La parábola del Rico y Lázaro

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Lucas 16: 19-31: Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. 20 Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquel, lleno de llagas, 21 y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. 22 Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. 23 Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. 24 Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. 25 Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora este es consolado aquí, y tú atormentado. 26 Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. 27 Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, 28 porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. 29 Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. 30 Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. 31 Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.

Un hombre rico.

[El rico y Lázaro, Luc. 16: 19-31. Es evidente que esta parábola fue dirigida especialmente a los fariseos (cap. 15: 2; 16: 14), aunque los discípulos (cap. 16: 1), los publicanos y los pecadores (cap. 15: 1), y sin duda un gran público (ver com. cap. 12: 1; 14: 25; 15: 1) también estaban presentes.

Jesús continúa en esta parábola con la lección que ha presentado en la parábola del mayordomo infiel (cap. 16: 1-12): que la manera como se usan las oportunidades en esta vida determinará el destino futuro (ver com. vers. 1, 4, 9, 11-12). Esta parábola había sido especialmente dirigida a los discípulos (ver com. vers. 1); pero en el vers. 9 Jesús se dirige a los fariseos presentes (ver com. vers. 9). Estos, sin embargo, se negaron a aceptar las enseñanzas de Jesús acerca de la mayordomía y se burlaron de él (vers. 14). Jesús entonces destacó que era posible que fueran honrados por los hombres, pero que Dios leía su corazón como un libro abierto (ver com. vers. 15). Habían tenido suficiente luz, por mucho tiempo habían gozado de la enseñanza de la ley y de los profetas, y desde el ministerio de Juan la luz adicional del Evangelio les había sido dada (ver com. vers. 16). En los vers. 17-18 Jesús afirma que los principios expuestos en «la ley» son inmutables, puesto que Dios no cambia, y da un ejemplo de esta sublime verdad. A continuación presenta la parábola del rico y Lázaro para mostrar que el destino se decide en esta vida de acuerdo al uso de los privilegios y oportunidades que se tengan (PVGM 204). «Un hombre rico» representa en primer lugar a todos los que utilizan mal las oportunidades de la vida, y en sentido colectivo también a la nación judía que, como el rico, estaba cometiendo un error fatal (PVGM 211). La parábola consiste de dos escenas: una representa esta vida (vers. 19-22); la otra, la vida futura (vers. 23-31). La parábola del mayordomo infiel presentaba el problema en forma positiva, es decir, desde el punto de vista de uno que había hecho los preparativos para el futuro. La parábola del rico y Lázaro presenta el mismo problema, pero desde el punto de vista negativo, es decir, destacando la actitud de otro que no hizo los preparativos necesarios. El rico se equivocó al pensar que la salvación se basaba en ser descendiente de Abrahán y no en la preparación individual (cf. Eze. 18).

La parábola del rico y Lázaro debe interpretarse, como toda otra, en armonía con su contexto y con el sentido general de las Escrituras. Uno de los principios más importantes de interpretación es que cada parábola tenía el propósito de enseñar una verdad fundamental, y necesariamente tiene un significado intrínseco, sino para darle forma al relato. Es decir, no debe insistirse en que los detalles de una parábola tienen un significado literal en lo que a verdades espirituales se refiere, a menos que el contexto deje en claro que ese significado es parte integral de la intención original. De este principio se deduce este otro: no es sabio presentar los detalles de una parábola para enseñar una doctrina. Sólo puede ser tomada como base doctrinal la enseñanza fundamental de la parábola -según se deduce claramente de su contexto y se confirma por el sentido general de las Escrituras-, junto con los detalles que se explican en el contexto mismo. La suposición de que Jesús quería que esta parábola enseñara que los hombres, buenos o malos, reciben al morir su recompensa, viola estos dos principios.

Según lo muestra claramente el contexto (ver lo anterior), esta parábola tenía el propósito de enseñar que el destino futuro queda determinado por el modo en que los hombres aprovechan las oportunidades en esta vida. Jesús no estaba tratando aquí el estado del hombre en la muerte ni el tiempo cuando se darán las recompensas. Sencillamente estaba haciendo una clara distinción entre esta vida y la venidera, y mostrando la relación de la una con la otra. Además, interpretar que esta parábola enseña que los hombres reciben su recompensa inmediatamente después de morir, contradice claramente lo que Jesús mismo enseñó: «el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras» (Mat. 16: 27; 25: 31-41; cf. 1 Cor. 15: 51-55; 1 Tes. 4: 16-17; Apoc. 22: 12; etc.). Una de las reglas más importantes de interpretación es: los relatos y las expresiones figuradas deben entenderse a la luz de las afirmaciones literales de las Escrituras acerca de las verdades a las cuales se hace referencia. Aun aquellos que procuran hacer que esta parábola enseñe algo contrario a su contexto inmediato y al sentido general de las enseñanzas de Cristo, admiten que muchos de los detalles de la parábola son figurados.

