El Sábado, mensaje del amor divino.

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«¡No me quieres! Si me quisieras, lo demostrarías. Encontrarías tiempo para estar conmigo y me regalarías aunque sólo fuera unas flores o una postal.» Esta queja, corriente en algunas parejas, es una muestra entre muchas de la necesidad que todos tenemos de estar seguros de que a alguien le importamos. Esa seguridad se desea no sólo de nuestros seres queridos, sino también del patrono, el maestro, el médico, o el empleado del gobierno. ¡Hasta las mercancías que se venden sin garantía se pagan menos! Por eso las empresas, basándose en esta necesidad humana, incluyen en la publicidad de sus productos toda clase de garantías. «Lo que me gusta de estos autos»–hemos oído a menudo –«es el excelente servicio que ofrece la casa.»

El esfuerzo por asegurarse la atención personal y el interés del otro no se limita al nivel horizontal de las relaciones humanas, sino que también se extiende al nivel vertical de las relaciones entre Dios y el hombre. Una de las preguntas básicas que el hombre se hace es, «¿Se ocupa Dios realmente de mí?» «¿Cómo puedo saber que Dios se interesa por mí?» La falta de seguridad en que Dios se ocupe de este mundo y de nuestras vidas refleja la profunda crisis en la que se encuentra el cristianismo moderno. La frase «Dios ha muerto», que ha alcanzado amplia resonancia en algunos círculos cristianos, es un exponente del sentimiento de desencanto en el que muchos viven. Si Dios existe realmente–se dicen a si mismos–, en el mejor de los casos se desentiende de nosotros.

Los indecibles sufrimientos y la pérdida de tantos millones de vidas que la humanidad ha padecido en nuestro siglo como resultado de guerras, «holocaustos» y desastres naturales, constituyen una de las causas del generalizado escepticismo acerca de la existencia de un Dios fundamentalmente bueno. Por otra parte, la capacidad de la ciencia moderna para resolver algunos problemas que las generaciones anteriores consideraban insolubles, ha llevado a muchos a creer más en los recursos humanos que en la providencia divina. E1 examen de estas y otras importantes causas de desconfianza en el cuidado de Dios hacia los hombres nos llevaría muy lejos de nuestro tema. 1 Vamos, pues, a centrar la atención en el papel, que puede desempeñar el sábado para que la humanidad recupere su confianza en un Dios que se ocupa en ella. En el capítulo anterior vimos que el sábado recuerda al creyente que Dios creó todo perfecto. Esa revelación ya de por sí es una garantía de que el Creador se ocupa de sus criaturas. ¡Qué gran satisfacción la de sabernos creados por un Creador que hace bien las cosas! No obstante, la simple conciencia de ser producto de una creación divina no satisface del todo nuestra urgente necesidad de sentirnos al amparo de la protección divina ahora mismo. La creación fue un acto que Dios realizó en un remoto pasado, y por lo tanto no nos dice mucho acerca de su interés por nosotros en el presente. Y es que el anuncio de una creación perfecta es sólo un aspecto del mensaje del sábado. Este día proclama también otras buenas nuevas aún más eficaces para erradicar, del que las abraza, el sentimiento de la ausencia de Dios en la vida y el mundo. En este capítulo estudiaremos tres de estos mensajes: (1) las bendiciones del sábado; (2) la santificación del sábado; (3) el programa de trabajo y descanso. Otros aspectos del cuidado de Dios contenidos en el sábado serán considerados en los próximos temas.

 PARTE I: LAS BENDICIONES DEL SABADO

Con el acto de bendecir y santificar el sábado, Dios expresó su amor e interés por la humanidad. En el relato de la creación Dios proclama siete veces que lo que había creado era «bueno» (Gn. 1:3, 10, 12, 17, 20, 25, 31) y tres veces lo «bendice.» Estas tres bendiciones son dadas en un orden ascendente. La primera, a los animales del agua y del aire, para que sean físicamente fértiles-(Gn. 1:22). La segunda, al hombre y la mujer, para que sean fecundos y dominen la tierra (Gn. 1:28-30). La última al sábado, para que rebose de santidad (Gn. 2:3; Ex. 20:11). Esta bendición final conferida al sábado es expresión y garantía de la bendición total y plena de Dios sobre su creación y sus criaturas.

  1. Significado de la bendición del sábado El Sábado,

¿Cuál es la naturaleza de las bendiciones que Dios ha conferido al sábado? ¿Son, como las bendiciones humanas, una simple expresión de buenos deseos? En la Biblia, las bendiciones de Dios suponen garantías concretas de prosperidad, bienestar y felicidad. Significan, en suma, una vida plena y abundante.- Cuando Dios bendijo a la primera pareja le dijo: «Sed fecundos y creced,» (Gn. 1:28; cf. 9:1; 49:22-26). La bendición de Aarón dice: «Que el Señor te bendiga y te guarde» (Nm. 6:24). El resultado de la bendición divina es vida abundante. Así lo expresa el salmista cuando escribe: » . . allí el Señor envía bendición y vida eterna» (Sal. 133:3). Aplicado al sábado esto significa que al bendecir Dios este día le dio a la humanidad la seguridad permanente de una vida plena y feliz. 2

Debemos decir, sin embargo, que Génesis 2:3 no especifica el significado de la bendición y la santificación del sábado. Esto es sorprendente, puesto que en general, las bendiciones de Dios suelen indicar expresamente su contenido. Por ejemplo, Dios bendijo a los animales diciendo: «Fructificad y multiplicaos y llenad las aguas de los mares, y multiplíquense las aves en la tierra» (Gn. 1:22). Y cuando Dios le habló a Abraham acerca de Sara su mujer, le dijo: «la bendeciré, y ella será la madre de muchas naciones, y sus descendientes serán reyes de pueblos» (Gn. 17:16; cf. 9:1; 17:20). Sin embargo, nada se dice acerca de lo que incluye la bendición del sábado, y uno se pregunta por qué. Nicola Negretti da una explicación muy convincente: el sentido profundo de la santidad y bendición del sábado «aparece velado» en el Génesis, para ir siendo revelado en el transcurso de la historia de la salvación .3

2. La bendición del sábado en la experiencia del maná.

 El misterio del carácter bendito y sagrado del sábado empieza a desvelarse en el Exodo, en el tiempo en que Dios estableció su pacto con Israel. Este día ya no va a estar vinculado sólo con la culminación de la creación sino con el maravilloso origen de este nuevo pueblo. De símbolo cosmológico de un mundo perfecto, el sábado ha pasado a ser un símbolo soteriológico e histórico del plan de redención de Dios hacia su pueblo. En el próximo tema estudiaremos estos nuevos aspectos.

