La Deidad

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I. La divinidad y la naturaleza de Cristo
“Cristo, el Verbo, el Unigénito de Dios, era uno solo con el Padre eterno, uno solo en naturaleza, en carácter y en propósitos; era el único ser que podía penetrar en todos los designios y fines de Dios.  «Y llamaráse su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz».  «Y sus salidas son desde el principio, desde los días del siglo»” (Isa. 9: 6; Miq. 5: 2)   (Patriarcas y Profetas,  p. 12).
“Los judíos nunca antes habían oído tales palabras provenientes de labios humanos, y una influencia convincente los invadió; porque parecía que la divinidad resplandecía a través de la humanidad cuando Jesús dijo: «Yo y el Padre uno somos».  Las palabras de Cristo estaban llenas de profundo significado cuando esgrimió el argumento de que él y el Padre eran una sola sustancia y poseían los mismos atributos” (The Signs of the Times, 27 de noviembre de 1893, p. 54).
“Sin embargo, el Hijo de Dios era el Soberano reconocido del cielo, y gozaba de la misma autoridad y poder que el Padre” (El conflicto de los siglos, p. 549).
“Para salvar al transgresor de la ley de Dios, Cristo, el que es igual al Padre, vino a vivir el cielo delante de los hombres, para que pudieran aprender en qué consiste tener el cielo en el corazón.  Ilustró lo que el hombre debe ser para ser digno de la preciosa bendición de la vida que se mide con la vida de Dios” (Fundamentals of Christian Education [Los fundamentos de la educación cristiana], p. 179).
“La única manera como se podía restaurar a la especie caída era mediante el don de su Hijo, igual a él, poseedor de los mismos atributos de Dios.  A pesar de haber sido tan exaltado, Cristo consintió en asumir la naturaleza humana, para poder obrar en favor del hombre y reconciliar con Dios a este súbdito desleal.  Cuando el hombre se rebeló, Cristo presentó sus méritos en su favor, y se convirtió en el sus título y la garantía del hombre.  Asumió la tarea de combatir los poderes de las tinieblas en favor de éste, y prevaleció al vencer al enemigo de nuestras almas, y al presentarle al hombre el cáliz de la salvación” (The Review and Herald , 8 de noviembre de 1892, p. 690).
“El mundo fue hecho por él, «y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho» (Juan 1: 3).  Si Cristo hizo todas las cosas, existió antes de todas las cosas.  Las palabras pronunciadas acerca de esto son tan decisivas, que nadie debe quedar en la duda.  Cristo era esencialmente Dios y en el sentido más elevado.  Era con Dios desde toda la eternidad, Dios sobre todo, bendito para siempre. . . Hay luz y gloria en la verdad de que Cristo fue uno con el Padre antes de que se estableciera el fundamento del mundo.  Esta es la luz que brilla en un lugar oscuro haciéndolo resplandecer con gloria divina y original.  Esta verdad, infinitamente misteriosa en sí misma, explica otras verdades misteriosas que de otra manera serían inexplicables, al paso que está encerrada como algo sagrado en luz, inaccesible e incomprensible” (Mensajes Selectos, tomo 1, págs. 290, 291).
“El Rey del universo convocó a las huestes celestiales a comparecer ante él, a fin de que en su presencia él pudiese manifestar cuál era el verdadero lugar que ocupaba su Hijo y manifestar cuál era la relación que él tenía para con todos los seres creados.  El Hijo de Dios compartió el trono del Padre, y la gloria del Ser eterno, que existía por sí mismo, cubrió a ambos”  (Patriarcas y Profetas, págs. 14, 15).
“Por mucho que un pastor pueda amar a sus ovejas, Jesús ama aún más a sus hijos e hijas.  No es solamente nuestro pastor; es nuestro «Padre eterno».  Y él dice: «Y conozco mis ovejas, y las mías me conocen.  Como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre». ¡Qué declaración!  Es el Hijo unigénito, el que está en el seno del Padre, a quien Dios ha declarado ser «el hombre compañero mío» (Zac. 13: 7); y presenta la comunión que hay entre él y el Padre como figura de la que existe entre él y sus hijos en la tierra”  (El Deseado de todas las Gentes, pág. 447).
