El don de profecía, tema 12

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DIOS ELIGE A UN PROFETA

LA PERSONA Y OBRA DE ELENA DE WHITE

Hay entre los adventistas del séptimo día dos actitudes igualmente peligrosas, erróneas y extremas acerca de la manera de considerar a Elena de White.

1. La primera es considerarla como una mujer cristiana maravillosa, quien escribió mucho sobre la salud, la religión la educación, etc. Leer sus escritos es loable y reportan al lector beneficios y bendiciones espirituales. Pero las ideas de Elena de White están sujetas en última instancia a los poderes del razonamiento humano. El lector es el árbitro para escoger lo que ha de aceptar y lo que ha de rechazar.

2. La segunda es considerarla idealizada. Hacer de Elena de White algo así como un equivalente a la virgen María, solo que vegetariana.

Ambas están equivocadas por razones diferentes. Veamos a Elena de White tal como realmente fue, considerándola como persona, además de su rol profético. Hay que verla como hija, como hermana, como madre, como vecina, amiga y desde luego como profeta.

Es necesario conocer a Elena de White en su vida personal, su vida familiar, sus luchas, sus angustias, su contribución al desarrollo de la Iglesia Adventista del Séptimo Día como la mensajera del Señor.

ELENA DE WHITE COMO PERSONA

Un miembro de la familia Harmon

En el hogar de Robert y Eunice Harmon nacieron niñas gemelas el 26 de noviembre de 1827. Las llamaron Elena y Elizabeth. La pequeña finca donde nacieron (ahora conocida como finca de Fort Hill) se hallaba cerca del pueblo de Gorham, Maine, a doce millas al oeste de Portland, en la parte noreste de los Estados Unidos. Siendo que la familia Harmon contaba con ocho hijos, podemos creer que el hogar era un lugar de intensa actividad. Algunos años después del nacimiento de las gemelas, Robert Harmon abandonó su finca y se estableció en la ciudad de Portland.

Su familia

El padre se llamó Robert F. Harmon (1786-1866). Se dedicó a la fabricación de sombreros.

La madre era Eunice Gould Harmon (1787-1863) y se dedicaba a ser ama de casa.

Sus hermanos fueron:

Carolina Harmon-Clough (1811-1883) y era esposa de un clérigo metodista.

Harriet Harmon-McCann (1814- ?), esposa de un hombre de negocios.

John G. Harmon (1815-1883) fue comerciante.

Mary Plummer Harmon-Foss (1821-1903) fue esposa de Samuel, un hermano de Hazen Foss. Fue en casa de Mary que Elena White relató su primera visión fuera de Portland (1845); allí se encontraba Hazen Foss y cuando la oyó le dijo que fuera fiel, pues esa visión le había sido dada a él, pero había fracasado en su experiencia cristiana, al no aceptar el llamado que se le había hecho.

Sara Harmon-Belden (1822-1868), fue madre de cinco hijos incluyendo a Frank Belden.

Este hijo llegó a ser un prolijo escritor de himnos. Desgraciadamente su vástago apostató y murió amargado al fin de su vida.

Robert F. Harmon Jr. (1826-1853). Murió a la edad de 27 años, de tuberculosis. Fue el único hermano varón que aceptó el mensaje adventista.

Elizabeth M. Harmon-Bangs (1827-1904) fue hermana gemela de Elena de White. Jamás aceptó las visiones de Elena. Fue esposa de un tendero y murió sin convertirse.

Los padres de Elena llegaron a ser adventistas observadores del sábado más tarde en la vida. De sus siete hermanos y hermanas, tres de ellos llegaron a ser observadores del sábado.

Sus hermanas mayores, Mary, Sara y su hermano Robert.

Su niñez accidentada

Durante su niñez, la alegre y activa Elena ayudaba en las actividades del hogar, especialmente a su padre en la fabricación de sombreros. A los nueve años, una tarde al regresar de la escuela fue herida por una piedra lanzada por una compañera de clase. Este accidente casi le costó la vida. Estuvo semiinconsciente durante tres semanas. Después de salir de cama tuvo que estar en una cuna especial que le hicieron. Su cuerpo se convirtió casi en un esqueleto. Su médico personal no tenía esperanza de que sobreviviera. Cuando quiso retornar a la escuela, sus manos estaban temblorosas y no podía escribir. Estudiar le fue imposible, pues sufría de mareos y desmayos frecuentes.

Quedó desfigurada de su nariz para el resto de su vida. No había en ese tiempo cirugía plástica. Cuando se vio en el espejo, por curiosidad, casi se desmaya al contemplar su rostro tan distinto y desfigurado. Se desilusionó tanto, que perdió todo deseo de vivir e hizo planes para enfrentar mejor la muerte que la vida. Las compañeras en la escuela la rehuían y no querían asociarse con ella.