Alimento físico. El punto de partida para entender la naturaleza de la bendición del sábado nos lo ofrece la historia del maná. Observemos, antes que nada, ciertos paralelismos entre este relato y el de la creación. En ambos Dios realiza sus propósitos dentro de un marco dé siete días. En ambos se resalta la excelencia de la actividad divina: cada día de la creación era «bueno» y la ración diaria de maná era «satisfactoria» (Ex.16:18). En los dos casos Dios cesa de actuar el sábado: la creación fue «terminada» (Gn. 2:2) y el maná dejó de caer (Ex. 16:25). En ambas ocasiones el sábado es objeto de una bendición especial: su consagración en la creación (Gn. 2:3) y la preservación del maná (Ex. 16:24). En el contexto de la aridez del desierto y de las quejas del pueblo ante la imposibilidad de conseguir comida, el milagro de la conservación del maná durante el séptimo día revela claramente en qué consiste la bendición del sábado: un don de Dios que proporciona sustento y vida.

La estructura literaria del relato del maná subraya esta bendición. Se observa un crescendo continuo desde que se anuncia el envío del maná (Ex. 16:4) hasta la proclamación final del sábado (Ex. 16:29). En el primer anncio, el sábado no se menciona. Pero el silencio se va rompiendo gradualmente, indicando primero la medida exacta («omer») de maná a recoger (Ex.16:16-17), y mostrando después la imposibilidad de su conservación (Ex. 16:20-24). Estas indicaciones sientan las premisas necesarias para la proclamación oficial del sábado, dada primero por Moisés (Ex. 16:23, 25-26) y después por Dios mismo (Ex. 16:28-29). Algunos de los detalles son especialmente significativos: por ejemplo, la especificación de que se recoja sólo un omer por persona y día acentúa la importancia de que se tenga que recoger el doble en el día sexto. Esta precisión sirve para resaltar la realidad del milagro de la conservación de lo guardado para el sábado (Ex. 16:24). Lo cual muestra que el milagro estaba encaminado a llevar al pueblo a aceptar y experimentar su bendición sagrada: del mismo modo que en ese día se alimentaban milagrosamente de maná corruptible, debían alimentarse espiritualmente del maná del cielo, la Palabra de Dios.

La Palabra de Dios. ¿Por qué no caía maná en sábado? Aparentemente su ausencia en los campos cumplía el propósito de ayudar al pueblo a levantar los ojos de sus necesidades físicas y buscar de lo alto aquellos beneficios necesarios para el enriquecimiento de su vida espiritual. Esta es la importante lección del maná, según Dt. 8:3: «sufristeis y pasasteis hambre y os alimenté con maná . . . para haceros saber que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de los labios de Dios.» Durante seis días Dios bendecía a los israelitas con el maná visible, y el día séptimo con el invisible de su Palabra. A los israelitas se les ordenó que dejasen de buscar beneficios materiales el sábado, que se sintiesen satisfechos con lo recibido en la semana, y así estar disponibles para escuchar sin interferencias la Palabra de Dios. Esta recomendación era especialmente significativa para un pueblo cuyos oídos estaban más acostumbrados a los gritos de Egipto que a la voz de Dios. El sábado serviría de ambiente ideal para reconciliar a los israelitas con su Dios, poniéndolos en disposición de recibir las bendiciones de su palabra y de su presencia. Porque a fin de cuentas la bendición última del sábado es la presencia de Cristo mismo «el pan de vida que ha descendido del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre» (Juan 6:51). Como dice Gerard von Rad, las bendiciones del sábado «preparan el camino para un bien mayor, para el bien supremo de la salvación.» 4 En el capítulo V descubriremos nuevas relaciones entre el sábado y la acción de Dios en favor de nuestra salvación, realizada a través del ministerio de Cristo. Estas observaciones preliminares bastan para ilustrar hasta qué punto las bendiciones del sábado expresan el interés de Dios por el bien de los hombres y su deseo de enriquecer sus vidas.

PARTE II: LA SANTIFICACION DEL SABADO

Después de bendecir el sábado Dios realizó otro acto extraordinario, igualmente revelador de su amor hacia el hombre: «Dios bendijo el séptimo día y lo santificó» (Gn. 2:3). Este verbo hebreo (yeqaddes) que podría traducirse también por «lo declaró sagrado,» está en una forma (Piel) a la vez causativa y enunciativa. Eso significa que Dios lo declaró sagrado y lo convirtió en un medio de bendición para la humanidad. 5 Vale la pena observar que esta primera mención bíblica de la palabra «santo», no se refiere a un objeto, como un altar o un templo, ni a una persona, sino a una parte de tiempo, el séptimo día.

  1. Significado de la santidad del sábado ¿Cómo se debe entender la «santidad» que Dios ha conferido al sábado? No tiene que ver, desde luego, con la realidad estructural del día, puesto que el sábado tiene la misma duración y sigue el mismo ciclo que los otros seis días. ¿Cómo se puede transferir santidad a un elemento tan abstracto como el tiempo? El Génesis no lo explica. Como en el caso de la bendición, la santificación del sábado también se oculta tras cierto misterio, que va desapareciendo gradualmente en el transcurso de la historia de la salvación. Y así en el Exodo, donde la santidad del sábado es reiterada tantas veces, se revelará su significado asociándolo con la manifestación de la presencia de Dios. En la historia del maná se afirma la santidad del sábado, pero no se la explica (Ex. 16:23). ¿Por qué? Sin duda porque la santidad de Dios habla sido revelada parcialmente, antes de su manifestación plena en el Sinaí. Los israelitas invitados a «acercarse a la presencia del Señor» (Ex. 16:9), todavía no habían tenido más que una vislumbre de su gloria en la forma de «la nube» que los guiaba a distancia en el desierto (Ex. 16:10).
  2. La santidad del sábado y la presencia divina. En el Sinaí la presencia gloriosa de Dios se manifestó de un modo espectacular, rayando en el cataclismo. La proclamación del Decálogo, por ejemplo, ocurre en medio del fragor de los relámpagos y el estampido de los truenos (Ex. 19:16-19; 20:18-19). Desde ese monte–sagrado por la presencia divina–Dios proclama: «Acuérdate del sábado para santificarlo» (Ex. 20:8). El mandamiento comienza y termina con una invitación reiterada a la santificación del día declarado santo por Dios en la creación (Ex. 20:11, cf. Dt. 5:15). En hebreo el verbo usado en ambas ocasiones es el mismo.
  3. La gloriosa demostración divina en el monte Sinaí tenía por objeto hacer conscientes a los israelitas de la santidad de Dios, manifestada por su presencia en el tiempo (el sábado) y más tarde en el lugar de culto (el templo). Y así la gloria de Dios será el común denominador entre el Sinaí, el sábado y el tabernáculo. Los israelitas debían prepararse para el solemne encuentro con la presencia de Dios (Ex. 19:10, 11), cuando el Señor «descendiese sobre el monte Sinaí a la vista del pueblo» (Ex. 19:11). Su preparación debía incluir la purificación personal (Ex. 19:10, 14) y la demarcación de un límite alrededor de la montaña (Ex. 19:12, 23) donde Dios iba a manifestarse. El paralelismo entre este acontecimiento y la santificación del sábado es inequívoco. La preparación personal y la delimitación entre el tiempo común y el sagrado son los elementos básicos necesarios para la santificación del sábado. No se puede experimentar la presencia divina sin predisponerse a ella. No se puede honrar la presencia de Dios en el día que le pertenece, si no se pone un límite entre el tiempo sagrado y el de nuestras ocupaciones personales.

