El rico y Lázaro explicado versículo por versículo

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Lucas 16:19-31

Ésta es probablemente la parábola sobre la que más veces se me ha preguntado durante mi ministerio y en mis clases. Una parábola en la que no hay nada verificable en la vida real, o sea, muy poco verificable aparentemente. No es como el trigo que se siembra y que crece, la red que se tira al mar y se recogen los peces, la oveja que se pierde. Aquí hay diálogos de ultratumba. Desde el (dhj) hades, almas en pena que gritan, se comunican con Abrahán, pidiendo que los muertos visiten a los vivos. Y hay toda una serie de imágenes de ultratumba que resultan muy preocupantes a algunos de los lectores.

Vamos a leer juntos esta parábola, que contiene a mi entender una lección de mucha actualidad. Esta parábola en su contexto sigue inmediatamente a la del mayordomo infiel. Si os acordáis bien, la parábola del mayordomo infiel tenía como moraleja: enmendar mientras es tiempo. Si habéis estado obrando mal, dejad de hacerlo alguna vez porque el Señor viene a pasar cuentas. Era una parábola de urgencia, de juicio. La parábola del rico y Lázaro también. Está contada con una estructura muy elaborada. Para los que les gustan los análisis semióticos es una maravilla.

Es una parábola de dos hombres: hombre rico hombre pobre, contada con una estructura semiótica en cuatro fases. Un eje del aquí y del más allá, y otros dos ejes, que separan dos realidades: la realidad del hombre rico y la realidad del hombre pobre. Una realidad positiva en un momento, negativa en otro, pero con un cruce, dos situaciones que se cruzan en un momento dado. Su estructura es de una perfección extraordinaria.

VII.1. Contexto cultural

«Había un hombre rico que vestía púrpura y lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez.» (Lucas 16:19)

Un versículo para describir a un hombre rico, como ha habido siempre y en todas partes y seguramente seguirán habiendo. Si Jesús nos dijo que «a los pobres los tendréis siempre entre vosotros» (Mateo 26:11), se supone que a los ricos también, tendremos que aguantar a unos y otros.

«Que vestía púrpura y lino fino.» (Lucas 16:19) Decir que alguien va vestido de púrpura, a nosotros no nos llama la atención hoy. Porque estamos tan hartos de ver películas de los tiempos bíblicos en las que toda la gente va de verde, de azul, de rojo, de colorines… que nos parece que es normal. Pero esto es arqueológicamente falso, los colores en la antigüedad eran carísimos y la gente no se los podía permitir, sobre todo el púrpura que era el color más caro que existía. No sé si habéis visto alguna vez un Múrex que son unos caracolitos, unos moluscos de mar, que se pescaban a vivo pulmón, y que sacan unas gotitas de líquido morado, púrpura, que se usaba para teñir ropa.

Aparentemente, las únicas personas que llevaban un manto entero de color púrpura eran los emperadores, pero en fin, se podían teñir cintas, brazaletes, trozos, fajas de ropa de color púrpura.

Ir vestido de púrpura significaba que es el lujo absoluto, es como si dijeran, había un rico que se vestía sólo de Christian Dior, Ives Saint-Laurent, Balenciaga, etc.

«Lino fino.» La gente normalmente se vestía de lana y de cosas de algodón. La lana tenía los colores naturales desde el blanco hasta el negro, la gama de los marrones, el máximo lujo eran rayas. Eso era lo normal. Por eso las películas un poco más recientes sobre Jesús, ya son un poco más realistas, en las que no se ven colores, eso es mucho más real. Pero entonces, el lino era muy caro, muy fino.

En Israel normalmente cuando se decía que alguien llevaba púrpura y lino, inmediatamente la gente sabía que se estaba tratando de un aristócrata, que en la época de Jesús sólo pertenecían a las familias sacerdotales y a algunas familias de ancianos muy raras. Normalmente cuando se hablaba a alguien muy rico vestido de lino fino y púrpura, la gente pensaba en un saduceo, es decir, en alguien que no cree en el más allá.

Los saduceos no creen en la existencia del más allá. Por eso en la teología saducea si eres muy rico es que Dios te está bendiciendo, porque es la única oportunidad que tiene de bendecirte; si lo pasas fatal es que no has caído en gracia a Dios, porque no hay ningún más allá, y la prueba irrefutable de que es así es nuestra prosperidad.

–El que nosotros estemos disfrutando, es la prueba irrefutable de que Dios nos bendice.

Eso era un argumento muy difícil de refutar para un pobre.