Este trágico accidente “habría de afectar toda su vida” (N. B. 17:2). Ella indica: “Aprendí la amarga lección que nuestra apariencia personal a menudo hace la diferencia del trato que uno recibe de la gente con quien se relaciona”. Pero “lo más amargo que tuve que apurar fue la realidad de no poder continuar mis estudios y no lograr una educación”.

Sensibilidad espiritual

En 1840, ella y sus padres asistieron a un campamento metodista en Buxton, Maine, en el cual entregó su corazón a Dios a la edad de doce años. Al regresar a casa y por su insistencia, fue bautizada por inmersión por el pastor metodista, en las agitadas aguas del Atlántico. Ese mismo día fue recibida como miembro de la Iglesia Metodista.

Aceptando el mensaje adventista

Junto con otros miembros de la familia, Elena asistió a las reuniones celebradas en Portland en 1840. Allí aceptó completamente los puntos de vista presentados por Guillermo Miller y sus asociados, y así esperó confiadamente en el regreso del Salvador, primero en 1843 y después en 1844.

Elena era una misionera sincera que trabajaba activamente en la proclamación del mensaje adventista junto con sus compañeros jóvenes. A menudo trabajó durante largas horas y se sacrificó con el propósito de obtener fondos para esparcir el precioso mensaje.55

El llamado divino

La tierna edad de Elena no disminuyó la ansiedad provocada por el gran chasco del 22 de octubre de 1844. Junto con otras personas buscó a Dios con sinceridad para obtener luz y dirección en los días de adversidad que siguieron. En la época crítica cuando varios vacilaron y abandonaron la fe adventista, Elena Harmon se unió una mañana de diciembre a un grupo de cuatro hermanas en el culto familiar en una casa de una creyente en Portland.

Parecía que el cielo estaba cerca del grupo que oraba, y cuando el poder de Dios reposó sobre Elena, quedó inconsciente a las cosas que la rodeaban y recibió una revelación de las peregrinaciones del pueblo adventista hacia la ciudad de Dios (ver Primeros Escritos, pp. 13-20).

Debido al accidente ocurrido en su niñez, Elena se había convertido en una persona tímida.

A la edad de 15 años no había hecho jamás una oración en público. Pero en la segunda visión, recibida una semana después de la primera en diciembre de 1844, se le comisionó para hablar en público y comenzar así un largo ministerio. El Señor le reveló que tendría que enfrentar gran oposición, que por esta y otras causas su corazón sentiría penosa angustia, pero que la gracia de Dios sería suficiente para sostenerla sin caída. Oró para que Dios la relevara de esta responsabilidad, pero el Señor no quiso; sin embargo, le aseguró que él estaría a su lado para auxiliarla.

Así fue como esta joven de 17 años, con temor reverente y temblor nervioso, contó esta visión a los creyentes de Portland; la visión fue aceptada como una luz celestial. Respondiendo a la dirección de Dios, Elena viajó con amigos y familiares de un lugar a otro relacionándose con los grupos adventistas que le habían sido señalados en su primera visión y en otras posteriores.

Zozobra sufrida por tener que dar mensajes de reproche a otros

No fueron días fáciles para los adventistas que habían sufrido el chasco. No solamente tenían que sufrir las burlas y el ridículo por parte del mundo, sino que entre sí no estaban unidos, y en sus mismas filas surgió toda clase de fanatismo. El Señor le reveló a Elena algunos de estos movimientos fanáticos, y le fue confiada la responsabilidad de reprobar y señalar el error.

Cuando el Señor le daba mensajes de reproche para su pueblo, era duro para ella declarar estos mensajes. Tenía la tendencia a suavizarlos y hacerlos tan aceptables como fuese posible, a fin de no hacer sentir mal a alguien. Al Señor no le gustó tal actitud. La miró con desprecio y disgusto, lo cual le causó un terror jamás experimentado (P. E. 76:2). Denunció pecados secretos de otros (1MS, 52; 3T. 314; 5T. 65 y 671). Esto fue una tarea muy ingrata.

Su matrimonio con Jaime White

Mientras viajaba a Orrington, Maine, Elena Harmon conoció a un joven predicador adventista llamado Jaime White, de veinticuatro años. Jaime White nació en Palmira, Maine el 4 de agosto de 1821. No tuvo la oportunidad de lograr una educación formal, debido a su mala salud en la niñez y juventud temprana. Toda su preparación la obtuvo en 29 semanas y con gran esfuerzo.