Cabría entonces preguntarse por qué Jesús introdujo una parábola con ilustraciones figuradas que no representan con exactitud una verdad tan claramente expuesta en otros pasajes bíblicos, y especialmente en las propias declaraciones literales del Maestro. La respuesta es que Jesús estaba hablando a la gente de acuerdo con lo que ella conocía. Muchos de los presentes, sin tener el menor apoyo del AT, habían llegado a creer en la doctrina de que los muertos están conscientes entre la muerte y la resurrección (PVGM 206-207). Esta falsa creencia, que no aparece en el AT -ni tampoco en el NT-, impregnaba, en general, la literatura judía posterior al exilio, y como muchas otras creencias tradicionales se había convertido en parte del judaísmo en el tiempo de Jesús. En esta parábola Jesús sencillamente se valió de una creencia popular para presentar con claridad una importante lección que deseaba inculcar en sus oyentes. También debe señalarse que en la parábola anterior -la del mayordomo infiel (Luc. 16:1-12)-, Jesús ni había aprobado ni condenado la mala acción del mayordomo, aunque su conducta fue el punto central del relato.

El conocido comentario bíblico International Critical Commentary dice lo siguiente en relación con el vers. 22: «Se sostiene el principio general de que la bienaventuranza y la desventura después de la muerte son determinados por la conducta anterior a la muerte; pero los detalles del cuadro son tomados de las creencias judías en cuanto a la condición de las almas en el Seol [ver com. Prov. 15:11], y no deben entenderse como una confirmación de esas creencias».

Algunas veces se hace notar que Jesús no dice que el relato del rico y de Lázaro es una parábola, al menos tal como la presenta Lucas (aunque el antiguo Códice de Beza dice que se trata de una parábola), mientras que en el caso de otras parábolas suele identificárselas como tales (Mat. 13: 3, 24, 33, 44-45, 47). Pero debería señalarse que aunque Jesús con frecuencia comenzaba una parábola diciendo que era una parábola o que el reino de los cielos se asemejaba a una persona o a una cosa en las circunstancias que a continuación relataba, no siempre lo hacía (Luc. 15: 8, 11 ; 16: 1). Lo mismo ocurre con varias parábolas del AT, como las de Juec. 9: 8-15 y 2 Rey 14: 9; pero nadie se atreve a decir -y menos a creer- que porque esas parábolas no se identifican claramente como tales, deben tomarse literalmente. La falacia de tal argumento es evidente cuando se leen las pocas referencias citadas.

Sin duda, Jesús quería que los fariseos se vieran a sí mismos en este rico, y que en el desventurado caso de éste contemplaran un cuadro de su propio y triste fin (ver com. vers. 14). Compárese a este rico con el de la parábola anterior (vers. 1). La palabra griega plóusios, «rico», aparece en la Vulgata latina como dives, «rico», lo cual ha dado origen a la tradición popular de que el rico se llamaba Dives. Según el P75, manuscrito griego de principios del siglo III, se llamaba Neues. El rico tiene otros nombres en otras versiones. Quizá se le dio un nombre para que no sólo lo tuviera el mendigo sino también el rico.

Púrpura.

Gr. porfúra, «tela de color púrpura» o «vestido hecho con tela de color púrpura». Es posible que aquí se haga referencia a un manto exterior de gran precio (Gr. himátion, ver com. Mat. 5: 40), teñido de color púrpura. El color púrpura era el color de la dignidad real. La palabra porfúra originalmente se refirió a cierta especie de moluscos, los murex, comunes en el Mediterráneo, de 811 donde se obtenía la anilina de color púrpura. Este término, o su equivalente, se aplicó después a la tela teñida de púrpura o a una prenda hecha de esa tela (Mar. 15: 17, 20; Hech. 16: 14; Apoc. 17: 4; etc.). Se usaban tres tonos de esta anilina: púrpura, escarlata y azul.

