consuelo que hace que
    un hijo del gran Padre de luz y amor no tenga ningún temor, aun mientras
    pasa por el valle de sombra de muerte. Un sábado, solamente pocas
    semanas antes que exhalara el último suspiro, le expresó a su hijo:
    «Estoy muy débil. Estoy segura de que ésta es mi última enfermedad. No
    estoy afligida por el pensamiento de morir. Me siento consolada todo el
    tiempo de que el Señor está cerca de mí. No estoy ansiosa. El carácter
    precioso del Salvador ha sido muy claro para mí. El ha sido un amigo, él me
    ha guardado en la enfermedad y en la salud.
    «No estoy afligida por la obra que he hecho. Hice lo mejor que pude. No creo
    que todavía siga mucho más. No espero mucho sufrimiento. Estoy
    agradecida de que tenemos las comodidades de la vida en tiempo de
    enfermedad. No tengas temor. Yo me voy sólo un poco antes que los
    demás».
    La cómoda oficina del piso alto de la casa de la Sra. White era el lugar más
    favorable para la enferma y las enfermeras, y allí dormía ella la mayor parte
    del tiempo, rodeada por los objetos familiares de una vida más activa a la
    cual había estado acostumbrada por largo tiempo. La pieza estaba bien
    iluminada y aireada. En una esquina tenía una gran ventana que inundaba
    una porción de la cámara con la luz del sol. Aquí estaba su vieja silla en la
    que se sentaba para escribir. Esta fue 488 transformada en un sillón
    reclinable; y después de la primera o segunda semana de enfermedad, casi
    todos los días la levantaban para que se sentara en él. La vista que se
    divisaba desde este asoleado rincón era agradable y variada, y ella se
    gozaba grandemente por las cambiantes bellezas de la primavera y el
    comienzo del verano.
    Cerca de su silla, sobre una mesa, había varios de los libros que ella había
    escrito. Ella solía tomar a menudo algunos de estos libros y mirarlos, y
    parecía deleitarle el tenerlos cerca. Como una madre afectuosa con sus hijos
    era ella con estos libros durante su última enfermedad. Varias veces, cuando
    la visitaban, se la veía con dos o tres de estos libros en su regazo. «Aprecio
    estos libros como nunca antes -señaló en una oportunidad-. Ellos son
    verdad, y son justicia, y constituyen un testimonio permanente de que Dios es
    verdad». Se regocijaba con el pensamiento de que, cuando ella ya no
    pudiera hablar a la gente, sus libros hablarían por ella.
    En ocasiones, cuando sus fuerzas se lo permitían, la conducían en una silla
    de ruedas a una galería asoleada del piso superior. De este pequeño balcón,
    rodeado con las ramas de un precioso rosal que trepaba, contemplaba el
    panorama de la huerta y la viña, de las montañas y los valles, y esto le
    brindaba un constante placer.
    Durante las primeras semanas de su enfermedad, una y otra vez, su voz se
    elevaba en cánticos. La traducción de las palabras del himno que ella
    cantaba es la siguiente:
    «Hemos oído del país santo y brillante,
    hemos oído de él, y nuestros corazones se alegran;
    pues somos un grupo de peregrinos solitarios,
    cansados, agobiados, y tristes. 489
    Nos dicen que los peregrinos tienen allí una morada.
    Ya no existen personas privadas de hogar,
    y sabemos que esa buena tierra es hermosa,
    pues por ella corre el río puro de la vida.
    «Estaremos allí, estaremos allí, a poco tiempo de aquí,
    todo allí será puro y bendito;
    tendremos palma, manto y corona,
    y por siempre tendremos descanso».
    Como quince días después del accidente, se le informó que se celebraría una
    convención de misioneros y colportores en Mountain View, donde se hacían
    planes para una mayor circulación de publicaciones denominacionales. Esta
    referencia a los colportores la indujo a expresar una vez más el placer que
    había tenido dos años antes de saludar a muchos de ellos personalmente en
    su propio hogar. «Estoy tan contenta -añadió-, por todo lo que están
    haciendo por la circulación de nuestros libros. La rama de publicaciones de
    nuestra causa tiene mucho que hacer con nuestro poder. Yo deseo que ella
    realice todo lo que el Señor se propone que haga. Si nuestros colportores
    hacen su parte con fidelidad, yo sé, por la luz que el Señor me ha dado, que
    el conocimiento de la verdad presente será duplicado y triplicado. Por esta
    razón he tenido tanta premura en preparar mis libros. De esta manera se
    podrán colocar en manos de la gente para ser leídos. Y en los idiomas
    extranjeros el Señor se propone que la circulación de nuestros libros sea
    grandemente acrecentada. Así estaremos colocando a la causa de la verdad
    presente en terreno ventajoso. Pero recordemos que en todos nuestros
    esfuerzos debemos buscar diariamente poder y experiencia cristiana 490
    individual. Tan sólo si nos mantenemos en estrecho contacto con la Fuente
    de nuestra fortaleza seremos capaces de avanzar con rapidez en diversos
    ramos».
    Fueron muchos los visitantes -antiguos conocidos y otros- que vinieron a
    saludar a la Sra. White durante los últimos pocos meses de su vida. A veces
    ella no podía reconocer a sus antiguos asociados en el trabajo; y otras veces
    reconocía a los que venían. Siempre que era posible conversaba con ellos.
    Nunca dejó de deleitarse en testificar de la bondad de Dios y de su tierna
    misericordia. Durante meses antes de su enfermedad, citaba el texto bíblico:
    Le han vencido «por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio»;
    y se sentía fortalecida cada vez que daba testimonio del amor de Dios y de
    su cuidado protector.
    Un sábado de tarde, cuando la familia de su hijo W. C. White pasó algún
    tiempo allí, ella resultó especialmente bendecida, y habló muchas palabras
    de consejo a sus nietos. «El Señor es muy bueno con nosotros -declaró-; y si
    seguimos conociendo al Señor, sabremos que sus salidas están preparadas
    como la mañana. Si hay alguna pregunta en vuestras mentes con respecto a
    lo que es correcto, mirad al Señor Jesús, y él os guiará. Debemos traer cada
    plan al Señor, para saber si él lo aprueba… Recordad que el Señor nos
    llevará adelante. Yo estoy velando cada momento, de manera que nada se
    interponga entre mí y mi Señor. Espero que así sea. Dios quiera que todos
    sean fieles. Pronto habrá una gloriosa reunión. Estoy contenta de que
    hayáis venido a verme. El Señor os bendiga. Amén».
    No sólo hacia sus nietas y sus nietos sino también hacia todos los jóvenes de
    la denominación, su corazón se mostraba anhelante y lleno de amorosa
    solicitud. A 491 veces ella hablaba con sus enfermeras y con sus ayudantes
    de la oficina, concerniente a la necesidad de seleccionar sabiamente el
    material de lectura para la juventud.
    «Debemos aconsejar a los jóvenes -instaba ella-, a usar únicamente un
    material de lectura apto para edificar el carácter cristiano. Los puntos más
    esenciales de nuestra fe deben quedar fijados en la memoria de los jóvenes.
    Ellos han tenido una vislumbre de estas verdades, pero no un conocimiento
    completo que los guíe a considerar el estudio de las mismas con favoritismo.
    Nuestros jóvenes deben leer aquello que tenga un efecto saludable y
    santificante sobre su mente. Necesitan esto para que puedan discernir lo que
    es la verdadera religión. Hay mucha lectura buena que no es santificante.
    «Ahora es el tiempo y la oportunidad que tenemos de trabajar por los jóvenes.
    Decidles que estamos ahora en una crisis peligrosa, y necesitamos saber
    cómo discernir la verdadera piedad. Nuestros jóvenes necesitan ser
    ayudados, elevados y animados, pero de la debida manera; no, tal vez, como
    ellos quisieran, pero de una manera que les ayude a tener mentes
    santificadas. Ellos necesitan, más que ninguna otra cosa, una religión buena,
    santificante.
    «No espero vivir mucho ya. Mi obra está casi hecha. Decid a nuestros
    jóvenes que yo quiero que mis palabras los animen a vivir la clase de vida
    que sea más atractiva para las inteligencias superiores».
    El fin llegó el viernes 16 de julio de 1915, a las tres y cuarenta de la tarde, en
    la asoleada cámara del piso superior de su hogar de Elmshaven, donde ella
    había pasado tanto de su tiempo los últimos felices y fructíferos años de su
    ocupada vida. Durmió en Jesús en forma tan silenciosa y pacífica como un
    niño que va a 492 descansar. Rodeaban. su cama su hijo el pastor W. C.
    White y esposa; su nieta, la Sra. Mabel White Workman; su fiel secretaria por
    largo tiempo, la Srta. McEnterfer; su sobrina y consagrada enfermera, la
    Srta. May Walling; otra de sus incansables enfermeras, la Sra. Carrie
    Hungerford; su ama de llaves, la Srta. Tessie Woodbury; su compañera y
    ayudante por largo tiempo, la Sra. Mary Chinnock Thorp; y unos pocos
    amigos y ayudantes que habían pasado muchos años en su casa y en torno
    a ella, así como en su oficina.
    Varios días antes de su muerte había estado inconsciente gran parte del
    tiempo, y al final parecía haber perdido la facultad de hablar y la de escuchar.
    Las últimas palabras que habló a su hijo fueron: «Yo sé en quién he creído».
    «Dios es amor». «El da descanso a sus amados». Para ellos la larga noche
    de espera hasta la mañana de la resurrección es solamente un momento; y
    aun para los que permanecen, el tiempo de espera no será largo, pues Jesús
    viene pronto para reunir a sus amados y llevarlos al hogar. Como declaró
    nuestra amada hermana a los que la rodeaban un sábado durante su
    enfermedad: «Todos estaremos en el hogar muy pronto». 493
  63. El Servicio Fúnebre de Elmshaven
    A LAS cinco de la tarde del domingo 18 de julio de 1915, en Elmshaven,
    «un lugarcito que la gracia ha bendecido en medio de este mundo dolorido»,
    se reunieron casi 500 amigos y vecinos para rendir su último tributo de
    respeto a la memoria de la Sra. Elena G. White, y para consolar con su
    presencia y simpatía a los que habían sido llamados a sufrir la pérdida de una
    persona a quien habían amado con todo su corazón.
    «El servicio se realizó en el prado, en frente de la tranquila casa de campo de
    la Sra. White, que por mucho tiempo había sido un puerto de descanso, un
    verdadero refugio, como ella a menudo lo llamaba cuando volvía de sus
    actividades públicas. En un extremo del prado se había erigido una glorieta
    para los ministros oficiantes; al mismo tiempo se habían colocado
    convenientemente sillas y bancos bajo los olmos umbrosos, con sofás y sillas
    mecedoras para los de más edad y para los enfermos, lo que proporcionó
    asiento a todos los que llegaron.
    Las estrofas de un himno familiar cantado por un doble cuarteto que
    representaba al Colegio de la 494 Unión del Pacífico y al Sanatorio de Santa
    Elena, señaló el comienzo del servicio. El pastor R. W. Munson, en su
    oración, pidió que todos sacaran provecho del ejemplo de la vida consagrada
    y piadosa de la que ahora dormía, y que muchos encontraran ayuda y
    fortaleza especial en la lectura de sus escritos. «Te rogamos especialmente
    -dijo él en su oración-, que bendigas esos escritos que ella ha enviado a los
    cuatro rincones de la tierra, para que el mundo oiga el mensaje en los
    muchos idiomas a los cuales sus libros han sido traducidos. Te agradecemos
    por los que están en la China, en Corea, en Japón, en la India, en el África y
    en las islas de los mares, y que han sido ayudados a obtener su
    conocimiento salvador de la verdad por la lectura de los escritos de tu sierva.
