¿HEMOS RETARDADO EL ADVENIMIENTO?

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   Al mismo tiempo que Elena G. de White escribió que podemos apresar o retardar el retorno del Señor, escribió también que Jesús vendría «en el tiempo indicado». ¿Qué es lo que ella quería decir?
      Más de catorce décadas ya se pasaron desde que Guillermo Miller predicó que Jesús vendría en 1844, y muchos adventistas se están preguntando a sí mismos por que Él aun no vino. Por un lado, graves señales apuntan para el fin. Tenemos la amenaza nuclear, la epidemia del SIDA que está diezmando fría y amenazadoramente el Occidente, las drogas, el demonismo y la decadencia destruidora de las instituciones políticas.
      Por otro lado, sin embargo, algunas señales no se están cumpliendo. Las leyes dominicales no constituyen un punto controvertido. El derecho religioso trata de él, pero perdió la credibilidad, por causa de la derrocada del PTL. Ningún observador del sábado permanece ahora en la prisión porque trabajó en el domingo. Muchas denominaciones se han unido, pero su influencia en los legislativos es pequeña. El gran desafío hoy no es el fanatismo religioso, sino el secularismo y la incredulidad mundiales.
      La sensación de que la Iglesia perdió su percepción de la inminencia de la vuelta de Cristo está muy difundida, y muchos están haciendo tremendos esfuerzos para sacar la Iglesia del punto muerto. Algunos están reaplicando al futuro profecías cumplidas en el pasado, creyendo que esto despertará al pueblo de Dios y llevará a los acontecimientos finales. En 1980, un comentarista escribió un documento de 1.400 páginas, predicando que grandes cosas deberían acontecer en 1982 y 1983. Otro confía en que es el Papa actual quien llevará al mundo a sancionar las leyes dominicales. Algunos están convencidos de que el juicio en el Cielo alcanzó el caso de los vivos en 1986. Otro predicó que las probaciones terminarían para los adventistas en julio de 1987, y para el resto del mundo en agosto de ese mismo año. Para algunos, los ciclos del jubileo antiguo emprestan significado al año de 1987.
      Mientras nadie está mencionando el día y la hora, muchos están hablando del mes y del año. Esas personas generalmente dicen que el Señor está aguardando que la Iglesia se arrepienta del pecado y acepte las creencias y el estilo de vida que ellas defienden. Están convencidas de que el tiempo del retorno de Cristo depende de la disposición de Su pueblo.
      Elena G. de White vivió durante siete décadas después de 1844. Su actitud para con los años que se pasaron puede ofrecernos orientación equilibrada ahora.

¿Ha retrasado Jesús Su Venida?