Siendo muy joven, abrazó el milerismo y pasó por el amargo chasco del 22 de octubre de 1844. El siguiente año, tuvo la oportunidad de conocer a Elena Harmon; como ocasionalmente tenían que trabajar juntos, nació entre ellos cierto afecto, el cual después que ambos reconocieron que Dios los guiaba, los condujo a unirse en matrimonio el 30 de agosto de 1846. Cuando Jaime y Elena contrajeron matrimonio, ella tenía 19 años. Vivieron como esposos durante 35 fructíferos años.

Necesidad y pobreza agudas en los primeros días de su vida matrimonial

En los primeros días de su vida matrimonial, Jaime y Elena White experimentaron pobreza y a veces aflicción. Al principio, tuvieron que vivir en hogares de sus amigos. En esta etapa, antes que la organización de la iglesia llegara a ser efectiva y antes que se proveyera de los medios regulares para sostener el ministerio, los obreros tenían que trabajar para satisfacer sus necesidades materiales. Así, Jaime White dividía su tiempo entre viajes para predicar con actividades en el bosque, la vía férrea, o segando heno para ganarse la vida. El siguiente párrafo nos indica cuán pobre era:

“Cuando comenzamos esta obra, estábamos sin un solo centavo, con pocos amigos y quebrantados de salud. Mi esposo había heredado una constitución muy fuerte, pero su salud había sido seriamente dañada, por causa del trabajo, el estudio y la mucha lectura. Yo fui enfermiza desde niña. En esta condición y sin medios económicos, y sin tener muchos que simpatizaran con nuestros ideales, sin libros y sin educación, aceptamos la tarea en nombre del Señor. No teníamos casas de culto. La idea de usar carpas no se nos había ocurrido.

La mayoría de nuestras reuniones las hacíamos en casas particulares. Por supuesto, nuestras congregaciones eran pequeñas. Mi esposo tuvo que asegurarse un empleo secular a fin de sostener a la familia. No había salario para los ministros en esos días(1T. p. 75).

Durante las primeras semanas que siguieron a su matrimonio, Jaime y Elena estudiaban cuidadosamente un folletito de 46 páginas publicado por Joseph Bates, de New Bedford, Massachussetts, titulado The seventh day sabbath, a perpetual sign (El séptimo día sábado, una señal perpetua), que establecía la evidencia del carácter sagrado del séptimo día según las Escrituras. Notaron claramente el punto de vista expuesto y aceptaron la luz. Seis meses más tarde, el sábado 3 de abril de 1847, Elena de White vio en visión la ley de Dios en el santuario celestial y el cuarto mandamiento rodeado por una aureola de luz. Esta visión le dio un concepto claro de la importancia de la doctrina del sábado y confirmó la creencia de los adventistas en este punto (Primeros escritos, pp. 32-35).

Su diario de la última parte de la década de los cincuenta, revela que Elena de White consagraba su tiempo no solamente a escribir, sino también a las labores domésticas, y a los encuentros amistosos con los vecinos, especialmente los necesitados. Ocasionalmente ayudaba a doblar y engrapar revistas y folletos, cuando había una emergencia en la oficina de la Review.

El período más crítico de su vida lo vivieron en Rochester N. Y., de 1852 a 1855. La descripción que hace de esos años de estrecheces, es notable:

“En abril de 1852, no cambiamos a Rochester, bajo las circunstancias más desalentadoras.

A cada paso, nos vimos obligados a avanzar por fe. La pobreza nos obligaba a ejercer la más estricta economía. Rentamos una casa vieja por 175 dólares al año. La imprenta la teníamos en la misma casa. Si no hubiese sido por esto, hubiésemos tenido que pagar 50 dólares por un cuarto para oficina. Se hubieran reído al ver nuestros muebles. Compramos dos armaduras de camas viejas por 25 centavos cada una. Mi esposo me consiguió seis sillas viejas, pero ninguna de ellas se parecía a la otra. Pagó un dólar por ellas. La mantequilla era tan cara aquí que no la compramos; ni siquiera papas podíamos comprar. Sin embargo, vivimos dispuestos a sufrir estas privaciones por amor a la causa de Dios (Notas biográficas, p. 157).

Bregando con un marido inválido

En agosto 16 de 1865, Jaime White sufrió un ataque de parálisis (1T., 103). En un período de 16 años sufrió tres embolias. Como resultado, tuvieron que vender su casa en Battle Creek e irse a vivir en Greenville, Michigan. Por dos años ella tuvo que estar al cuidado de su esposo mientras convalecía. Esto hizo que no pudieran viajar y atender sus responsabilidades para con la iglesia. Luchó para lograr que su esposo inválido pudiera hacer algún tipo de ejercicio terapéutico.

