El Matrimonio – Parte 1

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El matrimonio es el estado en el cual un hombre y una mujer pueden vivir juntos en relación sexual con la aprobación de su grupo social. El adulterio y la fornicación son relaciones sexuales que la sociedad no reconoce como matrimonio. Esta definición es necesaria para demostrar que en el AT la poligamia no constituía inmoralidad sexual, ya que era un estado reconocido como matrimonio, aunque generalmente aparece como inconveniente.

I. El estado matrimonial

El matrimonio se considera normal, y no hay palabra para “soltero” en el AT. La narración de la creación de Eva (Gn. 2.18–24) indica la relación única de marido y mujer, y sirve como ejemplo de la relación entre Dios y su pueblo (Jer. 3; Ez. 16; Os. 1–3), y entre Cristo y su iglesia (Ef. 5.22–33). El llamamiento a Jeremías a que permaneciera soltero (Jer. 16.2) es una señal profética única, pero en el NT se reconoce que para fines específicos el celibato puede constituir un llamamiento de Dios para determinados cristianos (Mt. 19.10–12; 1 Co. 7.7–9), aunque el matrimonio y la vida de familia constituyen el llamamiento normal (Jn. 2.1–11; Ef. 5.22–6.4; 1 Ti. 3.2; 4.3; 5.14).

La monogamia está implícita en el relato de Adán y Eva, ya que Dios creó una sola mujer para Adán. Pero se adoptó la poligamia a partir de la época de Lamec (Gn. 4.19), y la Escritura no la prohíbe. Parecería que Dios dejó que el hombre descubriera por experiencia que su institución original de la monogamia es la relación que conviene. Se deja ver que la poligamia trae aparejados problemas, y que a menudo es motivo de pecado; p. ej. Abraham (Gn. 21); Gedeón (Jue. 8.29–9.57); David (2 S. 11; 13); Salomón (1 R. 11.1–8). A causa de las costumbres orientales se advierte a los reyes hebreos contra ella (Dt. 17.17). Produce celos familiares, como ocurrió con las dos mujeres de Elcana, una de las cuales se convierte en adversaria de la otra (1 S. 1.6; cf. Lv. 18.18). Resulta difícil saber hasta qué punto se practicaba la poligamia, pero desde el punto de vista económico es probable que se haya practicado más entre los hombres de buena posición que entre las gentes ordinarias. Herodes el Grande tuvo nueve esposas a la vez (Jos., Ant. 17.19). La poligamia persiste hasta nuestros días entre los judíos que viven en países musulmanes.

En la época en que se practicaba la poligamia podemos inferir la posición y la relación de las esposas sobre la base de las narraciones y la ley. Es natural que el esposo se sintiera atraído más a una que a otra. Así vemos que Jacob, quien practicó la poligamia por haber sido engañado, amaba más a Raquel que a Lea (Gn. 29). Elcana prefirió a Ana, a pesar de que no le había dado hijos (1 S. 1.1–8). En Dt. 21.15–17 se admite que el esposo pueda amar a una esposa y odiar a la otra.
Como los niños eran importantes, dado que perpetuaban el nombre de la familia, una mujer que no tuviera hijos podía permitir que su esposo tuviera hijos con su esclava. Esto se practicó legalmente en la Mesopotamia civilizada (p. ej. el código de Hamurabi, §§ 144–147), y fue practicado por Sara y Abraham (Gn. 16), y Raquel y Jacob (Gn. 30.1–8), aunque Jacob fue aun más allá y aceptó la sierva de Lea también, a pesar de que Lea ya le había dado hijos (Gn. 30.9). En estos casos se salvaguardan los derechos de la esposa; ella es la que entrega su sierva a su esposo para una ocasión específica. Es difícil darle nombre al estado de la sierva en tales relaciones; es una esposa secundaria más bien que una segunda esposa, aunque si el esposo continuaba teniendo relaciones con ella ocupaba la posición de concubina. Esto explica, quizás, por qué se llama a Bilha concubina de Jacob en Gn. 35.22, mientras que Agar no figura como concubina de Abraham en Gn. 25.6.

Normalmente se elegía a las esposas entre las mujeres hebreas (p. ej. Neh. 13.23–28). El compromiso y el casamiento seguían luego un modelo normal (véase inf.). A veces eran compradas como esclavas hebreas (Ex. 21.7–11; Neh. 5.5). Comúnmente se afirma que el jefe de familia tenía derechos sexuales sobre todas sus esclavas. Sin duda hubo flagrantes ejemplos de promiscuidad de esa naturaleza, pero la Biblia no dice nada al respecto. Es digno de notar que Ex. 21.7–11 y Dt. 15.12 hacen distinción entre una esclava ordinaria, que debía ser dejada en libertad después de siete años, y la que deliberadamente ha sido tomada como esposa o concubina, y que no puede pedir automáticamente su liberación. Ya que en este caso la ley establecía los derechos de la esclava, el jefe de familia o su hijo debían someterse a algún tipo de ceremonia, por simple que fuera, previsto en la ley. Al hablar de los derechos de la esclava este pasaje no dice que los mismos dependan de su palabra, por oposición a la del jefe de familia, ni aun del hecho de que le hubiese dado un hijo a él o a su hijo. Es difícil establecer la posición que ocupaba. Sin duda variaba según fuera la primera, la segunda, o la única “esposa” del jefe de familia. Cuando se la entregaba al hijo del jefe de familia, bien podía tener categoría plena de esposa. El hecho es que esta ley, como lo muestra el contexto, se ocupa de sus derechos como esclava, y no fundamentalmente como esposa.

También se podía tomar esposa entre las mujeres capturadas en guerra, siempre que no fueran palestinas (Dt. 20.14–18). Algunos autores las consideran concubinas, pero las reglamentaciones de Dt. 21.10–14 las colocan en la situación de esposas normales.

No hay ley que se ocupe de las concubinas, y no sabemos cuáles eran sus derechos. Evidentemente ocupaban una posición inferior a la de las esposas, pero sus hijos podían heredar según determinara el padre (Gn. 25.6). El libro de Jueces muestra la manera en que llegó al poder Abimelec, que era hijo de la concubina de Gedeón (Jue. 8.31–9.57), libro en el que tamb. vemos la trágica historia del levita y su concubina (Jue. 19). La impresión que da 19.2–4 es que esta concubina tenía libertad de abandonar a su “esposo”, y que el hombre confió en su capacidad de persuasión para recuperarla. David y Salomón copiaron a los monarcas orientales al tomar muchas esposas y concubinas (2 S. 5.13; 1 R. 11.3; Cnt. 6.8–9). En los dos últimos pasajes al parecer las concubinas provienen de una clase inferior de la población.

En los casamientos normales la esposa se trasladaba al hogar de su marido. Tenemos, sin embargo, otra forma de casamiento en Jue. 14–15. Se practicaba entre los filisteos, y no lo vemos registrado entre los israelitas. Aquí la mujer de Sansón permanece en la casa de su padre, y Sansón la visita. Podría argumentarse que Sansón pensaba llevarla a su casa después de la boda pero que se fue solo, enojado por la jugada que le había hecho. Y sin embargo, ella todavía está en casa de su padre en 15.1, apesar de que en el ínterin se había casado con un filisteo.


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