      Muchos adventistas del séptimo día creen que Jesús ha retardado Su venida y hacen referencia a la declaración de Elena G. de White, hecha en 1883. Dijo ella que si todos los adventistas hubiesen quedado firmes en la fe después de la desilusión de 1844, y unidos en la proclamación del mensaje del tercer ángel, el Señor habría «operado poderosamente junto con sus esfuerzos, la obra habría sido terminada y Cristo ya habría venido para llevar Su pueblo para su recompensa» (1).
      «No era la voluntad de Dios que la venida de Cristo fuese retardada de esta manera», continua ella, comparando los creyentes del advenimiento con el antiguo Israel, que vagó en el desierto por cuarenta años. Los mismos pecados – incredulidad, mundanalidad, falta de consagración y contienda – retardaron los acontecimientos que ambos grupos estaban aguardando.
      En esta declaración, Elena G. de White escribe también que «tanto las promesas como las amenazas de Dios son condicionales». Las condiciones por ella mencionadas eran que el pueblo de Dios debía purificar el alma por la obediencia a la verdad, y proclamar el mensaje del tercer ángel.
      Mientras esa era la primera vez que Elena G. de White hablaba de la demora de manera tan cabal, ella repitió estas ideas muchas veces, con el pasar de los años. Dijo ella que tan luego como el pueblo de Dios fuese sellado en sus testas, y estuviese así preparado para el zarandeo, Cristo vendría (2). A veces ella comparó los creyentes con los soldados que no habían cumplido su deber, o árboles que deberían haber estado dando frutos. Si hubiesen sido fieles, ellos habrían rápidamente sembrado el mundo con la semilla del evangelio; pero por no haber cumplido su deber, la obra estaba mucho más acá de donde debería estar (3).
      En 1892, Elena G. de White escribió que los acontecimientos finales estaban ceñidos a la revelación de la justicia de Cristo, que comenzó en 1888: «El tiempo de prueba está exactamente delante de nosotros, pues el alto clamor del tercer ángel ya comenzó en la revelación de la justicia de Cristo, el Redentor que perdona los pecados. Este es el principio de la luz del ángel cuya gloria ha de llenar toda la Tierra (4).
      Muchos han concluido, con base en esta declaración más reciente, que el tiempo del retorno de Cristo depende de esta condición – la revelación de la justicia de Cristo. Esta declaración, sin embargo, debe ser considerada en el contexto de todo el artículo, y en conexión con todo lo que ella escribió sobre el alto clamor. En 1858, por ejemplo, ella escribió a respecto del alto clamor alcanzando los pobres esclavos (5). En 1888 ella asoció el alto clamor con el mensaje del segundo y del tercer ángel, dando realce especial al sábado (6). En 1909 ella dijo que durante el alto clamor, el amor triunfaría sobre el preconcepto racial (7).
      Claro está, por lo tanto, que la declaración de 1892 hace parte de un cuadro más amplio y no debe ser tomada separadamente. Debemos acordarnos de que Elena G. de White escribió como si todos los acontecimientos estuviesen comenzando o inmediatamente impendientes. Ninguno puede ser usado para establecer fechas. En 1891 ella predicó un sermón intitulado: «No os pertenece saber los tiempos o las estaciones». En este sermón ella dijo: «No tengo ninguna fecha específica con respecto a la ocasión en que deberá ocurrir el derramamiento del Espíritu Santo, sobre el cual deba hablar – cuando el poderoso ángel descenderá del Cielo y se unirá al tercer ángel al término de la obra de este mundo; mi mensaje es que nuestra única salvaguardia consiste en estar preparados para el refrigerio celestial, teniendo nuestras lámparas limpias y ardiendo» (8).
      En Parábolas de Jesús, encontramos la declaración tantas veces citada: «Cuando el carácter de Cristo esté perfectamente reproducido en Su pueblo, entonces El vendrá para reclamarlo como Su propiedad».
      «El verdadero cristiano tiene el privilegio no solo de aguardar, sino de apresar la venida de nuestro Señor Jesús Cristo (II Pedro 3:12). Estuviesen todos los que profesan Su nombre produciendo frutos para Su gloria, ¡cuan rápidamente el mundo entero sería sembrado con la semilla del evangelio! Rápidamente la última, gran cosecha sería cosechada, y Cristo volvería para juntar el precioso grano» (9).
      A lo largo de líneas semejantes, Elena G. de White dijo que si los jóvenes de la Iglesia fuesen un ejército bien entrenado, el Señor vendría luego; y que cuando los miembros hiciesen su trabajo dentro y fuera de casa, el mundo será luego advertido y el Señor vendrá (10).
      De esa forma, Elena G. de White fue muy clara al decir que Jesús ha retardado Su venida y que, por medio de vida santa y diligente testimonio podemos apresarla.

