Estudio exegético teológico sobre El rico y Lázaro

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 Los comentarios teológicos en lo referente al relato del rico y Lázaro han diferido a lo largo de los siglos, habiendo eruditos eminentes y piadosos a ambos lados del asunto. Sin embargo, la mayoría parece haber considerado el relato como una parábola, mientras que algunos han mantenido que se trata de una narración histórica. Por numerosas razones, los adventistas creen’ que es una parábola.

El término ‘parábola’ proviene del griego parabole, que significa «poner al lado» o «elaborar junto a». Jesús usaba las parábolas para revelar grandes verdades. Envolvía con un relato sencillo una verdad profunda, y lo profundo era iluminado por lo simple.

  1. Contexto y propósito de la parábola

 La historia del rico y Lázaro se enmarca entre un grupo de parábolas dirigidas en particular a los fariseos, aunque también había presentes «publicanos y pecadores». El hecho de que Jesús hablase con los marginados y los pecadores le suponía censura severa por parte de escribas y fariseos. Murmuraban, diciendo: «Este recibe a los pecadores y come con ellos» (Luc. 15: 2). Su actitud dio pie para la presentación de un grupo de relatos conmovedores, uno de los cuales es la parábola del rico y Lázaro. El primero de ellos es la historia de la oveja perdida, seguido por la de la moneda perdida. Luego viene la del hijo perdido, y después la del mayordomo infiel.

Aunque cada una de estas historias hace hincapié en puntos vitales del evangelio de nuestro Señor, la lección que subyace en cada una es la misma. Al llegar a la culminación del relato de la oveja perdida, nuestro Señor dice: «Les digo que así es también en el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse» (Luc. 15: 7, NVI). No puede dejar de verse la ironía en su referencia a los «noventa y nueve justos». El Señor hace hincapié en la misma idea en la conclusión de la historia de la moneda perdida, e igual en el relato del hijo perdido. En todas estas parábolas hubo alegría por la recuperación de lo que estaba perdido. Tanto los fariseos como la multitud captaron la ver[1]dad de las palabras de Jesús, pero los fariseos resistieron su mensaje.

En su empeño por manifestar su mensaje de amor, Jesús presentó muchas ilustraciones diferentes del reino de Dios. Encontramos más de cien veces en los Evangelios la expresión «el reino de Dios» o «el reino de los cielos», y Jesús siempre recalcó la idea de que su reino está lleno de gozo y alegría. Pero aquellos fariseos, rodeados como estaban por normas, reglas y tradiciones anquilosantes, no tenían sitio en su religión para el gozo, y mucho menos para la recuperación de los perdidos. De hecho, su orgullo los separaba de quienes deberían haber sido objeto de su compasión.

Por ello, para facilitar a estos hombres con tantas pretensiones de superioridad moral la asimilación de la lección sobre el reino, Jesús pronunció la parábola del mayordomo infiel. Contó la historia de un hombre acomodado que tenía un mayordomo. El mayordomo había malversado los bienes de su amo y fue llamado a rendir cuentas por ello. En consonancia con su deshonestidad, actuó de forma indigna de alabanza. Pensando en su futuro, y procurando congraciarse con las personas a las que había servido, acudió a ellas una a una y emprendió una negociación con ellas.

Sugirió a quienes debían dinero a su amo este método de liquidación: Si alguien debía a su amo cien medidas de trigo, el-mayordomo aconsejaba al deudor que escribiera ochenta. Si la deuda era de cien medidas de aceite, el deudor recibía el consejo de escribir cincuenta. Por supuesto, esto era deshonesto e incorrecto. Sin embargo, sien[1]do un individuo astuto, estaba cimentando amistades para el futuro. Nadie sostendría que con esta parábola Jesús estuviese aprobando la deshonestidad y las artimañas del mayordomo. Estaba, más bien, extrayendo una lección fundamental de la astucia de este sujeto. Si hasta un hombre malvado hace provisión para su futuro terrenal, ¡cuánto más importante es que el hijo de Dios tenga en cuenta la vida futura! Acto seguido, el Maestro de los maestros añade: «Los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz» (Luc. 16: 8).

Estas lecciones no fueron bien acogidas por los fariseos, pues «eran avaros», y cuando oían estas cosas «se burlaban de él» (Luc. 16: 14). Es decir, procuraban echar descrédito sobre las enseñanzas de Jesús. Sus acciones recibieron una seria reprensión de nuestro Señor: «Ustedes se hacen los buenos ante la gente, pero Dios conoce sus corazones. Dense cuenta de que aquello que la gente tiene en gran estima es detestable delante de Dios» (vers. 15). Jesús pronunció precisamente en este contexto una de las declaraciones más reveladoras de todas sus enseñanzas. Dijo: «La ley y los profetas llegan hasta Juan. Desde entonces es anunciado el reino de Dios y todos se esfuerzan por entrar en él». La Nueva Biblia Española lo expresa así: «Todo el mundo usa la violencia contra él» (vers. 16).

