La muerte como sueño.

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La muerte como sueño en el Antiguo Testamento

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos, la muerte a menudo es llamada “sueño”. Antes de intentar explicar la razón del uso bíblico de la metáfora del “sueño” para la muerte, observemos algunos ejemplos. En el Antiguo Testamento, se usan tres palabras hebreas que significan “sueño” para describir la muerte.

La palabra más común, shachav, es usada en la expresión que frecuentemente aparece como: fulano de tal “durmió con sus padres” (Gén. 28:11; Deut. 31:16; 2 Sam. 7:12; 1 Rey. 2:10). Comenzando con su aplicación inicial a Moisés (“He aquí, tú vas a dormir con tus padres” – Deut. 31:16), y luego con David (“Cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres” – 2 Sam. 7:12) y Job (“Ahora dormiré en el polvo” – Job 7:21), hallamos que este hermoso eufemismo para la muerte corre como una hebra intacta a lo largo del Antiguo y el Nuevo Testamentos, terminando con la declaración de Pedro de que “los padres durmieron” (2 Ped. 3:4). Si las almas de los “padres” estuviesen vivas en el paraíso, entonces los escritores bíblicos no podrían haber dicho, regularmente, que ellos estaban “dormidos”.

Otra palabra hebrea para “sueño” es yashen. Esta palabra aparece como verbo, “dormir” (Jer. 51:39, 57; Sal. 13:3), y como sustantivo, “sueño”. Este último se encuentra en el famoso versículo de Daniel 12:2: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”. Notemos que, en este pasaje, tanto los piadosos como los impíos están durmiendo en el polvo de la tierra y ambos serán resucitados en el Fin.

Una tercera palabra hebrea usada para el sueño de la muerte es shenah. Job hace esta pregunta retórica: “Mas el hombre morirá, y será cortado; perecerá el hombre, ¿y dónde estará él?” (Job 14:10). Su respuesta es: “Como las aguas se van del mar, y el río se agota y se seca, así el hombre yace y no vuelve a levantarse; hasta que no haya cielo, no despertarán, ni se levantarán de su sueño” (Job 14:11-12; comparar con Sal. 76:5; 90:5). Aquí hay una descripción gráfica de la muerte. Cuando una persona exhala el último suspiro, “¿dónde estará él?”; es decir, “¿qué queda de él?”. Nada. Ya no existe más. Se vuelve como un lago o río cuya agua se ha secado. Duerme en la tumba y “no despertará” hasta el fin del mundo.

Nos preguntamos, ¿nos habría dado Job una descripción tan negativa de la muerte si creyese que su alma sobreviviría a la muerte? Si la muerte introdujera el alma de Job en la presencia inmediata de Dios en el cielo, ¿por qué habla de esperar “hasta que no haya cielo” (Job 14:12) y “hasta que venga mi liberación” (Job 14:14)? Es evidente que ni Job ni ningún creyente veterotestamentario había sentido hablar de una existencia consciente después de la muerte.

La muerte como sueño en el Nuevo Testamento

La muerte es descripta como un sueño en el Nuevo Testamento con más frecuencia que en el Antiguo Testamento. La esperanza de la resurrección, que es aclarada y fortalecida por la resurrección de Cristo, le da un nuevo significado al sueño de la muerte del que los creyentes despertarán en la venida de Cristo. Como Cristo durmió en la tumba antes de su resurrección, así los creyentes duermen en la tumba mientras esperan su resurrección.

En el Nuevo Testamento, se usan dos palabras griegas que significan “sueño”. La primera es koimao que se usa catorce veces para el sueño de la muerte. Un derivado de este sustantivo griego es el sustantivo koimeeteerion, del que proviene nuestra palabra cementerio. La segunda palabra griega es katheudein, que generalmente es usada para el sueño común. En el Nuevo Testamento, se usa cuatro veces para el sueño de la muerte (Mat. 9:24; Mar. 5:39; Luc. 8:52; Efe. 5:14; 1 Tes. 4:14).