Implicaciones de la demora del advenimiento.-

      Pero mientras se pasan las décadas, se nos vienen a la mente las interrogaciones. Una vez que Dios debe saber cuando Jesús vendrá, ¿cómo podemos hablar de demora? ¿Cómo podemos armonizar Su soberanía – Su control del tiempo del advenimiento – con nuestra libre voluntad, nuestra parte en apresar o retardar el Advenimiento? ¿Hasta dónde permitirá El que impidamos el clímax de Sus planes?
      Si Él está aguardando que alcancemos un nivel de santidad nunca antes verificado, ¿jamás alcanzaremos ese pre-requisito? Y cuanto a predicar el evangelio a todo el mundo, ¿cómo podemos hacer esto cuando hay personas muriendo – y otras naciendo? ¿Sólo el adventista está predicando el evangelio aceptable?
      Podemos oír muchas respuestas a estas preguntas. Algunos focalizan el arrepentimiento y la justicia por la fe, especialmente durante este aniversario de cien años de la Asociación General de 1888. Otros realzan el comportamiento y normas; y otros aun apuntan para la tarea a ser desempeñada en favor del mundo.
      Cada reformador dice: «¡Tengo la respuesta! ¡Sígame y el Señor vendrá!» Mientras sus respuestas varían, todos parecen concordar en que la trasladación de los justos es mayor que la resurrección de los justos, y que los adventistas deben, por lo tanto, hacer algo que jamás hicieron antes. Algunos están en desespero porque no ven los adventistas hacer esto. ¡La iglesia de Laodicea aun es la iglesia de Laodicea! (11).
      ¿Qué diría Elena G. de White cuanto a todo esto? ¿Procuraría destruir nuestra esperanza con sus exhortaciones? ¿Establecería normas que el pueblo de Dios no pudiese alcanzar? ¿Responsabilizaría los creyentes fieles por la infidelidad de otros? ¿Tornaría el retorno de Cristo dependiente de la santidad o del testimonio de Su pueblo?
      La respuesta es que hasta aquí hemos examinado apenas un lado de aquello que ella escribió sobre esta cuestión, y así hemos obtenido un cuadro defectuoso. Elena G. de White dijo que Cristo ha retardado Su venida, pero eso no comprende todo lo que ella dijo. Consideremos el otro lado de su pensamiento.

¿Está fijado el tiempo del regreso de Jesús?

      Al mismo tiempo en que Elena G. de White escribía a veces sobre la demora, mencionaba aun más frecuentemente la certeza y la proximidad de la venida de Jesús. En 1888 ella destacó que aun cuando pareciese que Jesús estaba demorando, en verdad Él no lo estaba. «No debemos impacientarnos. Si la visión tarda, esperémosla, pues ciertamente ella vendrá, no tardará. Aun cuando podamos estar desilusionados, nuestra fe no falló, y no nos hemos retirado para la perdición. La aparente demora en la realidad no existe, pues en el tiempo indicado nuestro Señor vendrá» (12).
      Dios tiene el día y la hora. Elena G. de White oyó hablar de ellos en su primera visión (13), aun cuando el Señor no le permitiese revelarlo. La misma carta arriba citada, explica: «No tengo el más leve conocimiento cuanto al tiempo anunciado por la voz de Dios. Oí la hora ser proclamada pero no tenía ningún recuerdo de aquella hora después que salí de la visión»(14).
      En 1888 hubo una tentativa de llevar el Congreso a aprobar una ley dominical nacional. Los adventistas vieron esa tentativa como el cumplimiento de aquello que ellos estuvieron proclamando por cuarenta años. La crisis final parecía estar a la vista, pero la iglesia no estaba preparada – ni cuanto a la experiencia personal de los miembros, ni con respecto a su obra en favor del mundo. Elena G. de White apeló para que los adventistas orasen por una postergación, a fin de que tuviesen tiempo para realizar la obra descuidada. Ella creía que aun no era el tiempo apropiado para que sus libertades fuesen restringidas (15). Lo que ella escribió en este capítulo, lanza una luz diferente sobre las declaraciones de 1883, las cuales sugieren que el fin no vendría mientras la iglesia no hubiese terminado la obra. En 1889, los acontecimientos parecían haber comenzado, aun cuando la Iglesia no hubiese hecho su obra.
      Otra evidencia de un tiempo fijado para la venida de Cristo es encontrada en la visión que tuvo Elena G. de White, de la soberanía de Dios. Las grandes profecías de la Biblia muestran Su control sobre todas las cosas. «Como las estrellas en el vasto circuito de su indicada órbita, los designios de Dios no conocen adelantamiento ni tardanza» (16). Cuando el gran reloj de Dios indicó la hora apuntada en Daniel 9:24-27, Jesús nació en Belén.
      En la visión dada a Ezequiel sobre la gloria de Dios, la Sra. White vio los símbolos del poder de Dios sobre los gobernantes terrestres. La mano que estaba por debajo de las alas del querubín mostraba que los acontecimientos humanos están sometidos al control divino. Dios lleva adelante Sus intentos a través de los movimientos de las naciones (17).
      Dios es soberano también en la Iglesia. Él asegura que la Iglesia será bien sucedida en su misión al mundo. «La causa de la verdad presente… se destina a triunfar gloriosamente» (18). En la última generación, la parábola del grano de mostaza debe alcanzar «notable y triunfante cumplimiento», y el mensaje de advertencia llegará a todo el mundo «para tomar de ellos un pueblo para Su nombre» (19).
      Las reformas que se encuentran desestimuladas por causa de las condiciones de la Iglesia, pueden cobrar aliento asus sucesores de la fe de Elena G. de White en el poder de Dios: «Es el poder divino que da éxito. Aquellos a quien Dios emplea como Sus mensajeros no deben sentir que la obra del Señor depende de ellos. Seres finitos no son dejados a llevar este fardo de responsabilidad. Aquel que no dormita, que está continuamente atento a Su obra para la realización de Sus designios, promoverá Su trabajo» (20).
      De ese modo, la soberanía de Dios es nuestra seguridad. Si necesario, El terminará personalmente Su obra. Pero si pensamos apenas en Su soberanía, podemos sumergirnos en apatía pecaminosa. Si Dios tiene un plano y no podemos ni apresarlo ni atrasarlo, ¿por qué, entonces, hacer cualquier cosa? Así, seguir una u otra dirección de los pensamientos de Elena G. de White por sí mismo presenta peligro.