Pues bien, aquí se está describiendo a un saduceo, porque los fariseos no eran ricos, no hay que confundirlos. Los fariseos normalmente no lo eran, o si lo eran no ocupaban nunca en esta época las altas esferas de la burguesía ni de la aristocracia. Tenían la superioridad de la pureza, la superioridad espiritual y la de la cultura, que es otra forma de superioridad, a veces tan insoportable como la primera o peor, pero en fin, también existe.

«Un hombre rico que vestía púrpura y lino fino y hacía cada día banquete.» (Lucas 16:19) Los banquetes en aquella época eran raros, porque la vida era bastante dura. La gente pobre y la clase media, la gente normal, casi nunca comía carne porque no podían. Si tenían su cabrita, no la iban a matar, porque no podían guardarla en ningún sitio, se iba a estropear, entonces no comían carne nada más que en la Pascua, en las fiestas, en los casamientos, en alguna ocasión especial. Pero la gente normal en Palestina (no estamos hablando del mundo grecorromano), comía carne muy pocas veces, sólo en los banquetes. Decir que hacía banquete todos los días es un lujo increíble, Jesús está describiendo un caso extremo, «hacía cada día banquete con esplendidez» (Lucas 16:19), es decir un banquete con despilfarro. Si leéis el libro de Joachim Jeremías Jerusalén en tiempos de Jesús, veréis que el noventa y tantos por ciento de la población de la época de Jesús eran pobres de solemnidad. El que haya alguien que todos los días haga banquete, significa que es una persona que no tiene el menor respeto a los demás, es un caso escandaloso.

VII.2. Contexto literario

VII.2.1. El rico y Lázaro en la vida terrena

«[ … ] A su puerta» (Lucas 16:20). La puerta es lo que separa a estos dos seres. El rico, al que le hemos puesto un signo positivo, va vestido de maravilla y come espléndidamente. ¡Y a su puerta!, abierta o cerrada, no importa porqué se abre y se cierra, es un lugar de paso. El símbolo de la puerta es muy bonito. «A su puerta yacía un mendigo llamado Lázaro, lleno de llagas.» (Lucas 16:20).

Si os fijáis en la descripción de Lázaro, cada detalle positivo del rico está contrapuesto con el detalle negativo del pobre. Sabéis que los banquetes se celebraban tumbados en unos divanes, en unos cojines, con unas alfombras y unas mesitas muy bajitas, se comía acostado. Y aquí el contraste es que uno está recostado sobre sedas, rasos y alfombras orientales, acompañado por la esclava negra y la esclava nórdica, etc. Y el otro yacía en la calle, a la puerta, un mendigo llamado Lázaro, la oposición al rico, no cubierto de lino sino cubierto de llagas. El uno cubierto con lo más suave y lo más rico, el otro con lo que más duele.

El uno cada día hacía banquete con esplendidez mientras el otro «ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico» (Lucas 16:21). Esas migajas no eran solamente las miguitas que se caían, sino probablemente, según la palabra que ha sido utilizada, el pan sucio de limpiarse los dedos. Como aquella gente no tenía cubiertos para comer, comían con las manos por elegantes que fueran, y se las limpiaban, si eran bastante ricos con servilletas, pero si eran muy muy ricos con pan. Se limpiaban los dedos con pan, entonces este pan lo tiraban a los peces del estanque, a los perros, a la pantera o las monas, porque tenían animales raros también.

Este hombre está deseando que le tiren por lo menos las migas con las que se han limpiado las cochinas manos de los ricos, pero se queda esperando, no se las tiran. Para que veáis el contraste que Jesús está describiendo, es un contraste que ya en sus primeras frases al auditorio lo estaba poniendo negro, estaba irritándole, lo estaba llenando de indignación contra esta situación de injusticia.

«Y hasta los perros venían y lamían sus llagas.» (Lucas 16:21). Aquí hay dos interpretaciones. Unos dicen que esto quiere decir que los únicos que se compadecían del pobre hombre eran los perros, lo cual es una explicación muy bonita. Otra explicación es que este hombre no solamente estaba allí, proscrito, echado, olvidado de los ricos, olvidado de Dios porque estaba enfermo, sino que encima los perros lo hacían inmundo continuamente. Cualesquiera de las dos cosas son compatibles.