El evangelio de Cristo tiene una amplitud infinita, y en su reino to[1]dos pueden sentirse bienvenidos, con independencia de su posición social, formación académica, nacionalidad o situación económica. ¡Qué diferencia con las enseñanzas de escribas y fariseos! Sostenían que la pobreza ponía de manifiesto la maldición de Dios, mientras que las riquezas eran un pasaporte a la gloria. El mensaje de nuestro Señor encontró eco entre las multitudes, en especial entre los despreciados por los fariseos. Leemos que «gran multitud del pueblo lo oía de buena gana» (Mar. 12: 37). Gente de todos los escalafones -los miembros oprimidos de la sociedad tanto como muchos de los más privilegiados- quería entrar por la fuerza en el reino. Sin embargo, por su propia actitud hacia el gran Maestro y hacia quienes creían en el mensaje de este, los fariseos se estaban excluyendo del reino.

Jesús les dijo: «¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Les cierran a los demás el reino de los cielos, y ni entran ustedes ni dejan entrar a los que intentan hacerlo» (Mat. 23: 13, NVI). Y también: «Los recaudadores de impuestos y las prostitutas van delante de ustedes hacia el reino de Dios» (Mat. 21: 31, NVI). Los marginados, pese a carecer de conocimientos sobre la ley y los profetas, se agolpaban para entrar en el reino, pero los que conocían los escritos sagrados -se sabían hasta las jotas y las tildes- rechazaban la buena nueva de salvación.

En sus parábolas, Jesús denunciaba el egoísmo y la avaricia que tanto proliferaban entre los santurrones de la época. Los fariseos eran codiciosos, y la codicia brota del vil egoísmo. Surge de una decisión de obtener algo a costa de los demás. Rebaja y esclaviza el alma. Destruye el juicio y lleva a los hombres a líneas de conducta indebidas y maliciosas. Fingir ser recto para lograr fines perversos es diabólico en extremo.

Yeso era exactamente lo que hacían aquellos hombres. Eran orgullosos y codiciosos; no obstante, ansiaban justificarse ante los hombres. A la vez, ridiculizaban al mayor Maestro de todos los tiempos. Tenían en sus manos la ley de Dios, pero la ley del pecado estaba en sus corazones. Estaban perfectamente familiarizados con las jotas y las tildes de la Palabra escrita, pero no conocían a la Palabra viviente, el Autor de toda verdad. Pese a su piedad externa, en realidad rechazaban al Santo de Dios. Toda su religión era un caparazón, y su actitud mereció aquellas cáusticas reprensiones por parte de nuestro Señor. En vez de permitir que la religión fuese un gozo, la convirtieron en una carga. En vez de reconocer que el reino estaba al alcance de todos, lo convirtieron en una herencia exclusiva para unos pocos favorecidos.

Con toda su profesión de piedad, aquellos maestros eran suma[1]mente laxos en cuestiones de moral. El divorcio era aprobado por los rabinos por los motivos más insignificantes. Hillel, abuelo de Gamaliel, enseñaba que un hombre podía divorciarse de su mujer por naderías como quemar la comida o incluso echar demasiada sal en la sopa. (Véase, en el Talmud, Gittin 90a). Las flagrantes violaciones de los principios eternos de la gran ley moral por parte de los fariseos llevaron a nuestro Señor a decir: «Más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley. Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del marido, adultera» (Luc. 16: 17,18).

Cuando Jesús pronunció esas palabras se acercaba el fin de su ministerio público. El Salvador extendía sus últimos llamamientos. Ante él había publicanos y pecadores, los fariseos y la multitud. ¡Cuánto anhelaba que todos acudiesen a él para hallar salvación! El propósito concreto de este grupo de parábolas era mostrar que el reino del que hablaba era más que forma y ceremonia; era una comunión con Dios y el hombre.

En la historia de la oveja perdida se ilustra con gran belleza el amor del pastor, mientras que la búsqueda diligente de la mujer para dar con la moneda de plata recalca la lección de que lo que se perdió era de valor real. Sin embargo, ninguna historia es tan conmovedora como la del hijo pródigo, porque en ella vemos el amor paternal de Dios. Y la culminación de cada una es similar: hubo gran regocijo por la recuperación de lo que estaba perdido. Aunque es más difícil de entender, la historia del mayordomo infiel suponía una gran lección para los fariseos en particular, pues muchos de ellos eran ávidos negociantes.

Sin embargo, ahora el Maestro plantea otra gran verdad: la de la necesidad de estar listo para el día de la muerte. Para enseñar esta lección contó el relato hoy familiar del rico y Lázaro, cuyo propósito era recalcar la verdad fundamental de que las riquezas, lejos de llevar a la persona a las moradas eternas con los salvos, pueden de hecho constituir una barrera que impida alcanzar la salvación.

La mayoría de los comentaristas coincide en que esta parábola excepcional del rico y Lázaro debe estar, por lógica, en el lugar que ocupa, detrás de la historia del mayordomo infiel. La descripción que hizo nuestro Señor del rico pone de manifiesto un don narrativo poco frecuente. No hay indicación alguna de nada digno de reproche en lo que traslucía de la vida del personaje. No se lo representa como si hubiese sido voluptuoso, injusto ni libertino. Era rico y vivía en un hogar precioso. Además, era tolerante, porque incluso permitía que Lázaro mendigase a su puerta. Según el concepto social de los fariseos, la plaza de aquel hombre rico estaba garantizada. Como hijo de Abraham, no había duda de que el rico estaría orgulloso de su linaje. Sin embargo, cuando se cerró el historial de su vida, una gran sima lo separaba de Abraham, una sima que no podía ser superada. Jesús mostró que el rico había vivido la vida entera con una falsa seguridad. Siendo hijo de Abraham, era natural que el hombre se imaginase en el reino de Dios. Pero Jesús reveló el hecho de que no solo era ajeno al reino eterno, sino de que estaba fuera para siempre. Esa es la moraleja de la parábola.1