Armonizando la demora con el apresuramiento.-

      ¿Cómo podía Elena G. de White escribir sobre demora en 1883, pero decir en 1888 que «en verdad no era así»? ¿Cómo podemos armonizar demora con apresuramiento?
      Tenemos aquí dos maneras de encarar el mismo acontecimiento. De nuestro punto de vista, ha habido demora por el hecho de no haber hecho la obra que deberíamos haber hecho. Del punto de vista de Dios, sin embargo, no hay ninguna demora. El no confió Sus planos enteramente a nuestras manos. Él es soberano; está en el control; tiene Su «tiempo indicado».
      Elena G. de White enseñó, ciertamente, que Cristo luego vendría. En 1888 ella escribió: «Los ángeles de Dios en Sus mensajes a los hombres, presentan el tiempo como muy breve. Así el me ha sido siempre presentado. Es verdad que el tiempo ha proseguido más de lo que esperábamos en los primeros tiempos de este mensaje. Nuestro Salvador no apareció tan de prisa como esperábamos. ¿Falló, sin embargo, la palabra del Señor? ¡Nunca! Debemos acordarnos que las promesas y amenazas de Dios son igualmente condicionales» (21).
      Vemos aquí tanto el apresuramiento como la demora. Vemos, sin embargo, alguna cosa más. En los párrafos siguientes, la hermana White habla más cuanto a las condiciones a ser enfrentadas, que a respecto del tiempo. Ella nunca si refiere al tiempo como simple parte de la información. La demora ocupa el segundo lugar en las exhortaciones. Ella habla del mensaje del tercer ángel y de la reforma del sábado y después apela para que el pueblo de Dios purifique sus almas por la obediencia a la verdad. Dice que es la incredulidad, el mundanalidad, la falta de consagración y la contienda entre el profeso pueblo del Señor que nos ha mantenido en el mundo por tantos años (22).
      Aquel que acredita en la inminente venida de Cristo, lo demuestra por medio de vida santa y diligente testimonio. El que juzga que Su venida está atrasada, lo revela por medio de sus pecados. Es el mal siervo que dice en su corazón que el Señor tarda en venir.
      Cierta ocasión Elena G. de White reprendió la esposa de un obrero: «Vi que, tiempos atrás, la hermana J … abrigó un espíritu de rebeldía, fue voluntariosa … Vi que ella no mantenía la venida del Señor tan cerca como debía, y que su mente, en lugar de estar en Rochester, debería estar enteramente absorbida en la causa de Dios, y debería estar buscando oportunidad para ayudar su esposo, sustentarle las manos y trabajar donde quiera que hubiese una oportunidad» (23).
      Cuando Elena G. de White escribió sobre el «verdadero espíritu del advenimiento» y de la mujer que «no mantenía la venida del Señor tan cerca como debía», estaba hablando más acerca de la preparación que sobre el tiempo.
      Un pueblo estará preparado cuando el Señor venga. Sus máculas y defectos – orgullo, pasiones, indolencia, envidia, malas sospechas y maledicencias – serán removidos de antemano (24). Estas «máculas» motivaron todas las exhortaciones de Elena G. de White. Ella insistía en que la obra de vencer el pecado debe ser llevada a efecto en esta vida: ningún mal trazo de carácter será removido cuando Cristo venga (25).
      Cuando nos volvemos para el sentido de «apresuramiento» de los escritos de Elena G. de White, observamos que también ahí la cuestión del tiempo ocupa el segundo lugar en la exhortación. En verdad, ella complementa su declaración de que la incredulidad y el pecado han retardado la venida de Cristo, con declaraciones de que debemos vencer la incredulidad y el pecado porque Él luego vendrá. Quiera que pensemos en el apresuramiento o en la demora, nuestra obligación es la misma: deberíamos «vivir y reaccionar enteramente en conformidad con la venida del Hijo del hombre» (26). Debemos estar tan poseídos del espíritu del advenimiento de Cristo que, estemos fundando trabajo en el campo, construyendo una casa o predicando la Palabra, estemos preparados por Él (27).