Experimentar la presencia de Dios. En el Sinaí, Moisés experimentó lo que significa estar en la intimidad de la presencia divina «en el séptimo día.» «Dicho esto, Moisés subió al monte, el cual quedó cubierto por una nube. La gloria del Señor vino a posarse sobre el monte Sinaí, y durante seis días la nube lo cubrió. En el séptimo día el Señor llamó a Moisés desde la nube. La gloria del Señor se presentó como un fuego devorador sobre la parte más alta del monte. Moisés entró en la nube y subió al monte» (Ex. 24:15-18). Está generalmente aceptado que aquí el séptimo día designa el sábado. Nicola Negretti, en su análisis literario de este pasaje, demuestra que la «estructura sabática es el nexo estilístico y cronológico que une la manifestación gloriosa con el principio de la revelación divina.»6 Elena White comenta también que «en el séptimo día, que era sábado, Moisés fue llamado a entrar en la nube. «7 Por medio de esta invitación Dios reveló a Moisés el significado de la santificación del sábado. La santidad no era una cualidad mágica que Dios hubiese infundido a ese día, sino la manifestación misteriosa y sublime de su presencia en las vidas de sus hijos.

El sentido de la santidad del sábado se explica más claramente en las revelaciones sobre el tabernáculo. Dios dice al pueblo, «Guardaréis mis sábados, porque ésta es la señal entre mí y vosotros a través de los siglos para que sepáis que yo, el Señor, os santifico» (Ex. 31:13). El misterio de la santificación del sábado queda aclarado: la santidad de ese día es el resultado de la presencia santificante de Dios sobre su pueblo. Ese es el último acto creador de Dios. Durante seis días Dios ha llenado el planeta de belleza, abundancia y vida, y en el séptimo día, lo ha llenado de su presencia. Y esta presencia será el secreto de la felicidad del hombre. Separada de Dios, la vida humana no es más que una sombra fugaz. Esta verdad fue muy bien comprendida por el rey David. Sintiendo la angustia de la separación de Dios causada por su pecado, ora diciendo: «No me apartes de tu presencia ni me quites tu santo espíritu» (Sal. 51:11). Como signo garante del deseo divino de estar presente en el mundo y en la vida de los hombres, el sábado representa la más sublime expresión del amor de Dios.

  • La santidad del sábado: un vínculo

Al definir la santidad del sábado como la manifestación especial de la presencia divina, descubrimos que su función es la de servir de vinculo entre Dios y los seres humanos. Usando un término teológico conocido, llamaremos a esta relación con el nombre de encuentro. Para comprender mejor las implicaciones de esta función del sábado, vamos a ver cómo el sábado en el Exodo es el nexo que une la ley con la gracia, y el tabernáculo con el pueblo de Israel.

Uniendo ley y gracia. Después de la promulgación del Decálogo y de varias leyes civiles (Ex. 21 a 23), el Exodo registra las indicaciones relacionadas con la construcción del tabernáculo (Ex. 25 a 31). Este templo portátil es el símbolo de que Dios habita entre su pueblo (Ex. 25:8; 29:45) y ha hecho provisión para perdonar sus pecados (Ex. 29:36, 38; 30:10). El séptimo día es ahora el lugar de encuentro entre la ley y la gracia. En ese día Moisés «entró en la hube» (Ex. 24:18) de la presencia divina para recibir «las tablas de piedra con la ley y los mandamientos» (Ex. 24:12) y el «modelo del santuario» (Ex. 25:9). El sábado es el contexto en el que Dios manifiesta su interés hacia el hombre revelándole a la vez los principios de conducta que debe seguir y el modo de adorar y reparar sus faltas. En los unos Dios comunica su voluntad, y en el otro le garantiza los recursos de su gracia. La asistencia de la gracia también se sugiere en la última frase de la revelación sobre el santuario, en la que el sábado es reiterado como signo de que «Yo, el Señor, os santifico» (Ex. 31:13).

En el Exodo aparece un nuevo lazo de unión entre el sábado y el tabernáculo: la gloria de Dios. Aquella gloria que se había manifestado antes en el monte Sinaí bajo la apariencia de una nube (Ex. 24:15-16) pasa después al santuario. «Al terminar Moisés la construcción» (Ex. 40:33) del tabernáculo, «la nube cubrió la tienda del Encuentro y la gloria del Señor llenó el santuario. Y Moisés no podía entrar en el tabernáculo porque la nube se había asentado sobre él, y la gloria del Señor llenaba el santuario» (Ex. 40:34-35).

 La gloria de Dios que se manifestó a Moisés en el séptimo día, fue transferida del monte Sinaí al santuario, vinculando así la santificación del sábado con el tabernáculo del desierto. Así como la creación del mundo terminó con la santificación del séptimo día mediante la presencia personal de Dios, la creación del lugar de culto también se completa e inaugura al ser inundado por la gloria divina (Ex. 40:34-35). Uniendo a los israelitas con el santuario. La santidad del sábado, entendida como participación de la presencia de Dios, es un lazo que une al pueblo con el tabernáculo. El santuario era el signo visible de que Dios «estaba con el pueblo de Israel» (Ex. 29:45; 25:8). De un modo similar, el sábado debía recordar a los israelitas de todos los tiempos que «Yo, el Señor os santifico» (Ex. 31:13). Así que tanto el sábado como el tabernáculo habían sido santificados por la presencia divina. Cada creyente podía participar de esa realidad en su experiencia personal. «Lo excepcional del lugar sagrado,» escribe Samuel Terrien, «por medio del sábado se convertía en una realidad interior y universal.»8 Como un santuario en el tiempo, el sábado ofrece a cada creyente la oportunidad de entrar, de un modo especial, en la presencia de Dios, independientemente de las circunstancias. De hecho, para todos aquellos fieles que, a lo largo de los siglos, por circunstancias adversas no han podido adorar con otros en un lugar sagrado, el sábado ha sido su santuario: el día en que ni las rejas de la cárcel pueden cerrar el acceso de la luz divina al alma del creyente. Esto nos ayuda a comprender por qué, después del exilio y la dispersión, los judíos que habían sido privados de su templo, establecieron lugares de reunión (sinagogas), a veces incluso al aire libre (Hch. 16:13), donde se juntaban los sábados para estudiar las Escrituras y orar .9 La convicción de que la presencia divina en los recintos sagrados (templo, iglesia), puede ser experimentada cada sábado como una vivencia espiritual, impulsó a los judíos primero, y después a los cristianos, a reunirse en el día del Señor aun en grupos pequeños, alentados por la promesa de que «donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» (Mt. 18:20).