Al momento de la crucifixión de Cristo, “muchos cuerpos de santos que habían dormido [kekoimemenon], se levantaron” (Mat. 27:52). En el original, el texto dice: “Muchos cuerpos de los santos durmientes fueron levantados”. No se hace ningún comentario acerca de que sus almas se hayan reunido con sus cuerpos. Es evidente que las personas en su totalidad fueron resucitadas y no solo sus cuerpos. Al hablar figuradamente de la muerte de Lázaro, Jesús dijo: “Nuestro amigo Lázaro duerme [kekoimatai]; mas voy para despertarle” (Juan 11:11). Cuando Jesús percibió que no le habían entendido, “les dijo claramente: Lázaro ha muerto” (Juan 11:14). Entonces Jesús se apresuró a tranquilizar a Marta: “Tu hermano resucitará” (Juan 11:23).

Este episodio es significativo, ante todo, porque Jesús claramente describe la muerte como un “sueño” del que los muertos despertarán al sonido de su voz. La condición de Lázaro en la muerte era similar al sueño del que nos despertamos todos. Cristo dijo: “Voy para despertarle” (Juan 11:11). El Señor cumplió su promesa al ir a la tumba a despertar a Lázaro llamándolo: “¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió” (Juan 11:43-44).

El despertar de Lázaro del sueño de la muerte por el sonido de la voz de Cristo es comparable con el despertar de los santos que duermen el día de su gloriosa venida. Ellos también escucharán la voz de Cristo y volverán a vivir nuevamente. “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y… saldrán” (Juan 5:28; comparar con Juan 5:25). “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tes. 4:16).

Hay armonía y simetría en las expresiones “dormir” y “despertar” como se usan en la Biblia para entrar y salir del estado de la muerte. Las dos expresiones corroboran la noción de que la muerte es un estado inconsciente como el sueño del que los creyentes despertarán el día de la venida de Cristo.

Lázaro no tuvo ninguna experiencia de otra vida

La experiencia de Lázaro es significativa porque pasó cuatro días en la tumba. Esta no fue una experiencia cercana a la muerte, sino una verdadera experiencia de muerte. Si, como popularmente se cree, el alma al morir deja el cuerpo y se va al cielo, entonces Lázaro habría tenido una experiencia asombrosa para compartir sobre los cuatro días que habría pasado en el paraíso. Los dirigentes religiosos y el pueblo habrían hecho todo lo que estuviese a su alcance por obtener de Lázaro toda la información posible acerca del mundo oculto. Esa información habría brindado respuestas valiosas a la cuestión de la vida después de la muerte que era tan acaloradamente discutida entre los saduceos y los fariseos (Mat. 22:23; Mar. 12:18, 23; Luc. 20:27, 33).

Pero Lázaro no tenía nada para compartir sobre la vida después de la muerte, porque durante los cuatro días que pasó en la tumba durmió el sueño inconsciente de la muerte. Lo que es cierto de Lázaro también es cierto de otras seis personas que fueron resucitadas de los muertos: El hijo de la viuda (1 Rey. 17:17-24); el hijo de la sunamita (2 Rey. 4:18-37); el hijo de la viuda de Naín (Luc. 7:11-15); la hija de Jairo (Luc. 8:41, 42, 49- 56); Tabita (Hech. 9:26-41); y Eutico (Hech. 20:9-12). Cada una de estas personas salió de la muerte como si saliese de un profundo sueño, con su individualidad y sus sentimientos originales, pero sin ninguna experiencia de otra vida que compartir.