Un detalle, habéis observado que las parábolas contienen siempre un detalle de sorpresa, aquí el detalle lo habéis captado todos, ¿no? ¿Cómo se llama el rico? Es un rico anónimo, pero esto es rarísimo. En la historia antigua sólo se nos menciona a los ricos, a los famosos, a los pobres nadie los menciona por su nombre. Pero aquí Jesucristo ya empieza muy bien, con una enorme habilidad. Para él es un rico anónimo, no tiene ni nombre, es uno de tantos. El pobre sí, se llama Lázaro. ¿No os parece que es una cosa muy bonita? En algunas traducciones de la Vulgata al rico anónimo de la parábola le llaman Dives. Lo cual es un error, porque Dives significa simplemente «un rico». Llamarle Dives como si fuera un nombre propio es una traducción incorrecta. Pero en fin, era un rico anónimo y el pobre se llama Lázaro. Lázaro es un nombre interesante, porque Lázaro es la palabra griega que en hebreo se decía Eleazar, que significa «Dios te ayude», es decir que ya tenía hasta nombre de mendigo.

«Mañana será hermanito…» «Es que ya hemos dado…» «No, ya, ya he dado…» Es decir, «Dios te ampare», tenía hasta ese nombre; pero ese nombre Jesús lo escoge muy bien, un nombre de mendigo. Lázaro es Eliezer, es también Eleazar. ¿Quién es Eleazar? En la tradición judía era el nombre del criado de Abrahán, el heredero material hasta que Abrahán tuvo un hijo.

VII.2.2. Lázaro en el seno de Abrahán y el rico en el abismo

El mendigo murió. El que el mendigo muriera el primero, es «un privilegio» que no le sorprende a nadie, es normal. El mendigo murió, y aquí empezamos la raya que cambia todas las cosas.

Una vida en la que dos personas han tenido vidas paralelas, la una bajo el signo positivo a los ojos de todo el mundo naturalmente y el otro bajo el signo negativo a los ojos de todo el mundo. Y llega la muerte, esa línea divisoria que iguala a todos, que le viene de todas maneras primero al pobre. «El pobre murió… –y aquí empieza ya lo raro, lo extraño– …fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.» (Lucas 16:22).

También el rico murió, porque hasta los ricos también mueren.

«El rico murió y fue sepultado.» (Lucas 16:22) «Fue sepultado», la palabra usada, si pudiéramos meter en una sola palabra todo lo que contiene la palabra en griego significa «fue sepultado en una tumba magnífica», eso quiere decir, ser sepultado en un mausoleo.

Del uno quedará la inmensa tumba como recuerdo para siempre, mientras el otro es llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Aquí hay una inversión de lugar muy curiosa.

¿Qué pasa después? «En el lugar de los muertos estando en el tormento, el rico vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno.» (Mateo 16:23) Las situaciones cambian. Esta vez quien ve de lejos a alguien sentado en un lugar de privilegio ya no es el pobre, allá abajo, a la puerta del rico, que cuando abrían la puerta veía un rinconcito de la mesa con todas aquellas viandas encima. Ahora es al revés, ahora en el lugar del tormento «[ … ] el rico vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno». Las situaciones han cambiado, y aquel pobre que estaba echado fuera está ahora en el lugar más adentro que existe, con Abrahán, el padre de la fe, el padre de los creyentes, el amigo de Dios, en su seno, metido en lo más profundo del cariño de los buenos, de los salvos. Hasta aquí la inversión es perfecta, pero aquí viene lo más curioso de la parábola: el diálogo que hay entre estos seres. «[ … ] Entonces el rico gritó: Padre Abrahán.» (Lucas 16:24) El rico no se olvida de su linaje.

–Abrahán, recuerda que tengo contigo un lazo de parentesco, «Abrahán es nuestro padre» (Juan 8: 39).

–A ver si aunque sólo sea por influencias, recordándole los deberes familiares, a ver si consigo algo.

 –«Padre Abrahán, ten misericordia de mí y envía a Lázaro, que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua porque estoy atormentándome en esta llama.» (Lucas 16:24) ¡Que aquí hay que protestar!, ¡esto es un infierno de tercera!, ¡esto es horroroso!, así que por favor, ¡mándame a Lázaro que vaya a la fuente y me traiga agua!

En el más allá el rico es el mismo, y Lázaro para él es como máximo un correveidile, un recadero, el botones, como máximo un esclavo. Lo sigue tratando como un esclavo, que vaya a buscarle agua, porque aquí se está muy incómodo y se tiene mucha sed.