    Bendice, también, te pedimos, oh Señor, a los que han ido a esos países a
    llevar la luz para este tiempo. . . Oh Dios, acelera la proclamación de este
    mensaje a todos los habitantes de la tierra, para que esta generación pueda
    escucharlo y prestarle atención, y pueda prepararse el camino para la venida
    de nuestro bendito Señor».
    El pastor George B. Starr tuvo la lectura bíblica, compuesta de los siguientes
    pasajes, algunos de los cuales fueron leídos en parte: Sal. 116: 15; Ecl. 7: 2,
    4; Rom. 8: 35, 37-39; Juan 6: 39-40; Dan. 12: 2-3; Apoc. 14: 12-13; Eze. 37:
    12-14; Isa. 26: 19; Apoc. 7: 9-17; 21: 4. La lectura terminó con unos pocos
    versículos especialmente ilustrativos de la experiencia de la vida de la Sra.
    White: Sal. 40: 9, 10 y Mar. 14: 8.
    El pastor J. N. Loughborough, venerable pionero con muchos años de
    servicio cristiano pero sostenido maravillosamente por Dios como un testigo
    viviente de las múltiples providencias en el surgimiento y el progreso del
    movimiento adventista, fue el primer orador. Presentó un cálido tributo a la
    obra de la vida de 495 alguien con quien él había trabajado tan a menudo en
    estrecha asociación desde el año 1852. Su discurso, compuesto
    mayormente de reminiscencias del pasado, siguió como un bosquejo
    biográfico; aunque fue mucho más que un mero bosquejo, puesto que
    revelaba, como lo hizo, la operación especial del Espíritu Santo en relación
    con las labores de la Sra. White. Y luego destacó de nuevo el hecho de que
    las obras publicadas por ella exponían la moral más pura, guiaban a Cristo y
    a la Biblia, y traían descanso y consuelo a los corazones cansados y
    dolientes.
    El próximo orador, pastor Starr, se refirió a algunos aspectos personales de la
    vida de la Sra. White. «Yo no he escuchado a ninguna otra persona -dijo él-,
    hablar del amor a Jesús como la he oído a ella. Muchas veces la oí
    exclamar: ‘Yo amo al Señor, yo amo al Señor, ¡yo amo al Señor!’ Su vida
    entera estaba dedicada a lograr que otros lo amaran y lo sirvieran con todo el
    corazón. . .
    «La considero como uno de los caracteres más fuertes que yo haya
    encontrado. Puedo comparar su vida solamente con el roble robusto que
    hace frente a los vientos y soporta su embate más severo, o con la montaña
    que se ríe de la tormenta . . . Su fe en Dios era invencible. Bajo pruebas que
    habrían barrido la fe de muchos, ella mantuvo firme su confianza, y triunfó».
    «Al decirle adiós, hace dos semanas -el pastor Starr continuó-, le dije: ‘Nos
    alegramos de verla tan despejada esta mañana’. La Hna. White replicó: ‘Me
    alegro de que me encuentre así, y deseo decirle que también mi interior se
    halla despejado y brillante’. Y entonces añadió: ‘No he tenido muchos días
    de tristeza, ¿no es cierto?’ ‘No, Hna. White -contesté-, porque a través de
    toda su vida Ud. se ha elevado por encima de la tristeza’. ‘Sí -replicó ella,-,
    mi Padre 496 celestial lo ha planeado de esta manera para mí, y él sabe
    cuándo vendrá el fin. Por lo tanto estoy determinada a no murmurar’.
    «Entonces le dije a ella: ‘No puedo dejar de repetirle, Hna. White, lo que Ud.
    nos escribió en una de sus últimas cartas. Ud. dijo: «Las sombras se están
    prolongando y nos acercamos al hogar. Pronto estaremos en el hogar, y
    entonces repasaremos todo esto juntos en el reino de Dios» ‘. Ella replicó: ‘Sí;
    parece casi demasiado bueno para ser cierto, pero es cierto’ «.
    Se cantó entonces la estrofa de otro himno cuya traducción es la siguiente:
    «Se fue de la tierra para siempre,
    está libre de todo cuidado y temor;
    nunca se unirá de nuevo con nosotros,
    mientras marchamos por este valle de dolor».
    Los primeros versos del segundo himno conmovieron profundamente a gran
    parte de la congregación. Estos versos hace años fueron escritos por uno de
    los asociados de la Sra. White en el servicio del Maestro, que también ahora
    descansa, el pastor Urías Smith. Siempre es triste la despedida,
    «Pero se acerca un día glorioso,
    anhelado jubileo de la tierra.
    El rey de la Creación en su venida
    proclamará la libertad de su pueblo;
    en las alas brillantes del amor,
    entonarán desde la tima y del mar:
    ‘Oh muerte; ¿dónde está tu dominio?
    Oh tumba, ¿dónde está tu victoria?’ «
    El pastor E. W. Farnsworth, que estaba a cargo del servicio, habló como
    sigue: 497
    «Parece casi imposible, hermanos y amigos, que alguien piense predicar un
    sermón, un sermón conmemorativo de alguien cuya vida y cuyas labores han
    sido un constante sermón viviente durante prácticamente ochenta años. Este
    verano va a hacer 78 años que la Hna. White entregó su corazón al Señor; y
    durante todos estos años, raramente se ha producido un cese o una
    interrupción en el más ardiente y fervoroso laborar en pro del Maestro, y su
    vida y lo que ella representa en sus publicaciones es el mayor elogio que
    pueda pronunciarse en esta ocasión fúnebre.
    «Me he preguntado lo que la Hna. White misma diría si ella estuviera aquí
    viva, y uno de nosotros estuviera en su lugar. Estoy seguro de algunas cosas
    que ella diría. Yo creo que ella leería el siguiente pasaje, para beneficio de
    sus amigos, parientes, vecinos y otros que están congregados aquí:
    » ‘Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los
    hombres’ -y me aventuro a decir que ninguna persona que viva en esta
    generación ha proclamado más insistentemente la gracia de Dios para la
    salvación de los hombres de lo que ella lo ha hecho-, enseñándonos que,
    renunciando a la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este siglo
    sobria, justa y piadosamente’.
    «Ella hablaría a sus vecinos y amigos acerca de ese pensamiento, pero no se
    detendría allí. Esta tarde ella añadiría: ‘Aguardando la esperanza
    bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador
    Jesucristo’. Ella impresionaría este pensamiento en nuestras mentes. No
    solamente lo presentaría de una forma general, sino que destacaría el hecho,
    la gran verdad, de que esa bendita esperanza pronto ha de ser consumada.
    Ella elevaría nuestros corazones y nuestras mentes para impresionarnos con
    esta hermosa 498 esperanza que fue su esperanza, su gozo y su inspiración.
    Quiero ser esta tarde el eco de esa voz, hermanos, amigos y vecinos. Yo
    estoy seguro de que éste sería el mensaje que ella daría. Pero ella está
    descansando. «De alguna manera me impresiona el pensamiento de que se
    cumple ahora el pasaje del capítulo 15 de 1 Corintios, que dice: ‘El aguijón de
    la muerte es el pecado’. Permitidme leéroslo. Helo aquí: ‘Porque si los
    muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra
    fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que
    durmieron en Cristo perecieron’. Y ella leería aún más: ‘Entonces se cumplirá
    la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh
    muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tú victoria?’
    «El pensamiento que tengo es éste: Que hay cierto sentido en pensar que el
    aguijón es quitado de la muerte aquí y ahora, hermanos [fervientes amenes].
    Nuestros afectos naturales, el amor de nuestros corazones, harán brotar
    lágrimas de nuestros ojos, y no podemos sino llorar; pero detrás de todo,
    hermanos está el consuelo de que el pecado ha sido quitado de este ser
    querido, y también el aguijón del pecado ha sido extraído, y la muerte no
    puede retenerlo por mucho tiempo [muchos amenes].
    «Leemos en cierto lugar que Jesús no podía ser retenido por la muerte. ¿Por
    qué? Porque no había pecado en él. Donde reina la justicia, y el pecado ha
    sido quitado, la muerte pierde su poder. El ser humano puede dormir en la
    tumba por algún tiempo, pero la muerte no puede mantenerlo allí por largo
    tiempo. El tiempo de la liberación está cerca. Pronto sonará la trompeta y,
    gracias al Señor, veremos a la Hna. White de nuevo. 499
    «Digo a su familia y a sus amigos: Yo me conduelo con vosotros hoy; pero
    hay algo acerca de una vida justa en Cristo que despoja a la muerte de sus
    terrores y a la tumba de toda su angustia. Jesús ha estado allí, y podemos,
    con toda seguridad, recorrer el camino que él siguió. De manera que,
    hermanos, miremos hacia arriba. Miremos más allá de este valle actual de
    lágrimas y dolor, hacia una esperanza y una vida más brillante y eterna, por
    causa de Jesús. Amén».
    Con la entonación de uno de los himnos mas queridos para la Sra. White,
    «Nos veremos junto al río», y la bendición que pronunció el pastor S. T. Hare,
    terminó el servicio. 500
  64. Un Servicio a la Memoria de la Sra. White en
    Richmond
    POR pedido especial de los administradores de la Unión del Pacífico y de la
    Asociación de California, se realizó un servicio a la memoria de Elena de
    White en Richmond, California, al día siguiente en que se hizo el servicio
    fúnebre en Elmshaven.
    No fue difícil hacer los arreglos para tal servicio, siendo que se hallaba en
    sesión en Richmond el congreso campestre de la Asociación de California.
    Richmond está sobre la principal vía férrea que va de la costa del Pacífico al
    este, a donde el cuerpo había de ser conducido para ser enterrado en el lote
    de la familia. En consecuencia, se hicieron los anuncios enviándolos a las
    grandes iglesias cercanas, y en la mañana del 19 de julio más de mil amigos
    provenientes de ciudades que rodean la bahía de San Francisco y también
    de puntos distantes, se congregaron en el campamento de Richmond.
    El pastor E. E. Andross, presidente de la Unión de Pacífico, estaba a cargo
    del servicio, y fue ayudado por el pastor E. W. Farnworth, vicepresidente de
    la Unión; el pastor J. N. Loughborough, un honrado pionero del 501
    movimiento adventista, y el pastor A. O. Tait, director de Signs of the
    Times.*(120)
    El himno de apertura que comienza con las palabras «Dulce sea el
    descanso», y la lectura bíblica hecha por el pastor E. W. Farnsworth (1 Cor.
    15: 12-20, 35-38, 42-45; 2 Cor. 4: 6-18; 5: 1-10), prepararon las mentes de la
    congregación para entrar en el espíritu de la invocación ofrecida por el pastor
    Loughborough. En el curso de la misma él reconoció que, «aunque nos
    sobrevienen aflicciones, y aunque algunos obreros en esta causa deben
    deponer la armadura por falta de fuerza física», el propósito de Dios será
    realizado. Cuando el Salvador fue puesto en la tumba, los discípulos
    pensaron que la obra del Señor en la tierra había finalizado; pero su muerte
    en la cruz era en realidad la misma vida de la causa que había promovido.
    Un bosquejo biográfico cuidadosamente preparado, escrito por el pastor M.