1Esa no fue la lección que Jesús quiso que se infiriese de esta parábola. Su lección era que si no escuchaban ni se tomaban en serio el mensaje de Moisés y los profetas, no se convencerían ni siquiera porque una persona resucitase de entre los muertos (Luc.16: 31). O, como dice el Comentario bíblico adventista, «Los que no se dejaran impresionar por las claras enseñanzas de la verdad eterna que se encuentran en las Escrituras, no recibirían una impresión más favorable ni por el mayor de todos los milagros» (tomo 5, p. 814). O, tal como observa Walter Liefeld: «Ni siquiera una ~señal» espectacular, como el que alguien regrese de entre los muertos (vers. 27, 30), puede cambiar a personas cuyo corazón se hayan posicionado contra la Palabra de Dios, como había de mostrar la respuesta de muchos a la resurrección de Jesús» (Expositor’s Bible Commentary ,Comentario Bíblico del Expositor,ed. Frank E. Gabelein [Grand Rapids, Míchigan: Zondervan;·1984, tomo 8,p.992)

ll. Análisis de la parábola

 LA DIFICULTAD DE UNA INTERPRETACIÓN LITERAL.-

 El escenario de la parábola se enmarca en el hades equivalente griego al hebreo Seol. El relato se cita a menudo para probar el concepto popular de la inmortalidad innata del alma. Los defensores de tal noción sostienen que da una vislumbre llena de autoridad en cuanto a la vida futura, vislumbre dada por el propio Cristo, y que levanta el velo del mundo invisible.

Observaremos ahora algunos de los problemas a los que se enfrentan quienes sostienen este punto de vista. En esta presentación, habían muerto tanto el rico como Lázaro, habiendo sido enterrado el rico con todas las ceremonias al caso. Aunque no se dice nada de un alma intangible inmortal que deje el cuerpo en el momento de la muerte, se considera a menudo a estos dos personajes como espíritus incorpóreos: dos fantasmas, capaces de sentir su miseria o gozo fantasmal respectivo, y con palabras que manaban de sus labios.

Al rico (llamado a menudo Epulón, por el hecho de que «hacía cada día banquete con esplendidez» [en la Vulgata se lee: epulabatur quotidie splendide]), atormentado, se lo presenta en el relato con la capacidad de ver a Lázaro de lejos en el «seno de Abraham» -<:oncepto común- y de rogar a Abraham que envíe a Lázaro para que alivie su tormento con una gota de agua que refresque su lengua. Sin embargo, se le recuerda en la respuesta lo infranqueable de la sima que los separa. >concepto común- y de rogar a Abraham que envíe a Lázaro para que alivie su tormento con una gota de agua que refresque su lengua. Sin embargo, se le recuerda en la respuesta lo infranqueable de la sima que los separa.

Esa es la escena: la sima que separa el cielo del infierno se presenta, con realismo, demasiado ancha para que puedan cruzarla personas que estén a uno u otro lado, pero lo bastante estrecha para permitirles mantener una conversación. Ahora bien, si esta presentación es literal, las moradas de los salvos y de los perdidos están a la vista y a distancia audible entre sí, y lo están para toda la eternidad, aunque el espacio que los separa es infranqueable. Ese concepto precisamente dio origen a la extraña noción de Jonathan Edwards de que la visión de las agonías de los malditos acrecienta la dicha de los redimidos.

No debe perderse de vista que Lázaro fue llevado al «seno de Abraham», no a la presencia de Dios. (Véase la parte III.) Abraham es aquí el personaje principal y ninguno de los personajes se presenta como si hubiese pasado por una resurrección previa. Pero este concepto desemboca en un laberinto de despropósitos y contradicciones. Crea un confuso revoltijo de lo literal y lo figurado, y violenta las afirmaciones directas de la Sagrada Escritura.

2. EL RELATO: ¿PARÁBOLA LITERAL, O ALEGORIA?-

La parábola era un método común empleado por Cristo para enseñar la verdad. Y las leyes, o principios, de las parábolas, muy conocidas en la época de Cristo, eran suficiente salvaguardia contra los malentendidos. Esta parábola concreta, única en el Nuevo Testamento, tiene su paralelo más cercano en el Antiguo Testamento, en la imaginería parabólica de Isaías 14: 9-11, que representa reyes difuntos, que, aunque estén en realidad en sus tumbas, se levantan y se sientan en tronos en el Seol (equivalente del hades griego), manteniendo una conversación y alegrándose de la caída del poderoso conquistador babilonio que los había condenado a muerte y que, a su vez, ahora ha sido conquistado por la muerte y acude a ocupar su trono entre ellos en las regiones infernales.

El seol [el sepulcro] abajo se espantó de ti; despertó a los muertos para que en tu venida salieran a recibirte; hizo levantar de sus sillas a todos los grandes de la tierra, a todos los reyes de las naciones. Todos ellos darán voces y te dirán: «¿Tú también te debilitaste como nosotros y llegaste a ser como nosotros?» Descendió al seol tu soberbia y el sonido de tus arpas; gusanos serán tu cama y gusanos te cubrirán.