      Aquellos que esperan que Jesús venga luego, aguardarán, vigilarán, trabajarán y orarán. Esperar y vigilar demuestra que somos extranjeros y peregrinos en la Tierra; mientras otros buscan los tesoros y la vida terrenal, como si el tiempo fuese a demorar, estamos procurando lo mejor, el país celestial (28). Trabajar significa desenvolver nuestros talentos para Cristo y luchar en favor de las almas. Esperando, vigilando, orando y trabajando, cultivamos la santidad del corazón (29).
      Mientras los adventistas que se demoran pensando en los acontecimientos de los últimos días confían firmemente en los escritos de la Sra. White, ella misma no traza ningún mapa del futuro. Esos esbozos en general se basan en compilaciones de citaciones, y siempre varían de acuerdo con el compilador. Ellos provocan excitación; promueven la asistencia a las reuniones de oración – pero las cosas pueden no ocurrir como fueron predicadas. Hay peligro en estar siempre anunciando: «¡Lobo! ¡Lobo!» Elena G. de White no dice que deberíamos vigilar las señales de los tiempos. Al contrario, nos aconsejó a vigilar las mínimas insinuaciones no santificadas de nuestra naturaleza (30). Debemos vigilar y orar como si cada día fuese nuestro último día; debemos ser sobrios, pero «no acariciar tristezas y sombras» (31).
      Cuanto a nuestro deber de testimoniar, encontramos Elena G. de White exhortándonos a decirle a todos los que encontremos, pues nuestro tiempo para trabajar luego pasará; disponemos apenas de un corto espacio de tiempo para llevar adelante nuestra batalla (32). En 1904 ella escribió que por el hecho que el Señor debería manifestarse muy en breve para sacudir la Tierra, no hay tiempo para cosas triviales (33).
      Repetidamente ella decía que el fin estaba próximo, pero había una gran obra a ser hecha: ¡cuan diligentemente debemos realizarla! Vigilancia y fidelidad siempre fueron requeridas, pero en virtud de que el fin está próximo, Elena G. de White apela para que dupliquemos la diligencia. «Tenemos ahora advertencias que podemos dar, un trabajo que podemos hacer; luego, sin embargo, será más difícil que lo que podemos imaginar» (34). (Cuan verdaderamente se ha cumplido esta predicción de 1900 en este siglo!).
El abreviamiento de la venida de Cristo constituye también la motivación básica de nuestras casas publicadoras, hospitales, escuelas, fábricas de productos alimenticios y restaurantes. Las instituciones son proyectos muy oscilantes, pero dan prestigio a la obra y ayudan a proclamar los mensajes de los tres ángeles. Debemos trabajar hasta que el Señor nos convide a «no hacer más ningún esfuerzo para construir casas de culto y establecimientos escolares, hospitales e instituciones de publicaciones … «[Debemos] aumentar las facilidades, a fin de que pueda ser realizada una gran obra en un corto espacio de tiempo» (35).
      Debemos estar constantemente en nuestra actividad hasta que el Señor diga que ella está terminada. No estaremos listos para Su venida si no la hemos terminado. Elena G. de White destaca más el hacer la obra y vivir a vida, que calcular el tiempo. Solo Dios sabe cuando vendrá el fin, más importa que trabajemos y vivamos siempre en la esperanza de que El está próximo. Preguntar «¿Cuándo?» es hacer la pregunta errada; debemos antes preguntar cómo estar preparado a cualquier momento que Él venga.