La Biblia ni siquiera insinúa que el alma de Lázaro, o de las otras seis personas resucitadas de los muertos, haya ido al cielo. Ninguno de ellos compartió el hecho de haber tenido una “experiencia celestial” porque ninguno de ellos había ascendido al cielo. Esto es confirmado por la referencia que hace Pedro de David en su discurso el día de Pentecostés: “Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy” (Hech. 2:29). Algunos podrían argumentar que lo que estaba en la tumba era el cuerpo de David, no su alma que se había ido al cielo. Pero esta interpretación es invalidada por las palabras explícitas de Pedro: “Porque David no subió a los cielos”. La Biblia de Cambridge tiene la siguiente nota: “Porque David no es ascendido. Mejor dicho, no ascendió. Descendió a la tumba y ‘durmió con sus padres’ ”. Lo que duerme en la tumba, según la Biblia, no es meramente el cuerpo, sino toda la persona la que espera el despertar de la resurrección.

Pablo y los santos que duermen

En los dos estupendos capítulos sobre la resurrección en 1 Tesalonicenses 4 y 1 Corintios 15, Pablo repetidamente habla de los que “duermen” en Cristo (1 Tes. 4:13, 14, 15; 1 Cor. 15:6, 18, 20). Una mirada a algunas declaraciones de Pablo arroja luz sobre lo que Pablo quiso decir al caracterizar la muerte como un sueño. Al escribirles a los tesalonicenses, que lloraban la muerte de sus seres queridos que habían dormido antes de experimentar la venida de Cristo, Pablo los tranquiliza, diciéndoles que así como Dios levantó a Jesús de los muertos, “así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1 Tes. 4:14). Algunos sostienen que Pablo está hablando aquí de almas incorpóreas que supuestamente ascendieron al cielo al morir y que regresarán con Cristo cuando él descienda a esta tierra en su venida.

Esta interpretación ignora tres aspectos importantes. Primero, la Biblia en ningún lugar enseña que el alma asciende al cielo al morir. Segundo, en el contexto, Pablo no está hablando de almas inmortales, sino “acerca de los que duermen” (1 Tes. 4:13; comparar con v. 14) y de “los muertos en Cristo” (1 Tes. 4:16). “Los muertos en Cristo resucitarán primero” de sus tumbas (1 Tes. 4:16) y no descenderán del cielo. No hay indicios de que los cuerpos suban de las tumbas y que las almas desciendan del cielo para reunirse con sus cuerpos. Esa noción dualista es extraña a la Biblia.

Tercero, si Pablo realmente creyese que “los muertos en Cristo” no estaban realmente muertos en la tumba sino vivos en el cielo como almas incorpóreas, habría sacado provecho de su condición dichosa en el cielo para explicarles a los tesalonicenses que su tristeza no tenía sentido. ¿Por qué debieran llorar por sus seres queridos si ya estaban disfrutando de la dicha celestial? La razón por la que Pablo no los alentara de ese modo obviamente es porque sabía que los santos que durmieron no estaban en el cielo, sino en sus tumbas

Esta conclusión es consistente con la certidumbre que Pablo les da a sus lectores de que los cristianos vivos no se encontrarán con Cristo en su venida antes de los que habían dormido. “Nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron” (1 Tes. 4:15). La razón es que “los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire” (1 Tes. 4:16-17).

El hecho de que los santos vivos se encuentren con Cristo en el mismo momento que los santos que durmieron indica que estos últimos aún no se han unido con Cristo en el cielo. Si las almas de los santos que durmieron ya estuviesen disfrutando de la compañía de Cristo en el cielo y descendiesen con Cristo a la tierra en su segunda venida, entonces obviamente tendrían una prioridad inconfundible sobre los santos vivos. Pero la verdad es que tanto los creyentes que durmieron como los vivos están esperando la tan anhelada unión con el salvador, una unión que ambos experimentarán al mismo tiempo el día de la venida de Cristo.