El relato parabólico que Jotam hizo de los árboles, la vid y la zarza ensimismados en una discusión política es otro paralelo del Antiguo Testamento. El episodio jamás tuvo lugar en realidad. Sin embargo, ello no aminora la verdad enfatizada de forma parabólica. Esta parábola presenta objetos inanimados personificados, e incluso les confiere vida y habla. En Jueces 9: 8-15 leemos: «Fueron una vez los árboles a elegirse un rey y dijeron [ … ]». Todo el mundo admite que está claro que este es un caso de lenguaje figurado. A menudo, las parábolas son similares a las fábulas, o narraciones ficticias. Según nuestro concepto de la muerte, que los hombres mantengan una conversación racional es como que los árboles entablen un discurso político. En una parábola, entonces, haya menudo una verdad sustancial en el marco de la ficción circunstancial.

En esta parábola de Lucas 16, el hades es presentado de forma figurada como un lugar de vida, de recuerdo y de conversación. Y los muertos del hades son presentados como si estuviesen vivos y como si estuviesen deseosos de dar admonición a los vivos. Es una historia intrigante, pero para nosotros es claramente figurativa. En la narración, se hace hablar y actuar a los que en realidad están muertos, cosa permisible en una parábola, porque en una parábola se desvanecen todas las incongruencias de tiempo, lugar, distancia, etcétera. En esta alegoría, las referencias a la sima, a las llamas ardientes y a los muertos que hablan son todas comprensibles, porque la historia se cuenta para transmitir una verdad moral. Estos son la temática y el propósito de la narración, aunque los muertos no sean realmente seres vivos conscientes, ni se hayan adjudicado aún las recompensas ni el castigo.

3. NO PUEDE SER LITERAL Y FIGURADO A LA VEZ.-

Todos admiten que o bien la historia debe ser un hecho literal, y que es el relato de un acontecimiento real, o bien se trata sencillamente de una parábola. No puede ser las dos cosas a la vez. Si es literal, debe ser por igual verdadera en lo que respecta al hecho y coherente en lo que concierne al detalle. Sin embargo, si es una parábola, solo hay que buscar la verdad moral que debe transmitirse. Y entonces la historia estaría sometida a las leyes y limitaciones que se reconoce que tienen las parábolas. Así todo resulta comprensible. Según nuestra perspectiva, la aplicación literal resulta claramente incongruente, y se viene abajo con el peso de sus propios despropósitos. Aquí Cristo no desvela detalles de la vida de ultratumba. Más bien emplea una historia mordaz de la época para amonestar y reprender a quienes rechazaban sus enseñanzas sobre el debido uso de la riqueza.

Los partidarios de la interpretación literal suponen que Epulón y Lázaro estaban en un estado incorpóreo, es decir, carentes de cuerpo. Pese a ello, se dice que el rico tenía «ojos» que veían, y una «lengua» que hablaba, aparte de indicarse que deseaba el alivio refrescante del «dedo» de Lázaro, todas ellas partes corporales reales. Por lo tanto se los presenta yendo a su recompensa corporalmente, pese al hecho de que el cuerpo de Epulón hubiese sido enterrado debidamente y se encontrase en el sepulcro. Quienes contienden que, con esta parábola, Cristo apoyaba lo que creemos que es un concepto pagano de la muerte deberían también mantener que aprobaba las maquinaciones inmorales del mayordomo infiel. Sin embargo, esto nadie lo intentaría hacer.

En cuanto al «seno de Abraham» -del que hablaremos después y su contenido, el Dr. Charles L. Ives, ex catedrático de medicina de Yale (The Bible Doctrine of the Soul [La doctrina bíblica del alma], 1877, pp. 54, 55) observa con acierto:

Es inútil decir, como se ha alegado, que el seno de Abraham es una expresión figurada para la felicidad celestial más elevada, pues el propio Abraham aparece en persona en escena. Y si él mismo está presente en sentido literal, ¡dista de ser razonable usar su seno, a la vez, en sentido figurado! Si su seno es figurado, entonces el propio Abraham es figurado, y, con él, todo el relato.

Igual de vanos son todos los intentos de fundir lo literal y lo figurado. Creemos con Bloomfield (Greek Testament [Testamento griego], sobre Lucas 16:19): «Los mejores comentaristas, tanto antiguos como modernos, la consideran una parábola con razón». Constable lo llama el «sentir general de la cristiandad». La fraseología introductoria y toda la forma y la construcción se corresponden exactamente con otras parábolas de Cristo, como la del mayordomo infiel o la del hijo pródigo (Luc. 15: 11; 16: 1), que preceden y suceden inmediatamente al relato del rico y Lázaro. Debe presentarse alguna prueba para sostener lo contrario.

4. LA PARÁBOLA NO ES UNA BASE ADECUADA PARA LA DOCTRINA.-

Cuanto más de cerca se sigue la trama, más de manifiesto se pone el despropósito del punto de vista popular. Como ya se ha indicado, citar esta alegoría como si fuese un relato literal y no figurativo pondría el cielo y el infierno geográficamente a distancia visual y auditiva entre sí, lo que es incongruente. ¡Santos y pecadores manteniendo conversaciones toda la eternidad! La pregunta resultante es ineludible: ¿Conversarán a lo largo de toda la eternidad cuantos mueren en Cristo, salvando la sima divisoria, con sus seres queridos que han muerto sin Cristo?