Lino fino. Gr. bússos, «lino», o tela hecha de lino. Es probable que aquí se refiera a la prenda interior, la «túnica» (Gr. jiton), hecha de lino egipcio. Bússos se refería originalmente a la planta del lino, y luego se aplicó a la tela hecha del lino. La púrpura era el color de la dignidad real, y el lino fino era la tela de lujo (Apoc. 18: 12; 19: 8, 14).

20. Un mendigo.

 Gr. ptojós, «mendigo», «pobre» (ver com. Mat. 5: 3). Ptojós deriva del verbo ptosso´, «agacharse», «andar agachado como mendigo».

Lázaro. Gr. Lázaros, nombre derivado del sustantivo común hebreo ‘El’azar (ver com. Exo. 6: 23), que significa «Dios ha ayudado». Debe señalarse que el nombre corresponde bien con la condición espiritual del que lo llevaba. Esta es la única vez que se registra que Jesús diera nombre a uno de los personajes de una parábola, procedimiento necesario en este caso debido al diálogo que hay en la parábola (Luc. 16: 23-31). Pocas semanas más tarde Jesús resucitó a Lázaro de Betania (Juan 11: 1-46), pero no hay relación entre el mendigo de la parábola y el que fue objeto del mayor milagro de Jesús.

Echado a la puerta. El rico tuvo muchas oportunidades para socorrer a Lázaro, pero no lo hizo. Evidentemente no trató mal al desventurado que, sin duda lo suponía el rico, estaba sufriendo un castigo de Dios. Su actitud fue similar a la que expresó Caín cuando respondió: «¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?» (Gén. 4: 9). No maltrató a Lázaro, pero no fue misericordioso con él. Adoptó una posición negativa frente a sus responsabilidades en esta vida, en vez de asumir una actitud positiva. No conocía el verdadero significado del segundo gran mandamiento de la ley, que ordena amar al prójimo. Este rico, como la nación judía, no estaba haciendo ningún bien positivo, y por eso era culpable de un grave mal. Se apropiaba de todas las ventajas que el cielo le había concedido disfrutando sólo de ellas para su propio placer y complacencia (PVGM 234).

Lleno de llagas. El hecho de que Lázaro estuviera «echado a la puerta», sugiere que era inválido y no podía trasladarse solo.

21. Ansiaba saciarse. Por eso estaba a la puerta. Su necesidad era grande, y el rico podía suplirla. En el relato no hay nada que sugiera que Lázaro se quejara de Dios por su pobreza y sufrimiento. Parece que como Job, sobrellevó todo con paciencia y valor.

Las migajas que caían. La evidencia textual favorece el texto «lo que caía de la mesa» (BJ), es decir, los restos de comida. Es evidente que el rico nunca hizo esfuerzo alguno para dar alimento a Lázaro.

Le lamían. El relato no dice si esto aliviaba su continuo dolor o lo empeoraba, aunque es más probable lo segundo. Si así fue, ésta sería la culminación de la angustia del pobre sufriente. Probablemente no podía evitar que los perros que merodeaban hambrientos por las calles le lamieran las llagas.

22. Fue llevado por los ángeles. Cf. Mat. 24: 31.

 Con referencia a los principios que rigen la interpretación de Luc. 16: 25-31, ver com. vers. 19. Debe recordarse que el propósito de esta parábola es comparar las oportunidades que se tienen en esta vida y el uso que se hace de ellas, con la recompensa o castigo en la vida futura. El destino queda decidido cuando la persona muere, y los hombres deben aprovechar sus oportunidades en esta vida si quieren gozar de las bendiciones de la vida venidera.

Seno de Abraham. Expresión típicamente judía, que equivale a «paraíso». En la antigua literatura judía algunas veces aparece Abrahán dando la bienvenida a los que llegan al paraíso. Jesús describió el paraíso como un lugar adonde «vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham» en la fiesta «en el reino de los cielos» (Mat. 8: 11; Luc. 14: 15).