“Tratando todavía de dar la verdadera dirección a su fe, Jesús declaró: «Yo soy la resurrección y la vida».  En Cristo hay vida original, que no proviene ni deriva de otra.  «El que tiene al Hijo, tiene la vida» (1 Juan 5: 12).  La divinidad de Cristo es la garantía que el creyente tiene de la vida eterna” (lbíd., p. 489).
“Cayó el silencio sobre la vasta concurrencia.  El nombre de Dios, dado a Moisés para expresar la presencia eterna había sido reclamado como suyo por este Rabino galileo.  Se había proclamado a sí mismo como el que tenía existencia propia, el que había sido prometido a Israel, «cuya procedencia es de antiguo tiempo, desde los días de la eternidad» (Ibíd., p. 435).
El Redentor del mundo era igual a Dios.  Su autoridad era como la de Dios.  Declaró que no tenía existencia aparte del Padre.  La autoridad por la que hablaba y hacía milagros, era expresamente suya; sin embargo nos asegura que él y el Padre eran uno” (The Review and Herald , 7 de enero de 1890).
Jehová, el eterno, el que posee existencia propia, el no creado, el que es la fuente de todo y el que lo sustenta todo, es el único que tiene derecho a la veneración y adoración supremas”(Patriarcas y Profetas , págs. 313).
Jehová es el nombre dado a Cristo.  «He aquí Dios es salvación mía -escribió el profeta Isaías-; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí. Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación.  Y diréis en aquel día: Cantad a Jehová, aclamad su nombre, haced célebres en los pueblos sus obras, recordad que su nombre es engrandecido».  «En aquel día cantarán este cántico en tierra de Judá: Fuerte ciudad tenemos; salvación puso Dios por muros y antemuro.  Abrid las puertas, y entrará la gente justa, guardadora de verdades.  Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado.  Confiad en Jehová perpetuamente, porque en JEHOVÁ el Señor está la fortaleza de los siglos»” (The Signs of the Times, 3 de mayo de 1899, pág.  2).
“Las puertas del cielo se abrirán otra vez y nuestro Salvador, acompañado de millones de santos, saldrá como Rey de reyes y Señor de señores. Jehová Emmanuel «será rey sobre toda la tierra.  En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre» (El Discurso Maestro de Jesucristo, pág. 93).
“Este es el galardón de todos los que siguen a Cristo.  Verse en armonía con Jehová Emmanuel, «en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» y en quien «habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (Col. 2: 3, 9), conocerlo, Poseerlo, mientras el corazón se abre más y más para recibir sus atributos, saber lo que es su amor y su poder, poseer las riquezas inescrutables de Cristo, comprender mejor «cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura»,  y  «conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios» (Efe. 3: 18, 19), «ésta es la herencia de los siervos del Señor, ésta es la justicia que deben esperar de mí, dice el Señor»” (Ibíd. , págs. 32, 33).
2Antes de la aparición del pecado. . . Cristo el Verbo, el Unigénito de Dios, era uno con el Padre Eterno: uno en naturaleza, en carácter y en designios; era el único ser en todo el universo que podía entrar en todos los consejos y designios de Dios.  Fue por intermedio de Cristo por quien el Padre efectuó la creación de todos los seres celestiales” (El Conflicto de los Siglos, págs. 547).
Si los hombres rechazan el testimonio que dan las Escrituras inspiradas acerca de la divinidad de Cristo, inútil es querer argumentar con ellos al respecto, pues ningún argumento, por convincente que fuese, podría hacer mella en ellos.  «El hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios; porque le son insensatez; ni las puede conocer, por cuanto se disciernen espiritualmente» (1 Cor. 2: 14, V.M.). Ninguna persona que haya aceptado este error, puede tener justo concepto del carácter o de la misión de Cristo, ni del gran plan de Dios para la redención del hombre (Ibíd., 579).