Si se concede que el relato no es más que una parábola, pero se usa para amparar el concepto del tormento consciente de los malvados, entonces nos enfrentamos con el principio universalmente aceptado de que no es prudente construir una doctrina solo en una parábola o una alegoría, especialmente cuando contradice las enseñanzas llanas de las Sagradas Escrituras. Hacerlo precipita a quien lo intenta en el absurdo y la contradicción. Repetimos que este discurso parabólico del Maestro no estaba pensado para enseñar condiciones que imperen al otro lado de la muerte, ni en el mundo invisible del estado intermedio, sino para comunicar grandes lecciones morales. Edersheim (Life and Times of Jesus the Messiah [La vida y la época de Jesús el Mesías]) dice con acierto que de esta parábola no pueden inferirse la doctrina en cuanto al otro mundo, ni el carácter o la du[1]ración de los castigos futuros, ni el progreso moral de las personas que estén en la Gehena.  Creemos que usarla como prueba de que los hombres reciben su recompensa en el momento de la muerte contradice frontalmente al propio Cristo, quien afirma explícitamente» que los justos y los malvados reciben su recompensa «cuando el Hijo del hombre venga en su gloria» (Mat. 25: 31-41).

Si realmente los muertos conversan entre sí, entonces la parábola contradice las declaraciones más llanas de las Sagradas Escrituras: «Sale su aliento y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos» (Sal. 146: 4); «Los muertos no alaban al SEÑOR, ninguno de los que bajan al silencio» (Sal. 115: 17, NVI).

El propio Abraham había muerto y sus hijos lo enterraron (Gén. 25: 8,9). Tampoco hay indicación alguna de su resurrección. En el relato bíblico (Hebreos 11), él, como otros patriarcas, aguarda esa «mejor» resurrección con ocasión de la segunda venida de Cristo.  

Por todo lo anterior, el punto de vista de que la recompensa se recibe en el momento de la muerte (a) anula el juicio, haciendo que se adelante su tiempo predicho; (b) contradice enteramente lo que creemos que es el claro testimonio de las Sagradas Escrituras en el sentido de que los muertos duermen; (c) representa los espíritus incorpóreos como si poseyesen partes corporales; y (d) presenta los espíritus como si pudiesen verse mutuamente a la perfección.

5. EL LITERALISMO SIN RESTRICCIONES ESTÁ EN CONFLICTO CON LA VERDAD BÍBLICA.-

Si el relato es literal, entonces el mendigo recibió su recompensa, y el rico su castigo, inmediatamente después de la muerte y antes del día del juicio. Pero eso está nuevamente en conflicto directo con la declaración de Pablo de que Dios «ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia» (Hech. 17: 31). Ese día, según creemos, será «cuando el Hijo del hombre venga en su gloria [ … ] y serán reunidas delante de él todas las naciones; entonces apartará los unos de los otros» (Mat. 25: 31,32). Una interpretación literal también entra en conflicto con la promesa de Cristo: «¡Vengo pronto!, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra» (Apoc. 22: 12); y con la promesa de la recompensa de Lucas 14: 14: «Te será recompensado en la resurrección de los justos». Compárese también la afirmación de Pablo: «Me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día» (2 Tim. 4: 8), el día de su venida.

Esta afirmación está en armonía con Malaquías 4: 1-3, que dice que «viene el día» -un acontecimiento futuro- en que los malvados habrán de sufrir los tormentos del fuego consumidor. Nos parece evidente que se presenta una sola voz unida y armoniosa en el Antiguo Testamento, o «Moisés y todos los profetas», que testifica que los muertos, tanto los justos como los malvados, yacen silentes e inconscientes en la muerte hasta el día de la resurrección. (Véanse Job 14: 12-15,20,21; 17: 13; 19: 25,27; Sal. 115:17.)

Jesús se refirió con frecuencia al destino de los impíos. Mencionó el «infierno» (Mat. 10: 28), se refirió al «infierno de fuego» (Mat. 5: 22), llamó la atención a la «resurrección de condenación» (Juan 5: 29), a «la condenación del infierno» (Mat. 23: 33) y al «juicio eterno» (Mar. 3: 29). El Salvador también se refirió al hogar eterno de los justos. Lo llamó «el paraíso» (Luc. 23: 43) y el reino de su Padre (Mat. 26: 29). Instó a s.us seguidores a hacerse tesoros en el cielo (Mat. 6: 20), y declaró que llevará a sus hijos al cielo, a la casa de su Padre (Juan 14: 2), cuando vuelva por segunda vez.

6. NO IMPLICA LA CONSCIENCIA DE LOS MUERTOS.-

En la parábola, Epulón alzó los ojos «estando en tormentos» «en esta llama». Sin embargo, según las Sagradas Escrituras, este tormento no precede al segundo advenimiento (2 Tes. 1: 7,8). La palabra griega que se usa habitualmente para describir los fuegos de destrucción es [geenna] (Gehena). Pero en este relato del rico la palabra traducida por algunas Biblias como «infierno» procede de hades, y el sepulcro no contiene fuego semejante. Para todos los judíos, los muertos en su totalidad estaban en el hades, en el sepulcro, el hogar de los muertos.