El análisis de Pablo de los santos que duermen en 1 Corintios 15 confirma gran parte de lo que ya hemos descubierto en 1 Tesalonicenses 4. Después de afirmar la importancia fundamental de la resurrección de Cristo para la fe y la esperanza cristianas, Pablo explica que “si Cristo no resucitó… entonces también los que durmieron en Cristo perecieron” (1 Cor. 15:17-18). Pablo no podría haber dicho que los santos que duermen habrían perecido sin la garantía de la resurrección de Cristo si creyese que sus almas eran inmortales y que ya estaban disfrutando la dicha del paraíso. Si Pablo creyera que las almas son inmortales, probablemente habría dicho que, sin la resurrección de Cristo las almas de los santos que duermen, continuarían sin cuerpo por toda la eternidad. Pero Pablo no hace ninguna alusión a una posibilidad como esta, porque creía que la persona en su totalidad, cuerpo y alma, habría “perecido” sin la garantía de la resurrección de Cristo.

Es notable que, en todo el capítulo que está dedicado a la importancia y la dinámica de la resurrección, Pablo nunca dé a entender la supuesta reunificación del cuerpo con el alma en la resurrección. Si Pablo hubiese sostenido esa creencia, no podría haber evitado hacer alguna alusión al reacoplamiento del cuerpo y del alma, especialmente en sus análisis sobre la transformación de los creyentes de un estado mortal a un estado inmortal en la venida de Cristo. Pero el único “misterio” que Pablo revela es que “no todos dormiremos; pero todos seremos transformados” (1 Cor. 15:51). Este cambio de una naturaleza perecedera a una imperecedera ocurrirá para todos, vivos y muertos, al mismo tiempo; a saber, al sonido de “la final trompeta” (1 Cor. 15:52). El cambio no tiene nada que ver con las almas sin cuerpo que recobran la posesión de sus cuerpos resucitados, sino que es el cambio de la vida mortal a la inmortal para los vivos y muertos en Cristo: “Cuando… esto mortal se haya vestido de inmortalidad” (1 Cor. 15:54).

La trascendencia de la metáfora del “sueño” El frecuente uso bíblico de la metáfora del “sueño” para describir el estado de los muertos en Cristo suscita la pregunta de sus implicaciones sobre la naturaleza de la muerte. Específicamente, ¿por qué se usa esta metáfora y qué revelaciones podemos obtener legítimamente de ella sobre la naturaleza de la muerte? Existen tres razones primordiales para el uso de la metáfora del “sueño” en la Biblia.

Primero, existe una similitud entre el “sueño” de los muertos y el “sueño” de los vivos”. Ambos están caracterizados por una condición de inconsciencia y de inactividad que es interrumpida por un despertar. De modo que la metáfora del “sueño” representa adecuadamente el estado inconsciente de los muertos y su despertar el día del regreso de Cristo.

Segundo, el uso de la metáfora del “sueño” inspira esperanza, al garantizarnos un despertar posterior. Así como una persona se va a dormir a la noche con la esperanza de despertarse a la mañana, así también el creyente se queda dormido en el Señor en la seguridad de que será despertado por Cristo en la mañana de la resurrección.

Cuando oímos o decimos que una persona está muerta, automáticamente pensamos que no hay más esperanza de que vuelva a vivir. Pero cuando decimos que una persona está durmiendo en el Señor, expresamos esperanza en su restauración a la vida el día de la resurrección. La metáfora del “sueño” no describe la condición del sueño de los muertos, sino la posibilidad de ser despertados a la vida nuevamente en la mañana de la resurrección.

Tercero, el uso de la metáfora del “sueño” es sugerida por el hecho de que no hay conciencia del paso del tiempo en el sueño. Así, la metáfora brinda una representación adecuada del estado inconsciente de los difuntos entre la muerte y la resurrección. No tienen conciencia del paso del tiempo. En sus primeros escritos, Martín Lutero expresó este pensamiento de una forma muy gráfica: “Tal como cuando uno se queda dormido e inesperadamente llega la mañana cuando se despierta, sin saber lo que le ocurrió, así de repente nos levantaremos el último día sin saber cómo hemos entrado en la muerte y ni cómo hemos salido de ella”.25 Lutero volvió a escribir: “Dormiremos hasta que él venga y golpee en la pequeña tumba y diga: ¡ Doctor Martín, levántate! Entonces me levantaré en un instante y seré feliz con él para siempre”.26