II. La eterna preexistencia de Cristo
El Señor Jesucristo, el divino Hijo de Dios, existió desde la eternidad como una persona distinta, y sin embargo era uno con el Padre.  Era la excelsa gloria del cielo.  Era el Comandante de las inteligencias celestiales, y el homenaje de adoración de los ángeles era recibido por él con todo derecho.  Esto no era robar a Dios” (Mensajes Selectos, tomo 1, págs. 291).
“Al hablar de su preexistencia, Cristo retrocede mentalmente hacia edades sin fecha.  Nos asegura que no hubo momento cuando él no haya estado en íntima comunión con el Dios eterno.  Aquel cuya voz estaban escuchando los judíos, había estado con Dios como alguien íntimamente unido a é”  (The Signs of the Times, 29 de agosto de 1900).
“Aquí Cristo les demuestra que, aunque ellos podían rastrear su vida y afirmar que no llegaba a los cincuenta años, su vida divina no podía medirse mediante cómputos humanos.  La existencia de Cristo antes de su encarnación no se puede medir por medio de cifras” (The Signs of the Times, 3 de mayo de 1899).
Desde toda la eternidad Cristo estuvo unido con el Padre, y cuando asumió la naturaleza humana, siguió siendo uno con Dios” (The Signs of the Times, 2 de agosto de 1905, pág. 10).
“Cuando Cristo entró por los portales celestiales, fue entronizado en medio de la adoración de los ángeles.  Tan pronto como esta ceremonia hubo terminado, el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos en abundantes raudales, y Cristo fue de veras glorificado con la misma gloria que había tenido con el Padre desde toda la eternidad” (Los Hechos de los Apóstoles, págs. 32, 33)
“Sin embargo, al paso que la Palabra de Dios habla de la humanidad de Cristo cuando estuvo en esta tierra, también habla decididamente de su preexistencia.  El Verbo existía como un ser divino, como el eterno Hijo de Dios, en unión y unidad con su Padre.  Desde la eternidad era el Mediador del pacto, Aquel en quien todas las naciones de la tierra, tanto judíos como gentiles, habían de ser benditas si lo aceptaban.  «El Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios» (Juan 1: 1).  Antes de que fueran creados los hombres o los ángeles, el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios” (Mensajes Selectos, tomo 1, pág. 290).
“Un ser humano vive, pero su vida es otorgada, una vida que se apagará.  «¿Qué es vuestra vida?  Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece» Pero la vida de Cristo no es neblina, es una vida sin fin, una vida que existía antes de que el mundo fuese” (The Signs of the Times, 17 de junio de 1897, pág. 5).
Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el Padre; era «la imagen de Dios», la imagen de su grandeza y majestad, «el resplandor de su gloria«” (El Deseado de todas las Gentes, pág. 11).
Era uno con el Padre antes de que los ángeles fueran creados” (The Spirit of Prophecy [El espíritu de profecía], tomo 1, pág . 17).
“Cristo era esencialmente Dios y en el sentido más elevado.  Era con Dios desde toda la eternidad, Dios sobre todo, bendito para siempre” (Mensajes Selectos, tomo 1, pág. 290).
“El nombre de Dios, dado a Moisés para expresar la presencia eterna había sido reclamado como suyo por este Rabino galileo.  Se había proclamado a sí mismo como el que tenía existencia propia, el que había sido prometido a Israel, «cuya procedencia es de antiguo tiempo, desde los días de la eternidad»”  (Miq. 5: 2)  (El Deseado de todas las gentes, pág. 435).
“En ella [la Palabra de Dios] podernos aprender lo que nuestra redención costó al que desde el principio era igual al Padre” (Consejos para los Maestros, pág. 15).