«Abrahán le dice:

 »–Hijo –Abrahán le reconoce el vínculo familiar, se lo reconoce totalmente– Hijo acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro males.» (Lucas 16: 25)

–Cuando Lázaro tenía los males y tú tenías los bienes, ¿te dabas tanta prisa para ayudarle? Yo te recuerdo un poquito lo que pasaba antes. ¿Es que tienes derecho tú ahora a pedirle a Lázaro, que esté todavía a tu servicio? Tú acuérdate de lo que pasaba aquí hace muy poco, como estabas viviendo hasta ayer. Ahora él es consolado aquí, tú atormentado. Además, antes había una puerta entre ambos, ahora hay «un gran abismo entre nosotros y vosotros. Los que quieren pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allá pasar acá» (Lucas 16: 26).

La gran diferencia es que aquel paso que era perfectamente franqueable, que era una puerta de acceso, se ha convertido ahora en un abismo infranqueable, sin remedio, donde ya no es posible la comunicación.

–No es posible que nadie de los que están aquí vaya allá, ni nadie de allá venga aquí.

Pero el rico no está acostumbrado a callar y a aguantar. Él apelará a los abogados, a quien haga falta. Él tiene que hacer algo, porque sabe que… él siempre ha conseguido lo que se ha propuesto. Asi que dice:

–«Te ruego padre que lo envíes a la casa de mi padre.» (Lucas 16:27) Bueno si no quieres mandármelo a mí, pues ahora lo mandas a casa de mi padre, con esta carta que te voy a dar, con un recado, «porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento» (Lucas 16:28). ¡Es que no nos habían avisado! ¿Sabes? No hay derecho, no nos habían avisado, entonces lo que como mínimo te pido es que esta situación de injusticia se remedie de una vez. Así que mándalo inmediatamente, que avise a los demás de los que nos espera, Lázaro es aún el recadero, el esclavo con el que va a buscar a los cinco hermanos aquí y allá a avisarles: –¡Oye!, que mira lo que te puede pasar.

Abrahán que conoce muy bien al rico dice

–Tu argumento no me conmueve demasiado.

Abrahán le responde:

–Sabes, tus hermanos tienen a Moisés y a los profetas, que los oigan. Desde tiempos de Moisés y los profetas no han dejado de decir hasta la saciedad lo que pasa en esta vida y lo que se requiere para la otra, que los oigan a ellos. Os hemos mandado la élite, lo mejor que ha existido en la tierra, a Moisés, a Isaías, a Jeremías, a todos, lo mejor que hemos conocido para convenceros, lo hemos mandado ya.

Pero el rico no se calla aún:

–No padre Abrahán, mentira, eso es falso. «Si alguno de los muertos va a ellos se arrepentirán.» (Lucas16:30) Lo que necesitamos es la prueba de alguien que venga de los muertos.

Es la salvación por el espiritismo. Eso es lo que funcionaría, eso tendríais que hacer. No la salvación por la lectura de la Biblia, no, no, no; queremos la salvación por el espiritismo. Que vengan de los muertos. Que venga alguien a aparecernos y entonces nos convenceremos.

Pero Abrahán le contesta y ahí con esto le cierra la puerta del abismo:

–«Si no oyen a Moisés y a los profetas tampoco se persuadirán aunque se levante alguno de los muertos.» (Lucas 16:31) Si no han oído a nuestros profetas cuando estaban vivos, el hecho de que alguien muerto venga no les va a convencer.

VII.3. Contexto teológico

¿Cómo se llama el pobre? Lázaro, ¿es que no encontráis ahí una enorme coincidencia entre el nombre que Jesús ha querido darle a este pobre?

–Aunque Lázaro venga de los muertos, los ricos no le van a creer.

¿Es que Jesús está haciendo teología-ficción, o está hablando de la dura realidad de la vida? Porque hay un Lázaro levantado de los muertos que no ha conseguido que la gente se convierta. Si leéis el texto de Juan, el día en que Jesús resucitó a Lázaro de los muertos, ¿qué ocurrió con los saduceos? Ese día decidieron matarlo.

Jesús sabía muy bien que eso no funcionaría. Que los falsos argumentos son argumentos que la gente plantea como excusas. La gente me plantea a mí esto muchas veces.

–Si alguien me diera la prueba irrefutable, alguien que me viniera del más allá, diciéndome que eso existe, que hay un más allá, entonces yo me convencería.

Pero Jesús piensa que ese argumento no tiene valor, porque ya han venido de los muertos y no ha servido para nada. Hasta tal punto que Jesús ha renunciado ya a hacer ese tipo de milagros, no tienen ningún valor. Lo hizo como un signo de que Él es la resurrección y la vida, pero sabe que eso no funciona, por desgracia. Éste es el contexto teológico inmediato de la parábola.