    C. Wilcox, de la Pacific Press Publishing Association, fue leído por un
    asociado, el pastor A. O. Tait, porque Wilcox se hallaba en el este. En los
    párrafos introductorios se estableció el principio de que «Dios utiliza en gran
    manera a los individuos. Todos los grandes movimientos, los reavivamientos
    religiosos y las crisis de los siglos han tenido como centro a individuos, de
    manera que la historia de las vidas de estas personas deben incluir la historia
    de la obra de Dios en el mundo, o la historia de las crisis o de los
    movimientos». Citando las biografías de Noé, Abrahán y otros notables
    personajes hebreos, de Wyclif, de Lutero y de los hermanos Wesley, el
    escrito continuaba: 502
    «Y en el Movimiento Adventista, en la proclamación del último mensaje de
    reforma al mundo, hay dos personas cuyas biografías necesariamente deben
    incluir el comienzo y el establecimiento del movimiento y su crecimiento
    mundial. Sí, más todavía, la mano de Dios a través de ellos afectará el
    movimiento hasta el fin. Me refiero al pastor Jaime White y a su amada
    esposa, la Sra. Elena G. White».
    En esta revisión de la historia de la vida de la Sra. White, tal como fue leída
    en Richmond, sus labores en la costa del Pacífico fueron bosquejadas de la
    siguiente manera:
    «La obra en California fue inaugurada por los pastores J. N. Loughborough y
    D. T. Bordeau en el verano de 1868. En el otoño de 1872 el pastor White y
    su esposa visitaron San Francisco, Santa Rosa, Woodland Healdsburg y
    Petaluma. Aquí sus mensajes fueron recibidos por almas fervorosas, y sus
    labores fueron grandemente apreciadas.
    «En febrero de 1873 el pastor White y su esposa fueron a Michigan, y
    regresaron a California en diciembre de ese año para asumir nuevas y
    mayores cargas y comenzar nuevas empresas. En 1874 asistieron a dos
    reuniones generales bajo tienda realizadas en Oakland. Aquí habló la Sra.
    White con impacto notable sobre el asunto de la temperancia, en una
    campaña local.
    «Fue ése el tiempo en que la obra de publicaciones se empezó en Oakland,
    pues el primer número de Signs of the Times lleva la fecha de junio 4 de
  65. En 1875 se organizó la Pacific Press, con un capital inicial de 28.000
    dólares. Esta asociación continúa ahora bajo el nombre de Pacific Press
    Publishing Association, con un capital de cerca de 250.000 dólares y una
    producción anual de un millón de dólares en publicaciones 503 religiosas y
    educacionales.*(121)
    «Dios reveló a la Sra. White que se haría una gran obra en la costa del
    Pacífico, en las ciudades que rodean la bahía. Esto comenzó a
    materializarse muy pronto; pues se erigieron iglesias en Oakland y San
    Francisco en 1875 y 1876. Con el objeto de ayudar a edificar estas iglesias,
    el pastor White y señora vendieron todo lo que tenían en el este.
    «La Sra. White estuvo íntimamente relacionada con el comienzo del colegio
    de Healdsburg, del cual salieron obreros a todas partes del mundo. Esa
    escuela, que ha recibido también el pleno apoyo de la Sra. White, es ahora el
    Pacific Union College, establecido cerca de Santa Elena.
    «Siendo que el pastor White y su esposa tuvieron una gran carga en la
    edificación del Sanatorio de Battle Creek, ellos sintieron especial placer en
    animar a emprender una obra similar en California, lo cual resultó en el
    desarrollo del Sanatorio de Santa Elena, que empezó con el nombre de Rural
    Health Retreat (Retiro Rural para la Salud). Habiendo padecido sufrimientos
    físicos toda la vida, las simpatías de la Sra. White han estado siempre
    dirigidas a los afligidos. En relación con tres otras empresas
    médico-misioneras de California -la de Paradise Valley, cerca de San Diego;
    la de Glendale, cerca de Los Ángeles; y la de Loma Linda-, la Sra. White ha
    llevado heroicas cargas y prestado una gran ayuda. Esto es especialmente
    cierto con respecto al Colegio de Médicos Evangelistas de Loma Linda.
    «En 1878 visitó Oregon. Allí asistió al primer congreso campestre de ese
    Estado, en Salem. . .
    «Su vida fue una vida de sacrificio. En medio de la 504 pobreza, con una
    salud precaria, enferma ella misma, con su familia también enferma,
    trabajando con sus manos junto con su esposo, economizando aun en las
    necesidades fundamentales de la existencia, ministrando a los demás
    esperanza y ánimo mientras ella misma estaba en las más desanimadoras
    circunstancias, ella cubrió con creces el lapso de su vida con abnegación y
    olvido de sí misma por causa de los demás. Donó muchas veces por encima
    de lo que podría haberla mantenido con comodidad. Sus llamamientos a los
    demás han sido a obrar, obrar, obrar por Dios y por la humanidad; pero en
    esto fue grandemente bendecida por Dios. Llegó muchas veces a las puertas
    de la muerte, y cuando sus amigos habían perdido la esperanza de que
    continuara viviendo, y los médicos la habían desahuciado, fue repetida y
    milagrosamente restaurada a la salud.
    «La Sra. White terminó aquí su obra como empezó: pobre en bienes de este
    mundo. Los ingresos que recibió de los libros, lo cual no era una suma
    considerable, han sido usados liberalmente para dar ayuda a empresas
    necesitadas y a gente en necesidad. Su corazón siempre manifestó
    simpatía, y sus propias manos a menudo ministraron al enfermo y al
    sufriente. . .
    «La vida de la Sra. White vive después de ella. Se hizo de enemigos por la
    enseñanza y la reprobación directa que necesitó hacer. Se la juzgó mal y se
    la calumnió. Los que la conocen mejor, pueden apreciar mejor su vida. Ella
    era humana, sujeta a todas las debilidades de la raza humana; pero encontró
    en Cristo un precioso Salvador y Ayudador. El la llamó a hacer una obra muy
    impopular, y ella respondió. El la usó en forma poderosa. Ella ha sido en
    realidad una madre de Israel.
    «Nuestro bendito Señor expresó el juicio más 505 ecuánime del corazón
    humano cuando dijo que un árbol se conoce por sus frutos. A la luz de este
    principio, la vida de nuestra hermana y su bendita influencia sobre todos
    aquellos cuyas vidas fueron tocadas por las mismas, son un testimonio de su
    carácter y de su obra. Estando muerta, todavía habla».
    Para el discurso que siguió a la lectura de este bosquejo biográfico, el pastor
    E. E. Andross eligió como su texto las palabras: «Bienaventurados de aquí en
    adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu,
    descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen».
    «Con respecto a ninguna persona -declaró el orador- puede decirse con
    mayor verdad que de nuestra querida hermana, que este pasaje se ha
    cumplido; y en las actuales circunstancias, nuestros corazones claman en
    espera de la gloriosa mañana de la resurrección. Necesitamos saber que la
    muerte ha de ser destruida, que los que duermen serán despertados. Pero
    por bendita que sea la vida de los que descansan, necesitamos saber que la
    persona amada se levantará a una gloriosa inmortalidad. Y el Señor no nos
    ha dejado para llorar como los que no tienen esperanza. ‘De la mano del Seol
    los redimiré, -escribe el profeta-; los libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré
    tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol». ¡Benditas palabras!. . .
    De nuevo leo las palabras del profeta Isaías, como se registran en el capítulo
    26: ‘Tus muertos vivirán, sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y cantad,
    moradores del polvo! Porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra
    dará sus muertos». La muerte ha de ser eventualmente destruida, y los que
    duermen serán despertados. . .
    «De manera que hoy en día, hermanos míos, y especialmente los que están
    más dolidos en esta ocasión 506 -los miembros de la familia-, os digo: No
    hemos de llorar como los que no tienen esperanza. Nuestra hermana,
    después de setenta y más años de ferviente, fatigoso y fiel trabajo por el
    Maestro, descansa ahora en el sueño final; pero pronto ha de levantarse.
    ‘Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con
    trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán
    primero’. Ella oirá la voz del arcángel, y saldrá. . . Ojalá que nosotros, como
    nuestra querida hermana, sigamos ‘al Cordero por dondequiera que va’. Y
    cuando pronto nuestras labores hayan terminado, como el gran apóstol
    podamos decir: ‘He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he
    guardado la fe’ «.
    Con la entonación de un himno y la oración de despedida por el pastor E. W.
    Farnsworth, se clausuró el servicio conmemorativo de Richmond. 507
  66. Los Servicios Fúnebres de Battle Creek
    EL SÁBADO 24 de julio de 1915, la Sra. White fue puesta a descansar al lado
    de su esposo, el pastor Jaime White, en el cementerio de Oak Hill, Battle
    Creek, Michigan, para esperar allí el llamado del Dador de la vida.
    En el Tabernáculo
    Muchos amigos habían venido desde las ciudades y aldeas vecinas, para
    unirse con los miembros de la iglesia de Battle Creek y con los ciudadanos de
    ese lugar a fin de pagar un tributo de respeto y amor a la memoria de una
    persona que había sido llamada al descanso. También de los Estados
    colindantes había llegado un número considerable, incluyendo los
    presidentes y otros administradores de asociaciones locales de la Unión del
    Lago, de la División Norteamericana, y de la Asociación General de los
    Adventistas del Séptimo Día.
    El escenario para el servicio fúnebre era adecuado e impresionante. El
    servicio se realizó en el gran Tabernáculo, al cual todo el pueblo había
    contribuido cerca de cuarenta años antes, y en el que la Sra. White muchas
    veces había hablado palabras de vida. Los tributos florales estaban
    arreglados de tal manera que 508 formaban una hermosa glorieta que
    semejaba un jardín. Los amigos del Sanatorio de Battle Creek habían
    enviado abundancia de palmas, lirios y margaritas en macetas, que casi
    cubrían la plataforma y se extendían hacia la derecha y la izquierda por la
    galería y las escaleras. También había muchos arreglos florales, símbolos de
    la ocasión y de la esperanza del más allá. La Iglesia de Battle Creek
    presentó una rueda quebrada; la Review and Herald Publishing Association,
    una columna quebrada; la Asociación General y la División Norteamericana,
    una cruz y una corona, y la Pacific Press Publishing Association, una Biblia
    abierta, sobre cuyas páginas se leían las promesas del Salvador: «He aquí yo
    vengo pronto, y mi galardón conmigo».
    Dos horas antes de que empezara el servicio el cuerpo ya estaba frente a la
    plataforma. Había guardas de honor* (122)que lo custodiaban, en tanto que
    miles pasaban para pagar un tributo a la sierva de Jesús, que dormía su
    último sueño. En esa larga procesión de personas, había hombres y mujeres
    encorvados por el peso de los años, quienes en su juventud se habían
    sentado a los pies de aquella que ahora descansaba y habían recibido sus
    enseñanzas. Ahora lloraban su ausencia de las filas de los obreros en la
    causa de Dios. Las lágrimas corrían por las mejillas de más de un pionero
    noble que por más de medio siglo había guardado la fe una vez entregada a
    los santos, y que todavía se regocijaba en la esperanza de la recompensa
    final que aguardaba a los fieles. 509
    Cuando llegó la hora señalada para el servicio, el Tabernáculo, con
    capacidad para cerca de 3.500 personas, estaba lleno, y muchos estaban de
    pie; se estima que 1.000 personas o más no pudieron entrar y tuvieron que
    regresar.
