El don de profecía, tema 11

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Desde la Reforma hasta el gran despertar.

EL DON DE PROFECÍA Y LA REFORMA PROTESTANTE

El siglo XVI presenció la llegada de la Reforma protestante. La divina providencia había creado las condiciones necesarias para un cambio en las estructuras religiosas de Europa. Cuando sonó la hora, se produjo esta asombrosa revolución con aparente carácter repentino. El movimiento de reforma sacudió a Alemania y luego se extendió a casi todos los países de Europa occidental.

Entre los hugonotes de Francia hubo un reavivamiento espiritual de la piedad práctica, que las ciudades y cantones donde ellos vivían eran paradigmas de pulcritud, paz, unidad y vida religiosa. Hablando de la ciudad de Meaux, Lawrence, historiador de este período escribe: “Una rápida y piadosa transformación se produjo en la atareada ciudad. No se pronunciaban palabras obscenas, no se oían groserías profanas entre ellos. Desaparecieron la embriaguez y el desorden; el vicio se ocultó en el monasterio o en el claustro. En todas las fábricas se leían los evangelios como mensajes de lo alto. Los rudos artesanos se convirtieron en creyentes refinados, que buscaban siempre lo verdadero… parecía cercano un momento de regeneración; una época de progreso admirable” (Historical studies, pp. 250-251).

Entre los hugonotes (protestantes franceses) hubo un marcado interés por las profecías bíblicas. Cada profecía era para ellos una promesa de Dios. En el sudeste de Francia hubo personas que aseguraban tener el don de profecía.

Un protestante llamado Caladón de Aulas afirma: “He visto un gran número de estas personas inspiradas, de toda edad y de ambos sexos. Eran todas personas sin malicia. Hacían muy hermosas exhortaciones, hablando en francés durante la revelación. Algunos mejor, otros peor. Debe observarse que era tan difícil para los campesinos de aquellas regiones dar un discurso en francés como lo sería para un francés que acabase de desembarcar en Inglaterra hablar inglés” (Historical studies, pp. 183, 187).

Es muy significativo que los católicos romanos, adversarios de los hugonotes, no nieguen los hechos de los cuales ellos mismos eran testigos, tan solo atribuyeron los fenómenos a Satanás. No sugerimos que todos los incidentes relatados acerca de los hugonotes se hayan de explicar como manifestaciones del Espíritu de profecía. Sería de veras extraño, si juntamente con el natural ejercicio del don, no hubiese habido también muchos casos de fraude y fanatismo, puesto que esta es la manera en que Satanás siempre obra. Pero parece evidente para el espíritu imparcial, que hubo manifestaciones genuinas del don por medio del cual hombres y mujeres fueron llamados y dirigidos por Dios mismo.

En Alemania durante el apogeo de la Reforma surgieron manifestaciones de carácter sobrenatural en algunos cantones del elector Federico de Sajonia. El fervor manifestado por el pueblo alemán al apoyar a Lutero en su lucha por reformar la iglesia, dio como resultado un reavivamiento de la piedad del pueblo. Se sabe que hubo algunos que tuvieron revelaciones y experiencias de tipo carismático.

Lutero no comulgó con tales manifestaciones, creyó que era obra de Satanás para entorpecer la obra de reforma en su propia patria. En cierta ocasión Lutero dijo: “Yo ya esperaba que esta plaga se manifestase entre nosotros”, refiriéndose a los profetas que surgieron en ese tiempo. La pregunta es: ¿Sería una manifestación verdadera del don, o sería un intento más de Satanás para desacreditar el movimiento de reforma que tanto necesitaba la iglesia?

Recordemos que Cristo hablando de los tiempos del fin advirtió: “Guardaos de los falsos profetas” (Mateo 7:15), y también: “Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas…” (Mateo 22:24). Pero el hecho de que haya profetas falsos, en determinado período de la historia salvífica, no anula la obra, ni la posibilidad de la existencia de los verdaderos.