La Tercera Persona de La Deidad
 «El mal se había estado acumulando durante siglos y solamente podría ser refrenado y resistido por el potente poder del Espíritu Santo, la tercera persona de la Divinidad, quien vendría no con energía limitada, sino en la plenitud del poder divino.  Debería enfrentar a otro espíritu, porque la esencia del mal estaba actuando en todas sus formas y era asombroso el sometimiento del hombre al cautiverio satánico.» (Alza tus Ojos pág. 49)
«Al describir a sus discípulos la obra y el cargo del Espíritu Santo, Jesús trató de inspirarles el gozo y la esperanza que alentaba su propio corazón.  Se regocijaba por la ayuda abundante que había provisto para su iglesia.  El Espíritu Santo era el más elevado de todos los dones que podía solicitar de su Padre para la exaltación de su pueblo.  El Espíritu iba a ser dado como agente regenerador, y sin esto el sacrificio de Cristo habría sido inútil.  El poder del mal se había estado fortaleciendo durante siglos, y la sumisión de los hombres a este cautiverio satánico era asombrosa.  El pecado podía ser resistido y vencido únicamente por la poderosa intervención de la tercera persona de la Divinidad, que iba a venir no con energía modificada, sino en la plenitud del poder divino.  El Espíritu es el que hace eficaz lo que ha sido realizado por el Redentor del mundo.  Por el Espíritu es purificado el corazón.  Por el Espíritu llega a ser el creyente participe de la naturaleza divina.  Cristo ha dado su Espíritu como poder divino para vencer todas las tendencias hacia el mal, hereditarias y cultivadas, y para grabar su propio carácter en su iglesia.» (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 625)
 «El príncipe del poder del mal puede ser mantenido en jaque únicamente por el poder de Dios en la tercera persona de la Divinidad, el Espíritu Santo (Special Testimonies, Serie A, Nº 10, pág. 37.  Año 1897).
«Al describir a sus discípulos la obra y el cargo del Espíritu Santo, Jesús trató de inspirarles el gozo y la esperanza que alentaba su propio corazón.  Se regocijaba por la ayuda abundante que había provisto para su iglesia.  El Espíritu Santo era el más elevado de todos los dones que podía solicitar de su Padre para la exaltación de su pueblo.  El Espíritu iba a ser dado como agente regenerador, y sin esto el sacrificio de Cristo habría sido inútil.  El poder del mal se había estado fortaleciendo durante siglos, y la sumisión de los hombres a este cautiverio satánico era asombrosa.  El pecado podía ser resistido y vencido únicamente por la poderosa intervención de la tercera persona de la Divinidad, que iba a venir no con energía modificada, sino en la plenitud del poder divino.  El Espíritu es el que hace eficaz lo que ha sido realizado por el Redentor del mundo.  Por el Espíritu es purificado el corazón.  Por el Espíritu llega a ser el creyente partícipe de la naturaleza divina.  Cristo ha dado su Espíritu como poder divino para vencer todas las tendencias hacia el mal, hereditarias y cultivadas, y para grabar su propio carácter en su iglesia.» (Exaltad a Jesús, pág. 185)
«El Espíritu Santo era el más elevado de todos los dones que pudiese solicitar de su Padre para la exaltación de su pueblo.  El Espíritu iba a ser dado como agente regenerador, y sin esto el sacrificio de Cristo habría sido inútil.  El poder del mal se había estado fortaleciendo durante siglos, y la sumisión de los hombres a este cautiverio satánico era asombrosa.  El pecado podía ser resistido y vencido únicamente por la poderosa intervención de la tercera persona de la Divinidad, que iba a venir no con energía modificada, sino en la plenitud del poder divino.»- El Deseado de Todas las Gentes, pág. 608.