    Entre los miembros de la familia de la Sra. White presentes estaban ambos
    hijos sobrevivientes, el pastor Jaime Edson White, de Marshall, Michigan, y el
    pastor W. C. White, de Santa Elena, California; la Srta. McEnterfer, de Santa
    Elena, California; la Srta. Addie Walling MacPherson, una sobrina que vivía
    en Suffern, Nueva York; la Sra. L. M. Hall, en un tiempo miembro del equipo
    de la Sra. White; y varios otros que en años anteriores habían estado
    asociados más o menos estrechamente con la que descansaba. Muchos
    corazones sentían vivas simpatías por la Sra. Emma White, esposa del
    pastor J. E. White, ausente debido a la aflicción reumática que durante dos
    años le había impedido abandonar su casa.
    El servicio fue impresionante en toda su extensión. Los cantores,(123) los conductores del féretro(124) y los ministros*(125) ascendieron a la
    plataforma arrodillándose por unos breves momentos en oración silenciosa.
    Entonces el coro cantó un himno relativo a la resurrección. 510
    «¡En Jesús dormidos! ¡Bendito reposar
    sin llanto ni tristeza alguna al despertar!
    ¡Dulce reposo en paz y calma no turbada
    ni aun por quien cruelmente en la vida nos odiaba!
    ¡En Jesús dormidos! ¡Pronto despertar
    cuando suene la trompeta celestial!
    ¡Las prisiones de la tumba se abrirán
    y los fieles de Jesús despertarán!
    Lectura bíblica
    «Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva -leyó el pastor F. M. Wilcox, de
    Washington, D. C.-. He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él
    morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos
    como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá
    muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas
    pasaron». Los pasajes que leyó de las visiones de Juan en la isla de Patmos,
    fueron Apocalipsis 21: 1-7; 22: 1-5, y con éstos se vincularon las preciosas
    promesas registradas en el capítulo 35 de la profecía de Isaías. «Los
    redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sión con alegría; y gozo perpetuo
    será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el
    gemido’ «.
    La oración
    El pastor M. C. Wilcox, de Mountain View, California, 511 elevó la petición al
    trono de gracia: «Bondadoso Dios, nuestro Padre celestial, te agradecemos
    porque no hay prueba en la tierra tan grande para la cual tú no tengas
    consuelo y fortaleza para tus hijos. Te agradecemos porque podemos venir a
    ti esta mañana y saber que tú eres nuestro Padre. Gracias por el gran amor
    con el cual nos amas aun en nuestra condición pecaminosa y mortal, no
    porque seamos amables, sino porque tú eres amor.
    «Te damos gracias por el don de tu Hijo unigénito; porque él murió en nuestro
    favor, y porque en él tú puedes tomar a mortales indignos como nosotros y
    prepararlos para la gloriosa herencia acerca de la cual hemos estado oyendo.
    «Te agradecemos porque tu poder es tan grande que puedes dominar y
    vencer todo lo que en nosotros es malo: porque puedes tomar la condición
    pobre, baja e inmunda de nuestra naturaleza humana, y convertirla en oro
    genuino de Dios.
    «Te agradecemos por todas las preciosas promesas y seguridades de tu
    Palabra; por todas tus fieles amonestaciones; por todos tus santos preceptos,
    por la bendita esperanza de la venida de nuestro Señor que está a las
    puertas, cuando él transformará a esta tierra con su propio poder para formar
    un hogar eterno para todos sus hijos.
    «Te agradecemos, oh Padre, por lo que tú has hecho por nosotros en este
    último movimiento evangélico. Te agradecemos por la obra que has
    realizado por medio de tu sierva, nuestra hermana, que yace delante de
    nosotros esta mañana; por todo el consejo e instrucción que nos has dado
    por ella; por toda la obra que has realizado por su medio; por las instituciones
    que ella ayudó a establecer; por el poderoso mensaje que ella presentó. 512
    «Y aunque nuestros corazones se hallan inexpresablemente tristes esta
    mañana, Padre nuestro, te alabamos por lo que tú has hecho al tomar a un
    pobre y débil ser humano, y hacer de él un instrumento para la edificación de
    tu causa.
    «Ven cerca de nuestros corazones doloridos esta mañana. Vuelca sobre
    ellos el bálsamo de tu Espíritu, de tu sanadora bondad. Llena todos los
    vacíos producidos por la muerte, con tu propia preciosa presencia. Ayuda a
    los que lloran a extender la mirada más allá, a la gloriosa mañana ya
    cercana, cuando el Señor Jesucristo sanará toda herida que el pecado haya
    hecho, consolará todo corazón que confíe en él y hará todas las cosas
    eternamente nuevas.
    «Te rogamos que nos ayudes a aprender la lección de la brevedad de la vida
    humana; de la necesidad de consagrarnos a ti; del gran ánimo que tú nos das
    en esta vida que acaba de terminar, y que es un reflejo de lo que harás por
    los que se entregan en tus manos para tu servicio.
    «Sabemos que nuestra hermana está segura. Podemos dejarla contigo. De
    aquí a poco tú hablarás y los muertos resurgirán inmortales. Pero oramos
    por los que viven. Oramos por aquellos que quedan atrás para hacer frente a
    las luchas y las pruebas y los conflictos de estos últimos días. ¡Cuán débiles
    somos, cuán completamente incapaces de hacer frente a ninguna de estas
    cosas! En esta hora, nuestra esperanza está en ti. Y pedimos que el gran
    Dios que nos ha llamado nos capacite para su servicio; nos dé energía para
    un esfuerzo mayor; nos conceda una fe más firme, mayor diligencia y más
    gracia para encarar las pruebas y los conflictos. Rogamos que él nos salve
    de todos los engaños, los hechizos y las trampas del enemigo; que él nos dé
    una visión más clara para ver lo que Dios quiere que 513 cada uno sea y
    haga, y que, finalmente, también nos conceda un triunfo rápido a la venida de
    nuestro Señor.
    «Y así, Padre, en este día triste, dejamos estas cosas en tus manos, y
    rogamos que el gran Dios que ha guiado, que ha estado con nosotros,
    continúe guiándonos a cada paso del camino, dándonos la salida de todos
    los desiertos de duda y de prueba; conduciéndonos a la tierra del día
    perfecto, donde no habrá más pecado, ni dolor, y donde nos regocijaremos
    en las sonrisas de nuestro bendito Redentor, que ha vencido el pecado y por
    lo tanto fue victorioso sobre la muerte. Concédenos, oh nuestro Padre, que
    en aquel gran día, los que estamos aquí reunidos nos hallemos en el número
    de los que vivirán para siempre junto con los buenos que se han ido y
    aquellos que quedarán hasta tu venida. Todo esto lo pedimos en el nombre
    del Señor Jesús. Amén».
    El discurso del pastor Daniells
    Un solo vocal, «Descanso para las manos cansadas», presentado por el
    profesor Griggs, fue seguido por el discurso del presidente de la Asociación
    General, pastor A. G. Daniells. El orador bosquejó en forma breve, pero con
    mucha claridad, la vida temprana y la experiencia cristiana de la Sra. White, y
    también sus labores de los últimos tiempos. La primera parte de su discurso
    sirvió como bosquejo biográfico, y al mismo tiempo formó la base para la
    línea principal de pensamiento de toda la presentación; a saber, que con toda
    verdad Dios ha estado concediendo a la iglesia remanente el don precioso
    del espíritu de profecía.
    Con respecto al llamamiento de la Sra. White en la primera parte de su vida
    para realizar un ministerio especial en favor de Dios, y los frutos que
    caracterizaron 514 su ministerio, el pastor Daniells dijo:
    «Tomando la Biblia como la guía suprema de su vida, en base a sus
    enseñanzas, llegó ella a estar plenamente convencida de que la segunda
    venida de Cristo estaba cerca. Sobre este asunto nunca tuvo dudas, y
    creyéndolo con toda su alma, sentía que el propósito supremo de todo
    individuo en este tiempo debe ser vivir una vida impecable en Cristo y dedicar
    todo recurso a su alcance a la salvación de los perdidos.
    «Esta idea la indujo a la oración incesante por la presencia interna del Espíritu
    Santo. Su anhelo de la presencia divina fue contestado más allá de todo lo
    que ella podía imaginar. . . Su vida plenamente consagrada, su obediencia y
    su oración por la ayuda divina fueron recompensadas por la concesión del
    don de profecía, uno de los dones más escogidos del Espíritu.
    «En diciembre de 1844, el Espíritu Santo le dio una revelación de la segunda
    venida de Cristo. En esa visión del futuro recibió ella una comprensión de la
    gloriosa recompensa que aguarda a los redimidos y de la terrible suerte que
    les sobrevendrá a todos los que rechacen servir a su Señor y Maestro. Esta
    visión del destino de la familia humana hizo una profunda impresión en su
    corazón. Aquí recibió su encargo como mensajera del Señor. Ella sintió que
    Dios le estaba ordenando que diera este mensaje de luz y salvación a los
    demás.
    «Esto constituyó una gran prueba para ella. Tenía solamente diecisiete años
    de edad, era pequeña, frágil y retraída; pero después de una lucha larga y
    severa, se rindió al llamamiento de su Señor, y le fueron dados valor y
    fortaleza para asumir la obra de su vida.
    «Después de esta entrega y de esta victoria pasó por una serie de notables
    experiencias espirituales, inequívocamente genuinas, y que fueron
    consideradas por 515 los obreros asociados de ese tiempo como una
    manifestación del don de profecía, prometido por Cristo a la iglesia
    remanente. Los que han estado asociados con ella durante todos los años
    que han pasado desde ese tiempo, nunca necesitaron cambiar su convicción
    de que las revelaciones que ella recibió a través de los años han venido de
    Dios.
    «El extinto pastor Urías Smith, quien estuvo asociado durante toda su vida
    tanto con el pastor White como con su señora, dejó el siguiente testimonio de
    este don manifestado en las enseñanzas de la Sra. White:
    » ‘Toda prueba que sea posible aplicar a tales manifestaciones muestra que
    éstas son genuinas. Las evidencias que las sostienen, tanto internas como
    externas, son concluyentes. Ellas concuerdan con la Palabra de Dios y
    consigo mismas. Son dadas cuando el Espíritu de Dios está especialmente
    presente, a menos que aquellos que están mejor capacitados para juzgar
    estén invariablemente engañados. Siendo tranquilas, dignas impresionantes,
    esas enseñanzas se recomiendan a sí mismas a toda persona que las
    analiza, precisamente como lo opuesto de lo que es falso y fanático.
    » ‘Su fruto es tal, que muestra que la fuente de la cual proceden es lo opuesto
    a lo malo.
    » ‘1. Ellas tienden a la más pura moralidad. Enseñan a terminar con todo
    vicio, exhortan a la práctica de toda virtud. Señalan los peligros que hemos
    de pasar en nuestro camino al reino. Revelan los ardides de Satanás. Nos
    amonestan contra sus trampas. Cortan en flor todo esquema de fanatismo
    que el enemigo ha tratado de poner en nuestro medio. Ellas han expuesto
    iniquidades ocultas, han traído a luz males escondidos, y han presentado
    abiertamente los motivos perversos de los que no tienen corazón sincero.
    Ellas han protegido 516 de peligros la causa de la verdad por todos lados.
    Ellas nos han despertado una y otra vez a la necesidad de una mayor
    consagración a Dios, a realizar esfuerzos más celosos para obtener la
    santidad del corazón, y a una mayor diligencia en la causa y el servicio de
    nuestro Maestro.