Esta parábola ha perturbado a muchos, al no querer leerla en su rabiosa actualidad. Interpretándola a un nivel de alegoría, en la que todo va dirigido a describirnos una realidad del más allá, ha dado lugar a grandes problemas.

Hay quienes piensan que es sobre la base de esta parábola, que algunos grupos religiosos han desarrollado la teoría del purgatorio. Pero esta teoría ya existía en germen en la mentalidad grecorromana.

Vamos a ver sólo cuatro puntos que nos ayudarán a ver que no se trata de la descripción de una realidad de ultratumba, sino que se trata de una parábola, de una historia en el fondo de una ficción.

VII.3.1. Los justos van al seno de Abrahán

 En primer lugar en la parábola los justos van al seno de Abrahán, pero en la Biblia no existe ningún lugar que se llame el seno de Abrahán. La Biblia no dice en ninguna parte que los justos van al seno de Abrahán. Lo que más se parece a esta declaración son las frases judías que dicen que cuando uno muere se reúne con sus padres. Eso es lo máximo, va al hades, al mundo de los difuntos y nada más.

En la Biblia, la única descripción de la naturaleza del hombre es una descripción global, en la que no hay partes, en la que alma y cuerpo son sólo aspectos de una unidad. El hombre vive y muere plenamente, la muerte actual se compara sólo a un sueño, a una inconsciencia. La única vida que la Biblia promete, consciente, es la vida a través de la resurrección, o sea que esto ya nos plantea un primer problema, si «el seno de Abrahan» hubiera que tomarlo al pie de la letra como una realidad geográfica.

VII.3.2. Realidad geográfica

En segundo lugar esa realidad geográfica es espantosa, porque si fuera así, desde el lugar de la gloria uno ve el tormento del que sufre; desde el lugar del que sufre se ve al bienaventurado en la gloria. Lo cual, si tiene que durar por la eternidad plantea serias dudas sobre la ética de Dios, que va a consentir que yo eternamente esté viendo sufrir a mi hijo, a mi padre, a mi madre; es espantoso. La realidad geográfica del hades y del seno de Abrahan plantea un problema a la noción de la bondad divina.

VII.3.3. Las almas

En tercer lugar, si aquí se trata de almas, tenemos grandes problemas, porque las almas tienen sed y necesitan agua, las almas tienen lengua y tienen dedos. Si las almas no tienen cuerpo no tienen necesidades corporales, luego no tienen sed, no pueden tener dedos, no pueden tener lengua. Y esto me plantea un problema ontológico, o metafísico, también bastante difícil de resolver.

VII.4. Utilización de la ficción en una parábola de Jesús

Esos problemas están aquí y lo que nos preguntamos es: ¿por qué Jesús utiliza la ficción en una parábola sabiendo que la realidad no es así?

Hay algunas explicaciones que os puedo dar, una de ellas es que el hecho de que Jesús utilice una parábola no quiere decir que él esté de acuerdo con todos los detalles. De la misma manera que hablando de la parábola del mayordomo infiel, Jesucristo no endosa y asume la moralidad del mayordomo. Él resalta no la perfidia del mayordomo, sino el haber rectificado, que es lo que le interesa.

De la misma manera, cuando él se compara a sí mismo: «El hijo del hombre vendrá como un ladrón en la noche», no hay que tomarle esta comparación diciendo que él vendrá con la falta de honestidad que tiene el ladrón, cuando viene a robar. Sino el único elemento que se toma para la comparación es que viene por sorpresa, o sea que viene en un momento en que no lo esperan. Y así podríamos daros muchos ejemplos.

Tan irreal como esto es la parábola de los invitados a la boda, porque no hay ningún invitado a las bodas en los tiempos bíblicos –en los tiempos nuestros sí, yo sé que en algunas bodas principescas algunos miembros de algunas familias reales, se han excusado para no asistir– que se excuse. En los tiempos bíblicos el que alguien diga que no va a asistir a la boda del rey, porque se ha comprado un par de vacas, es realmente insoportable. La gente se carcajeaba cuando oía a Jesús contar esta parábola, porque eso son excusas que todo el mundo consideraba absurdas.

Jesús puede contar historias que no son reales con una intención real.

Y aquí entramos en el lenguaje de la verdad y de la ficción. ¿Es posible transmitir una verdad a través de una ficción? ¿Por qué Jesús prefirió siempre transmitir la verdad a través de la verdad? La mayoría de sus parábolas son verosímiles, ¿por qué Jesús aceptó en ésta transmitir una verdad a través de una ficción? Es algo que nos podemos plantear.