¿Y cuanto a la preparación para el tiempo del fin?

      ¿Alcanzará la Iglesia algún Día el punto en que será «sin mácula, ni arruga, ni cosa semejante», encontrándose preparada «para permanecer en pie a la vista de un Dios santo sin un mediador»? (36). Esto parece significar perfección sin pecado. ¿Cómo puede acontecer esto?
      Elena G. de White nunca afirmó ser perfecta por si misma. Poco antes de morir, ella dijo: «No digo que soy perfecta, pero estoy procurando ser perfecta. No espero que los otros sean perfectos; y si yo no pudiese asociarme a mis hermanos y hermanas que no son perfectos, no se lo que yo haría.
      «Procuro tratar el asunto de la mejor manera posible, y estoy grata por tener un espíritu de erguimiento y, no, de opresión… Nadie es perfecto. Si alguien fuese perfecto, estaría preparado para el Cielo. Una vez que no somos perfectos, tenemos una obra a hacer a fin de estar preparados para ser perfectos. Tenemos un poderoso Salvador…
      «Me alegro en poseer esa fe que se apropia de las promesas de Dios, que opera por amor y santifica el alma» (37).
«Tenemos un poderoso Salvador». Ese es el secreto de estar preparado para Su venida. Él es nuestra justicia, de la misma forma que fue la justicia de todos nuestros padres que murieron en la fe.
      La parte de Dios en prepararme para la trasladación es perdonarme los pecados e imputarme la justicia de Cristo, y después hacerme crecer «de gracia en gracia, de fuerza en fuerza, de carácter en carácter» (38). Mi parte es creer en Su promesa, confesar mis pecados, entregarme a El y servirlo. Cuando yo creo que estoy limpio, Dios suple lo que falta – Cristo ata mis heridas y me purifica de toda la impureza.
      Estas bendiciones que nos dan nuestro título y aptitud para el Cielo, son bellamente descritas en Camino a Cristo, páginas 81 y 82. Elena G. de White dice ahí que debemos servir a Cristo y creer en Sus promesas de perdón y purificación – «Así es si creyeres». Su deseo es purificarnos del pecado, tornarnos Sus hijos y capacitarnos a vivir vida santa. «Así, podemos pedir las bendiciones y creer que las recibimos, y agradecer a Dios por haberlas recibido».
      Podemos resumir las exhortaciones de Elena G. de White comparándolas con alguien que realiza una carrera. En el movimiento millerita de 1842-1844, ella era una corredora en una carrera de cien metros. Ella empleó todo lo que tenía en el reavivamiento: su dinero, sus esfuerzos, sus oraciones – todo.
      Después de la desilusión ella se encontró corriendo una maratón en lugar de una carrera común. Sin embargo, conservó el celo, la fuerza y la dedicación de la carrera. Ella nos exhorta a entregarnos en sacrificio, a dedicarnos al Señor como si cada Día fuese el último, a amar a Cristo en vez de al mundo, a estar ciertos de que nuestros pecados son confesados antes de ir para la cama cada noche y, como los creyentes del Advenimiento hacían en 1844, a vivir en paz y armonía. De todas las maneras nos pide ella que continuemos la carrera hasta el fin de la maratón. La breve venida de Cristo siempre nos convida a la santidad y al testimonio.
      De esa forma, vivimos en preparación para la venida de Cristo. Fue así que los apóstoles y, también, los cristianos de todas las épocas vivieron. Mientras la breve venida de Cristo empresta nueva urgencia a los deberes del cristiano, el medio de salvación no es diferente en estos últimos días. Gracias a Dios, muchos alcanzaron el padrón en Cristo y muchos lo están alcanzando hoy. ¡Que podamos estar entre estos!