Por el contrario, la circulación de una moneda falsa, añade mucho más valor a la moneda verdadera por ser esta auténtica. Lo mismo sucede con las cosas espirituales.

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EL GRAN DESPERTAR Y EL DON DE PROFECÍA

La reforma del siglo XVI, y sus efectos posteriores, impactó poderosamente a los estudios de la Biblia. Un buen número de países de Europa se convirtió al protestantismo. Se comenzó a estudiar la Biblia, al ser esta traducida a los idiomas de cada pueblo y nación.

El poder papal quedó debilitado en Europa y sus efectos iban a sacudir a América. Cuando Francia declaró su revolución en el siglo XVIII, el papado sufre una herida de muerte, pues la Revolución Francesa no solo tuvo efectos políticos sino principalmente religiosos.

Napoleón quiso transformar el mapa de Europa; invadió una a una cada nación, hasta llegar a Italia. Al ofrecérsele resistencia, Napoleón penetró con furia, conquistó Italia y al mismo Vaticano.

El papa Pío VI fue tomado prisionero y llevado a Francia, donde murió. Con la caída del papado, se desencadenaron las conciencias en Europa. La Inquisición fue anulada en muchos países. El poder político y religioso del papado fue echado por tierra. Se comenzó a leer la Biblia y la gente estudió las profecías. Al estudiar los libros de Daniel y Apocalipsis, se dieron cuenta que la toma del Vaticano por Francia y el hecho de llevar al papa, cumplía una de las profecías más significativas de Apocalipsis.

El estudio de la Palabra de Dios obró un gran despertar de la piedad y vitalidad del pueblo cristiano. Ese despertar alentó un celo misionero jamás visto desde los tiempos apostólicos. Decenas de personas salieron decididos a comunicar las buenas nuevas de salvación al mundo. Tal movimiento estaba señalado por la profecía de Apocalipsis 14:6-7.

El Dr. A. J. Gordon escribe respecto a los resultados de este despertar cuando es obrado por el Espíritu de Dios: “Cuandoquiera que hallamos un despertar de la fe primitiva y la sencillez apostólica encontramos una manifestación de los milagros puros y evangélicos que caracterizan la edad apostólica. Estos acompañan la cuna de toda reforma espiritual, como acompañaron el nacimiento de la iglesia misma” (The ministry of healing, pp. 64-65).

La predicación del evangelio por parte de los grandes misioneros, el estudio de las profecías por hombres que Dios despertó para cumplir su propósito final, produjo un gran reavivamiento en Europa como en América. El siglo XIX fue el momento histórico que Dios señaló para hacer consciente al hombre que el tiempo del fin había llegado.

En varias partes del mundo, Dios levantó hombres henchidos de pasión, quienes convencidos de la inminente aparición del Hijo de Dios, sacudieron las conciencias y lograron despertar el interés de los cristianos, tanto en América como en Europa, de la realidad del tiempo del fin. Esta predicación estuvo reforzada por señales en el sol, en la luna y en las estrellas.

En los Estados Unidos, Guillermo Miller sacudió a su nación con el anuncio de que Jesús regresaría a la tierra, entre la primavera de 1843 y la primavera de 1844. Sus estudios serios y esmerados, así como su confianza en las profecías bíblicas, lo llenaron de pasión para predicar con poder en toda nueva Inglaterra y el Medio Oeste de la Unión Americana.

El fervor de los mileritas (así se conoce a los seguidores de Miller) fue recompensado con la concesión del don de profecía anunciado ya en la profecía de Joel.