VII.4.1. Parábolas rabínicas y textos egipcios paralelos a la parábola del rico y Lázaro

En primer lugar analizando esta parábola os diré que Jesucristo no se la inventa. Existen unas parábolas rabínicas, más o menos del tiempo de Jesús, que cuentan más o menos la misma historia.

Hugo Grotius descubrió en el año 1918 unos textos egipcios antiguos, La historia de Sakme Kamúas en el más allá, que es sin duda la fuente de la que los judíos sacaron la parábola rabínica sobre la que Jesús se inspiró.

Todos habéis leído que en Egipto se daba una importancia muy grande a lo que uno tendría que responder en el juicio ante Osiris, cuando fuera pesado en la balanza por Anubis. Todos habéis visto estas ilustraciones en que hay unos dioses con caras de animales que están pesando en unas balanzas a algunos seres. Y a lo mejor habéis visto, en algún museo de egiptología como el de Turín, que es fantástico, alguna copia del llamado Libro de los muertos. En este Libro de los muertos se prepara a los vivos para responder a las preguntas que les harán en el más allá.

En la literatura folklórica de Egipto hay muchos diálogos de los muertos, diálogos entre vivos y muertos, entre muertos y muertos. La historia de Sakme Kamúas dice lo siguiente:

El hijo de un faraón, se escandaliza viendo una vez que a un rico malísimo lo entierran en un hipogeo magnífico con todos esos objetos que hemos encontrado en algunas tumbas egipcias; mientras, a un pobre santo cuando se muere lo envuelven en su propia esterilla y lo tiran a los cocodrilos del Nilo. El chico dice que le parece que la vida es muy injusta. Entonces un sacerdote de Osiris, le dice:

–Ven que te voy a enseñar lo que ocurre en el más allá. ¿Qué ves en el Amte (que es el lugar de los muertos)?

–Veo a un hombre vestido con lino sentado en el seno de Osiris.

–Mira bien quién es.

–¡Ah! Es el pobre que murió que tiraron al Nilo.

–¿Qué ves al otro lado?

–Veo al lado del río al rico que estira la lengua para llegar al agua y no puede.

–Para que veas que en el más allá se restablece la justicia que en este mundo no existe.

Esa es la lección.

 Después, esta historia fue contada por los judíos a partir de una adaptación. Sabéis que en la época de Jesucristo había más judíos que vivían en Alejandría que en Palestina. En Egipto había una colonia judía mayor que la que existía en Israel. Es una situación parecida a la de hoy entre Nueva York e Israel, en que hay muchísimos judíos y el porcentaje es muy grande.

Pues bien, la parábola que Jesús podía conocer directamente era ésta:

–El hijo de Ma’yan, un rico banquero murió, y la ciudad hizo fiesta, paró el trabajo y todo el mundo fue a su entierro.

Y un pobre escriba, un estudiante, murió y nadie acudió a su entierro. Entonces se preguntan los discípulos del rabino:

–¡Qué injusticia la de esta vida! A los ricos hasta en la muerte les va mejor que a los pobres.

Y él les dice:

–¡No!, ¡no! Miremos lo que ocurre en el más allá. Mirad lo que ocurre en el paraíso. Y allí está el pobre estudiante vestido de lino al lado de una fuente de agua, acompañado por Abrahán mientras el hijo de Ma’yan el rico, estira la lengua en el borde del río y quiere llegar al agua pero no puede.

Como véis, los detalles son los mismos. Jesucristo ha utilizado un elemento del folklore de Israel para darnos una lección.

Jesús parte del cuento para ir más lejos.

 La parábola de Jesús añade todo el diálogo del rico, precisamente para descalificar esa teología que empezaba a surgir de que es posible enderezar allá la situación que no se ha hecho en la tierra.

En la época de Jesús, precisamente por influencia grecorromana, algunos estaban empezando a creer en la inmortalidad del alma y, por influencia precisamente de este mundo helenístico, empezaban a tener serias dudas sobre qué pasaba cuando uno moría. ¿Es que había un estado intermedio? ¿Es que el alma iría a algún lugar? Esta idea se estaba introduciendo tan fuertemente que ya la encontramos en algunos de los llamados libros deuterocanónicos. En los tiempos de Jesús, los mismos judíos estaban divididos y ya no sabían muy bien qué creer.