En aras de la exactitud histórica, debe señalarse que, posteriormente, Lutero rechazó en gran parte la idea del sueño inconsciente de los muertos, aparentemente debido al fuerte ataque de Calvino contra esta doctrina. En su Commentary on Genesis [Comentario sobre Génesis], que escribió en 1537, Lutero comenta: “El alma difunta no duerme de esta manera [sueño regular]; es decir, para hablar con más propiedad, se despierta, ve y conversa con los ángeles y con Dios”.27 El cambio en la postura de Lutero del estado inconsciente al consciente de los muertos solo sirve para mostrar que ni siquiera los influyentes reformadores estaban exentos de las presiones religiosas de su tiempo.

Nuestro estudio de la metáfora del “sueño” en el Antiguo y Nuevo Testamentos ha mostrado que la Biblia frecuentemente utiliza la metáfora del “sueño” porque encierra una verdad vital: los muertos que duermen en Cristo son inconscientes de cualquier lapso hasta su resurrección. El creyente que muere en Cristo se duerme y descansa, inconsciente, hasta que se despierta cuando Cristo lo llama de vuelta a la vida en su venida.

El significado y el fundamento de la inmortalidad La inmortalidad en la Biblia no es una posesión humana innata, sino un atributo divino. El término “inmortalidad” proviene del griego athanasia, que significa “sin muerte” y, por lo tanto, existencia sin fin. Este término aparece solo dos veces; primero en conexión con Dios “el único que tiene inmortalidad” (1 Tim. 6:16), y segundo en relación con la mortalidad humana que debe revestirse de inmortalidad (1 Cor. 15:53) en el momento de la resurrección. Esta última referencia refuta la noción de una inmortalidad natural del alma porque dice que la inmortalidad es algo que los santos resucitados se vestirán. No es algo que ya poseen.

La Biblia nunca sugiere que la inmortalidad sea una cualidad o un derecho natural de los seres humanos. La presencia del “árbol de la vida” en el jardín del Edén muestra que la inmortalidad de Adán dependía de comer del fruto del árbol de la vida. La Escritura enseña que la inmortalidad debe ser buscada (Rom. 2:7) y “vestida” (1 Cor. 15:53). Es decir, al igual que la “vida eterna”, el don de Dios (Rom. 6:23) ha se ser heredado (Mat. 19:29) conociendo a Dios (Juan 17:3) por medio de Cristo (Juan 14:19; 17:2; Rom. 6:23). En la visión de Pablo, la inmortalidad está relacionada solamente con la resurrección de Jesús (1 Cor. 15) como el fundamento y la garantía de la esperanza del creyente. Los que insisten en buscar la idea filosófica de la inmortalidad natural del alma en la Biblia, ignoran la Palabra de Dios y corrompen la fe bíblica con ideas dualistas griegas.

Conclusión

Nuestro estudio de la visión bíblica de la naturaleza de la muerte ha mostrado que el Antiguo y el Nuevo Testamentos explícitamente enseñan que la muerte es la extinción de la vida para la persona en su totalidad. No existen recuerdos ni consciencia en la muerte (Sal. 8:5; 146:4; 30:9; 115:17; Ecl. 9:5). El espíritu o alma no existe separado del cuerpo. La muerte es la pérdida del ser total y no meramente la pérdida del bienestar. La persona en su totalidad descansa en la tumba en un estado de inconsciencia caracterizado en la Biblia como un “sueño”. El “despertar” tendrá lugar en la venida de Cristo cuando llamará de vuelta a la vida a los santos que duermen. La metáfora del “sueño” verdaderamente es una expresión hermosa, tierna y consoladora que insinúa que la muerte no es el destino humano final, porque habrá un despertar del sueño de la muerte en la mañana de la resurrección.

25. Martín Lutero, Werke, 1910, XVII, II, p. 235.

26. Ibíd., XXXVII, p. 151.

27. Ewald Plass, What Luther Says, 1959, t. 1, párr. 1132.


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