Recuerdo con emoción los muchos sábados que pasé en la ciudad italiana de Fano. Era aún un adolescente, y para costearme los estudios vendía libros religiosos. Durante la semana tenía que hacer frente a un medio decididamente hostil: las autoridades religiosas y civiles, que continuamente me estaban amenazando por distribuir literatura no autorizada; los supersticiosos clientes que temían contaminarse con los libros que yo vendía; y mis parientes, que aunque me habían dado un techo, me trataban como a un hereje que había que rescatar del fuego del infierno. Cuando llegaba el viernes por la noche, suspiraba pensando que por un día podía olvidarme del mundo hostil que me rodeaba y entrar en la paz de la presencia de Dios. Como nadie compartía mis creencias en la localidad, yo adoraba a Dios en la soledad de mi cuarto o en plena naturaleza. Pero no me sentía solo. El sábado era para mí, como para tantos otros creyentes de todos los tiempos, un verdadero santuario portátil, un día en el qué podía olvidar las miserias humanas y vivir la intimidad de la presencia de Dios.10 Esta experiencia era un permanente recuerdo de que Dios nunca nos deja. La santidad del sábado como Emanuel. La venida de Cristo a este mundo es innegablemente el vínculo por excelencia que une a los seres humanos con la realidad divina. ¿Existe alguna relación lógica entre el sábado y la encarnación de Jesucristo? Si, y ésta se hace evidente cuando tenemos en cuenta sus respectivas funciones. El propósito de la encarnación se puede compendiar en los dos nombres dados al Señor en su nacimiento: «llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados… será llamado Emanuel, que significa, Dios con nosotros» (Mt. 1:21, 23). Uniendo el significado de los dos nombres, podemos decir que Cristo vino a regenerar la vida de su pueblo por medio del poder de la presencia divina.

Este propósito de la encarnación es muy similar al que Dios tenía para el sábado. Siendo el sábado una expresión de la vida abundante que su presencia confiere a sus criaturas ¿no parece evidente que la finalidad de la creación de Dios y la de la encarnación de Cristo coinciden en cierta medida? Podríamos decir que lo que Dios prometió al bendecir y santificar el sábado, lo cumplió enviando a su Hijo al mundo para que fuese «Emanuel-Dios con nosotros.» Herbert W. Richardson escribe a este respecto: «¡Cuántas veces hemos oído que Cristo abolió el sábado para liberar al hombre! Pero esta declaración es un absurdo teológico. El Sábado, Cristo no puede oponerse al propósito que Dios tenía para el mundo cuando lo creó. Rechazar el sábado–explícita o implícitamente-es defender tal contradicción, y resucitar la pretensión gnóstica de que el Dios del Antiguo Testamento y el Dios del Nuevo Testamento son dos diferentes ‘Dioses’.»11 Richardson, con mucho acierto, sigue diciendo que «el sábado fue creado por Dios para poder introducirse en el mundo y santificarlo con su presencia personal.»12 La santificación del sábado es la más elocuente revelación del cuidado protector de Dios hacia nosotros. Su amor hacia la humanidad se hace visible tanto en su voluntad de someterse a los límites del tiempo humano, bendiciendo con su presencia el séptimo día, como en su condescendencia, después del distanciamiento causado por el pecado, a encerrarse en los límites de la carne humana. haciéndose de nuevo «Emanuel-Dios con nosotros.» En el capítulo V explicaremos el sentido mesiánico de salvación que el sábado tenía tanto en la Biblia como en la literatura judaica. Ese estudio nos permitirá captar mejor lo que el sábado nos enseña acerca de la solicitud de Dios hacia el hombre.

PARTE III: LA NORMA DE TRABAJO Y DESCANSO

1. El trabajo como bendición de Dios El cuarto mandamiento establece la pauta de seis días d trabajo y uno de descanso en base a la semana de la creación (Ex. 20:11). Obsérvese que el mandamiento comprende tanto la orden de descansar el séptimo día como la de trabajar los otro seis: «seis días trabajarás y harás toda tu obra» (Ex. 20:9 Dt. 5:13). Esto significa que el trabajo de los seis días es la condición necesaria para merecer el «descanso» del día séptimo. Dios, en su solicitud divina, ha instituido para el bienestar humano un ciclo modelo de seis días de trabajo y uno de reposo. La experiencia nos muestra que el trabajo es una necesidad humana tan genuina como el descanso. Una persona desocupada es un ser inútil. Es imprescindible trabajar para auto-dignificarnos, desarrollar nuestra capacidad creadora y reflejar la imagen d nuestro activo Creador. Si el trabajo era ya necesario para da un sentido de utilidad a la vida antes del pecado, ¿cuánto más no lo será hoy, cuando la ociosidad conduce a tanta gente al vicio y al crimen? El Sábado, Debemos decir, sin embargo, que gran parte de los monótonos y mecánicos trabajos que muchos tienen que realizar hoy en día para ganarse la vida, contribuyen bien poco a su desarrollo y realización personal. Hay trabajos que deshumanizan. Afortunadamente, la semana laboral cada vez más corta permite emprender algunos proyectos personales más satisfactorios y agradables.

2. El descanso como bendición de Dios

Todo trabajo, sea voluntario u obligatorio, si no se equilibra con el descanso necesario, se convierte en un tirano implacable. El trabajo ininterrumpido degrada la personalidad humana, puede destruir el equilibrio entre el cuerpo y el espíritu, rebajando al ser humano al nivel de la bestia. En las antiguas sociedades agrícolas siervos y jornaleros eran a menudo oprimidos y explotados por amos sin escrúpulos. Hoy, en nuestra sociedad mecanizada, son los sistemas tecnológicos los que amenazan con alienar al individuo en muchos casos. En otros, es la insaciable codicia la que los hace trabajar obsesivamente, convirtiéndolos en esclavos de las ganancias.

Dios era consciente de la vulnerabilidad humana ante la ambición de lucro. Por eso, procurando proteger tanto a unos como a otros de la insensatez del trabajo constante, nos dio el mandamiento del sábado, ordenándonos descansar. Más adelante veremos otras funciones del descanso sabático. Veamos ahora su función liberadora.