Incomprensión de los miembros de la iglesia de Battle Creek

Después de un período de ausencia por motivos de la enfermedad de su marido, Elena de White recibió cartas no muy gratas de parte de algunos miembros de Battle Creek.

“Por tres noches no pude casi dormir”, escribió más tarde (1 T., 576).En este estado de angustia emocional, regresaron a Battle Creek para descubrir que durante su ausencia pasada de tres meses, las actitudes de los miembros de iglesia se habían vuelto hostiles hacia ellos. Acerca de esto Elena escribió:Mi esposo se decepcionó tanto por la fría recepción que encontró entre los hermanos de Battle Creek. Yo también lo sentí mucho. Regresamos a Battle Creek con la esperanza de oír palabras de ánimo. Me es triste decirlo, pero fuimos recibidos con frialdad por parte de los hermanos del lugar. Ante tal situación, yo mejor me quedaba en casa y no salía a visitar a nadie, por temor a ser herida en mis sentimientos. Nos habíamos ausentado por motivos de salud, pero los hermanos pensaron que nos habíamos ido por otros motivos y que ya no nos interesaba la obra” (1 T., 579).

Problemas interpersonales con su propio esposo

Uno de los problemas suscitados en el seno de la familia White fue la manera como manejaban la conducta de Edson, su hijo. El padre quería ser duro con el desobediente, pero la madre quería lograr la conversión del errabundo con amor.

Otro problema que suscitó incomprensiones y fricciones entre los esposos fue el cambio de humor y de carácter del pastor White debido a las embolias.

Muerte de Jaime White

La precaria salud del pastor White los llevó a emprender un viaje a Texas durante el invierno de 1878-1879. Allí fue donde Arthur Daniells, que más tarde sirvió como presidente de la Asociación General, y su esposa Mary, se unieron a la familia White. El joven Arthur como compañero y enfermero del pastor White y Mary como cocinera y ama de casa.

Durante los años que siguieron, hubo períodos cuando el pastor White estuvo bien y en condición de seguir su obra. Como consecuencia de sus largos años de esfuerzo mental y agotamiento físico, sus fuerzas disminuyeron considerablemente hasta que finalmente murió la tarde del 6 de agosto de 1881. De pie, cerca del cuerpo de su esposo durante el servicio fúnebre, Elena de White prometió seguir la obra que se le había confiado, aun cuando quedaba privada de su compañía y ayuda.58

Su viudez

La pena de haberse quedado sola era inmensa. Respecto a esto escribió: “Desde hace 21 años, cuando fui privada de mi esposo por la muerte, no he tenido ni la más remota idea de casarme de nuevo. ¿Por qué? No porque Dios me lo haya impedido, no; sino porque el estar sola era lo mejor para mí” (3 M. S., p. 73).

Elena de White, madre de cuatro hijos

En el otoño de 1860 la familia White se componía de seis miembros, con cuatro niños activos, cuyas edades eran de unas semanas a trece años. El primogénito Henry, un joven de carácter alegre, murió de neumonía a los dieciseis años de edad en 1863.

Su segundo hijo, Edson, nació en 1849. A los catorce años de edad aprendió el oficio de impresor de su padre; después de una juventud de rebeldía, se convirtió y llegó a ser ministro. Llegó a ser un popular escritor y compositor adventista. Su trabajo tenaz entre los negros del sur de los Estados Unidos no tuvo paralelo. Murió en 1929.

William Clarence nació en 1854. Sus grandes talentos administrativos fueron reconocidos en la iglesia. Se le eligió para una variedad de pesadas responsabilidades en el liderazgo de la iglesia. Después de la muerte de su padre, fue fiel compañero y ayudante de su madre Elena de White. Fue nombrado secretario del White State, supervisando su trabajo más de dos décadas.

El niño menor, Herbert, nació en 1860 y murió a los tres meses de edad, por causa de la erisipela (enfermedad infecciosa caracterizada por una inflamación de la piel que afecta sobre todo a la dermis y se localiza con frecuencia en la cara).

Muchas veces por viajar tuvo que dejar a sus niños al cuidado de hermanas de la iglesia.

Acerca de esto escribió: “Como todas las madres, el instinto maternal me causaba sufrimiento. Tenía que separarme de mis niños y dejarlos al cuidado de otras madres”.

Más tarde, en sus años de la senectud, su hogar fue un refugio para los huérfanos. No adoptó niños, pero aconsejó que lo hicieran. Cuando vivió sus últimos años en Elmsheaven, California, el número de los que vivían en la casa de la señora White se extendió a dieciséis personas. La disciplina caracterizó el hogar hasta el final de su vida. De esta manera su vida fue una bendición para muchos.


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