Por ello, según nuestro punto de vista, el relato del rico y Lázaro no prueba en modo alguno la consciencia de los muertos, ni el tormento actual y eterno de los malvados. Creemos que tal conclusión carece totalmente de justificación y que contradice la enseñanza clara y palmaria de la Palabra. La muerte es presentada con coherencia en la Sagrada Escritura como un estado de silencio, oscuridad e inconsciencia (Sal. 6: 5; 115: 17; Isa. 38: 18).

Ni Lázaro ni Epulón han recibido aún su recompensa. Guardan silencio en la muerte, a la espera de la voz que llamará a «los que están en los sepulcros» (Juan 5: 28). Aguardan el día del juicio (2 Pedo 2: 4, 9; compárese Job 21: 30).

En esta alegoría los muertos inconscientes son representados de manera ficticia como si mantuviesen una conversación, pero sin conllevar por ello la conciencia real de los muertos, exactamente igual que en el Antiguo Testamento, en la parábola de los árboles, estos se presentan de forma parabólica manteniendo una conversación y ungiendo un rey sobre ellos. Sin embargo, nadie sostendría que esto sea prueba de que los árboles hablen y tengan un rey sobre ellos (Jue. 9: 8-15; compárese con 2 Rey. 14: 9).

La gran sima (gr. jasma) -lo bastante estrecha para posibilitar la conversación a través de ella, pero lo bastante profunda para impedir el paso- resulta incomprensible en la hipótesis de seres inmateriales. Más bien indicaría la división irrevocable que fija la muerte entre los buenos y los malos al final de su tiempo de gracia terrenal. Cada cual debe permanecer en la clase en la que lo encuentra la muerte, hasta el gran jurado. Hoy se puede pasar del estado de los condenados (Juan 3: 18) al de los perdonados. Sin embargo, cuando llegue la muerte será demasiado tarde para siempre. La sima queda establecida.

7. EL PROPÓSITO OBVIO DE ESTA PARÁBOLA.-

Una parábola se pronuncia con el propósito de influir en los vivos, y está adaptada a la época. Pero el tiempo de gracia señalado por Dios para el hombre es antes de la muerte y de la resurrección. La retribución ocurre después de la resurrección. La vida después de la muerte es siempre subsiguiente a la resurrección. Además, cuando el rico suplicó a Abraham que Lázaro fuese enviado a advertir a su parentela de los terrores del infierno, con el fin de evitar que ellos llegasen al mismo lugar de tormento, la respuesta es explícita: «A Moisés y a los profetas tienen; ¡que los oigan a ellos!» (Luc. 16: 29). Y si no los oyen a ellos, afirma Cristo lisa y llanamente, tampoco se convencerían «aunque alguno se levante de los muertos» (vers. 31).

8. POR LO TANTO, DEBEMOS CONCLUIR:

a. Que el diálogo, con su personificación parabólica, era completamente imaginario. Y no solamente creemos que no sucedió, sino que jamás podría tener lugar una conversación entre los salvos y los perdidos.

b. Que el tiempo es así mismo ficticio. No solo está inventado el diálogo, sino que el tiempo está antedatado. (Los hombres no son recompensados, ni reciben retribución, hasta la resurrección, pero la recompensa y la retribución son representadas alegóricamente como si sucediesen antes de la resurrección.)

c. Que este es el único lugar de las Sagradas Escrituras en que el hades es presentado como un lugar de tormento. Tal uso es reservado normalmente para la geenna. Sin embargo, para el propósito de la parábola, y empleando conceptos de la época, aquí se antedata y presenta a Epulón y Lázaro como si estuviesen vivos antes de la resurrección, igual que Isaías levanta a sus reyes difuntos del hades para que se mofen de Babilonia.

Según las enseñanzas de Jesús en otras parábolas, la recompensa se produce con ocasión de la resurrección de los justos, el «tiempo de la siega» y el «fin del mundo», cuando el pueblo de Dios es juntado en su granero, y cuando los malvados, como la cizaña, son atados en manojos para ser quemados (Mat. 13: 30,49; Luc. 14: 14). Tales entendemos que son el propósito y las limitaciones de la parábola.

Ill. El concepto judío contemporáneo del «seno de Abraham»

En los escritos judíos resulta evidente que los fariseos y diversos otros grupos de los días de Cristo creían en la idea de la consciencia después de la muerte. Su concepto del hades había cambiado muchísimo desde los días de los patriarcas y del cierre del canon del Antiguo Testamento. Y en la época de Jesús creían de manera muy similar a los griegos y a otros de su alrededor.

En la parábola recién analizada se hace referencia al «seno de Abraham» (Luc. 16: 22), expresión que no se encuentra en ningún otro lugar de la Sagrada Escritura. En lo que a la Biblia se refiere, no hay nada que indique dónde está el «seno de Abraham» ni qué significa.

Sin embargo, descubrimos que la expresión aparece en la literatura extra bíblica, y que, según parece, era un concepto o tradición de aceptación generalizada entre el pueblo judío. En su «Tratado sobre el hades», Josefa afirma que llaman «seno de Abraham» al lugar de felicidad al que acuden los justos al morir. El Talmud lo denomina el «regazo de Abraham» (Kiddushin 72b). Evidentemente, era la creencia común de muchos en los días de Jesús.

