El don de profecía, tema 10

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EL DON DE PROFECÍA DESDE EL SIGLO II HASTA EL SIGLO XV

En los círculos teológicos se ha manifestado incredulidad e incertidumbre respecto a la

continuidad del don profético en la iglesia cristiana después del primer siglo. Sin embargo, hay otros que aseguran que el don continuó presente en las iglesias de los siglos posteriores.

Veamos el testimonio de algunas autoridades en materia religiosa:

Testimonios insospechables no dejan lugar a dudas de que las facultades milagrosas

de la era apostólica continuaron funcionando por lo menos hasta entrado el siglo tercero” (Gerhard Ulhorn, El conflicto del cristianismo con el paganismo, p. 169).

Testimonios fidedignos de la historia, apoyados por la opinión de eruditos y teólogos,

avalan que el don de profecía tanto como los otros dones con los cuales va asociado, continuó en la iglesia después del período apostólico. En un intenso estudio de este asunto, un escritor de la Enciclopedia Británica dice: “Hasta bien entrado el siglo segundo, los profetas fueron considerados como elementos esenciales de una iglesia que poseía el Espíritu Santo. Se creía en su existencia y en realidad existían… Conocemos no pocos profetas cristianos por nombre como son: Agabo, Judas, Silas en Jerusalén; Bernabé, Simón Níger, etc., en Antioquía; las hijas de Felipe y Cuadrato, Amnia, Policarpo y Melitón en Asia Menor” (Enciclopedia Británica, tomo 22, art. “Profeta”, p. 448, 11ª ed.).

Mosheim, el historiador eclesiástico de gran reputación que escribió con sinceridad y

certidumbre acerca de la manifestación de los dones espirituales en la iglesia durante los

siglos segundo y tercero declara: “Los llamados dones milagrosos del Espíritu Santo, fueron conferidos liberalmente, no solo en este siglo, sino también en los siguientes (siglos II y III), especialmente a aquellos que se dedicaron a propagar el evangelio” (Institutes of Eclesiastical History, p. 8).

Eusebio, padre de la historia eclesiástica, y uno de los hombres más sabios que vivió durante los siglos tercero y cuarto de nuestra era, rinde su testimonio de la siguiente manera: De los que florecieron en aquellos tiempos, se dice que Cuadrato se distinguió por sus dones proféticos. Hubo también muchos otros célebres en esos tiempos, que ocuparon la primera fila en la sucesión apostólica… El Espíritu Santo también realizó prodigios por su medio” (Eusebio, Historia eclesiástica, vol. 5, p. 186).

Reconociendo que juntamente con lo verdadero se presentaba lo falso para confundir a

la iglesia, Eusebio añade: “Pero el falso profeta es arrastrado por vehemente éxtasis acompañado por una falta de toda vergüenza y temor… Tampoco podrán jactarse de que Agabo, Judas o Silas, ni Cuadrato ni Amnia de Filadelfia hayan actuado jamás de esa manera” (Eusebio, Historia eclesiástica, libro 5, cap. 17, p. 187).

Cuadrato era un hombre de considerable influencia. Dirigió al emperador Adriano una

apología (defensa) a favor de los cristianos.

Otro testimonio valioso para nosotros respecto a la perpetuidad del don profético en la

iglesia de los primeros siglos, es el que nos llega a través de Justino Mártir. Justino fue un filósofo pagano convertido al cristianismo que vivió en el siglo II de nuestra era. Uno de sus libros es conocido como su Diálogo con Trifón, el judío. En este libro, Justino hace una declaración muy significativa:

Porque los dones proféticos permanecen con nosotros hasta el tiempo actual. De ahí

que debíais comprender que los dones que antes estaban en vuestra nación, han sido transferidos a nosotros… Ahora es posible ver entre nosotros mujeres y hombres que poseen los dones del Espíritu” (Justino Mártir, Padres antenicenos, tomo 1, cap. 39, p. 1185).

Importantísimo también es el testimonio de Ireneo, obispo de Lyon, Francia, quien murió a fines del siglo II. Se cree que Ireneo fue alumno de Policarpo de Smirna. En una carta a Florino, Ireneo anota lo siguiente: “Porque algunos echan cierta y verdaderamente los demonios, de manera que los que han sido así limpiados de los malos espíritus frecuentemente creen en Cristo y se unen a la iglesia.

Otros tienen presciencia de las cosas venideras: ven visiones, y pronuncian expresiones proféticas” (Antenicene Christian Library, tomo 5, Ireneo contra Heregías, libro 1, cap. 13, p. 53).

Ireneo también es consciente que lo verdadero se mezcla a menudo con lo falso en las

cosas espirituales. Por lo tanto, reconoce que algunos que pretendían poseer el don, eran

falsos profetas, como un tal Marcos que era borracho, mago y ladrón. Ireneo anota: “El don de profecía no es concedido a los hombres como Marcos, el mago, sino que únicamente aquellos a quienes Dios envía su gracia de lo alto y poseen el divinamente

otorgado poder de profetizar” (Idem).

Estas declaraciones serenas y francas admiten la presencia del don de profecía en la

iglesia cristiana durante los siglos II y III de la era cristiana. Además, dan un testimonio

impresionante de que la iglesia cristiana de los primeros tres siglos, estaba todavía dotada de dones espirituales como los que habían sido otorgados a los apóstoles del primer siglo.