El descanso como liberación del trabajo. El sábado implica descanso, tanto para el dueño como para sus empleados, incluidos los animales, (Ex. 20:10; 23:12; Dt. 5:14). El descanso del sábado alcanza hasta a las «bestias de carga», porque la compasión divina se extiende hasta sus criaturas más inferiores e indefensas. El sábado es una muestra del interés divino por restablecer la más completa armonía entre el hombre y la naturaleza. Otro texto especifica que el descanso debe alcanzar también «al esclavo y al extranjero» (Ex. 23:12), es decir, incluso a aquellos que en las sociedades primitivas eran explotados sin poder ampararse en ninguna ley. El sábado fue la primera defensa de los derechos humanos en favor de los marginados de la sociedad.

¿Y qué diremos de aquellos que practican «el culto al trabajo?» El descanso del sábado, el mejor remedio para su obsesión, enseña que el objetivo principal de la vida no es, como predican algunos sistemas actuales, trabajar para dominar la naturaleza, sino realizar el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros. El sábado nos enseña a liberarnos de las cosas. Una de las lecciones más difíciles de aprender es cómo poseer cosas sin que éstas nos posean; cómo vivir en sociedad sin perder la independencia. En el sábado, al abstenernos de producir o de adquirir bienes materiales, aprendemos a desprendernos y a liberarnos de la materia para unirnos y someternos al Espíritu.

 El descanso del sábado nos libera de la codicia. Procurando tener más que el vecino, como aquellos israelitas de antaño (Ex. 16:27), muchos no descansan en sábado, pensando asegurarse así mayores ganancias. Pero la Escritura señala la necedad de ese esfuerzo: aquellos que buscaban tener doble maná «no encontraron nada» (Ex. 16:27). Fatigados e insatisfechos, no obtuvieron ni el maná material ni el espiritual. Para combatir la codició, el sábado nos enseña la gratitud. Dejar por un día de desear tener más, para agradecer a Dios por las bendiciones recibidas. Quien aprende la gratitud, sabrá lo que es la paz del alma. Cristo sólo mora en el corazón agradecido.

El descanso como libertad para Dios. El descanso sabático significa liberarse para Dios. Al ponerse a la entera disposición de sus criaturas en el séptimo día, Dios manifiesta una vez más su gran amor. Del mismo modo, los seres humanos son invitados a responder a este amor poniéndose en una actitud receptiva. Esa es la razón por la que el mandamiento ordena hacer todo el trabajo en seis días, para estar libres el séptimo y dedicarlo al Señor (Ex. 20:10). El objetivo del reposo sabático no es meramente humanitario. Si su única función fuese proporcionar el necesario descanso físico, su valor seria dudoso y cuestionable para muchos de nuestros contemporáneos, que disponen semanalmente de dos o tres días libres. Además ¿habría algo más tedioso que estar sin hacer nada, esperando que pasen las horas del sábado para poder dedicarnos a alguna actividad interesante? Si ese fuera el propósito del sábado, nunca conseguiría su verdadero objetivo. Quizá es esta idea errónea del sábado la que ha llevado a muchos a buscar para ese día mejores «diversiones» en largos viajes en automóvil, espectáculos, deportes, alcohol y sexo, actividades que además de no aliviar al ser humano de ninguna de sus cargas, le añaden todavía algunas más.

La Biblia especifica cómo debe ser el descanso del sábado. No se trata de una fiesta frívola sino de un «reposo consagrado al Señor» (Ex. 31:15; 16:23-25; 20:10; Lv. 23:3). Aunque es para el hombre (Ex.16:29; Mr. 2:27), no deja de pertenecer a Dios (Ex. 16:23, 25; Is. 56:4; 58:13; Mr. 2:28). Por eso, el descanso del sábado no debe girar en torno al yo sino en torno a Dios. No es una relajación (antropocéntrica) destinada a satisfacer cualquier clase de deseos, sino un reposo (teocéntrico) en el que el hombre, liberado del trabajo, está libre para Dios. Y esta nueva libertad le proporciona el verdadero descanso. Como escribe Karl Barth, «observar el día sagrado significa también estar disponible para participar en la alabanza, la adoración, el testimonio y la proclamación de Dios en su iglesia, en la gratitud compartida y en la intercesión. La bendición y el provecho de este día dependen sin lugar a dudas del uso positivo de esta libertad. 13

Dios insta a su pueblo cada sábado a liberarse del trabajo y así estar disponible para escuchar su voz. Este descanso, usando una expresión clásica, es una invitación a pasar «un día de asueto con Dios–ad vacandum divinis.» 14 ¡Qué gris sería la semana sin un sábado que pasar con Dios y nuestros seres queridos! Las semanas pasarían desabridas, como platos sin sal. Así como la salsa realza el sabor de los alimentos, el sábado ilumina con sus alegres destellos los días laborables. Hay un poema que dice:

Un sábado bien aprovechado

produce alegría para toda la semana

 y ayuda a afrontar las fatigas del mañana.

Un sábado profanado,

no importa lo obtenido en él,

es un anticipo seguro de tristeza.

De un modo asombroso, el descanso sabático expresa la solicitud divina y favorece la libertad humana: libertad de la tiranía del trabajo; libertad de la implacable explotación del hombre; libertad de la codicia insaciable; libertad para disfrutar las bendiciones de Dios, y poder emprender una nueva semana con renovado vigor y brío.

Perspectiva divina. La pauta de trabajo y descanso que Dios nos ha dado revela otro aspecto más de su cuidado hacia nosotros. Tanto la vivencia como el concepto de trabajo y descanso son humanos, aunque la Biblia los aplique a Dios en primer lugar. ¿No es sorprendente que el Dios Todopoderoso, que en un instante habría podido crear el mundo, haya escogido llevar a cabo la creación en seis días y descansar el séptimo? ¿Por qué se amoldó Dios al mismo patrón que El había establecido para sus criaturas? No hay otra respuesta que su deseo de dar una perspectiva divina a todo trabajo y descanso humano.

Una de las mayores satisfacciones que experimentamos los seres humanos es la de imitar a los grandes maestros, ya sean músicos, pintores, científicos, hombres de negocios, estadistas, o dirigentes espirituales. Es divertido a veces observar como algunos jóvenes «fans» imitan a su «ídolo» en el peinado, la ropa, los gestos, las canciones y hasta en el perfume. He tenido ocasión de comprobarlo en mi propia casa no hace mucho tiempo. Estaba yo construyendo una estantería para los libros de mi despacho y Gianluca, mi hijo de siete años, se ofreció para ayudarme. Al poco rato estaba enfrascado trabajando con los pedazos de madera que me habían sobrado. ¿Qué hacía con ellos? Los estaba clavando juntos. Con un timbre de orgullo en la voz me preguntó: «Papá, ¿te gusta mi estantería?» Aquello parecía cualquier cosa menos una estantería, pero él se sentía muy satisfecho de su obra. ¿Por qué? Porque estaba haciendo a pequeña escala lo que su padre hacía a una escala mayor. Del mismo modo, el que guarda el sábado se encuentra satisfecho y realizado al descansar de su trabajo, porque sabe que está haciendo a su escala lo que Dios ha hecho y sigue haciendo a una escala infinitamente superior.