De hecho, la descripción del hades dada por Josefa presenta una analogía muy estrecha con respecto al relato del rico y Lázaro. Allí leemos de la gran sima interpuesta, de que la cámara de los justos está a la vista y a distancia audible de la cámara donde son atormentados los malvados, y de otros detalles aludidos en la historia narrada por Jesús. No solo aparecen estos conceptos en los escritos de Josefo, sino que se encuentran en otros documentos judíos. Así, sobre el hades leemos: (1) que el hades se componía de dos cámaras (2 Esdras 4: 41); (2) que una de estas cámaras era para los justos; la otra para los malvados (Midrás sobre Rut 1: 1); (3) que los justos habitan una cámara (Sabiduría de Salomón 3: 1); los malvados la otra, donde se los aflige, azota y atormenta (1 Enoc 22: 9-13; Talmud Erubin 19a ); (4) que los habitantes de una cámara son visibles a los habitantes de la otra cámara y que se encuentran lo suficientemente cerca para hablar entre sí (Midrás sobre Ecl. 7: 14); (5) que los justos son bienvenidos al hades por compañías de ángeles ministradores (Talmud Kethuboth 104′; 4 Esdras 7: 85-87,91-95); (6) que los justos son recibidos en el hades por Abraham, Isaac y Jacob (4 Macabeos 13: 17); y (7) que, como parte de su recompensa, los justos se sientan «en el regazo de Abraham» (Talmud Kiddushin 72b). Y Josefo da este testimonio:

Creen también que las almas tienen en sí mismas vigor inmortal, y que bajo tierra habrá recompensas o castigos, según hayan vivido de forma virtuosa o impía en esta vida; y estos han de ser detenidos en una prisión eterna, pero aquellos tendrán poder para revivir y vivir otra vez.- Antigüedades xviii. 1. 3.

Tal era el marco de los conceptos o tradiciones prevalecientes en cuanto al hades como hogar de los muertos en la época en que Jesús alu9ió a ello en la parábola.

IV. Lecciones obvias de la parábola

En esta parábola se enseñan lecciones importantes: (1) que, en el mejor de los casos, las bendiciones terrenas son inciertas y transitorias; (2) que los ricos son responsables no solo de lo que hacen, sino también de lo que no hacen con su riqueza; (3) que esta vida presente es la única oportunidad que se nos dará para prepararnos para la futura; (4) que la inhumanidad egoísta y el uso indebido de las riquezas incapacitan para tener un lugar en el reino eterno de Dios; (5) que las claras enseñanzas de las Sagradas Escrituras son suficientes para hacernos sabios para la salvación.2

El rico no se vio separado de Abraham por ser rico, porque el propio Abraham fue un hombre acomodado, sino porque hizo caso omiso de las enseñanzas fundamentales de la ley y los profetas, que son el amor a Dios y el amor al hombre. Jesús dijo que de ellos dependían toda la ley y los profetas (Mat. 22: 40).

Mediante esta serie de parábolas Jesús desenmascaró la filosofía de los fariseos y reveló la total falta de valor de sus enseñanzas. Se encontraban condenados ante el tribunal del Eterno. En las propias Sagradas Escrituras que profesaban enseñar -Moisés y los profetas- se presentaba testimonio contra las cosas que hacían. Jesús declaró: «Les digo a ustedes, que no van a entrar en el reino de los cielos a menos que su justicia supere a la de los fariseos y de los maestros de la ley» (Mat. 5: 20). El reino del Señor es un reino de comunión, donde abundan el amor y el gozo. Cuando entramos en ese reino, somos hijos de Dios y miembros unos de otros. Es una relación de familia, donde todos son iguales y donde el amor es el vínculo que nos une. Los fariseos no lograban entender estos principios básicos del reino.

La parábola también remacha la verdad de que aunque la vida o la muerte eterna es una elección puesta ante cada cual, revelamos en esta vida nuestra aptitud para esa vida que ha de venir. El rico no fue condenado por sus riquezas, sino por su egoísmo; tampoco fue salvo el mendigo por su pobreza; ni siquiera por sus sufrimientos terrenales. Nuestro Señor no condenaba la riqueza, sino su uso indebido; tampoco ensalzaba la pobreza como virtud. Desconcertó a los fariseos usando las propias enseñanzas de ellos, impidiéndoles así que arrojaran polvo, por así decirlo, a los ojos de la multitud.

Esta parábola, enmarcada como está en la forma de un argumentum ad hominem, como ya hemos observado, está basada en los propios conceptos de los fariseos al respecto de la condición de los muertos. Sobre esto Elena G. de White subrayó:

En la parábola Cristo estaba haciendo frente al público en su propio terreno. La doctrina de un estado de existencia consciente entre la muerte y la resurrección era sostenida por muchos de aquellos que estaban escuchando las palabras de Cristo. El Salvador conocía esas ideas, e ideó su parábola de manera tal que inculcara importantes verdades por medio de esas opiniones preconcebidas. Colocó ante sus oyentes un espejo en el cual se habían de ver a sí mismos en su verdadera relación con Dios. Empleó la opinión prevaleciente para presentar la idea que deseaba destacar de forma especial, es a saber, que ningún hombre es estimado por sus posesiones; pues todo lo que tiene le pertenece en calidad de un préstamo que el Señor le ha hecho. Y un uso incorrecto de estos dones lo colocará por debajo del hombre más pobre y más afligido que ama a Dios y confía en él.- Palabras de vida del gran Maestro, pp. 206, 207.