Con referencia a Jesús «en el seno del Padre», ver com. Juan 1:18. Abrahán era el padre de los judíos (Juan 8: 39, 56), y éstos en la práctica habían llegado a buscar la salvación en Abrahán antes que en Dios (ver com. Luc. 16: 24). Creían que Abrahán daba la bienvenida a sus hijos en el paraíso en una forma muy parecida a la que ahora, a veces, se representa a Pedro recibiendo a los cristianos en la puerta del cielo.

Fue sepultado. Los que afirman que este relato debe tomarse en forma literal y no como una parábola, deberían fijarse que si el rico fue literal y corporalmente al tormento, entonces Lázaro fue también llevado inmediatamente al cielo en forma literal y corporal. Sin embargo, los cuerpos de Lázaro y del rico volvieron al polvo de donde habían sido originalmente tomados (Gén. 2: 7; 3: 19; Ecl. 12: 7)

23. Hades. Gr. hádes, «sepulcro» o «muerte» (ver com. Mat. 11: 23).

El hádes es la morada de todos, buenos o malos, hasta que llegue la resurrección; por lo tanto, literalmente Lázaro también debía estar allí.

Sus ojos. El rico yace sin vida en el hádes. No puede ver (ver com. vers. 24).

Tormentos. Gr. básanos, «tortura», «tormento», de la misma raíz del verbo basanízo, que se emplea para describir a quienes sufren intensamente por alguna enfermedad (Mat. 8: 6), por la agitación de las olas del mar (Mat. 14: 24), y también se aplica a la fatiga que experimentaron los discípulos al remar (Mar. 6: 48). También se emplea para referirse a una tensión psíquica (2 Ped. 2: 8) y al «tormento» que sufrían los espíritus malignos cuando tuvieron que enfrentarse con Jesús (Mat. 8: 29; Mar. 5: 7; Luc. 8: 28). Por lo tanto, básanos, en singular, indica una gran angustia, agitación o aflicción.

La creencia de que la gente al morir va a un lugar a sufrir tormentos, no tiene ningún apoyo en la Biblia. Las Sagradas Escrituras enseñan con claridad que los muertos nada saben (Ecl. 9: 5; Sal. 146: 4). Jesús comparó la muerte con un sueño (Juan 11: 11, 14). Si se deduce por esta parábola que Jesús enseñó que los impíos cuando mueren son llevados a cierto lugar para ser atormentados, entonces se enseña tácitamente que Jesús está contradiciendo lo que enseñó claramente en otras ocasiones acerca de los muertos, y también contradice lo que la Biblia enseña acerca de este tema. Los pecadores sufrirán en el infierno de la géenna los tormentos del fuego (ver com. Mat. 5: 22), y no en el hádes (sepulcro). Cuando Jesús presentó al rico como si estuviera «atormentado en esta llama» (Luc. 16: 24) en el hádes, claramente estaba hablando en forma figurada, y, por lo tanto, sus palabras no se pueden interpretar en forma literal. En cuanto a los principios de interpretación que rigen la explicación de esta parábola, ver com. vers. 19.

Vio… a Abraham. ¿Están acaso tan cerca el cielo y el infierno que se pueda hablar desde uno al otro, y que los que están en el cielo pueden contemplar el sufrimiento de sus amigos y amados en el infierno sin poder aliviar su tormento, mientras que los que están en el infierno pueden observar la dicha de los justos en el cielo? No. Sin embargo, esto es lo que esta parábola enseña si se interpreta literalmente (ver com. vers. 19). Pero los que creen que es literal, se apresuran a añadir que el «seno» de Abrahán es sólo una figura literaria porque los santos no descansan literalmente en su seno. Además admiten que la proximidad del cielo con el infierno, que aquí aparece como muy real, es también solamente figurada. Pero desde el momento en que admiten que estas y otras declaraciones son evidentemente figuradas y no deben tomarse en forma literal, están asintiendo que toda la parábola es figurada. Y si no quieren admitir que es figurada, entonces se ven obligados a confesar que su decisión en cuanto a las partes que deben considerarse en forma figurada se basa sólo en una elección arbitraria, y no en ningún principio de interpretación claramente definido y consecuente.

Lázaro en su seno. Ver com. vers. 22.

24. Padre Abraham. Abrahán aparece en la parábola como si presidiera sobre el hádes (ver com. vers. 23). El rico se dirige a Abrahán como si fuera Dios. Sufre aunque es descendiente del patriarca, y acude a él como acudiera un hijo a su padre.