¿Quiere esto decir que todo observador del sábado debería considerar su trabajo como una vocación divina? Para el misionero que está salvando vidas es fácil responder con un «sí», pero ¿y para el mecánico, que está reparando motores? ¿Puede también considerarse llamado por Dios para esa profesión? El oficio de San Pablo era tejedor de tiendas, pero él nunca dijo que Dios lo llamó para componer o remendar lonas. En realidad, lo que dijo inequívocamente es que «fue llamado a ser apóstol» (Ro. 1:1). Muchos de los trabajos que tenemos que hacer no reflejan en absoluto nuestra vocación. Pero el mandamiento nos pide hacer «toda tu obra» (Ex. 20:9; Dt. 5:13). Y esto incluye, evidentemente, las tareas agradables y las desagradables, las distinguidas y las serviles, las sagradas y las comunes. Sea cual fuere la actividad del creyente, el sábado la sitúa bajo una nueva luz; no necesariamente como una vocación divina, pero sí como un reflejo de la actividad de Dios, como una participación en la regeneración de este mundo (Jn. 9:4). Esta perspectiva espiritual nos suministra los recursos necesarios para desempeñar hasta las más humildes tareas con entusiasmo y alegría. Da validez y significado al trabajo de los seis días y al descanso del séptimo. El creyente que, a la luz del sábado, entiende su trabajo como una colaboración con Dios, se sentirá realizado en él y no evitará las obligaciones de la vida real, sino que alegremente asumirá sus responsabilidades según el ejemplo de su Creador.15 La conclusión que se desprende de estas reflexiones es que el modelo de seis días de trabajo y el séptimo de descanso, que Dios estableció en la creación por medio de su ejemplo, constituye una revelación sublime de su interés por el bienestar físico, social y espiritual del hombre.

PARTE IV: CELEBRANDO LAS BUENAS NUEVAS DEL SABADO

Este cuidado bienhechor de Dios se sintetiza en su promesa de bendecir la institución del sábado por medio de su presencia. ¿Cuál debería ser la respuesta del hombre ante esta manifestación de la solicitud divina? ¿Cómo debería el creyente celebrar y experimentar las bendiciones de la santificadora presencia de Dios; en el sábado? El cuarto mandamiento nos ofrece una respuesta doble: (1) recordar el sábado, (2) trabajar seis días y descansar el séptimo.

  1. Recordar el sábado Las primeras palabras del cuarto mandamiento dicen: «Acuérdate del día de reposo para consagrarlo al Señor» (Ex. 20:8).. ¿Qué significa acordarse del sábado? ¿Qué relación existe entre el recuerdo del sábado y su santificación? ¿Será este «recuerdo un requisito necesario para experimentar la santidad del sábado Las fechas juegan un papel importante en la vida. Celebramos el cumpleaños, el aniversario de bodas, el Día de la Madre, las fiestas nacionales, etc. La importancia de una fecha depende de los acontecimientos relacionados con ella. El Día de la Madre, por ejemplo, está dedicado a recordar no sólo a la persona que nos dio el ser sino, en especial, su cariño incesante. De la misma manera, el sábado es el día de recordar a Dios no sólo por habernos creado originalmente, sino también por su constante cuidado y providencia. En ese día recordamos todos los actos en nuestro favor, y en particular la creación, la redención y la restauración final.

Dedicar tiempo al recuerdo de las intervenciones de Dios en la historia y en nuestra vida, más que ejercitar nuestra memoria es entrar en relación personal con El. La experiencia nos enseña que toda relación significativa comporta el recuerdo mutuo. «¿Me echabas de menos mientras estabas fuera?», pregunta la esposa enamorada. Olvidar a una persona significa dejarla al margen de nuestra vida. Dios sabe que los seres humanos sólo pueden mantener viva su relación de amor hacia El en la medida en que tengan presente en la memoria lo que Dios hizo, hace y hará por ellos. Por eso, el sábado nos invita a recordar que en el origen nos creó perfectamente, que vela por nosotros constantemente, que nos redimió completamente, y que nos salvará finalmente.

Acordarse del sábado y santificarlo significa tomarse tiempo para dar gracias a Dios por todas sus bendiciones. Significa decir «no» a las falsas pretensiones de la autosuficiencia humana y decir «sí» al Señor del sábado, poniéndose a su disposición. Significa, en vez de confiar en nuestras propias realizaciones, reconocer lo que Dios ha hecho por nosotros. Significa dejar de preocuparnos por las cosas que deseamos y empezar a ocuparnos de las necesidades de los otros, sean «hijos» o «siervos» (Ex. 20:10). Significa olvidar nuestros intereses egoístas para, como María, honrar a Cristo como nuestro huésped de honor. Al cultivar y recordar la presencia de Cristo en todas sus actividades (asistir a los servicios religiosos, conversar, comer, pasear, leer, escuchar música, hacer visitas, etc.) el creyente vive y celebra la santidad del sábado, es decir, la manifestación de la presencia personal de Dios en su vida. Sintiendo que Dios está cerca, su vida entera se transforma, purifica y ennoblece.

  • Trabajo y descanso Seis días de trabajo.

El mandamiento establece un programa de trabajo y descanso, y ambos son necesarios para la correcta vivencia del reposo en Dios. ¿Por qué hay una línea de demarcación tan rotunda entre el «harás toda tu obra» en seis días, y el «no harás ningún trabajo» en el día séptimo (Ex. 20:9-10)? No es que el trabajo sea la antítesis del descanso sabático, puesto que ambas cosas son requeridas por el mandamiento. La semana laboral es el requisito indispensable para entrar en el verdadero descanso del sábado. Como experiencia preparatoria, el trabajo semanal es también parte de la celebración del sábado. Podemos decir que la realización de todo nuestro trabajo durante la semana con esta perspectiva nos predispone a entrar en el sábado más libre y plenamente en comunión con Dios, ya que de alguna manera hemos vivido en su presencia durante toda la semana. De este modo la pauta de trabajo y descanso ordenada en el mandamiento extiende a toda la semana la influencia que la santificadora presencia de Dios irradia desde el sábado.