    » ‘2. Conducen a Cristo. A semejanza de la Biblia, lo señalan como la única
    esperanza y el único Salvador del género humano, nos presentan en
    caracteres vivos su vida santa y su ejemplo piadoso, y con irresistible
    urgencia nos instan a seguir sus pasos.
    » ‘3. Nos conducen a la Biblia. Señalan ese libro como la inspirada e
    inalterable Palabra de Dios. Nos exhortan a tomar esa Palabra como nuestro
    consejero y la regla de nuestra fe y práctica. Y con un gran poder compulsor
    nos ruegan que estudiemos prolongada y diligentemente sus páginas y nos
    familiaricemos con su enseñanza, pues ella ha de juzgarnos en el día final.
    » ‘4. Han traído consuelo a muchos corazones. Han fortalecido al débil,
    animado al medroso, levantado al desanimado. Han traído orden en la
    confusión, han enderezado errores, y arrojado luz sobre lo que era oscuro y
    tenebroso’.
    «El 30 de agosto de 1846, la Srta. Harmon se casó con Jaime White, nacido
    en Palmira, Somerset Country, Maine. Desde el tiempo de su matrimonio, la
    vida de la Sra. White estuvo estrechamente ligada con la de su esposo en la
    ardua tarea evangélica hasta su muerte, ocurrida el 6 de agosto de 1881.
    Ambos viajaron en forma extensa por los Estados Unidos, predicando y
    escribiendo, plantando y edificando, organizando y administrando. El tiempo
    ha comprobado cuán amplios y firmes fueron los fundamentos que ellos
    colocaron, y cuán sabiamente y cuán bien edificaron.
    «Los pensamientos sostenidos y ampliamente proclamados 517 por la Sra.
    White con respecto a cuestiones vitales y fundamentales -la soberanía de
    Dios, la divinidad de Cristo, la eficacia del Evangelio, la inspiración de las
    Escrituras, la majestad de la ley, el carácter del pecado y la liberación de su
    poder, la hermandad del hombre y las relaciones y responsabilidades de esa
    hermandad-, su enseñanza con respecto a estas grandes cuestiones y su
    vida de devoción a su Señor y de servicio a sus semejantes, resultaron
    impresionantes por medio de las revelaciones que le fueron dadas por el
    Espíritu divino. Ellos son los frutos de ese Espíritu, los frutos por los cuales la
    obra de su vida ha de ser juzgada. Ellos deben determinar la fuente y el
    carácter del espíritu que ha dominado toda su vida. ‘Por sus frutos los
    conoceréis’. ‘¡A la ley y al testimonio! si no dijeren conforme a esto, es
    porque no les ha amanecido’.
    «Esta cuestión no está envuelta de ninguna manera en una incertidumbre. Su
    enseñanza es clara y la influencia de su vida ha sido positiva.
    «Ningún maestro cristiano en esta generación, ningún reformador religioso de
    cualquier época anterior, ha asignado un valor más alto a la Biblia. En todos
    sus escritos ésta se presenta como el libro de todos los libros, la guía
    suprema y suficiente para toda la familia humana. Ni una sombra de ‘alta
    crítica’, ‘nueva teología’, ni de filosofía escéptica y destructiva, puede hallarse
    en ninguno de sus escritos. Los que todavía creen que la Biblia es la
    inspirada e infalible Palabra del Dios vivo valorarán más altamente este punto
    de vista positivo, y este sostén incondicional que se da en los escritos de la
    Sra. White.
    «En su enseñanza, Cristo es reconocido y exaltado como el único Salvador
    de los pecadores. Se coloca el énfasis sobre el anuncio directo y claro de los
    discípulos: 518 ‘No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que
    podamos ser salvos’. El poder: de redimir del pecado y de sus efectos se
    halla solamente en él, y a él todos los hombres han de dirigirse.
    «Sus escritos se atienen con firmeza a la doctrina de que el Evangelio, como
    está revelado en las Sagradas Escrituras, presenta el único medio de
    salvación. No se hace en sus obras el menor reconocimiento de ninguna de
    las filosofías de la India, o de los códigos de ética de Birmania y la China, en
    comparación con el Evangelio del Hijo de Dios. Esta es la única esperanza de
    un mundo perdido.
    «El Espíritu Santo, el representante de Cristo en la tierra, es señalado y
    exaltado como el Maestro celestial y el guía enviado a este mundo por
    nuestro Señor en ocasión de su ascensión, para hacer real en los corazones
    y en las vidas de los hombres todo lo que él había hecho posible por su
    muerte en la cruz. Los dones del Espíritu divino, como se los enumera en los
    Evangelios y epístolas del Nuevo Testamento, son reconocidos, se ora por
    ellos, y se reciben tan plenamente como el Espíritu ve conveniente
    impartirlos.
    «La iglesia instituida por nuestro Señor y edificada por sus discípulos en el
    primer siglo es señalada como el modelo divino. Se reconocen plenamente
    sus prerrogativas y autoridad, y se observan todas sus ordenanzas y
    servicios conmemorativos. Se coloca fuerte énfasis sobre el orden y la
    organización evangélicos tal como se revelan en las Escrituras, para la
    eficiencia de la iglesia en todas sus operaciones mundiales.
    «En base a la luz y al consejo que le fueron dados, la Sra. White sostuvo y
    defendió opiniones amplias y progresivas con respecto a las cuestiones
    vitales que afectan el mejoramiento y la elevación de la familia humana,
    desde el punto de vista moral, intelectual, 519 físico y social, así como el
    espiritual. Sus escritos están llenos de instrucción, clara y positiva, en favor
    de una educación cristiana amplia y práctica para todo joven y toda señorita.
    En respuesta a sus fervientes consejos, la denominación con la cual estuvo
    asociada ahora sostiene un sistema de educación para todos sus niños y
    jóvenes.
    «Sus escritos presentan la posición más abarcante con respecto a la reforma
    pro temperancia, las leyes de la vida y la salud, y el uso de remedios
    racionales y eficaces para el tratamiento de la enfermedad. La adopción de
    estos principios ha colocado a la vanguardia al pueblo con el cual ella trabajó,
    junto con otros que están defendiendo los mismos principios de temperancia
    y están trabajando por el mejoramiento físico de la humanidad.
    «Tampoco la condición social de la familia humana se ha perdido de vista. La
    esclavitud, el sistema de castas, los prejuicios raciales, la opresión del pobre,
    el descuido del infortunado, todas estas cosas son declaradas como
    anticristianas y una seria amenaza para el bienestar de la raza humana, y
    como un mal que la iglesia de Cristo está encargada de cambiar.
    «En sus escritos la Sra. White destaca las responsabilidades de la iglesia en
    el servicio misionero, tanto en el país de origen como en el extranjero. Cada
    miembro del cuerpo es amonestado a ser una luz en el mundo, una bendición
    para aquellos con quienes se asocia. Todos deben vivir la vida abnegada del
    Maestro en favor de los demás. Y la iglesia en los países cristianos debe
    empeñarse en arduos esfuerzos para evangelizar, en los países paganos, a
    los que están marchando a tientas en las tinieblas y la superstición. Id a todo
    el mundo, dad a todo el mundo, trabajad por todo el mundo, es la exhortación
    que corre a través de todos 520 los escritos de la Sra. White, como lo ilustra
    el siguiente párrafo:
    » ‘Tengan los miembros de la iglesia una fe acrecentada, y obtengan celo de
    sus aliados angelicales invisibles, por medio de un conocimiento de sus
    inextinguibles recursos, de la grandeza de la empresa en la cual están
    empeñados, y del poder de su Dirigente. Los que se colocan bajo el gobierno
    de Dios, para ser guiados y conducidos por él, captarán una visión estable de
    los acontecimientos que él ordenó que ocurrieran. Inspirados por el Espíritu
    de Aquel que dio su vida por la vida del mundo, no seguirán estáticos en su
    impotencia, señalando lo que no pueden hacer. Colocándome la armadura
    del cielo, avanzarán a la batalla deseosos de actuar y de ser valientes por
    Dios, sabiendo que su Omnipotencia suplirá su necesidad’.
    «Así, durante setenta años ella consagró su vida a un servicio activo por la
    causa de Dios en favor de la humanidad pecaminosa, sufriente y dolorida.
    Después de viajar extensamente por los Estados Unidos desde 1846 hasta
    1885, visitó Europa, donde dedicó dos años a la obra allí, la cual estaba en
    un período formativo. En 1891 fue a Australia, donde permaneció por nueve
    años, viajando por las colonias, y dedicando todas sus energías a la
    edificación de la obra.
    «Al regresar a los Estados Unidos en 1900, a la edad de 73 años, pareció
    sentir que el deber de viajar casi había terminado, y que debía dedicar el
    resto de su vida a escribir. Así trabajó con ahínco hasta corto tiempo antes
    de su muerte, a la avanzada edad de casi ochenta y ocho años.
    «Tal vez no somos lo suficientemente sabios como para poder decir en forma
    definida qué parte de la obra de la vida de la Sra. White ha sido del mayor
    valor para el mundo, pero parece que el gran volumen de 521 literatura
    bíblica que ella dejó resultará ser el mayor servicio para el género humano.
    Sus libros son más de veinte. Algunos de ellos han sido traducidos a muchos
    idiomas en diferentes partes del mundo. Ahora han alcanzado una
    circulación de más de dos millones de ejemplares, y todavía continúan yendo
    al público por millares.
    «Al echar una mirada a todo el campo de la verdad evangélica -o sea la
    relación del hombre con su Señor y con sus semejantes- debe verse que la
    Sra. White, en toda su enseñanza, ha dado a estas grandes verdades
    fundamentales un sostén positivo y constructivo. Ella tocó la humanidad en
    todo punto vital de necesidad, y la elevó a un plano más alto.
    «Ahora ella descansa. Su voz está silenciosa; su pluma ha sido puesta a un
    lado. Pero la poderosa influencia de esa vida activa, poderosa y llena del
    Espíritu continuará. Esa vida estaba vinculada con el Eterno; estaba
    edificada en Dios. El mensaje proclamado y la obra realizada constituyen un
    monumento que nunca se desmoronará ni perecerá. Los muchos libros que
    ella ha dejado -relacionados con toda fase de la vida humana- instan a toda
    reforma necesaria para el mejoramiento de la sociedad, en lo que atañe a la
    familia, a la ciudad, el Estado y la nación, continuarán modelando el
    sentimiento público y el carácter individual. Sus mensajes se apreciarán más
    de lo que lo han sido en el pasado. La causa a la cual dedicó su vida, la
    causa que recibió la influencia de esa vida y progresó en extenso grado,
    progresará con creciente fuerza y rapidez a medida que pasen los años.
    Nosotros, que estamos relacionados con ella, no necesitamos tener ningún
    temor de que fracasaremos, a menos que tengamos temor de hacer nuestra
    parte tan fiel y lealmente como debemos». 522
    El discurso del pastor Haskell
    En el discurso que siguió al del pastor Daniells, el pastor S. N. Haskell llamó
    la atención a las palabras del salmista: «Estimada es a los ojos de Jehová la
    muerte de sus santos» (Sal. 116: 15). Algunos pueden considerar que ésta
    es una extraña declaración; sin embargo es verdad. Los siervos de Dios que
    ahora duermen, son para él excesivamente preciosos. Mientras dure el
    tiempo, la influencia de su vida piadosa continuará llevando ricos frutos. Ya
    no podrá el enemigo de la raza humana poner en peligro su bienestar, están
    seguros y a cubierto de su poder. Jesús los reclama como suyos, y en la
    mañana de la resurrección él les dará la plenitud del gozo.