«El Espíritu iba a ser dado como agente regenerador, y sin esto el sacrificio de Cristo habría sido inútil.  El poder del mal se había estado fortaleciendo durante siglos, y la sumisión de los hombres a este cautiverio satánico era asombrosa.  El pecado podía ser resistido y vencido únicamente por la poderosa intervención de la tercera persona de la Divinidad, que iba a venir no con energía modificada, sino en la plenitud del poder divino.  El Espíritu es el que hace eficaz lo que ha sido realizado por el Redentor del mundo.  Por el Espíritu es purificado el corazón.  Por el Espíritu llega a ser el creyente partícipe de la naturaleza divina.  Cristo ha dado su Espíritu como -poder divino para vencer todas las tendencias hacia el mal, hereditarias y cultivadas, y para grabar su propio carácter en su iglesia.»- El Deseado de Todas las Gentes, pág. 625.
«Al describir a sus discípulos la obra del Espíritu Santo, Jesús quiso inspirarlos para que alcanzaran el mismo gozo y la alegría que llenaba su propio corazón.  Se regocijó con la ayuda abundante que había provisto para su iglesia.  El Consolador era el más excelso de los dones que podría solicitar al Padre con el propósito de exaltar a su pueblo.  Fue dado como el agente regenerador, y sin este don el sacrificio de Cristo hubiera sido en vano.  Por siglos el poder maligno se había fortalecido hasta el punto que era asombrosa la sumisión del hombre a la cautividad satánica.  El pecado puede ser resistido y vencido únicamente por la intervención poderosa de la tercera persona de la Deidad, que no vendría con una energía modificada, sino en la plenitud del poder divino.  El Espíritu es el que hace efectivo lo que logró el Redentor del mundo.  Mediante el Consolador el corazón se purifica.  Gracias a su obra el creyente llega a ser participante de la naturaleza divina.  Cristo nos dio el divino poder de su Espíritu para que podamos vencer las tendencias al mal, sean heredades o cultivadas, y para imprimir en la iglesia su propio carácter.»- Review and Herald, 19 de noviembre de 1908. pág. 16
«El mal se había estado acumulando durante siglos, y sólo podía ser restringido y resistido por el grandioso poder del Espíritu Santo, la tercera persona de la Divinidad, que vendría con energía no modificada, sino con la plenitud del poder divino.  Debía hacerse frente a otro espíritu; porque la esencia del mal trabajaba de todas maneras, y la sumisión del hombre al cautiverio satánico era asombrosa.»(Testimonios para los Ministros, pág. 398)
«Cristo determinó que cuando él ascendiera de esta tierra, concedería un don a los que habían creído en él y a los que creyeran  en él. ¿Qué don suficientemente precioso podía él conceder para destacar y honrar su ascensión al trono de mediación?  Debía ser digno de su grandeza y su realeza. Cristo determinó dar como su representante a la tercera Persona de la Deidad. Ese don no podría ser igualado. Daría [sintetizaría] todos sus dones en uno, y por lo tanto su dádiva sería el Espíritu divino, ese poder transformador, iluminador y santificador. . . Cristo anhelaba estar en una situación en que pudiera realizar la obra más importante con pocos medios y sencillos. El plan de redención es abarcante, sin embargo sus partes son pocas, y cada parte depende de las otras, pero todas obran juntas con máxima sencillez y completa armonía.  Cristo es representado por el Espíritu Santo, y cuando el Espíritu es apreciado, cuando los que son gobernados por el Espíritu comunican a otros la energía de la cual están saturados, vibra una cuerda invisible que electriza todo el ser. ¡Ojalá todos pudieran entender cuán ilimitados son los recursos divinos!» (ST 28 -11-1905).
«Necesitamos comprender que el Espíritu Santo, que es una persona así como Dios es persona, anda en estos terrenos» (Manuscrito 66, 1899. [Extracto de un discurso dado a los alumnos del Colegio de Avondale, Australia.] ).