El descanso del séptimo día. ¿Por qué el cuarto mandamiento considera absolutamente necesaria la abstención de todo trabajo para la santificación del sábado? ¿Por qué se detallan específicamente todas las clases de personas a las que se les debe garantizar el descanso (Ex. 20:10; Dt. 5:14)? ¿Por qué ha hecho Dios tan categórico el imperativo de «reposo»? ¿Será que Dios prefiere ver a sus criaturas inactivas en vez de ocupadas en alguna actividad productiva? ¿En qué sentido el descanso facilita la santificación del sábado? ¿Qué comporta ese descanso? La respuesta a todas estas preguntas nos la da la verdadera función del descanso sabático, al establecer una línea divisoria entre los seis días de trabajo y el día santo. ¿Cómo distinguiríamos el tiempo sagrado si no hubiese un tiempo común? «¿Podemos comprender realmente el día sagrado «– pregunta Karl Barth–«antes de comprender los seis días de trabajo? . . . ¿Puede el hombre examinar y reemprender su trabajo según la orden divina sin detenerse antes en el santo día, bajo la mirada de Dios, a disfrutar de su libertad? ¿Cómo puede valorar su trabajo en su justa medida si no es a la luz de sus límites, de su solemne interrupción? ¿No es esta interrupción el tiempo verdadero, a partir del cual, solamente, se puede disponer del demás tiempo?»16

El reposo sabático nos ayuda a discernir entre lo inferior y lo superior, entre lo común y lo sagrado. Del mismo modo que Dios separó el séptimo día de los otros seis, descansando en él y santificándolo con su presencia, el creyente, al guardar el sábado, debe poner una clara línea divisoria entre ese día y los días laborables. Esta línea divisoria entre trabajo y descanso, entre tiempo laborable y tiempo sagrado es la base de la santificación del sábado. Dios ha trazado esa línea y ha escogido el séptimo día como el tiempo especial para bendecirnos con su presencia. El creyente que acepta a Dios como su Creador debe aceptar también lo que El ha establecido y no cambiarlo por ninguna otra cosa. Eso es honrar a Dios. Por respeto hacia Dios el creyente interrumpe su programa de trabajo («El séptimo día es sábado para el Señor tu Dios» Ex. 20:10). Pero esta pausa, al mismo tiempo, es para su propio bien, pues en la presenciad Dios se encuentra descanso, paz y vida eterna.

Pansabatismo. Algunos cristianos rechazan la necesidad de un estilo de vida distinto para los sábados, pretendiendo que su efecto desmembraría en vez de unificar su vida cristiana. Por ejemplo, Hiley H. Ward en su libro El Domingo en la Era Espacial argumenta que la noción de «Día del Señor» ha dejado de tener sentido, y por consiguiente, debería ser substituida por la observancia de la «Semana del Señor». 17 Lo que Ward propone básicamente es que la «religión de un día» (domingo) debería dejar paso a una «conciencia de oración» diaria (pansabatismo), con un reunión cotidiana con «amigos cristianos . . . antes del desayuno, o a última hora de la tarde», y programas diarios de «educación y evangelismo»18 patrocinados por las iglesias.

Esta propuesta puede parecer válida, pero en realidad es utópica y nociva para la misma calidad de vida espiritual que pretende favorecer. Es impracticable, pues espera que la gente, que difícilmente encuentra tiempo para adorar a Dios en el llamado Día del Señor, se comprometa a asistir diariamente a reuniones de adoración en grupos más o menos pequeños. ¿Cómo podría implantarse tal programa en las apretadas jornadas de trabajo de la vida moderna? Es destructiva porque representa una substitución más bien que una ampliación de la experiencia religiosa del día sagrado. «Orar sin cesar» (1 Ts. 5:17) solamente tiene sentido cuando con ello no se está eliminando la oración del tiempo idóneo para ella. Por eso el culto diario, sea privado o público, es válido cuando no sustituye, sino que amplía la adoración del sábado.19

La adoración en su pleno sentido es una respuesta a Dios total y sistemática. Esa clase de respuesta no es realmente posible durante la semana, cuando las tareas acaparan nuestra atención. El sentimiento subconsciente de Dios que una persona puede experimentar, enfrascada en su trabajo de domingo a viernes, difícilmente puede considerarse como una respuesta adecuada y total. La pretensión de que todo lo que el creyente hace es un acto de adoración es tan absurda como la creencia de que todo es Dios (panteísmo). La consecuencia inmediata de ambas actitudes es la eliminación de la necesidad de todo culto a Dios. Ambos ardides son igualmente engañosos, y suprimiendo la adoración a Dios acaban por eliminar la creencia en El. La teoría de que cada día es sábado tiene como resultado que ya no hay sábado. Como dice el poema:

¡Qué sagaces son esos reformadores!

Dicen que cada día de la semana es un sábado:

La teoría parece cristiana; los hechos no lo son tanto:

en la práctica, cada sábado es un día laborable.20

No se puede negar que muchos cristianos profesan la religión de un día, o para ser más precisos, de una hora semanal. En cuanto guardan en el armario la ropa de ir a la iglesia, parece como si Dios desapareciera de sus mentes, ¡y a pasar otra semana como si Dios no existiese! La solución para esta perversión, extendida como ninguna, no está en sustituir el precepto del sábado por otros programas aleatorios, sino en ayudar a los creyentes a redescubrir su verdadero significado. La impaciencia generalizada por desechar el plan divino de descanso sabático explica también el abandono del culto tanto diario como semanal .21

El plan de trabajo y descanso trazado en el cuarto mandamiento es condición indispensable para experimentar la presencia santificante de Dios de un modo sistemático. Provee el marco necesario para una respuesta ordenada a un Dios de orden, porque no es un estímulo espiritual momentáneo, ni un abandono irreflexivo a unas vivencias improvisadas (como en ciertos grupos religiosos cuyo ideal es dejarse llevar pasivamente por los impulsos del Espíritu), sino un encuentro preparado. La preparación incluye el haber conseguido los objetivos de la semana, o al menos haber hecho los mayores esfuerzos para alcanzarlos, con el fin de estar disponible el sábado para disfrutar plenamente de la presencia de Dios.

La santidad de Dios no puede encerrarse en objetos, pero puede experimentarse en el tiempo. El descanso sabático provee el marco ideal para esa experiencia. Invita al creyente a presentarse ante su Creador para comprender el alcance de Sus obras en su favor y para ordenar su–tan a menudo–desordenada vida. Porque descansar el sábado no es solamente celebrar la santidad de Dios sino permitir que ésta irradie su influencia sobre toda la semana. Con la seguridad de la presencia divina, el sábado nos hace vivir cada día como «un sábado en pequeño». Por lo tanto, siendo que los seis días encuentran su sentido en el séptimo, y que a su vez el sábado lo encuentra en la presencia divina, vemos que el sentido de toda la vida humana se encuentra en la comunión con Dios.