    En una de las gloriosas visiones que se le dio a Juan el Amado en la isla de
    Patmos, la atención del profeta fue llamada por una voz del cielo que le pedía
    que escribiera. «Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que
    mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos,
    porque sus obras con ellos siguen» (Apoc. 14: 13). Maravillosas son estas
    palabras y especialmente cuando se las considera a la luz del marco en que
    están colocadas, al final de la profecía concerniente al triple mensaje que ha
    de resonar en preparación para el fin del mundo y la segunda venida de
    Cristo.
    El cielo parecía deseoso de ayudarnos a entender que en el tiempo del fin,
    cuando los mensajes son proclamados con el poder del Espíritu Santo, se
    permitirá que algunos de los que están empeñados en esta obra descansen
    de sus trabajos. Se nos asegura que todos ellos son considerados
    bienaventurados por Dios. Sus incesantes esfuerzos por elevar el estandarte
    de la verdad no serán sin resultado; «sus obras con ellos 523 siguen». Hoy, a
    la luz de esta directa seguridad del cielo dada a los hijos de los hombres,
    podemos decir que ella, muerta, «aún habla» (Heb. 11: 4).
    El pastor Haskell pasó en revista la experiencia de los creyentes en
    Tesalónica que fueron llamados en la primera hora a sufrir crueles
    persecuciones, y aun la muerte. El apóstol Pablo, en su primera epístola a
    los que sufrían allí, los consuela con la certidumbre de la esperanza cristiana.
    «No os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza -exhorta él-.
    Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con
    Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del
    Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del
    Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con
    voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del
    cielo: y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego, nosotros los que
    vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con
    ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre
    con el Señor. Por tanto, asentaos los unos a los otros con estas palabras» (1
    Tes. 4: 13-18).
    El orador llamó la atención a la expresión «Porque si creemos que Jesús
    murió y resucitó, así también -así como Cristo fue resucitado de los muertostraerá
    Dios con Jesús a los que durmieron en él». E ilustró esto con la
    experiencia de María junto al abierto sepulcro. Amargamente chasqueada por
    no encontrar a su Señor, «María estaba afuera llorando junto al sepulcro; y
    mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles
    con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera y el otro a
    los pies, donde el cuerpo de Jesús, había sido puesto. Y le dijeron: Mujer,
    ¿por qué lloras? Les dijo: porque se han 524 llevado a mi Señor, y no sé
    dónde le han puesto». Su corazón clamaba por hallar a su Salvador, y en ese
    preciso momento él estaba a su lado, aunque ella no lo reconoció. «Jesús le
    dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el
    hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo
    lo llevaré. Jesús le dijo: María». Eso fue todo lo que dijo: «¡María!» Muchas
    veces ella había oído esa voz familiar, y ahora debió haber reconocido a
    Jesús por su tono o expresión, pues inmediatamente lo reconoció como a su
    Maestro y Señor. «No me toques -le dijo él-, porque aún no he subido a mi
    Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a
    mi Dios y a vuestro Dios» (Juan 20: 11-17). Fue entonces cuando María se
    apresuró a ver a los discípulos con las alegres nuevas de un Salvador
    resucitado.
    «Fue su amor por el Maestro -continuó el orador-, por lo que él había hecho
    por ella al perdonarle sus pecados y vincular su alma con el cielo, lo que hizo
    que el Salvador permaneciera sobre la tierra después de la resurrección
    hasta que se dio a conocer a ella. Hay algo conmovedor en esta narración.
    Ella muestra que el Salvador está deseoso de revelarse a aquellos que están
    consagrados a él y a su servicio, a los que desean por encima de todas las
    cosas mantener una relación viviente con el cielo. Como María reconoció a
    su Señor después de su resurrección por su voz y por su comportamiento en
    general, así yo creo que podremos nosotros reconocer de nuevo a nuestra
    hermana que ahora duerme. Aunque ya no podamos oír su voz en este
    mundo, su influencia vive; y en la mañana de la resurrección, si
    permanecemos fieles, y tenemos una parte con los hijos de Dios en esa hora
    feliz, oiremos su voz una vez más, y la reconoceremos. Mis queridos 525
    amigos, hay una relación viva entre el cielo y esta tierra todavía, y las
    promesas que el Señor ha hecho a su pueblo se cumplirán. No faltará ni una
    palabra en su cumplimiento. Quiera el Señor ayudarnos a todos a estar entre
    aquellos que se encontrarán con su Señor en paz, y que tendrán el privilegio
    de saludar a nuestra hermana en el reino de los cielos. Que Dios lo conceda
    por amor de su nombre».
    El himno «Nos veremos junto al río» y la bendición del pastor W. T. Knox
    clausuraron el servicio del Tabernáculo. Había carruajes y coches que
    estaban esperando, y éstos llevaron a muchos centenares al lugar de la
    sepultura en el cementerio de Oak Hill.
    Frente a la tumba
    Había pasado medio siglo desde que la Sra. White y su esposo enterraron a
    su hijo menor, y pronto después a su primogénito, en el hermoso rincón
    donde ella ahora descansa. Cuando en 1881 el pastor Jaime White fue
    puesto a dormir junto a los hijos, poco se imaginó su dolorida compañera que
    el Señor la fortalecería para continuar en el ministerio por todo un tercio de
    siglo. Sin embargo, tal ha sido el caso; y ahora sus labores han terminado, y
    ella había de descansar al lado de sus queridos.
    El pastor I. H. Evans leyó la historia de la resurrección de Lázaro de los
    muertos, que está en el capítulo 11 de Juan. Jesús había declarado: «Yo soy
    la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y
    todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente». El pastor Evans
    leyó también del inspirado testimonio del apóstol Pablo, que se registra en 1
    Corintios 15, muchas promesas positivas y consoladoras relativas a la
    resurrección de los justos. «Si no hay resurrección de muertos, tampoco
    Cristo resucitó. Y si 526 Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra
    predicación, vana es también nuestra fe». «Si en esta vida solamente
    esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los
    hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que
    durmieron es hecho». «En Cristo todos serán vivificados». «Sorbida es la
    muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro,
    tu victoria?» «Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de
    nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y
    constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro
    trabajo en el Señor no es en vano».
    «Dormimos en Jesús, mas no por siempre,
    sino hasta aquella alborada de emoción,
    cuando el reencuentro será sin despedidas
    en la mañana de la resurrección.
    De los valles, desiertos y montañas,
    de la entraña insondable de la mar,
    al sonido angelical de las trompetas,
    multitudes habrán de despertar».
    NOTAS FIN
    1 (Emergente)
    DE un folleto titulado Una visión, publicado en abril de 1847 (en la imprenta de Benjamín
    Lindsey, New Bedford), reimpreso por el pastor Jaime White en A word to the little flock
    (Una palabra a la manada pequeña), p. 21, mayo 1847.
    2 (Emergente)
    Véase Primeros escritos, pp. 32-35.
    3 (Emergente)
    No se refiere aquí al tiempo de angustia que sigue al fin del juicio investigador, sino a la
    angustia previa a esa fecha.- N. del T.
    4 (Emergente)
    Después del fin del juicio investigador.- N. del T.
    5 (Emergente)
    Después de regresar del oeste de Nueva York en septiembre de 1848, el pastor White y su
    esposa viajaron a Maine, donde realizaron una reunión con los creyentes, del 20 al 22 de
    octubre. Esta era la conferencia de Topsham, donde los hermanos comenzaron a orar
    pidiendo que se abriera un camino para publicar las verdades relacionadas con el mensaje
    adventista. Un mes más tarde estaban ellos con «un pequeño grupo de hermanos y hermanasescribe
    el pastor José Bates en un folleto titulado.’El mensaje del sellamiento’- realizando una
    reunión en Dorchester, cerca de Boston, Massachusetts». «Antes que comenzara la reunión
    -continúa diciendo-, algunos de nosotros estábamos examinando algunos de los puntos
    relativos al mensaje del sellamiento; existían algunas diferencias de opinión acerca de si la
    palabra ‘subía’ era correcta [véase Apoc. 7: 2], etc.»
    El pastor Jaime White, en una carta inédita en que hacía un relato de esa reunión, escribe :
    «Todos nosotros sentíamos que debíamos unirnos para pedir sabiduría de Dios sobre los
    puntos que se disputaban; también acerca del deber del Hno. Bates de escribir. Tuvimos una
    reunión llena de mucho poder. Elena fue de nuevo arrebatada en visión. Entonces ella
    comenzó a describir la luz referente al sábado, que era la verdad selladora. Dijo ella: ‘Surgió
    de la salida del sol. Surgió entonces débilmente. Pero luz y más luz ha brillado sobre ella
    hasta que la verdad del sábado se hizo clara, intensa y poderosa. Así como cuando el sol
    apenas se levanta emite rayos fríos, pero a medida que se eleva sus rayos se hacen más y más
    cálidos y fuertes, así la luz y el poder han aumentado más y más, hasta que sus rayos se han
    hecho más poderosos, santificadores del alma. Pero, a diferencia del sol, nunca se pondrá. La
    luz del sábado estará en su estado más refulgente cuando los santos sean inmortales. Se
    elevará más y más hasta que venga la inmortalidad ‘.
    «Ella vio muchas cosas interesantes acerca de esta verdad gloriosa y selladora del sábado,
    que no tengo tiempo ni espacio para referir. Ella le pidió al Hno. Bates que escribiera las
    cosas que había visto y oído, y la bendición de Dios que seguiría».
    Fue después de esta visión cuando la señora White informó a su esposo de su deber de
    publicar. Le dijo que debía avanzar por fe, y que a medida que lo hiciera, el éxito coronaría
    sus esfuerzos. (Véase el capítulo 18.)
    6 (Emergente)
    NOTA.-Después de visitar la familia Hastings en Nueva Ipswich, el pastor White y su esposa
    regresaron a Maine, pasando por Boston, y llegaron a Topsham el 21 de marzo de 1849. Al
    sábado siguiente, mientras adoraban con la pequeña compañía de ese lugar, la Sra. White
    recibió una visión en la cual vio que la fe de uno de los hermanos de Paris, Maine, estaba
    vacilando, y esto la indujo a pensar que era su deber visitar al grupo de ese lugar. «Fuimosle
    escribió ella en una carta a los Hnos. Hastings-, y encontramos que ellos necesitaban ser
    fortalecidos… Pasamos una semana con ellos… Dios me dio dos visiones mientras estaba allí,
    para gran consuelo y fortaleza de los hermanos. El Hno. Stowell quedó establecido en toda
    la verdad presente, de la cual él había dudado».
    7 (Emergente)
    Después de regresar a Topsham se encontraban perplejos en cuanto adónde debían pasar el
    verano. Habían llegado invitaciones de los hermanos de Nueva York y de Connecticut, y en
    ausencia de una luz positiva decidieron responder al llamado de Nueva York. Escribieron
    una carta que daba indicaciones con respecto a su llegada a Utica, donde algunos de los
    hermanos podrían encontrarlos. Pronto, sin embargo, la Sra. White se sintió agobiada y
    oprimida. Su esposo, viendo su angustia, quemó la carta que acababan de escribir, se
    arrodillaron y rogaron que la carga les fuera quitada. Al día siguiente el correo les trajo una
    carta del Hno. Belden, de Rocky Hill, Estado de Connecticut, urgiéndolos a aceptar la
    invitación. El pastor White y su esposa vieron en esta ferviente invitación la manifiesta
    providencia de Dios, y decidieron ir, creyendo que el Señor estaba abriéndoles el camino.