«El Espíritu Santo es una persona, porque testifica en nuestros espíritus que somos Hijos de Dios. Cuando se da este testimonio lleva consigo su propia evidencia. En esas ocasiones creemos y estamos seguros de que somos los Hijos de Dios. . . »        
«El Espíritu Santo tiene una personalidad, de lo contrario no podría dar testimonio a nuestros espíritus y con nuestros espíritus de que somos Hijos de Dios. Debe ser una persona divina, además, porque en caso contrario no podría escudriñar los secretos que están ocultos en la mente de Dios. «Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Cor. 2: 11) (Manuscrito 20, 1906).
«El príncipe del poder del mal puede ser mantenido en jaque únicamente por el poder de Dios en la tercera persona de la Deidad, el Espíritu Santo» (Special Testimonies, Serie A, Nº 10, pág. 37. Año 1897).
Tres Grandes Poderes
«El Consolador que Cristo prometió enviar después de ascender al cielo, es el Espíritu en toda la plenitud de la Deidad, poniendo de manifiesto el poder de la gracia divina a todos los que reciben a Cristo y creen en él como un Salvador personal. Hay tres personas vivientes en el trío celestial; en el nombre de estos tres grandes poderes -el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo- son bautizados los que reciben a Cristo mediante la fe, y esos poderes colaborarán con los súbditos obedientes del cielo en sus esfuerzos por vivir la nueva vida en Cristo.» (Special Testimonies, Serie B, Nº 7, págs. 62, 63. Año 1905).
“El Consolador que Cristo prometió enviar después de ascender al cielo, es el Espíritu en toda la plenitud de la Divinidad, poniendo de manifiesto el poder de la gracia divina a todos los que reciben a Cristo y creen en él como un Salvador personal.  Hay tres personas vivientes en el trío celestial; en el nombre de estos tres grandes poderes -el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo- son bautizados los que reciben a Cristo mediante la fe, y esos poderes colaborarán con los súbditos obedientes del cielo en sus esfuerzos por vivir la nueva vida en Cristo.” (Special Testimonies, Serie B, Nº 7, págs. 62, 63.  Año 1905).
La Divinidad se llenó de compasión por la especie, y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se dedicaron a llevar a cabo el plan de redención.” (Counsels on Health [Consejos sobre salud], p. 222)
“Los que proclaman el mensaje del tercer ángel deben revestirse de toda la armadura de Dios, a fin de resistir valientemente en su puesto, frente a la detracción y la falsedad, librando la buena batalla de la fe, resistiendo al enemigo con la expresión: «Escrito está».  Manténganse donde los tres grandes poderes del cielo: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo puedan ser su eficiencia.  Estos poderes obran con el que se entrega sin reservas a Dios.  La fuerza del cielo está a las órdenes de los creyentes de Dios.  El hombre que hace de Dios su confianza está protegido por un muro inexpugnable.” (The Southern Watchman [El atalaya del sur], 23 de febrero de 1904, p. 122).
“Nuestra santificación es la obra del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.  Es el cumplimiento del pacto que Dios ha hecho con los que se unen a él, para permanecer con él, con su Hijo y con el Espíritu en santa comunión. ¿Ha nacido usted de nuevo? ¿Ha llegado a ser una nueva criatura en Cristo Jesús?  Entonces coopere con los tres grandes poderes del cielo que están obrando en su favor.  Al hacerlo le revelará al mundo los principios de la justicia.” (The Signs of the Times, 19 de junio de 1901).
“Los eternos signatarios celestiales -Dios, Cristo y el Espíritu Santo– armándolos [a los discípulos] con algo más que una mera energía mortal. . . avanzaron con ellos para llevar a cabo la obra y convencer de pecado al mundo.” (El evangelismo, pág. 447).
Debemos cooperar con los tres poderes más elevados del cielo: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y estos poderes trabajarán mediante nosotros convirtiéndonos en obreros juntamente con Dios.” (Ibíd., pág. 448).
Los que son bautizados en el triple nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, al comienzo mismo de su vida cristiana declaran públicamente que han abandonado el servicio de Satanás y que han llegado a ser miembros de la familia real, hijos del Rey celestial.” (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pág. 389).

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