¿En qué debería ser ocupado el descanso sabático (tiempo libre) a fin de experimentar una enriquecedora comunión con Dios? Este va a ser el tema especial del capítulo IV, El sábado, un mensaje de servicio, donde se formulan varias directrices bíblicas sobre el empleo de ese día. El mensaje del sábado anuncia las buenas nuevas del cuidado de Dios hacia sus hijos. Al estudiar el programa semanal de trabajo y descanso, así como las bendiciones que Dios quiere concedernos por medio de su presencia en el sábado, vemos la solicitud divina en nuestro favor. El sábado es una garantía de la vida abundante, presente y futura, que Dios quiere conceder a los que aceptan vivir en su compañía. Es un don de libertad que se nos ofrece, para que podamos libremente amar y servir a Dios y a la humanidad. El séptimo día nos brinda la oportunidad semanal de celebrar sus buenas nuevas del mensaje de amor divino.

CAPITULO III – EL SABADO: MENSAJE DE AMOR DIVINO

1. Para un penetrante análisis sobre las causas del generalizado escepticismo ante la intervención

divina en los asuntos humanos, véase Herbert W. Richardson, Toward and American Theology,

1967, pp. 1-21.

2. George Elliot, The Abiding Sabbath, 1884, p. 27, comenta: «Dios bendijo el séptimo día y lo

santificó. Dios tan sólo puede bendecir el séptimo día convirtiéndolo en una bendición para el

hombre. El tiempo desperdiciado no puede recibir las bendiciones de la Divinidad. La bendición

humana es una oración, pero la bendición divina es un hecho. Sólo El puede garantizar las

bendiciones que pronuncia. El sábado beneficia al hombre en la totalidad de su ser; ésa es su

bendición.» Para Joseph Breuer, Introduction to Rabbi Samson Raphael Hirsch’s Commentary

on the Torah, 1948, la bendición del sábado reside en que «Dios confirió al séptimo día el poder de

realizar su función sagrada; y ‘lo santificó’ significa que lo puso fuera del alcance de todo riesgo de

perder su misión … De modo que el séptimo día y todo lo que éste significa para la humanidad,

llevará a cabo su cometido de educar y rescatar a la humanidad extraviada.» H. C.Leupold,

Exposition of Genesis, 1950, p. 103, observa que «las bendiciones que se desprenden del sábado

para el bien de la humanidad le fueron potencialmente conferidas por Dios.»

3. Nicola Negretti, Il Settimo Giorno, Instituto Bíblico Pontificio, 1973, p. 170. Negretti ve la

explicación de la santidad y la bendición del sábado en el relato del maná y del Sinaí (pp. 171-251).

4. Gerhard von Rad, Genesis: A Commentary, 1961, p. 60.

5. H. C. Leupold (n. 2), p. 103, explica que «por una parte el verbo ‘santificó’ (qiddesh), estando

en la forma Piel, tiene sentido causativo . . . y por otra parte, tiene también sentido enunciativo:

‘Dios lo declaró santo o lo consagró.»‘

6. Nicola Negretti (n. 3), p. 228.

7. Elena White, Patriarcas y Profetas, 1955, p. 323.

8. Samuel Terrien, The Elusive Presence, 1978, p. 392.

9. Es interesante notar que los romanos usaban el término Sabbateion para describir el lugar de

reunión de los judíos (sinagoga), por la obvia razón de que sus reuniones tenían lugar en sábado.

Cf. Flavio Josefo, Antigüedades Judaicas, 16, 6.

18

10. I. Grunfeld cuenta un emotivo ejemplo de cómo el sábado ayudaba a los atormentados judíos a

olvidar sus desgracias: «El tren se arrastraba con su carga humana. Apretados unos contra otros en

los vagones de ganado, los infortunados viajeros eran incapaces de moverse. La atmósfera era

asfixiante. A medida que la tarde del viernes avanzaba, aquellos judíos, hombres y mujeres,

prisioneros de los nazis, se sumían cada vez más hondo en su miseria. En un momento dado, una

vieja consiguió con gran esfuerzo sacar y abrir un pequeño envoltorio. Trabajosamente sacó de él

dos candeleros y dos challot. Precisamente los estaba preparando para el sábado cuando la

sacaron de su casa aquella mañana. Eran las únicas cosas que había conseguido llevarse consigo.

De pronto las velas iluminaron los torturados rostros de aquellos judíos y el canto del ‘Lekhah Dodi’

transformó el ambiente. El sábado con su atmósfera de paz, había descendido sobre ellos» (The

Sabbath: A Guide to its Understanding and Observance, 1972, p. 1).

11. Herbert W. Richardson (n. 1), p. 130.

12. Ibid.

13. Karl Barth, Church Dogmatics, ET 1956, III, parte 2, p. 62. Lutero insiste en su Gran

Catecismo en que descansar en el día sagrado no significa simplemente «sentarse ante la estufa

dejando de lado los trabajos rudos, o ataviarse con las mejores ropas, sino más bien ocuparnos en

la Palabra de Dios y ejercitarnos en ella» (Concordia or Book of Concord. The Symbols of the

Evangelical Lutheran Church, 1957, p. 175).

14. Tomás de Aquino, Suma Teológica, Parte II-III, Q. 122, 4, 1.

15. John Murray, Principles of Conduct, 1957, pp. 33-34, escribe: «La razón para esta secuencia

de trabajo y descanso es que viene de Dios mismo. El principio dominante de esta conducta no es

tanto la voluntad de Dios como la conformidad con el modo de proceder divino. En este aspecto

particular Adán tenía que ser hijo del Padre Celestial.» Nicola Negretti (n. 3), p. 168, añade: «El

origen, el significado y la dinámica del trabajo-descanso humano se encuentran en el

trabajo-descanso del Creador. Y no sólo eso, sino que el trabajo-descanso humano expresa,

continúa y actualiza el trabajo-descanso divino.» También en Rousas John Rushdoony, The

Institutes of Biblical Law, 1973, p. 146, leemos: «El sábado da sentido a la vida humana, y al

darle sentido y propósito al trabajo, lo convierte en una realización gozosa.»

16. Karl Barth (n. 13), pp. 50-51.

17. Hiley H. Ward, Space-Age Sunday, 1960, p. 146. Su posición es semejante a la de Christopher

Kiesling, The Future of the Christian Sunday, 1970, pp. 81-102.

18. Hiley H. Ward (n. 17), p. 147.

19. George Elliot (n. 2), p. 83, escribe: «El mandamiento ‘orad sin cesar’, no hace del culto algo

menos valioso o menos necesario. Al contrario; sólo la hora de la oración puede infundir un espíritu

de oración a todas las actividades del día. Por eso, sólo la santificación del sábado puede

prolongar las bendiciones del sábado al resto de la semana.»

20. Ibid., p. 82.

21. H. H. Rowley observa acertadamente: «Es significativo que el desdén hacia el sábado como día

de descanso vaya a la par con un cada vez mas generalizado abandono del sábado como día de culto» (Worship in Ancient Israel: Its Form and Meaning 1967,241

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