    8 (Emergente)
    El tamaño del periódico era de unos 15 x 24 cms.
    9 (Emergente)
    Los números 5 y 6 de Preseni TrWh fueron publicados en Oswego, Estado de Nueva York,
    en diciembre de 1849; y los números 7 al 10 en el mismo lugar, desde marzo hasta mayo de
  67. Durante ese tiempo también se publicaron algunos folletos.
    10 (Emergente)
    La Advent Review (Revista Adventista) impresa en Auburn, Estado de Nueva York, durante
    el verano de 1850, no debe ser confundida con la Advent Review and Sabbath Herald, cuyo
    primer número se publicó en Paris, Maine, en noviembre de 1850. La Advent Review se
    publicó entre los números 10 y 11 de la Present Truth. Con respecto a su propósito, el pastor
    Jaime White escribió en su primera página una introducción a la edición publicada en forma
    de panfleto, de 48 páginas, de la Advent Rewiew:
    «Nuestro propósito en esta revista es alegrar y refrigerar al verdadero creyente, mostrando el
    cumplimiento de las profecías en la maravillosa obra pasada de Dios, al llamar y separar del
    mundo y de la iglesia nominal a un pueblo que espera la segunda venida de nuestro amado
    Salvador».
    11 (Emergente)
    Los editores de este periódico, por haberse ofendido a causa de los testimonios directos dados
    por la Sra. White, y por estar en desacuerdo con los principales escritores de la Review and
    Herald en cuanto a ciertos puntos de doctrina y gobierno de la iglesia, emprendieron una
    guerra encarnizada contra los que antes fueron sus hermanos. Predicaron jactanciosamente
    que su obra sobrepujaría a la de los que publicaban la Review. Después de unos dos años
    imperó el desacuerdo entre ellos, y el periódico murió por falta de apoyo (N. del T.).
    12 (Emergente)
    Cuando regresaron a su hogar en Rochester, después de una gira por el este, en el otoño de
    1853, el pastor White y su esposa trajeron consigo a su hijo mayor Enrique, quien durante
    cinco años había sido atendido con ternura por los Hnos. Howland.
    13 (Emergente)
    Nota.- Este tomo, que trata de la caída del hombre, el plan de redención, y la historia de la
    iglesia desde el tiempo de Cristo hasta la tierra nueva, corresponde a la última parte de
    primeros escritos, pp. 145-295. Una porción de ese tomo, ampliada en años posteriores, se
    publica ahora separadamente bajo el título general de El conflicto de los siglos.
    14 (Emergente)
    La muerte de Enrique N. White ocurrió en Topsham, Maine, el 8 de diciembre de 1863 .
    15 (Emergente)
    Una parte de las instrucciones dadas durante esta importante visión en la que se revelaba que
    la Iglesia Adventista debía establecer una institución de
    salud, se puede encontrar en Testimonies for the Church, t. 1, pp. 485-495,
    553-564.
    16 (Emergente)
    *NOTA.-Algunas veces, durante los primeros días del mensaje, los adventistas del
    séptimo día captaron vislumbres de una obra ampliada que con el tiempo abarcaría muchas
    nacionalidades. Sin embargo no fue sino hasta la década del 1870 cuando los dirigentes del
    movimiento adventista comenzaron a comprender que la suya era una misión para el mundo
    entero. Aún en 1872, el pasaje que dice: «Y será predicado este evangelio del reino en todo
    el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin», era considerado
    simplemente como una «señal prominente de los últimos días», que hallaría su cumplimiento
    en la extensión de las misiones protestantes. Su completo cumplimiento de ninguna manera
    se asociaba con la divulgación del mensaje adventista en todo el mundo. (Véase Review and
    Herald, del 16 de abril y del 16 de julio de 1872.) Pero en 1873 empezó a aparecer una
    señalada diferencia en las declaraciones de los dirigentes adventistas con respecto a su deber
    de amonestar al mundo. (Véase el editorial de la Review and Herald, del 26 de agosto de
    1873; y muchos otros artículos de similar importancia en los números que siguieron.) Hacia
    el final del año 1874, esta transformación del pensamiento adventista parecía haber sido
    efectuada en forma casi completa.
    17 (Emergente)
    Cuando estas palabras fueron escritas, en 1871, se había hecho solamente un comienzo en la
    preparación y la publicación de material denominacional impreso en las diferentes lenguas de
    Europa y de otros países,
    18 (Emergente)
    Estos consejos referentes a la circulación de publicaciones fueron de los primeros
    llamamientos para la formación de colpoltores-evangelistas.
    19 (Emergente)
    Review and Herald, 23 de agosto de 1881.
    20 (Emergente)
    Review and Herald, l.º de noviembre de 188l.
    21 (Emergente)
    Signs of the time, 12 de enero de 1882.
    22 (Emergente)
    Signs of the Times, 19 de enero de 1882.
    23 (Emergente)
    Signs of the Times, 5 de abril de 1883.
    24 (Emergente)
    Review and Herald, 16 de octubre de 1883.
    25 (Emergente)
    Review and Herald, 13 de noviembre de 1883.
    26 (Emergente)
    Review and Herald, 20 de noviembre de 1883.
    27 (Emergente)
    Review and Herald, 27 de noviembre de 1883.
    28 (Emergente)
    Review and Herald, 15 de enero de 1884.
    29 (Emergente)
    La Sra. White llegó a su hogar de Healdsburg el 30 de diciembre de 1883 después de una
    ausencia de casi cinco meses.
    30 (Emergente)
    Review and Herald, 5 de febrero de 1884.
    31 (Emergente)
    9Historical Sketches, p. 153.
    32 (Emergente)
    NOTA.Los fervientes esfuerzos realizados para establecer la obra de colportaje sobre una
    base segura en Escandinavia tuvieron rápidos frutos. En la Asociación General de 1889, el
    pastor 0. A. Oisen pudo informar que había 50 colportores en Escandinavia que estaban
    teniendo buen éxito. (Véase el Bulletin de 1 889, p. 4.) La venta de libros en 1889 alcanzó la
    suma de 10.000 dólares, y en años posteriores estas cifras subieron a más de 20.000 dólares.
    Durante la sesión de 1891 de la Asociación General, el agente general de Escandinavia
    declaró: «Los colportores se están manteniendo, y además de esto están ayudando a sostener
    la causa con sus ofrendas. Varios cientos de coronas han llegado a la tesorería de la
    Asociación Sueca como donaciones de nuestros colportores, y presumo que esto también es
    cierto con respecto a Noruega y Dinamarca… Cuanto más venden nuestros colportores, más
    pueden vender… Muchos han aceptado la verdad por la lectura de nuestras publicaciones»
    (Bulletin, 1891, p. 84).
    33 (Emergente)
    NOTA.En el congreso de la Asociación General de 1887 se declaró: «La obra de
    publicaciones en Basilea ha estado progresando firmemente. Desde el mismo comienzo, era
    evidente que nuestras publicaciones debían desempeñar un papel activo en los campos de la
    Europa Central. Los libros, folletos y periódicos denominacionales publicados en varios
    idiomas están ejerciendo una poderosa influencia para el bien dondequiera que se los
    distribuye» (S.D.A. Year Book, 1888, P. 120).
    Tan prósperos eran los obreros que trabajaban con los libros grandes y con los periódicos
    publicados por la Imprimerie Polyglotte, que en 1889 el pastor 0. A. Oisen pudo informar un
    progreso importante en ese trabajo. «La casa editora de Basilea … ha operado muy bien
    durante el año pasado declaró él a los delegados reunidos en la sesión de 1889. El informe
    anual muestra una ganancia de 1.559,55 dólares en el año. Cuando consideramos que esta
    casa nunca antes ha podido sostenerse por sí misma, este informe resulta muy animador. La
    obra agresiva de la Asociación de Europa Central este año se ha hecho mayormente en
    Alemania» (General Conference Daily Bulletin, 1889, p. 3).
    34 (Emergente)
    Nota.- Según lo que se informó en 1915, los siguientes puestos fueron desempeñados por
    algunos de aquellos que estaban en el grupo de Basilea, Suiza:
    a. Gerente de la obra publicadora de la Unión Latina.
    b. Gerente del Sanatorio de Glad.
    c. Presidente de la Unión Latina.
    d. Director de la Unión del Levante.
    e. Director del Campo Septentrional de Francia.
    f. Profesor de la Escuela de la Unión Latina.
    g. Directora de la cocina del Sanatorio de Gland.
    h. Redactor y evangelista en Quebec.
    35 (Emergente)
    NOTA.-En los informes oficiales relativos al progreso del mensaje del tercer ángel en Gran
    Bretaña, se ha reconocido frecuentemente la influencia que ha tenido la venta de periódicos
    baratos en el desarrollo de una hermandad numerosa en ese campo de labor. «Se han enviado
    publicaciones a todas partes del reino -informaron los obreros en 1888-, y almas fieles se
    están despertando para abrazar la verdad, y veintenas de personas están estudiándola
    cándidamente» (SDA Yearbook, 1888, p. 130). En la sesión de la Asociación General
    realizada en 1895, se declaró que «la circulación promedio por semana de Present Truth [la
    revista misionera publicada por los adventistas de Gran Bretaña sobre 1884] ha sido entre 9 y
    10 mil». «Nada de lo que se ha hecho en Gran Bretaña ha tenido un efecto tan señalado en la
    gente como la circulación de este periódico» (Btdktin, 1895, pp. 314-315). En 1897 los
    hermanos de Europa se regocijaron por tener una circulación todavía mayor de su revista
    misionera. «Present Truth tiene una circulación media de 13.000 ejemplares por semana
    -declararon-, y muchos están llegando al conocimiento de la verdad al leer este periódico».
    Durante la sesión de 1909 el Hno. W. C. Sisley, que estaba a cargo de la Casa Editora
    Británica, pasó en revista los resultados de los últimos cuatro años de esta manera:
    «Durante los últimos cuatro años, sin contar nuestras considerables ventas al extranjero,
    hemos vendido, 168.947 libros, 6.871.649 periódicos, 23.382 folletos y 964.163 volantes, por
    un valor total de $ 310.221,57; o sea un promedio anual de 42.237 libros, 1.717.912
    periódicos, 5.840 folletos, 241.041 volantes y una venta promedio anual $ 77.555.
    «Tenemos 207 colportores regulares que trabajan con libros y periódicos, es decir un
    promedio de uno por cada ocho de nuestros miembros…
    «La utilidad neta de nuestra obra de publicaciones durante los últimos cuatro años ha sido de
    19.878 dólares. La sociedad de publicaciones ha donado esa suma y además $ 12.832 de sus
    anteriores ganancias, o sea un total de $ 32.7 1 0, a la Unión Británica para el fondo de
    propiedades» (Bulletin, 1909, p. 96).
    36 (Emergente)
    En confirmación de esto, considérese el desarrollo de la obra de la Unión Escandinava al
    final de 1914, que llegó a tener 3.807 miembros, distribuidos en seis asociaciones locales y
    tres misiones.
    37 (Emergente)
    Review and Herald, 5 de octubre de 1886.
    38 (Emergente)
    Review, 6 de diciembre de 1887.