Por lo tanto, esta parábola se presentó a este grupo de críticos, no para justificar sus errores, sino para ilustrar con sus propias enseñanzas lo inestable de su posición. Nuestra entrada al reino de Dios es mediante la gracia, y la gracia sola; sin embargo, una vez en el reino, hemos de vivir como ciudadanos del reino, según los principios de ese reino, tal como se revelan en las Sagradas Escrituras. Si los hombres se apartan de esta clara revelación de Dios en su Palabra, no creerán aunque alguien se levante de entre los muertos. Un acontecimiento sobrenatural, o aun una acumulación de tales acontecimientos, no bastará para convencer a quienes rechazan la Palabra de Dios.

Con esta parábola Jesús estaba revelando a sus oyentes (algunos de los cuales eran cobradores de impuestos y notorios pecadores), no solo que la filosofía de los fariseos carecía de solidez, sino que podían ser condenados con total justicia aun usando su propia literatura.

Nota adicional

Los siguientes párrafos están tomados de su «Tratado sobre el hades dirigido a los griegos», encontrado en las obras completas publicadas de Josefo 3:

  1. [ … 1 El hades es un lugar del mundo no acabado de forma regular; una región subterránea, donde no brilla la luz de este mundo; de dicha circunstancia de que no brille la luz en esta región, no puede ocurrir sino que haya forzosamente en ella perpetua oscuridad. Esta región está asignada como lugar de custodia de las almas, a la que se asignan ángeles como guardianes de ellas, que les distribuyen castigos temporales, acordes con la conducta y modales de cada cual.

3No se ha encontrado ningún experto moderno que considere que esta sea una cita auténtica de Josefo. Más bien tiene todos los indicios de ser un añadido cristiano posterior a sus obras. Por ejemplo, el editor que publicó la declaración presentada a Josefo como «obispo de Jerusalén, hacia el final del reinado de Trajano» que gobernó Roma entre 98 y 117 d.C., obvio error histórico. (Véase William Whiston, ed. Josephus: Complete Works [Obras completas de Flavio Josefo, Grand Rapids, Míchigan: Kregal, 1960, ed. reimpresa}, pp. 708-718 (Disertación VI)).

Dicho esto, la argumentación de la pregunta  no se ve influida por la autenticidad de esta cita. El material presentado en el capítulo hasta este punto es válido y ya ha demostrado  todos los puntos esenciales.

  • En esta región hay reservado un lugar, como un lago de fuego inextinguible, al que suponemos que nadie ha sido arrojado todavía; pero está preparado para un día determinado previamente por Dios, en el que se pronunciará una merecida y justa sentencia sobre todos los hombres; cuando los injustos y cuantos han sido desobedientes a Dios, y han dado honra a ídolos, que no han sido más que vanas fabricaciones de las manos de los hombres, como si fuese al propio Dios, quedarán consignados a este castigo eterno, por haber sido la causa de la impureza; mientras que los justos obtendrán un reino incorruptible e inmarcesible. Estos, ciertamente, están ahora confinados en el hades, pero no en el mismo lugar en el que están confinados los injustos.
  • Porque hay una depresión en esta región, a cuya entrada [ … ] cuando la atraviesan quienes son descendidos por los ángeles asignados a las almas, no van de la misma manera; sino que los justos son guiados a mano derecha, y son llevados con himnos cantados por los ángeles asignados a ese lugar, a una región de luz, en la que los justos han morado desde el comienzo del mundo; no obligados por la necesidad, sino gozando por siempre de las cosas buenas que ven, y regocijándose en la expectativa de aquellos nuevos deleites que serán peculiares a cada uno de ellos, y estimando esas cosas por encima de lo que nosotros tenemos aquí; con quienes no hay allí lugar de trabajo penoso, ni calor agobiante, ni frío penetrante, ni zarzas; pero el semblante de los padres, y de los justos, que ven, siempre les sonríe, mientras esperan ese descanso y eterna vida nueva en el cielo, que ha de suceder a esta región. A este lugar lo llamamos el seno de Abraham.
  • Pero en cuanto a los injustos, son arrastrados por la fuerza a mano izquierda por los ángeles asignados para el castigo, no yendo de buena gana, sino como prisioneros conducidos mediante la violencia; a quienes son enviados los ángeles designados sobre ellos para hacerles reproches y amenazarlos con sus miradas terribles, y para empujarlos más abajo aún. Ahora bien, esos ángeles que están sobre estas almas las arrastran a las inmediaciones del propio infierno; quienes, cuando están aliado de él, oyen continuamente su ruido, y no se alejan del propio vapor caliente; pero cuando tienen una visión cercana de este espectáculo, al igual que de una terrible y grandísima perspectiva del fuego, se ven sobrecogidos por una angustiosa expectativa de un juicio futuro, y castigados en efecto por la misma; y no solo eso, sino que donde ven el lugar [o coro] de los padres y de los justos aun con esto son castigados; porque un caos enorme y profundo está interpuesto entre ellos; tanto, que un hombre justo que tenga compasión de ellos no puede ser admitido, y tampoco puede cruzarlo nadie que sea injusto, si tuviese la audacia de intentarlo.- The Complete Works of Flavius Josephus [Obras completas de Flavio Josefo], traducción de Whiston (John C. Winston: Filadelfia), p. 901.

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