Envía a Lázaro. Evidentemente, el rico supone que, a su mandato, Lázaro debe ser enviado al hades, lo cual equivaldría, en cierto sentido, a continuar la relación que había sostenido con él en la tierra

La punta de su dedo. Quienes procuran hallar argumentos en esta parábola para probar la doctrina de la inmortalidad del alma, no pueden explicar por qué las almas tienen dedos. El cuerpo de Lázaro estaba en la tumba, inclusive también sus dedos. Es increíble que un espíritu desencarnado tuviera dedos -que no debe tener-, que los mojara en agua, y luego tocara una lengua inexistente de otro espíritu desencarnado. Evidentemente, Jesús estaba narrando algo imaginario, cuyo propósito era enseñar claramente una verdad específica en cuanto a la relación que existe entre esta vida y la futura (ver com. vers. 19), y que no tenía la intención de que sus palabras fueran tomadas en sentido literal. El rico, que sufre figuradamente en el hádes, aceptaría de buena gana el menor alivio de sus tormentos; anhela ahora una gota de agua fresca así como Lázaro, mientras ambos vivían, deseaba los residuos de la mesa del rico (ver com. vers. 21). Si el rico tenía ojos (vers. 23) y lengua de verdad (vers. 24), y Lázaro tenía dedos (vers. 24), habría entonces que afirmar que cuando mueren las personas, buenas o malas, reciben inmediatamente lo que merecen como seres reales, esto es, con todas las partes de su cuerpo. Sin embargo, la parábola misma enseña claramente que no reciben su recompensa inmediatamente después de morir, pues sus cuerpos estaban en la tumba, en donde no hay fuego (ver com. vers. 22).

Atormentado en esta llama. En cuanto a la evidencia de que dicha recompensa no se recibe inmediatamente después de la muerte, sino cuando Jesús vuelva visiblemente a este mundo, y más aún, después del milenio cuando los impíos sufrirán el castigo del fuego del infierno, ver com. vers. 19.

25. Hijo. Gr. téknon.

Recibiste. Había recibido en vida todos los bienes que cualquiera pudiera desear, sin prepararse para la vida futura. Aplicó en forma inversa el principio de Mat. 6: 33: había buscado primeramente «todas estas cosas» esperando, sin embargo, que Dios encontraría alguna manera de añadirle más tarde el cielo. Compárese con el caso del rico necio (ver com. Luc. 12: 16-21) y la enseñanza de Jesús en cuanto a hacerse tesoros en el ciclo (Mat. 6: 19-21). El rico había recibido toda la recompensa que había de recibir (ver Mat. 6: 2). Su cuenta en el cielo mostraba que estaba en bancarrota moral. Debe destacarse que fue castigado no por haber poseído riquezas (ver com. vers. 19), sino por haberlas usado mal. Las malgastó egoístamente; no las puso al servicio de Dios y de sus prójimos (cf. Mat. 19: 21-22; 25: 25-30). No es pecado ser rico; Abrahán fue muy rico (Gén. 13: 2). Pero el rico de esta parábola sencillamente prefirió olvidar que era responsable por la manera en que usaba sus riquezas.

Lázaro también males. Así como el rico no fue castigado porque era rico, Lázaro tampoco recibió la recompensa en el cielo solamente porque había sido pobre en esta tierra. Lo que determina el destino es el carácter moral, no las posesiones materiales.

26. Además de todo esto. La respuesta de Abrahán al pedido del rico tiene dos partes. En la primera (vers. 25), Abrahán le dice que no sería correcto concederle su petición; en la segunda (vers. 26), le señala que la condición del mundo venidero hace imposible concedérsela.

Sima. Gr. jásma, «abismo», «espacio amplio», «inmensidad», palabra derivada de un verbo que significa «bostezar», «abrir la boca». El «abismo» que los separaba representa la enorme diferencia de carácter moral entre el rico y Lázaro (PVGM 213). El abismo que se ha interpuesto entre los dos realza el hecho de que después de la muerte no se puede modificar el carácter. Entonces será demasiado tarde para mejorarlo (Isa. 26: 10). El abismo que impedía al rico participar en la bienaventuranza del seno de Abrahán se había formado en esta vida, por no haber usado debidamente las oportunidades que se le habían presentado para desarrollar el carácter correcto (PVGM 215).