Resumiendo algunos datos, podemos decir, entonces, que fueron profetas del siglo II los siguientes:

• Cuadrato (En Atenas)

• Policarpo (En Smirna)

• Amnia (En Filadelfia)

• Melitón (En Sardis)

En el siglo IV tuvieron lugar sucesos impresionantes que cambiarán el rumbo de la historia del cristianismo. Por tres siglos, el esfuerzo desesperado por parte del imperio romano para borrar a la iglesia de Cristo de sobre la faz de la tierra, descubrió que se halla en guerra con una fuerza omnipotente. Llegó el tiempo de comprender su impotencia en esta guerra que no podía ganar. Constantino, el emperador, entendió que era inútil librar una guerra que no tiene razón de ser. En vez de perseguir a la iglesia de Cristo, buscó aliarse con ella.

EL DON DE PROFECÍA DESDE EL SIGLO II HASTA EL SIGLO XVIII

Comprendió la fuerza que tenía el cristianismo y quiso emplearla para poder gobernar un vasto imperio. Hábil político, supo granjearse la voluntad de los cristianos.

Con la conversión de Constantino, el mundo pagano y secularizado se introdujo en la

iglesia disfrazado con manto de rectitud y una supuesta conversión. El paganismo que

parecía haber sido vencido, se convirtió en vencedor. Su espíritu dominó a la iglesia. Cesaron las persecuciones y vinieron a sustituirla las peligrosas seducciones de la prosperidad temporal y del poder mundano. Comparados con ella, la cárcel, las torturas, el fuego y la espada, eran meras bendiciones. Algunos cristianos decidieron permanecer fieles y firmes, declarando que no podían entrar en compromisos.

Debido a la impiedad reinante en el seno de la iglesia, el don de profecía no se hace patente en la iglesia del siglo IV en adelante. Hubo controversias acerca del don de profecía.

Se enseñó que la profecía era una peculiaridad del Antiguo Testamento, y que en el nuevo pacto Dios ha hablado únicamente mediante los apóstoles. Por consiguiente, la iglesia no requería ni podía reconocer nuevas revelaciones, ni siquiera instrucciones por medio de los profetas. Un escritor señala: “La constitución episcopal estrictamente impuesta, la creación de un orden clerical y la formación del canon del Nuevo Testamento, produjeron el derrocamiento de los profetas.” (Enciclopedia Británica, tomo XXII, art. “Profeta”, ed. 11).

Una decisión de los obispos, presbíteros y otros dirigentes de la iglesia, no podía sino

descartar y restringir la manifestación de aquel don misericordioso, tan necesitado por los mismos que se le oponían. Pero el don no puede desaparecer. Nunca ha cesado completamente.

En épocas de fervor espiritual en la iglesia, la profecía vuelve a aparecer. Mas cuando la iglesia está mundanalizada y dormida, el don no puede manifestarse en ella.

Debido a la mundanalidad reinante en la iglesia, algunos inconformes levantaron su voz

de protesta. En vano apelaron a los obispos, sacerdotes y otros dirigentes. Al no recibir

respuesta amistosa que les asegurase una reforma, y viendo que la apostasía se extendía,

comenzaron a separarse del tronco principal.

Conflicto de los Siglos, página 51: “Tras largo y tenaz conflicto, los pocos que permanecían fieles, resolvieron romper toda unión con la iglesia apóstata, si ésta rehusaba aún desechar la falsedad y la idolatría. Y es que vieron que dicho rompimiento era de todo punto necesario, si querían obedecer la Palabra de Dios.”

El primero que salió de la iglesia, como protesta a tanto paganismo practicado en ella, fue Novaciano. Este era un ministro ordenado de una de las iglesias de Roma. Novaciano pertenecía a los ministros que se negaban a participar de la apostasía. Este fue seguido por Donato, un hombre sabio y elocuente, muy ejemplar en su moral. Años más tarde los valdenses hicieron lo mismo: separarse del tronco principal, por no estar de acuerdo con sus prácticas y doctrinas. Los valdenses resistieron a Roma por cientos de años. Papas, como Inocencio III, organizaron cruzadas encarnizadas en contra de los valdenses. No disponemos de información fidedigna acerca de la obra de los portavoces de Dios. Los informes que nos llegan vienen a través de la iglesia perseguidora.

 La iglesia romana no solo restringía el don profético, sino que declaraba oficialmente que el cargo de profeta había cesado con la fijación del canon bíblico del Nuevo Testamento.

Un poco antes de la gran Reforma del siglo XVI en diferentes países de Europa hubo4 hombres que fueron impulsados por el Espíritu de Dios a buscar la verdad como un tesoro escondido. Entre ellos se destacan los siguientes: Wiclef, Jerónimo, Savonarola y Juan Hus.

Estos hombres prepararon las mentes del pueblo para la Reforma que habría de tener lugar en el siglo XVI. La Reforma fue una de las más importantes revoluciones espirituales de la historia. Se produjo de acuerdo con el propósito y el poder de Dios. Sus alcances y logros cambiaron la historia del hemisferio occidental y trajeron un nuevo concepto de libertad para el espíritu humano.


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