Jesucristo utiliza unas creencias falsas, para mostrarles por reducción al absurdo lo falsas que son y para decirles que en el más allá no hay ninguna posibilidad de rectificar nuestro destino. Todas las posibilidades de decidir el destino se resuelven aquí y ahora. Después no hay más que un abismo y una serie de leyendas, pero no hay ninguna realidad a la que vosotros podáis apelar, para pretender cambiar después. Ésto es lo que podíamos sacar del texto.

La idea de que hay una retribución en el más allá, inmediatamente después de la muerte, esta idea es tan fuerte que la encontramos en muchísimas religiones. La idea de que la compensación se hace «tanto has sufrido, tanto gozarás; tanto gozaste tanto sufrirás» es también falsa, pero es una idea muy generalizada.

VII.4.2. La parábola del asceta

Para ilustrarlo os voy a contar una pequeña parábola seguramente apócrifa, me imagino, aunque la he sacado de un libro que me parece muy interesante.

Era una vez un asceta que además de practicar un riguroso celibato, se había propuesto como misión en la vida combatir el sexo a toda costa, tanto en él como en los demás. Y sabéis que las personas cuanto más lo combaten en ellas, más lo combaten en los demás. Cuando le llegó la hora falleció y su discípulo, que lo admiraba tanto, pasmado por el rigor de este hombre, no pudo soportar la impresión y se murió poco después.

Cuando el discípulo llegó a la otra vida se encontró con la tremenda sorpresa de ver que allí estaba su maestro, aquel viejecito escuálido y raquítico que había combatido siempre el sexo. Estaba allí sentado con una señora desnuda estupenda sobre las rodillas. Al principio, del susto pensó que no debía interrumpir, pero cuando vio que la cosa continuaba, pues discretamente se acercó y le dijo:

–Querido maestro ahora sé que el Señor es justo. Estás siendo recompensado por tu abstinencia sexual en la tierra, estás recibiendo en el cielo la recompensa a tus privaciones

El maestro con una cara de muy malas pulgas le dijo:

–Idiota, ni esto es el cielo, ni estoy siendo recompensado. Esto es el purgatorio y la están castigando a ella.

Este tipo de historias existen en el folklore de todos los pueblos y Jesucristo no tiene ningún reparo en coger una historia de su época y darle la vuelta.

La idea más general era que la desgracia en la tierra era compensada con prosperidad después –lo cual no es tan automático–. Y la prosperidad en la tierra era castigada con el sufrimiento después -lo cual tampoco es así.

VII.4.3. Relato del folklore budista

Os voy a contar otro chiste. Es una historia del folklore budista de la India que dice lo siguiente.

Había un discípulo que quería encontrar la perfección y su maestro le dice:

–Si quieres encontrar la perfección, tienes que poder vivir poseyendo en la tierra únicamente tu taparrabos. Cuando llegues a poder poseer exclusivamente en la tierra tu taparrabos, es que habrás encontrado la iluminación y la perfección.

El discípulo se hizo una cabañita al lado de un río para dedicarse a la meditación trascendental con su taparrabos. Y cada mañana después de efectuar sus abluciones ponía a secar su taparrabos que era su única posesión. Pero contempló con consternación muy pronto que las ratas, no sé si debido a los efluvios orgánicos o a qué, se lo mordían cada día. Así que para conservar el taparrabos, tuvo que hacerse otros y tuvo que traerse un gato para espantar las ratas. Pero, claro, para mantener al gato cerca, tenía que pescar para darle sardinas al gato para que no se le fuera. Entonces dijo:

–Esto es muy molesto. Si tengo que estar pescando para que el gato esté aquí, yo no tengo tiempo de alimentarme a mí mismo. Será mejor que me compre una cabra y así me alimente con ella.

La cabra tuvo cabritas, luego no podía tomar toda la leche que daba. Así que vendió unas cuantas cabras y se compró una vaca. Después con las vacas y las cabras no podía. Así que se tuvo que casar para que la mujer le ayudase. Y como tenía muchos hijos… pues al cabo de muy poco se convirtió en el más rico hacendado de la región.

Y cuando se murió y llegó al más allá, su maestro le dijo:

 –¿No te había dicho que para encontrar la iluminación y la perfección, tenías que esforzarte en poseer sólo tu taparrabos?

Y aquél le contesta:

 –No vas a creerlo maestro, pero es el único medio que he encontrado para conservar mi taparrabos.

VII.5. Aplicación de la parábola

¿Qué podemos extraer de nuestra parábola del rico y Lázaro?