27. Te ruego, pues. El rico insinúa que no recibió una advertencia clara de la suerte que le esperaba al morir.

Le envíes. El rico no puede comunicarse con sus parientes vivos, y Abrahán no le permite a Lázaro que lo haga.

29. A Moisés y a los profetas. Es decir, las Escrituras del AT. Esta era la forma en que comúnmente se hacía referencia a los escritos canónicos del AT en los días de Jesús (ver com. vers. 16). Jesús destacó una y otra vez que en asuntos de fe y de doctrina las Escrituras son de valor supremo, y las recomendó a sus oyentes, como lo hace aquí, como una guía segura para la salvación (ver Mat. 5: 17-19; Luc. 24: 25, 27, 44; Juan 5: 39, 45-47).

Oiganlos. Según la amonestación de Jesús, dada aquí como consejo de Abrahán al rico, las Escrituras del AT constituían para la gente de su tiempo una guía segura para alcanzar la salvación, y acerca del más allá, una fuente autorizada de información para los que estaban y están vivos. El rico había sido advertido ampliamente en cuanto a la suerte que aguardaba a los que preferían vivir como él había vivido. Si se le hubiera dado luz adicional al respecto también la habría rechazado (ver com. vers. 31).

30. No, padre Abraham. El rico no acepta la decisión de Abrahán; insinúa que sabe más que Abrahán. Es evidente que no había aceptado que el AT era una evidencia convincente, y duda que sus cinco hermanos puedan aceptarla. Los que dan poca importancia a 814 los mensajes del AT harían bien en prestar atención a la suerte del rico de esta parábola, quien a pesar de haber tenido acceso a Moisés y a los profetas no había sacado de ellos ningún beneficio.

Si alguno fuere. Como ya se indicó al comentar el vers. 19, el rico representa no sólo a los que no aprovechan las oportunidades que reciben en esta vida para desarrollar el carácter y para hacer el bien a los prójimos, sino también a la nación judía que, en conjunto, estaba siguiendo la misma conducta.

La evidencia adicional que el rico exigía, reflejaba los diversos pedidos de los escribas y los fariseos para que Jesús les mostrara una señal. La vida, las enseñanzas y las obras de Jesús eran una evidencia convincente de su divinidad para todos aquellos que tuvieran motivos sinceros (Mat. 15: 21; 16: 1); pero el tipo de evidencia que Jesús les ofrecía no era el que ellos deseaban o buscaban.

31. Si no oyen. Ver com. vers. 30. Los que no se dejaran impresionar por las claras enseñanzas de la verdad eterna que se encuentran en las Escrituras, no recibirían una impresión más favorable ni por el mayor de todos los milagros. Pocas semanas después de relatar esta parábola -y como si fuera una respuesta al desafío de los dirigentes judíos que pedían una evidencia mayor que la que hasta ese momento habían recibido-, Jesús resucitó a un hombre llamado Lázaro. Pero ese mismo milagro impulsó aún más a los dirigentes de la nación a intensificar su complot para quitar la vida a Jesús (ver com. Juan 11: 47-54). Y no sólo eso, sino que también pensaron que era necesario acabar con Lázaro para proteger su ya insostenible posición (Juan 12: 9-10; DTG 512). De este modo los judíos demostraron literalmente la verdad de lo que Jesús afirmó aquí: que los que rechazaban el AT rechazarían la luz mayor, aun el testimonio de alguien que se levantara de entre los muertos.

Se persuadirán. No se convencerían de que debían arrepentirse (vers. 30).

Aunque alguno se levantare. Pocas semanas después de todo esto, nuestro Señor resucitó a Lázaro (Juan 11: 1) para proporcionar a quienes persistían en criticarle la concesión del pedido expresado por el rico de la parábola. Pero, así como Jesús puso en labios del «padre Abrahán» la advertencia dirigida al rico, así también la mayoría de los judíos se negaron a creer en él. Y más aún: ese mismo milagro fue el que, en verdad, los impulsó definidamente, más que antes, a tramar la muerte de Jesús (Juan 11: 47-54).

COMENTARIOS DE ELENA G. DE WHITE

19-21 PVGM 204

19-31 MB, 180; PVGM 204-215; 1T 539

20-21 2T 197

22-26 PVGM 206

26 Ev 450

27-31 PVGM 207

29, 31 PP 383

31 DTG 374, 740 815

CBA 5, 809-814


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