    39 (Emergente)
    Testimonies for the Church, t. 3, pp.38-39.
    40 (Emergente)
    Bible Echo, suplemento del 1.º de septiembre de 1892.
    41 (Emergente)
    Ibíd
    42 (Emergente)
    Daily Bulletin of the General Conference, 1893, pp. 407-408
    43 (Emergente)
    Bible Echo, 1.º de octubre de 1893, p. 320.
    44 (Emergente)
    Bible Echo, 8 de diciembre de 1893.
    45 (Emergente)
    Review and Herald, 6 de marzo de 1894
    46 (Emergente)
    Special Testimonies on Education, pp. 84-104.
    47 (Emergente)
    Review and Herald, 1 de noviembre de 1898.
    48 (Emergente)
    Review and Herald, 28 de marzo de 1899.
    49 (Emergente)
    NOTA.- Algunas industrias iniciadas en la escuela de Avondale se han desarrollado hasta
    alcanzar grandes proporciones. Concerniente a la imprenta y a la fábrica de productos
    alimenticios, se informó en 1909, durante el congreso de la Asociación General: «La obra de
    nuestra imprenta y de nuestra fábrica de productos alimenticios ha crecido hasta el punto de
    que hoy tenemos una entrada de $2,000 a $3,000 dólares por mes [en bruto] en estos
    departamentos. Esta cantidad de dinero efectivo todos los meses ayuda considerablemente.
    Pero si no hubiéramos actuado de acuerdo con la instrucción que Dios nos dio sobre este
    asunto, no tendríamos esta entrada, y no habríamos podido ayudar a tantos alumnos»
    (Bulletin, 1909, p. 83).
    En el congreso de la Asociación General realizado en 1913, el director de la escuela de
    Avondale informó: «Como factor misionero y educativo, el departamento de imprenta está
    demostrando ser de gran importancia. Se sostiene a sí mismo, y emplea alrededor de 25
    alumnos. Varios otros son miembros de la clase industrial. Hasta el presente se han
    producido publicaciones en los idiomas fidjiano, tongano, tahitiano, radotongano, maorí,
    malayo, javanés, el niue, el samoano y el inglés. Se editan seis publicaciones mensuales y
    una revista semanal» (Bulletin, 1913, pp. 149-150).
    50 (Emergente)
    Testimonies for the Church, t. 6 pp. 182, 189, 191-192.
    51 (Emergente)
    Review and Herald, 28 de marzo de 1899.
    52 (Emergente)
    Daily Bulletin de la Asociación General, 1899, p. 131.
    53 (Emergente)
    Daily Bulletin de la Asociación General, 1899, pp. 141-142.
    54 (Emergente)
    Australasian Union Conference Record, 28 de julio de 1899, pp. 8-9.
    55 (Emergente)
    Australian Unión Conference Record, 1.o de enero de 1900, p. 2.
    56 (Emergente)
    NOTA.- En el congreso de la Asociación General de 1913, el profesor Machlan informó
    acerca de una constante prosperidad en los departamentos industriales de Avondale. «El
    aspecto industrial del colegio -declaró él- es muy interesante y al mismo tiempo muy valioso.
    El año pasado 55 por ciento de los alumnos pagaron todos sus gastos con trabajo, 35 por
    ciento pagaron la mitad de sus gastos escolares, en tanto que solamente 10 por ciento eran
    alumnos que pagaban todos sus gastos» (Bulletin, 1913, p. 154).
    57 (Emergente)
    Bulletin de la Asociación General, 1909, pp. 82-83. Durante el año 1915, el número de
    obreros que trabajaban en los campos misioneros fuera de Australasia, que recibieron sus
    preparación en Avondale, alcanzó casi a cien.
    58 (Emergente)
    Bulletin de la Asociación General, 1913, pp. 149-150.
    59 (Emergente)
    Testimonies for de Church, t. 6, p. 14.
    60 (Emergente)
    Testimonies for de Church, t. 6, pp. 24-25 (publicado en 1901).
    61 (Emergente)
    Review and Herald, 28 de mayo de 1901, p. 11.
    62 (Emergente)
    General Conference Bulletin, 1901, p. 483.
    63 (Emergente)
    Testimonies for de Church, t. 6, p. 25.
    64 (Emergente)
    Testimonies for de Church, t. 6, p. 27.
    65 (Emergente)
    General Conference Bulletin, 1901, pp. 396-399.
    66 (Emergente)
    Manuscrito inédito
    67 (Emergente)
    General Conference Bulletin, 1901, pp. 25-26.
    68 (Emergente)
    Id., pp. 69-70.
    69 (Emergente)
    General Conference Bulletin, 1903, p. 85.
    70 (Emergente)
    Id., pp. 67, 103.
    71 (Emergente)
    Review and Herald, 12 de mayo de 1903, p. 16.
    72 (Emergente)
    Suplemento de la Review and Herald, 28 de abril de 1903, p. 7.
    73 (Emergente)
    Review and Herald, 11 de agosto de 1903, p. 6.
    74 (Emergente)
    Review and Herald, 11 de agosto de 1903.
    75 (Emergente)
    Review and Herald, 20 de agosto de 1903.
    76 (Emergente)
    Review and Herald, 20 de agosto de 1903.
    77 (Emergente)
    Review and Herald, 1.o de octubre de 1903.
    78 (Emergente)
    Review and Herald, 26 de mayo de 1904.
    79 (Emergente)
    Manuscrito inédito, 10 de mayo de 1904.
    80 (Emergente)
    Review and Herald, 14 de julio de 1904.
    81 (Emergente)
    Id., 1.o de junio de 1905, p. 13.
    82 (Emergente)
    Testimonies for the Church, t. 7, p. 107.
    83 (Emergente)
    Id., p. 96.
    84 (Emergente)
    Manuscrito publicado en Medical Evangelist, t. 1, No. 2.
    85 (Emergente)
    Véase la sección titulada la obra de nuestros sanatorios, pp. 57-109, en Testimonies for de
    Church, t. 7.
    86 (Emergente)
    Testimonies for the Church, t. 7, pp. 78-79.
    87 (Emergente)
    Testimonies for the Church, t. 7, pp. 51-52.
    88 (Emergente)
    Review and Herald, 21 de junio de 1906.
    89 (Emergente)
    Review and Herald, 21 de junio de 1906, pp. 173-174, 176-177.
    90 (Emergente)
    Testimonies for the Church, t. 9, pp. 92-94.
    91 (Emergente)
    Review and Herald, 5 de julio de 1906.
    92 (Emergente)
    Testimonies for the Church, t. 9, p. 94.
    93 (Emergente)
    Review and Herald, 5 de julio de 1906.
    94 (Emergente)
    Review and Herald, 24 de mayo de 1906.
    95 (Emergente)
    Testimonies for the Church, t. 9, pp. 94-95.
    96 (Emergente)
    Review and Herald, 5 de julio de 1906.
    97 (Emergente)
    Estos y otros diversos extractos de naturaleza similar fueron publicados en un artículo de la
    Sra. White aparecido en la Review que lleva fecha 5 de julio de 1906.
    98 (Emergente)
    Mencionado en la Review and Herald, 26 de abril de 1906.
    99 (Emergente)
    Review and Herald, 5 de julio de 1906. El párrafo final, junto con muchos consejos similares
    dados durante esos meses en servicios para salvar almas en las grandes ciudades del país
    después del terremoto de San Francisco, pueden encontrarse en la sección sobre «La obra en
    las ciudades», en Testimonies for the Church, t. 9.
    100 (Emergente)
    General Conference Bulletin, 1909, p. 136.
    101 (Emergente)
    General Conference Bulletin, 1909, p. 98.
    102 (Emergente)
    Id., pp. 225-226.
    103 (Emergente)
    General Conference Bulletin, 1909, p. 136.
    104 (Emergente)
    General Conference Bulletin, 1909, p. 105.
    105 (Emergente)
    Id., p. 57.
    106 (Emergente)
    General Conference Bulletin, 1909, p. 57.
    107 (Emergente)
    Este manuscrito fue publicado más tarde en Testimonies for the Church, t. 9, pp. 153-166.
    108 (Emergente)
    Véase General Conference Bulletin, 1909, pp. 213-215.
    109 (Emergente)
    Testimonies for the Church, t. 9, pp. 167-178.
    110 (Emergente)
    De un manuscrito, del cual se han publicado porciones en Testimonies for the Church, t. 9.
    Véanse las pp. 98-99.
    111 (Emergente)
    General Conference Bulletin, 1913, p. 34.
    112 (Emergente)
    General Conference Bulletin, 1913, p. 164.
    113 (Emergente)
    General Conference Bulletin, 1913, p. 164.
    114 (Emergente)
    De un manuscrito inédito
    115 (Emergente)
    Carta inédita, 9 de diciembre de 1902.
    116 (Emergente)
    Id., 7 de diciembre de 1902.
    117 (Emergente)
    Carta inédita, 2 de diciembre de 1902.
    118 (Emergente)
    Id., 15 de abril de 1903.
    119 (Emergente)
    General Conference Bulletin, 1913, pp. 164-165.
    120 (Emergente)
    Los conductores del féretro eran el pastor J.L. McElhany, presidente de la Asociación de
    California; los pastores A. Brorsen, E. J. Hibbard, G. W. Reaser, W. M. Healey, y C. E. Ford.
    Los cantores fueron los hermanos D. Lawrence, C.A. Shull, J.H. Paap, y Ernest Lloyd.
    121 (Emergente)
    El capital de la Pacific Press al publicarse la primera edición castellana de esta obra (1981) es
    de 12.000.000 de dólares, y las ventas anuales superan los 21.000.000 de dólares.
    122 (Emergente)
    Había seis guardas de honor, que servían en turnos de a dos: el pastor C.S. Longacre, de
    Washington, D.C.; M.L. Andreasen, de Hutchinson, Minnesota; W.A. Westworth, de
    Chicago, Illinois; E.A. Bristol, de Indianapolis, Indiana; L.H. Christian, de Chicago; C.F.
    McVagh, de Grand Rapids, Michigan.
    123 (Emergente)
    Los cantores eran la Sra. H. M. Dunlap, la Srta. Florence Howell, la Sra. G.R. Isabel, la Srta.
    Nenna Dunlap, el profesor Frederick Griggs, el Sr. M.H. Minier, el Dr. M.A. Farnsworth y el
    Sr. Frank W. Hubbard.
    124 (Emergente)
    Los conductores del féretro eran los pastores I.H. Evans, presidente de la División
    Norteamericana; W.T. Knox, tesorero de la Asociación General; G.B. Thompson, secretario
    de la División Norteamericana; el profesor Frederick Griggs, director de Educación de la
    Asociación General; F.M. Wilcox, director de la Advent Review and Sabbath Herald; y G.E.
    Langdon, pastor de la iglesia del Tabernáculo de Battle Creek.
    125 (Emergente)
    Los ministros eran los pastores A.G. Daniells, presidente de la Asociación General de los
    adventistas del Séptimo Día (a cargo del servicio); S.N. Haskell, de South Lancaster, Mass.;
    M.C. Wilcox, de Mountain View, California; C.B. Stephenson, de Atlanta, Georgia; William
    Covert, de Aurora, Illinois; L.H. Chritian, de Chicago, Illinois. El pastorJorge I. Butler, de
    Bowling Green, Florida, por largo tiempo asociado con el pastor White y señora en asuntos
    administrativos, había sido invitado por la Asociación General para ayudar en el servicio,
    pero a él le fue imposible estar presente.

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