Nuestra parábola me parece a mí que es de una actualidad tremenda. Nosotros vivimos como privilegiados en un mundo a sólo una puerta de distancia de muchos que nos necesitan. Y Jesús nos recuerda su manera de ver la religión como dos series de relaciones:

–«Amarás a Dios con todo tu corazón [ … ] y a tu prójimo como a ti mismo.» (Mateo 22:37-39).

No hay relación religiosa perfecta, ni siquiera auténtica, ni siquiera válida que no tenga la relación horizontal.

–Si tú quieres asegurarte el más allá, es en el más aquí… que debes hacerlo.

–Simplemente al otro lado de tu puerta, ahí está Lázaro, ahí está la oportunidad de decidir en qué reino quieres estar; en el reino en el que tú te cierras en ti mismo o en el reino de los cielos, que es el reino de la comunión, del amor y de la participación.

–El hecho de que para creer necesites algo más, lo reconoce la parábola: para creer necesitas además a Moisés y a los profetas, es decir la Revelación divina.

–La realidad social en la que vives casi debería bastarte. Pero por si no te basta, tienes todas las indicaciones necesarias, en Moisés y los profetas. Dios te ha revelado muy claramente lo que espera de ti.

 –Luego no me pidas milagritos, no me vengas con sesiones de espiritismo, no consultes a los muertos. No tiene sentido, no se puede, entre salvos y perdidos hay un abismo infranqueable.

–Lo que tienes que resolver debes resolverlo aquí y ahora, antes de que tú te mueras y naturalmente si es posible antes de que se muera Lázaro. Porque lo que tú decidas en tu aquí y en tu ahora, es lo que decidirá tu más allá.

¿Por qué Jesús predica la verdad a través de la ficción? Pues porque Jesús sabe muy bien que la verdad no se encuentra sólo en la fotografía. Que no es más verdadera una foto que un retrato y no es más verdadera una foto que una caricatura, ni es más verdadera una foto que un cuadro expresionista. No lo es. Todos habéis tenido la experiencia de que en algunas fotos, en las que según la posición que os han cogido, no sois vosotros, sin embargo la máquina no se ha inventado nada.

La exactitud científica no es más verdadera que el retrato. Los retratos hechos por Velázquez o Goya son retratos que quizá no se parezcan mucho a lo que sería una fotografía. ¿Son más verdaderos o más falsos que las fotos? ¡Son más verdaderos! Porque, en el retrato, el artista ha podido conseguir además de lo que la máquina ve, lo que la máquina no ve, que es lo que está detrás, una manera de ser, un temperamento, un carácter.

Jesucristo, a través de la ficción, puede transmitirnos una verdad profundísima. Jesús no desdeñó utilizar la parábola, o si queréis una ficción en el sentido más inocente de la palabra, para transmitir la verdad.

Os cuento un último chiste para ilustrar que la verdad existencial es más importante que la exactitud rigurosa, científica. La verdad es más importante que la exactitud.

Un pobre santón siempre iba meditando. Sin darse cuenta se cayó un día, haciéndose de noche, en el pozo ciego –que eran los únicos sistemas de desagüe en los pueblos pobres– del pueblo donde estaba. Al ver que se hundía en aquella inmundicia, empezó a gritar:

–¡Socorro!, ¡socorro!

 Pero nadie le oía. Entonces se le ocurrió gritar:

–¡Fuego!, ¡fuego!, ¡fuego! Entonces los vecinos de la casa más cercana acudieron donde gritaban fuego, encontraron aquel hombre y al verlo lo sacaron de allí. Le dijeron:

 –¡Oye, tan santo que eres!, ¡tú que siempre nos predicas la verdad!, ¿cómo es que has gritado fuego, cuando no había fuego?

Y les dijo:

–¡Por favor! ¿Es que alguno de vosotros habría venido a recogerme, si hubiera gritado en el lenguaje más culto o más popular: basura o excrementos.

El lenguaje no es nunca la verdad en sí, el lenguaje es el vehículo de la verdad. Y la verdad puede ser transmitida, la verdad existencial y profunda, por un texto rigurosamente histórico o por un texto aleccionadoramente ficticio.

 Me resulta interesante el que Jesús no ignorase el folklore de su pueblo, no ignorase la literatura popular. Y si bien prefirió siempre darnos ejemplos de la naturaleza o de la vida real, tuvo a bien un día tomar una pieza de literatura, un cuento, una historia que existía para dar a través de ella una lección. Él lo pudo hacer con una habilidad que yo no tengo. Pero nosotros no estamos aquí para juzgar a Jesús, estamos para comprenderlo y para saber que, a través de esa parábola nos ha transmitido una verdad importante.

Doctor Roberto Badenas, teólogo.


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