Autor: Ralph Y. Neal

       Director del Departamento Religioso del UnionCollege, Lincoln, Nebraska

REFERENCIAS

 1.- Manuscrito 4, 1883 (ver 1 ME: 59-73, especialmente las páginas 66-69. Todas las referencias de ese artículo son de obras de Elena G. de White).
 2.- Elena G. de White Comentarios, 4 SDABC: 1.161
 3.- Boletín de la Asociación General, 22-02-1893, pág. 419
 4.- Review and Herald, 22-11-1892; 1 ME: 363
 5.- Primeros Escritos: 278
 6.- El Gran Conflicto: 603-612
 7.- 9 Testimonies: 209
 8.- Review and Herald, 29-03-1892, pág. 193; 7 SDABC: 984
 9.- 9 Testimonies: 69
10.- Educación: 270. Hechos de los Apóstoles: 111
11.- La convicción de que los santos de los últimos días deben alcanzar un nivel más elevado de justicia que lo que alcanzaron sus antepasados, no concuerda con la doctrina de la justificación por la fe. Mientras debemos realmente guardar los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, no podremos hablar en niveles de justicia delante de Dios. Apenas una justicia puede conquistarnos la entrada en el Cielo – la justicia de Cristo. Por más justos que nos consideremos, aun seremos apenas siervos inútiles. «En mi mano no tengo cosa alguna;  a Tu cruz yo apegarme vengo», debe ser para siempre nuestro canto.
12.- Carta 38, 1888 (Manuscrito Liberado 816)
13.- Primeros Escritos: 15
14.- 1 ME: 75-76 (ver también Primeros Escritos: 34 y 285)
15.- 5 Testimonies: 714-718
16.- DTG: 31-32
17.- Profetas y Reyes: 535-537
18.- Boletin de la Asociación General, 29-05-1913, pág. 515
19.- Parábolas de Jesús: 79
20.- Profetas y Reyes: 171 (ver también DTG: 822)
21.- 1 ME: 67
22.- Idem: 68-69
23.- Manuscrito 3, 1867, pág. 1 (Manuscrito Liberado 816, realce suplido).
24.- 5 Testimonies: 214-216; Review and Herald, 06-10-1896, pág. 629.
25.- Manuscrito 5, 1874 (Manuscrito Liberado 816)
26.- Carta K-66, 1901
27.- Carta B-25, 1902, pág. 5 (Manuscrito Liberado 816)
28.- 2 Testimonies: 194
29.- Review and Herald, 02-10-1900, pág. 625
30.- 5 Testimonies: 534
31.- Idem: 148
32.- Review and Herald, 25-10-1881, pág. 257
33.- 8 Testimonies: 36-37, 252
34.- 6 Testimonies: 22
35.- Idem: 440-441
36.- El Gran Conflicto: 425
37.- «Los últimos 153 Dias», Review and Herald, 23-07-1970, pág.3
38.- 1 ME: 350-400


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