SBO DE ORIETACIÓN PROFÉTICA

Pero Satanás no duerme. En cada época de reavivamiento espiritual de la piedad y la fe cristianas, él ha despertado falsos movimientos y falsos profetas para confundir a los sinceros creyentes. Antes, durante y después del despertar del segundo advenimiento, hubo falsos profetas que llamaron la atención del pueblo y lograron muchos seguidores. En los Estados Unidos, en el siglo XIX, podemos enumerar los siguientes:

1. Ana Lee (1774)

2. Jemima Wilkinson (1806)

3. José Smith (1823)

4. C. R. Gorgas (1844)

Este último dijo tener una revelación de que todos los que quisieran escapar a la destrucción por venir, deberían huir como Lot de las ciudades a las montañas. Algunos creyeron y abandonaron sus casas y se fueron a las montañas. Desgraciadamente, estos abusos y falsedades hicieron que los dirigentes mileritas reunidos en la ciudad de Albany, Nueva York, hicieran una declaración el 29 de abril de 1845. El fin era mantener unido el milerismo, y evitar que en las filas de este movimiento se infiltrasen prácticas fanáticas. Por lo tanto, acordaron: “No simpatizar ni comulgar con aquellas cosas que tienen una apariencia tan sólo de sabiduría en el culto de la voluntad y descuido del cuerpo… Resolvemos que no tenemos confianza en ningún mensaje nuevo, ni visión, ni sueños, ni lengua, ni milagros, ni dones extraordinarios, ni impresiones, ni discernimiento de espíritu, que no estén de acuerdo con la inalterable Palabra de Dios” (The Advent Herald, 22 de mayo de 1845).

Esta declaración cortó toda posibilidad para los mileritas de recibir de parte de Dios cualquier visión o revelación sobre las importantes verdades que deberían proclamarse después de 1844.

La hora del remanente había llegado. Todo estaba preparado para que surgiera de las cenizas del milerismo un pueblo que habría de anunciar verdades importantes de Dios para el mundo. Dios había preparado todo para que en el momento oportuno surgiera la iglesia remanente, que guarda los mandamientos de Dios y tiene el Testimonio de Jesucristo.

GUILLERMO FOY Y HAZEN FOSS: ¿PROFETAS?

El 18 de enero de 1842, en un suburbio de la ciudad de Boston, Guillermo Foy, un hombre de piel morena y de cabello hirsuto (cabello duro y tieso), tuvo una visión que tardó dos horas y media, según testigos presenciales. En esta primera visión se le mostraron escenas de indescriptible gloria, relacionadas con el pueblo de Dios y la segunda venida de Jesús.

Se sabe que tuvo cuatro visiones, y que relató tres de ellas a los hermanos mileritas de Boston y Portland. Como era de raza negra, y siendo que las condiciones de los negros en ese tiempo en los Estados Unidos era muy precaria, hizo su obra en forma reticente (de manera indirecta, con desconfianza o reserva). Se sabe que en el verano de 1844 tuvo su última visión. El chasco del 22 de octubre de 1844 fracturó el movimiento milerita y Foy, aunque continuó predicando, poco a poco fue quedando en el olvido.

Elena White recuerda haber oído a Guillermo Foy relatar una de sus visiones.

Poco antes del 22 de octubre otro hombre vecino de Portland Maine, cuyo nombre era Hazen Foss, fue llamado al ministerio profético. Desde el punto de vista humano, tenía muchas ventajas; era joven, de tez blanca, aceptado socialmente, creyente adventista, buen orador y educado. Se sabe que recibió su primera visión en el mes de septiembre o a principios de octubre.

Al igual que a Foy, se le mostraron tres plataformas por las cuales el pueblo de Dios debería trasponer, antes de poder entrar en la ciudad de Dios. Aunque creía firmemente en la inminente venida de Jesús, no entendió eso de las tres plataformas, por lo tanto rehusó relatar su visión, aun cuando se le pidió que lo hiciera. Aun después del chasco, Dios le pidió que relatara al pueblo adventista la visión. Rehusó y entonces Dios lo abandonó y buscó a una persona que tuviera el valor de llevar adelante el ministerio profético. Esa persona sería Elena Gould Harmon, quien por setenta años llevaría sobre sí el manto profético.


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